ELLA QUEDÓ ATRAPADA EN LA NIEVE… SIN SABER QUE EL HOMBRE QUE LA SALVARÍA ERA UN MILLONARIO FUGITIVO.

No puede ser. En serio, ¿crees que puedo reunirme con Suárez así?, exclamó Valentina señalando su llanta destrozada mientras la nieve caía implacablemente sobre su elegante traje blanco y tacones. El hombre de chamarra café se arrodilló junto a la llanta, examinándola con detenimiento.

 Sus manos, aunque trabajaban con destreza, revelaban un cuidado poco común en alguien aparentemente acostumbrado al trabajo manual. Esta llanta no va a ningún lado”, respondió él levantando la mirada. “Necesita un cambio completo. ¿Y cómo se supone que lo haga en medio de la nada? Mi reuniones es en dos horas.” Valentina se pasó una mano por su cabello rubio exasperada.

 La carretera montañosa de Bariloche parecía burlarse de ella con sus cumbres nevadas indiferentes a su crisis profesional. Tengo un gato hidráulico y una llanta de repuesto en mi camioneta. ¿Puedo ayudarla?”, ofreció el hombre incorporándose. Valentina lo observó por primera vez con atención. Bajo la chamarra café y los jeans gastados había algo que no encajaba.

 Sus ojos denotaban inteligencia y sus modales, a pesar de la rudeza aparente, tenían un refinamiento sutil. “Gracias. Soy Valentina Herrera”, dijo extendiendo su mano enguantada. Mateo, respondió él simplemente, evitando dar su apellido mientras estrechaba su mano. ¿Qué hace alguien como usted en un lugar así con este clima? Soy arquitecta. Tengo una reunión con Roberto Suárez para presentarle un proyecto de ecoturismo.

 Podría ser el contrato de mi vida”, explicó ella mientras ambos caminaban hacia la camioneta de Mateo. El rostro de Mateo cambió imperceptiblemente al escuchar el nombre. Roberto Suárez, el hombre que había falsificado documentos, robado millones y destruido su reputación. El mismo hombre del que había estado huyendo durante meses. Mientras sacaba el equipo para cambiar la llanta, el teléfono de Valentina sonó repentinamente. La tormenta debía haber dado un respiro a la señal.

 Señor Suárez, sí, tuve un pequeño contratiempo. No, no se preocupe, estoy bien. Valentina escuchó atentamente. Va a enviar a su chóer. Perfecto. Estoy aproximadamente a 30 km del hotel en la carretera principal. Mateo, arrodillado junto al auto, escuchaba cada palabra mientras fingía concentrarse en aflojar los tornillos de la llanta.

 Su mente trabajaba a toda velocidad. No podía permitir que esta mujer cayera en las garras de Suárez, no cuando él sabía exactamente qué tipo de proyectos ecológicos realizaba realmente. Con una decisión rápida, Mateo manipuló discretamente la herramienta que sostenía, deslizándola hacia la llanta trasera del vehículo. Un movimiento preciso y el aire comenzó a escapar lentamente de la segunda llanta.

 ¿Todo bien? preguntó Valentina guardando su teléfono. “Más o menos, respondió Mateo, incorporándose con expresión preocupada. Puedo cambiar esta llanta, pero me temo que no llegarás muy lejos. La tormenta está empeorando.” Y como si la naturaleza quisiera confirmar sus palabras, una ráfaga de viento helado los golpeó, trayendo consigo una cortina de nieve que redujo la visibilidad a casi nada.

 Dios mío”, exclamó Valentina abrazándose a sí misma mientras el frío penetraba su elegante, pero inadecuado atuendo. “Hay una cabaña a unos kilómetros de aquí”, dijo Mateo terminando de cambiar la llanta con movimientos rápidos y precisos. “Pertenece a unos amigos. Podemos esperar allí hasta que pase la tormenta.” Valentina dudó.

