Ciudad Juárez, Camionero Le Dio Aventón A Una Joven Solitaria — Hasta Descubrir Quién Era Realmente

¿Qué harías si descubrieras que la persona a quien salvaste podría destruir todo lo que conoces? Soy Ramón Herrera, tengo 45 años y llevo más de 20 cruzando las carreteras entre Ciudad Juárez y el interior de México. Mi camión ha sido mi hogar, mi oficina y mi refugio.

 Pensé que ya había visto todo en estas tierras fronterizas, contrabandistas, migrantes desesperados, familias rotas. Pero nada me preparó para lo que descubriría sobre una joven que encontré caminando sola en el desierto. Antes de comenzar, ponte cómodo en el sofá o en la cama. Y si estás trabajando o cocinando, cuéntanos desde dónde nos estás viendo y disfruta de esta historia inolvidable.

 El sol del desierto de Chihuahua me golpeaba sin piedad cuando la vi por primera vez. Era una mancha pequeña y oscura, moviéndose por el asfalto ardiente de la carretera federal. Al principio pensé que era un espejismo de esos que te juegan malas pasadas después de manejar 12 horas seguidas transportando refacciones desde Monterrey hasta Ciudad Juárez.

 Pero conforme me acercaba con Mikenworth, la imagen se hizo más nítida. Era una muchacha joven, no podía tener más de 20 años caminando por el acotamiento con una mochila pequeña. El calor era insoportable, debían ser más de 40 gr y ella no llevaba nada que la protegiera del sol que caía como plomo derretido.

Reduje la velocidad. En estos 20 años, manejando por la frontera, he aprendido a leer las señales. Esta carretera que conecta Ciudad Juárez con el sur no es lugar para que una mujer joven camine sola, especialmente no a esta hora del día y en esta desolación.

 Podían ser narcos, podía ser una trampa, podía ser migración o podía ser simplemente una muchacha en problemas. Mi exesposa Carmen siempre me decía que tengo el corazón demasiado blando para este trabajo. Ramón me decía, “Un día tu bondad te va a meter en problemas serios.” Tal vez tenía razón, pero cuando vi a esa joven tambalearse bajo el sol implacable, no pude simplemente pasar de largo.

 Activé las luces de emergencia y me orilló lentamente. El rugido del motor diésel se apagó y el silencio del desierto nos envolvió como una manta pesada. La joven se había detenido y me observaba con cautela y esperanza en sus ojos oscuros. ¿Necesitas ayuda, muchachita?”, le grité desde unos metros de distancia.

 Ella se llevó una mano a la frente para protegerse del sol y me examinó de pies a cabeza. Llevaba jeans desgastados, una playera blanca manchada de sudor y tenis que habían visto mejores días. Su cabello largo y negro estaba recogido en una cola despeinada y tenía la piel morena quemada por el sol. Mi carro se descompuso hace como 20 kilómetros”, respondió con voz ronca.

 Estoy tratando de llegar a Ciudad Juárez. Me acerqué y pude ver que tenía los labios agrietados y los ojos vidriosos por la deshidratación. No había manera de que hubiera caminado solo 20 km con este calor. Esta muchacha tenía más resistencia de la que aparentaba. O me estaba mintiendo.

 “¿Cómo te llamas?”, pregunté mientras sacaba una botella de agua fría de mi hielera. “Eperanza, respondió. Cuando le ofrecí el agua, la tomó con manos temblorosas y bebió como si no hubiera probado líquido en días. Esperanza Morales. Yo soy Ramón. ¿Tienes familia en Juárez?” Esperanza terminó de beber y me devolvió la botella casi vacía. por un momento, vaciló antes de responder.

Sí, mi tía vive en el centro. Algo en la forma en que dijo mi tía me hizo sospechar. Había una pausa extraña, como si estuviera inventando la respuesta, pero el sol seguía cayendo despiadado y ella se veía genuinamente desesperada. “Súbete”, le dije señalando la cabina. “te llevo a la ciudad.

 La gratitud en sus ojos me hizo sentir que había tomado la decisión correcta. Esperanza subió al asiento del copiloto y el aire acondicionado la golpeó inmediatamente. La vi cerrar los ojos con alivio. “Gracias”, murmuró. “No sé qué hubiera hecho si no pasabas.” Arranqué el motor y regresamos a la carretera.

 Durante los primeros kilómetros, ninguno habló mucho. Esperanza disfrutaba el aire fresco y la comodidad del asiento. Yo mantenía la vista en el camino, pero de reojo la observaba. Había algo que no me cuadraba. ¿A qué te dedicas? Pregunté eventualmente. Trabajo en una maquiladora, respondió rápidamente. Bueno, trabajaba. Me corrieron la semana pasada. ¿Por qué? Otra pausa. Problemas con el supervisor.

 Ya sabes cómo son esos lugares. Sabía exactamente cómo eran las maquiladoras en la frontera. Mi hermana menor había trabajado en una durante años. Las historias sobre acoso, malas condiciones y explotación me habían hecho valorar mi independencia como camionero. Y tu familia no te puede ayudar mientras encuentras otro trabajo. Esperanza se removió incómoda.

 Es complicado. No presioné más. En la frontera las historias complicadas son la norma. Familias divididas por la migración, documentos perdidos, trabajos que desaparecen de la noche a la mañana. Conforme nos acercábamos a Ciudad Juárez, el paisaje cambió. Las extensiones áridas dieron paso a colonias dispersas, tiendas de abarrotes con letreros desgastados, talleres mecánicos improvisados.

 Esta ciudad fronteriza que conocía como la palma de mi mano se extendía ante nosotros. ¿Dónde quieres que te deje?, pregunté. En la plaza principal estaría bien, respondió Esperanza. Desde ahí puedo caminar. Manejé hacia el centro histórico, pasando por calles que había recorrido miles de veces. Esperanza miraba por la ventana con una expresión extraña, como si estuviera memorizando cada detalle.

 Cuando llegamos a la plaza, estacioné donde pudiera maniobrar fácilmente. Esperanza ya tenía la mano en la manija, aparentemente ansiosa por bajarse. “Espera”, le dije sacando mi cartera. Tenía algunos billetes doblados, dinero que guardaba para emergencias. Le extendí 200 pesos para que comas algo y tomes un taxi si lo necesitas. Los ojos de esperanza se llenaron de lágrimas.

 Por un momento pensé que iba a rechazar el dinero, pero finalmente lo tomó. No sé cómo agradecerte, Ramón. Eres un ángel. No soy ningún ángel, le dije sonriendo. Solo un camionero que ha tenido suerte en la vida. Esperanza se bajó y cerró la puerta. A través del espejo lateral. La vi caminar hacia la plaza con paso decidido.

 Parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía, lo cual me extrañó considerando que supuestamente no conocía bien la ciudad. Estaba a punto de arrancar cuando vi algo que me heló la sangre. Un suburban negro con cristales polarizados se había estacionado al otro lado de la plaza y dos hombres habían salido. Llevaban ropa casual, pero algo en su postura me hizo pensar inmediatamente en sicarios o agentes federales. Uno de ellos sacó un teléfono y marcó.

 Desde la distancia pude ver que mostraba algo en la pantalla a su compañero, una foto. En ese momento viía Esperanza cambiar completamente de dirección. Ya no caminaba hacia donde supuestamente vivía su tía. Se había deslizado entre los puestos del mercado informal que rodeaba la plaza, moviéndose como alguien que sabía exactamente cómo desaparecer en una multitud.

 Los dos hombres del suburban comenzaron a caminar en su dirección, pero Esperanza ya había desaparecido entre los vendedores ambulantes. Uno hablaba urgentemente por radio mientras el otro regresaba corriendo al vehículo. Mi corazón latía con fuerza. ¿En qué me había metido? ¿Quién era realmente Esperanza Morales? ¿Y por qué la estaban buscando esos hombres que claramente no eran parientes preocupados? Arranqué el camión con manos temblorosas y salí de la plaza lo más rápido posible, sin llamar la atención. En el espejo retrovisor vi al

suburban negro dar la vuelta y comenzar a circular lentamente por las calles cercanas. 20 minutos después estaba en mi casa en la colonia Infonavit, pero no podía quitarme de la cabeza la imagen de esperanza, desapareciendo entre la multitud como un fantasma. Una pregunta me torturaba.

