— No he venido a discutir, solo quiero que hablemos.
Tania observaba a Vadim apenas reconociéndolo.
En el pasado, él se fue con otra mujer, confiado en su decisión, pero ahora permanecía ante ella encorvado, como si el peso de años de errores lo aplastara.
Su chaqueta arrugada, mirada preocupada, barba sin afeitar que delataba su cansancio — todo mostraba que la vida lo había golpeado con fuerza y obligado a replantearse muchas convicciones. Sus ojos, antes firmes y decididos, ahora reflejaban desconcierto y una esperanza tímida dirigida a Tania.
— Habla —respondió ella con calma, entreabriendo la puerta, sin invitarlo a entrar.
Vadim se pasó la mano nervioso por el cabello y respiró profundo; parecía no saber cómo iniciar la charla.
— He sido un tonto, Tania. Ya me he dado cuenta. No sabes cuánto lo siento.
Tania soltó una sonrisa breve; no era con resentimiento, sino con un dejo de fatiga.
— ¿Qué has comprendido exactamente? — preguntó cruzando los brazos.
— Que cometí un error. Que tú eras lo mejor que he tenido en mi vida.
— Que abandoné a mi familia por… por una ilusión, ¿entiendes?
— ¿Ilusión? — repitió Tania, mirándolo fijamente a los ojos.
— Tú estabas tan segura de tu elección. Creías que no merecía tu atención, que era gris y sin nada que ofrecerte.
Vadim bajó la cabeza.
— Fui un necio. Pensaba que la felicidad era brillo y facilidad, no apoyo, lealtad y el calor que tú construías…
— ¿Y ahora que ese brillo desapareció, recuerdas quién soy? — cuestionó ella.
— ¿Recuerdas a la mujer a quien no le alcanzaba el tiempo para manicura y peinados perfectos? ¿A la que dejaste con deudas y paredes vacías?
— Tania, yo…
— Tú elegiste entonces. Ahora decido yo.
Una leve sonrisa apareció en su rostro.
— No confío en ti ya.
Permaneció en silencio mirándolo. Antes, estas palabras habrían desatado tempestades de emociones, pero hoy frente a ella había no un hombre idealizado, sino alguien que en su momento destrozó su corazón.
— ¿Qué esperas? — preguntó tras un instante sin palabras.
Vadim dio un paso hacia ella, pero ella permaneció quieta. Él se detuvo, notándolo.
— Deseo remediar todo. Volver, si me lo permites. Estoy dispuesto a todo. Solo dame una oportunidad.
Tania bajó la mirada, después la alzó lentamente.
¿Cuántas noches había soñado con oír esas palabras? ¿Cuántas veces se imaginó a él suplicando perdón? Pero ahora que el momento llegó, no sentía alegría ni alivio, solo una leve tristeza.
— ¿Volver? ¿Adónde? ¿A ese hogar vacío que abandonaste pensando que no podría arreglármelas sola? — su voz era serena, aunque Vadim se estremeció.
— ¿A la mujer a quien humillaste con tu partida y comparaciones?
— ¿Realmente quieres regresar? ¿O solo no tienes a dónde ir?
Vadim apartó la vista, como si la respuesta fuera evidente, pero la tragó para no admitirla.
— Me equivoco… pensaba que necesitaba otra vida, que el amor era sencillo. Pero me equivoqué, Tania. Entendí que eras mi sostén, mi familia.
Tania sonrió amargamente.
— ¿Sostén? ¿Familia? Qué curioso. ¿Acaso pensaste en mí o en nuestro hijo cuando te fuiste?
¿O acaso la casa no te importaba nada?
— Fui ciego — se pasó una mano por el rostro—. Lo arruiné todo. Pero quiero arreglarlo.
— Oksana me echó.
— ¿Arreglar? — su tono se endureció—. ¿Y si Oksana no te hubiera echado?
¿Si ella no hubiera encontrado a alguien más, estarías aquí ahora? ¿Nos recordarías?