 No conocía a este hombre. Irse con él a una cabaña aislada no parecía la decisión más inteligente, pero cuando intentó llamar nuevamente a Suárez, la señal había desaparecido. “No tenemos muchas opciones”, insistió Mateo cerrando el maletero. “La temperatura seguirá bajando con este clima, incluso el chóer de Suárez tendrá problemas para llegar.

” Justo entonces, la segunda llanta se desinfló completamente. Valentina miró su auto, luego el camino invisible bajo la nieve y finalmente al extraño que había aparecido como por arte de magia para ayudarla. “Supongo que no tengo alternativa”, concedió finalmente. “Pero en cuanto amaine la tormenta, necesito comunicarme con el señor Suárez. Esta reunión es demasiado importante.

 Mateo asintió ocultando su alivio. Tenía unas horas para decidir cómo advertirle sobre Suárez sin revelar quién era él realmente. Porque si Valentina descubría que estaba ayudando a Mateo Rivero, el empresario tecnológico acusado de fraude y buscado por la justicia, probablemente huiría de él tan rápido como pudiera.

 “Te prometo que estará segura”, dijo, ayudándola a subir a su camioneta. Lo que no mencionó fue que irónicamente estaría más segura con un supuesto criminal como él que en la lujosa oficina de Roberto Suárez. Mientras la camioneta avanzaba lentamente entre la nieve, Valentina observaba el perfil de su misterioso salvador, preguntándose por qué sentía que este contratiempo, lejos de ser un desastre, podría ser el comienzo de algo inesperado.

 La camioneta de Mateo avanzaba trabajosamente por el camino mientras la nieve caía con más fuerza. El silencio entre ellos se había vuelto casi tangible. “¿Y qué haces tú por aquí?”, preguntó Valentina finalmente, frotando sus manos para calentarlas. No pareces un lugareño. Mateo apretó el volante, eligiendo sus palabras con cuidado. Estoy tomando un descanso. Necesitaba alejarme de la ciudad. Problemas en el trabajo.

 Algo así, respondió él con una sonrisa tensa. Digamos que descubrí que mi socio no era quien yo creía. Valentina asintió, reconociendo la amargura en su voz. Te entiendo. En mi profesión también hay mucha traición. Arquitectos que roban ideas, clientes que no pagan. Y este Suárez, ¿cómo sabes que es de confianza? Preguntó Mateo intentando sonar casual.

 No lo sé, admitió Valentina, pero su proyecto de ecoturismo podría transformar esta región. Si mis diseños son elegidos, no solo ganaré una fortuna, sino que podré crear algo verdaderamente sustentable. Mateo reprimió el impulso de decirle la verdad. No era el momento. Ahí está, dijo, señalando entre la nieve una cabaña de madera.

 Las luces estaban apagadas, pero el lugar parecía sólido y acogedor. La cabaña era modesta, pero hermosa, con un diseño que aprovechaba la luz natural y se integraba perfectamente con el entorno. Es preciosa comentó Valentina mientras entraban. Quien la diseñó entendía la relación entre espacio y naturaleza. La diseñó la hija de los dueños, explicó Mateo, encendiendo la chimenea con la destreza de quien ha pasado muchos inviernos en lugares como este.

 Es arquitecta como tú. Valentina recorrió la cabaña admirando los detalles. La única habitación tenía dos camas individuales separadas por una mesita de noche. La cocina era pequeña pero funcional. Y el baño, aunque básico, estaba impecable. “Los conozco desde hace años”, continuó Mateo, evitando mencionar que los había conocido durante unas vacaciones cuando era un exitoso empresario, no un fugitivo.

 “¿Me permiten usar la cabaña cuando necesito?” espacio. Mientras Mateo preparaba un té con las provisiones básicas que encontró en la alacena, Valentina intentó nuevamente usar su teléfono. Nada, suspiró guardándolo en su bolso. ¿Sabes si hay algún teléfono fijo por aquí? Me temo que no. Las líneas suelen caerse con estas tormentas, respondió él entregándole una taza humeante.