 ¿Acababa de ayudar a alguien en problemas o había sido cómplice de algo mucho más peligroso de lo que podía imaginar? Capítulo 2. No pude dormir esa noche. Cada vez que cerraba los ojos, veía esperanza caminando sola por la carretera, luego desapareciendo entre los puestos, mientras esos hombres la buscaban. A las 5 de la mañana me rendí, preparé café y me senté a ver las noticias matutinas.

 El presentador hablaba sobre operativos contra el tráfico de personas en la frontera, mostrando imágenes de casas de seguridad allanadas. Cambié de canal nerviosamente. Otro noticiero hablaba del aumento de violencia relacionada con disputas territoriales entre cárteles. Apagué la televisión. Mi teléfono sonó. Era Javier, mi despachador. Ramón, tengo una carga urgente para ti.

 Refacciones para maquiladoras, destino Tijuana. ¿Puedes salir hoy? Claro. Respondí agradecido de tener una excusa para salir de la ciudad. ¿A qué hora? El cliente quiere que recojas a las 10. Es buena paga, pero quieren entrega express. Tijuana estaba a más de 1,000 km. Serían al menos 15 horas de manejo, perfecto para alejar mi mente de lo que había pasado ayer.

 Llegué temprano al depósito para revisar la carga. Mientras revisaba las llantas, oí una voz familiar. Ramón, Ramón Herrera. Me volteé y vi a doña Carmen, la mujer que manejaba el comedor de carretera donde solía parar en mis viajes al sur. Era una señora robusta de unos 60 años.

 con cabello gris recogido y una sonrisa que siempre me recordaba a mi difunta madre. Doña Carmen, ¿qué hace por aquí? Vine a recoger a mi sobrino. Trabaja en este depósito, explicó. Pero mira qué casualidad encontrarte. Oye, ¿no pasaste ayer por mi comedor? No, ayer vine directo del sur por la federal. ¿Por qué? Doña Carmen me miró preocupada.

 Porque ayer en la tarde llegó una muchacha preguntando por ti. Dijo que era urgente, que necesitaba hablar contigo. Se me heló la sangre. ¿Cómo era la muchacha? Joven como de 20 años, morenita, cabello largo, muy nerviosa. No paraba de ver hacia afuera como si alguien la siguiera. Le dije que no sabía cuándo ibas a pasar y se puso muy alterada. Era esperanza. No tenía duda. Dijo su nombre. se presentó como espie.

Mira, Ramón, esa muchachita estaba asustada de verdad. Me dejó esto para ti. Doña Carmen sacó un papel doblado de su bolsa. Dijo que si no regresaba en dos días, te lo diera. Tomé el papel con manos temblorosas. Era una hoja de libreta escrita con letra apresurada.

 Ramón, si estás leyendo esto es porque algo me pasó. No soy quien te dije que era. Mi verdadero nombre es Esperanza Delgado y mi papá es el comandante delgado de la policía federal. Hace tres meses descubrí algo que no debía saber sobre su trabajo y desde entonces mi vida está en peligro. Los hombres que me buscan no son federales buenos.

 Son los que mataron a mi hermano el año pasado cuando él también descubrió la verdad. Si algo me pasa, por favor lleva esta información a mi papá. Él está en la Ciudad de México, pero no confíes en nadie más de la policía en Juárez. Te adjunto una dirección donde puedes encontrar pruebas de lo que descubrí. Perdóname por mentirte. Gracias por salvarme ayer. Esperanza.

 Debajo había una dirección. Colonia fronteriza, calle Revolución 247, Casa Azul con reja blanca. Doña Carmen me observaba preocupada. ¿Está todo bien, hijo? Doña Carmen, esa muchacha dijo algo más. Mencionó si alguien la había seguido. Ahora que lo dices, sí. Dijo que había visto el mismo carro varias veces, pero que logró perderse en el mercado del centro.

 Ramón, ¿en qué te metiste? No sabía cómo responder. Tampoco sabía si debía creer lo que decía la carta. Pero algo en la desesperación con que Esperanza había desaparecido ayer, me decía que al menos parte de su historia era verdad. Doña Carmen, necesito que me haga un favor muy importante.

 Si alguien pregunta por mí en los próximos días, usted no me ha visto. ¿Está bien? Ay, Ramón, me estás asustando. Solo por precaución. Y si esa muchacha regresa, dígale que recibí su mensaje. Doña Carmen asintió gravemente. Ten cuidado, hijo. En estos tiempos uno nunca sabe en qué problemas puede meterse sin querer. Después de que se fue, me quedé parado junto al camión leyendo la carta una y otra vez.

Comandante delgado de la policía federal. Ese nombre me sonaba familiar, pero no podía ubicar de dónde. El hermano muerto, los hombres que la buscaban. Tenía dos opciones. Salir hacia Tijuana como estaba planeado, e intentar olvidar todo este asunto o ir a esa dirección en la colonia fronteriza a ver qué había encontrado esperanza. Mi teléfono sonó. Era Javier otra vez.

Ramón, cambio de planes. El cliente aplazó la entrega hasta mañana. ¿Puedes salir temprano en la madrugada? Sin problema, respondí, aunque mi mente ya estaba tomando una decisión muy diferente. Guardé la carta en mi cartera. Durante mis años como camionero, había aprendido a confiar en mi instinto y mi instinto me decía que esperanza estaba en serio peligro.

 También me decía que al ayudarla ayer, yo también me había metido en algo mucho más grande de lo que entendía. Decidí ir a la dirección que había dejado, pero primero haría una parada en mi casa para cambiarme de ropa y tomar algunas precauciones. Si realmente había policías corruptos involucrados, necesitaba ser muy cuidadoso.

 Manejé hacia mi colonia pensando en mi hija Sofía, que vivía con mi exesposa en El Paso. había criado para que fuera fuerte e independiente, pero también para que supiera cuándo pedir ayuda. ¿Qué haría si ella estuviera en la situación de esperanza? En mi casa guardé la carta original en una caja fuerte, pequeña, escondida detrás del closet. Hice una copia y la guardé en mi cartera.

 También tomé una pequeña cámara digital que uso para documentar daños en las cargas. Antes de salir llamé a mi exesposa Carmen. Ramón, ¿qué sorpresa? Todo bien. Todo bien. Solo quería saludar a Sofía a ver cómo va en la escuela. Está en clases, pero le diré que llamaste. ¿Estás seguro de que todo está bien? Suenas raro.

 Carmen me conocía demasiado bien después de 15 años de matrimonio. Solo cuida mucho a Sofía. Está bien. Y si por alguna razón yo no me reporto en los próximos días, hay una caja fuerte detrás de mi closet con documentos importantes. Ramón, me estás asustando. ¿Qué está pasando? Probablemente nada, solo precavido. Te quiero.

 Y dile a Sofía que también la quiero. Colgué antes de que pudiera hacer más preguntas. Si algo me pasaba, al menos Carmen sabría dónde buscar. información. La colonia fronteriza estaba del lado oeste de Ciudad Juárez, una zona de casas modestas donde vivían principalmente trabajadores de las maquiladoras.

 Manejé lentamente por la calle Revolución, buscando el número 247. La encontré al final de una calle sin pavimentar. Era efectivamente una casa azul con reja blanca, pero se veía abandonada. Las ventanas tenían las cortinas cerradas y había un letrero de serrenta colgado torcido en la reja. Estacioné a una cuadra y observé la casa durante 20 minutos.

