11 años después de que hijo de dueño de casino desapareciera en Monterrey en 1999, limpiadora Haya. Esto Esperanza Morales llevaba 15 años limpiando oficinas en el centro de Monterrey. A sus 52 años había visto de todo en los edificios corporativos donde trabajaba cada madrugada.

Esa mañana, mientras limpiaba las oficinas del decimotercer piso del torre comercial San Pedro, algo llamó su atención en el ducto de ventilación que estaba siendo remodelado. Los obreros habían dejado abierto el panel metálico y Esperanza pudo ver algo brillante en el interior. Con curiosidad se

acercó con su linterna. Entre el polvo acumulado de años encontró una cadena de oro con un dije peculiar, una ficha de póker dorada con las iniciales DBM grabadas.
¿Qué hace esto aquí? Murmuró Esperanza examinando la joya. No era una pieza cualquiera. El oro era de calidad superior y el trabajo de grabado muy fino. Esperanza guardó la cadena en su delantal y continuó con su trabajo, pero no podía dejar de pensar en el hallazgo.

Al terminar su turno, a las 6 de la mañana decidió pasar por la casa de su sobrina Carmen, quien trabajaba como recepcionista en el periódico El Norte. “Tía, esto se ve caro”, dijo Carmen al examinar la cadena. “¿Dónde la encontraste?” en el ducto del piso 13. Carmen, ¿tú crees que deba reportarla?

Carmen tomó fotos de la cadena con su cámara digital. Déjame investigar estas iniciales en los archivos del periódico.
DBM, me suena familiar. Esa tarde Carmen llamó a su tía emocionada. Tía Esperanza, tienes que venir inmediatamente. Encontré algo importante. En la redacción del periódico, Carmen mostró a esperanza varios artículos impresos. Diego Valenzuela Montemayor. ¿Recuerdas el caso? El hijo del dueño del

Casino Royal desapareció en 1999.
Tenía 18 años. Esperanza leyó los titulares. Hijo de empresario desaparece tras salir de fiesta y búsqueda de Diego Valenzuela continúa sin resultados. El papá es Roberto Valenzuela, dueño de varios casinos en Monterrey, explicó Carmen. Ofreció 2 millones de pesos de recompensa. Nunca encontraron ni

rastro del muchacho.
¿Crees que esta cadena sea de él? Tía, mira la foto. Carmen señaló una imagen de Diego en una fiesta. Lleva puesta esa misma cadena. Esperanza sintió un escalofrío. ¿Qué debo hacer? Tenemos que ir con la familia. Ellos podrán confirmar si es auténtica. El mismo día por la tarde, Carmen y Esperanza

se dirigieron a la mansión de los Valenzuela en la colonia del Valle.
La casa de estilo colonial mexicano, tenía una alta barda de cantera rosa y portón de hierro forjado. Roberto Valenzuela, un hombre de 60 años con cabello plateado y traje gris, las recibió en su estudio. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver la cadena. “Es de Diego”, confirmó con voz quebrada.

“Se la regalé en su cumpleaños 18.
¿Dónde la encontraron? Esperanza explicó detalladamente el hallazgo en el ducto de ventilación del torre comercial San Pedro. Ese edificio, Roberto frunció el seño. Diego jamás tuvo motivos para estar ahí. Sus oficinas quedaban en la zona rosa. María Elena Montemayor, la madre de Diego, una mujer

elegante de 55 años, se unió a la conversación.
Roberto, ¿no te parece extraño? Ese edificio ni siquiera existía en 1999. Roberto confirmó consultando unos documentos. Tienes razón. La construcción del torre comercial San Pedro comenzó en 2001. Entonces, ¿cómo llegó la cadena ahí? Preguntó Carmen. Alguien la puso después del desaparecimiento de

Diego, concluyó Roberto.
Señora Esperanza, usted ha encontrado la primera pista real en 11 años. Roberto llamó inmediatamente al detective Jesús Hernández. quien había llevado el caso original. Detective, necesito verlo urgentemente. Tenemos nueva evidencia en el caso de Diego. Una hora después, el detective Hernández, un

hombre corpulento de 45 años con bigote, llegó a la casa de los Valenzuela, examinó cuidadosamente la cadena y escuchó el relato de esperanza.
Esto cambia todo, admitió Hernández. En 1999 registramos minuciosamente todos los lugares donde Diego solía frecuentar. Ese edificio no existía. ¿Qué significa?, preguntó María Elena. Que alguien escondió esta cadena intencionalmente. Alguien que conocía el caso y quería que permaneciera oculta,

explicó el detective. Necesito examinar ese ducto de ventilación inmediatamente.
Roberto se dirigió a Esperanza. Señora, usted acaba de reavivar la esperanza en nuestra familia. ¿Podría ayudarnos a examinar el lugar donde encontró la cadena? Por supuesto, señor Valenzuela. Mañana temprano tengo acceso al edificio. El detective Hernández tomó notas detalladas. Organizaré un

equipo forense para revisar el ducto. Después de 11 años podríamos encontrar más evidencia.
Esa noche Roberto no pudo dormir. La cadena de Diego descansaba sobre su escritorio, recordándole que su hijo podría estar aún con vida o que al menos finalmente podrían saber qué le había ocurrido. María Elena lloraba en silencio. Roberto, ¿crees que Diego esté vivo? No lo sé, mi amor, pero por

primera vez en 11 años tenemos una pista real.
Esperanza Morales nos ha dado el regalo más valioso, la posibilidad de encontrar la verdad. Al día siguiente temprano, Esperanza guió al equipo forense hasta el ducto de ventilación. Los técnicos encontraron más de lo esperado. Fibras de tela, un botón dorado y rastros de sangre seca en el metal.

Hay suficiente material para análisis, confirmó el forense. Los resultados de ADN tardarán una semana.
El detective Hernández fotografió exhaustivamente el área. Alguien conocía muy bien este edificio, sabía exactamente dónde esconder las evidencias. Roberto observaba cada movimiento de los investigadores. Su intuición le decía que estaban cerca de resolver el misterio que había consumido 11 años de

su vida.
El detective Jesús Hernández abrió el expediente del caso Valenzuela en su escritorio de la Procuraduría de Justicia de Nuevo León. Después de 11 años, las páginas amarillentas contenían toda la investigación original del desaparecimiento de Diego. Diego Valenzuela Montemayor, 18 años, desaparecido

el 14 de agosto de 1999.
Leyó en voz alta, última vez visto saliendo del club Maracame a las 2 de la madrugada. Los resultados de ADN habían confirmado que la sangre encontrada en el ducto pertenecía a Diego. Ahora tenían certeza. El joven había estado en ese edificio después de su construcción, no el día de su

desaparecimiento.
Hernández revisó las declaraciones originales. Mauricio Sandoval, mejor amigo de Diego, había declarado. Diego salió del club solo. Dijo que tenía una cita importante, pero no especificó con quién. Las cámaras de seguridad del club habían mostrado a Diego saliendo a las 2 17 a el 14 de agosto. Su

auto, un BMW rojo modelo 1998, había aparecido abandonado tres días después en el estacionamiento de Plaza Fiesta San Agustín.
Roberto Valenzuela llegó puntualmente a las 10 de la mañana para reunirse con el detective. ¿Qué más han encontrado? Señor Valenzuela, necesito hacerle algunas preguntas sobre los enemigos que pudiera haber tenido en 1999”, dijo Hernández. Su negocio de casinos generaba competencia. Roberto

suspiró. “Detective, en esa época yo acababa de abrir el casino royal. Había resistencia de otros empresarios del sector.
¿Alguien en particular?” Bueno, Gustavo Herrera siempre se opuso a mi licencia de casino. Era presidente de la Cámara de Comercio y tenía influencia con las autoridades. Hernández tomó nota. Herrera tenía motivos personales contra usted. Gustavo quería esa licencia para sí mismo.

Había solicitado permisos dos años antes que yo, pero se los negaron por irregularidades en su documentación. El detective revisó sus notas del expediente original. En 1999. Gustavo Herrera declaró que estaba en Guadalajara la noche del desaparecimiento en una convención de empresarios. Verificaron

su coartada superficialmente.
Era un hombre respetado presidente de la Cámara de Comercio durante 8 años consecutivos. Roberto frunció el seño. Detective. Gustavo Herrera tenía las conexiones necesarias para obtener acceso al torre comercial San Pedro durante su construcción. Su empresa Herrera Construcciones era una de las

subcontratistas del proyecto. Esta información no aparecía en el expediente original.
Hernández sintió que había pasado por alto algo importante hace 11 años. Señor Valenzuela, ¿por qué no mencionó esta conexión en 1999? Porque no sabíamos que la cadena de Diego había terminado en ese edificio. Ahora la conexión es obvia. Hernández decidió visitar inmediatamente a Gustavo Herrera.

