“El Eco de la Muerte”

La lluvia golpeaba con furia contra las ventanas de la comisaría, y las luces parpadeaban en un ritmo irregular, como si intentaran resistir el peso de la noche. Ana García, detective veterana con años de experiencia en los casos más oscuros de la ciudad, estaba sentada en su escritorio, repasando los informes que no cesaban de llegar. El teléfono sonó y, al escuchar el timbre, Ana lo levantó con una mano cansada, ya acostumbrada a las largas noches de trabajo.

—Detective García —respondió, con voz grave.

—Ana, tenemos otro caso. Esta vez es algo extraño. Un suicidio, pero parece estar relacionado con el caso de Vargas. —La voz al otro lado de la línea era la de su compañero, Diego.

Ana se enderezó en su silla, dejando de lado el cansancio. El caso de Vargas había sido extraño. El hombre había sido encontrado muerto en su apartamento, aparentemente por suicidio, pero la carta que dejó, con la palabra “Acerquémonos”, había dejado la sensación de que había algo más, algo oscuro detrás de todo eso.

—¿Dónde está? —preguntó Ana, ya poniéndose en pie y tomando su abrigo.

—En el mismo lugar. La víctima se llama Laura Méndez. Está en su apartamento, pero los detalles son… inquietantes. Nos vemos allí.

Ana colgó el teléfono con rapidez y se dirigió hacia su coche, su mente dando vueltas sobre la conexión entre Vargas y la nueva víctima. Algo en su interior le decía que no era una coincidencia. Cuando llegó al lugar, el departamento de Laura Méndez era tan gris y apagado como el clima fuera. Sin embargo, había algo perturbador en el aire, como si todo lo que estaba en ese lugar ya hubiera sido presenciado por otros ojos antes.

El apartamento estaba en desorden, pero algo aún más inquietante llamaba la atención. En la mesa de la sala, Ana vio una carta, casi idéntica a la de Vargas. Una sola palabra: “Acerquémonos.”

—¿Está todo igual que el caso anterior? —preguntó Ana, dirigiéndose al forense que estaba examinando el cuerpo.

—Sí, pero esto es aún más extraño. La víctima tiene una extraña marca en la muñeca, casi como si alguien hubiera usado un sello. Y el rostro de Laura… está inquietante. No parece que estuviera triste, sino aterrada.

Ana se acercó al cuerpo. Laura Méndez estaba tendida en el suelo, con la misma expresión de miedo congelada en su rostro. La marca en su muñeca era un círculo, con líneas que se extendían hacia fuera como si formaran un símbolo. La detective sintió una punzada en su pecho. Algo no estaba bien.

—¿La causa de la muerte? —preguntó Ana.

—Lo mismo que Vargas: una sobredosis, pero hay algo raro. Las pruebas toxicológicas indican que fue sedada con una sustancia rara, algo que no hemos visto antes.

Ana asintió, con la mente corriendo en múltiples direcciones. La carta, la marca en la muñeca, la expresión aterrada de la víctima… todo estaba conectado, pero ¿cómo? ¿Y por qué?

En ese momento, Diego se acercó a ella con una carpeta llena de documentos.

—He encontrado algo más, Ana. El número de teléfono de Laura estaba en contacto constante con alguien llamado “El Eterno”, y esto me suena a lo que encontramos en el caso de Vargas. Lo raro es que “El Eterno” no aparece en ningún lugar. Ni en redes sociales, ni en ninguna base de datos.

Ana miró a Diego, con los ojos llenos de determinación.

—Tenemos que encontrar a “El Eterno”. Necesitamos saber quién está detrás de todo esto. Y si lo que nos dicen las cartas es cierto, nos estamos acercando a algo mucho más grande de lo que imaginamos.

Esa misma noche, Ana se adentró en el lado más oscuro de la ciudad. Junto con Diego, revisó registros antiguos de la comisaría, buscando cualquier pista que pudiera ayudar a conectar los casos. Después de horas de investigación, descubrieron algo aterrador: “El Eterno” no era una persona. Era una sociedad secreta, que existía desde hacía más de cien años, con un solo propósito: invocar a un ser oscuro conocido solo como “El Vacío”.

—Esto es un sacrificio, Diego. —Ana murmuró, con la voz teñida de horror. —Lo que están haciendo es llevar a las personas a la muerte, como parte de un ritual. Cada víctima está dejando una carta como advertencia, pero nadie la ha escuchado.

Diego, visiblemente afectado, asintió.

—Pero, ¿cómo vamos a detenerlos? —preguntó.

Ana miró la foto de Laura Méndez, pensando con rapidez. Recordó el mapa que había encontrado en la mansión de Vargas, con círculos rojos marcando ciertos lugares en la ciudad. Y recordó la inscripción en los documentos antiguos: “El sacrificio debe completarse en el altar de la verdad.”

