Bienvenidos a El tintero maldito. Mi nombre es Gabriel Montero y hoy les traigo una historia que ha permanecido oculta entre las sombras del tiempo. Un relato de misterio que nos transporta a la Venezuela de 1971 cuando cinco personas desaparecieron sin dejar rastro. Esta es la historia de la
familia Sánchez. Corría el mes de junio de 1971.
Venezuela vivía tiempos de cambio. El petróleo fluía, la economía crecía y en las calles de Caracas se respiraba un aire de optimismo. Pero a 200 km de la capital, en el pequeño pueblo de Valle sombrío, enclavado entre montañas cubiertas de espesa vegetación, la vida transcurría a un ritmo
diferente, casi detenido en el tiempo.
Valle Sombrío había sido fundado por colonos españoles en el siglo XVII. Un lugar de tierras fértiles, pero aislado por su difícil geografía. Para 1971 no contaba con más de 2,000 habitantes. La mayoría de ellos se dedicaban a la agricultura o trabajaban en la única fábrica textil que daba vida
económica al pueblo. Entre las familias más respetadas del lugar se encontraban los Sánchez.
Antonio Sánchez, de 47 años, era el patriarca. un hombre trabajador que había logrado prosperar con una tienda de abarrotes en la plaza principal. Su esposa Mercedes Vega de Sánchez, de 45 años, era conocida por su carácter amable y su devoción religiosa. La pareja tenía tres hijos, Alejandro de 23
años, Lucía de 19 y el pequeño Gabriel de apenas 11.
Los domingos, como era costumbre, la familia asistía junta a la misa de las 10 de la mañana en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, un edificio colonial que dominaba la plaza central. Después compartían un almuerzo en casa de los abuelos paternos Ramón y Dolores, quienes vivían a las afueras
del pueblo.
Una familia normal con sus problemas cotidianos pero unidos, o al menos eso parecía. El domingo 13 de junio de 1971 fue el último día que alguien vio a los cinco miembros de la familia Sánchez con vida. La alarma saltó el lunes 14 cuando Antonio no abrió su tienda. Era algo impensable. En más de 20
años nunca había fallado.
Fue Ernesto Mendoza, dueño de la barbería vecina, quien notó algo extraño. La tienda permanecía cerrada pasadas las 8 de la mañana, hora en que Antonio siempre abría puntualmente. Me pareció raro. Contaría después Ernesto a las autoridades. Antonio era un hombre de rutinas, tan puntual que la gente
ajustaba sus relojes cuando lo veían abrir la tienda. Preocupado, Ernesto se dirigió a la casa de los Sánchez, una construcción de dos plantas pintadas de amarillo claro con un pequeño jardín delantero donde Mercedes cultivaba orquídeas. La casa estaba ubicada a 10 minutos a pie de la plaza
en la calle Las Acias. Ernesto golpeó la puerta una vez, dos veces, tres veces. Nadie respondió. Las ventanas estaban cerradas, las cortinas corridas. Un silencio inquietante envolvía la propiedad. Fue entonces cuando Ernesto decidió avisar al comisario del pueblo, Héctor Rincón.
El comisario Rincón llegó acompañado de su único ayudante, el oficial Julio Torres. A primera vista, nada parecía fuera de lugar en el exterior de la casa, pero cuando nadie respondió a sus llamados decidieron entrar. La puerta principal no estaba forzada, de hecho estaba cerrada con llave.
Tuvieron que solicitar ayuda del serrajero local para abrirla. Lo que encontraron dentro desafió toda lógica.
La casa estaba perfectamente ordenada. No había signos de violencia, ni de robo, ni de que algo estuviera fuera de lugar. En la cocina, la mesa estaba puesta para el desayuno de cinco personas. Había tazas con café a medio consumir, ya frío, tostadas mordisqueadas. El periódico del domingo
desplegado sobre la mesa, todo indicaba que la familia había estado desayunando normalmente y de repente todos se habían levantado y desaparecido.
Sus ropas, documentos y objetos personales seguían allí. Los armarios contenían toda su vestimenta. El dinero y las joyas de Mercedes permanecían en su lugar. El auto familiar, un Chevrolet Impala color azul oscuro, estaba estacionado en el garaje. Cinco personas habían desaparecido sin llevarse
nada consigo.
