El 18 de agosto de 1996, cinco jóvenes turistas se esfumaron sin dejar huella en el desierto de Atacama, el paraje más árido del planeta. Por 15 años, sus familias vivieron la agonía de ignorar qué había sucedido con cada uno de sus seres queridos. Búsquedas por tierra, helicópteros, perros de rastreo, nada.
Mas en 2011, una imagen de satélite de Google reveló algo que cambiaría por completo lo que se sabía del caso. Lo que esa fotografía tomada desde el espacio mostraba no solo resolvería el misterio, sino que desvelaría una verdad tan inquietante que aún hoy suscita debates entre investigadores forenses de todo el mundo. Antes de proseguir con esta inquietante historia, si valoras casos misteriosos reales como este, suscríbete al canal y activa las notificaciones para no perderte ningún nuevo caso y dinos en los comentarios de qué país y ciudad nos están viendo. Tenemos curiosidad por saber dónde está distribuida nuestra comunidad por el
mundo. Ahora descubriremos cómo empezó todo. Para comprender de verdad lo que pasó en agosto de 1996, tenemos que retroceder a la primavera chilena de ese mismo año. Santiago hervía con la energía propia de una ciudad que se modernizaba velozmente y los jóvenes universitarios tenían más oportunidades que nunca para viajar y explorar su propio país.
Alejandra Palacios, de 23 años, estudiaba geología en la Universidad de Chile, alta de cabello castaño y ojos vivaces. Había crecido en el seno de una familia de clase media en providencia. Su pasión por las formaciones rocosas y los minerales la había transformado en una estudiante brillante, siempre dispuesta a organizar excursiones para aplicar lo aprendido en las aulas.
Sus compañeros la conocían por su risa contagiosa y su habilidad para hallar belleza en los paisajes más desolados. Mediante un intercambio universitario, Alejandra había conocido a Esperanza Ibarra, una estudiante de arqueología española de 22 años. Esperanza había llegado a Chile desde Sevilla 6 meses atrás, atraída por las culturas precolombinas que habían poblado el norte del país.
Menuda, de piel olivácea y cabello negro, poseía una determinación férrea que a veces contrastaba con su juventud. Hablaba un español con acento andaluz que fascinaba a sus nuevos amigos chilenos. El grupo se completaba con tres estudiantes más. Patricio Calderón, de 24 años, estudiaba ingeniería civil y era famoso por su meticulosa planificación de cualquier viaje.
Hijo de un minero de Copiapó, conocía el norte de Chile como la palma de su mano. Mauricio Esquivel, de 23 años, estudiaba biología y se había sumado al grupo por su interés en la flora extremófila del desierto. Y por último, Leticia Cordero, de 22 años, estudiante de geografía, quien había propuesto incluir el Atacama en su tesis sobre adaptación humana a entornos hostiles.
Los cinco se habían conocido en un seminario sobre investigación de campo en ambientes extremos, organizado por la universidad en mayo de 1996. La química entre ellos fue instantánea. Compartían la misma pasión por la aventura, el mismo respeto por la naturaleza y la misma sed de conocimiento que solo se obtiene experimentando directamente el mundo natural.
La idea del viaje había surgido en una lluviosa tarde de julio mientras estudiaban en la biblioteca. Alejandra había desplegado sobre la mesa un mapa topográfico del desierto de Atacama, indicando con el dedo una zona al sureste de Antofagasta. Aquí había dicho, hay formaciones de sal que no figuran en ningún libro de texto. Sería perfecto para mis estudios de cristalografía.
Esperanza se había inclinado sobre el mapa, reconociendo sitios arqueológicos cercanos que podría documentar para su investigación. Uno por uno, cada miembro del grupo halló razones académicas para unirse a la expedición. Durante semanas planificaron minuciosamente cada detalle.
Patricio, con su experiencia familiar en la minería, se ocupó de la logística, permisos, equipamiento, rutas de acceso y cronograma. Mauricio investigó las condiciones climáticas históricas de la zona para esa época del año. Leticia coordinó con las autoridades locales y se aseguró de que sus familias estuvieran informadas del itinerario completo. El plan era simple pero ambicioso.
Partir de Santiago el viernes 16 de agosto, conducir hasta Antofagasta, pasar la noche en un hotel y continuar temprano el sábado hacia el área de estudio. Pasarían tres días en el desierto acampando en dos sitios distintos, recolectando muestras y datos para sus respectivas investigaciones. El martes 20 de agosto regresarían a Santiago.
Habían alquilado una Toyota Land Cruiser 1994 de color blanco, vehículo robusto y confiable para el terreno que enfrentarían. Patricio, quien tenía experiencia manejando en el desierto desde adolescente, sería el conductor principal. Llevaban 40 L de agua adicional, alimentos no perecederos para 5 días, equipo de campamento profesional y lo más importante, una radio de comunicación VHF que Patricio había conseguido prestada de la empresa minera donde trabajaba su padre. Sus familias, aunque preocupadas por la aventura, confiaban en la preparación
del grupo. Los padres de Alejandra, profesores de secundaria, habían visto a su hija planificar excursiones antes con la misma meticulosidad. La madre de esperanza desde España había hablado por teléfono con Patricio personalmente para asegurarse de que conocía bien la zona.
Los esquivel habían insistido en que Mauricio llevara medicamentos adicionales para el asma que padecía desde niño. El jueves 15 de agosto, el grupo se reunió por última vez en el departamento que Alejandra compartía con dos compañeras en Yuñoa. Repasaron el itinerario una vez más, verificaron el equipamiento y se fotografiaron junto al mapa extendido sobre la mesa del comedor.
En esa fotografía que más tarde se convertiría en una de las últimas imágenes conocidas de los cinco juntos, se les ve sonrientes, bronceados por el sol santiaguino, con mochilas y equipos de campo perfectamente organizados a sus pies. Esperanza había enviado esa misma noche una carta a sus padres en Sevilla. En ella, escrita con su letra pequeña y precisa, describía la emoción que sentía por la expedición y prometía enviar postales desde Antofagasta.
“El desierto de Atacama es como Marte en la tierra”, había escrito. “Pero aquí la historia humana se extiende por miles de años. Es exactamente el tipo de experiencia que vine a buscar a Chile. Ninguno de ellos podía imaginar que en menos de 72 horas esa expedición cuidadosamente planificada se convertiría en una de las desapariciones más desconcertantes en la historia de Chile.
El viernes 16 de agosto de 1996 amaneció despejado en Santiago con una temperatura de ocho o sí que prometía un día soleado de invierno. A las 6:30 de la mañana, Patricio recogió el vehículo alquilado de la empresa Renta Car, ubicada en Las Condes. El empleado Esteban Nava recordaría más tarde que el joven había revisado minuciosamente el estado del Toyota Land Cruiser, verificando niveles de aceite, agua y la presión de los neumáticos con un manómetro propio.
A las 7:45 el grupo se reunió en la casa de Alejandra. Los vecinos del sector los vieron cargando equipamiento en el vehículo, mochilas de montaña, bolsas de dormir, una carpa para cinco personas, contenedores de agua y cajas con instrumentos científicos. Dolores Fuentes, la vecina del primer piso, les ofreció café y termos adicionales. Se veían tan profesionales, declararía después, como esos científicos que salen en documentales.