Vadim se quedó mudo, sin palabras. Quiso admitir que sí, pero sabía que mentiría.
— ¿Oksana te echó? ¿Es cierto? — inquirió ella.
Él asintió en silencio.
— ¿Tiene a alguien nuevo? — volvió a preguntar Tania, segura de la respuesta.
— No sé… quizá — murmuró.
— Claro — se rió ella—. Gente como tú nunca cambia.
Se va de una y encuentra otra. «Un mujeriego no cambia, solo cambia mujeres» — ¿te suena?
Vadim se estremeció.
— No es así… en verdad pensé que ella era la indicada. Me equivoqué.
— ¿Equivocaste? — Tania levantó una ceja—. Saliste con la cabeza en alto, seguro que sin ti todo se acabaría para mí. ¿Y ahora estás aquí porque sin mí no sabes qué hacer?
Vadim apretó los puños y guardó silencio. Sabía que ninguna justificación podría modificar el pasado.
— Pensé que eras feliz. Que tenían un amor verdadero.
— Amor… — sonrió con amargura—. Fue otra cosa.
Cuando lo perdí todo, supe que no desperdicié a la persona correcta.
Tania negó con la cabeza.
— Es tarde, Vadim. No soy una segunda opción.
Ella esbozó una sonrisa irónica. Todo era tan previsible.
— ¿Sabes qué me parece más curioso? — prosiguió.
— Te perdono. De verdad. No guardo rencor ni deseo venganza ni te maldigo en las noches. Ya no me duele.
Él la miró, desconcertado.
— Pero no te espero. No te esperé estos meses y tampoco ahora.
Convivir contigo ya no está en mis planes.
Vadim apretó sus manos.
— Pero me amabas…
— Te amé — aceptó con calma—. Y luego sobreviví. Vivo mi vida ahora. Sin ti.
Él bajó la mirada. El viento agitaba su chaqueta, como si la naturaleza misma le recordara que no podía recuperar lo que fue.
— Tania…
— Estuviste en lo cierto sobre una cosa: el amor se va. A veces queda algo cálido y luminoso; otras, solo vacío. Entre nosotros ya queda poco, Vadim.
Y eso no basta para empezar de nuevo.
Él la observó en silencio. Tal vez esperaba un abrazo, lágrimas o escuchar que había esperado este momento. Pero nada de eso ocurrió.
— ¿No me perdonarás? — preguntó con voz ronca.
Tania negó con la cabeza.
— Te perdono, pero no permitiré que regreses.
Cerró la puerta delante de él.
El frío viento otoñal soplaba afuera. Vadim permaneció unos momentos más junto a la puerta, sin atreverse a llamar.
Comprendía que todo había terminado.
Tania se alejó de la puerta y se llevó una mano lenta por el rostro. Su corazón latía calmado.
No lloraba. No estaba enfadada ni dudaba.
En ese instante, su hijo Sasha, de cuatro años, irrumpió en el pasillo.
— Mamá, ¿quién estuvo aquí?
Tania sonrió y se inclinó hacia él.
— Solo alguien de mi pasado, Sasha.
El niño la abrazó confiado, apretando su cuello.
— No importa. Vamos a jugar.
— Claro, pero primero cepíllate los dientes, ¿sí? — le recordó dulcemente.
Sasha frunció el ceño, pero asintió y corrió hacia el baño.
Tania apoyó la espalda contra la pared, cerró los ojos y respiró hondo.
Dentro de ella reinaba la calma, una paz serena.
Se dirigió a la cocina, puso a calentar agua y contempló su reflejo en la ventana.
La mujer que la miraba era fuerte. Había atravesado el dolor, la traición y la decepción sin quebrarse. Hace tres años, su esposo la abandonó junto a un hijo de un año por otra mujer.
Ella logró salir adelante. Se fortaleció. Sentía compasión por Vadim, pero el amor por él se extinguió mucho antes, tras su traición.
Ahora le esperaba una vida nueva, sin espacio para el pasado. Vivía para sí misma y para su hijo.