Su oficina se encontraba en el centro histórico de Monterrey, en un edificio colonial restaurado.
Gustavo Herrera, ahora de 68 años, conservaba su porte distinguido, cabello blanco, perfectamente peinado, traje azul marino y corbata de seda roja. Su oficina exhibía reconocimientos de la Cámara de Comercio y fotografías con gobernadores y presidentes municipales. Detective Hernández, qué

sorpresa. ¿A qué debo el honor después de tantos años? Señor Herrera, hemos encontrado nueva evidencia en el caso Diego Valenzuela.
Necesito hacerle algunas preguntas. Gustavo mantuvo la compostura, pero Hernández notó un leve temblor en sus manos. Por supuesto, aunque no entiendo qué más puedo agregar a lo que declaré en 1999, su empresa participó en la construcción del torre comercial San Pedro.

¿Correcto? Herrera Construcciones ha participado en docenas de proyectos. Tendría que revisar mis archivos para confirmar los detalles específicos. Hernández observó que Gustavo evitaba el contacto visual directo. La cadena de Diego apareció en un ducto de ventilación de ese edificio. ¿Puede

explicar cómo llegó ahí? Detective, no tengo idea de cómo la joyería de ese muchacho terminó en cualquier edificio.
Como le dije hace 11 años, yo estaba en Guadalajara cuando Diego desapareció. ¿Conserva documentos de esa convención empresarial? Gustavo tardó unos segundos en responder. Los registros de hotel y vuelos deben estar archivados. Mi secretaria puede proporcionarle copias. El detective notó la

evasiva.
En 1999, Gustavo había presentado inmediatamente toda la documentación. Ahora parecía necesitar tiempo para encontrar la evidencia. Señor Herrera, ¿mantu usted algún tipo de relación comercial o personal con Diego Valenzuela? Ninguna. El muchacho era muy joven. Nuestros círculos sociales no se

cruzaban. Hernández sabía que esto era falso. Sus notas mostraban que Diego había trabajado medio tiempo en el casino de su padre desde los 16 años, manejando las relaciones con proveedores y clientes corporativos. Nunca tuvo tratos comerciales con el Casino Royal. Gustavo

se puso visiblemente nervioso. Bueno, mi empresa proporcionó algunos servicios de mantenimiento ocasional. Nada significativo. Esta era información nueva. El expediente original no mencionaba ningún vínculo comercial entre Herrera Construcciones y el Casino Royal. ¿Qué tipo de servicios?

Reparaciones menores, ¿antenimiento de aires acondicionados? Ese tipo de cosas rutinarias. Hernández tomó notas detalladas.
Diego estaba involucrado en la supervisión de estos servicios. No lo recuerdo con precisión. Haga sus preguntas a Roberto Valenzuela. La entrevista continuó durante una hora más. Gustavo proporcionó respuestas vagas y evasivas, muy diferentes a su actitud cooperativa de 1999. Al salir de la oficina

de Herrera, Hernández llamó a Roberto Valenzuela.
Señor Valenzuela, necesito información sobre los servicios que Herrera Construcciones proporcionaba a su casino en 1999. Detective. Esa es información que Diego manejaba directamente. Él supervisaba todas las contrataciones menores. ¿Hubo algún problema con el servicio de Herrera? Roberto guardó

silencio unos segundos.
Sí, Diego me comentó que había encontrado irregularidades en las facturas, servicios cobrados pero no realizados, materiales de calidad inferior a los especificados. ¿Y qué hicieron al respecto? Diego estaba recopilando evidencia para confrontar a Gustavo Herrera. Eso ocurrió en julio de 1999,

pocas semanas antes de su desaparecimiento. Hernández sintió que finalmente tenía un motivo real. Diego llegó a confrontar a Herrera. No lo sé.
Diego desapareció antes de completar su investigación. El detective tenía ahora una línea de investigación completamente nueva. Diego había descubierto fraude en los servicios de Herrera Construcciones y planeaba exponer al respetado empresario. Esa tarde, Hernández visitó nuevamente a María Elena

Montemayor para preguntarle sobre los últimos días de Diego.
Señora Montemayor, ¿recuerdas si Diego mencionó problemas con algún proveedor del casino en agosto de 1999? María Elena reflexionó cuidadosamente. Sí, detective. Diego estaba preocupado por algo relacionado con el trabajo. Decía que había encontrado algo importante que podía afectar la reputación

del casino. Mencionó nombres específicos.
No directamente, pero sí recuerdo que recibió varias llamadas telefónicas que lo ponían tenso. Una vez lo escuché decir, “Señor Herrera, necesitamos hablar en persona sobre este asunto. Esta conversación telefónica no había sido mencionada en la investigación original. Hernández se dio cuenta de

que en 1999 no había hecho las preguntas correctas a la familia.
Cuando ocurrió esa llamada, pocos días antes de que desapareciera. Diego parecía nervioso después de colgar. Hernández tenía ahora un panorama más claro. Diego había descubierto el fraude de Herrera, lo había confrontado telefónicamente y había desaparecido días después. La cadena en el ducto de

ventilación no era casualidad.
Alguien había querido que permaneciera oculta permanentemente, pero la remodelación del edificio había expuesto el escondite después de 11 años. Roberto Valenzuela decidió contratar a un investigador privado para complementar el trabajo policial. Alejandro Ruiz, excomandante de la policía judicial,

tenía reputación de resolver casos complejos que las autoridades habían archivado. “Señor Valenzuela, he revisado el expediente completo”, dijo Ruiz en la biblioteca de la mansión familiar.
Su hijo descubrió algo que costó su vida. ¿Qué tan grave era el fraude que encontró Diego? Según los documentos que conserva, Herrera facturó servicios por 230,000 pesos durante 6 meses. Los recibos muestran trabajos que nunca se realizaron. Roberto estudió las facturas que Diego había recopilado.

Mi hijo era muy meticuloso con los números.
Si decía que había irregularidades, era porque tenía evidencia sólida. Ruis examinó el teléfono fijo de la casa, un modelo Panasonic digital que guardaba las últimas llamadas. Este teléfono es el mismo de 1999. Sí, ¿por qué? Los modelos de esa época conservan memoria de llamadas durante años, si no

se desconectan completamente. Déjeme revisar.
Después de manipular los menús del teléfono, Ruiz encontró el registro de llamadas de agosto de 1999. Aquí está. 13 de agosto de 1999, 4:30 pm. Llamada saliente al número de Gustavo Herrera. El día antes de que Diego desapareciera, confirmó Roberto. Su hijo hizo esa llamada desde esta casa. Duró 12

minutos. Roberto recordó vívidamente ese día. Diego cenó con nosotros esa noche.
Parecía decidido a resolver algo importante en el trabajo. Ruis visitó después el club Maracame, donde Diego había pasado sus últimas horas conocidas. El gerente Sergio Vázquez aún trabajaba ahí después de 11 años. Don Diego era cliente regular, recordó Vázquez. Esa noche del 14 de agosto estaba

diferente, nervioso, revisando constantemente su teléfono celular.
Recibió llamadas, varias, una en particular lo alteró mucho. Salió del club inmediatamente después de contestar. Esta información tampoco aparecía en el expediente original. Redh se preguntó cuántos detalles importantes habían pasado por alto en la investigación de 1999. ¿Recuerda algo específico

de esa llamada? Sergio reflexionó.
Sí, porque Diego gritó algo como, “No puede amenazarme, tengo todas las pruebas.” Luego salió corriendo. Ruis pidió revisar los archivos telefónicos de Telmex de agosto de 1999. Como expicía conservaba contactos que podían facilitar información técnica. Los registros mostraron que el celular de

Diego había recibido una llamada a las 2:30 a del 14 de agosto.
El número pertenecía a un teléfono público ubicado en la colonia Centro, a tres cuadras del edificio donde después se construiría el torre comercial San Pedro. Alguien lo citó en esa zona específicamente”, concluyó Ruiz al reportar a Roberto. No fue casualidad. Roberto acompañó a Ruiz a revisar la

zona. El teléfono público había sido retirado años atrás, pero varios comerciantes del área recordaban haberlo visto en uso frecuentemente durante las madrugadas de 1999.
Ese teléfono era usado por gente que no quería que sus llamadas se rastrearan”, explicó don Ramiro, dueño de una atlapalería que abría las 24 horas. Muchos hombres de negocios lo usaban para conversaciones privadas. ¿Recuerda haber visto a alguien la madrugada del 14 de agosto de 1999? Don Ramiro

se rascó la cabeza. 11 años es mucho tiempo, joven, pero sí recuerdo que esa noche hubo mucho movimiento, carros, gente caminando.
No era normal para un domingo en la madrugada. Ruis mostró fotografías de Gustavo Herrera de 1999. Reconoce a este hombre, puede ser. Los empresarios usaban mucho ese teléfono cuando venían a supervisar las construcciones de la zona. Mientras tanto, el detective Hernández obtuvo una orden judicial

para revisar los registros bancarios. de Gustavo Herrera de agosto de 1999.
Los movimientos mostraban un patrón extraño, retiros en efectivo por 50,000 pesos los días 15, 16 y 17 de agosto. ¿Para qué necesitaba tanto efectivo inmediatamente después del desaparecimiento de Diego? Se preguntó Hernández. Los recibos bancarios mostraban que Herrera había retirado el dinero

personalmente, no a través de cheques o transferencias.
Era dinero imposible de rastrear. Hernández decidió entrevistar nuevamente a Gustavo Herrera, esta vez en la comandancia, con ambiente más formal. Señor Herrera, necesito que me explique estos retiros bancarios de agosto de 1999. Gustavo examinó los documentos con aparente tranquilidad.

