El sol de la tarde se filtraba por las persianas a medio bajar en el aula de literatura del Instituto San Joaquín de Madrid. Martín Herrera, un joven de 16 años con complexión delgada y ojos inquietos, intentaba concentrarse en las palabras de la profesora mientras sentía las miradas punzantes a su espalda.
Había pasado apenas un mes desde que él y su madre se mudaron desde Buenos Aires y cada día en esta nueva escuela se sentía como una eternidad. Borges nos enseña que los laberintos no son solo físicos, sino también mentales”, explicó Martín cuando la profesora Soledad le pidió su opinión.
Su acento argentino resonó en el silencio del aula, seguido inmediatamente por risitas mal disimuladas desde el fondo. Gracias, Martín. Es refrescante tener a alguien que realmente lee los materiales, respondió la profesora lanzando una mirada severa hacia el grupo de Javier Montero, el capitán del equipo de fútbol y líder no oficial de los estudiantes populares.
Al sonar el timbre, Martín recogió sus libros con movimientos rápidos y precisos, una coreografía que había perfeccionado para escapar antes de que, “Che, boludo, tan rápido te vas.” La voz de Javier, imitando burdamente el acento argentino, bloqueó su camino hacia la puerta. Alto atlético y con la seguridad que otorga el privilegio, Javier estaba flanqueado por sus dos inseparables amigos, Raúl y Diego.
¿No querés quedarte a tomar unos mates y hablar de la mentales? Las risas estallaron a su alrededor. Martín bajó la mirada, calculando si podría escabullirse por el lado izquierdo, donde el pasillo entre los pupitres era más amplio. Déjalo en paz, Javier. Intervino Lucía Mendoza, una de las pocas personas que le habían dirigido palabras amables desde su llegada. Con su cabello rizado y una personalidad tan fuerte como su sentido de la justicia, se interpuso entre ambos.

“Vaya, el rarito necesita que una chica lo defienda”, se burló Raúl provocando más risas. Mejor eso que necesitar a dos gorilas para sentirte valiente”, replicó Lucía tomando a Martín del brazo. “Vamos, llegamos tarde a matemáticas.” En el pasillo, Martín recuperó su brazo con un movimiento suave, pero firme. “¿Puedo defenderme solo?”, murmuró, aunque ambos sabían que era una mentira.
“Lo sé”, respondió ella con una sonrisa comprensiva. “Pero a veces es bueno tener aliados. ¿Qué secretos esconde Martín detrás de esos ojos que parecen haber visto demasiado para su edad? ¿Por qué su reacción no es de miedo, sino de contención? En un modesto apartamento del barrio de Chamberí, Elena Herrera repasaba meticulosamente el filo de sus cuchillos de cocina.
A sus años conservaba la elegancia y precisión de movimientos que la habían convertido en una de las mejores operativas de la CIDE, la inteligencia argentina, antes de que el nacimiento de Martín la llevara a reconsiderar su vida. Alineó el último cuchillo en el bloque de madera y observó el reloj. 16:28. Martín debería estar llegando.
El sonido de llaves en la puerta la hizo sonreír, pero su expresión cambió al ver a su hijo. No era nada evidente. Martín había aprendido bien a disimular, pero el ligero desaliño de su camisa escolar y la tensión en sus hombros eran signos que ella podía leer como un libro abierto. ¿Cómo fue tu día? preguntó casualmente, sirviendo un vaso de jugo de naranja recién exprimido. “Normal”, respondió él, dejando caer su mochila junto a la mesa.
“La profesora de literatura piensa que soy un genio incomprendido y en matemáticas casi me duermo.” Elena asintió, observando cómo su hijo evitaba su mirada. 17 años atrás había jurado que Martín nunca conocería la violencia que había definido su propia vida. Cuando Ricardo, su esposo y también agente, fue asesinado en una operación que salió mal, ella solicitó su retiro y se dedicó exclusivamente a criar a su hijo en paz.
La reciente transferencia de la empresa farmacéutica para la que ahora trabajaba como consultora de seguridad les había brindado la oportunidad de empezar de nuevo lejos de los recuerdos. “Mañana tengo que salir temprano”, comentó Elena mientras preparaba la cena. “Hay una reunión de seguridad en la empresa. ¿Estarás bien yendo solo al instituto?” “Mamá, tengo 16 años.
” No, seis, respondió Martín rodando los ojos. Además, quedé con Lucía para repasar antes del examen de historia. Lucía, preguntó Elena con una sonrisa apenas contenida. La primera información nueva que obtenía en semanas. Es tu amiga el rubor en las mejillas de Martín fue respuesta suficiente.
Es solo una compañera que no cree que mi acento sea motivo de burla. Elena dejó el cuchillo con el que cortaba verduras y se sentó frente a su hijo. Martín. ¿Hay algo que quieras contarme sobre la escuela?” Por un momento, pareció que iba a sincerarse. Sus ojos, tan parecidos a los de Ricardo, se encontraron con los suyos y Elena vio el debate interno en ellos. “Todo está bien, mamá. Es solo adaptación.
” La barrera volvió a alzarse entre ellos. Elena asintió respetando su espacio. “¿Sabes que puedes contarme cualquier cosa, verdad? No hay problema que no podamos resolver juntos. Lo sé”, respondió él con una sonrisa forzada. “¿Qué hay de cena?” Mientras cenaban, Elena repasó mentalmente las rutinas de vigilancia pasiva que había implementado desde su llegada.
Las cámaras discretas en la mochila de Martín, el software de rastreo en su teléfono, medidas que justificaba como protección maternal, pero que su entrenamiento había convertido en segunda naturaleza. Hasta ahora no había detectado nada alarmante, pero su instinto, afinado por años en el campo, le decía que algo no estaba bien.
Esa noche, mientras Martín dormía, Elena accedió a las grabaciones del día. La confrontación en el aula de literatura apareció en su pantalla. Observó la postura de los acosadores, analizando automáticamente puntos débiles, rutinas, patrones. El entrenamiento nunca desaparecía del todo. “Ricardo, ¿qué harías tú?”, susurró a la fotografía de su difunto esposo que guardaba en su escritorio.
La imagen le devolvió la misma sonrisa amable que ahora veía en su hijo. Elena cerró los archivos, tomó una decisión. No intervendría todavía. Martín necesitaba aprender a manejar sus propios conflictos, pero estaría vigilante, lista para actuar. si la situación lo requería, ¿hasta dónde llegaría Elena para proteger a su hijo? ¿Qué líneas estaría dispuesta a cruzar nuevamente? La semana transcurrió con una tensa normalidad.
Martín se adaptaba a su rutina, evitando a Javier y su grupo cuando era posible, soportando sus burlas cuando no lo era. Elena observaba a distancia, notando cada nuevo moretón que su hijo intentaba ocultar, cada excusa para explicar una prenda rasgada. El viernes todo cambió. Martín estaba guardando sus libros en la taquilla cuando sintió la presencia de Javier y sus amigos rodeándolo.
“Hoy es tu día de suerte, argentinito”, dijo Javier con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. “Te vamos a enseñar cómo nos divertimos en Madrid.” “Tengo que irme”, respondió Martín intentando cerrar su taquilla, pero la mano de Diego se lo impidió. Mi padre ha organizado una fiesta en casa, gente importante, ya sabes, y necesitamos a alguien que sirva las bebidas.
No estoy interesado, respondió Martín notando que el pasillo se había vaciado rápidamente. Incluso Lucía, que normalmente estaría cerca, no se veía por ninguna parte. No era una invitación, aclaró Javier, acercándose tanto que Martín podía oler su costosa colonia. Mi padre es Alejandro Montero. ¿Sabes quién es Martín? Lo sabía. Alejandro Montero era uno de los empresarios más poderosos de Madrid, dueño de medios de comunicación y con conexiones políticas que aparecían frecuentemente en las noticias. “Su empresa es cliente del laboratorio donde trabaja mi madre”, respondió intentando
mantener la calma. Algo brilló en los ojos de Javier. Interesante. Entonces, ¿entiendes que no es buena idea decepcionar a mi familia? Te esperamos a las 8 si no apareces. Dejó la amenaza flotando en el aire mientras él y sus amigos se alejaban riendo.
Martín permaneció inmóvil, sintiendo como su corazón martilleaba en su pecho. No por miedo a Javier, sino por lo que podría pasar si su madre se enteraba. Elena siempre le había enseñado a defenderse, pero también a evitar conflictos innecesarios. La violencia es el último recurso de los que no tienen imaginación, solía decirle, pero había algo más en los ojos de Javier, algo que iba más allá del simple bullying escolar, una oscuridad que Martín reconocía porque, aunque nunca lo admitiría, a veces la veía reflejada en los ojos de su propia madre cuando creía que él no la observaba. ¿Qué decisión tomará Martín? enfrentar a
sus acosadores o proteger el secreto que intuye sobre su madre. ¿Y qué pasará cuando Elena descubra la encrucijada en la que se encuentra su hijo? No voy a ir, declaró Martín durante la cena, esperando la reacción de su madre. Elena dejó su tenedor y lo miró fijamente.
¿A dónde no vas a ir? Martín le contó sobre la invitación de Javier, omitiendo las amenazas y minimizando la situación. Es solo una fiesta pretenciosa, no me interesa. Alejandro Montero preguntó Elena. Y Martín notó un cambio sutil en su postura. Es un nombre importante en Madrid. ¿Lo conoces de pasada? Respondió ella volviendo a su comida.
Farmacéutica Santiago provee medicamentos a sus clínicas. Es un hombre complicado. Martín la observó cuidadosamente. Había aprendido a detectar cuando su madre le ocultaba información. ¿Y qué harás entonces? ¿Quedarte estudiando un viernes por la noche?, preguntó Elena cambiando de tema.
Lucía mencionó un cine al aire libre en el parque, respondió intentando sonar casual. Una sonrisa genuina apareció en el rostro de Elena. Me alegra que estés haciendo amigos. La conversación derivó hacia temas más ligeros, pero Martín notó que su madre consultaba su teléfono con más frecuencia de lo habitual.
Cuando finalmente se retiró a su habitación, no pudo evitar preguntarse qué secretos guardaba Elena sobre los Montero. Lo que Martín no sabía es que en ese mismo momento Elena estaba accediendo a archivos clasificados a través de contactos que nunca había eliminado completamente.
pantalla de su ordenador iluminaba su rostro mientras imágenes de Alejandro Montero aparecían junto a nombres y lugares que hacían que su expresión se endureciera. “Así que aquí estabas”, murmuró reconociendo a un fantasma de su pasado, uno que creía haber dejado atrás cuando abandonó la agencia. El nombre en código matador brillaba en la esquina de uno de los archivos trayendo recuerdos de la última misión de Ricardo. Una misión de la que nunca regresó.
Qué terrible conexión existe entre el padre de Javier y la muerte del esposo de Elena. ¿Hasta dónde llegará Elena para proteger a su hijo mientras busca respuestas sobre su pasado? La mañana del sábado amaneció con un cielo encapotado que presagiaba tormenta. Elena se despertó antes del alba, como lo hacía desde hace años, independientemente de dónde se encontrara.
La disciplina era un hábito que la mantenía viva durante su tiempo en la agencia y ahora le daba la estructura que necesitaba para mantener sus demonios a raya. Mientras preparaba café, repasó la información que había recopilado la noche anterior. Alejandro Montero, el respetado empresario, tenía conexiones con el cártel que la CIDE investigaba cuando Ricardo fue asesinado.
No había pruebas concluyentes, solo coincidencias que para el ojo inexperto pasarían desapercibidas. Pero Elena había sido entrenada para ver patrones donde otros veían casualidades. Buenos días. La voz adormilada de Martín la sacó de sus pensamientos. ¿Qué haces despierta tan temprano? Costumbre, respondió ella sirviéndole un vaso de jugo. ¿Qué tal la película anoche? Martín se tensó ligeramente.