A las 8:30 en punto, el Toyota Blanco con patente CG4829 salió de Santiago por la ruta 5 Norte. El último registro urbano de su paso fue a las 9:15 cuando pagaron el peaje de Lampa. La cajera, Norma Gallardo, recordó el grupo porque Esperanza había preguntado por la historia del pueblito, manteniendo una breve pero animada conversación sobre la época colonial, mientras Patricio buscaba cambio para el peaje.
El viaje transcurrió sin incidentes. A las 14:30 se detuvieron en Vallenar para almorzar en el restaurante El Minero, un local conocido por servir comida casera a viajeros y trabajadores de la minería. El propietario urbano Tapia los atendió personalmente. En su declaración posterior a la policía recordó que habían pedido cazuela de cordero y que la joven española había tomado fotografías del interior decorado con herramientas mineras antiguas.
Parecían estudiantes serios, declaró el joven que parecía ser el líder del grupo. Preguntó específicamente por las condiciones de los caminos hacia Antofagasta. Llegaron a Antofagasta cerca de las 19 horas, cuando el sol del invierno ya comenzaba a declinar sobre el Pacífico. Se registraron en el hotel Terrado un establecimiento de categoría media ubicado en el centro de la ciudad.
La recepcionista de turno, Marisol Cortés, anotó sus datos en el libro de registro que posteriormente se convertiría en evidencia crucial. Habían reservado tres habitaciones, una doble para Alejandra y Esperanza, una individual para Patricio y otra doble para Mauricio y Leticia. Esa noche cenaron en el restaurante del hotel.
El mesero Emilio Rojas los recordó porque habían extendido mapas topográficos sobre la mesa mientras comían. planificando la ruta del día siguiente. Esperanza había pedido información sobre sitios arqueológicos de la zona y él les había recomendado contactar al museo local. “La chica española tomó notas de todo lo que le dije”, declararía después. A las 22:30 se retiraron a sus habitaciones.
Alejandra llamó a sus padres desde el teléfono del hotel, una conversación que quedó registrada en la factura telefónica y que duró 8 minutos. Su madre, Teresa Palacios, recordó cada palabra de esa llamada. Mami, llegamos perfectos. Mañana temprano vamos al desierto. Todo está saliendo tal como lo planeamos. Te llamo el martes cuando volvamos.
El sábado 17 de agosto amaneció con una temperatura de descokotos y cielo completamente despejado. A las 6 de la mañana el grupo desayunó en el hotel Café, huevos revueltos y pan tostado, según el registro de la cuenta que pagó Patricio. A las 7:30 cargaron el vehículo y se dirigieron a una estación de servicios. En la salida norte de la ciudad, el empleado de la estación, Claudio Herrero, recordó claramente el encuentro.
Habían llenado el tanque completamente y comprado dos bidones adicionales de 20 L cada uno, además de snacks y más agua embotellada. El que manejaba revisó la presión de los neumáticos otra vez, declaró. Me dijo que conocía el desierto porque su papá era minero. Se veía que sabía lo que hacía. A las 8:15, el Toyota Land Cruiser tomó la ruta B355 hacia el sureste, internándose en el desierto de Atakama. Esta fue la última vez que alguien los vio con vida.
Según el plan original, debían haber llegado a su primer campamento alrededor de las 11 de la mañana. El sitio elegido estaba ubicado a 47 km de la ruta principal, siguiendo un camino minero abandonado que Patricio conocía desde su adolescencia. Las coordenadas exactas anotadas en el cuaderno de campo de Alejandra eran 23047S 6915O en una zona de formaciones salinas cerca de un antiguo yacimiento de bórax.
Cuando el martes 20 de agosto no regresaron como estaba planificado, las familias inicialmente asumieron que habían extendido su estadía. Sin embargo, cuando Alejandra no se presentó a una importante reunión académica el miércoles 21, sus padres llamaron al hotel en Antofagasta. La recepcionista confirmó que el grupo había partido el sábado por la mañana y no había regresado.
El jueves 22 de agosto, Teresa Palacios presentó la primera denuncia por personas desaparecidas en la comisaría de Providencia. Ese mismo día, la policía de Antofagasta inició las primeras búsquedas en la zona donde supuestamente se dirigían los jóvenes. El capitán Rogelio Serrano, que dirigió la operación de búsqueda inicial, desplegó cuatro vehículos y un helicóptero de la Fuerza Aérea.
Durante 5 días rastrearon sistemáticamente la ruta B355 y todos los caminos secundarios en un radio de 100 km. encontraron huellas de neumáticos compatibles con el vehículo desaparecido, pero las pistas se perdían en las zonas rocosas donde el viento del desierto borra cualquier rastro en cuestión de horas. El 30 de agosto, la búsqueda se intensificó con la llegada de voluntarios desde Santiago, incluyendo compañeros universitarios de los desaparecidos y familiares.
Humberto Esquivel, padre de Mauricio, había tomado vacaciones en su trabajo en Codelco para unirse personalmente a las búsquedas. “Mi hijo conocía el desierto”, declaró a los medios. Algo tuvo que haber pasado. Mauricio jamás se habría arriesgado innecesariamente. Durante septiembre las búsquedas continuaron de manera esporádica. Se revisaron minas abandonadas, quebradas profundas y se establecieron puestos de observación en puntos estratégicos del desierto.
La policía investigó la posibilidad de que hubieran cambiado de ruta o que hubieran tenido problemas mecánicos en zonas remotas. La teoría más aceptada en ese momento era que el vehículo había sufrido una avería en una zona extremadamente aislada del desierto, donde las comunicaciones por radio eran imposibles debido a las formaciones montañosas.
En el Atacama, una falla mecánica en el lugar equivocado puede ser mortal. Las temperaturas diurnas superan los 30 Toyis, incluso en invierno, mientras que por las noches pueden descender bajo cero. Sin agua suficiente y sin posibilidad de comunicación, una persona puede morir de deshidratación en menos de 3 días.
Sin embargo, había elementos que no encajaban con esta teoría. El grupo había llevado suficiente agua para una semana, equipamiento de supervivencia y más importante aún. Patricio tenía experiencia suficiente para no aventurarse a zonas donde la radio de comunicación no funcionara sin informar previamente su posición exacta. El misterio se profundizó cuando en octubre de 1996 un piloto comercial que volaba la ruta, Santiago Antofagasta, reportó haber visto reflejos metálicos en una zona del desierto aproximadamente a 60 km al sureste, de donde se habían dirigido los
jóvenes. Una expedición terrestre verificó el área, pero no encontró rastros del vehículo ni de los desaparecidos. Para diciembre de 1996, las búsquedas oficiales fueron suspendidas. Los cinco estudiantes fueron declarados oficialmente desaparecidos y sus familias quedaron sumidas en la terrible incertidumbre de no saber qué había sido de sus seres queridos.
Los años que siguieron al desaparecimiento transformaron profundamente las vidas de las familias involucradas. En Santiago, la casa de los palacios en providencia se convirtió en un punto de encuentro informal para padres que habían perdido hijos en circunstancias similares.