Detective, no recuerdo los detalles específicos de transacciones de hace 11 años. 150,000 pesos en efectivo en tres días consecutivos es una cantidad significativa. Mi empresa manejaba múltiples proyectos de construcción. Los pagos en efectivo eran normales para materiales y mano de obra. Hernández

mostró las facturas del Casino Royal que Diego había recopilado. Puede explicar estos servicios facturados, pero no realizados.
Por primera vez, Gustavo perdió la compostura. Sus manos temblaron al tomar los documentos. Debe haber algún malentendido en la contabilidad. No hay malentendido. Diego Valenzuela documentó meticulosamente cada irregularidad, por eso lo llamó el 13 de agosto. No recuerdo esa conversación, duró 12

minutos. ¿De qué hablaron? Gustavo se removió incómodo en su silla.
Si Diego me llamó, debió ser sobre asuntos rutinarios de trabajo. Nada rutinario dura 12 minutos, señor Herrera, especialmente cuando involucra acusaciones de fraude. La actitud defensiva de Gustavo confirmó las sospechas de Hernández. El empresario había cometido fraude. Diego lo había descubierto

y eso había motivado el crimen. “Detective, necesito consultar con mi abogado antes de continuar esta conversación.
Por supuesto, pero quiero que sepa que tenemos evidencia física que vincula a Diego con el edificio donde su empresa trabajaba. Su desaparecimiento ya no es un misterio.” Al salir de la comandancia, Gustavo llamó inmediatamente a su abogado, licenciado Fernando Cortés. Fernando, tengo problemas. La

policía está investigando nuevamente el caso Valenzuela.
¿Qué tipo de evidencia tienen? Encontraron la cadena del muchacho en el torre comercial San Pedro. Saben que mi empresa trabajó en ese edificio. El licenciado Cortés guardó silencio unos segundos. Gustavo, ¿hay algo que no me hayas contado sobre ese caso, Fernando, necesito verte inmediatamente. No

puedo hablar por teléfono. Esa tarde, en el despacho jurídico de Cortés, Gustavo confesó por primera vez los hechos reales de agosto de 1999.
Diego Valenzuela me acusó de fraude. Tenía evidencia que podía arruinar mi reputación y mi empresa. ¿Y qué hiciste? Le pedí que nos reuniéramos para llegar a un acuerdo. Nunca pensé que las cosas saldrían tan mal. El licenciado Cortés se dio cuenta de que su cliente estaba implicado directamente en

el desaparecimiento.
Gustavo, ¿dónde está Diego Valenzuela? No lo sé. Te juro que no lo sé, pero sabes lo que le pasó. Gustavo asintió lentamente. Fue un accidente. Diego se puso agresivo. Hubo una pelea. Él se golpeó la cabeza contra una viga de metal en el edificio en construcción. Está muerto. Sí. Y el cuerpo lo

sepultamos en los cimientos del edificio esa misma madrugada.
Con ayuda de mis trabajadores de confianza, el licenciado Cortés comprendió la magnitud del problema. Su cliente no solo había cometido homicidio, sino que había ocultado el crimen durante 11 años, involucrando a otros en el encubrimiento. Gustavo, tienes que entregarte. La evidencia los llevará

inevitablemente hasta ti. No puedo.
Mi familia, mi reputación, todo se destruiría. Ya está destruido. La cadena de Diego es solo el principio. Van a revisar todo el edificio hasta encontrar el cuerpo. Gustavo Herrera se enfrentaba a la realidad de que su crimen perfecto de 1999 había comenzado a desmoronarse gracias al hallazgo

fortuito de una limpiadora llamada Esperanza.
El licenciado Fernando Cortés no pudo dormir después de la confesión de Gustavo Herrera. Como abogado tenía la obligación de mantener confidencialidad con su cliente, pero como ciudadano sabía que la familia Valenzuela merecía conocer la verdad sobre Diego. Al día siguiente temprano, Cortés llamó a

Gustavo. Necesitamos hablar con los trabajadores que te ayudaron en 1999.
Si la policía los encuentra primero, van a testificar en tu contra para reducir sus propias condenas. Fernando, esos hombres han guardado el secreto durante 11 años. porque no había presión. Ahora la investigación se está intensificando. El miedo los hará hablar.

Gustavo había utilizado tres trabajadores de confianza esa madrugada de agosto. Raúl Medina, supervisor de obra, Jorge Salinas, operador de maquinaria pesada y Esteban Torres, albañil especializado en cimientos. Los tres hombres trabajaban aún para herrera construcciones. Gustavo los convocó a una

reunión urgente en una obra en construcción en las afueras de Monterrey, lejos de oídos indiscretos.
“Muchachos, la policía está investigando nuevamente el caso del hijo de Valenzuela”, les informó Gustavo. Raúl Medina, el más viejo del grupo con 52 años, respondió nervioso, “Patrón, usted nos dijo que eso había quedado enterrado para siempre.
” Y así era hasta que encontraron la cadena del muchacho en el ducto de ventilación. Jorge Salinas, de 45 años, se puso pálido. ¿Cómo llegó la cadena ahí? Nosotros sepultamos todo con el cuerpo. Diego la perdió durante la pelea. Debió quedar enganchada en algún lugar y después cayó al ducto. Esteban

Torres, el más joven con 38 años, comenzó a caminar nerviosamente.
Señor Herrera, mis hijos ya están grandes. No puedo ir a la cárcel ahora. Gustavo intentó tranquilizar a sus hombres. Si mantenemos nuestra versión, no pueden probar nada. El cuerpo está enterrado bajo toneladas de concreto en los cimientos. Es imposible que lo encuentren. Pero Raúl no estaba

convencido. Patrón, 11 años hemos vivido con este peso.
Mi esposa siempre pregunta por qué tengo pesadillas. Raúl, piensa en tu familia. Todos hemos construido vidas mejores con el dinero que les di. Sus hijos estudian en buenas escuelas, tienen casas propias. Era cierto. Después de agosto de 1999, Gustavo había incrementado significativamente los

salarios de los tres hombres, les había dado bonos especiales y había financiado la educación de sus hijos. Jorge recordó los hechos de esa madrugada.
El muchacho llegó muy enojado al edificio. Gritaba que iba a exponer todo el fraude. Diego se puso agresivo”, añadió Gustavo. “Yo solo intenté calmarlo, pero usted lo empujó”, insistió Esteban. Vi cuando el muchacho se golpeó la cabeza contra la viga. Gustavo se puso tenso. Fue un accidente. Diego

me amenazó. Hubo forcejeo.
“¿Y por qué no llamamos una ambulancia?”, preguntó Raúl. porque ya estaba muerto, no había nada que hacer. Mientras tanto, el investigador privado Alejandro Ruiz había comenzado a rastrear a los empleados de Herrera construcciones que habían trabajado en el torre comercial San Pedro entre 2001 y

2002.
Los registros de nómina mostraban que tres trabajadores específicos habían recibido aumentos salariales inusualmente altos inmediatamente después de terminar ese proyecto. Medina, Salinas y Torres. “Señor Valenzuela, estos tres hombres saben algo,” reportó Ruiz. “Sus aumentos de salario no

corresponden con incrementos generales en la empresa. Roberto estudió los documentos. cree que participaron en el asesinato de Diego, al menos en el encubrimiento.
Nadie entierra un cuerpo solo. Ruis decidió abordar primero a Esteban Torres, el más joven del grupo. Su investigación mostró que Esteban tenía dos hijos estudiando preparatoria y una hija en la universidad privada. Señor Torres, soy investigador privado contratado por la familia Valenzuela.

Necesito hacerle algunas preguntas sobre el torre comercial San Pedro. Esteban se encontraba en su casa en la colonia Independencia, un hogar modesto, pero bien mantenido. Su esposa Claudia sirvió café mientras hablaban en la sala. No entiendo qué puedo contarles sobre ese edificio. Fue solo un

trabajo más. Señor Torres, sabemos que usted y sus compañeros recibieron bonos especiales después de terminar ese proyecto.
Esteban se puso nervioso. El señor Herrera siempre ha sido generoso con los trabajadores. Generoso o agradecido. La pregunta directa desestabilizó a Esteban. Su esposa lo observaba con curiosidad. No entiendo qué insinúa. Ruiz mostró fotografías de Diego Valenzuela. Reconoce a este joven. Esteban

evitó mirar las fotografías. No, nunca lo he visto.
Esteban intervino su esposa Claudia. ¿De qué está hablando este señor? Señora Torres, su esposo participó en ocultar el asesinato de este joven hace 11 años. Claudia se puso de pie alterada. ¿Qué dice Esteban? Explícame qué está pasando. Esteban comenzó a sudar. Claudia, ¿es un malentendido? No es

malentendido. Tenemos evidencia física que ubica a Diego Valenzuela en el edificio donde su esposo trabajaba.
Su patrón, Gustavo Herrera, ya confesó los hechos a su abogado. Esta última afirmación era una estrategia de interrogatorio. Ruis no tenía información sobre ninguna confesión, pero necesitaba presionar a Esteban. El señor Herrera confesó, preguntó Esteban visiblemente alterado. Todo, el fraude, la

cita con Diego, la pelea, el encubrimiento.
Los únicos que pueden reducir sus condenas son ustedes, cooperando con las autoridades. Claudia comenzó a llorar. Esteban, ¿qué hiciste? ¿Cómo pudiste ocultarme algo así durante 11 años? Claudia, no era mi intención. Todo salió mal. Señor Torres, continuó Ruiz. puede elegir entre ser testigo

protegido o cómplice de homicidio.
Su familia merece saber la verdad. Esteban se derrumbó emocionalmente. Diego Valenzuela llegó esa madrugada al edificio muy enojado. Gritaba que iba a denunciar al señor Herrera por fraude. ¿Qué pasó después? Hubo una discusión muy fuerte. Diego amenazó con arruinar al señor Herrera.

