Anna se encontraba junto a la ventana, observando cómo la lluvia caía sin cesar, deslizándose por el cristal y creando figuras caprichosas. Diecisiete años… ¿es mucho o poco? Recordaba cada uno de esos años de matrimonio: cada aniversario, cada pequeño detalle, cada sonrisa compartida. Pero ahora, todo había cambiado.

— Tenemos que hablar —dijo Lucas al entrar en la habitación, interrumpiendo sus pensamientos.

— Te escucho —respondió ella con calma, sin girarse.

— He decidido irme. Con Sophie.

El silencio llenó la habitación. Solo se escuchaba el tic-tac del viejo reloj de pared, un regalo de su madre. Anna, aunque sorprendida, mantuvo la compostura.

— ¿La estudiante de tu facultad? —preguntó, intentando no mostrar ni dolor ni resentimiento en su voz.

— Sí. Lo siento. Necesito algo nuevo. Nuevas emociones. Tú eres una mujer inteligente, lo entenderás.

Ella asintió levemente, sin perder la calma.

— ¿Estás seguro de que es la decisión correcta?

— Sí. Todo está decidido.

Anna se levantó y caminó hasta el aparador, sacando una botella de vino que tenían guardada para una ocasión especial.

— Bueno, supongo que esto califica como una ocasión especial. Propongo que hagamos una cena de despedida. Invita a tus amigos, a tu familia. Será una manera digna de cerrar nuestra historia juntos.

Lucas la miró desconcertado.

— ¿En serio quieres hacer una cena para… nuestra separación?

— ¿Por qué no? Que sea algo bonito. Un homenaje a lo que tuvimos.

A la mañana siguiente, Anna comenzó a hacer todos los preparativos. Llamó al banco, se reunió con un abogado, organizó todos los documentos. Cada paso estaba cuidadosamente planeado.

Esa noche, la casa se llenó del aroma de sus mejores platos. En la mesa, la vajilla elegante, un regalo de su suegra, lucía impecable. Todo parecía una celebración, pero con otro significado.

— Todo tiene que estar perfecto —murmuró para sí misma, mientras revisaba los detalles.

La madre de Lucas, Margarita, se acercó a ella con una expresión preocupada.

— ¿No crees que todavía hay una oportunidad para arreglar las cosas?

— A veces, lo mejor es dejar ir —respondió Anna, sin titubear.

Los invitados comenzaron a llegar. Sophie fue la última en llegar, entrando tímidamente. Todos se sentaron alrededor de la mesa, pero Anna no perdió la oportunidad de hablar.

Anna levantó su copa.

— Amigos, gracias por estar aquí. Hoy no solo nos despedimos, celebramos el fin de una etapa y el comienzo de otra.

Miró a Lucas y, con una sonrisa serena, añadió:

— Gracias por los años que compartimos. Pasamos por mucho. Me enseñaste muchas cosas, entre ellas, a prestar atención a los detalles.

Luego, con tranquilidad, colocó una carpeta de documentos sobre la mesa.

— Aquí están los préstamos que sacaste a nuestro nombre. Aquí las deudas de tu empresa. Y aquí, una lista de gastos que, según entiendo, no tenían nada que ver con nuestra familia.

Lucas se quedó inmóvil, sin poder pronunciar palabra. Sophie, confundida, miraba la carpeta.

— Y este último documento… nuestro acuerdo prenupcial. ¿Recuerdas que lo firmaste sin leer? Hay una cláusula muy interesante sobre la división de bienes en caso de infidelidad.

El silencio se hizo denso, casi insoportable.

— La casa está a mi nombre. Las cuentas están bloqueadas. Y los papeles del divorcio fueron presentados anoche.

Anna miró a Sophie directamente.

— ¿Estás segura de querer empezar una vida con alguien que no tiene casa ni estabilidad financiera?

Sophie murmuró una disculpa y se levantó apresuradamente, dejando la casa. La madre de Lucas la miró a Anna, visiblemente apenada.

— Perdónanos, querida.

— No tienen que disculparse. No es culpa suya —respondió Anna, con firmeza.

Lucas, sentado en la mesa, no dijo nada. Su costoso traje parecía ahora más bien un disfraz ridículo.

— Podría haber hecho un escándalo, pero decidí hacer las cosas de otra forma —dijo Anna, mirando a Lucas—. Mañana me voy. A las Maldivas. Siempre quise ir, pero tú decías que era un desperdicio de dinero. Ahora lo veo como una oportunidad para empezar de nuevo.

Dejó las llaves del apartamento sobre la mesa.

— Lo voy a vender. El dinero me servirá para mis nuevos proyectos. Y tus cuentas… ya están controladas. Lo siento, pero a partir de ahora, cada uno se ocupa de sí mismo.

Lucas, con voz baja, preguntó:

— ¿Y yo qué voy a hacer ahora?

Anna lo miró sin mover un músculo.

— Ese ya no es mi problema. Gracias por empujarme al cambio.

Con paso firme, Anna se acercó a la puerta, se detuvo un momento y, con una suave sonrisa, dijo:

— Adiós, Lucas. Espero que encuentres lo que buscas.

La puerta se cerró con suavidad. Él se quedó solo, y ella dio su primer paso hacia una nueva vida.