Elena notó el gesto, pero no dijo nada. Estuvo bien. Una de esas francesas en blanco y negro que le gustan a Lucía respondió encogiéndose de hombros. Demasiado existencialista para mi gusto. Elena sonrió. Tu padre era igual. Prefería libros de ciencia ficción a cualquier cosa que ganara premios en Cans. La mención de Ricardo creó un momento de complicidad.
Eran raras las ocasiones en que hablaban de él, no por dolor, sino porque cada recuerdo era precioso, algo que guardaban celosamente. “Mamá”, comenzó Martín dudando, “si haciendo algo malo, ¿crees que debería intervenir o mantenerme al margen?” Elena lo miró con atención. Depende qué tipo de algo malo.
Nada específico, es solo una pregunta hipotética. La neutralidad solo beneficia al opresor, nunca a la víctima, citó Elena. Tu abuelo me lo decía siempre, pero añadió, la intervención debe ser estratégica. A veces actuar precipitadamente puede empeorar las cosas. Martín asintió pensativo.
¿Y qué pasa si intervenir te pone en peligro? Elena dejó su taza en la mesa y tomó las manos de su hijo. Martín, ¿hay algo que deba saber? El momento de verdad flotó entre ellos. Martín abrió la boca a punto de confesar lo que realmente había sucedido la noche anterior, pero el timbre del teléfono de Elena rompió el hechizo. “Herrera”, contestó ella, transformándose instantáneamente en la profesional que Martín rara vez veía.
“Entiendo, estaré allí en 30 minutos.” Al colgar, miró a su hijo con expresión seria. Emergencia en el trabajo. Tendré que ir unas horas en sábado. Preguntó Martín escéptico. Los microbios no descansan respondió ella con una sonrisa forzada. No me esperes para comer. Y Martín añadió mientras recogía su bolso. Esta conversación no ha terminado.
Cuando la puerta se cerró, Martín dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Su mano instintivamente tocó el moretón en su costado, oculto bajo la camiseta. Anoche no había ido al cine. ¿Qué secretos oculta Martín sobre lo que realmente sucedió la noche anterior? Y qué emergencia laboral ha sacado a Elena de casa un sábado por la mañana.
El elegante edificio de cristal de farmacéutica Santiago contrastaba con el cielo gris de Madrid. Elena atravesó el vestíbulo con paso decidido, saludando al guardia de seguridad con un gesto familiar. Su identificación le dio acceso al ascensor ejecutivo, pero en lugar de pulsar el botón de su planta habitual, marcó el del sótano 3. Las puertas se abrieron, revelando un pasillo aséptico muy diferente de las lujosas oficinas de arriba.
Elena colocó su palma en un escáner biométrico disimulado como termostato. Una puerta blindada se deslizó silenciosamente. “Buenos días, águila”, saludó un hombre de unos 50 años, cabello cano y mirada penetrante. “Lamento interrumpir tu fin de semana, coronel Vega”, respondió ella reconociendo a su antiguo superior. “Creí que habíamos acordado que Águila quedaba en el pasado. Algunos nombres nunca se olvidan. Sonrió él sin humor.
Siéntate, por favor. La sala de operaciones era un búnker tecnológico oculto bajo la fachada farmacéutica. Elena había sospechado que su transferencia a Madrid no era casualidad, pero hasta ahora la habían mantenido en trabajos legítimos de seguridad corporativa.
¿Por qué estoy aquí, coronel? Nuestro acuerdo era claro, sin operaciones de campo. Vega activó una pantalla en la pared. Fotografías de Alejandro Montero aparecieron junto a diagramas de transacciones financieras y mapas de rutas marítimas. “La operación matador nunca terminó, Elena”, explicó con gravedad.
Ricardo descubrió algo grande, algo que va más allá del tráfico de drogas. Montero no es solo un intermediario, está utilizando sus clínicas para experimentar con sustancias sintéticas. Elena sintió que la sangre se helaba en sus venas. Experimentar. ¿Con qué propósito? Control mental, respondió Vega con una mueca.
Suena a película de espías, lo sé, pero los resultados preliminares son perturbadores. Ha estado utilizando pacientes de sus clínicas psiquiátricas como sujetos de prueba. ¿Y por qué me lo cuentas ahora?, preguntó Elena, aunque ya intuía la respuesta. Porque tu cobertura es perfecta. ¿Y por qué? Vega hizo una pausa significativa. Tu hijo está en la misma escuela que el hijo de Montero.
La expresión de Elena se endureció. Mi hijo está fuera de esto. Ya está dentro Elena. Ayer por la noche, Martín fue invitado a una fiesta en casa de los Montero. El corazón de Elena dio un vuelco. Martín le había dicho que iría al cine. “Tenemos imágenes”, continuó Vega mostrando un video de seguridad donde se veía claramente a Martín entrando a una lujosa mansión escoltado por Javier y sus amigos.
No sabemos qué pasó dentro, pero salió dos horas después visiblemente alterado. Elena mantuvo su expresión neutra por puro entrenamiento, pero por dentro una tormenta de emociones amenazaba con desbordarla. Preocupación por Martín, ira por la mentira y un miedo profundo ante la posibilidad de que su pasado hubiera finalmente alcanzado a su hijo.
¿Qué quieres de mí?, preguntó con voz controlada. Información, acceso. Montero organiza una gala benéfica para su fundación la próxima semana. Necesitamos que estés allí y mi hijo lo mantendremos vigilado. Estará protegido. Elena se levantó, sus ojos fríos como el acero. Yo protejo a mi hijo coronel, nadie más.
Estaré en esa gala, pero con mis condiciones. Y cuando todo esto termine, desapareceremos para siempre. Vega asintió reconociendo la determinación en su antigua agente. Hay algo más que debería saber, añadió mientras Elena se dirigía a la puerta. Creemos que Montero pudo estar involucrado en la muerte de Ricardo. Elena se detuvo sin volverse.
Eso ya lo sabía respondió en voz baja. Por eso estoy aquí. ¿Qué verdad oculta la muerte de Ricardo? ¿Y qué descubrió Martín en la mansión de los Montero que lo dejó tan alterado? Cuando Elena regresó a casa esa tarde, encontró a Martín hundido en el sofá con los ojos fijos en la televisión, aunque su mirada parecía estar a kilómetros de distancia.
¿Todo bien en el trabajo?, preguntó él sin apartar la vista de la pantalla. Lo normal”, respondió ella estudiando su lenguaje corporal. “¿Qué tal tu día?” Aburrido. Estudié un poco. Lucía llamó para ver si quería salir, pero no tenía ganas. Elena se sentó junto a él tomando el control remoto para bajar el volumen. “Martín, necesito que me digas la verdad.
¿Dónde estuviste anoche?” El chico palideció, pero mantuvo la compostura. Te lo dije en el cine con no estuviste en el cine”, le interrumpió Elena con firmeza. “Te vieron entrando a casa de los Monteros.” Martín la miró alarmado. “¿Me estás espiando? Estoy protegiéndote”, corrigió ella. “Y no puedo hacerlo si me mientes.” Un silencio tenso se instaló entre ellos.
Finalmente, Martín suspiró derrotado. “Fui porque no tuve opción”, confesó en voz baja. Javier amenazó con hacer que despidieran a algunos empleados de la cafetería del instituto si no iba. La madre de Luis, el chico que sirve los almuerzos, está enferma. No podía permitir que perdiera su trabajo por mi culpa. Elena sintió una mezcla de orgullo y preocupación.
Su hijo tenía el corazón de Ricardo. ¿Qué pasó allí? Martín dudó. Me hicieron servir bebidas, como dijeron, había gente importante, políticos, empresarios. Me trataron como como si fuera invisible. Su voz se quebró ligeramente, pero entonces, mientras servía en una sala privada, escuché algo.
Hablaban de unas pruebas de pacientes que habían respondido bien a un tratamiento experimental. Sonaba siniestro. ¿Viste a Alejandro Montero? Preguntó Elena intentando mantener un tono casual. Sí, es intimidante. Tiene los mismos ojos que Javier, fríos, calculadores. Cuando me vio escuchando, me llamó aparte.
Me dijo que tenía potencial, que no era como los otros chicos de la escuela. Me ofreció un trabajo de medio tiempo en una de sus clínicas. El estómago de Elena se contrajo. ¿Qué le respondiste? ¿Qué lo pensaría? Dijo Martín evitando su mirada. Y entonces Javier y sus amigos me encontraron en el jardín. Estaban bebidos. Dijeron que había estado husmeando, que mi lugar era con la servidumbre.
Me empujaron, me golpearon un poco. Nada grave, añadió rápidamente al ver la expresión de su madre. Elena respiró hondo, controlando su ira. Muéstrame a regañadientes. Martín levantó su camiseta revelando un feo moretón en las costillas. Elena lo examinó con ojo experto, asegurándose de que no hubiera fracturas. “¿Por qué no me lo contaste?”, preguntó con suavidad.
“Porque te conozco, mamá”, respondió Martín, mirándola directamente a los ojos. “Sé que no eres una simple consultora de seguridad. Las llamadas en mitad de la noche, tus viajes de negocios que coinciden con noticias de operativos policiales. No sé exactamente qué haces, pero sé que es peligroso y no quería no quería arrastrarte a esto. Elena se quedó inmóvil, sorprendida por la percepción de su hijo.
Durante años había creído que sus precauciones eran suficientes, que Martín vivía ajeno a la realidad de su trabajo. Soy tu madre, dijo finalmente, “Mi trabajo es protegerte, no al revés.” Y papá también quería protegernos, ¿verdad?, respondió Martín y la pregunta cayó entre ellos como una bomba. Por eso murió.
Elena sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Nunca habían hablado sobre las circunstancias reales de la muerte de Ricardo. Oficialmente había sido un accidente de tráfico. “Tu padre era un hombre valiente”, dijo cuidadosamente. “Demasiado valiente a veces.
” “¿Montero tuvo algo que ver?”, preguntó Martín conectando los puntos con una intuición que hizo que Elena se estremeciera. “Vi cómo reaccionaste cuando mencioné su nombre.” Y anoche en su estudio había una fotografía, un grupo de hombres en lo que parecía una expedición de casa. Papá estaba allí en la esquina. Elena cerró los ojos sintiendo que el pasado y el presente colisionaban de forma inevitable.
La foto que mencionaba Martín era de una operación encubierta en la Patagonia 7 años atrás. La última misión de Ricardo. Hay cosas que no puedo explicarte ahora. dijo finalmente, “Por tu seguridad, pero necesito que confíes en mí, Martín, y que te mantengas alejado de los Montero, tanto del Padre como del Hijo.
” “¿Vas a hacer algo, ¿verdad?”, preguntó él súbitamente alarmado. “Mamá, Alejandro Montero es poderoso. Si de verdad tuvo algo que ver con la muerte de papá, no voy a hacer nada imprudente”, le aseguró Elena, aunque ambos sabían que no era del todo sincera. Pero tampoco voy a permitir que te lastimen.
Esa noche, mientras Martín dormía, Elena revisó el contenido del compartimento secreto en el fondo de su armario. La vereta 92, meticulosamente mantenida, aunque no había sido disparada en años, descansaba junto a tres pasaportes con identidades diferentes y un fajo de euros. herramientas de una vida que había jurado dejar atrás, pero que nunca había abandonado del todo. Su teléfono vibró con un mensaje de Vega confirmado.
Montero en la gala del viernes. Tu invitación está en camino. Águila vuela de nuevo. Elena cerró el compartimento y se acercó a la ventana. La lluvia golpeaba contra el cristal, creando patrones que le recordaban al código morse que Ricardo le enseñó durante su entrenamiento, un mensaje del pasado llamándola. Por ti, Ricardo susurró a la noche, “Y por nuestro hijo.