Entonces, mi patrón lo empujó y el muchacho se golpeó la cabeza contra una viga de acero. Claudia soyaba. Y luego, ¿qué hicieron? El señor Herrera nos dijo que había sido un accidente, que si llamábamos a la policía todos íbamos a tener problemas. Nos convenció de enterrar el cuerpo en los

cimientos.
¿Dónde exactamente? En el sótano del edificio, lado oriente, columna número 12. Cabamos un hoyo profundo antes de vaciar el concreto. Ruis había obtenido la información que necesitaba. Señor Torres, esta confesión puede salvar a su familia de años de problemas legales. ¿Está dispuesto a repetir

esto ante las autoridades? Esteban miró a su esposa llorando. Sí, ya no puedo vivir con esta mentira.
Esa misma tarde Ruiz contactó al detective Hernández. Detective, tengo a un testigo dispuesto a confesar. ¿Sabe dónde está enterrado Diego Valenzuela? La investigación había dado un giro decisivo. Después de 11 años, finalmente tenían a alguien dispuesto a romper el pacto de silencio que había

protegido a Gustavo Herrera.
Hernández preparó inmediatamente las órdenes de cateo para el torre comercial San Pedro. Al día siguiente comenzarían las excavaciones en el sótano, columna número 12, lado oriente. Roberto Valenzuela recibió la llamada con emociones encontradas. Después de 11 años de incertidumbre, finalmente

sabría qué había ocurrido con su hijo, pero también se preparaba para enfrentar la confirmación de su muerte.
El detective Jesús Hernández obtuvo las órdenes de cateo para el torre comercial San Pedro y arrestó a Esteban Torres como testigo protegido. La confesión había proporcionado detalles específicos sobre la ubicación del cuerpo de Diego Valenzuela.
A las 6 de la mañana, un equipo forense especializado comenzó las excavaciones en el sótano del edificio, exactamente donde Esteban había indicado. Columna 12, lado oriente. Roberto y María Elena Valenzuela llegaron al lugar acompañados por el investigador privado Alejandro Ruiz. Después de 11 años

de incertidumbre estaban a punto de obtener respuestas definitivas.
“Señor Valenzuela, le recomiendo que esperen en el auto”, sugirió Hernández. Las excavaciones pueden tomar varias horas. Detective, he esperado 11 años. Puedo esperar unas horas más. Los trabajadores de la empresa de demolición utilizaron martillos neumáticos para romper el concreto del sótano. El

ruido ensordecedor resonaba por todo el edificio.
Mientras tanto, Gustavo Herrera llegó nerviosamente a su oficina. Su secretaria le informó que varios empleados habían llamado preguntando por Esteban Torres, quien no había llegado a trabajar. “¿Ha visto las noticias, señor Herrera?”, preguntó la secretaria. “¿Están excavando en el torre comercial

San Pedro buscando al muchacho Valenzuela? Gustavo sintió que el mundo se desplomaba sobre él. Si estaban excavando, significaba que alguien había hablado.
Inmediatamente llamó a su abogado. Fernando, están excavando en el edificio. Alguien les dijo dónde buscar. Gustavo, ven inmediatamente a mi oficina. No hables con nadie más. En el sótano del torre comercial San Pedro, después de tres horas de excavación, los forenses encontraron restos óseos

humanos enterrados exactamente donde Esteban había indicado.
“Detective, encontramos el cuerpo.” Confirmó el médico forense. Varón joven, aproximadamente entre 18 y 20 años de edad. Roberto Valenzuela se acercó al área de excavación. Sus piernas temblaron al ver los restos de su hijo después de 11 años. “Es Diego”, preguntó María Elena con voz quebrada.

“Tenemos que esperar las pruebas de ADN para confirmación oficial”, explicó Hernández. “Pero los restos coinciden con la edad y características físicas.” El forense continuó examinando los huesos. “¿Hay fractura en el cráneo consistente con traumatismo por objeto contundente. Eso causó la muerte.

Muy probable. La fractura es severa en el área temporal.
Roberto observó los restos de su hijo con una mezcla de dolor y alivio. Finalmente sabía qué había ocurrido con Diego. Mientras los forenses trabajaban, Hernández decidió arrestar inmediatamente a Gustavo Herrera. La evidencia física confirmaba el testimonio de Esteban Torres. Señor Herrera está

bajo arresto por homicidio y encubrimiento en el caso Diego Valenzuela Montemayor.
Gustavo se encontraba en el despacho de su abogado cuando llegó la policía. Su rostro palideció al escuchar los cargos. Detective, mi cliente ejercerá su derecho a permanecer en silencio intervino el licenciado Cortés. Su cliente puede permanecer en silencio, pero ya encontramos el cuerpo de Diego,

exactamente donde su cómplice nos indicó. Gustavo fue trasladado a la comandancia de la policía judicial.
Por primera vez en 11 años enfrentaba las consecuencias de sus acciones. En su celda, Gustavo reflexionaba sobre cómo había llegado a esa situación. Todo había comenzado con un fraude menor en las facturas del casino. Su avaricia había escalado hasta convertirse en homicidio y encubrimiento. El

detective Hernández decidió interrogar a Gustavo esa misma tarde, aprovechando la evidencia fresca.
Señor Herrera, tenemos el cuerpo de Diego Valenzuela enterrado en un edificio donde su empresa trabajaba. Tenemos a su empleado confesando que usted lo mató. ¿Qué tiene que decir? Gustavo consultó con la mirada a su abogado, quien asintió negativamente. No tengo declaraciones.

Diego descubrió que usted estaba facturando servicios falsos al Casino Royal, por eso lo citó esa madrugada. Silencio. Su empleado Esteban Torres nos contó toda la historia. La pelea, el golpe contra la viga, el entierro en los cimientos. Gustavo mantuvo su expresión impasible, pero Hernández notó

su doración en su frente. ¿Sabe qué es lo más triste, señor Herrera? que todo esto comenzó con 230,000 pesos de fraude, ahora enfrenta cadena perpetua por homicidio.
Mi cliente no responderá más preguntas sin la presencia de un abogado penalista especializado, intervino Cortés. Por supuesto, pero quiero que sepa que vamos a arrestar también a Jorge Salinas y Raúl Medina como cómplices. Su círculo de silencio se está desmoronando. Esa noche Jorge Salinas recibió

la visita de la policía en su casa.
Al ver las patrullas, intentó escapar por la puerta trasera, pero fue capturado inmediatamente. Jorge Salinas está bajo arresto como cómplice en el homicidio de Diego Valenzuela. No sé de qué hablan, respondió Jorge mientras le colocaban las esposas. Su compañero Esteban Torres ya confesó toda la

historia. Sabemos que usted ayudó a enterrar el cuerpo.
Jorge se puso pálido. Esteban habló todo. La pelea, el accidente, el entierro. La única manera de reducir su condena es cooperar completamente. Durante el traslado a la comandancia, Jorge comenzó a hablar. Fue idea del señor Herrera. Nosotros solo seguimos órdenes. ¿Qué órdenes específicas? Cavar

el hoyo, meter el cuerpo, tapar con concreto.
Nos dijo que si hablábamos todos íbamos a tener problemas con la justicia. Ustedes sabían que Diego estaba vivo cuando llegó al edificio. Jorge guardó silencio unos segundos. Sí. llegó muy enojado, gritando que iba a meter a la cárcel al señor Herrera. ¿Y qué pasó después? Hubo discusión muy

fuerte.
El muchacho empujó al patrón. Entonces el patrón lo empujó más fuerte. Diego se golpeó la cabeza contra la viga de acero. Intentaron ayudarlo. El señor Herrera nos dijo que no se moviera, que estaba muerto. Nosotros no sabíamos qué hacer. La versión de Jorge coincidía con la de Esteban, confirmando

que Diego había muerto por golpe en la cabeza después de una pelea con Gustavo Herrera.
Al día siguiente, la policía arrestó también a Raúl Medina. El supervisor de obra, con más experiencia que sus compañeros, intentó negociar su cooperación desde el principio. Detective, yo puedo contarle muchas cosas sobre lo que pasó esa noche, pero necesito protección para mi familia.