Teresa Palacios, la madre de Alejandra, fundó en 1998 la agrupación de familiares de personas desaparecidas en accidentes, una organización que presionaba por mejores protocolos de búsqueda en zonas remotas de Chile. Los primeros dos años fueron los más duros, recordaría Teresa en una entrevista de 2003. No podíamos hacer el duelo porque no había certeza. Era un limbo emocional terrible.
Despertaba cada día pensando que quizás ese sería el día en que Alejandra volvería a casa. En España, los padres de Esperanza Ibarra enfrentaron una situación aún más compleja. Carmen Ibarra, la madre, había volado a Chile en septiembre de 1996. y se había quedado tres meses participando en las búsquedas.
Su esposo, Florencio, había vendido su pequeño negocio de reparación de automóviles en Sevilla para financiar los viajes y la permanencia en Chile. “Eperanza era nuestra única hija”, declaró Carmen a un periódico sevillano en 1999. No podíamos volver a España sabiendo que ella estaba perdida en algún lugar del desierto.
La familia Calderón en Copiapó vivió la tragedia con una culpa adicional. El padre de Patricio, Abundio Calderón, se reprochaba constantemente haber sido él quien enseñó a su hijo a manejar en el desierto. Le enseñé que el desierto era su segunda casa. contaría años más tarde. Nunca pensé que esa confianza lo llevaría a la muerte. Abundio dejó su trabajo en la mina y se dedicó durante años a recorrer personalmente cada rincón de Atacama, siguiendo pistas y rumores que generalmente resultaban infructuosos. Los padres de Mauricio Esquivel
canalizaron su dolor de manera diferente. Establecieron una beca de estudios en su nombre en la Universidad de Chile, destinada a estudiantes de biología interesados en ecosistemas extremos. “Mauricio amaba la ciencia”, explicó su madre blanca Esquivel. “Si no podemos tenerlo de vuelta, al menos podemos asegurar que otros jóvenes continúen el tipo de investigación que él quería hacer.
” La familia de Leticia Cordero, la más joven del grupo, nunca se recuperó completamente. Sus padres se separaron en 1998, incapaces de lidiar juntos con la pérdida. Su hermana menor, Paloma, desarrolló ansiedad severa y fobia a viajar, que la acompañaría durante décadas. Durante los primeros 5 años después de la desaparición, se reportaron más de 20 avistamientos de los jóvenes en diferentes partes de Chile y países vecinos.
Cada reporte generaba esperanza renovada en las familias, seguida inevitablemente por la decepción cuando las investigaciones demostraban que se trataba de casos de identidad errónea. En 2001, un grupo de mineros ilegales encontró restos óseos humanos en una quebrada cerca de Tal. Durante semanas las familias vivieron en suspenso esperando los resultados de los análisis forenses.
Los huesos resultaron pertenecer a un minero desaparecido en los años 70, no a ninguno de los estudiantes. El caso ganó atención mediática periódica. En 2003, el programa de televisión Misterios sin resolver dedicó un episodio completo a la desaparición, entrevistando a las familias y reconstruyendo los últimos días conocidos del grupo.
El episodio generó nuevas pistas, pero ninguna condujo a información útil. Una de las teorías más persistentes, especialmente entre los medios sensacionalistas, era que los jóvenes habían sido víctimas de traficantes de drogas que utilizaban el desierto como ruta hacia Bolivia. Esta teoría fue repetidamente desestimada por la policía que señalaba la ausencia total de evidencia de actividad criminal en la zona durante esa época.
Otra hipótesis popular era que habían sido víctimas de contrabandistas o que habían presenciado actividades ilegales y fueron eliminados para silenciarlos. Sin embargo, los investigadores nunca encontraron evidencia de que el grupo hubiera tenido contacto con personas ajenas a su expedición científica.
En 2004, un investigador privado contratado por las familias, Evaristo Montes, propuso una teoría diferente. Según su análisis, era posible que el grupo hubiera modificado su ruta original para investigar algún hallazgo arqueológico o geológico inesperado, internándose más profundamente en el desierto de lo planeado. Eran jóvenes académicos, argumentaba Montes.
Si hubieran encontrado algo científicamente interesante, podrían haber tomado riesgos calculados para documentarlo. Esta teoría ganó credibilidad cuando se descubrió que Esperanza había estado en contacto con un arqueólogo local, Hilario Zaragoza, días antes de la expedición. Zaragoza confirmó que había mencionado a la joven española la posibilidad de petroglifos nocumentados en una zona más remota del desierto.
Sin embargo, también insistió en que había advertido específicamente sobre los peligros de buscar estos sitios sin guías locales experimentados. Los años pasaron y el caso gradualmente se desvaneció de la atención pública. Las familias continuaron sus búsquedas privadas, pero con recursos cada vez más limitados.
En 2008, 12 años después de la desaparición, las autoridades chilenas declararon oficialmente muertos a los cinco jóvenes, permitiendo que las familias finalmente obtuvieran certificados de defunción y comenzaran procesos legales para cerrar asuntos pendientes. Sin embargo, esta declaración legal no trajo paz emocional. Un papel no cambia nada, declaró Teresa Palacios en esa época.
Seguiré buscando a mi hija hasta el día que muera. Necesito saber qué pasó. En 2009, la tecnología comenzó a ofrecer nuevas posibilidades. Google Earth había mejorado significativamente la resolución de sus imágenes satelitales del desierto de Atacama y algunos familiares comenzaron a escudriñar sistemáticamente las fotografías aéreas buscando cualquier signo del vehículo desaparecido.
Era una búsqueda obsesiva y agotadora. Teresa Palacios pasaba horas cada noche navegando por las imágenes satelitales, ampliando cada píxel que pareciera fuera de lugar en el paisaje uniforme del desierto. Sabía que era como buscar una aguja en un pajar, admitiría después, pero era lo único que me quedaba por hacer.
Lo que ninguna de las familias sabía era que esa búsqueda obsesiva estaba a punto de dar resultado de la manera más inesperada. El 23 de marzo de 2011, 15 años y 7 meses después de la desaparición, Cristina Montes, una periodista de investigación de 34 años que trabajaba para el diario El Mercurio, estaba preparando un artículo retrospectivo sobre casos de personas desaparecidas en Chile que coincidirían con el aniversario de varios terremotos importantes del país.
Su intención era examinar como los desastres naturales habían afectado la búsqueda de personas desaparecidas y si algunos casos antiguos podrían beneficiarse de nuevas tecnologías de investigación. Cristina había contactado a Teresa Palacios una semana antes solicitando una entrevista sobre el caso de su hija.
Durante la conversación telefónica, Teresa había mencionado su rutina nocturna de examinar imágenes de Google Earth. “Sé que suena desesperado”, había dicho, “pero es lo único que me queda por hacer. He revisado cientos de kilómetros cuadrados, píxel por píxel.” Intrigada por esta metodología, Cristina decidió incorporar un segmento sobre cómo las familias habían adaptado nuevas tecnologías para continuar sus búsquedas privadas.