 No había movimiento, no había carros sospechosos, no había señales de vida. Finalmente caminé hacia la casa tratando de parecer como cualquier persona que busca una casa en renta. La reja estaba cerrada, pero no con candado. La empujé suavemente y se abrió con un chirrido metálico. El pequeño patio frontal estaba lleno de maleza seca y había una silla de plástico rota cerca de la puerta principal. Toqué la puerta, no hubo respuesta.

 Probé la manija y, para mi sorpresa, la puerta se abrió. Hola llamé en voz baja. ¿Hay alguien? El silencio fue mi única respuesta. Entré cuidadosamente, dejando la puerta entreabierta para poder salir rápidamente si era necesario. La casa estaba casi vacía, con apenas algunos muebles viejos cubiertos de polvo, pero en la mesa del pequeño comedor había una laptop abierta y varios papeles esparcidos.

 Los papeles eran fotocopias de documentos oficiales, órdenes de transferencia de prisioneros, reportes de operativos antidroga, listas de evidencia confiscada. Todos llevaban sellos y firmas de la Policía Federal y todos mostraban discrepancias extrañas. La laptop aún estaba encendida. En la pantalla había un archivo de Excel con una base de datos detallada de estas inconsistencias, organizada por fechas, oficiales involucrados y montos de dinero y droga que no aparecían en los reportes finales.

 Al final de la tabla había una columna titulada beneficiarios, nombres que reconocí de los noticieros como líderes de cárteles locales. Mi sangre se heló cuando vi al final de la lista el nombre del comandante delgado. Según estos documentos, el padre de esperanza no solo sabía sobre la corrupción en su unidad, sino que era uno de los principales coordinadores.

Estaba vendiendo información sobre operativos, permitiendo que el contrabando pasara por ciertas rutas y hasta desviando droga confiscada para revenderla. Tomé fotos de todo con mi cámara digital. página por página. Estaba tan concentrado que no oí los pasos en el patio.

 ¿Qué tenemos aquí? Me volteé y vi a un hombre alto y delgado parado en la puerta apuntándome con una pistola. Era uno de los hombres que había visto ayer en la plaza. “Tranquilo, amigo”, me dijo con una sonrisa fría. “Solo queremos hacer algunas preguntas.” Capítulo 3. Un segundo hombre apareció detrás del primero, bloqueando completamente mi salida.

 Mi corazón latía como un tambor mientras calculaba mis opciones. No había ventanas cerca, no había otra puerta, no había manera de escapar. ¿Dónde está la muchacha?, preguntó el primero, acercándose lentamente, sin bajar el arma. No sé de qué muchacha hablan, mentí. Aunque mi voz tembló, el camionero que le dio aventón ayer, sabemos que eres tú.

 Tu camión fue identificado por varios testigos en la plaza. Mi mente trabajaba desesperadamente buscando una salida. Estaba atrapado en una casa abandonada con dos hombres armados y nadie sabía dónde estaba. La muchacha bajó de mi camión y se fue. No la he vuelto a ver, dije tratando de sonar convincente. El hombre se acercó más, manteniendo la pistola apuntada a mi pecho.

 Y entonces, ¿qué haces aquí, amigo? Esta dirección estaba en el teléfono de la muchacha antes de que lo tirara. Muy conveniente que un camionero inocente aparezca exactamente aquí. ¿No te parece? Era una trampa. Habían estado vigilando la casa, esperando a que alguien apareciera. Y yo había caído directo en sus manos.

 Mira, cabrón, continuó el hombre. Te voy a dar una oportunidad. Nos dices dónde está Esperanza Delgado y tal vez salgamos de esto como amigos. Nos la guardas y se encogió de hombros, dejando la amenaza implícita. En ese momento oí el sonido de motores acercándose por la calle.

 Los dos hombres se pusieron tensos y el que me apuntaba me hizo señas de que me callara. Por la ventana pude ver policiales rodeando la casa. El primero de los hombres maldijo en voz baja y guardó su pistola. Esto no se acaba aquí, me susurró. La encontraremos con o sin tu ayuda.

 Ambos hombres salieron rápidamente por la puerta trasera, desapareciendo en el patio posterior, justo cuando las sirenas se acercaban. Segundos después, varios policías uniformados irrumpieron con las armas desenfundadas. Manos arriba, al suelo. Me tiré al piso con las manos en alto, el corazón latiéndome desesperadamente. Uno de los oficiales se acercó y me revisó en busca de armas mientras otro examinaba los documentos en la mesa. ¿Cómo se llama?, preguntó el oficial que parecía estar a cargo.

 Ramón Herrera, respondí desde el suelo. Soy camionero. No he hecho nada malo. ¿Qué hace en esta casa? Era el momento de la verdad. Podía mentir e intentar salir del problema o podía apostar por la honestidad y esperar que estos policías fueran de los buenos. Estoy buscando a una muchacha que está en peligro, dije finalmente.

 Su nombre es esperanza delgado y creo que descubrió algo sobre corrupción en la policía federal. El oficial me miró durante un largo momento. Luego hizo una seña a sus compañeros para que bajaran las armas. “Levántese, señor Herrera”, me dijo. “Creo que necesitamos hablar.” El oficial a cargo se presentó como teniente Morales de la policía municipal.

 Era un hombre fornido de unos 40 años, con bigote gris y una mirada que había visto demasiado en las calles de Ciudad Juárez. Señor Herrera, esta casa ha estado bajo vigilancia durante tres días”, me explicó mientras me hacía sentarme en la única silla que quedaba en buen estado.

 Hemos detectado movimiento sospechoso y cuando lo vimos entrar pensamos que podría ser uno de los contactos que estamos buscando. ¿Contactos de quién?, pregunté. Esperanza Delgado es hija del comandante Eduardo Delgado de la policía federal. Hace una semana ella desapareció de su casa en la Ciudad de México después de robar documentos clasificados de la oficina de su padre.

 Los federales han estado buscándola por todo el país. Saqué la carta que Esperanza había dejado para mí. Teniente, creo que debería leer esto. Morales leyó la carta cuidadosamente y su expresión se fue ensombreciendo con cada línea. Cuando terminó, me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación. Esta muchacha le contó algo más cuando la recogió en la carretera.

 Le conté todo sobre los hombres que había visto en la plaza, sobre cómo esperanza había desaparecido entre la multitud y sobre los dos sujetos que acababan de amenazarme en esta misma casa. El teniente Morales se frotó el bigote pensativamente. Señor Herrera, hay algo que necesita saber.

 El comandante Delgado llegó a Ciudad Juárez hace dos días con un equipo de federales. Oficialmente están aquí para coordinar un operativo contra el tráfico de drogas. Extraoficialmente. Extraoficialmente, ¿qué? Extraoficialmente creemos que están aquí para encontrar a su hija antes de que ella pueda entregar esos documentos a las autoridades correctas. Y por encontrar, no necesariamente me refiero a rescatar.

Las piezas comenzaron a encajar en mi mente como un rompecabezas macabro. Está diciendo que el padre de esperanza podría hacerle daño. Estoy diciendo que el comandante delgado tiene mucho que perder si esos documentos llegan a manos de la oficina del fiscal general o de los medios de comunicación.

 Y en mi experiencia, cuando hay tanto dinero y poder involucrados, las relaciones familiares pueden convertirse en algo secundario. Uno de los policías se acercó al teniente Morales y le susurró algo al oído. La expresión del oficial se endureció. “Señor Herrera, tenemos un problema. Mis hombres encontraron evidencia de que alguien estuvo viviendo en esta casa recientemente.

 Ropa de mujer, productos de higiene personal, comida. Creemos que Esperanza Delgado ha estado escondida aquí. ¿Y dónde está ahora? Esa es la pregunta del millón. Pero considerando que los hombres que lo amenazaron claramente no la habían encontrado, sospecho que ella está un paso adelante de todos nosotros. El teniente se acercó a la mesa donde estaba la laptop y examinó los documentos. Ya vio todo esto.

 Tome fotos admití. Los documentos muestran un patrón sistemático de corrupción, droga confiscada que desaparece, informes falsificados, operativos que se filtran a los narcos antes de ejecutarse y el nombre del comandante delgado aparece en todas partes”, observó Morales con una sonrisa amarga.