¿Logrará Elena mantener a Martín alejado del peligroso juego en el que ella misma está a punto de sumergirse? ¿Y qué ocurrirá cuando Javier descubra que su víctima es hijo de una mujer entrenada para eliminar amenazas? El lunes por la mañana, el Instituto San Joaquín bullía con los rumores sobre la fiesta en casa de los Monteros.
Martín mantuvo la cabeza baja intentando pasar desapercibido mientras se dirigía a su primera clase. Martín. La voz de Lucía lo alcanzó en el pasillo. Te estuve llamando todo el fin de semana. ¿Dónde estabas ocupado? Respondió secamente sin detenerse. Lucía lo siguió frunciendo el ceño. Oye, ¿qué te pasa? Pareces diferente. Martín se detuvo mirándola por primera vez.
La preocupación en sus ojos era genuina. No es nada, suspiró. ¿Solo problemas en casa tiene que ver con lo que pasó en la fiesta? Preguntó ella en voz baja. Todo el mundo habla de ello. Martín palideció. ¿Qué saben? Solo que estuviste allí y que Javier y sus amigos te dejó la frase inconclusa, pero su expresión lo decía todo. Genial. murmuró Martín.
Ahora, además de el argentino, soy el chico al que golpearon en la fiesta. ¿No es así? Le aseguró Lucía. La gente está empezando a ver cómo es Javier realmente. Incluso Carmen, su novia, está molesta con él. Dice que fue demasiado lejos. Antes de que Martín pudiera responder, la presencia de Javier y sus amigos al final del pasillo captó su atención.
El grupo se dirigía directamente hacia ellos con expresiones que no auguraban nada bueno. “Vaya, vaya”, sonrió Javier con malicia. “Si es el camarero y su defensora, déjanos en paz, Javier”, dijo Lucía, colocándose ligeramente delante de Martín. “O qué llamarás a la profesora de literatura otra vez?”, se burló. “Mi padre preguntó por ti, argentino.
Le causaste una buena impresión. dice que tienes ojos observadores. Martín sintió un escalofrío. La forma en que Javier enfatizó aquellas palabras dejaba claro que no era un cumplido. “No me interesa trabajar para tu padre”, respondió con más firmeza de la que sentía. La sonrisa de Javier se desvaneció. No era realmente una oferta que pudiera rechazar.
“Mi padre consigue lo que quiere siempre.” Mi madre dice lo mismo,”, replicó Martín sosteniéndole la mirada. Algo cambió en la expresión de Javier, una chispa de reconocimiento seguida de incertidumbre. “¿Tu madre, ¿cómo se llama?” “Elena Herrera”, respondió Martín percibiendo el cambio en la atmósfera. Trabaja en farmacéutica Santiago. El color abandonó el rostro de Javier.
por primera vez parecía genuinamente desconcertado. “Herrera”, repitió intercambiando una mirada con Raúl. La consultora de seguridad, Martín, asintió confundido por la reacción. “¿La conoces?” Javier recuperó la compostura, pero su arrogancia habitual había sido reemplazada por algo más cauto, más calculador. Mi padre mencionó ese nombre. Interesante coincidencia.
El timbre sonó salvando a Martín de tener que responder. Javier y sus amigos se alejaron, pero no sin antes lanzarle una última mirada cargada de significado. ¿Qué fue eso?, preguntó Lucía cuando estuvieron solos. No lo sé, respondió Martín sintiendo que las piezas de un puzzle mayor comenzaban a encajar.
Pero creo que acabo de descubrir algo importante. Durante el resto del día, Martín notó un cambio sutil en la actitud de Javier. Las burlas habían cesado, reemplazadas por una vigilancia distante que resultaba casi más inquietante. Varias veces lo sorprendió hablando por teléfono en rincones apartados, con expresión seria y voz contenida.
En la última hora, mientras recogía sus cosas para marcharse, encontró una nota doblada en su taquilla. Tu madre no es quien crees. Pregúntale por operación matador. ¿Podrías salvarte la vida? La caligrafía era elegante, adulta, no de Javier, sino de alguien mayor. El estómago de Martín se contrajo con un presentimiento ominoso.
Al salir del instituto, un coche negro con cristales tintados esperaba en la acera. La ventanilla del conductor bajó lo suficiente para que Martín viera un rostro familiar. El chóer de Alejandro Montero, el mismo hombre que lo había recogido la noche de la fiesta. Joven Herrera saludó con formalidad. El señor Montero desea hablar con usted. Martín retrocedió instintivamente.
Mi madre me espera en casa. Su madre está ocupada en una reunión con el coronel Vega”, respondió el chóer con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. “Puede comprobarlo.” Con manos temblorosas, Martín sacó su teléfono y marcó el número de Elena. Después de varios tonos, saltó el buzón de voz. Intentó de nuevo con el mismo resultado.
¿Qué quiere de mí?, preguntó intentando que su voz no traicionara su miedo, solo hablar sobre su padre Ricardo Herrera y sobre cómo realmente murió. Martín sintió que el mundo se detenía a su alrededor. La mención de su padre, la nota en su taquilla, la extraña reacción de Javier, todo convergía en este momento. 5 minutos dijo el chófer.
Eso es todo lo que pide el señor Montero. Después lo llevaremos a casa. Tiene mi palabra. Contra todo instinto de supervivencia, contra todo lo que su madre le había enseñado sobre no confiar en extraños, Martín dio un paso hacia el coche. Algunas verdades valían el riesgo. Martín, no. El grito de Lucía lo detuvo a medio camino.
Ella corría hacia él agitando su teléfono. Es una trampa. Tu madre acaba de llamarme. Dice que corras. El chóer maldijo arrancando el coche con un chirrido de neumáticos. Martín retrocedió justo cuando el vehículo aceleraba, pasando peligrosamente cerca de él. “¿Mi madre te llamó?”, preguntó incrédulo cuando Lucía llegó a su lado.
“Sí”, respondió ella jadeando hace 5 minutos. Dijo que no confiaras en nadie relacionado con los Montero, que es peligroso. ¿Qué está pasando, Martín? Martín miró el coche negro desaparecer en la distancia, sintiendo que su mundo comenzaba a desmoronarse. No lo sé, Lucía, pero creo que estoy en medio de algo mucho más grande y peligroso de lo que imaginaba.
Lo que no sabían era que desde un edificio cercano alguien observaba toda la escena a través de unos prismáticos de alta potencia. El coronel Vega bajó los binoculares y habló por su comunicador. Águila, el nido ha sido comprometido. Montero va tras el polluelo. Repito, Montero va tras tu hijo.
¿Quién está diciendo la verdad sobre la muerte de Ricardo? ¿Por qué Alejandro Montero está tan interesado en Martín? Y ahora que el juego ha quedado al descubierto, ¿podrá Elena proteger a su hijo sin revelarle la oscuridad de su pasado? La tarde se transformó en un borrón de movimientos precisos y decisiones rápidas. Lucía, con una calma que sorprendió al propio Martín, lo guió por callejones y pasajes hasta llegar a una cafetería en el extremo opuesto de donde el coche negro había desaparecido.
“Ahora vas a explicarme qué está pasando”, exigió ella mientras se sentaban en una mesa del fondo, desde donde podían ver la entrada y la calle. Martín la miró dividido entre la confusión y una creciente sospecha. ¿Cómo conseguiste el número de mi madre? Nunca te lo di. Lucía suspiró evidentemente incómoda.
Tu madre me contactó hace dos semanas, poco después de que llegaras al instituto. Me pidió que te vigilara. ¿Qué? La incredulidad dio paso a la indignación. ¿Has estado fingiendo ser mi amiga porque mi madre te lo pidió? No, respondió ella con firmeza. Al principio solo accedí a mantener un ojo sobre ti porque me pareció que estabas solo y Javier ya había empezado a acosarte.
Pero nuestra amistad es real, Martín. Te lo juro. Martín se hundió en su asiento procesando esta nueva traición. ¿Quién eres realmente, Lucía? ¿También trabajas para la agencia? ¿Qué agencia?, preguntó ella. Y su confusión parecía genuina. Tu madre solo me dijo que era consultora de seguridad y que estaba preocupada por ti.
Mencionó algo sobre un caso en el que estaba trabajando que podría tener repercusiones en la escuela. Antes de que Martín pudiera responder, su teléfono vibró. Un mensaje de un número desconocido. No vayas a casa, dirígete a la estación de Atocha, taquilla 42. Usa la llave que encontrarás en tu mochila. Bolsillo lateral. Mamá, ¿cuándo puso una llave en mi mochila? Murmuró buscando frenéticamente en los compartimentos.
Efectivamente, en un bolsillo que raramente usaba, encontró una pequeña llave con un número grabado, 42. Mostró el mensaje a Lucía. “¿Crees que es realmente de mi madre?” Lucía examinó el texto. Parece su estilo. Directo, sin explicaciones. “¿Qué hacemos? Hacemos. Martín levantó una ceja. No voy a arrastrarte a esto. Sea lo que sea.
Ya estoy dentro, respondió ella con determinación. Además, dos pares de ojos ven más que uno y alguien tiene que asegurarse de que no te metas en más problemas. A pesar de la situación, Martín sonríó. Bien, vamos a Atocha. Lo que ninguno de los dos notó fue la figura solitaria que los observaba desde la barra.
Aparentemente absorta en su periódico, el hombre de aspecto anodino, tocó discretamente su oreja y susurró, “Los objetivos se dirigen a Atocha. Procedo según el plan. ¿Quién es este misterioso observador? ¿Trabaja para Montero, para Vega o para alguien más? ¿Y qué les espera a Martín y Lucía en la estación de Atocha? La estación bullía con la actividad normal de una tarde de lunes.
Martín y Lucía se movieron entre la multitud intentando parecer dos estudiantes más regresando a casa. Encontraron la zona de consignas automáticas y localizaron la número 42. ¿Estás seguro de esto?, preguntó Lucía, mirando nerviosamente a su alrededor. Martín introdujo la llave con dedos temblorosos. No, pero no tenemos muchas opciones.
La puerta de metal se abrió revelando una mochila negra. Martín la sacó rápidamente y la abrió con cautela. En su interior encontró un sobre, un pequeño dispositivo electrónico que reconoció como un teléfono descartable y algo que le heló la sangre. Una pistola. Dios mío, susurró Lucía pálida. Tu madre es no lo sé, la interrumpió Martín cerrando rápidamente la mochila.
Vamos a un lugar más privado. Encontraron un rincón relativamente tranquilo en una cafetería dentro de la estación. Martín abrió el sobre con cuidado. Contenía dos pasaportes y una nota manuscrita. Martín, si estás leyendo esto, la situación se ha complicado más de lo previsto. Los pasaportes son para emergencias extremas. El teléfono tiene un único número programado.
Llámame en cuanto estés seguro. No uses tu teléfono normal. Confía en Lucía. Está entrenada. Te quiero, mamá. Entrenada. Martín miró a Lucía con renovada sospecha. Ella parecía tan sorprendida como él. No sé a qué se refiere. Solo hice un curso de defensa personal el verano pasado. Nada especial.
Martín examinó uno de los pasaportes. Tenía su foto, pero un nombre diferente. Miguel Salazar, nacionalidad mexicana. El otro era para una tal Ana Salazar con la foto de Lucía. Esto es una locura, murmuró. Mi madre ha estado preparándose para algo así durante años. Martín”, dijo Lucía con voz tensa, “no quiero alarmarte, pero el hombre de la mesa junto a la puerta nos ha estado observando desde que llegamos.
” Sin girar bruscamente, Martín dirigió su mirada hacia donde indicaba Lucía. Un hombre de mediana edad con un periódico fingía leer mientras los miraba por encima del borde. “Y hay otro en la barra”, añadió ella en voz baja. Chaqueta azul auricular apenas visible. ¿Cómo lo sabes? Preguntó Martín impresionado por su observación. Mi padre es policía respondió simplemente.