La noticia del extraño caso se propagó como pólvora por valle sombrío. En cuestión de horas, todo el pueblo comentaba la inexplicable desaparición. Las teorías no tardaron en surgir. Algunos hablaban de un posible secuestro, aunque no había signos de lucha, ni se recibió ninguna petición de
rescate. Otros sugerían que la familia había decidido huir repentinamente, quizás por deudas ocultas o problemas desconocidos.
Los más supersticiosos murmuraban sobre fuerzas sobrenaturales o maldiciones antiguas que pesaban sobre la tierra donde se asentaba valle sombrío. El comisario Rincón, un hombre práctico y poco dado a fantasías, inició una investigación exhaustiva. Interrogó a vecinos, amigos y conocidos de la
familia.
Revisó registros bancarios, contactó con familiares lejanos. buscó cualquier indicio que pudiera arrojar luz sobre el caso. De las entrevistas iniciales surgieron algunos datos interesantes. María Peralta, vecina de los Sánchez, afirmó haber escuchado una discusión acalorada en la casa la noche del
sábado 12, un día antes de la desaparición.
No era común oír gritos en esa casa”, declaró María. Los Sánchez eran gente tranquila, pero esa noche la voz de Antonio resonaba por encima de las demás. Parecía muy alterado. Por su parte, Pedro Guzmán, profesor de la escuela local donde estudiaba el pequeño Gabriel, mencionó cambios en el
comportamiento del niño durante las semanas previas. Gabriel siempre fue un alumno aplicado y sociable”, explicó Pedro.
Pero desde mediados de mayo se volvió retraído. Dejó de participar en clase y en los recreos se aislaba. Cuando le preguntaba qué le pasaba, solo respondía que había cosas raras en su casa. Lucía, la hija de 19 años, estudiaba en la Universidad Central de Venezuela en Caracas. Regresaba a Valle
Sombrío los fines de semana.
Su compañera de habitación en la residencia universitaria, Carmen Blanco, habló sobre una llamada telefónica inquietante que Lucía recibió días antes de su última visita a casa. Fue el jueves 10 de junio, recordó Carmen. El teléfono de la residencia sonó pasadas las 11 de la noche. Era raro recibir
llamadas tan tarde. Cuando Lucía atendió, su rostro cambió completamente.
Palideció. La oí decir, “No puede ser.” ¿Estás seguro? Después de colgar, empacó rápidamente algunas cosas diciendo que tenía que volver a casa urgentemente. Le pregunté qué ocurría, pero solo me dijo que era un asunto familiar complicado. Alejandro, el hijo mayor, trabajaba en la fábrica textil
pueblo.
Su supervisor, Roberto Méndez, lo describió como un joven responsable y ambicioso que recientemente había solicitado un traslado a la sede principal de la empresa en Caracas. Me sorprendió cuando retiró su solicitud de traslado a mediados de mayo”, comentó Roberto.
Llevaba meses hablando de mudarse a la capital, de sus planes de crecimiento. Cuando le pregunté por qué había cambiado de opinión, me dijo algo extraño. “Hay cosas que no se pueden dejar sin resolver.” En cuanto a Mercedes, la madre, su amiga cercana Josefina Luna, mencionó una visita inusual que
hizo a la iglesia tres días antes de la desaparición.
Mercedes era devota, sí, pero ese jueves la encontré en la iglesia a una hora poco habitual, casi al anochecer”, relató Josefina. “Estaba llorando frente al altar de la Virgen. Me acerqué para consolarla y me abrazó con fuerza. Reza por nosotros, Josefina”, me dijo. “Reza para que Dios nos dé
fuerzas para enfrentar lo que viene.” Cuando le pregunté a qué se refería, se secó las lágrimas y cambió de tema.
Estos testimonios solo añadían más misterio al caso. Algo perturbaba a la familia Sánchez días antes de su desaparición. ¿Pero qué? La investigación dio un giro inesperado cuando el comisario Rincón decidió revisar el sótano de la casa. Era un espacio que la familia utilizaba principalmente como
almacén. Al bajar las escaleras notó algo peculiar.