El martes 22 de marzo visitó a Teresa en su casa de providencia para documentar el proceso. Teresa me mostró su computador, recordaría Cristina después. tenía carpetas organizadas por coordenadas con capturas de pantalla de cada área que había examinado. Era un trabajo sistemático y exhaustivo que cualquier investigador profesional habría respetado.
Esa noche, después de observar a Teresa navegar por las imágenes satelitales durante 2 horas, Cristina regresó a su departamento en Las Condes, llevando consigo las coordenadas aproximadas de la zona donde se creía que los estudiantes habían desaparecido. Como periodista especializada en tecnología, tenía acceso a software de análisis de imágenes más sofisticado que el que Teresa podía permitirse.
Trabajando desde su casa hasta altas horas de la madrugada, Cristina comenzó a examinar sistemáticamente una zona de 200 km city alrededor de las coordenadas originales del campamento planificado. utilizaba un programa que le permitía superponer imágenes satelitales de diferentes años para detectar cambios en el terreno que pudieran haber pasado desapercibidos en una sola imagen.
A las 2:47 de la madrugada del 23 de marzo, Cristina ampliaba una zona rocosa aproximadamente a 73 km al sureste de Antofagasta cuando algo captó su atención. En una imagen tomada en octubre de 2010, había una anomalía apenas perceptible entre las formaciones rocosas, una línea recta demasiado perfecta para ser natural, acompañada de lo que parecía ser una sombra inconsistente con el terreno circundante.
Al principio pensé que era un error de procesamiento de la imagen, explicaría después. Pero cuando comparé con imágenes de años anteriores, vi que la anomalía no aparecía en fotografías tomadas antes de 2008. Algo había cambiado en ese lugar. Cristina amplió la imagen al máximo nivel de resolución disponible. Lo que vio la hizo contener la respiración.
Lo que había parecido una línea recta se resolvía en la forma inconfundible de un vehículo rectangular parcialmente enterrado por arena y rocas. La sombra inconsistente era en realidad el contorno de algo metálico que reflejaba la luz solar de manera diferente al terreno natural. A las 3:15 de la madrugada, Cristina llamó a Teresa Palacios.
Necesito que venga a mi casa ahora mismo”, le dijo. “Creo que encontré algo.” Teresa llegó al departamento de Cristina, acompañada por su esposo Alberto a las 4:30 de la madrugada. Cuando vieron la imagen ampliada en la pantalla del computador, el silencio fue total durante casi un minuto completo. Es un vehículo, susurró finalmente Alberto.
Del tamaño correcto en una zona donde nunca debería haber un vehículo. Las coordenadas exactas del hallazgo eran 23 de Gen 52S, 69 de GR2O, aproximadamente 26 km al sureste del campamento original planificado por los estudiantes. Era una zona extremadamente remota, sin caminos mineros conocidos, donde sería prácticamente imposible llegar accidentalmente.
Cristina había impreso mapas topográficos de la zona y los había extendido sobre su mesa de comedor. Miren esto”, dijo señalando con un bolígrafo. “Para llegar a este punto desde la ruta principal tendrían que haber atravesado terreno muy difícil. No es el tipo de lugar donde alguien termina por error.” Teresa estudió las imágenes con la intensidad de alguien que había imaginado este momento durante 15 años. “¿Cuándo fue tomada esta fotografía?”, preguntó.
“Octubre de 2010″, respondió Cristina. Pero aquí está lo interesante. Tengo imágenes de la misma zona tomadas en 2008 y 2009 y no aparece nada. Sea lo que sea, se hizo visible en algún momento entre 2009 y 2010. Esta información era crucial. Si realmente se trataba del vehículo de los estudiantes, significaba que había permanecido completamente oculto durante más de 12 años, solo para hacerse parcialmente visible debido a algún cambio ambiental reciente. Alberto, que había trabajado como ingeniero en construcción durante décadas, estudió
cuidadosamente las imágenes. ¿Podría ser que las lluvias inusuales de 2010 hayan removido sedimentos que lo cubrían?”, especuló. El desierto de Atakama tuvo precipitaciones anómalas ese año. Podría haber causado erosión suficiente para exponer parcialmente algo que había estado enterrado.
A las 6 de la mañana, Cristina contactó al capitán Rogelio Serrano, que había dirigido las búsquedas originales en 1996 y ahora trabajaba en la central de investigaciones de Antofagasta. Serrano, que había mantenido el caso abierto en sus archivos personales durante 15 años, accedió a revisar las imágenes satelitales. Cuando vi las coordenadas, inmediatamente supe que era significativo.
Recordaría Serrano después. Esa zona nunca había sido buscada sistemáticamente porque estaba demasiado lejos de la ruta planeada de los estudiantes. Parecía imposible que hubieran llegado allí por accidente. El protocolo policial requería verificación terrestre antes de involucrar a las familias en lo que podría resultar ser otra falsa alarma.
Sin embargo, la ubicación extremadamente remota del posible hallazgo significaba que una expedición de verificación tomaría varios días de planificación y recursos considerables. Serrano tomó una decisión poco convencional. Contactó directamente a Abundio Calderón, el padre de Patricio, quien conocía el desierto mejor que cualquier otro miembro de las familias y había continuado búsquedas privadas durante años.
Don Abundio le dijo por teléfono, “Necesito que me ayude a verificar algo, pero tiene que estar preparado para la posibilidad de que encontremos lo que hemos estado buscando durante 15 años. El 25 de marzo de 2011, una expedición compuesta por Serrano. Dos investigadores de la policía científica, Abundio Calderón, y un guía local, experto en navegación del desierto, partió hacia las coordenadas identificadas por Cristina Montes.
Lo que encontraron cambiaría todo lo que se creía saber sobre la desaparición de los cinco estudiantes. La expedición hacia las coordenadas 23o 526923O comenzó a las 7:30 de la mañana del 25 de marzo de 2011. El equipo utilizó dos vehículos, una camioneta Toyota Hillux de la policía equipada con GPS militar y una pickup Ford F150 que Abundio Calderón había modificado específicamente para búsquedas en el desierto durante los años previos.
El viaje desde Antofagasta hasta el punto más cercano accesible por caminos convencionales tomó 3 horas y media. Desde allí tendrían que navegar 18 km a través de terreno rocoso sin senderos marcados, guiándose únicamente por coordenadas GPS y la experiencia de Abundio en el desierto. El terreno era más difícil de lo que esperábamos.
Recordaría después el cabo Ignacio Leal, especialista en investigación forense que formaba parte del equipo. Había quebradas profundas que no aparecían en los mapas topográficos y formaciones rocosas que obligaban a rodeos constantes. Entendí inmediatamente por qué esa zona nunca había sido buscada sistemáticamente.
A las 14:20, después de avanzar lentamente durante más de 3 horas sobre terreno extremadamente irregular, el GPS indicó que estaban a menos de 500 m del objetivo. Abundio detuvo su vehículo en una pequeña planicie entre formaciones rocosas y sacó binoculares de largo alcance. Allí, dijo después de escudriñar el paisaje durante varios minutos, señalando hacia una zona donde enormes rocas volcánicas creaban sombras profundas.