Me enseñó a anotar ciertas cosas. Creo que deberíamos movernos. Recogieron sus cosas con calma estudiada y se dirigieron a las salidas. Martín encendió el teléfono descartable, pero antes de que pudiera marcar, notó que los dos hombres que Lucía había identificado también se levantaban. Nos siguen”, susurró. “Necesitamos perdernos entre la multitud.
Por aquí,”, indicó Lucía, tomando su mano y guiándolo hacia la zona de Andenes. “Mi padre tiene un amigo que trabaja como revisor en la línea a Valencia, quizás pueda ayudarnos.” Aceleraron el paso mezclándose con un grupo de turistas que se dirigían al Andén 7. Los perseguidores también aumentaron su ritmo ya sin molestarse en disimular.
No vamos a conseguirlo”, murmuró Martín sintiendo que el pánico comenzaba a apoderarse de él. En ese momento, el teléfono en su mano vibró. Un mensaje. Andén 5, tren a Barcelona, vagón 3. Ya. Sin detenerse a pensar, cambió de dirección arrastrando a Lucía con él. “Vamos, ¿qué haces?”, protestó ella mientras corrían.
Confiar en mi madre”, respondió él justo cuando el silvato anunciaba la inminente salida del tren. Llegaron al vagón tres cuando las puertas empezaban a cerrarse. Con un último esfuerzo saltaron dentro. Las puertas se cerraron tras ellos y el tren comenzó a moverse. A través de la ventana vieron a los dos hombres llegar al andén. frustración evidente en sus rostros mientras el convoy se alejaba.
Eso estuvo cerca, suspiró Lucía recuperando el aliento. Martín asintió demasiado agitado para hablar. Cuando finalmente logró calmarse, marcó el único número guardado en el teléfono. “Estamos en el tren”, dijo en cuanto respondieron. “Mamá, ¿no es tu madre, Martín?”, respondió una voz masculina que le resultó vagamente familiar. Soy el coronel Vega.
Tu madre está indispuesta en este momento, pero estás siguiendo sus instrucciones, que es lo importante. ¿Dónde está mi madre? Exigió Martín sintiendo que la sangre se le helaba en las venas. Está infiltrada en una operación delicada. No puedo darte más detalles por este medio, pero necesito que sigas exactamente mis instrucciones si quieres volver a verla.
Martín intercambió una mirada con Lucía, quien se había acercado para escuchar la conversación. ¿Cómo sé que puedo confiar en usted? Preguntó con cautela. Tu nombre completo es Martín Ricardo Herrera Suárez. Naciste en Buenos Aires el 14 de marzo de 2009. Tu comida favorita son las empanadas de carne que tu madre prepara cada año en tu cumpleaños, siguiendo la receta de tu abuela Sofía.
Y cuando tenías 7 años, tu padre te regaló un telescopio que aún guardas en el armario de tu habitación. Martín sintió un nudo en la garganta. Nadie, excepto su madre, conocía esos detalles. ¿Qué quiere que hagamos?, preguntó, rindiéndose a la inevitabilidad de su situación. En Barcelona busca a un hombre llamado Gabriel Ortiz.
Es dueño de una tienda de antigüedades en el barrio gótico. Él te dará más instrucciones. Y Martín, ten cuidado con Lucía Mendoza. No todo el mundo es quien dice ser. La llamada se cortó, dejando a Martín mirando fijamente a su amiga, cuyo rostro reflejaba la misma incertidumbre y miedo que él sentía. ¿Qué dijo?, preguntó ella con nerviosismo. Martín dudó las últimas palabras de Vega resonando en su mente.
Que vamos a Barcelona, respondió finalmente, decidiendo guardar para sí la advertencia sobre Lucía y que alguien nos esperará allí. Mientras el tren atravesaba la campiña española, Martín miraba por la ventana preguntándose en qué momento su vida había dado un giro tan drástico.
Hace apenas un día, su mayor preocupación era evitar a Javier y sus amigos en los pasillos del instituto. Ahora estaba huyendo con pasaportes falsos, una pistola en la mochila y sin saber si volvería a ver a su madre. ¿En qué piensas? preguntó Lucía interrumpiendo sus reflexiones. En mi padre, respondió con sinceridad. Murió cuando yo tenía 10 años.
Siempre creí que había sido un accidente de tráfico, pero ahora, ahora no sé qué creer. Lucía tomó su mano dándole un apretón reconfortante. Lo descubriremos juntos. Martín asintió agradecido por su presencia, pero no pudo evitar que una semilla de duda se plantara en su mente. ¿Realmente podía confiar en ella? A medida que el paisaje cambiaba fuera de la ventana, una pregunta persistía por encima de las demás.
¿Dónde estaba Elena ahora? ¿Y contra qué o quién estaba luchando? ¿Está Lucía realmente de su lado? ¿Qué secretos guarda el misterioso Gabriel Ortiz en Barcelona? Y cuál es la verdadera relación entre Elena y el poderoso Alejandro Montero. Mientras tanto, a cientos de kilómetros de distancia, en una lujosa mansión en las afueras de Madrid, Elena Herrera observaba a través de unos monitores como su hijo y Lucía subían al tren.
Una mezcla de orgullo y preocupación se reflejaba en su rostro. Tu hijo tiene buenos instintos”, comentó Alejandro Montero sentado cómodamente al otro lado de la habitación. Y su amiga también interceptaron a mis hombres con sorprendente eficacia. Elena se volvió hacia él, su expresión impenetrable. “Deja a mi hijo fuera de esto, Alejandro.
Nuestro asunto es entre tú y yo.” Montero sonríó, una expresión que no alcanzaba sus ojos fríos. Por el contrario, Elena, tu hijo es precisamente la razón por la que estamos aquí. O debería decir el hijo de Ricardo. No pronuncies su nombre, siseó ella, la furia apenas contenida en su voz.
Ricardo y yo éramos amigos, ¿sabes?, continuó él ignorando su advertencia. antes de que decidiera que su conciencia valía más que nuestra amistad, antes de que descubriera lo que realmente estábamos desarrollando en las clínicas. Amigos, Elena dejó escapar una risa amarga. Lo traicionaste, lo enviaste a una trampa. Le di una opción, corrigió Montero.
La misma que te estoy dando a ti ahora. Únete a mí, Elena. Lo que estamos creando cambiará el mundo. El control mental no es solo una fantasía de películas de espías. Estamos a punto de perfeccionar un compuesto que puede reprogramar la mente humana, eliminar el dolor, el miedo, la desobediencia.
Imagina un mundo sin crimen, sin rebelión, sin sufrimiento. Un mundo de esclavos respondió ella con disgusto. Un mundo de orden corrigió él. y tú podrías ser parte de ello, tú y tu hijo. Elena mantuvo su expresión neutra, aunque por dentro la repulsión amenazaba con desbordarla. ¿Por qué, mi hijo? ¿Qué tiene que ver Martín en todo esto? Montero se levantó acercándose a uno de los monitores donde el rostro de Martín se veía claramente porque él heredó algo muy especial de su padre, algo que hace que su cerebro sea único. Tocó la pantalla casi con reverencia. Ricardo no
murió en un accidente, Elena. Murió porque descubrimos que su estructura cerebral era resistente a nuestros compuestos. una anomalía genética fascinante que, según nuestros estudios, tiene un 50% de probabilidades de transmitirse a su descendencia. Elena sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
Durante años había creído que Ricardo fue asesinado por descubrir los experimentos de Montero. Nunca imaginó que él mismo hubiera sido uno de los sujetos. Lo drogaste”, susurró. Las piezas encajando en un horrible puzzle. Todas esas expediciones de casa, esas reuniones nocturnas. Estabas experimentando con él. Preferimos el término pruebas voluntarias”, sonríó Montero.
Ricardo no sabía exactamente qué estaba probando, por supuesto, pero accedió a tomar lo que él creía que eran suplementos vitamínicos experimentales. Cuando descubrimos su inmunidad natural, intentamos convencerlo para estudios más profundos. Se negó. Intentó exponer nuestro proyecto. Fue desafortunado. Lo asesinaste. La voz de Elena era apenas audible, estrangulada por la rabia y el dolor.
“Técnicamente fue uno de los guardias durante su intento de fuga”, aclaró Montero con despreocupación. “Pero eso ya es historia antigua. Lo importante ahora es tu hijo. Necesitamos estudiar su cerebro, comprender cómo funciona esa resistencia genética. Con esa información podríamos perfeccionar nuestro compuesto, hacerlo verdaderamente universal.
Y por eso enviaste a Javier a acosarlo”, dedujo Elena, las piezas encajando en un patrón siniestro para atraerlo a tu casa, para tomar muestras. Mi hijo tiene sus propios problemas”, reconoció Montero, pero resultó útil en este caso. Las bebidas que Martín sirvió en la fiesta contenían un agente que nos permitió obtener una lectura preliminar de su actividad cerebral. Los resultados fueron y prometedores.
Elena sintió una oleada de náusea ante la idea de que hubieran drogado a su hijo sin su conocimiento. No te saldrás con la tuya, Alejandro. Vega y la agencia ya están tras tu pista. Montero soltó una carcajada genuinamente divertida. Vega, el mismo Vega que ha estado financiando mis investigaciones durante los últimos 5 años.
El que me advirtió sobre tu regreso a Madrid. Mi querida Elena, ¿realmente crees que la agencia no sabe lo que estamos haciendo? La revelación golpeó a Elena como un puñetazo físico. No, Vega no haría eso. Todos los gobiernos quieren lo mismo, Elena, control. Mi compuesto les da exactamente eso. Montero consultó su reloj.
En este momento, tu hijo y su encantadora amiga están siguiendo instrucciones que creen que vienen de ti o de Vega. En realidad, los están guiando directamente a una de nuestras instalaciones en Barcelona. Maldito seas. Elena se lanzó hacia él, pero dos guardias aparecieron instantáneamente, sujetándola con firmeza. Siempre tan impulsiva suspiró Montero. Otra característica que espero que Martín no haya heredado.
Verás, necesitamos que su cerebro esté intacto para nuestros estudios. Si le tocas un solo pelo”, comenzó ella luchando contra los guardias. “No tienes posición para amenazar, Elena”, la interrumpió él. “Pero te ofrezco un trato. Coopera con nosotros. Ayúdanos a entender la anomalía genética de tu familia y prometo que Martín no sufrirá.
Lo trataremos como el valioso recurso científico que es.” Elena dejó de forcejear, su mente trabajando a toda velocidad. Necesitaba tiempo, necesitaba un plan. ¿Y si me niego?, preguntó, aunque ya conocía la respuesta. Entonces nos las arreglaremos sin ti, respondió Montero con una frialdad que heló la sangre de Elena.
Y te aseguro que nuestros métodos de investigación pueden ser bastante invasivos. Elena cerró los ojos recordando el entrenamiento para situaciones de captura. Primera regla. ganar tiempo. Segunda, hacer que tu captor te vea como un activo, no como una amenaza. ¿De acuerdo? Dijo finalmente cooperaré, pero quiero ver a mi hijo primero, asegurarme de que está bien, todo a su debido tiempo.
Sonríó Montero, satisfecho con su aparente rendición. Por ahora disfrutarás de nuestra hospitalidad. Tenemos una habitación preparada para ti. Mientras los guardias la escoltaban fuera, Elena mantuvo su expresión derrotada. Lo que Montero no sabía era que al tocar a su hijo había cometido el error más grave de su vida. Porque si había algo más peligroso que una asesina entrenada, era una madre dispuesta a todo para proteger a su hijo. Y Elena era ambas cosas.