El suelo de tierra apisonada parecía haber sido removido recientemente en una esquina. Con ayuda del oficial Torres, comenzó a excavar en esa zona. A unos 50 cm de profundidad encontraron una caja metálica oxidada. Dentro había un cuaderno de tapas negras, un mapa amarillento de la región marcado
con símbolos extraños y varias fotografías antiguas en sepia.
El cuaderno resultó ser un diario que databa de 1898, escrito por un tal Augusto Sánchez, bisabuelo de Antonio. Las primeras páginas relataban su llegada a Valle Sombrío y la compra de las tierras donde más tarde se construiría la casa familiar. Pero a medida que avanzaban las entradas, el tono
cambiaba.
Augusto escribía sobre descubrimientos inquietantes bajo su propiedad. mencionaba una puerta que no debía ser abierta y voces que susurraban desde las profundidades. Las últimas páginas contenían dibujos de símbolos circulares y frases en un idioma desconocido. La entrada final, fechada el 15 de
noviembre de 1898, solo decía: “Dios me perdone por lo que he desatado. Lo he sellado lo mejor que he podido.
Que nadie disturbe este lugar. La sangre de mi sangre será el precio si la puerta vuelve a abrirse. El comisario Rincón no era un hombre supersticioso, pero aquellas palabras le provocaron un escalofrío. Las fotografías mostraban a Augusto Sánchez junto a otros hombres de aspecto solemne, todos
vestidos con túnicas oscuras, formando un círculo alrededor de lo que parecía ser una excavación en el suelo.
mapa. Por su parte, mostraba Valle Sombrío y sus alrededores. Había varios puntos marcados con símbolos extraños, formando un patrón que se asemejaba a una constelación. La casa de los Sánchez estaba en el centro exacto de ese patrón. Mientras el comisario analizaba estos hallazgos, la investigación
continuaba en otras direcciones.
El oficial Torres descubrió que Antonio Sánchez había realizado múltiples visitas a la biblioteca municipal durante el último mes, consultando libros de historia local y, curiosamente, varios tomos sobre mitos y leyendas indígenas de la región. La bibliotecaria Amelia Flores recordaba bien estas
visitas. Don Antonio pasaba horas revisando documentos antiguos”, dijo Amelia.
Estaba especialmente interesado en la historia precolonial de Valle Sombrío. Me preguntó varias veces sobre los rituales de los indígenas que habitaron estas tierras antes de la llegada de los españoles. Según los registros, los últimos libros que Antonio consultó trataban sobre Los Cariñas, un
pueblo indígena que había habitado la región siglos atrás.
Se decía que los cariñas creían en la existencia de portales entre mundos, lugares sagrados donde el velo entre dimensiones se volvía más delgado. La investigación se extendió a la fábrica Textil, único centro industrial de Valle Sombrío. Fundada en 1945, daba empleo a casi un tercio de la
población adulta del pueblo.
Su director, Guillermo Dávila, se mostró cooperativo pero tenso cuando el comisario Rincón lo interrogó. Los Sánchez son buena gente, afirmó Dávila. Antonio es cliente habitual de nuestro almacén mayorista y Alejandro un empleado ejemplar. No tengo idea de qué pudo haberles ocurrido.
Sin embargo, cuando el comisario preguntó sobre posibles problemas recientes en la fábrica, Dávila se mostró evasivo. Solo después de insistir admitió que habían ocurrido incidentes inexplicables en las últimas semanas. Algunas máquinas se encienden solas por la noche, confesó finalmente. Hemos
encontrado patrones extraños tejidos en las telas, diseños que nadie programó y varios empleados han reportado sentir presencias en el sector más antiguo de la fábrica.
Curiosamente, el sector que mencionaba era precisamente donde trabajaba Alejandro Sánchez. Según los registros de la empresa, ese área estaba construida sobre lo que antiguamente había sido un lugar de ceremonias cariñas. El comisario Rincón comenzaba a ver un patrón inquietante. Todos los indicios
apuntaban a algún tipo de conexión entre la familia Sánchez, la historia antigua de Valle sombrío y creencias que la mayoría consideraría supersticiosas.