Hay algo metálico reflejando luz solar, algo que definitivamente no pertenece a este lugar. El capitán Serrano estableció el protocolo de acercamiento. Como posible escena del crimen, el área debía ser documentada fotográficamente antes de cualquier alteración. Además, era necesario considerar la posibilidad de que hubiera restos humanos en el sitio. A las 1445, el equipo llegó a pie hasta el objeto identificado en las imágenes satelitales.
Lo que encontraron confirmó sus sospechas más profundas y planteó nuevas preguntas desconcertantes. parcialmente enterrado bajo rocas y sedimentos con solo el techo y parte del parabrisas visibles estaba un Toyota Land Cruiser blanco, la patente trasera, aunque corroída por 15 años de exposición a la sal y los elementos del desierto, aún era legible.
CG4 Ponio 29 fue el momento más extraño de mi carrera. Describiría serrano después. Habíamos estado buscando este vehículo durante 15 años. Y aquí estaba en un lugar donde, según toda lógica, no debería haber estado nunca. Abundio Calderón se acercó al vehículo con las manos temblorosas. A través del parabrisas parcialmente visible, podía distinguir formas en el interior, pero los cristales estaban demasiado empañados y sucios para determinar qué eran exactamente. La primera pregunta que surgió era cómo había llegado el
vehículo a esa ubicación. El terreno que habían atravesado para llegar allí era extremadamente difícil, incluso con vehículos modernos y GPS. En 1996, con la tecnología disponible entonces, habría sido casi imposible navegar hasta ese punto sin un conocimiento extraordinario del desierto. “Mi hijo conocía bien el desierto”, murmuró Abundio.
“Pero no tanto como para llegar aquí. Esto está demasiado lejos de cualquier lugar que él conociera. El cabo leal comenzó a documentar fotográficamente la escena desde múltiples ángulos. Lo que más le llamó la atención era la posición del vehículo. Estaba asentado en una depresión natural entre rocas, como si hubiera sido colocado allí deliberadamente para quedar oculto. No parecía un accidente, observó.
Un vehículo que se queda varado por problemas mecánicos. Normalmente se detiene en el lugar donde ocurre la falla. Este Toyota estaba posicionado de manera que quedaría invisible desde cualquier ruta de acceso normal. Serrano estableció un perímetro de 50 m alrededor del vehículo y contactó por radio a Antofagasta para solicitar un equipo forense completo y un helicóptero para transportar equipamiento especializado.
La excavación del vehículo y el análisis de su contenido requerirían procedimientos específicos para preservar cualquier evidencia. Mientras esperaban los refuerzos, el equipo realizó un reconocimiento cuidadoso del área circundante. A aproximadamente 30 m por del vehículo, el sargento Tomás Valle encontró algo que añadió otra capa de misterio al caso, los restos de una fogata que claramente había sido utilizada durante varios días.
Había cenizas, restos de madera quemada y lo que parecían ser envases de alimentos”, informó Valle. Pero aquí está lo extraño. Basándome en el tipo de deterioro, yo diría que esta fogata fue utilizada años después de 1996, no en la época de la desaparición original. Esta observación era desconcertante.
Si los restos de la fogata eran posteriores a 1996, significaba que alguien había estado en ese lugar remoto años después del desaparecimiento. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Y qué relación tenía con el vehículo enterrado? Abundio examinó los restos de la fogata con la experiencia de alguien que había pasado décadas en el desierto. Este fuego se hizo con leña que no es de aquí”, determinó. “Tuvieron que traer esta madera desde afuera y miren esto.
” Señaló hacia marcas en la arena endurecida. Huellas de botas, no de zapatos. Alguien estuvo aquí preparado para trabajo pesado. A las 17:30 llegó el helicóptero con el equipo forense especializado de Santiago. Entre los especialistas estaba la doctora Violeta Sandoval, antropóloga forense con experiencia en casos de personas desaparecidas y el técnico Fabricio Ponce, experto en excavación de vehículos en ambientes extremos.
La doctora Sandoval estableció inmediatamente protocolos estrictos para la excavación. Tenemos que asumir que hay restos humanos en el vehículo, explicó al equipo. Cada paso debe ser documentado fotográficamente y cada objeto debe ser catalogado según su posición exacta. El proceso de excavación comenzó a las 18, aprovechando las últimas horas de luz solar utilizando herramientas manuales para evitar daños. El equipo comenzó a remover cuidadosamente las rocas y sedimentos que cubrían el vehículo.
Lo que encontraron durante las primeras horas de excavación, planteó más preguntas de las que respondió. El vehículo estaba en condiciones notablemente buenas para haber estado enterrado durante 15 años. La pintura blanca, aunque descolorida, no mostraba la corrosión extrema que se esperaría después de década y media de exposición a las sales del desierto de Atacama.
Es como si hubiera estado protegido, observó Fabricio Ponce, o como si no hubiera estado aquí tanto tiempo como pensamos. A las 19:45, con luz artificial proporcionada por generadores portátiles, el equipo logró despejar suficientemente la puerta del conductor para intentar abrirla. La puerta se abrió con un chirrido metálico, liberando un olor estancado que hizo retroceder inmediatamente a los investigadores.
Dentro del vehículo, la Dra. Sandoval pudo confirmar la presencia de restos humanos. Sin embargo, lo que vio la dejó completamente desconcertada. “Hay tres conjuntos de restos”, informó después de una inspección preliminar con linterna, pero deberían ser cinco. Y la disposición de los restos no es consistente con una muerte por deshidratación o exposición.
Esta revelación cambió completamente la naturaleza de la investigación. No solo habían encontrado a algunos de los estudiantes desaparecidos, sino que había evidencia clara de que la causa de su muerte no había sido lo que se suponía durante 15 años. Serrano tomó la decisión de suspender la excavación hasta la mañana siguiente, cuando tendrían mejor luz y podrían proceder con la meticulosidad que el caso requería.
estableció guardia policial permanente en el sitio y contactó al fiscal regional para informar que el caso había cambiado de personas desaparecidas a homicidio. Esa noche, en el hotel de Antofagasta, donde se alojaba el equipo de investigación, Abundio Calderón no pudo dormir. Habíamos encontrado a nuestros hijos, reflexionaría después.
Pero ahora sabíamos que alguien los había matado y faltaban dos de ellos. ¿Dónde estaban Alejandra y Esperanza? La respuesta a esa pregunta resultaría ser aún más perturbadora que todo lo que habían descubierto hasta ese momento. La mañana del 26 de marzo de 2011 amaneció despejada con temperaturas inusualmente frescas para la época en el desierto de Atacama.
A las 7 de la mañana, el equipo forense reanudó la excavación del Toyota Land Cruiser con renovada determinación, pero también con la sobria conciencia de que estaban investigando un homicidio múltiple. La doctora Violeta Sandoval trabajó durante tres horas documentando meticulosamente la posición de los restos encontrados el día anterior.
Sus conclusiones preliminares fueron inquietantes. Los tres conjuntos de restos correspondían a Patricio Calderón, Mauricio Esquivel y Leticia Cordero. Todos mostraban signos de trauma craneal contuso, inconsistente con muerte por causas naturales. Estas personas fueron asesinadas”, declaró Sandoval al capitán Serrano.