 Esta muchacha descubrió algo que podría derribar a media estructura de la policía federal en la región norte. Teniente, ¿usted conocía al hermano de Esperanza? Ella mencionó que lo mataron el año pasado. La expresión de Morales se ensombreció aún más. Eduardo Delgado Junior trabajaba como periodista de investigación para un periódico local en la Ciudad de México.

El año pasado publicó una serie de artículos sobre corrupción policial. Fue encontrado muerto en su apartamento tres días después de que saliera su último artículo. Oficialmente fue un robo que salió mal. Pero, ¿usted no lo cree, señor Herrera? Eduardo Junior había estado recibiendo amenazas durante semanas.

 Había solicitado protección policial, pero se la negaron por falta de recursos. Su computadora y todos sus archivos de investigación desaparecieron de la escena del crimen, pero extrañamente dejaron su cartera con dinero y sus objetos de valor. La imagen completa comenzaba a formarse en mi mente.

 Un padre corrupto, un hijo periodista que descubrió la verdad y fue asesinado por ello. Y ahora una hija que había encontrado las mismas pruebas y estaba huyendo por su vida. ¿Qué puedo hacer para ayudarla?, pregunté. Lo primero es mantenerlo a usted a salvo, respondió Morales. Los hombres que lo amenazaron probablemente trabajan para su padre o para las personas que le pagan a su padre.

 El hecho de que usted haya visto estos documentos lo convierte en un testigo peligroso. Y esperanza. Esperanza necesita entregarse a las autoridades correctas antes de que su padre la encuentre. Pero el problema es que no sabemos en quién confiar dentro del sistema federal. El radio de Morales crepitó con un mensaje urgente.

 El teniente respondió y escuchó atentamente antes de colgar con expresión preocupada. ¿Qué pasa?, pregunté. El comandante Delgado acaba de establecer un perímetro de búsqueda en toda la ciudad. Están usando la excusa de buscar a una fugitiva peligrosa para registrar casas. hoteles, estaciones de autobuses, tienen retenes en todas las salidas principales de la ciudad.

 ¿Cree que ella todavía esté en Ciudad Juárez? No lo sé, pero si está aquí, la van a encontrar muy pronto. Morales cerró la laptop y recogió los documentos de la mesa. Señor Herrera, necesito que venga conmigo a la estación. Vamos a tomar su declaración oficial y luego vamos a ponerlo en un lugar seguro. Un lugar seguro. Hasta que esto se resuelva, usted está en peligro.

Los hombres que lo amenazaron van a regresar y la próxima vez tal vez no tengamos la suerte de llegar a tiempo. Salimos de la casa y caminamos hacia las patrullas estacionadas afuera. El vecindario se había llenado de curiosos que observaban desde sus ventanas y puertas.

 En Ciudad Juárez, la presencia policial siempre atraía atención raramente por buenas razones. Mientras subía a la patrulla del teniente Morales, mi teléfono sonó. Era un número que no reconocía. “Contesto, le pregunté a Morales.” “Póngalo en altavoz”, me indicó. “Hola, Ramón.” Era la voz de esperanza, pero sonaba diferente, más madura, más determinada. Gracias a Dios que contestas.

 Esperanza, ¿dónde estás? Todo el mundo te está buscando. Lo sé, Ramón. Necesito que me hagas un favor muy grande. ¿Puedes encontrarme en el puente internacional en dos horas? Braner, capítulo 4. Esperanza. No es seguro”, le dije mientras el teniente Morales me hacía señas de que siguiera hablando.

 “Tu padre tiene retenes en toda la ciudad y hay hombres peligrosos buscándote. Mi padre no me está buscando para protegerme, Ramón. Me está buscando para matarme.” El peso de sus palabras llenó el interior de la patrulla. El teniente Morales frunció el ceño y acercó más el radio para escuchar mejor. “¿Por qué el puente internacional?”, pregunté.

 porque tengo una manera de cruzar a El Paso y del otro lado me esperan periodistas que pueden publicar toda esta historia, pero necesito que me lleves los documentos originales que están en esa casa. Los documentos ya no están ahí. La policía municipal llegó y se los llevó. Hubo un silencio largo del otro lado de la línea. Podía sentir la desesperación creciendo en su voz.

 La policía municipal preguntó finalmente, “¿Estás seguro de que eran policías reales?” Miré al teniente Morales, quien asintió. Estoy con el teniente Morales ahora mismo. Él tiene los documentos. Ramón, necesito que me escuches muy cuidadosamente. No te fíes de nadie de la policía local. Mi hermano me dijo antes de morir que la corrupción se extiende a todos los niveles.

 El único lugar donde puedo estar segura es del otro lado de la frontera. Esperanza. El teniente Morales parece ser de confianza. ¿Por qué no vienes a la estación? Y no. La desesperación en su voz era palpable. Ramón, si realmente quieres ayudarme, encuentra la manera de conseguir esos documentos y llévamelos al puente. Es mi única oportunidad de sobrevivir a esto. Esperanza, espera.

 Pero la línea se había cortado. El teniente Morales y yo nos miramos en silencio durante varios segundos. El motor de la patrulla ronroneaba suavemente mientras procesábamos lo que acabábamos de escuchar. ¿Qué piensa?, le pregunté. Pienso que esa muchacha ha visto demasiadas películas, respondió con una sonrisa tensa. Pero también pienso que tal vez tenga razón en no confiar en nadie, incluyéndolo a usted.

 Morales me miró directamente a los ojos. Señor Herrera, en este negocio la desconfianza es la única manera de mantenerse vivo. Si yo fuera corrupto, cree que estaríamos teniendo esta conversación. Era un buen punto. Pero la paranoia de esperanza comenzaba a contagiárseme. ¿Cómo podía estar seguro de que Morales era realmente uno de los buenos? ¿Y si todo esto era una trampa elaborada para llegar hasta Esperanza? Teniente, ¿qué pasa si le damos los documentos a ella? ¿Qué garantía tenemos de que los periodistas del otro lado realmente los

van a publicar? Ninguna, admitió Morales. Pero considere esto. Si esos documentos se quedan en el sistema mexicano, es muy probable que desaparezcan misteriosamente. Si cruzan la frontera y llegan a medios estadounidenses, al menos tienen una oportunidad de ver la luz. Tenía sentido, pero seguía siendo un riesgo enorme.

 Si ayudaba a Esperanza a cruzar con evidencia que incriminaba a su padre y a otros oficiales federales, me convertiría oficialmente en enemigo del Estado. ¿Qué me aconseja?, le pregunté. El teniente fue silencioso durante un largo momento, mirando por la ventana hacia las casas modestas de la colonia fronteriza. ¿Tiene familia, señor Herrera? Una hija vive en el paso con su madre, entonces entiende lo que significa ser padre.

 Si su hija estuviera en la situación de esperanza, ¿qué esperaría que hiciera un extraño que tuviera el poder de ayudarla? La respuesta era obvia, pero eso no la hacía menos aterrorizante. ¿Me ayudaría?, le pregunté. Morales sonrió por primera vez desde que lo conocí. Señor Herrera, creo que estoy a punto de cometer el error más grande de mi carrera policial, pero sí, lo voy a ayudar. En ese momento, su radio volvió a crepitar con un mensaje urgente.

 Esta vez la voz sonaba mucho más tensa. Teniente Morales, tenemos reportes de un tiroteo en el centro de la ciudad. Múltiples víctimas solicitan su presencia inmediata en la plaza principal. La plaza principal, el mismo lugar donde había dejado a esperanza el día anterior, donde había visto a los hombres del suburban negro buscándola.

“Cree que tiene que ver con esperanza”, pregunté. “Solo hay una manera de averiguarlo,”, respondió Morales mientras encendía las sirenas y aceleraba hacia el centro de la ciudad. El caos en la plaza principal era indescriptible cuando llegamos. Ambulancias, patrullas, bomberos y una multitud de personas corriendo en todas las direcciones tratando de alejarse de la escena.