—El mapa, Diego. Es la clave. —dijo Ana, levantándose de golpe. —Las ubicaciones que marcaron en el mapa son lugares de poder, antiguos rituales. Tenemos que ir a uno de esos lugares antes de que sea demasiado tarde.

A la mañana siguiente, Ana y Diego llegaron a un viejo teatro abandonado en el centro de la ciudad. Era el primer lugar marcado en el mapa. Al entrar, el aire era denso y la oscuridad envolvía todo, como si el mismo lugar estuviera esperando algo. En el escenario, había un círculo de velas y un altar cubierto por una tela roja.

—Esto… esto no está bien. —murmuró Diego, observando el altar.

Ana avanzó con cautela, sus pasos resonando en la desolada sala. Fue entonces cuando vio la figura que estaba en la sombra. Un hombre, alto, con una capa negra que cubría su rostro. El Eterno.

—¿Quién eres? —gritó Ana, su voz firme pero llena de miedo.

El hombre no respondió, pero levantó una mano, señalando hacia el altar. Ana vio lo que estaba allí: un antiguo libro con símbolos extraños y una daga con la que se había realizado el sacrificio.

—El Vacío viene, Ana. Ya nada puede detenerlo. —dijo la figura, con una voz grave, llena de eco.

Ana, con el corazón latiendo fuertemente en su pecho, avanzó hacia el altar. Allí, en el libro, encontró la última pieza del rompecabezas. Las muertes de Vargas y Laura no eran accidentes. Eran parte de un antiguo ritual para abrir un portal al Vacío, una entidad que se alimentaba de las almas humanas.

El hombre, El Eterno, había estado manipulando las vidas de las víctimas, usándolas como peones para llevar a cabo su macabro propósito.

Ana levantó la daga, decidida a detener el ritual antes de que fuera demasiado tarde. Pero en ese momento, el teatro se llenó de un viento helado. La oscuridad parecía tragarse todo, y el susurro de miles de voces comenzó a llenar el aire, llamándola.

—¡Ana, detente! —gritó Diego, mientras el altar brillaba con una luz espectral.

Pero Ana ya no podía detenerse. En el último momento, comprendió lo que debía hacer: destruir el libro, destruir el portal, antes de que el Vacío fuera liberado.

Con un grito de desesperación, Ana apuñaló el libro. En ese instante, la oscuridad se desvaneció, y el teatro quedó en silencio. La figura de El Eterno desapareció, y todo volvió a la calma.

Pero la victoria fue amarga. Aunque había detenido el ritual, Ana sabía que el Vacío no había sido completamente sellado. Algo había escapado, y ella lo sentiría siempre, como una sombra acechando en su alma.

Desde esa noche, Ana ya no era la misma. Sabía que la oscuridad siempre encontraría una manera de regresar.

“El Eco de la Muerte – La Sombra del Vacío”

Ana García nunca había sentido tanto miedo en su vida como aquella noche en el teatro abandonado. La oscuridad había vuelto a tomar la ciudad, pero algo había cambiado dentro de ella, algo que no podía ignorar. A pesar de haber detenido el ritual y destruido el libro, una parte de ella sabía que no había ganado una victoria completa. El Vacío no era una entidad que pudiera ser sellada con un simple gesto. Había algo más, algo mucho más grande que ahora la acechaba.

Durante las semanas siguientes, Ana se sumió en una rutina implacable. La investigación sobre El Eterno y la sociedad secreta no avanzaba. La gente involucrada en los casos anteriores había desaparecido o caído en un profundo silencio. Sin embargo, algo inexplicable seguía rondando su mente, como una sombra constante. Aunque el portal al Vacío había sido destruido, Ana sentía que su influencia ya se había infiltrado en el tejido mismo de la ciudad.

Una madrugada, mientras Ana revisaba antiguos informes, el teléfono sonó nuevamente. Esta vez, la voz de Diego era urgente.

—Ana, tienes que venir ahora mismo. La ciudad está… cambiando. —dijo, con un tono que la hizo sentir un escalofrío recorrer su espina dorsal.

Ana no perdió tiempo. Aquel sentimiento de inquietud que la había perseguido durante días estaba alcanzando su punto culminante. Sabía que algo terrible estaba por suceder.

Cuando llegó al lugar, se encontró con una escena desoladora. Una de las zonas más antiguas de la ciudad, conocida por sus calles empedradas y edificios deteriorados, estaba envuelta en una niebla espesa. Las farolas titilaban, y la gente, normalmente activa a esa hora, caminaba en silencio, como si estuvieran bajo algún hechizo. Sus rostros eran inexpresivos, vacíos. En cada esquina, había un letrero con una sola palabra escrita: “Regresa”.

—¿Qué está pasando aquí, Diego? —preguntó Ana, su voz tensa.