¿Qué tipo de protección? El señor Herrera tiene contactos poderosos. Si sabe que estoy cooperando, puede hacernos daño. Hernández se dio cuenta de que Raúl tenía información adicional sobre las conexiones de Gustavo Herrera. Qué contactos poderosos. Funcionarios del gobierno, jueces, comandantes de

policía. El señor Herrera siempre presumía que tenía protección oficial.
Esta revelación agregaba una dimensión nueva al caso. Si Gustavo tenía conexiones corruptas, explicaría por qué la investigación original de 1999 había sido superficial. Nombres específicos. No puedo decir nombres sin protección garantizada para mi familia. Hernández comprendió que el caso era más

complejo de lo que había imaginado.
No se trataba solo de un homicidio, sino de una red de corrupción que había protegido a Gustavo Herrera durante 11 años. La confesión de los tres empleados había confirmado que Diego Valenzuela había sido asesinado por Gustavo Herrera en agosto de 1999, pero las implicaciones del encubrimiento

apenas comenzaban a revelarse. Los resultados de ADN confirmaron oficialmente que los restos encontrados en el torre comercial San Pedro pertenecían a Diego Valenzuela Montemayor.
Después de 11 años, la familia finalmente tenía certeza sobre el destino de su hijo. El forense entregó el reporte completo al detective Hernández. La muerte fue causada por traumatismo cráneofálico severo. La fractura temporal indica impacto con objeto de acero o concreto. Pudo haber sido

accidental. La fuerza del impacto sugiere que fue resultado de una caída o golpe violento consistente con los testimonios de los testigos. Roberto Valenzuela recibió la confirmación con dolor, pero también con alivio.
Al menos ya sabemos la verdad, Diego puede descansar en paz. El investigador privado Alejandro Ruiz había continuado investigando las conexiones de Gustavo Herrera con funcionarios públicos. Sus contactos en el periodismo le proporcionaron información valiosa. Señor Valenzuela, Gustavo Herrera hizo

donaciones significativas a campañas políticas entre 1998 y 2001, más de 500,000 pesos a candidatos locales.
Roberto examinó los documentos, incluyendo al procurador que estuvo a cargo de la investigación original. Exactamente. El licenciado Mauricio Treviño recibió 100,000 pesos para su campaña a diputado local en 2000. Esta información explicaba por qué la investigación de 1999 había sido superficial.

El procurador tenía conflicto de interés debido a las donaciones recibidas de Herrera.
Ruis también descubrió que Gustavo había contratado a un abogado especializado en casos penales inmediatamente después del desaparecimiento de Diego, aunque oficialmente no era sospechoso del crimen. “¿Por qué contrataría defensa penal si no estaba siendo investigado?”, se preguntó Ruiz.

Los registros mostraban que Herrera había pagado 200,000 pesos en honorarios legales durante agosto y septiembre de 1999, un gasto inusual para alguien que supuestamente no tenía problemas con la justicia. Mientras tanto, el detective Hernández obtuvo órdenes adicionales para revisar todos los

archivos de Herrera Construcciones relacionados con el torre comercial San Pedro. Los documentos de la empresa revelaron irregularidades importantes.
Gustavo había asignado a sus tres empleados de confianza exclusivamente a ese proyecto, pagándoles tiempo extra por trabajar durante las madrugadas. ¿Por qué necesitaban trabajar de noche en un edificio comercial? Preguntó Hernández al revisar las nóminas. Las facturas mostraban compras inusuales

de concreto durante agosto de 2001, mucho más de lo necesario para la construcción normal de los cimientos.
Compraron concreto adicional para enterrar el cuerpo, concluyó Hernández. El detective decidió confrontar nuevamente a Gustavo Herrera con toda la evidencia acumulada. Señor Herrera, tenemos confirmación de ADN de que los restos pertenecen a Diego Valenzuela. Tenemos tres testigos que confirman que

usted lo mató. Tenemos evidencia de que compró concreto adicional para enterrar el cuerpo.
Gustavo consultó con su nuevo abogado penalista, el licenciado Ricardo Villarreal, especialista en casos de homicidio. Detective, mi cliente está dispuesto a negociar una declaración completa a cambio de reducción de cargos. ¿Qué tipo de reducción? Homicidio culposo en lugar de doloso. Fueron

circunstancias accidentales durante una discusión comercial.
Hernández sabía que tenía evidencia suficiente para homicidio doloso, pero una confesión completa podría revelar otros aspectos importantes del caso. Su cliente debe proporcionar información completa sobre todas las personas involucradas en el encubrimiento, incluyendo funcionarios públicos que

pudieron haber facilitado la impunidad.
Gustavo aceptó las condiciones. Por primera vez en 11 años estaba dispuesto a contar toda la verdad. Diego Valenzuela me citó en el edificio en construcción la madrugada del 15 de agosto de 1999. Había descubierto irregularidades en las facturas de servicios al Casino Royal. ¿Qué tipo de

irregularidades? Yo facturaba servicios que no realizaba completamente o utilizaba materiales de menor calidad que los especificados.
En total había defraudado aproximadamente 230,000 pesos. Diego tenía evidencia. Fotografías de los trabajos mal hechos, copias de facturas, recibos de materiales. Había documentado todo meticulosamente. Hernández tomaba notas detalladas. ¿Qué pretendía Diego? Quería que devolviera el dinero y que

confesara públicamente el fraude. Amenazó con presentar una denuncia penal si no accedía.
¿Y usted qué respondió? Le ofrecí devolver el dinero discretamente, sin publicidad, pero Diego insistía en que debía enfrentar consecuencias públicas por dañar la reputación del casino de su padre. ¿En qué momento ocurrió la agresión? Gustavo suspiró profundamente. Diego se puso muy agresivo

verbalmente. Me gritó que era un ladrón y que merecía ir a la cárcel. Intenté calmarlo físicamente, tomándolo por los hombros.
Y entonces Diego me empujó fuertemente. Yo perdí el equilibrio y le regresé el empujón. Él cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra una viga de acero que sobresalía. Verificó si estaba vivo. No se movía. Tenía mucha sangre en la cabeza. Mis empleados me dijeron que estaba muerto.

Hernández notó que Gustavo evitaba admitir que no había intentado conseguir ayuda médica para Diego. ¿Por qué no llamó una ambulancia? Entré en pánico. Pensé que nadie me creería que había sido un accidente. Yo tenía motivos para querer lastimar a Diego por las acusaciones de fraude.

¿Quién propuso enterrar el cuerpo? Fue idea mía. Les dije a mis empleados que si llamábamos a la policía todos íbamos a tener problemas. Cóo los convenció. Les prometí aumentos salariales y bonos especiales. También les dije que el caso se investigaría superficialmente porque yo tenía contactos en

la Procuraduría.
Esta confesión confirmaba la corrupción en la investigación original. ¿Qué contactos específicos? Había hecho donaciones a la campaña del procurador Mauricio Treviño. Sabía que no investigaría agresivamente a alguien que había financiado su carrera política. El procurador sabía sobre el homicidio,

no directamente, pero sabía que yo necesitaba que el caso se cerrara rápidamente sin encontrar culpables.
Hernández tenía ahora evidencia de corrupción en la Procuraduría de 1999. El caso de Diego no solo involucraba homicidio, sino también obstrucción de la justicia por parte de funcionarios públicos. ¿Qué más puede decirnos sobre el encubrimiento? contraté al mejor abogado penalista de Monterrey

inmediatamente después del crimen. Le pagué 200,000 pesos para que monitoreara la investigación y me mantuviera informado. El abogado sabía que usted había matado a Diego.
Sospechaba, pero nunca se lo confirmé directamente. La confesión de Gustavo Herrera había proporcionado el panorama completo del crimen y el encubrimiento posterior. Diego Valenzuela había sido asesinado por descubrir fraude y una red de corrupción había protegido al asesino durante 11 años. El

hallazgo fortuito de Esperanza Morales había destapado no solo un homicidio, sino todo un sistema de impunidad que había funcionado perfectamente hasta que una simple limpiadora encontró una cadena de oro en un ducto de ventilación. La confesión completa de Gustavo Herrera había desatado una

investigación más amplia
sobre corrupción en la Procuraduría de Justicia de Nuevo León. El procurador Mauricio Treviño, ahora diputado local, se enteró de que su nombre aparecía en las declaraciones como beneficiario de sobornos. Treviño llamó inmediatamente a su asesor legal.