 Morales se estacionó lo más cerca que pudo y ambos corrimos hacia el centro de la conmoción. Un oficial joven se acercó corriendo hacia Morales con el rostro pálido de shock. Teniente, tenemos cuatro muertos y seis heridos. Fue un enfrentamiento entre dos grupos armados.

 Los testigos dicen que comenzó cuando unos hombres en un suburban negro intentaron detener a una muchacha joven cerca de los puestos del mercado. Mi corazón se detuvo. La muchacha. Ella escapó durante el tiroteo. Pero teniente el oficial vaciló. ¿Hay algo más? Tres de los muertos llevaban identificaciones de la policía federal. Morales maldijo en voz baja.

 Y el cuarto civil, un vendedor de tacos que aparentemente estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Caminamos hacia la escena principal del tiroteo. Los cuerpos ya habían sido cubiertos, pero las marcas de bala en las paredes y puestos cercanos contaban la historia de una batalla feroz. Había casquillos de diferentes calibres esparcidos por el pavimento.

 ¿Qué sabemos? sobre el segundo grupo de tiradores? Preguntó Morales a otro oficial. Muy poco. Los testigos dicen que aparecieron de la nada cuando los federales tenían acorralada a la muchacha. Intercambiaron disparos durante 5 minutos aproximadamente y luego ambos grupos se fueron en direcciones opuestas. Alguien vio placas, números de identificación.

 Los federales llegaron en el mismo suburban negro que hemos estado viendo por la ciudad los últimos días. El otro grupo usó una pica blanca sin placas. Morales se acercó a mí y habló en voz baja. Esto está empeorando por momentos. Ahora tenemos tres facciones involucradas.

 Los federales corruptos de Delgado, un grupo desconocido que aparentemente protege a Esperanza y nosotros. ¿Quién cree que sea el tercer grupo? No tengo idea. Podría ser narcos interés en que la información de Delgado no salga a la luz. Podría ser federales honestos que están trabajando por separado o podría ser otra cosa completamente diferente.

 Un grito desde el otro lado de la plaza llamó nuestra atención. Una mujer mayor estaba señalando hacia uno de los puestos del mercado y hablando emocionadamente con un policía. La vi. La muchacha se metió ahí durante el tiroteo. Corrimos hacia el puesto que señalaba. Era un pequeño local que vendía ropa usada con cortinas gruesas que colgaban desde el techo hasta el suelo.

 El dueño, un hombre de mediana edad con expresión aterrorizada, nos recibió nerviosamente. “¿Vieron a una muchacha joven esconderse aquí?”, preguntó Morales. “Sí, sí. Cuando empezaron los disparos, ella corrió y se metió detrás de las cortinas. Le dije que se quedara ahí hasta que parara la violencia. ¿Y dónde está ahora? El hombre nos guió hacia la parte trasera del puesto.

 Detrás de las cortinas había un espacio pequeño lleno de cajas y ropa colgada. En el piso, parcialmente escondido debajo de un montón de camisas, había un teléfono celular. Morales lo recogió cuidadosamente. Es el mismo número desde el que nos llamó. ¿Por qué lo dejaría aquí?, pregunté. porque sabe que pueden rastrearlo, respondió el comerciante. La muchacha me dijo que necesitaba deshacerse del teléfono porque ellos podían usarlo para encontrarla.

 Dijo algo más. Sí, me pidió que si venía la policía les dijera que buscaran al camionero en el comedor de doña Carmen. Dijo que él sabía qué hacer. Morales y yo intercambiamos miradas. Esperanza me estaba enviando otro mensaje. Señor Herrera, me dijo Morales mientras guardaba el teléfono como evidencia. Creo que su nueva amiga es más inteligente de lo que cualquiera de nosotros imaginó.

 Nos está un rastro de migajas, pero solo para usted. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que confía en usted, pero no en el sistema. Y honestamente, después de ver todo esto, no puedo culparla. El radio de Morales crepitó nuevamente. Esta vez el mensaje era aún más urgente. Teniente, el comandante Delgado está exigiendo acceso completo a la escena del crimen.

 Dice que es parte de su operativo federal y que necesita toda la evidencia relacionada con su hija. Morales me miró con expresión grave. Se nos acabó el tiempo, señor Herrera. Si el comandante delgado toma control de esta investigación, tanto los documentos como cualquier rastro de su hija van a desaparecer para siempre. ¿Qué sugiere? Sugiero que vayamos al comedor de doña Carmen antes de que lleguen los federales y sugiero que llevemos los documentos con nosotros.

 En ese momento vi varios vehículos federales acercándose rápidamente por las calles que rodeaban la plaza. El comandante delgado había llegado y con él el peligro real para esperanza se había multiplicado exponencialmente. “¿Está listo para esto?”, me preguntó Morales mientras corrían hacia su patrulla.

 “Tan listo como puedo estar”, respondí, sabiendo que estaba a punto de cruzar una línea de la cual tal vez nunca podría regresar. Perfecto. Voy a hacer los tres capítulos finales más concisos. Continuando. Marawa. Capítulo 5. Llegamos al comedor de doña Carmen. Justo cuando el sol comenzaba a ponerse en el horizonte.

 El establecimiento se veía tranquilo desde afuera, pero algo me inquietaba. Había demasiados carros estacionados para la hora que era y algunos de ellos no parecían pertenecer a camioneros o trabajadores locales. “Ve eso”, le susurré a Morales señalando hacia un sedan negro estacionado discretamente al final del estacionamiento. Lo veo. Y también veo las antenas de radio. Son federales.

 Mi estómago se contrajo. Cree que ya la encontraron. No lo sé, pero vamos a averiguarlo. Morales guardó su pistola en una posición más accesible y bajamos de la patrulla. Caminamos hacia la entrada principal del comedor tratando de parecer casuales, pero manteniendo los ojos alerta a cualquier movimiento sospechoso.

 Doña Carmen nos recibió en la puerta con una sonrisa forzada. Sus ojos me transmitieron una advertencia silenciosa antes de hablar. Ramón, qué bueno que vienes. Tu amiga está esperándote en la mesa del rincón. Miré hacia donde señalaba y vi a una mujer joven de cabello rubio sentada de espaldas a nosotros, pero reconocí inmediatamente la postura de esperanza.

 Había cambiado su apariencia, pero era definitivamente ella. ¿Y los federales? Le pregunté discretamente a doña Carmen. Llegaron hace una hora. están registrando todos los cuartos traseros y preguntando por una muchacha morena de cabello largo. Les dije que no había visto a nadie así. Sus ojos brillaron con complicidad, pero sí les ofrecí café y tacos.

 Van a estar ocupados comiendo durante un rato. Morales asintió apreciativo. ¿Cuántos son? Cuatro. El que parece el jefe está en el baño ahora mismo. Perfecto. Tenemos unos minutos. Caminamos hacia la mesa del rincón donde estaba Esperanza. Cuando se volteó hacia nosotros, pude ver que había hecho un trabajo impresionante cambiando su apariencia.

 No solo se había teñido el cabello de rubio, sino que también se había puesto lentes de contacto azules y maquillaje que cambiaba completamente la forma de su rostro. Ramón, susurró aliviada. Gracias por venir. ¿Trajiste los documentos? Morales se sentó frente a ella y colocó discretamente una bolsa de evidencia sobre la mesa.

 Los tengo aquí, pero necesitamos salir de aquí inmediatamente. Su padre y su equipo están en este edificio. Los ojos de esperanza se llenaron de pánico. Mi padre está aquí en el baño confirmé. Doña Carmen nos está dando tiempo, pero no mucho. Escuchen dijo Esperanza con urgencia. He estado en contacto con los periodistas del otro lado.

 Están esperándome en el puente Santa Fe a las 10 de la noche. Eso nos da 2 horas para llegar. ¿Cómo vamos a pasar los retenes? Preguntó Morales. Con el camión de Ramón tengo documentos falsos que me identifican como su asistente de carga. Hemos practicado la historia. Estamos llevando una entrega urgente a una maquiladora en el paso.