Mientras tanto, el análisis del café encontrado en las tazas de la cocina reveló un detalle perturbador. Contenía trazas de una sustancia no identificada, una especie de hierba que no era común en la región. El médico local, Dr. Ramírez, no pudo determinar exactamente qué era, pero sugirió que
podría tratarse de alguna planta con propiedades alucinógenas.
Esta sustancia podría alterar la percepción, explicó el Dr. Ramírez. En dosis altas provocaría alucinaciones vívidas, quizás estados de trance profundo. Este hallazgo llevó a una nueva teoría. ¿Habían consumido los Sánchez algún tipo de sustancia que alteró su percepción de la realidad? ¿Explicaría
esto su extraño comportamiento en los días previos a la desaparición? La investigación se amplió hacia los alrededores de Valle Sombrío.
El comisario organizó batidas en el bosque circundante que se extendía denso y misterioso por kilómetros, pero no se encontró ningún rastro de la familia. Fue durante una de estas búsquedas cuando descubrieron algo perturbador. A unos 3 km de la casa de los Sánchez, en una zona particularmente
espesa del bosque, encontraron un claro perfectamente circular.
En el centro había una formación de piedras dispuestas en un patrón similar al que aparecía en el mapa encontrado en el sótano. El guía local que acompañaba al equipo de búsqueda, un anciano llamado Jesús Morales, se negó a acercarse a aquel lugar. “Ese es el círculo de los susurros”, dijo Jesús
persignándose. Los ancianos del pueblo siempre nos advirtieron que nos mantuviéramos alejados.
Dicen que quien pasa la noche allí puede oír voces del otro lado llamándolo. A regañadientes, el anciano contó una leyenda local. Según la tradición oral, en tiempos precolombinos, los chamanes cariñas utilizaban ese lugar para comunicarse con sus antepasados y con entidades de otros planos. Sin
embargo, un ritual salió mal, abriendo una brecha entre mundos que nunca se cerró completamente.
Los españoles cuando llegaron intentaron exorcizar el lugar, continuó Jesús. Construyeron una capilla cerca, pero los sacerdotes enfermaban o enloquecían. Finalmente abandonaron el intento y simplemente advirtieron a todos que se mantuvieran alejados. Curiosamente, ese círculo de piedras estaba
marcado en el mapa encontrado en el sótano de Los Sánchez.
La investigación tomó un nuevo rumbo cuando el comisario Rincón decidió indagar más sobre Augusto Sánchez, el bisabuelo que había escrito el enigmático diario. Los registros municipales indicaban que Augusto había llegado a Valle Sombrío en 1897, presentándose como un comerciante español. Sin
embargo, investigaciones más profundas revelaron que antes de eso no existían registros suyos en España.
Es como si hubiera aparecido de la nada, comentó el archivista municipal. No hay certificado de nacimiento ni registros escolares, nada. Lo que sí descubrieron fue que Augusto formó parte de una sociedad llamada El círculo de los buscadores de la verdad, un grupo ocultista activo en varias partes de
Venezuela a finales del siglo XIX.
Las fotografías encontradas en la caja metálica mostraban precisamente reuniones de este círculo. Según documentos de la época, los buscadores creían en la existencia de portales dimensionales y en la posibilidad de contactar con seres de otros planos de existencia. experimentaban con rituales
antiguos y sustancias que alteraban la conciencia para expandir los límites de la percepción humana.
El comisario Rincón, a pesar de su escepticismo inicial, comenzaba a considerar posibilidades que iban más allá de lo racional. Las evidencias apuntaban cada vez más hacia algún tipo de evento paranormal. Mientras la investigación avanzaba por estos derroteros, ocurrió algo que conmocionó aún más a
Valle Sombrío.
Manuel Gutiérrez, un joven de 22 años que participaba en las batidas de búsqueda, desapareció en el bosque cerca del círculo de los susurros. Manuel había mencionado escuchar voces que llamaban desde el claro la noche anterior a su desaparición. Sus compañeros lo describieron como extrañamente
atraído hacia aquel lugar.