Licenciado Rodríguez, Gustavo Herrera me está implicando en el encubrimiento del caso Valenzuela. Hay evidencia de pagos irregulares. Recibí donaciones legales para mi campaña de 2000. Todo está documentado oficialmente. Pero, ¿sabías sobre el homicidio? Nunca. Gustavo solo me pidió que cerrara el

caso rápidamente porque estaba afectando su reputación comercial. El asesor revisó los archivos de la investigación original.
Mauricio, la investigación que dirigiste fue notablemente superficial. No interrogaste a personas clave. No revisaste coartadas completamente. Seguí los procedimientos normales de la época. ¿No es verdad? Comparando con otros casos de personas desaparecidas del mismo periodo, la investigación de

Diego Valenzuela fue extraordinariamente limitada.
Mientras tanto, el detective Hernández había solicitado órdenes de cateo para revisar los archivos personales de Mauricio Treviño, tanto de su época como procurador como de su oficina actual de diputado. Los documentos encontrados mostraron correspondencia entre Treviño y Gustavo Herrera durante

septiembre y octubre de 1999, discutiendo la necesidad de cerrar casos pendientes que afectan la imagen de empresarios respetables.
Una carta específica fechada el 15 de septiembre de 1999 decía: “Estimado Mauricio, confío en tu criterio para manejar discretamente el asunto que conversamos. La comunidad empresarial aprecia tu comprensión de las realidades comerciales. Hernández interpretó esto como evidencia de que Treviño

sabía que estaba protegiendo a Herrera de una investigación seria.
Roberto Valenzuela, informado de estos desarrollos, decidió presentar una denuncia formal contra Mauricio Treviño por obstrucción de la justicia. Detective, quiero que todos los responsables paguen por lo que le hicieron a mi hijo. No solo el asesino, sino todos los que ayudaron a encubrirlo.

Cuando Treviño se enteró de la denuncia formal, entró en pánico.
Como diputado local, tenía fuero constitucional que dificultaría su procesamiento, pero sabía que el escándalo arruinaría su carrera política. Treviño decidió contactar directamente a Roberto Valenzuela para intentar negociar. Señor Valenzuela, lamento profundamente lo que ocurrió con Diego, pero mi

participación en el caso fue mínima.
Licenciado Treviño, usted recibió dinero de Gustavo Herrera y después dirigió una investigación negligente del asesinato de mi hijo. Las donaciones fueron legales y la investigación siguió todos los protocolos. Protocolos. No interrogó a los empleados de Herrera. No verificó completamente su

coartada.
cerró el caso sin explorar todas las líneas de investigación. Roberto había estudiado exhaustivamente el expediente original y conocía todas sus deficiencias. Señor Valenzuela, estoy dispuesto a ofrecer una disculpa pública y renunciar a mi cargo si retira la denuncia penal. No hay trato. Usted

debe enfrentar las consecuencias legales de haber protegido al asesino de Diego.
Treviño se dio cuenta de que Roberto no estaba dispuesto a negociar. Su única opción era huir antes de que el Congreso local aprobara el desafuero que permitiría su procesamiento penal. Esa noche, Treviño empacó documentos importantes y dinero en efectivo, preparándose para abandonar México. Sus

contactos le habían informado que el desafuero sería aprobado en cuestión de días, pero el investigador privado Alejandro Ruiz había anticipado esta posibilidad y había puesto vigilancia discreta en la casa y oficina de Treviño. Señor Valenzuela, Treviño está preparando una

fuga. Ha estado moviendo dinero y documentos toda la semana. Podemos evitar que escape. Tengo contactos en migración que pueden alertar si intenta salir del país. Ruis coordinó con las autoridades para monitorear todos los puntos de salida, aeropuertos, fronteras terrestres y cruces internacionales.

El 30 de abril de 2010, Mauricio Treviño intentó cruzar la frontera hacia Estados Unidos por el puente internacional de Nuevo Laredo. Los agentes de migración alertados por la investigación lo detuvieron para revisión rutinaria. Licenciado Treviño, ¿cuál es el motivo de su viaje a Estados Unidos?

Asuntos comerciales. Tengo reuniones en San Antonio.
Los agentes revisaron su equipaje y encontraron $200,000 en efectivo, una cantidad que excedía los límites legales para declarar. ¿Puede explicar el origen de este dinero? Treviño se puso nervioso. Son ahorros personales para inversiones comerciales. Los agentes contactaron a las autoridades

mexicanas y confirmaron que existía una orden de localización contra Treviño relacionada con el caso Valenzuela.
Señor Treviño, debe regresar a territorio mexicano. Hay autoridades que necesitan hablar con usted. Treviño fue detenido y trasladado de vuelta a Monterrey. Su intento de fuga había confirmado su culpabilidad ante la opinión pública. El detective Hernández lo interrogó inmediatamente. Licenciado

Treviño, intentar huir del país no es la conducta de alguien inocente.
Detective, solo estaba tomando vacaciones. No sabía que existía alguna restricción para viajar. Vacaciones con 200,000 en efectivo. Tengo derecho a manejar mis finanzas personales. Hernández mostró las cartas encontradas en los cateos. Estas correspondencias muestran que usted coordinó con Gustavo

Herrera el encubrimiento del caso.
Treviño leyó los documentos y se dio cuenta de que la evidencia era incriminatoria. Detective, si coopero completamente, ¿puedo negociar una reducción de cargos? Eso depende de la información que proporcione. Treviño sabía que su carrera política había terminado. Su única opción era minimizar las

consecuencias penales cooperando con la investigación. Gustavo Herrera me contactó en septiembre de 1999.
me dijo que el caso de Diego Valenzuela estaba afectando injustamente su reputación comercial, específicamente que le pidió que cerrara la investigación rápidamente, enfocándome en otras líneas que no lo involucraran directamente. Y usted aceptó. Gustavo había financiado mi campaña. Sentí obligación

de ayudarlo siempre y cuando fuera legalmente apropiado. ¿Sabía que Herrera había matado a Diego? No.
Creí genuinamente que era inocente y que estaba siendo injustamente señalado. Esta confesión confirmaba la obstrucción de la justicia, aunque Treviño negara conocimiento directo del homicidio. La captura de Mauricio Treviño había completado el círculo de responsables en el caso de Diego Valenzuela.

Después de 11 años, todos los involucrados en el crimen y encubrimiento estaban finalmente bajo custodia. El juicio de Gustavo Herrera comenzó en el Tribunal Superior de Justicia de Nuevo León. Después de 11 años, la familia Valenzuela finalmente tendría la oportunidad de ver al asesino de Diego

enfrentar la justicia.
El fiscal Fernando Morales presentó todas las evidencias. Los restos de Diego encontrados en el torre comercial San Pedro. Las confesiones de los tres empleados cómplices, la cadena de oro hallada por Esperanza Morales y la confesión del propio Gustavo. Señores del jurado, este caso demuestra cómo

un simple fraude comercial escaló hasta convertirse en homicidio y encubrimiento.
El acusado mató a Diego Valenzuela para proteger su reputación empresarial. La defensa dirigida por el licenciado Ricardo Villarreal argumentó que había sido homicidio culposo, no doloso. Mi cliente reconoce su responsabilidad en la muerte de Diego Valenzuela, pero fueron circunstancias

accidentales durante una discusión comercial. No hubo intención de matar.
El primer testigo fue Esteban Torres, quien bajo juramento repitió su confesión completa. El señor Herrera empujó a Diego después de que el muchacho lo acusó de ladrón. Diego se golpeó la cabeza contra la viga de acero y dejó de moverse. Intentaron ayudar a Diego después del golpe. El señor Herrera

nos dijo que estaba muerto, que ya no había nada que hacer. Verificaron si realmente estaba muerto.
No, solo seguimos las órdenes del patrón. Jorge Salinas confirmó la misma versión. Diego llegó muy enojado esa madrugada. Gritaba que iba a meter a la cárcel al señor Herrera por fraude. Raúl Medina proporcionó detalles adicionales sobre el encubrimiento. Cabamos el hoyo en los cimientos antes del

amanecer.
El señor Herrera nos dijo que si hablábamos todos íbamos a tener problemas con la ley. Roberto Valenzuela testificó sobre el fraude que Diego había descubierto. Mi hijo era muy meticuloso con los números. Las facturas de Herrera construcciones mostraban servicios que nunca se realizaron.

Diego planeaba confrontar a Gustavo Herrera. Sí. Diego me dijo que tenía evidencia suficiente para presentar una denuncia penal por fraude. María Elena Montemayor describió los últimos días de Diego. Mi hijo estaba preocupado por algo del trabajo. Recibió varias llamadas que lo ponían nervioso.