 Era arriesgado, pero podía funcionar. Los retenes estaban buscando a una muchacha joven viajando sola, no a un equipo comercial haciendo una entrega rutinaria. “¿Qué pasa después de que cruces?”, le pregunté. “Los periodistas me van a llevar a un lugar seguro mientras publican la historia.

 También tienen contactos en el FBI que pueden iniciar una investigación formal del lado americano. En ese momento oímos el sonido de una puerta cerrándose y pasos pesados acercándose desde el pasillo que llevaba a los baños. Morales se tensó. Es hora de irse, murmuró. Hay una salida trasera por la cocina, susurró Esperanza. Doña Carmen me enseñó el camino hace una hora.

 Nos levantamos discretamente y caminamos hacia la cocina como si fuéramos clientes regulares dirigiéndonos al baño. Doña Carmen nos vio desde detrás del mostrador y asintió casi imperceptiblemente. En la cocina encontramos a un cocinero joven que claramente estaba al tanto de la situación. Nos señaló hacia una puerta trasera sin decir palabra. Mi camión, pregunté, está estacionado afuera.

 Las llaves están en el contacto respondió Esperanza. He estado preparando todo durante las últimas dos horas. Salimos por la puerta trasera y efectivamente encontramos mi camión estacionado en una posición perfecta para una salida rápida. Esperanza subió al asiento del copiloto mientras Morales y yo revisábamos rápidamente que no hubiera dispositivos de rastreo o vigilancia en el vehículo. “Todo parece limpio,”, concluyó Morales.

 “¿No viene con nosotros?”, le pregunté. “No puedo. Si desaparezco ahora mismo, van a saber que los ayudé, pero voy a mantenerlos ocupados aquí el mayor tiempo posible. Van a preguntarme sobre el tiroteo en la plaza y tengo mucho que contarles. Morales me entregó la bolsa con los documentos.

 Señor Herrera, lo que está a punto de hacer va a cambiar muchas vidas. Espero que esté preparado para las consecuencias. ¿Y usted qué va a pasar cuando descubran que nos ayudó? Yo me preocupo por eso después. Ahora váyanse antes de que salgan a buscarlos. Arranqué el motor y manejamos lentamente fuera del estacionamiento trasero del comedor.

 En el espejo retrovisor vi a Morales caminar de regreso hacia el edificio, preparándose para enfrentar las preguntas de los federales. ¿Cree que va a estar bien?, me preguntó Esperanza. Es un policía inteligente. Sabe cómo manejar este tipo de situaciones. Durante los primeros kilómetros hacia Ciudad Juárez, ninguno de los dos habló mucho. Esperanza parecía estar mentalmente preparándose para lo que venía, mientras yo trataba de procesar el hecho de que estaba oficialmente ayudando a una fugitiva federal a escapar del país.

 Ramón dijo finalmente, “Necesitas saber que una vez que me ayudes a cruzar, probablemente vas a ser interrogado por los federales. Van a querer saber todo sobre cómo me ayudaste. Ya lo pensé. Tengo mi historia preparada. ¿Cuál es? que te recogí en la carretera porque te veías necesitada, que te dejé en la plaza y que no volví a verte hasta hoy en el comedor.

 Todo lo demás lo descubrí por casualidad cuando fui a esa casa abandonada por curiosidad. ¿Van a creerte? Probablemente no completamente, pero sin evidencia de que sabía quién eras realmente, va a ser difícil que prueben conspiración. Esperanza asintió, pero pude ver la culpa en sus ojos. Siento haberte metido en esto. No te disculpes. Hice una elección y la haría de nuevo.

Conforme nos acercábamos al primer retén, practiqué mentalmente nuestra historia de cobertura. éramos Ramón Herrera, camionero, y Esperanza Martínez, su asistente temporal, llevando refacciones urgentes a una maquiladora en El Paso. Teníamos todos los documentos comerciales necesarios y nuestra carga era completamente legítima. Lista.

 Y le pregunté mientras las luces del reténibles. “Lista”, respondió, ajustándose los lentes y adoptando una postura más relajada. El oficial que se acercó a nuestra ventana era joven, probablemente nuevo en el trabajo. Revisó nuestros documentos rutinariamente y echó un vistazo casual al interior de la cabina. ¿Qué llevan en la carga? Refacciones para maquiladoras.

 Todo está documentado aquí. respondí entregándole los papeles de envío. Y la señorita, “Mi asistente temporal. Estamos haciendo entregas nocturnas para cumplir con los plazos de producción.” El oficial asintió y nos devolvió los documentos. Que tengan buen viaje. Y así de simple. Habíamos pasado el primer retén. “Uno menos”, murmuró Esperanza.

 Faltan dos más antes del puente. Los siguientes dos retenes fueron igualmente rutinarios. Nuestros documentos estaban en orden, nuestra historia era consistente y no levantamos sospechas. Para cuando llegamos al área del puente internacional eran las 9:45 de la noche.

 Los periodistas dijeron que estarían esperando en el estacionamiento del lado mexicano del puente, me dijo Esperanza. En una camioneta blanca con placas de Texas. encontramos el vehículo exactamente donde había dicho. Cuando nos estacionamos junto a él, dos personas salieron, un hombre de mediana edad con apariencia de reportero experimentado y una mujer joven que llevaba una cámara profesional.

¿Esperanza delgado?, preguntó el hombre. “Sí”, respondió ella bajándose del camión con la bolsa de documentos. Soy James Morrison del Washington Post y esta es mi colega Sara Chen. ¿Están listos para cruzar? ¿Cómo vamos a pasar inmigración? Pregunté.

 Esperanza tiene una visa válida que obtuvo hace 6 meses cuando comenzó a planear esto. Y nosotros tenemos credenciales de prensa que nos permiten facilitar el paso de testigos protegidos. era más elaborado de lo que había imaginado. Esperanza realmente había estado preparando su escape durante meses. Ramón, me dijo volteándose hacia mí, esto es donde nos despedimos.

 Vas a estar segura, más segura de lo que he estado en meses. Se acercó y me abrazó. Nunca voy a olvidar lo que hiciste por mí. Cuídate, muchachita. La vi alejarse hacia el puente con los dos periodistas, cargando la evidencia que podría cambiar todo. En cuestión de minutos desapareció entre las luces de la zona de inmigración.

 Subí de regreso a mi camión y me quedé sentado durante unos minutos procesando todo lo que había pasado en los últimos tres días. Había ayudado a una joven valiente a escapar de su propio padre corrupto. Había arriesgado mi carrera y mi libertad. Y había visto de primera mano cuán profunda llegaba la corrupción en el sistema que se suponía debía protegernos. Mi teléfono sonó.

 Era un número desconocido. Hola, señor Herrera. Habla el comandante delgado de la policía federal. Necesitamos hablar. Rin Brown. Capítulo 6. El corazón se me aceleró al escuchar la voz fría y controlada del comandante Delgado. Era la primera vez que hablaba directamente con el padre de esperanza y el hombre cuya corrupción había estado documentando durante días.

 Sobre qué quiere hablar, comandante, respondí tratando de mantener mi voz neutral sobre mi hija. Sabemos que usted ha estado en contacto con ella. Necesito que venga a la estación federal para una conversación. ¿Es una invitación o una orden? Es una solicitud, señor Herrera, pero si no viene voluntariamente, me veré obligado a enviar agentes para escoltarlo. No tenía muchas opciones.

¿Dónde quiere que nos veamos? En las oficinas federales del centro. Puede estar aquí en 30 minutos. Estaré ahí. Colgué y marqué inmediatamente el número del teniente Morales. Necesitaba que alguien supiera dónde estaba en caso de que no saliera vivo de este encuentro. Morales contestó rápidamente. Teniente. Soy Ramón Herrera.