¿Podrá Elena escapar y advertir a Martín sobre la trampa? ¿Es Vega realmente un traidor o hay algo más en esta compleja red de engaños? ¿Y qué descubrirán Martín y Lucía en Barcelona? El tren se detuvo en la estación de Barcelona Sans, poco después del anochecer. Martín y Lucía descendieron con cautela, mezclándose con la multitud de viajeros.
Barcelona pulsaba con una energía diferente a la de Madrid, más caótica, más vibrante. ¿Ahora qué?, preguntó Lucía ajustándose la mochila al hombro. Martín recordó las instrucciones. Buscar una tienda de antigüedades en el barrio gótico. El dueño se llama Gabriel Ortiz. Eso es todo. Sin dirección exacta.
Eso es todo. Confirmó él encogiéndose de hombros. Tomaron el metro hasta Plaza Cataluña y caminaron hacia el laberíntico barrio gótico. Las estrechas calles medievales, normalmente encantadoras para los turistas, ahora parecían amenazantes, llenas de sombras y posibles peligros. Después de casi una hora de búsqueda, cuando el cansancio y la frustración comenzaban a hacer mellya, encontraron un pequeño establecimiento con un discreto letrero, Antigüedades Ortiz.
Desde 1876 parece cerrado, observó Lucía señalando las persianas bajadas y el cartel de vuelvo en 10 minutos, que a juzgar por la capa de polvo, llevaba allí mucho más tiempo. Martín se acercó y golpeó suavemente la puerta. No hubo respuesta. Volvió a intentarlo, esta vez con más fuerza. Silencio.
¿Y ahora qué? Suspiró Lucía. Esperamos toda la noche. Martín examinó la fachada del edificio notando una cámara de seguridad casi invisible en la esquina superior. Miró directamente hacia ella y dijo en voz alta, “Soy Martín Herrera. Busco a Gabriel Ortiz. Mi madre es Elena Herrera. Durante varios segundos no ocurrió nada. Luego un casi imperceptible click en la cerradura.
La puerta se abrió ligeramente. “Entren”, ordenó una voz ronca desde el interior, rápido y sin hacer ruido, intercambiando una mirada de aprensión, ambos obedecieron. El interior de la tienda era un laberinto de antigüedades, relojes de péndulo, muebles de época, libros antiguos y curiosidades de todo tipo.
Entre las sombras, apenas iluminado por una lámpara de escritorio, un hombre mayor los observaba. Tenía el cabello blanco, un rostro curtido por el tiempo y unos ojos intensamente azules que parecían atravesarlos. “¿Te pareces a tu padre?”, dijo finalmente dirigiéndose a Martín. “Tiene sus ojos.” “¿Conoció a mi padre?”, preguntó Martín sorprendido.
Ricardo y yo trabajamos juntos en la agencia hace muchos años, respondió Gabriel cerrando cuidadosamente la puerta y asegurándola con varios cerrojos antes de que yo decidiera retirarme y antes de que él se interrumpió como si reconsiderara sus palabras antes de su muerte.
¿Usted sabe cómo murió realmente? Martín dio un paso adelante ansioso por respuestas. Gabriel lo estudió en silencio por un momento. Esa es una conversación para otro momento. Ahora mismo lo importante es mantenerte a salvo a ti y a tu amiga. Su mirada se posó en Lucía, evaluándola con frialdad profesional. Lucía Mendoza, hija de Carlos Mendoza, inspector de la Policía Nacional y de Marta Ruiz, quien casualmente trabaja como enfermera en una de las clínicas psiquiátricas de Alejandro Montero.
Interesante coincidencia, ¿no crees? Lucía palideció. ¿Cómo sabe eso? Mi trabajo es saber cosas, respondió simplemente antes de volverse hacia Martín. La pregunta es, ¿confías en ella? Martín miró a Lucía viendo la confusión y el miedo en sus ojos.
A pesar de las advertencias de Vega, a pesar de las nuevas revelaciones, algo en su interior insistía en que podía confiar en ella. “Sí”, respondió firmemente. “Confío en ella.” Gabriel asintió como si la respuesta confirmara algo. Entonces seguiremos juntos, pero antes necesito que me entregues el arma que llevas en la mochila. Martín se tensó. ¿Cómo sabe? Es protocolo estándar de Elena. Lo interrumpió Gabriel.
Siempre incluye protección en sus paquetes de emergencia, pero tú no estás entrenado para usarla y en tus manos es más un peligro que una ventaja. Con reticencia, Martín. sacó la pistola y se la entregó. Gabriel la examinó brevemente antes de guardarla en un cajón de su escritorio. “Ahora tomad asiento. Tenemos mucho que discutir y poco tiempo” les indicó unas sillas junto a una mesita en la trastienda. Mientras se acomodaban, Gabriel preparó tres tazas de té en una antigua tetera de plata.
“Tu madre está en peligro”, comenzó sin preámbulos entregándoles las humeantes tasas. Ha sido capturada por Alejandro Montero. ¿Qué? Martín casi derramó su té. ¿Cómo lo sabe? ¿Cuándo ocurrió? Tengo mis fuentes respondió Gabriel. Y ocurrió esta mañana. Se entregó voluntariamente. ¿Por qué haría eso? Preguntó Lucía, incrédula.
Para proteger a Martín. Gabriel fijó su mirada en el joven. Montero quiere algo de ti, algo que has heredado de tu padre, una anomalía genética que hace que tu cerebro sea resistente a ciertos compuestos químicos. Compuestos que Montero ha estado desarrollando durante años para controlar la mente humana.
Martín sintió que la habitación giraba a su alrededor. Eso es eso es ciencia ficción. Ojalá lo fuera. suspiró Gabriel. Tu padre lo descubrió mientras trabajaba infiltrado en la organización de Montero. Cuando intentó exponer los experimentos, lo silenciaron. Pero antes logró enviar evidencia a varios contactos seguros. Yo era uno de ellos.
Se levantó con cierta dificultad y se acercó a un cuadro en la pared. Lo movió revelando una caja fuerte que abrió con habilidad. Del interior extrajo un pequeño dispositivo de almacenamiento USB. Aquí está todo. Documentos, grabaciones, fórmulas químicas, la prueba de lo que Montero ha estado haciendo durante décadas y también hizo una pausa dramática, la verdad sobre lo que le pasó a tu padre.
Martín extendió la mano temblorosa hacia el dispositivo, pero Gabriel lo retiró. Aún no. Primero, necesitamos un plan. Montero cree que estáis siguiendo instrucciones que os llevarán a una de sus instalaciones en Barcelona. Está esperando que caigáis en su trampa, pero las instrucciones venían de Vega. Protestó Martín.
El coronel Vega, el jefe de mi madre. Gabriel soltó una risa seca. Vega lleva años en la nómina de Montero. La agencia está comprometida hasta los cimientos. ¿Por qué crees que tu madre se mantuvo alejada tanto tiempo? ¿Por qué os mudasteis constantemente durante tu infancia? Las revelaciones golpeaban a Martín como oleadas sucesivas, cada una más devastadora que la anterior.
¿Quién está de nuestro lado entonces? Nosotros, respondió Gabriel simplemente, tu madre, yo, algunos antiguos agentes que se retiraron cuando comenzaron a sospechar lo que estaba ocurriendo. Y quizás miró a Lucía, algunos aliados inesperados. “Mi madre no sabe nada de esto”, dijo Lucía rápidamente. “Ella solo es enfermera, cuida a los pacientes, no tiene idea de los experimentos.
Tal vez, concedió Gabriel, o tal vez sea otra pieza en el tablero de Montero. Es difícil saberlo con certeza. Se volvió hacia Martín. Lo que sí sabemos es que tu madre tiene un plan. Elena nunca se habría entregado sin una estrategia de escape y contraataque. ¿Y cómo sabremos cuál es ese plan? Preguntó Martín sintiendo que se ahogaba en un mar de conspiraciones e incertidumbre.
Gabriel sonríó por primera vez. Un gesto que transformó su rostro austero en algo casi afectuoso porque te dejó pistas. Por supuesto, Elena y Ricardo desarrollaron un código secreto cuando trabajaban juntos basado en vuestra historia familiar. Algo que solo tú podrías descifrar. No sé de qué habla, respondió Martín confundido.
Mi madre nunca mencionó ningún código. Piensa, insistió Gabriel, algo inusual en las instrucciones que te dio algún detalle que te pareció extraño. Martín cerró los ojos intentando recordar cada detalle de los mensajes de su madre. La llave, la taquilla 42, el teléfono descartable, el número, dijo de repente abriendo los ojos. La taquilla 42 no puede ser coincidencia.
¿Qué significa? Preguntó Lucía. El cumpleaños de mi padre, explicó Martín sintiendo que una pieza encajaba. 4 de febrero, 42. y la contraseña del teléfono. Intenté desbloquearlo en el tren, pero no sabía el código. Sacó el dispositivo y probó. 0402. La pantalla se desbloqueó revelando un único archivo de audio. Reproduce el mensaje, indicó Gabriel inclinándose hacia adelante con anticipación. Martín pulsó el botón de reproducción.
La voz de Elena, clara y controlada llenó la pequeña habitación. Martín, si estás escuchando esto, significa que has encontrado a Gabriel y estás a salvo por ahora. No confíes en Vega, está trabajando con Montero. Lo que te voy a pedir ahora va en contra de todo lo que te he enseñado, pero es la única manera de detenerlos.
Necesito que vayas al lugar donde tu padre te llevaba a ver las estrellas. Allí encontrarás lo que necesitas para terminar. lo que él empezó. Gabriel entenderá. Te quiero, hijo mío, más que a nada en este mundo. Recuerda quién eres, una herrera como tu padre. Y los herrera nunca abandonan a los suyos.
El mensaje terminó dejando un silencio cargado de emoción. Martín tenía lágrimas contenidas en los ojos. El observatorio susurró finalmente en las afueras de Barcelona. Papá me llevaba allí cuando visitábamos a su amigo astrónomo. Decía que era el mejor lugar para ver las estrellas. Gabriel asintió una chispa de reconocimiento en su mirada. El observatorio Fabra.
Ricardo y yo establecimos un punto seguro allí hace años. Elena debe haber mantenido el contacto con Sebastián, el viejo astrónomo. ¿Qué encontraremos allí? Preguntó Lucía. No lo sé con certeza. respondió Gabriel. Pero si Elena lo ha preparado, será exactamente lo que necesitamos. Se levantó con decisión renovada. Debemos irnos ahora.
Si Montero ha comprometido a Vega, no tardarán en rastrear vuestra llegada a Barcelona. ¿Cómo llegaremos al observatorio? preguntó Martín, consciente de que estaba en una ciudad desconocida, perseguido por fuerzas que apenas comenzaba a comprender. “Tengo un coche”, respondió Gabriel dirigiéndose hacia un armario del que extrajo tres chaquetas oscuras. “Poneos esto, las noches en la montaña son frías.
” Mientras se preparaban para salir, Martín notó que Gabriel sacaba la pistola del cajón y la guardaba en su cinturón bajo la chaqueta. Pensé que dijo que era peligrosa”, comentó con aprensión. “En manos inexpertas, “Sí”, respondió el anciano con una mirada que revelaba un pasado que Martín solo podía imaginar.
“Pero yo llevaba usando una de estas antes de que tus padres aprendieran a caminar.” Se dirigieron a la puerta trasera de la tienda que daba a un callejón estrecho donde un viejo Citroen esperaba en las sombras. Gabriel les indicó que subieran mientras comprobaba que nadie los observaba.
“Hay algo que no entiendo”, dijo Lucía cuando Gabriel tomó el volante. “¿Por qué Elena envió a Martín a Madrid si sabía que Montero estaba allí? ¿Por qué ponerlo en peligro?” Gabriel arrancó el coche antes de responder porque no tenía elección. El compuesto que Montero ha estado desarrollando estaba casi perfeccionado. Solo faltaba resolver el problema de la resistencia genética, la anomalía que Ricardo y potencialmente Martín poseen.