El momento más dramático llegó cuando Gustavo Herrera testificó en su propia defensa. Reconozco que cometí fraude en las facturas del Casino Royal, pero nunca tuve intención de lastimar a Diego. El fiscal Morales lo interrogó agresivamente.
¿Por qué citó a Diego en un edificio en construcción a las 2 de la madrugada? Quería hablar en privado sin interrupciones. ¿Por qué no en su oficina durante horas laborales? El tema era delicado. No quería que mis empleados escucharan conversaciones sobre fraude. ¿Qué esperaba lograr en esa

reunión? Convencer a Diego de manejar el asunto discretamente. Ofrecerle devolución del dinero sin publicidad.
Y cuando Diego rechazó su propuesta, Gustavo guardó silencio unos segundos. Se puso muy agresivo. Me gritó cosas muy ofensivas. Eso justifica matarlo. No fue intencional. Hubo forcejeo y él se golpeó accidentalmente. ¿Por qué no llamó una ambulancia? Entré en pánico, vi mucha sangre y pensé que

estaba muerto. Verificó signos vitales. No soy médico. Mis empleados me dijeron que no respiraba. El fiscal mostró fotografías de la escena del crimen.
¿Por qué decidió enterrar el cuerpo en lugar de reportar un accidente? Sabía que nadie me creería. Yo tenía motivos para querer lastimar a Diego por las acusaciones de fraude. Entonces, reconoce que tenía motivos para el homicidio. La defensa objetó, pero el daño estaba hecho. Gustavo había admitido

que tenía motivos para querer matar a Diego. El fiscal continuó presionando.
¿Cuánto dinero pagó a sus empleados para comprar su silencio? Les di aumentos salariales normales. 150,000 pesos en bonos inmediatamente después del crimen son aumentos normales. Quería compensarlos por el trabajo extra durante la construcción. ¿Trabajo extra de enterrar un cadáver? La defensa

objetó nuevamente, pero la evidencia era abrumadora.
El testimonio de Mauricio Treviño reveló la extensión del encubrimiento. Gustavo Herrera me pidió que cerrara la investigación rápidamente. Me dijo que el caso estaba afectando injustamente su reputación. ¿A cambio de qué? Él había financiado mi campaña política. Sentí obligación de ayudarlo. Sabía

que había evidencia real contra Herrera. No investigué suficientemente. Asumí que era inocente porque era un empresario respetado.
El fiscal mostró los archivos de la investigación original. ¿Por qué no interrogó a los empleados de Herrera que trabajaron en el torre comercial San Pedro? No consideré relevante esa línea de investigación. Aunque el edificio se estaba construyendo en las fechas cercanas al desaparecimiento,

Treviño no pudo responder convincentemente.
Esperanza Morales testificó sobre el hallazgo de la cadena. Encontré la cadena en el ducto de ventilación mientras limpiaba. Brillaba con mi linterna. ¿Por qué decidió investigar en lugar de quedarse la joya? Me pareció cara. Pensé que alguien la estaba buscando.

Su testimonio era particularmente conmovedor porque mostraba cómo una persona humilde había tenido la honestidad de investigar un hallazgo que personas con más recursos habían ocultado durante años. El detective Jesús Hernández explicó cómo la nueva evidencia había desmoronado el caso. La cadena de

Diego en el ducto confirmó que había estado en ese edificio.
Los testimonios de los empleados proporcionaron los detalles del crimen. ¿Por qué la investigación original no descubrió estos hechos? No teníamos evidencia física que nos dirigiera hacia el edificio específico. Además, la investigación fue cerrada prematuramente. Al final del juicio, Gustavo

Herrera hizo una declaración final. Quiero pedirle perdón a la familia Valenzuela.
Reconozco que mis acciones causaron la muerte de Diego y 11 años de sufrimiento para sus padres. Roberto Valenzuela se puso de pie. Sus disculpas no van a devolver a mi hijo, pero al menos ahora la verdad está expuesta. El jurado deliberó durante 6 horas. Su veredicto fue unánime. Gustavo Herrera,

culpable de homicidio doloso y encubrimiento.
La sentencia 30 años de prisión. Los empleados cómplices recibieron condenas menores por cooperar con la investigación. Esteban Torres, 5 años. Jorge Salinas, 8 años. Raúl Medina, 10 años. Mauricio Treviño fue condenado a 12 años por obstrucción de la justicia y uso de influencias para pervertir el

curso de la justicia. Después de 11 años de impunidad, todos los responsables del asesinato de Diego Valenzuela y su encubrimiento habían sido finalmente condenados. Después de las condenas, el detective Jesús Hernández continuó investigando para
determinar si había otros crímenes relacionados con Gustavo Herrera. Los interrogatorios posteriores al juicio revelaron información que nadie había anticipado. En la prisión estatal, Raúl Medina pidió hablar con las autoridades. Detective, hay cosas que no dije durante el juicio, cosas que pueden

interesarle.
Hernández visitó inmediatamente la prisión. ¿Qué información adicional tiene? El caso de Diego Valenzuela no fue el único. Herrera Construcciones estuvo involucrada en otros encubrimientos. Esta revelación sorprendió a Hernández. ¿Qué otros casos? En 1997, un trabajador de la empresa murió por

negligencia en una obra.
El señor Herrera sobornó a los inspectores para que dictaminaran muerte accidental. ¿Tiene evidencia? documentos, fotografías, nombres de funcionarios que recibieron dinero. Raúl había guardado evidencia durante años como protección personal, temendo que Gustavo eventualmente lo eliminara como

testigo. ¿Por qué no reportó estos crímenes antes? Mi familia dependía del trabajo.
Además, vi lo que le pasó a quien intentó enfrentar al señor Herrera. Hernández se dio cuenta de que se refería al caso de Diego Valenzuela. Los documentos que Raúl había conservado mostraban un patrón de corrupción sistemática. Herrera Construcciones había sobornado inspectores, funcionarios

municipales y procuradores durante más de una década.
¿Cuántos funcionarios estaban en la nómina de Herrera? Al menos 12 personas en diferentes dependencias. Recibían pagos mensuales para ignorar violaciones de seguridad. Esta información expandía el caso Más allá del homicidio de Diego. Gustavo Herrera había operado una red criminal completa.

El investigador privado Alejandro Ruiz entrevistó a otros exempleados de Herrera Construcciones. Muchos confirmaron el ambiente de intimidación y corrupción en la empresa. Don Gustavo siempre decía que tenía protección en el gobierno, recordó Miguel Sandoval, albañil que trabajó para la empresa

entre 1998 y 2003. Presumía que podía hacer cualquier cosa sin consecuencias. Presenció otros crímenes.
En 2000, un inspector municipal que se negó a aceptar soborno apareció golpeado en su casa. Don Gustavo comentó que había entendido el mensaje. Roberto Valenzuela se enteró de estas revelaciones con indignación. Durante cuántos años este hombre operó con impunidad total. Según los documentos, al

menos desde 1995, informó Ruiz, su hijo Diego no fue su primera víctima. La Procuraduría de Justicia abrió investigaciones adicionales basadas en la nueva evidencia.
Varios funcionarios que habían recibido sobornos de Herrera fueron arrestados. El licenciado Fernando Cortés, primer abogado de Gustavo, también fue investigado por su posible conocimiento de los crímenes. Los registros mostraban que había recibido pagos inusuales durante los años de mayor

actividad criminal de su cliente.
Licenciado Cortés, ¿sabía usted que Gustavo Herrera había matado a Diego Valenzuela? Sospechaba que mi cliente no me había contado toda la verdad, pero no tenía conocimiento específico del homicidio. ¿Por qué recibió 200,000 pesos en honorarios inmediatamente después del desaparecimiento de Diego?

Mi cliente me dijo que necesitaba monitorear una investigación que podía afectar su reputación comercial.
¿No le pareció sospechoso contratar defensa penal cuando oficialmente no era sospechoso? Cortés no pudo responder convincentemente. María Elena Montemayor decidió buscar a otras familias que pudieran haber sido afectadas por los crímenes de Herrera. Si Diego no fue la primera víctima, debe haber

otras familias que merecen saber la verdad.
Su investigación identificó cinco casos de muertes sospechosas relacionadas con empleados o competidores de herrera construcciones entre 1995 y 2005. El caso más similar al de Diego era el de Patricia Ruiz, contadora de 26 años que había descubierto irregularidades en los libros de una empresa

constructora competidora. Patricia había desaparecido en 2003 y su caso nunca se resolvió.
¿Cree que Gustavo también mató a Patricia?, preguntó María Elena al Detective Hernández. Es posible. Los patrones son muy similares. Descubrimiento de fraude, confrontación, desaparición. Hernández decidió interrogar nuevamente a Gustavo sobre otros posibles crímenes. Herrera, sabemos que Diego no

fue su única víctima.
¿Qué pasó con Patricia Ruiz en 2003? Gustavo inicialmente negó conocimiento, pero al ser confrontado con evidencia específica, su resistencia se debilitó. Patricia trabajaba para una empresa que competía con mis contratos municipales. La mató porque descubrió su corrupción. No la maté directamente,

pero ordené que la intimidaran para que dejara de investigar.
¿Y qué salió mal? Los hombres que contraté se excedieron. Patricia murió durante la intimidación. Esta confesión reveló que Gustavo había progresado de fraude a homicidio múltiple durante su carrera criminal. ¿Dónde está el cuerpo de Patricia? En una obra que construimos en 2003, edificio de

departamentos en la colonia Country. La familia de Patricia Ruiz fue notificada inmediatamente.
Después de 7 años sin respuestas, finalmente sabrían qué había ocurrido con su hija. Las excavaciones en el edificio de departamentos confirmaron el hallazgo de restos femeninos enterrados en los cimientos, usando el mismo método que en el caso de Diego. Los análisis de ADN confirmaron que

pertenecían a Patricia Ruiz. Gustavo Herrera fue acusado de homicidio adicional.
Su sentencia de 30 años se extendió a cadena perpetua. Los interrogatorios continuaron revelando más víctimas. En total, Gustavo admitió responsabilidad directa o indirecta en seis muertes durante su carrera criminal. Detective, confesó finalmente, empecé con pequeños fraudes, pero cada vez que

alguien amenazaba con exponerme, tuve que ir más lejos para protegerme.
¿Se arrepiente? Sí, especialmente de Diego. Era solo un muchacho tratando de hacer lo correcto. Las confesiones completas de Gustavo Herrera expusieron una de las redes criminales más extensas en la historia de Nuevo León. Su caso cambió los protocolos de investigación y supervisión de empresas

constructoras en todo México.
Roberto Valenzuela estableció una fundación en memoria de Diego para apoyar investigaciones de crímenes sin resolver. Mi hijo murió por hacer lo correcto. Su legado debe ser que otros tengan la oportunidad de encontrar justicia. Esperanza Morales, la limpiadora que había encontrado la cadena de