 El comandante Delgado me acaba de citar en las oficinas federales. Si no me reporto con usted en dos horas, algo salió mal. Ya entregó a la muchacha. Sí, está del otro lado de la frontera con los periodistas. Entonces ya no hay marcha atrás. Señor Herrera, vaya a esa reunión, pero no admita nada.

 Diga solo lo mínimo necesario y solicite un abogado si las cosas se ponen feas. Entendido. Y Herrera tiene lo que hizo fue lo correcto. El edificio de las oficinas federales estaba fuertemente vigilado cuando llegué. Había al menos seis agentes armados en el exterior y más vehículos oficiales de los que normalmente se veían en esa área. Era claro que el comandante Delgado había movilizado recursos significativos para esta operación.

 Me dirigieron a una sala de conferencias en el segundo piso, donde encontré al comandante delgado esperándome. Era un hombre imponente de unos 50 años, cabello gris perfectamente peinado, uniforme impecable y ojos fríos que me evaluaron cuidadosamente cuando entré. Señor Herrera, gracias por venir. Por favor, tome asiento.

 Me senté frente a él notando que había otros dos agentes parados cerca de la puerta. No era exactamente una conversación casual. Comandante, ¿en qué puedo ayudarlo? ¿Puede ayudarme diciéndome dónde está mi hija? No tengo idea de dónde está su hija, comandante. La última vez que la vi fue hace dos días cuando le di aventón a la ciudad. Delgado sonríó, pero no había calidez en la expresión. Señor Herrera, no me tome por tonto.

Sabemos que usted estuvo en la casa de la colonia fronteriza, donde Esperanza había estado escondida. Sabemos que se llevó documentos de esa ubicación y sabemos que estuvo en el comedor de doña Carmen esta tarde. Fui a esa casa porque encontré una nota con la dirección.

 tenía curiosidad y fui al comedor porque siempre como ahí cuando paso por la carretera. Y los documentos, ¿qué documentos? Delgado se levantó y comenzó a caminar alrededor de la mesa. Señor Herrera, mi hija robó información clasificada de mi oficina. Esa información está relacionada con operaciones federales sensibles. Si usted tiene esos documentos o si ayudó a que salieran del país, está cometiendo traición contra el Estado mexicano. No sé de qué documentos habla.

 No, entonces no le importará si registramos su camión y su casa. Adelante. No tienen mi permiso, pero si tienen una orden judicial, no puedo detenerlos. Delgado regresó a su asiento y me estudió cuidadosamente. ¿Sabe qué tipo de hombre es usted, Herrera? Es el tipo de hombre que se mete en problemas que no entiende por impulsos emocionales mal dirigidos.

 ¿Y qué tipo de hombre es usted, comandante? Su expresión se endureció. Soy un hombre que ha dedicado su vida a servir a su país. Un hombre que ha tomado decisiones difíciles para mantener el orden en una región. donde el caos es la norma. Incluso si esas decisiones incluyen trabajar con narcotraficantes, el silencio en la habitación se volvió palpable.

 Los dos agentes cerca de la puerta se tensaron y Delgado se quedó completamente inmóvil durante varios segundos. Esa es una acusación muy seria, señor Herrera. No es una acusación, es una pregunta. La respuesta es que hago lo que sea necesario para proteger los intereses de México. A veces eso significa tomar decisiones que personas simples como usted no pueden entender, como ordenar la muerte de su propio hijo.

 Esta vez Delgado se levantó bruscamente y golpeó la mesa con el puño. Mi hijo era un idealista ingenuo que no entendía las complejidades del mundo real. Sus acciones habrían puesto en peligro operaciones que tomaron años desarrollar. Entonces, admite que lo mandó matar. No admito nada, pero le voy a decir algo, Herrera.

 Mi hijo eligió su destino cuando decidió interferir con asuntos que no eran de su incumbencia. Y mi hija está eligiendo el suyo ahora mismo. La va a matar también. Voy a hacer lo que sea necesario para proteger la seguridad nacional. Era una confesión tácita y ambos lo sabíamos.

 Este hombre estaba dispuesto a asesinar a sus propios hijos para proteger su operación corrupta. Comandante, ¿no cree que ya es hora de rendirse? Su hija está del otro lado de la frontera con periodistas americanos. Para mañana toda esta historia va a estar en primera plana de periódicos. internacionales. Delgado sonrió de nuevo y esta vez había algo genuinamente siniestro en la expresión.

 ¿Cree que me importa lo que publiquen los periódicos americanos? ¿Cree que es la primera vez que aparece mi nombre en investigaciones periodísticas? Esta vez es diferente. Esta vez tienen documentos internos. evidencia directa, evidencia que puede ser desacreditada, documentos que pueden ser declarados falsificaciones, testigos que pueden ser problemáticos para ubicar.

 ¿Está amenazando a su propia hija? Estoy explicándole la realidad, señor Herrera. En este negocio, la supervivencia requiere tomar medidas extremas. En ese momento, mi teléfono sonó. Era un número con código de área del paso. ¿Puedo contestar?, pregunté. Adelante. Hola, Ramón. Soy Esperanza. ¿Estás bien? La miré directamente a los ojos de Delgado mientras respondía. Estoy en una reunión con tu padre ahora mismo.

 ¿Te está amenazando? Se podría decir que sí, Ramón. Necesito que sepas que la historia ya está siendo publicada. En este momento se está subiendo a los sitios web del Washington Post y el New York Times. Ya no hay manera de detenerla. Delgado había estado escuchando la conversación y pude ver la realización gradual de que había perdido el control de la situación.

 ¿Puedo hablar con mi hija?, preguntó con voz tensa. Le pasé el teléfono. Delgado lo tomó y se alejó hacia la ventana. Esperanza, soy tu padre. Todavía podemos arreglar esto. Si regresas a México inmediatamente, puedo protegerte de las consecuencias de lo que has hecho. No podía escuchar la respuesta de Esperanza, pero por la expresión de Delgado era claro que no estaba cooperando.

 No entiendes las fuerzas con las que estás jugando, continuó. Hay personas mucho más poderosas que yo involucradas en esto. Si publicas esa información, no solo me estás destruyendo a mí, sino que estás firmando tu propia sentencia de muerte. Más silencio mientras escuchaba. Muy bien, dijo. Finalmente tú elegiste tu camino. Colgó y me devolvió el teléfono. ¿Y ahora qué? Le pregunté.

 Ahora, señor Herrera, usted va a descubrir que ayudar a mi hija fue el error más grande de su vida. Hizo una señal a los dos agentes cerca de la puerta. Arréstenlo por colaborar con una fugitiva federal y por traición contra el Estado. Los agentes se acercaron, pero antes de que pudieran esposarme, mi teléfono sonó de nuevo.

Esta vez era el teniente Morales. ¿Puedo contestar?, pregunté. Delgado asintió impaciente. Herrera, necesita salir de ahí inmediatamente, dijo Morales, sin preámbulos. Acabo de recibir órdenes de la Ciudad de México. El comandante Delgado y su equipo están siendo relevados de sus funciones. Efectivo inmediatamente.

 Hay una investigación federal independiente en camino. Delgado palideció. ¿Qué dice? dice que usted acaba de ser removido de su cargo, comandante, y que hay una investigación federal en camino para arrestarlo. Por primera vez, desde que lo conocí, el comandante Eduardo Delgado se veía como lo que realmente era, un hombre desesperado cuyo mundo se desmoronaba a su alrededor. No mal eso. Capítulo 7.

 Los siguientes minutos fueron un caos controlado. El comandante Delgado intentó usar su radio para contactar a sus superiores, pero fue claro que las líneas de comunicación habían sido cortadas. Los dos agentes que habían estado custodiando la puerta parecían confundidos sobre a quién debían obedecer. Mi teléfono sonó nuevamente. Esta vez era un número que no reconocía, pero tenía código de área de la Ciudad de México.