Los patrones de fractura en los cráneos indican que fueron golpeados con objetos pesados, probablemente rocas. Y algo más basándome en el estado de descomposición, yo diría que estos cuerpos no han estado aquí 15 años. Esta última observación era la más desconcertante de todas.
Si los restos no habían estado enterrados desde 1996, significaba que los estudiantes habían sido mantenidos vivos en algún lugar durante un periodo indeterminado antes de ser asesinados y trasladados a esta ubicación remota. Mientras el equipo forense continuaba su trabajo meticuloso, Abundio Calderón exploró el área circundante con la urgencia de un padre que acababa de confirmar la muerte de su hijo.
A aproximadamente 200 m del vehículo, siguiendo un sendero natural entre formaciones rocosas, encontró algo que helaría la sangre de cualquier investigador experimentado, parcialmente oculta en una grieta profunda entre dos rocas volcánicas. Había una estructura improvisada construida con piedras y ramas secas. Era claramente artificial, diseñada para ser invisible, a menos que alguien la buscara específicamente.
Capitán Serrano gritó, abundió. Tiene que ver esto inmediatamente. Cuando Serrano y dos investigadores llegaron a la ubicación, encontraron lo que solo podía describirse como una prisión primitiva. La estructura medía aproximadamente 2 m por 3 m con muros de piedra. de casi 1,5 de altura.
En el interior había evidencia de ocupación humana, restos de mantas, envases de comida vacíos y lo más perturbador de todo, marcas grabadas en las rocas que claramente eran un registro de días. El sargento Valle, utilizando una linterna examinó las marcas más cuidadosamente. Son grupos de cinco líneas cruzadas por una sexta. Reportó el método clásico para contar días.
Hay, déjeme contar, 847 marcas, esos son más de 2 años. La implicación era aterradora. Los estudiantes, o al menos algunos de ellos, habían sido mantenidos cautivos en esta ubicación remota durante más de 2 años antes de ser asesinados. Serrano contactó inmediatamente al equipo forense para que trasladara sus operaciones a esta nueva ubicación.
Si había evidencia de cautiverio prolongado, cada centímetro de la estructura debía ser analizado en busca de pistas sobre la identidad de los responsables. La doctora Sandoval y su equipo trabajaron durante el resto de la mañana documentando la prisión improvisada. En una esquina de la estructura enterrada bajo años de sedimentos encontraron un objeto que proporcionaría la primera pista real sobre los perpetradores del crimen.
Era un cuaderno de espiral protegido de los elementos por una bolsa plástica improvisada. Las páginas estaban manchadas y parcialmente ilegibles, pero suficientes palabras eran visibles para reconstruir una narrativa parcial de lo que había ocurrido. Es la letra de esperanza, confirmó Bundio después de examinar las páginas. Reconozco su forma de escribir. La había visto en documentos cuando preparaban el viaje.
Las entradas del diario, fechadas de manera irregular, contaban una historia de supervivencia, terror y, finalmente, traición que nadie había imaginado posible. La primera entrada legible estaba fechada el 25 de agosto de 1996, una semana después del desaparecimiento original. Día 7. Teodoro nos ha traído agua otra vez. dice que nos va a liberar cuando su hermano regrese de Bolivia. Patricio está muy mal.
Tiene fiebre alta desde ayer. Mauricio no puede respirar bien. Necesita su medicamento para el asma. Leticia llora todo el tiempo. Alejandra trata de mantenernos unidos, pero veo en sus ojos que está perdiendo la esperanza. páginas más adelante. Una entrada sin fecha específica revelaba más detalles.
Teodoro dice que no podemos irnos porque hemos visto el lugar donde guardan las cosas que traen de Bolivia. Dice que es por nuestra seguridad que hay gente peligrosa que nos mataría si nos encuentra. No le creemos, pero no tenemos opción. Está armado y conoce el desierto mejor que nosotros.
La referencia a Bolivia y a cosas que traen sugería claramente tráfico de drogas, aunque el diario no especificaba qué tipo de mercancía. Una entrada fechada a diciembre de 1996 mostraba el deterioro psicológico del grupo. Patricio intentó escapar anoche. Teodoro lo alcanzó antes del amanecer y lo golpeó terrible. Dice que si alguno más trata de escapar, matará a los otros cuatro.
Ya no fingimos que vamos a salir de aquí. Hemos visto demasiado. La entrada más perturbadora estaba fechada a marzo de 1998. Casi dos años después del secuestro original. Teodoro trajo a su hermano Demetrio. Hoy discutieron mucho sobre qué hacer con nosotros. Demetrio dice que ya no pueden mantenernos aquí, que es demasiado peligroso.
Teodoro dice que no puede dejarnos ir porque sabemos demasiado. Alejandra y yo entendemos lo que eso significa. Hemos decidido que si van a matarnos, al menos uno de nosotros tiene que intentar escapar para contar la verdad. La última entrada legible, sin fecha consistía en solo unas pocas líneas escritas con letra temblorosa.
Se llevaron a Patricio, Mauricio y Leticia. Esta mañana dijeron que los iban a trasladar a otro lugar. Escuchamos gritos en la distancia al mediodía. Alejandra y yo sabemos que no van a volver. Teodoro dice que nosotras somos diferentes, que podemos ser útiles de otra manera. No sé qué significa, pero preferimos morir antes que descubrirlo.
El diario terminaba abruptamente en esa entrada. Serrano estudió las entradas con la meticulosidad de un investigador que finalmente tenía pistas reales para seguir. Los nombres Teodoro y Demetrio proporcionaban los primeros sospechosos específicos en 15 años de investigación.
Necesitamos verificar registros de personas con esos nombres en la región durante los años 90″, ordenó al sargento Valle. “Y necesitamos mapear todas las rutas conocidas de tráfico de drogas entre Chile y Bolivia en esa época.” Mientras el equipo continuaba excavando la prisión improvisada, encontraron más evidencia de ocupación prolongada, restos de comida, fragmentos de ropa y lo más significativo, un pequeño radiotransistor que aún contenía baterías corroídas.
El técnico Fabricio Ponce examinó el radio cuidadosamente. Es un modelo que se vendía en los años 90, determinó. Pero estas baterías son más recientes, probablemente de 2008 o 2009. Alguien ha estado utilizando este lugar mucho después de la desaparición original. Esta evidencia sugería que la ubicación había sido utilizada por traficantes durante años, posiblemente como punto de almacenamiento o escondite temporal.
Los estudiantes universitarios habían tenido la desfortuna de tropezar con esta operación criminal en el momento equivocado. A las 15:30, el sargento Valle regresó de Antofagasta con información sobre los nombres encontrados en el diario. Sus hallazgos proporcionaron el primer avance real en la identificación de los responsables. Encontré registros de dos hermanos, Teodoro y Demetrio Acosta, que fueron arrestados en Iquique en 1999 por tráfico de cocaína. Informó.