La mañana de su desaparición, el campamento se despertó para descubrir que la tienda de Manuel estaba vacía. Sus pertenencias seguían allí, incluyendo su linterna y sus botas. Era como si hubiera salido descalso en plena noche. Las búsquedas para encontrar a Manuel resultaron infructuosas. Sin
embargo, uno de los equipos reportó un hallazgo desconcertante.
A unos metros del círculo de los susurros encontraron cinco montículos de tierra dispuestos en un patrón pentagonal. Cada montículo tenía aproximadamente el tamaño de una tumba. Inmediatamente se procedió a excavar los montículos temiendo lo peor, pero no se encontraron cuerpos. En lugar de eso,
cada excavación reveló un objeto personal. perteneciente a cada miembro de la familia Sánchez.
La pipa de Antonio, el Rosario de Mercedes, un libro de poesía de Alejandro, un brazalete de Lucía y un autito de juguete de Gabriel. Estos objetos estaban dispuestos en pequeños hoyos perfectamente circulares, como si hubieran sido colocados ceremonialmente.
Junto a cada objeto había un símbolo dibujado con una sustancia rojiza que, según análisis posteriores, resultó ser sangre animal. El caso daba un giro cada vez más perturbador. El comisario Rincón, enfrentado a evidencias que desafiaban toda explicación lógica, decidió solicitar ayuda externa.
contactó con el Departamento de Investigaciones Especiales de Caracas, una unidad poco conocida que se ocupaba de casos no convencionales.
El 28 de junio llegó a Valle Sombrío el profesor Rafael Montero, antropólogo especializado en culturas precolombinas y consultor ocasional del departamento de investigaciones especiales. Lo acompañaba la doctora Elena Campos, psiquiatra con experiencia en fenómenos de histeria colectiva y estados
alterados de conciencia.
El profesor Montero se interesó inmediatamente por el diario de Augusto Sánchez y los símbolos encontrados tanto en el documento como en el círculo de los susurros. “Estos no son simples garabatos supersticiosos”, explicó Montero después de examinar el material. Son representaciones de un lenguaje
ceremonial cariña muy antiguo, utilizado exclusivamente por chamanes de alto rango.
Lo fascinante es que Augusto Sánchez parece haber tenido acceso a conocimientos que se creían perdidos desde hace siglos. Según el profesor, los símbolos describían un ritual para abrir puertas entre mundos. La traducción aproximada de una frase repetida en el diario era: “Cuando las estrellas se
alineen, la puerta se abrirá para aquellos que lleven la sangre del guardián.
” Por su parte, la doctora Campos entrevistó a varios habitantes del pueblo, especialmente a aquellos que habían tenido contacto cercano con la familia Sánchez en los días previos a su desaparición. Sus conclusiones fueron inquietantes. “Detecto un patrón de influencia psíquica”, declaró la doctora.
Varias personas describen sensaciones similares en presencia de los Sánchez durante la última semana.
Zumbido en los oídos, leve desorientación, la impresión de que el tiempo transcurría de forma diferente cerca de ellos. Estos son síntomas consistentes con la proximidad a lo que llamaríamos, a falta de un término mejor, un campo de distorsón de la realidad.
El profesor Montero y la doctora Campos decidieron pasar una noche en el círculo de los susurros, a pesar de las advertencias de los locales, instalaron equipo de grabación y sensores de diversos tipos, esperando captar alguna anomalía. Lo que ocurrió aquella noche del 30 de junio de 1971. sigue
siendo objeto de debate. Las grabaciones de audio recogieron sonidos que los técnicos no pudieron identificar.
Susurros en un idioma desconocido, vibraciones de baja frecuencia y lo más perturbador, lo que parecían ser voces infantiles llamando a sus padres. Los sensores registraron fluctuaciones electromagnéticas inexplicables y caídas drásticas de temperatura en momentos específicos. Pero lo más
impactante fue lo que experimentaron personalmente los investigadores. Alrededor de las 3 de la madrugada, el claro entero parecía respirar, relató después el profesor Montero. No hay otra forma de describirlo.
Era como si el suelo, los árboles, el aire mismo pulsaran rítmicamente. Y entonces los vimos o creímos verlos. Cinco figuras translúcidas en el centro del círculo tomadas de la mano mirándonos. Reconocí a los Sánchez por las fotografías. Intentaron decirnos algo, pero no podíamos oírlos. Fue
entonces cuando el pequeño Gabriel señaló hacia el suelo bajo sus pies. Después desaparecieron.
