El Misterio de la Akara: Una Historia de Tentación y Consecuencias

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La historia comenzó en un pequeño vecindario donde las calles, aunque animadas durante el día, se volvían tranquilas y silenciosas al caer la noche. Había algo en el aire de ese barrio que lo hacía peculiar. Y, como todo en la vida, también había una leyenda local que se hacía conocida por todos los residentes: la mujer llamada Mummy Benjamin, quien vendía los mejores Akara, o pastelitos de frijol, que se podían encontrar en toda la calle.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, la cola frente a su pequeño puesto de venta empezaba a formarse. Los residentes, jóvenes y viejos, acudían para comprar sus famosos Akara, los cuales, según decían, tenían un sabor especial, algo único que los hacía irresistibles. La gente hablaba con entusiasmo sobre cómo esos Akara los llenaban de una satisfacción única, algo que no se podía encontrar en ningún otro lugar. Sin embargo, había algo inquietante sobre todo esto. Algo que había pasado desapercibido para muchos, pero no para el pastor de la iglesia local, quien había advertido a la comunidad en varias ocasiones.

“Nunca compréis Akara de esa mujer,” dijo el pastor en una de sus sermones, su voz grave resonando en la iglesia. “Ella ha dedicado su negocio a un dios extraño, y sus productos están malditos.” Estas palabras calaron hondo en mi familia. Mis padres, que siempre habían sido devotos y cumplían al pie de la letra lo que les decía el pastor, me prohibieron rotundamente comer Akara de Mummy Benjamin. Mi madre, especialmente, insistió en que no debía ni acercarme al puesto de la mujer, ya que según el pastor, los Akara estaban “poseídos” y consumirlos traería malas consecuencias.

Al principio, pensé que todo esto era una exageración, algo que no podía ser tan serio. Sin embargo, después de varias advertencias, empecé a tomarlo en serio, especialmente cuando me enteré de que muchas otras familias del barrio compartían la misma preocupación.

Un día, mi tía, que vivía en otra ciudad, vino a visitarnos después de tres años sin vernos. Estaba emocionada de ver a toda la familia y, como siempre, traía regalos para todos. Al llegar a nuestra casa, dejó varias bolsas de provisiones en la mesa del salón, y como es costumbre, empezó a conversar animadamente con mi madre.

“¡Mamá, tía, qué alegría verlas!” dije con una sonrisa, abrazando a mi tía. Estaba feliz de verla. Las dos comenzaron a hablar de cosas familiares, de cómo había estado mi hermano, de los cambios en el barrio, y de lo que había sucedido desde la última vez que se vieron.

En medio de la conversación, mi tía, con una sonrisa de satisfacción, sacó un paquete de Akara de su bolso. “Mummy Benjamin estaba vendiendo estos Akara justo cuando llegaba. Sabía que te gustaban, así que pensé en traerte algunos. Asegúrate de disfrutarlos, sé que los comerás a menudo porque ella está justo cerca de tu casa.”

Mis ojos se abrieron de par en par. “No, tía. ¡No puedes comer eso! El pastor dijo que esos Akara están malditos. Que no los comas.” Mi madre rápidamente intervino, claramente molesta, como si el solo hecho de mencionar esos Akara fuera una grave transgresión. “¡Esos Akara están poseídos! ¡No quiero que los traigas a nuestra casa!”

Mi tía, un poco confundida, pero sin querer discutir, me pasó los Akara y me pidió que los tirara. “Lo siento, pero si los tiras, que sea por ti.”

Salí al jardín y los arrojé en un rincón, pero algo en mi mente me decía que debía hacer algo más. Era como si una fuerza invisible me empujara hacia esos Akara. Me acerqué, los recogí rápidamente y, al final, decidí comerlos en secreto.

Esa noche, cuando todos estaban dormidos, tomé una linterna y me dirigí de nuevo al lugar donde había arrojado los Akara. Allí, solo la luna y el viento acompañaban mi travesía. Tomé cada uno de los Akara, los mordí y sentí cómo el sabor fluía por mi boca. Luego, para disimular, tomé un poco de jugo de naranja para bajar el sabor, pero algo me inquietaba. Si esos Akara estaban realmente malditos, ¿qué me sucedería? Pero al mismo tiempo, algo dentro de mí me decía que no había nada que temer.