Vadim también sobrevivirá. Tal como ella lo hizo alguna vez.
Una luz en la oscuridad – Parte II: La Última Puerta
Tania había cerrado la puerta detrás de Vadim con una decisión tan firme como el viento otoñal que soplaba afuera. El sonido de su paso pesado alejándose fue el último eco de una etapa que había quedado atrás. No hubo lágrimas, no hubo gritos, solo un silencio que ocupó el espacio entre ella y lo que una vez fue su vida. Había dado todo lo que tenía, había sido valiente, y ahora, por fin, se sentía libre.
Con el pequeño Sasha corriendo hacia el baño, Tania se quedó en el umbral de la puerta, contemplando su reflejo en la ventana. La mujer que la miraba no era la misma que había dejado que el dolor se filtrara en sus venas, la mujer que había creído en las promesas rotas. No. Ahora era alguien nueva. Alguien que había encontrado paz, no en la reconciliación con su pasado, sino en la aceptación de lo que había aprendido de él.
Sasha… pensó mientras escuchaba los sonidos del niño que cantaba en el baño, su voz llena de inocencia. Sasha era su único refugio, la razón por la cual había encontrado la fuerza para seguir adelante. Él no le había fallado. Su amor por él, su dedicación, no necesitaban ser demostrados a nadie más que a él. Y con él, Tania tenía todo lo que necesitaba.
Se acercó al estante de la cocina, donde guardaba las pequeñas tazas de cerámica que había comprado en su primer viaje sola, mucho antes de la llegada de Vadim. Las miraba con cariño, como si cada una representara una pequeña victoria sobre lo que le había costado llegar a ser quien era ahora. Se sirvió una taza de té mientras pensaba en lo que haría el día siguiente. Había pasado tanto tiempo buscando la forma de sanar que, por fin, había llegado a la conclusión de que la sanación no venía de esperar una redención externa, sino de aceptar y amar lo que era ahora.
Esa noche, Tania se acostó temprano, agotada pero satisfecha. El futuro parecía incierto, pero había aprendido a caminar en la incertidumbre. Estaba lista para lo que vendría, siempre con la certeza de que Sasha y ella siempre estarían juntas, siempre encontrarían la manera de ser felices, sin importar los fantasmas que siguieran rondando el pasado.
Pero aquella paz no duró mucho.
A la madrugada, el sonido de golpes sutiles sobre la puerta la despertó. Al principio, pensó que era el viento. El viento tenía esa forma de hacer sonar las cosas de manera extraña, especialmente cuando el clima comenzaba a cambiar. Pero luego, los golpes se hicieron más definidos, más fuertes, hasta que Tania se sentó de golpe en la cama. Miró a su lado, a Sasha, que seguía dormido profundamente. ¿Quién podía estar a esas horas golpeando la puerta?
Su corazón comenzó a latir más rápido. La voz de Vadim resonaba en su cabeza, “me equivoqué, Tania. Entendí que tú eras mi sostén, mi familia.” No quería pensar en él. No quería tener que volver a confrontarlo. Ya había sido clara, no había marcha atrás.
Los golpes continuaron. No podía ignorarlos.
Decidió levantarse y se dirigió hacia la puerta. Miró por la mirilla, pero no vio a nadie. El pasillo estaba vacío. Sin embargo, la sensación de que alguien estaba allí era tan palpable que no pudo evitar abrir la puerta un poco.
Un frío inexplicable la envolvió.
Y allí estaba, en el umbral, parado como una sombra: Vadim. Sus ojos no mostraban desesperación ni súplica, solo una calma que la desarmaba. Pero no fue solo su presencia lo que la desconcertó. Fue su sonrisa.
La misma sonrisa que la había desconcertado años atrás, la sonrisa que parecía haber sido diseñada para ocultar una verdad que ninguno de los dos estaba dispuesto a ver. Era la misma sonrisa, pero ahora más fría, más distante, como si ya no fuera suya.
— Tania… — murmuró con voz quebrada. — Necesito hablar contigo.