Según los archivos policiales, operaban una ruta entre Bolivia y puertos chilenos, utilizando el desierto de Atacama como punto de tránsito. Los registros mostraban que Teodoro Acosta, de 34 años en 1996, había sido arrestado múltiples veces por delitos menores relacionados con drogas durante los años 80 y principios de los 90.
Su hermano Demetrio, 2 años menor, tenía un historial similar. Ambos habían crecido en la región y conocían el desierto íntimamente. Aquí está lo importante, continuó Valle. Teodoro Acosta fue liberado de prisión en 2008 por buen comportamiento. Demetrio murió en la cárcel en 2003, apuñalado durante una pelea entre reclusos. Esto explicaba por qué alguien había estado utilizando el sitio hasta años recientes.
Teodoro había regresado a su antigua base de operaciones después de cumplir su condena. Serrano tomó la decisión de expandir la búsqueda en el área circundante. Si Alejandra y Esperanza habían logrado escapar o habían sido trasladadas a otro lugar, podría haber evidencia adicional en un radio más amplio alrededor de la prisión improvisada.
A las 16:45, utilizando detectores de metales proporcionados por el equipo forense, los investigadores encontraron algo enterrado a 50 mm al norte de la estructura principal. Era una pequeña caja metálica del tipo utilizado para municiones, enterrada a menos de 1 m de profundidad.
Dentro de la caja, protegidos por bolsas plásticas, había documentos que proporcionarían la respuesta final a lo que había ocurrido con Alejandra y Esperanza. La caja metálica contenía fotografías polaroid, documentos escritos a mano y lo más impactante de todo, los documentos de identidad de las cinco víctimas. Las fotografías mostraban a los estudiantes en diferentes momentos durante su cautiverio, evidencia clara de que habían estado vivos mucho más tiempo de lo que nadie había imaginado.
Pero la revelación más sorprendente estaba en una carta escrita en letra pequeña y meticulosa, firmada por Alejandra Palacios y fechada a abril de 1999. A quien encuentre esto, mi nombre es Alejandra Palacios. He estado prisionera junto con mis amigos en el desierto de Atacama desde agosto de 1996. Teodoro y Demetrio Acosta nos secuestraron cuando accidentalmente descubrimos su operación de drogas.
Mataron a Patricio, Mauricio y Leticia en marzo de 1998. Esperanza y yo hemos logrado ganar tiempo convenciendo a Teodoro de que podemos ayudarlos con sus operaciones, pero sabemos que eventualmente nos matará también. Si estás leyendo esto, probablemente estemos muertas, pero necesito que sepas la verdad. Esperanza logró escapar durante una tormenta de arena en febrero de 1999.
Le dije que corriera hacia Antofagasta y que contactara a la policía. No sé si lo logró. Yo me quedé porque estoy muy débil para hacer el viaje. Teodoro cree que Esperanza murió en el desierto, pero yo sé que ella es fuerte. Si está viva, dirá la verdad sobre lo que nos pasó. Por favor, encuentren a nuestras familias.
Díganles que los amamos y que peleamos para sobrevivir hasta el final. Teodoro Acosta es el responsable de todo esto. Él y su hermano nos mantuvieron aquí para que no pudiéramos reportar su operación de drogas. No merecíamos morir por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
La carta estaba acompañada por un mapa dibujado a mano que mostraba la ubicación de varios escondites utilizados por los traficantes, incluyendo el lugar donde habían enterrado el vehículo para ocultarlo de las búsquedas oficiales. Serrano leyó la carta en voz alta al equipo de investigación.
El silencio que siguió fue roto solo por los soyosos contenidos de Abundio Calderón, quien finalmente conocía la verdad sobre la muerte de su hijo. “Esto significa que Esperanza podría estar viva”, murmuró la doctora Sandoval. “Si logró escapar en 1999, podría haber sobrevivido. Esta posibilidad cambió inmediatamente las prioridades de la investigación.
Serrano contactó urgentemente a las autoridades de inmigración para revisar todos los registros de personas que hubieran intentado salir de Chile hacia España entre febrero y diciembre de 1999, utilizando el nombre de Esperanza y Barra o cualquier variación similar. Mientras esperaban esta información, el equipo forense continuó excavando el sitio en busca de los restos de Alejandra.
A las 18:20, a solo 30 km de donde se encontró la caja metálica, los detectores de metales identificaron otra anomalía. Era una tumba poco profunda, claramente cabada de manera apresurada. Los restos encontrados allí correspondían a una mujer joven y entre los objetos personales enterrados con ella estaba un anillo con las iniciales AP que la familia Palacios confirmó como perteneciente a Alejandra.
El análisis forense preliminar indicó que Alejandra había muerto varios meses después de escribir la carta encontrada en la caja metálica, probablemente a principios del año 2000. A diferencia de los otros tres estudiantes, no mostraba signos de trauma violento, sugiriendo que había muerto por causas naturales después de años de cautiverio en condiciones extremas.
A las 20:30 llegó la información solicitada sobre registros de inmigración. Los resultados fueron sorprendentes. No había registro de esperanza y barra intentando salir de Chile bajo su nombre real en 1999. Sin embargo, había un registro interesante que llamó la atención de los investigadores. El 23 de noviembre de 1999, una mujer que se identificó como Carmen Sevilla había sido encontrada deshidratada y desorientada cerca de la carretera panamericana, aproximadamente a 80 km al sur de Antofagasta. La mujer, que aparentaba ser europea y hablaba
español con acento extranjero, había sido hospitalizada durante dos semanas por deshidratación severa y trauma psicológico. Los registros hospitalarios indicaban que la mujer sufría amnesia severa y no podía recordar su identidad real ni cómo había llegado al desierto. Sin familia conocida en Chile y sin documentos de identificación, había sido transferida a un centro de salud mental en Santiago, donde permaneció hasta 2001. “Necesitamos localizar a esta mujer inmediatamente”, ordenó Serrano.
Si es esperanza y barra, es la única testigo viva de lo que realmente ocurrió. El rastro de Carmen Sevilla llevó a los investigadores a una revelación final que completaría trágicamente la historia de los cinco estudiantes desaparecidos. Según registros del Centro de Salud Mental, la mujer conocida como Carmen Sevilla había recuperado gradualmente su memoria durante 2001.
Sin embargo, en lugar de revelar su identidad real, había solicitado asilo político, alegando ser víctima de persecución política en su país de origen, que ella identificó como Colombia. En 2002 había emigrado a Canadá bajo un programa de refugiados utilizando documentos proporcionados por las Naciones Unidas que la identificaban como Carmen Sevilla, ciudadana colombiana de 28 años.
El 28 de marzo de 2011, después de 3 días de investigación intensiva coordinada con autoridades canadienses, los investigadores localizaron a la mujer en Vancouver. Confrontada con evidencia del caso y fotografías de los estudiantes desaparecidos, Carmen Sevilla finalmente admitió su verdadera identidad era esperanza y barra. En una entrevista por videoconferencia con autoridades chilenas, Esperanza explicó por qué había ocultado su identidad durante más de una década. Cuando logré escapar en 1999, estaba completamente traumatizada.