La doctora Campos, más escéptica, ofreció una interpretación diferente. Experimentamos una alucinación colectiva, posiblemente inducida por campos electromagnéticos anómalos o incluso por esporas de hongos presentes en el área. Sin embargo, no puedo explicar por qué ambos vimos exactamente a las
mismas personas en la misma posición, realizando los mismos gestos, basándose en la visión y en las pistas acumuladas.
El equipo decidió excavar en el centro exacto del círculo de los susurros. A casi 2 metros de profundidad encontraron una estructura de piedra circular similar a un pozo, pero sellada con una losa grabada con los mismos símbolos que aparecían en el diario de Augusto Sánchez.
Cuando retiraron la losa, encontraron un túnel vertical que descendía en la oscuridad. El equipo de investigación equipado con linternas y equipo de espeleología, decidió explorar el pasaje. El túnel descendía en espiral por más de 50 m, desembocando en una cámara subterránea de proporciones
sorprendentes. Las paredes estaban cubiertas de pinturas rupestres que mostraban figuras humanas interactuando con seres de formas imposibles.
En el centro de la cámara había un altar de piedra rodeado por cinco pilares dispuestos en círculo. Esta cámara fue construida mucho antes que el asentamiento Cariña”, aseguró el profesor Montero examinando las pinturas. “Diría que tiene miles de años.” Los cariñas simplemente descubrieron este
lugar y lo incorporaron a sus rituales.
Lo más perturbador era que en cada pilar había un nombre tallado recientemente: Antonio, Mercedes, Alejandro, Lucía y Gabriel. El profesor Montero tradujo algunas inscripciones en las paredes de la cámara. El portal requiere cinco guardianes de la misma sangre.
Cuando las estrellas se alineen, los guardianes deben ocupar su lugar para mantener sellada la puerta. Según su interpretación, el bisabuelo Augusto Sánchez había descubierto este lugar y comprendiendo su importancia, había asumido el papel de guardián. En su diario mencionaba un evento astronómico
que ocurriría cada cierto tiempo, durante el cual el portal se volvería activo y requeriría ser vigilado.
Parece que Augusto sabía que su descendencia tendría que continuar con esta responsabilidad, explicó Montero. Por eso compró específicamente esas tierras y construyó su casa allí. estaba estratégicamente ubicada en relación con este lugar subterráneo. Las investigaciones astronómicas confirmaron
que a mediados de junio de 1971 se había producido una conjunción planetaria poco común, visible especialmente desde la latitud de Valle Sombrío.
Esta alineación ocurría aproximadamente cada 73 años, coincidiendo con la llegada de Augusto al pueblo en 1898 y con la desaparición de la familia en 1971. La teoría que finalmente propusieron los investigadores era que Antonio Sánchez, tras descubrir el diario de su bisabuelo, comprendió que su
familia estaba destinada a servir como guardianes del portal.
Las extrañas conductas de los miembros de la familia en los días previos se debían a que Antonio había compartido este descubrimiento con ellos. La noche del 13 de junio, durante la alineación astronómica, la familia habría acudido al círculo de los susurros para realizar el ritual descrito en el
diario. Algo salió mal, o quizás exactamente como estaba previsto, y los cinco fueron transportados, absorbidos, convertidos en guardianes etéreos del portal.
Las autoridades oficiales, incómodas con las implicaciones de estos hallazgos, clausuraron la investigación en septiembre de 1971. El caso quedó registrado como desaparición sin resolver y la entrada al túnel fue sellada nuevamente y ocultada. Valle Sombrío nunca volvió a ser el mismo.
En los años siguientes, varios habitantes reportaron visiones fugaces de la familia Sánchez en diversos lugares del pueblo. Siempre aparecían brevemente, en silencio, como observadores de un mundo al que ya no pertenecían. La casa de los Sánchez permaneció vacía. Nadie quiso comprarla ni ocuparla.
Con el tiempo, la vegetación la fue reclamando, convirtiéndola en una ruina invadida por la selva.