Elena necesitaba actuar antes de que Montero pudiera lanzar su producto al mercado global. “¿Está diciendo que mi madre me usó como cebo seo?”, preguntó Martín sintiendo una punzada de traición. No, respondió Gabriel con firmeza. Te usó como la llave que abriría la puerta que tu padre intentó cerrar con su vida. Hay una diferencia fundamental.
Mientras el coche se alejaba del centro histórico hacia las montañas que rodeaban Barcelona, un silencio contemplativo se instaló entre ellos, cada uno perdido en sus pensamientos, procesando las revelaciones y preparándose para lo que estaba por venir. Lo que ninguno notó fue el dron minúsculo que seguía su trayectoria desde las alturas, transmitiendo su posición en tiempo real a un centro de operaciones donde un sonriente Alejandro Montero observaba su progreso en una pantalla.
“Exactamente como lo planeamos”, comentó Montero a Elena, quien permanecía inmóvil junto a él. Su rostro una máscara impenetrable. Tu hijo es tan predecible como lo era su padre. No conoces a mi hijo respondió ella con voz fría. Ni conocías realmente a Ricardo. Pronto lo sabré todo sobre ambos.
Sonríó Montero sin percibir el destello de determinación en los ojos de Elena, un destello que habría reconocido como peligroso si hubiera prestado más atención. Porque mientras Montero creía tener todos los hilos en sus manos, Elena había puesto en marcha un plan años atrás, un plan cuyas semillas había plantado en la mente de su hijo a través de historias, recuerdos y lecciones aparentemente inocentes. Y ahora esas semillas estaban a punto de florecer.
Giro inesperado. El camino hacia el observatorio Fabra serpenteaba por la montaña del Tibidabo, ofreciendo vistas espectaculares de Barcelona iluminada en la noche. Gabriel conducía con la confianza de quien conoce cada curva, mientras Martín escudriñaba la oscuridad buscando el edificio que recordaba de su infancia.
Allí señaló finalmente cuando la silueta del histórico observatorio se recortó contra el cielo estrellado. Gabriel apagó los faros y se desvió por un camino lateral oculto entre la vegetación. Iremos a pie desde aquí, menos visible. Descendieron del vehículo y comenzaron a ascender por un sendero apenas visible. Martín sentía cada latido de su corazón, cada respiración con una intensidad desconocida.
Era como si su cuerpo entero estuviera en sintonía con la gravedad del momento. Cuando alcanzaron la parte trasera del observatorio, Gabriel los detuvo con un gesto. “Esperad aquí”, susurró sacando su pistola. Voy a comprobar que sea seguro, no? Respondió Martín con una firmeza que sorprendió incluso a sí mismo. Mi madre dejó esto para mí.
Debo ser yo quien entre primero. Gabriel lo estudió durante un largo momento antes de asentir. Tienes el espíritu de tu padre, dijo finalmente entregándole la pistola. Mantén el dedo fuera del gatillo a menos que estés dispuesto a disparar. Martín tomó el arma con manos sorprendentemente firmes.
El peso del metal, frío y sólido, era extrañamente reconfortante, como si una parte de él, una parte que había permanecido dormida durante años, despertara finalmente. “Quédate con Lucía”, indicó a Gabriel. “Si no regreso en 10 minutos marchados.” Martín, no, protestó Lucía agarrando su brazo. Es demasiado peligroso.
Él la miró viendo preocupación genuina en sus ojos. Necesito hacer esto, respondió simplemente. Por mi madre, por mi padre, por mí. Antes de que pudieran detenerlo, Martín avanzó hacia el edificio. La puerta trasera estaba entreabierta como si alguien lo estuviera esperando. Con la pistola en alto, tal como había visto en innumerables películas, entró en la penumbra del antiguo observatorio.
El interior estaba en silencio, iluminado solo por la luz de las estrellas que se filtraba a través de la cúpula abierta. El telescopio principal, una magnífica pieza de ingeniería de otra época apuntaba hacia el cielo nocturno. Martín avanzó cautelosamente, sus pasos resonando en el suelo de mármol. Sebastián llamó en voz baja. Soy Martín Herrera, hijo de Ricardo y Elena.
Un movimiento en las sombras captó su atención. se giró rápidamente apuntando la pistola hacia la fuente del sonido. “Baja eso antes de que lastimes a alguien”, dijo una voz familiar que heló la sangre de Martín, especialmente a ti mismo.
De entre las sombras emergió Javier Montero con las manos alzadas en gesto de rendición, pero con una sonrisa confiada en el rostro. Javier. Martín mantuvo el arma apuntando hacia él, aunque su mano comenzó a temblar. ¿Qué haces aquí? Lo mismo que tú, respondió Javier dando un paso hacia la luz. Parecía diferente, más serio, más maduro que el matón escolar que Martín conocía. Buscando respuestas.
No te acerques más, advirtió Martín intentando que su voz sonara amenazante. ¿Qué? ¿Vas a dispararme? Javier negó con la cabeza. No lo harás. No eres un asesino, Martín. No como nuestros padres. La confusión debió reflejarse en el rostro de Martín, porque Javier soltó una risa sin humor. No lo entiendes todavía.
Todo esto, el acoso en el instituto, la fiesta, la persecución, todo ha sido una elaborada puesta en escena, una obra de teatro diseñada por nuestros padres hace años. ¿Estás mintiendo? Respondió Martín. aunque una semilla de duda comenzaba a germinar en su mente. “Piénsalo”, insistió Javier dando otro paso hacia él.
“¿No te pareció extraño que de todos los institutos de Madrid tu madre eligiera precisamente el mío, que consiguiera trabajo en una empresa vinculada a mi padre, que me asignaran como tu compañero de laboratorio el primer día?” Martín recordó ese detalle que había olvidado. Efectivamente, el profesor los había emparejado desde el principio, como si alguien hubiera arreglado la situación.
¿Qué estás diciendo?, preguntó la pistola bajándose ligeramente. Estoy diciendo que somos peones, Martín. Tú y yo piensas en un juego que comenzó antes de que naciéramos. Javier extrajo un pequeño dispositivo del bolsillo de su chaqueta. Y estoy diciendo que es hora de que conozcas la verdad, toda la verdad. Activó el dispositivo que proyectó una imagen holográfica en el aire entre ellos. Era un vídeo con fecha de 15 años atrás.
En él, cuatro personas aparecían reunidas en lo que parecía un laboratorio. Alejandro Montero, Ricardo Herrera, Elena y una mujer que Martín no reconoció. Ese es mi padre”, susurró. La pistola ahora completamente olvidada a su lado. “Y esa es mi madre. Y esa”, señaló Javier a la mujer desconocida.
Era mi madre, Claudia Montero, fallecida hace 12 años en lo que oficialmente fue un accidente aéreo. En el vídeo, los cuatro científicos celebraban algo brindando con copas de champán, abrazándose como colegas que han logrado un avance significativo. Proyecto Morfeus, leyó Martín en una pancarta visible al fondo de la imagen. Fase uno completada.
¿Qué es esto?, preguntó sintiendo que su mundo entero se tambaleaba. El origen de todo, respondió Javier, ampliando la imagen para enfocar lo que parecían fórmulas químicas en una pizarra. Nuestros padres no eran enemigos, Martín, eran socios. Los cuatro trabajaron juntos en el desarrollo del compuesto original, un medicamento revolucionario que curaría enfermedades mentales como la esquizofrenia y la depresión severa, permitiendo a los médicos reprogramar patrones neuronales dañados. No negó Martín, incapaz de
reconciliar esta información con todo lo que creía saber. Mi padre era un agente, mi madre también. Trabajaban para la CIDE, trabajaban para sí mismos, corrigió Javier. La agencia fue solo una cobertura, una forma de acceder a financiación gubernamental y protección. El vídeo cambió mostrando ahora imágenes de pruebas clínicas, pacientes siendo tratados, resultados prometedores.
“Todo iba bien”, continuó Javier hasta que descubrieron el potencial militar del compuesto. “Tu padre y mi madre querían destruir la investigación. Mi padre y tu madre querían continuarla, refinándola para aplicaciones más amplias. Mientes la voz de Martín era apenas un susurro. Mi madre no haría eso. No. Javier lo miró con algo parecido a la compasión.
¿Por qué crees que te ha mantenido en la oscuridad todos estos años? ¿Por qué te hizo creer que tu padre murió en un accidente de tráfico? El vídeo cambió nuevamente, mostrando ahora imágenes de seguridad de lo que parecía un altercado violento en un laboratorio. Martín reconoció a su padre y a la madre de Javier en un lado, enfrentándose a Elena y Alejandro en el otro.
La discusión se intensificó hasta que en un momento de confusión se produjo una explosión. Cuando el humo se disipó, Ricardo yacía inmóvil en el suelo mientras Elena sostenía lo que parecía un arma. No. Martín cayó de rodillas, la pistola olvidada a su lado. No puede ser. La verdad duele, dijo Javier arrodillándose junto a él. Créeme, lo sé. Me llevó años a aceptarla. Mi padre me contó todo cuando cumplí 15 años.
Como tu madre disparó durante la confrontación. Como la bala destinada a mi madre alcanzó a tu padre por accidente. Como Elena, consumida por la culpa, pero aún creyente en la misión, huyó contigo, fingiendo ser una viuda inocente. Martín levantó la mirada, sus ojos llenos de una mezcla de dolor, confusión e ira.
¿Por qué me acosabas en la escuela si sabías todo esto? Órdenes de mi padre, respondió Javier con una mueca. Necesitábamos mantenerte cerca, vigilarte, asegurarnos de que Elena no te hubiera contado la verdad. El acoso escolar era la cobertura perfecta. Nadie sospecharía que había algo más detrás. Y la fiesta, los golpes, teatro.
Javier se encogió de hombros. Necesitábamos muestras de tu sangre para confirmar si habías heredado la resistencia genética de tu padre. Los golpes fueron para justificar los moretones de la extracción. Martín intentaba procesar toda esta información, cada revelación más devastadora que la anterior.
¿Y ahora qué? ¿Por qué me cuentas todo esto? Porque estoy cansado de mentiras, respondió Javier con súbita sinceridad. Porque mientras nuestros padres juegan a ser dioses, hay vidas reales en juego. Porque quizás, solo quizás tú y yo podemos arreglar lo que ellos rompieron. Un ruido en la entrada interrumpió la conversación.
Martín se giró para ver a Lucía y Gabriel entrar con cautela, ambos con expresiones de alarma que se intensificaron al ver a Javier. “Aléjate de él”, gritó Gabriel, apuntando con una pistola que debía haber tenido oculta. No. Martín se interpuso entre Gabriel y Javier. Necesitan escuchar esto. Es un truco, Martín. Advirtió Gabriel. Los monteros son maestros de la manipulación.
Muéstrales”, pidió Martín a Javier señalando el dispositivo holográfico. Javier asintió y reprodujo nuevamente las grabaciones. Gabriel observó con escepticismo inicial que gradualmente se transformó en shock y finalmente en una especie de resignación triste. “Ricardo”, murmuró cuando la imagen de la explosión se desvaneció. Siempre sospeché que había algo más en su muerte.
¿Conocía a mi padre? preguntó Martín. Éramos amigos en la universidad antes de que se uniera al proyecto respondió Gabriel bajando finalmente su arma. Nunca creí que fuera un simple accidente, pero esto, mi padre tiene las pruebas originales. Intervino Javier. Documentos, grabaciones, todo está dispuesto a compartirlos con vosotros a cambio de la cooperación de Elena.
¿Cooperación para qué? preguntó Lucía, que había permanecido inusualmente silenciosa durante todo el intercambio. “Para completar el proyecto como se concibió originalmente”, respondió Javier. “Un medicamento para curar, no para controlar. Necesitamos a Elena porque ella conoce partes cruciales de la fórmula que mi padre nunca pudo replicar.