Anya no pudo reaccionar de inmediato. La puerta seguía entreabierta, pero algo en su interior le decía que no debía dejarlo entrar, que no debía enfrentarse a él una vez más. Era tarde. Ya había tomado su decisión.
Pero, antes de que pudiera cerrarla, escuchó un sonido extraño, como un susurro en el aire. Era Petya.
“Mamá, no lo dejes entrar.”
La voz de Petya se filtró en su mente con una claridad desconcertante. No era posible que el niño estuviera despierto, pero el miedo que Anya sintió al escuchar esas palabras fue instantáneo. Petya sabía algo que ella no sabía. La misma conexión que había tenido con él, esa conexión que cruzaba los límites de la razón, ahora la estaba alertando.
Tania, incapaz de ignorar la súbita oleada de terror, miró a Vadim, y con una firmeza que ella misma no reconocía, cerró la puerta en su rostro.
— No — susurró. — No te quiero cerca.
Al principio, Vadim no dijo nada. Quedó parado en la puerta, mirando a través de la rendija con esa mirada extraña, casi vacía. Luego, sin decir más, se desvaneció en la oscuridad.
Tania respiró profundamente, con el corazón acelerado, pero aliviada. Miró hacia el interior de la casa, hacia el cuarto de Petya, y vio que la luz de su lámpara seguía encendida. Se dirigió allí, con el temor creciendo en su pecho.
Petya no estaba en su cama. La habitación estaba vacía.
Un sudor frío la recorrió. Corrió hacia la sala, hacia la cocina, pero el niño no estaba en ningún lado. ¿Dónde estaba? Pensó, con el miedo llenándola. Abrió las puertas, miró en cada rincón, pero no había rastro de él.
Entonces, escuchó una risa suave. La misma risa que había oído antes, la misma risa que la había atormentado al principio.
La risa provenía del espejo del pasillo. Tania se acercó lentamente, sintiendo una presión en el pecho que la ahogaba.
Al mirarse en el espejo, vio su reflejo. Pero algo no estaba bien. Su sonrisa era diferente. Ya no era la misma mujer que había sido. Su rostro se deformaba, se estiraba en una sonrisa macabra, una sonrisa que no era suya.
Entonces vio algo más. Petya estaba de pie frente a ella, pero no en carne y hueso. Su reflejo era ahora una figura sombría, distorsionada, de ojos vacíos y una sonrisa similar a la de Vadim.
La luz del espejo empezó a apagarse, como si el tiempo y la realidad se estuvieran distorsionando. Petya había dejado de ser un niño normal.
En ese momento, Tania comprendió que todo lo que había experimentado con él, el cariño, el amor, la conexión profunda, había sido una ilusión. El niño que había recogido del puente no era quien ella pensaba. Él también era parte de ese ciclo oscuro, ese círculo incompleto.
El ciclo del cual Vadim, Matilde y ella misma formaban parte.
Y ahora no había vuelta atrás.
El círculo estaba cerrado.
News
La historia inolvidable de Petya y Anya: una familia construida desde el corazón
Una luz en la oscuridad: el encuentro inesperado «¿Hay alguien allí?», susurró Anya con voz baja mientras dirigía el tenue…
La sonrisa del diablo
La sonrisa del diablo Hay cosas que uno no puede olvidar. No importa cuánto tiempo pase, ni cuántas veces lo…
“El regalo de mi vecina” – Por Camila Rivas
“El regalo de mi vecina” – Por Camila Rivas Vivo en un barrio tranquilo desde hace más de cinco años….
El Secreto del Carrito de Hot Dogs
El Secreto del Carrito de Hot Dogs – La Revelación Oscura Nunca he podido olvidarlo. No hay noche en que…
Kilómetro 234
Kilómetro 234 Durante más de una década, mi vida fue el rugir de una moto, la carretera y la sensación…
Mi primo era un nahual
Mi primo era un nahual Desde que tengo memoria, siempre escuché historias extrañas en mi pueblo. Cuentos que hablaban de…
End of content
No more pages to load