Había visto morir a mis amigos. Había vivido en cautiverio durante casi 3 años. Cuando llegué al hospital, mi mente simplemente se cerró. No podía recordar quién era ni de dónde venía. Cuando la memoria empezó a regresar, tuve miedo. Teodoro me había dicho repetidas veces que tenía contactos en la policía y en el gobierno, que si alguna vez hablaba sobre lo que había visto, él me encontraría y me mataría. Incluso en el hospital tenía pesadillas sobre él persiguiéndome.
Inventé la identidad de Carmen Sevilla porque necesitaba protegerme. Sabía que si revelaba que era esperanza y barra, la investigación podría poner en peligro mi vida. Teodoro seguía libre y yo sabía que él entendería que solo yo podía testificar sobre sus crímenes. Solo cuando supe que Teodoro había sido arrestado en 1999 y que había muerto en prisión, pensé en revelar la verdad, pero para entonces había construido una nueva vida en Canadá. tenía un trabajo, amigos, una identidad completamente nueva.
Revelar quién era realmente significaba destruir todo lo que había construido para sobrevivir. La confesión de esperanza proporcionó los detalles finales de la tragedia que había comenzado en agosto de 1996. Según su testimonio, los estudiantes habían estado explorando formaciones rocosas inusuales cuando accidentalmente descubrieron un almacén subterráneo donde los hermanos Acosta guardaban cocaína antes de transportarla hacia puertos chilenos. Teodoro y Demetrio aparecieron cuando estábamos fotografiando las rocas cerca de su
escondite”, recordó Esperanza. Al principio dijeron que solo nos iban a retener unas pocas horas hasta que pudieran mover su mercancía. Pero cuando se dieron cuenta de que éramos estudiantes universitarios, que nuestras familias reportarían nuestra desaparición y que habría búsquedas extensivas, decidieron que no podían liberarnos.
El cautiverio había durado casi 3 años porque los hermanos Acosta utilizaban a los estudiantes como mano de obra para mantener sus operaciones. Nos hacían vigilar la mercancía, limpiar los escondites, incluso cocinar para ellos cuando venían al desierto”, explicó Esperanza. Dijeron que mientras fuéramos útiles nos mantendrían vivos. El asesinato de Patricio, Mauricio y Leticia en 1998 había ocurrido después de que Demetrio decidió que mantener cinco prisioneros era demasiado arriesgado.
Demetrio era más violento que Teodoro, recordó Esperanza. Dijo que tres personas eran más fáciles de controlar que cinco. Eligió a los tres que pensaba que eran más propensos a causar problemas. Alejandra y Esperanza habían sobrevivido dos años adicionales porque Teodoro las consideraba menos amenazantes y más útiles para tareas domésticas en sus operaciones.
La escape de esperanza en 1999 había sido posible solo debido a una tormenta de arena inusualmente severa que había reducido la visibilidad a prácticamente cero. Corrí durante dos días hacia donde pensé que estaba la carretera principal. recordó. Bebía mi propia orina para sobrevivir.
Cuando finalmente me encontraron, pesaba menos de 40 kg y estaba completamente deshidratada. Los médicos dijeron que habría muerto en cuestión de horas si no me hubieran encontrado. Con el testimonio de esperanza, los investigadores finalmente pudieron reconstruir completamente lo que había ocurrido con los cinco estudiantes universitarios que habían desaparecido en agosto de 1996.
El caso se cerró oficialmente el 15 de abril de 2011, casi 15 años después de la desaparición original. Teodoro Acosta había muerto en prisión en 2003, por lo que no pudo ser juzgado por los asesinatos. Su hermano Demetrio también había muerto en prisión ese mismo año. Las familias finalmente tuvieron las respuestas que habían buscado durante década y media, aunque la verdad resultó ser más horrible de lo que cualquiera de ellos había imaginado.
Los restos de Patricio Calderón, Mauricio Esquivel, Leticia Cordero y Alejandra Palacios fueron repatriados a sus familias para recibir sepultura apropiada. Esperanza Ibarra regresó a España en mayo de 2011 para reunirse con sus padres después de 15 años de separación.
En una conferencia de prensa final sobre el caso, el capitán Serrano reflexionó sobre las lecciones aprendidas. Este caso nos enseña que en el desierto de Atacama, un lugar tan vasto y remoto, los crímenes pueden permanecer ocultos durante décadas. Pero también nos enseña que la tecnología moderna, combinada con la determinación de las familias que nunca se rinden, puede finalmente revelar la verdad sin importar cuánto tiempo haya pasado.
La historia de los cinco estudiantes universitarios se convirtió en un recordatorio trágico de cómo vidas jóvenes llenas de promesa pueden ser destruidas por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, pero también de cómo la persistencia humana y los avances tecnológicos pueden eventualmente hacer justicia incluso en los casos más desesperanzadores.
Este caso nos muestra cómo la tecnología moderna puede revelar verdades que permanecieron ocultas durante décadas, pero también nos recuerda la terrible realidad de que a veces las víctimas de crímenes violentos pueden sobrevivir en circunstancias inimaginables durante años antes de encontrar la muerte o la libertad.
¿Qué opinas sobre la decisión de esperanza de ocultar su identidad durante más de una década? ¿Fue comprensible su miedo o debería haber revelado la verdad antes para dar cierre a las familias? Compartid vuestras reflexiones en los comentarios. Si os ha impactado esta historia de supervivencia y justicia tardía, no olvidéis suscribiros al canal y activar las notificaciones para no perderos más casos como este.
Dejad vuestro like si creéis que historias como esta necesitan ser contadas y compartid este video con alguien que también se interese por casos de investigación criminal. Recordad que detrás de cada desaparición hay familias reales que merecen respuestas, sin importar cuánto tiempo tome encontrarlas.
News
Mi Hija Me Echó Por Ser Una Boca Más… Compré Su Edificio Y Tripliqué El Alquiler
Nunca pensé que mi propia hija me abandonaría. Nunca imaginé que el hombre con el que se casó me…
Mientras mi marido roncaba arriba… dos de sus amigos se turnaron conmigo
El aire se sentía pesado, pero no por el clima. Era un calor que nacía en lo más profundo…
My Daughter Got $33M And Threw Me Out — 3 Days Later, She Was Begging For My Help.
When my daughter told me to find somewhere else to die, you’re useless now. I packed my bags like the…
MY DAUGHTER KICKED ME OUT FOR BEING AN ‘EXTRA MOUTH’… SO I BOUGHT THEIR BUILDING AND TRIPLED RENT.
I never thought I’d be left out in the cold by my own daughter. I never imagined the man…
DESCUBRÍ LA INFIDELIDAD DE MI ESPOSO CON LA VECINA Y LE ENTREGUÉ SUS MALETAS AL MARIDO DE ELLA
Todavía recuerdo el sabor metálico en mi boca cuando vi aquella notificación en su celular. Miguel había olvidado cerrar…
MI MARIDO LLEVÓ SU AFFAIR A NUESTRA CENA DE ANIVERSARIO…YO LLEVÉ A SUS PAPÁS Y A SU ESPOSO ENTONCES
¿Alguna vez has tenido que sonreír mientras tu mundo se desploma? Porque yo estaba ahí parada sosteniendo el micrófono…
End of content
No more pages to load