Diego no respondió de inmediato, mirando a su alrededor con ojos llenos de terror.

—Es como si algo estuviera controlando sus mentes. Nadie está hablando. Nadie está reaccionando. Es como si todos estuvieran bajo un trance, pero no hay evidencia de sustancias o control mental. Es algo más.

Ana sintió una punzada en el pecho. Su mente comenzó a hacer conexiones, y recordó algo que había visto en los documentos antiguos del culto: “El Vacío no solo consume almas, también controla mentes. Y quien busca abrir el portal puede caer en su trampa, perdiendo su propia esencia.”

De repente, una mujer apareció de entre la niebla, caminando lentamente hacia ellos. Su rostro estaba marcado por una expresión de sufrimiento, pero no parecía reconocer a Ana ni a Diego. Al acercarse, Ana vio un pequeño amuleto colgando del cuello de la mujer, el mismo símbolo que había visto en la mansión de Vargas: el círculo con las líneas extendidas, el sello de la sociedad secreta.

—¡Deténganse! —gritó Ana, pero la mujer no reaccionó. Se detuvo frente a ella, los ojos vacíos, como si estuviera esperando algo.

Fue entonces cuando Ana sintió el frío, un frío intenso que parecía emanar desde el interior de la mujer. Y, en un parpadeo, todo el escenario cambió. La niebla se espeso aún más, y el sonido de sus propios latidos se amplificó en su mente. La atmósfera estaba cargada de una energía extraña, y la mujer comenzó a murmurar palabras incomprensibles, como un encantamiento.

—”El Vacío nos reclamará… el sacrificio debe completarse”. —La mujer repitió varias veces, su voz transformándose en un eco que parecía provenir de todos lados.

Ana trató de retroceder, pero algo la detuvo. El suelo comenzó a agitarse, y una grieta apareció bajo sus pies. Desde la grieta, surgió una oscuridad palpable, como si el mismo Vacío se estuviera abriendo ante ella. La figura de El Eterno apareció, esta vez sin su capa, su rostro completamente desfigurado, como una masa de sombras vivas que pulsaban y se retorcían.

—¡Ana! —gritó Diego, intentando alcanzarla, pero una fuerza invisible lo empujó hacia atrás, dejándolo atrapado en la niebla.

Ana no podía moverse. El Vacío estaba tomando forma, y en ese momento, comprendió lo que había sucedido: al destruir el libro, no había sellado completamente el portal. Solo lo había debilitado, y ahora, El Vacío estaba regresando, más fuerte que nunca.

El Eterno se acercó lentamente, sus ojos brillando con una intensidad cegadora.

—Pensaste que habías detenido el ritual, detective, pero no sabes nada del Vacío. Él no puede ser detenido, solo aplazado. Y ahora, todo lo que amabas, todo lo que conocías, caerá en la oscuridad. —dijo, su voz grave resonando en la mente de Ana.

La mujer con el amuleto comenzó a convulsionar, su cuerpo retorciéndose de forma antinatural, y de su boca surgió un grito inhumano. Era como si todas las almas atrapadas por el Vacío intentaran escapar de su prisión. La niebla se hizo más densa, y Ana sintió que comenzaba a perder el control de su cuerpo.

Pero en el último momento, algo dentro de ella despertó. Recordó las palabras del informe que había leído hacía días: “El sacrificio no es solo de sangre. El Vacío alimenta de lo que se pierde más allá de la muerte.”

Ana comprendió lo que debía hacer. No podía permitir que El Vacío regresara, pero para ello debía ofrecer algo mucho más poderoso que cualquier sacrificio físico. Debía enfrentarse a su propia oscuridad, a lo que había dejado atrás.

Con un esfuerzo titánico, Ana cerró los ojos y se concentró en su propio miedo, en sus propios demonios. El Vacío se alimentaba de lo que era perdido, y ella estaba dispuesta a perderse por completo para detenerlo.

Cuando abrió los ojos, una luz cegadora emergió de su interior. Con un grito final, Ana usó toda su energía para canalizar esa luz hacia El Vacío. La oscuridad se disolvió en el aire, y con un último suspiro, la niebla se desvaneció, el Vacío sellado una vez más.

Diego se acercó a ella, con el rostro pálido y lleno de confusión.

—Ana, ¿estás bien? —preguntó, tocando su hombro.

Ana lo miró, pero no pudo responder. Sabía que la batalla no había terminado. Aunque El Vacío había sido rechazado, algo en ella había cambiado. Había pagado un precio por cerrar la grieta, un precio que la perseguiría por siempre. Porque, en algún lugar, El Vacío aún esperaba. Y tal vez, solo tal vez, había algo dentro de Ana que nunca podría ser sellado.

La ciudad ya no era la misma. Y ella tampoco lo era.

FIN