Diego, recibió reconocimiento público por su honestidad e integridad.
Su hallazgo había destapado no solo un homicidio, sino toda una red de corrupción e impunidad. Nunca imaginé que encontrar esa cadena cambiaría tantas vidas”, reflexionó Esperanza. Pero estoy contenta de haber hecho lo correcto.
La verdad completa sobre Diego Valenzuela había sido finalmente revelada, pero sus implicaciones continuarían resonando durante años en el sistema de justicia mexicano. Exactamente 11 años después del desaparecimiento de Diego Valenzuela, su familia organizó una ceremonia conmemorativa en el

Panteón Jardín de Monterrey. Los restos de Diego finalmente descansarían en paz junto a sus abuelos.
Roberto Valenzuela pronunció un discurso emotivo ante familiares, amigos y autoridades. Diego murió defendiendo la honestidad y la justicia. Su muerte no fue en vanos y sirve para prevenir que otros jóvenes sufran el mismo destino. María Elena colocó flores frescas sobre la tumba de su hijo. Por

fin puedes descansar, mi amor. La verdad salió a la luz y todos los culpables pagaron por lo que te hicieron.
El detective Jesús Hernández asistió a la ceremonia. Durante los meses posteriores al juicio, había reflexionado mucho sobre los errores de la investigación original. Señor Valenzuela, lamento profundamente que hayamos tardado 11 años en encontrar la verdad. La investigación de 1999 debió ser más

exhaustiva. Detective.
Lo importante es que nunca se rindieron cuando aparecieron nuevas evidencias. Diego puede descansar en paz sabiendo que se hizo justicia. Esperanza Morales también asistió a la ceremonia acompañada por su sobrina Carmen. Su papel en la resolución del caso la había convertido en símbolo de

integridad ciudadana. “Señora Esperanza,” le dijo Roberto, “Usted nos devolvió a nuestro hijo y nos permitió cerrar este capítulo doloroso de nuestras vidas.
Señor Valenzuela, solo hice lo que cualquier persona honesta habría hecho. Esa cadena no me pertenecía.” El investigador privado Alejandro Ruiz había documentado meticulosamente todo el caso. Su reporte final se convertiría en material de estudio para academias de policía y escuelas de derecho.

Este caso demuestra la importancia de nunca desistir en la búsqueda de la verdad, escribió Ruiz en sus conclusiones. Un hallazgo fortuito puede resolver crímenes que parecían perfectos. Las condenas de todos los involucrados habían sido ratificadas en segunda instancia. Gustavo Herrera cumplía

cadena perpetua en el penal de máxima seguridad de Puente Grande.
Sus empleados cómplices purgaban sus condenas en prisiones estatales. Mauricio Treviño había perdido todos sus derechos políticos y enfrentaba el ostracismo social total. Su carrera en la función pública había terminado definitivamente.
Los funcionarios menores que habían recibido sobornos de Herrera también fueron condenados apenas de prisión que variaban entre 3 y 8 años dependiendo del grado de su participación en la red de corrupción. La Fundación Diego Valenzuela había comenzado operaciones 6 meses después del juicio. Su

misión era proporcionar recursos y apoyo a familias de personas desaparecidas.
especialmente en casos donde las investigaciones oficiales habían sido inadecuadas. Queremos que otras familias no tengan que esperar 11 años para obtener respuestas”, explicó Roberto en la presentación de la fundación. El primer caso que apoyaron fue el de la familia Ruiz, padres de Patricia, la

contadora asesinada por Gustavo Herrera en 2003. La fundación financió exámenes forenses adicionales y apoyo psicológico para los familiares.
María Elena se había dedicado a trabajar con madres de personas desaparecidas, proporcionando apoyo emocional basado en su propia experiencia. “El dolor nunca desaparece completamente”, les decía a otras madres, “pero cuando encuentra la verdad puede comenzar a sanar.” El caso Diego Valenzuela había

tenido impacto en la legislación local.
El Congreso de Nuevo León aprobó reformas que endurecían las penas por encubrimiento y obstrucción de la justicia. También se establecieron nuevos protocolos para investigaciones de personas desaparecidas, incluyendo revisión obligatoria de casos no resueltos cada 5 años. El torre comercial San

Pedro había quedado marcado por la tragedia.
Muchos inquilinos se mudaron después de que se conociera que el edificio había sido construido sobre la tumba de Diego. El propietario del edificio decidió instalar una placa conmemorativa en el lobby en memoria de Diego Valenzuela Montemayor 1981-1999, quien murió defendiendo la verdad y la

justicia. Los medios de comunicación continuaron el caso. El periodista, que había cubierto la historia original escribió un libro titulado La cadena de la verdad, como un hallazgo fortuito, destapó 11 años de impunidad.
El libro se convirtió en bestseller nacional y fue adaptado para una película que se estrenaría dos años después. Gustavo Herrera había intentado apelar su condena múltiples veces, pero todos los recursos legales fueron agotados. en sus entrevistas desde la prisión expresaba arrepentimiento

genuino.
“Si pudiera regresar el tiempo, jamás habría comenzado con los fraudes”, declaró a un periodista. “Una mentira pequeña me llevó a cometer crímenes cada vez más graves. Los hijos de Gustavo habían cambiado sus apellidos y se habían mudado a otros países para escapar del estigma familiar. Su esposa

había solicitado el divorcio inmediatamente después de las condenas.
El negocio de Herrera Construcciones había quebrado completamente. Los contratos fueron cancelados y la empresa fue liquidada para pagar indemnizaciones a las familias de las víctimas. En diciembre de 2010, Roberto Valenzuela recibió una carta inesperada de Esteban Torres, el empleado que había

confesado desde el principio. Señor Valenzuela, sé que mis disculpas no pueden reparar el daño causado, pero quiero que sepa que pienso en Diego todos los días.
Su hijo era un joven valiente que murió defendiendo sus principios. Roberto decidió responder la carta. Esteban, agradezco su honestidad y su arrepentimiento. Diego habría querido que usted tuviera la oportunidad de reconstruir su vida después de pagar por sus errores. Este intercambio de

correspondencia se convertiría en el inicio de un programa de reconciliación entre víctimas y victimarios que la Fundación Diego Valenzuela implementaría en casos similares.
El primer aniversario del hallazgo de la cadena, en marzo de 2011, fue declarado día de la integridad ciudadana en Monterrey en honor a Esperanza Morales y su decisión de reportar el hallazgo en lugar de quedarse con la joya. Este día nos recuerda que cada ciudadano tiene el poder de contribuir a

la justicia”, declaró el alcalde durante la ceremonia inaugural.
Esperanza continuó trabajando como limpiadora, pero ahora también daba pláticas en escuelas sobre la importancia de la honestidad y la responsabilidad ciudadana. Nunca sabemos cuándo nuestras acciones pueden cambiar la vida de otras personas, les decía a los estudiantes. Por eso siempre debemos

hacer lo correcto.
El detective Hernández se retiró de la policía en 2012, pero continuó trabajando como consultor en casos de personas desaparecidas. Su experiencia en el caso Valenzuela lo había convertido en experto reconocido nacionalmente. Este caso me enseñó que nunca se debe aceptar que un crimen quede impune,

reflexionaba Hernández. La verdad siempre encuentra la manera de salir a la luz.
En agosto de 2015, 6 años después de la resolución del caso, Roberto Valenzuela visitó la tumba de Diego, acompañado por sus nietos, hijos de su hija mayor. Abuelo, cuéntanos otra vez cómo el tío Diego era un héroe. Pidió su nieto de 8 años. Diego era valiente porque siempre decía la verdad, aunque

fuera difícil”, explicó Roberto.
“Murió muy joven, pero su ejemplo nos enseña que debemos luchar por lo que es correcto.” La historia de Diego Valenzuela se había convertido en leyenda local, un recordatorio de que la justicia, aunque tarde, eventualmente prevalece.
El legado de Diego continuaba vivo en la fundación que llevaba su nombre, en las reformas legales que su caso había inspirado y en la conciencia colectiva sobre la importancia de nunca rendirse en la búsqueda de la verdad. 11 años después de su desaparecimiento, Diego Valenzuela había encontrado

finalmente la paz eterna, sabiendo que su muerte había servido para exponer la corrupción y crear un mundo más justo para las futuras generaciones.
La cadena de oro que Esperanza había encontrado en un ducto de ventilación se exhibía ahora en el Museo de Historia de Nuevo León, como símbolo de cómo un objeto pequeño puede desencadenar grandes cambios en la sociedad. Esta cadena representa la conexión entre la verdad y la justicia, explicaba la

placa del museo. Nos recuerda que no existen crímenes perfectos, solo investigaciones incompletas. Ev.