¿Y dónde está mi madre ahora?”, preguntó Martín, aún intentando asimilar la idea de que Elena pudiera haber estado involucrada en la muerte de su padre. Javier intercambió una mirada con Gabriel antes de responder. Está con mi padre en nuestro laboratorio principal. Vinieron juntos a Barcelona esta mañana juntos. Martín no podía creerlo, pero ella dejó instrucciones.
El mensaje parte del plan explicó Javier. Necesitaban saber si podía ser confiado con la verdad. Esta misión al observatorio era una prueba. Dependiendo de tu reacción, determinarían el siguiente paso. Martín se sentía como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. Toda su vida, todo lo que creía saber sobre sus padres, sobre sí mismo, se desmoronaba ante sus ojos.
Quiero verla”, dijo finalmente, su voz recuperando algo de la firmeza perdida. “Quiero escuchar la verdad de sus propios labios.” Javier asintió. “Te llevaré con ella. Está esperando. Podría ser una trampa,”, advirtió Gabriel. “Todo ha sido una trampa,” respondió Martín con amargura. desde el principio, pero necesito saber, necesito entender.
Gabriel estudió a Javier durante un largo momento antes de asentiramente. “Iré con vosotros. Si esto es un engaño, no lo es”, aseguró Javier. Por primera vez que comenzó esta historia, estamos jugando con las cartas sobre la mesa. Mientras salían del observatorio, Martín no podía evitar preguntarse qué más descubriría en las próximas horas.
¿Qué otros secretos guardaba la mujer que había creído conocer mejor que a nadie en el mundo? ¿Y podría alguna vez perdonarla si lo que Javier había mostrado era cierto? Una cosa era segura. Nada volvería a ser igual después de esta noche. ¿Cuál es la verdadera historia detrás del proyecto Morfeus? Realmente Elena estuvo involucrada en la muerte de Ricardo. ¿Y qué pasará cuando madre e hijo se enfrenten finalmente a las verdades que han permanecido ocultas durante años? El laboratorio principal de Montero Pharmaceuticals ocupaba los tres pisos subterráneos de un discreto edificio de oficinas en el Distrito Tecnológico de
Barcelona. Para el mundo exterior era simplemente otra empresa biotecnológica más. Para los pocos que conocían su verdadero propósito era la culminación de décadas de investigación clandestina. Javier los condujo a través de una entrada privada utilizando múltiples sistemas de seguridad biométrica.
Gabriel mantenía una mano cerca de su arma oculta, sus ojos evaluando constantemente cada pasillo, cada puerta, como el agente experimentado que era. Lucía permanecía cerca de Martín, quien avanzaba con una determinación nacida de la necesidad desesperada de respuestas. Mi padre y tu madre están en el laboratorio principal”, explicó Javier mientras descendían en un ascensor de alta seguridad.
Han estado revisando las fórmulas originales del proyecto. ¿Por qué debería creer algo de lo que dices?, preguntó Martín. La duda y la confusión aún batallando en su interior. Javier lo miró directamente a los ojos. Porque estoy tan atrapado en esta historia como tú. Y porque a diferencia de nuestros padres, nosotros tenemos la oportunidad de hacer las cosas bien.
Las puertas del ascensor se abrieron revelando un amplio laboratorio de última generación. Pantallas holográficas mostraban complejas estructuras moleculares, mientras científicos en batas blancas trabajaban en diversas estaciones. Y allí, en el centro de todo, estaban Alejandro Montero y Elena Herrera, inclinados sobre una mesa digital discutiendo animadamente. Elena levantó la vista al oír el ascensor.
Sus ojos encontraron los de Martín y, por un instante, algo parecido al miedo, cruzó su rostro. rápidamente reemplazado por una expresión de alivio. Martín dejó escapar en un suspiro, acercándose rápidamente. Lo lograste. Intentó abrazarlo, pero Martín retrocedió manteniendo la distancia. Elena se detuvo. El dolor evidente en sus ojos. Es cierto, preguntó él, su voz apenas un susurro.
Mataste a papá. El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier respuesta. Elena cerró los ojos brevemente, como reuniendo fuerzas. Es complicado dijo finalmente. Siempre lo es, ¿verdad?, replicó Martín con amargura. Toda mi vida ha sido una complicación tras otra, mentiras sobre mentiras.
Nunca quise lastimarte, respondió ella. Todo lo que hice fue para protegerte. Protegerme de qué, de la verdad. Alejandro Montero se acercó, su presencia imponente suavizada por una expresión casi paternal. “Quizás deberíamos mostrarle”, sugirió a Elena. “Es tiempo de que conozca la historia completa.” Elena asintió lentamente.
“Sígueme”, dijo a Martín. “Hay algo que debes ver.” Lo condujo hacia una puerta lateral que se abrió con su huella digital. Dentro había una pequeña sala de proyecciones con asientos dispuestos en semicírculo. Gabriel, Lucía y Javier lo siguieron, este último cerrando la puerta tras ellos.
Lo que estás a punto de ver, comenzó Elena mientras activaba un sistema de proyección. Cambiará todo lo que crees saber sobre nuestra familia, sobre mí, sobre tu padre. Pero necesito que entiendas algo primero. Cada decisión que tomé, cada mentira que te conté, fue con un solo propósito, mantenerte vivo. La proyección comenzó mostrando imágenes de archivo fechadas 20 años atrás, un laboratorio más antiguo que el actual, pero con el mismo enfoque en neurociencia.
Cuatro científicos jóvenes y entusiastas trabajaban juntos. Ricardo Herrera, Elena Suárez, su apellido de Soltera, Alejandro Montero y Claudia Vidal. El proyecto Morfeus comenzó como un sueño compartido, narró Elena mientras las imágenes mostraban el progreso de su investigación, desarrollar un compuesto que pudiera reprogramar conexiones neuronales dañadas, curar enfermedades mentales consideradas intratables, cambiar el mundo.
Las imágenes mostraban ahora pacientes de prueba, resultados prometedores, celebraciones del equipo. Funcionaba, continuó Elena. Estábamos logrando avances que nadie había conseguido antes. Pacientes con esquizofrenia severa recuperaban la claridad mental. Depresiones crónicas se desvanecían. era milagroso.
La proyección cambió, mostrando ahora una reunión con hombres de traje, claramente representantes gubernamentales o militares. Entonces llegó el interés externo. La voz de Elena se endureció. Agencias de inteligencia, militares, gobiernos, todos querían nuestra investigación, pero no para curar, para controlar el punto de inflexión. Intervino Alejandro. Señalando una secuencia particular, descubrimos que el compuesto podía hacer más que reparar.
Podía potencialmente reprogramar cualquier mente, no solo las dañadas, abrir las personas a la sugestión, hacerlas más cooperativas. Alejandro y yo vimos el potencial beneficioso”, continuó Elena evitando la mirada de su hijo. “Paccientes violentos que podrían ser pacificados, criminales rehabilitados de forma permanente, pero Ricardo y Claudia temían las implicaciones éticas.
“Mi madre era particularmente vocal en su oposición”, añadió Javier. Ella había vivido bajo un régimen totalitario en su infancia. sabía cómo podía abusarse de ese poder. La proyección mostró ahora la creciente tensión entre los miembros del equipo. Reuniones acaloradas, discusiones, documentos siendo ocultados por ambas partes.
La noche que todo cambió, Elena señaló la fecha en la esquina de la pantalla. 14 de marzo de 2014. Ricardo y Claudia habían decidido destruir la investigación. Alejandro y yo intentamos detenerlos. Las imágenes de seguridad mostraron la confrontación que Martín ya había visto en el observatorio. Los cuatro científicos en un violento altercado.
Pero ahora, desde este nuevo ángulo, podía verse con claridad lo que realmente ocurrió. Ricardo había comenzado a activar un protocolo de purga en el sistema principal. Claudia cubría la entrada. Armada. Elena intentaba razonar con Ricardo mientras Alejandro trataba de anular el comando de purga.
Cuando los guardias de seguridad entraron, Claudia disparó. En la confusión, Elena intentó proteger a Ricardo, empujándolo fuera de la línea de fuego, pero una bala perdida lo alcanzó. “No fue tu culpa”, susurró Martín viendo el horror genuino en el rostro de su madre. mientras sostenía el cuerpo de Ricardo en la grabación.
Lo fue, respondió ella, lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas. Debía haberlo apoyado desde el principio. Debía haber visto los peligros que él veía. ¿Qué pasó después?, preguntó Gabriel, su voz suavizada por la emoción. Caos, respondió Alejandro. Claudia escapó con parte de los datos. Elena huyó contigo, Martín, temiendo por tu seguridad.
Yo me quedé para contener la situación, para evitar que las agencias se apoderaran de lo que quedaba, pero seguiste con la investigación, acusó Gabriel. Lo hice, admitió Alejandro sin disculparse, pero con un propósito diferente, sin Elena, sin la brillantez de Ricardo, nunca pude replicar completamente el compuesto original.
Lo que desarrollé era una versión imperfecta, con efectos limitados y temporales. ¿Qué has estado probando en pacientes psiquiátricos? Añadió Martín recordando lo que había escuchado en la fiesta. Ensayos clínicos legítimos, corrigió Alejandro, para condiciones específicas bajo estricta supervisión ética. No soy un monstruo, Martín, a pesar de lo que puedas pensar.
¿Y mi madre? preguntó Javier. ¿Qué le pasó realmente? Una sombra cruzó el rostro de Alejandro. Claudia se contactó con agencias rivales. Ofreció venderles la investigación al mejor postor. Cuando me enteré, intenté detenerla. El avión en el que viajaba a esa reunión hubo un fallo mecánico.
¿Tú lo provocaste? La voz de Javier estaba cargada de incredulidad y horror. No directamente, respondió Alejandro. sosteniendo la mirada de su hijo. Alerté a nuestras agencias de seguridad sobre una amenaza a la seguridad nacional. Ellos tomaron la decisión operativa. Nunca imaginé que llegarían tan lejos. Un silencio sepulcral cayó sobre la sala.
Décadas de secretos, traiciones y decisiones moralmente cuestionables quedaban finalmente expuestas a la luz. Y ahora, preguntó finalmente Martín, ¿por qué toda esta elaborada operación para reunirnos? Elena intercambió una mirada con Alejandro antes de responder, “Porque hemos descubierto algo, algo que cambia todo.
El compuesto ha escapado a nuestro control”, explicó Alejandro activando una nueva secuencia de imágenes. Una versión rudimentaria desarrollada por una facción dentro de la Agencia de Vega ha sido probada en población civil sin conocimiento ni consentimiento. Las imágenes mostraban informes de ensayos de campo en pequeñas comunidades rurales donde el suministro de agua había sido contaminado con bajas dosis del compuesto.
Los resultados poblaciones enteras volviéndose inexplicablemente dóciles, sugestionables, fácilmente manipulables por figuras de autoridad. “Dios mío”, murmuró Gabriel. Han comenzado y pretenden expandirlo, confirmó Elena. Vega y sus aliados planean una implementación a gran escala, primero en áreas problemáticas, luego, ¿quién sabe por qué me necesitan? Preguntó Martín comenzando a entender.
Es por la inmunidad, ¿verdad? Elena asintió. Tu padre tenía una rara mutación genética que lo hacía resistente al compuesto. Tú has heredado esa resistencia. Tu sangre contiene la clave para desarrollar un antídoto, una forma de neutralizar el compuesto en aquellos que ya han sido expuestos.
Y también necesitábamos tu ayuda para completar la fórmula original, añadió Alejandro. La versión que realmente cura, no la que controla. Elena nunca documentó completamente su parte de la investigación y yo nunca pude descifrar los cuadernos de Ricardo. Pero tú tienes la memoria eidética de tu padre, completó Elena.