El Sueño Inquietante: ¿Qué está pasando?

Esa noche, después de comer los Akara, me acosté en mi cama, pero no pude dormir bien. Los pensamientos me asaltaban. ¿Qué acababa de hacer? ¿Era cierto lo que decía el pastor? ¿Esos Akara estaban realmente malditos? Mi cuerpo se sentía extraño, una sensación de ansiedad recorría mi pecho, pero me dije a mí misma que no era más que paranoia. Sin embargo, esa noche, algo extraño sucedió. Tuve un sueño vívido, casi como una pesadilla.

En mi sueño, veía a Mummy Benjamin en su puesto de venta. Ella me miraba con ojos vacíos y, de repente, comenzó a hablar en un idioma que no entendía. La sensación de miedo creció en mí. Luego, en la visión, me encontraba caminando hacia el barrio, donde una figura oscura me seguía, alguien que estaba observándome desde las sombras.

Me desperté en medio de la noche, sudorosa y agitada, con el corazón acelerado. Miré a mi alrededor. Todo estaba tranquilo, pero una sensación de incomodidad persistía. ¿Había algo en esos Akara que había comido? ¿Qué significaba ese sueño?

El Descubrimiento: La Verdad Sale a la Luz

A la mañana siguiente, decidí no contarle a nadie lo que había hecho. No quería preocupar a mi madre ni darle más razones para regañarme. Pero algo dentro de mí me decía que debía averiguar más. Si esos Akara realmente estaban malditos, ¿qué estaba pasando con ellos?

Fui al supermercado local y hablé con algunos vecinos, mencionando en una conversación casual lo que había sucedido. Para mi sorpresa, varias personas compartieron historias similares. Alguien mencionó que las ventas de Mummy Benjamin habían aumentado misteriosamente en los últimos años, y otros comentaron que algunos se sentían extraños después de comer sus Akara. Nadie decía abiertamente que era magia negra, pero sí había un aire de misterio y desconfianza.

Decidí hacer una última investigación y me dirigí a la tienda de hierbas del barrio, donde una anciana que conocía desde pequeña solía vender remedios naturales. Ella me miró con ojos curiosos cuando le pregunté sobre los Akara y, tras un largo silencio, me susurró:

“Niña, ten cuidado con esa mujer. Hay algo raro en ella. No todo lo que vende es solo comida.”

Mis manos temblaron al escuchar esto. Me sentí estúpida por haber ignorado todas las señales. Algo no estaba bien con Mummy Benjamin y sus Akara.

El Enfrentamiento y el Cambio de Rumores

Esa tarde, decidí enfrentarme a Mummy Benjamin. Con mi corazón palpitando, me acerqué a su puesto de venta y, con voz temblorosa, le pregunté directamente:

“¿Qué le has hecho a tus Akara? ¿Qué estás vendiendo realmente?”

Ella me miró fijamente, y por un momento, el tiempo se detuvo. No pude entender la expresión en su rostro. Fue como si hubiera estado esperando que alguien le hiciera esa pregunta.

“Nada que no sea comida, niña. Solo tengo lo que la gente quiere.”

Sus palabras fueron misteriosas, como si ocultara algo mucho más profundo de lo que me decía.

Esa misma noche, decidí cortar la conexión. Tiré los Akara y me alejé de la mujer que había estado vendiendo esos productos, ya no con miedo, sino con la certeza de que lo que había comido no solo estaba relacionado con la comida, sino con algo mucho más oscuro.

El Renacer: Un Futuro Brillante

Pasaron semanas, y aunque la sensación de angustia disminuyó, la lección que aprendí fue profunda. La vida no siempre es lo que parece, y el cambio muchas veces viene de decisiones que no entendemos en su totalidad. Decidí no contarle más a mi madre, pero empecé a tomar más control de mi vida. La vida ya no era solo acerca de sobrevivir, sino de comprender las señales y decidir con valentía lo que valía la pena.

Al final, entendí que el verdadero valor de la vida no está en el miedo a lo desconocido, sino en la capacidad de enfrentarlo. Aprendí a seguir mis instintos y a no ceder a la presión de los demás.

Un día, me di cuenta de que ya no sentía miedo de nada. Sabía que, con cada paso, estaba eligiendo un camino que me llevaría hacia un futuro donde la paz y el amor hacia mí misma serían lo único que necesitaba.