 Señor Herrera, habla el fiscal general adjunto Martínez. ¿Se encuentra usted a salvo por el momento? Sí. Estoy en las oficinas federales con el comandante Delgado y algunos de sus agentes. Perfecto, manténgase ahí. Tenemos un equipo en camino para arrestar al comandante Delgado. Usted será transportado a un lugar seguro hasta que podamos tomar su declaración oficial.

 ¿Qué pasa con los agentes que están aquí? La mayoría de ellos no están al tanto de las actividades ilegales de su comandante. Van a ser interrogados por separado, pero no están bajo arresto en este momento. Colgué y miré a Delgado, quien había estado escuchando mi lado de la conversación. Su rostro había perdido toda la arrogancia anterior, reemplazada por una mezcla de rabia y desesperación.

 Esto no termina aquí, Herrera, me dijo. ¿Tienes idea de cuántas personas van a querer verte muerto después de esto? ¿Me está amenazando, comandante? Te estoy advirtiendo, la red de personas involucradas en esto va mucho más allá de mí. Políticos, empresarios, otros comandantes. No todos van a ir a la cárcel y van a querer venganza.

 Antes de que pudiera responder, escuchamos sirenas acercándose al edificio. Por la ventana pude verales rodeando las oficinas, pero estos llevaban marcas diferentes a los que había visto anteriormente. “Parece que llegó su relevo”, le dije a Delgado. Uno de los agentes que había estado custodiando la puerta se acercó a Delgado.

 “Comandante, ¿qué quiere que hagamos? Cooperen completamente, respondió Delgado con resignación. No hay sentido en resistirse ahora. Minutos después, un equipo de agentes federales irrumpió en la sala de conferencias. El líder se identificó como agente especial Rivera y mostró una orden de arresto para el comandante Delgado. Eduardo Delgado está bajo arresto por corrupción, conspiración, lavado de dinero y asesinato. Tiene derecho a permanecer en silencio.

 Mientras leían sus derechos a Delgado, el agente Rivera se acercó a mí. Señor Herrera, necesitamos que venga con nosotros para su seguridad. También necesitamos su testimonio completo sobre los eventos de los últimos días. Estoy bajo arresto. No está bajo protección de testigos temporalmente, basándose en la información que su hija del comandante Delgado, proporcionó a los periodistas estadounidenses.

 Usted es un testigo clave en esta investigación. Observé mientras esposaban a Delgado y lo preparaban para transportarlo. Antes de que se lo llevaran, se volteó hacia mí una última vez. Herrera cuide a su familia, especialmente a su hija en el paso. Nunca sabe quién podría estar observándola. El comentario me heló la sangre. Incluso arrestado y arruinado, este hombre seguía siendo una amenaza.

¿Escuchó eso?, Le pregunté a la gente Rivera. Lo escuchamos. Su familia ya está bajo protección preventiva. Su exesposa y su hija fueron contactadas hace una hora y trasladadas a un lugar seguro. Sentí una mezcla de alivio y terror.

 Mi decisión de ayudar a Esperanza había puesto a mi propia familia en peligro, pero al menos las autoridades lo habían anticipado. Durante las siguientes 6 horas fui interrogado exhaustivamente por equipos de investigadores federales. Les conté toda la historia desde el momento en que recogía esperanza en la carretera hasta cuando la entregué a los periodistas en el puente internacional.

 En algún momento sospechó que la señorita Delgado no le estaba diciendo la verdad completa, me preguntó una de las investigadoras. Desde el principio algo no me cuadraba. Pero pensé que era solo una muchacha en problemas, no que estaba huyendo de su propio padre corrupto. ¿Se arrepiente de haberla ayudado? No. Si tuviera que hacerlo de nuevo, tomaría las mismas decisiones.

 Al amanecer, finalmente me permitieron hacer una llamada a mi exesposa Carmen. “Ramón, gracias a Dios que estás bien”, me dijo con voz aliviada. Los agentes federales nos explicaron todo. Sofía está asustada, pero está bien. ¿Dónde están? No puedo decirte por teléfono, pero estamos seguras. ¿Cuándo vas a poder venir a vernos? No lo sé.

 Probablemente voy a estar en protección de testigos durante un tiempo hasta que termine la investigación. Ramón, ¿valió la pena todo esto? Pensé en su pregunta durante un momento. Carmen, ayudé a una joven valiente a exponer una red de corrupción que había estado operando durante años. Su hermano fue asesinado por tratar de hacer lo mismo.

 Si no la hubiera ayudado, ella probablemente también estaría muerta ahora. Eso no responde mi pregunta. Sí valió la pena. Hice lo correcto. Tres días después, mientras estaba en una casa segura leyendo las noticias, vi los titulares que confirmaron que todo había valido la pena. Exposición masiva de corrupción policial en la frontera México Estados Unidos.

 comandante federal arrestado por dirigir red de narcotráfico. Documentos filtrados revelan décadas de colaboración entre policía y cárteles. La historia de esperanza estaba en primera plana de periódicos internacionales. Los documentos que ella había arriesgado su vida para obtener estaban siendo analizados por equipos de investigadores de ambos lados de la frontera. Mi teléfono sonó.

 Era un número del paso que reconocí. Ramón era Esperanza. Esperanza, ¿cómo estás? Bien, estoy en un programa de protección de testigos del gobierno estadounidense, pero quería llamarte para agradecerte una vez más. No tienes que agradecerme nada. ¿Has visto las noticias? Sí. Ya han arrestado a 12 oficiales federales más y la investigación apenas está comenzando.

 Los periodistas dicen que esto podría ser uno de los casos de corrupción más grandes en la historia moderna de México. Y tu padre va a pasar el resto de su vida en prisión. Parte de mí se siente triste por eso, pero sé que es lo que se merece por lo que le hizo a mi hermano y a tantas otras personas. ¿Qué vas a hacer ahora? Los estadounidenses me han ofrecido asilo político.

 Voy a terminar mis estudios universitarios aquí y eventualmente trabajar con organizaciones que combaten la corrupción. Quiero que la muerte de mi hermano signifique algo. Va a significar algo. Ya significa algo. Ramón, hay algo más que quiero que sepas. El FBI me dijo que sin tu ayuda nunca habría logrado llegar hasta los periodistas.

 Me habrían encontrado y matado antes de poder exponer toda esta información. Solo hice lo que cualquier padre esperaría que alguien hiciera por su hija. No hiciste mucho más que eso. Arriesgaste todo por una extraña. Eso te convierte en un héroe. No me siento como un héroe. Me siento como un camionero que tomó las decisiones correctas cuando importaba.

 Después de colgar, me quedé sentado en la casa segura pensando en todo lo que había pasado. En el transcurso de una semana había pasado de ser un simple camionero a ser un testigo clave en uno de los casos de corrupción más importantes en la historia de México. Mi vida nunca volvería a ser la misma. Tendría que vivir con la constante preocupación de que alguien quisiera venganza. Mi familia estaría siempre en riesgo.

 Mi carrera como camionero independiente probablemente había terminado, pero cuando pensaba en esperanza cruzando el puente hacia la libertad, cuando pensaba en su hermano finalmente obteniendo justicia, cuando pensaba en todos los oficiales corruptos, que ya no podrían seguir lastimando a personas inocentes, sabía que había tomado las decisiones correctas.

 A veces hacer lo correcto cuesta todo, pero el precio de no hacerlo es mucho más alto. Tres meses después recibí una carta de esperanza. Estaba comenzando sus estudios de periodismo en una universidad estadounidense. En la carta había una foto de ella graduándose de un programa de inglés Sonriendo genuinamente por primera vez desde que la conocí.

 En el reverso de la foto había escrito para Ramón, el hombre que me enseñó que todavía hay gente buena en el mundo. Gracias por salvarme la vida y por ayudarme a salvar a muchas otras. Tu amiga para siempre. Esperanza. Guardé la foto en mi cartera junto a una foto de mi hija Sofía.

 Dos jóvenes valientes que me recordaban por qué vale la pena luchar por la justicia sin importar el costo personal. El camino había sido peligroso, pero había llegado a su destino correcto.