Y te he estado preparando indirectamente a través de los problemas de química y neurociencia que casualmente aparecían en tus estudios. Puedes reconstruir lo que falta. La magnitud de la revelación dejó a Martín sin palabras. Toda su vida, cada detalle aparentemente insignificante había sido parte de un plan mayor.
¿Por qué no me lo dijiste?, preguntó finalmente el dolor evidente en su voz. ¿Por qué todas estas mentiras, estos juegos? Porque Vega te vigilaba, respondió Elena. Desde que eras pequeño, si hubieras mostrado cualquier indicio de conocer la verdad, te habrían eliminado. Necesitaba mantenerte a salvo, mantener la ilusión.
de que era simplemente el hijo de una viuda, no la pieza clave en una conspiración global. Y el acoso escolar, la fiesta, la persecución. Martín miró a Javier. parte real, parte actuación, admitió este. Necesitábamos muestras de tu sangre, sí, pero también necesitábamos crear una situación que pareciera justificar la repentina huida de Elena contigo.
Algo que Vega creyera. Mientras Vega pensaba que estaba manipulándonos a todos, añadió Alejandro. Nosotros lo estábamos usando a él para reunir las piezas del rompecabezas. Martín miró a Lucía, que había permanecido inusualmente silenciosa. ¿Y tú también estabas actuando? Ella negó con la cabeza. No del todo. Me pidieron que te vigilara, sí, pero nadie me dijo por qué.
Mi madre trabaja para el doctor Montero como enfermera en sus ensayos clínicos. Ella me pidió el favor como algo personal. Nunca supe toda la historia hasta ahora. Sin embargo, intervino Gabriel, hay algo que aún no cuadra. Si Vega es el enemigo, ¿por qué me contactó Elena? Yo llevaba años fuera de la agencia.
Porque necesitábamos a alguien que Martín pudiera ver como un aliado independiente, explicó Elena. Alguien que validara la historia desde fuera del círculo inmediato. Y me elegiste por mi conexión con Ricardo dedujo Gabriel. ¿Sabías que yo sospecharía de la versión oficial de su muerte? Precisamente, confirmó Elena, cada persona en esta sala fue elegida por una razón específica, cada pieza colocada cuidadosamente para llegar a este momento.
Martín se levantó y caminó hasta la pantalla donde ahora se mostraba una imagen congelada del equipo original. Sus padres, jóvenes y brillantes, junto a los Montero, todos sonriendo con la esperanza de cambiar el mundo para mejor. ¿Y ahora qué? Preguntó volviéndose hacia los adultos presentes. ¿Cuál es el gran plan final ahora? Respondió Elena, completamos lo que tu padre comenzó.
Creamos el antídoto, neutralizamos el compuesto que Vega ha distribuido y finalmente desarrollamos la versión original, la que cura en lugar de controlar, y exponemos a Vega y sus cómplices”, añadió Alejandro con pruebas irrefutables de sus experimentos no autorizados. “Realmente crees que será tan simple?”, preguntó Gabriel escéptico. Vega tiene conexiones en todas partes.
Si sospecha lo que estamos haciendo, ya sospecha, interrumpió una nueva voz desde la puerta. Todos se volvieron para ver al coronel Vega entrar tranquilamente, seguido por cuatro agentes armados. Su rostro mostraba una sonrisa de satisfacción que heló la sangre de Martín. ¡Qué conmovedor!”, comentó Vega observando la pantalla con la imagen del equipo original. La reunión familiar que todos esperábamos.
Elena Alejandro, realmente debo felicitarlos. Su pequeña obra de teatro casi me convence. Vega Elena se puso en pie, colocándose instintivamente entre el recién llegado y su hijo. “¿Cómo nos encontraste? ¿De verdad crees que alguna vez te perdí de vista?”, respondió él con condescendencia.
Cada movimiento, cada comunicación, cada contacto, todo ha sido monitoreado desde el principio, incluso ese conmovedor mensaje que dejaste en el teléfono para tu hijo. Bastante dramático, por cierto. Martín miró a su madre buscando alguna señal de que tenía un plan, de que esto también era parte de la elaborada estrategia, pero lo que vio en sus ojos fue algo que nunca había visto antes. miedo genuino.
El proyecto nunca fue tuyo, Elena”, continuó Vega. “Ni de Ricardo, ni de Alejandro, ni siquiera mío. Siempre fue más grande que todos nosotros y ahora finalmente alcanzará su verdadero potencial. ¿Qué quieres de nosotros?”, preguntó Alejandro, su habitual confianza visiblemente sacudida. “Lo que siempre he querido,”, respondió Vega.
La fórmula completa, el compuesto perfecto. Y ahora miró directamente a Martín. Tengo la pieza final del rompecabezas, la clave genética de la resistencia. No puedes forzarnos a cooperar, desafió Elena. No necesito que cooperes voluntariamente, sonrió Vega. Solo necesito tu cerebro y el de tu hijo. Los secretos neurológicos están allí codificados en su sinapsis.
La tecnología de extracción ha avanzado considerablemente en los últimos años. El horror se reflejó en los rostros de todos los presentes. Vega no hablaba de colaboración científica, sino de disección literal. “Eres un monstruo”, susurró Gabriel. “Soy un visionario”, corrigió Vega. “Y dentro de muy poco el mundo entero compartirá mi visión, literalmente. Giro final.
El tiempo pareció ralentizarse mientras Vega hacía un gesto a sus hombres para que avanzaran. Martín vio a su madre tensarse, preparándose para luchar. Vio a Gabriel deslizar discretamente la mano hacia su arma oculta. Vio la expresión de Alejandro calculando posibilidades, buscando una salida y entonces vio algo más.
Lucía, tranquila entre el caos inminente, sacando algo de su bolsillo, un pequeño dispositivo que presionó sin que nadie, excepto Martín, lo notara. Inmediatamente las luces parpadearon, los agentes de Vega vacilaron confundidos y entonces las puertas se abrieron de golpe. Un equipo de agentes con uniformes negros irrumpió en la sala armas en alto.
A la cabeza, una mujer de aspecto severo que Martín reconoció vagamente de algunas videoconferencias con su madre años atrás. Coronel Vega anunció la mujer apuntando directamente a su cabeza. Queda detenido por traición, experimentación ilegal en humanos y conspiración contra el Estado. El rostro de Vega se transformó en una máscara de furia. Roberts, tú también.
¿Cuántos más están en esta farsa? Los suficientes respondió ella sec, hemos estado vigilándote durante años esperando que nos conduzcas a tus colaboradores internacionales. Gracias por reunirlos a todos tan convenientemente. Martín miró a Lucía, quien ahora sonreía con una confianza que nunca había mostrado antes. ¿Quién eres realmente?, preguntó en un susurro.
Agente Lucía Mendoza, Interpol, División de Crímenes contra la humanidad, respondió ella en voz baja. Tu madre me reclutó hace 3 años cuando empezaron a llegar los primeros informes de los ensayos de campo de Vega. Elena se acercó a su hijo colocando una mano en su hombro. Esta parte no era mentira, dijo suavemente.
Realmente necesitábamos mantenerte a salvo, mantener la ilusión de normalidad. hasta que pudiéramos reunir suficientes pruebas contra Vega y su red. Mientras los agentes esposaban a Vega y a sus hombres, la agente Roberts se acercó a Elena. “Buen trabajo”, dijo simplemente. “El plan funcionó. Casi no lo logramos”, respondió Elena. Si Martín no hubiera seguido exactamente el camino que esperábamos. “Pero lo hizo.
” La interrumpió Roberts mirando al joven con aprobación. tiene tus instintos y la inteligencia de Ricardo. Martín observaba todo como en un sueño, incapaz de asimilar completamente la magnitud de lo que estaba presenciando.
Toda su vida había sido parte de un elaborado juego de ajedrez con él como una pieza crucial pero inconsciente. Y ahora preguntó mirando a su madre. Más mentiras, más secretos. Elena negó con la cabeza, sus ojos llenos de una emoción que Martín no había visto en años. Ahora la verdad, toda la verdad. Y luego, si aún quieres ser parte de esto, completamos el trabajo que tu padre comenzó.
El compuesto curativo, asintió Martín comprendiendo finalmente la versión que realmente ayuda a las personas. Exactamente, confirmó Alejandro acercándose con Javier a su lado, sin control, sin manipulación, solo curación. ¿Por qué debería confiar en ti?, preguntó Martín a un cauteloso. En cualquiera de vosotros no deberías, respondió sorprendentemente Gabriel, colocándose junto a él.
No ciegamente confía, pero verifica. Eso es lo que Ricardo siempre decía. Martín miró a su alrededor, a este extraño grupo unido por secretos, traiciones y, finalmente, un propósito común. Su madre, con todas sus contradicciones y decisiones cuestionables. Alejandro Montero, el aparente villano que resultó ser algo mucho más complejo. Javier, el matón escolar convertido en aliado reluctante.
Lucía, la amiga que resultó ser una agente encubierta. Gabriel, el último vínculo con el padre que nunca llegó a conocer realmente. “Quiero saber todo”, dijo finalmente sobre mi padre, sobre el proyecto, sobre todo lo que me han ocultado durante años y luego quizás podamos hablar de colaboración. Elena sonríó, una mezcla de orgullo y alivio en su rostro.
Eso suena exactamente como lo que Ricardo habría dicho. Mientras los agentes escoltaban a Vega fuera del laboratorio, Martín se acercó a él necesitando una última respuesta. ¿Por qué? Preguntó simplemente. ¿Por qué arriesgar tantas vidas, manipular a tanta gente? Vega lo miró con una sonrisa inquietante. Porque la libertad es caótica, joven herrera.
El libre albedrío nos ha llevado al borde de la extinción. El control no es tiranía, es salvación. Algún día lo entenderás. No, respondió Martín con firmeza. Nunca entenderé sacrificar la humanidad para salvarla. Esa intervino Elena colocándose junto a su hijo. Es la diferencia entre tú y él, entre nosotros y ellos. Y es por eso que ganaremos esta batalla.
No solo la de hoy, sino la que viene. La que viene, preguntó Martín. Elena miró a Roberts, quien asintió gravemente. Vega es solo una cabeza de la Hidra. Hay otros en otros países con los mismos objetivos. Esta victoria es importante, pero la guerra por la autonomía mental humana apenas comienza. Martín sintió el peso de esta revelación, pero también sorprendentemente una sensación de propósito.
Por primera vez en su vida, veía claramente el papel que podía desempeñar, no como una pieza en el tablero de otros, sino como un agente de su propio destino. “Cuenten conmigo”, dijo finalmente, “para completar el trabajo de mi padre, para crear algo que cure, no que controle.” Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas mientras abrazaba a su hijo.
Esta vez él no se alejó. Tu padre estaría tan orgulloso susurró contra su cabello. Tan orgulloso como lo estoy yo. Mientras el equipo comenzaba a reorganizarse, a planificar los próximos pasos en esta nueva fase, Martín miró por última vez la imagen congelada en la pantalla.
Cuatro jóvenes científicos llenos de esperanza y ambición, sin saber las oscuras sendas que algunos de ellos recorrerían. “Por ti, papá”, murmuró. “Terminaremos lo que empezaste de la manera correcta. Afuera, la noche barcelonesa brillaba con millones de luces como estrellas artificiales creadas por la ingenuidad humana.
Un recordatorio perfecto de que la misma inteligencia, que podía diseñar herramientas de control, también podía crear instrumentos de liberación y curación. La batalla por el futuro de la mente humana continuaría. Pero ahora por primera vez Martín sabía exactamente de qué lado estaba y más importante aún, por qué estaba luchando. Si esta historia tocó tu corazón, suscríbete para más relatos como este.
Nos vemos en el próximo video. Disclaimer. Todas las historias en este canal son obras de ficción creadas únicamente para entretenimiento. Cualquier similitud con personas o eventos reales es pura coincidencia. Yeah.
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