En 1998, exactamente 100 años después de la llegada de Augusto Sánchez a Valle Sombrío, ocurrió algo extraño. Un equipo de investigación paranormal que visitaba el pueblo registró actividad inusual en el círculo de los susurros. Sus equipos captaron lo que parecían ser cinco presencias distintas
moviéndose entre los árboles.
La grabación de audio analizada posteriormente contenía una voz infantil que decía claramente: “Falta poco para que vuelva a abrirse. Necesitamos reemplazos.” Y aquí es donde la historia se conecta con nuestro presente. El próximo junio se cumplirán 127 años desde la llegada de Augusto Sánchez a
Valle Sombrío.
Según los cálculos astronómicos, se producirá una alineación similar a la de 1898 y 1971. Si las teorías son correctas, el portal bajo el círculo de los susurros volverá a activarse y los guardianes, los eternos sánchez buscarán a quienes los reemplacen en su interminable vigilia. Pausa. Esta
historia ha permanecido casi olvidada durante décadas.
Los registros oficiales fueron archivados y muchos testimonios se perdieron con el fallecimiento de los testigos originales. Valle sombrío mismo dejó prácticamente de existir cuando la fábrica textiló en los años 80, provocando un éxodo masivo de sus habitantes.
Hoy solo quedan ruinas invadidas por la vegetación y historias susurradas por los pocos ancianos que recuerdan los eventos de aquel fatídico junio de 1971. Hace 3 meses, mientras investigaba leyendas venezolanas para este canal, me topé con una breve mención al caso en un foro de internet. La
publicación había sido realizada por alguien que firmaba simplemente como GS y contenía detalles que no aparecían en ningún registro público. Intrigado, comencé a tirar del hilo.
Contacté con antiguos habitantes de Valle Sombrío. Consulté archivos periodísticos y finalmente logré acceder a parte del informe original del Departamento de Investigaciones Especiales, aunque muchas secciones estaban censuradas. Lo que más me perturbó fue descubrir que KS había publicado su
mensaje exactamente el 13 de junio de 2021, 50 años después de la desaparición. El texto terminaba con una frase inquietante.
Estamos cansados. Buscamos relevo. Durante mi investigación experimenté algunos eventos inexplicables. Archivos que desaparecían de mi computadora, llamadas telefónicas donde solo se oían susurros. Y en tres ocasiones encontré dibujado en el espejo de mi baño el mismo símbolo que aparecía en el
diario de Augusto Sánchez. Hace dos semanas recibí un paquete anónimo.
Dentro había cinco objetos: una pipa antigua, un rosario de cuentas negras, un libro de poesía con las páginas en blanco, un brazalete de plata oxidado y un pequeño auto de juguete desgastado por el tiempo. Adjunta venía una nota escrita con caligrafía infantil. Te hemos elegido para contar nuestra
historia. Ellos necesitan saber que buscamos paz, que después de tanto tiempo queremos descansar.
No puedo explicar racionalmente por qué sentí la necesidad imperiosa de crear este video, de compartir esta historia con ustedes. Quizás solo sea mi fascinación por los misterios sin resolver. O quizás quizás haya algo más.
Si alguno de ustedes tiene información adicional sobre la familia Sánchez o sobre Valle Sombrío, les ruego que la compartan en los comentarios. Especialmente me interesa contactar con descendientes de los habitantes originales del pueblo que puedan aportar testimonios familiares. Mientras tanto,
les dejo con una última reflexión. ¿Qué sacrificarían por proteger a la humanidad de una amenaza incomprensible? Entregarían su existencia misma.
convirtiéndose en guardianes eternos de una puerta que nunca debe abrirse. La familia Sánchez parece haber tomado esa decisión aquella noche de junio de 1971 y ahora, después de más de cinco décadas de vigilia, buscan a quienes los releven en su eterna guardia. Este ha sido Gabriel Montero para El
tintero Maldito.
Recuerden suscribirse y activar la campanilla para no perderse nuestras próximas historias. Y quizás, quizás nos veamos en Valle Sombrío el próximo junio, o quizás no. Quizás para entonces yo también me habré convertido en parte de esta historia. Buenas noches. Y que sus sueños no los lleven a
lugares de los que no puedan regresar. M.
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