 Pero mañana podrás comunicarte. La tormenta no durará para siempre. Se sentaron frente a la chimenea, el fuego proyectando sombras danzantes sobre sus rostros. A pesar de la situación, Valentina se encontró disfrutando de la tranquilidad del momento. “Entonces, cuéntame más sobre tu proyecto”, pidió Mateo.

 Los ojos de Valentina se iluminaron, sacó su tablet de su maletín y para su sorpresa tenía batería suficiente para mostrarle sus diseños. Mira, la idea es crear cabañas como esta, pero integradas en un sistema circular de energía, explicó mostrándole renders tridimensionales. Paneles solares ocultos entre los árboles, sistemas de recolección de agua de lluvia, calefacción geotérmica.

 Mateo observaba con genuino interés. Era brillante. Sus diseños no solo eran hermosos, sino revolucionarios en su eficiencia energética. Es impresionante”, dijo con sinceridad. “¿Pero no te parece extraño que Suárez quiera construir exactamente en esas ubicaciones?”, preguntó señalando los lugares marcados en el mapa digital.

 “Son perfectos para aprovechar la luz solar y tienen los mejores paisajes”, respondió ella. “También son lugares conocidos por sus depósitos minerales”, comentó Mateo, incapaz de contenerse. Especialmente de oro y plata. Valentina lo miró con sorpresa. ¿Cómo sabes eso? Mateo se maldijo internamente por su desliz. He pasado mucho tiempo en estas montañas. Los lugareños hablan.

 La conversación derivó hacia temas más ligeros mientras compartían una cena improvisada con conservas y galletas. Afuera, la tormenta arreciaba, pero dentro de la cabaña, el calor de la chimenea y la conversación creaba una atmósfera de intimidad inesperada. Siempre quisiste ser arquitecta?”, preguntó Mateo, sirviendo un poco del vino que había encontrado en una alacena. “Desde niña,” sonrió Valentina.

 “Mi padre era constructor. Me llevaba a sus obras y me explicaba cómo cada espacio afectaba la vida de las personas. ¿Y tú qué hacías antes de tomarte este descanso?” Mateo dudó. Tecnología. Desarrollaba sistemas para energías renovables. No era mentira. Aunque omitía que había fundado una de las startups más exitosas del país antes de que Suárez lo traicionara.

“En serio, eso es fascinante”, exclamó Valentina. “Mis diseños podrían beneficiarse de esa tecnología.” La conversación fluyó durante horas. Hablaron de sus familias, sus sueños, sus fracasos. Valentina le contó sobre su hermana Lucía, la periodista intrépida que siempre buscaba la verdad.

 Mateo habló de su infancia en un barrio humilde y cómo había trabajado para estudiar ingeniería. Cuando finalmente el cansancio los venció, el problema de las camas se hizo evidente. “Tú toma la que está más cerca de la chimenea”, ofreció Mateo. “Estarás más cálida.” “Gracias”, respondió Valentina, “por todo. No sé qué habría hecho si no hubieras aparecido.

 Probablemente habrías congelado ese elegante traje blanco”, bromeó él, y ambos rieron. Esa noche, mientras escuchaba la respiración tranquila de Valentina desde la cama vecina, Mateo contempló el techo de madera pensando en cómo decirle la verdad, cómo explicarle que el hombre con quien iba a reunirse era un criminal, cómo convencerla de que él, un supuesto fugitivo, era en realidad la víctima.

 Y más complicado aún, ¿cómo ignorar esta conexión inesperada que sentía hacia ella, una conexión que iba más allá de querer protegerla de Suárez? Del otro lado de la habitación, Valentina también permanecía despierta observando la silueta de Mateo recortada contra la luz moribunda de la chimenea.

 Había algo en él, una profundidad, una inteligencia que la intrigaba. era tan diferente a los hombres de negocios superficiales con los que solía tratar. Lo que ninguno sabía era que mientras ellos encontraban refugio en aquella cabaña, Lucía Herrera, la hermana de Valentina, ya había notado su ausencia y estaba usando sus contactos periodísticos para rastrearla, siguiendo un instinto que le decía que algo no estaba bien con la repentina invitación de Roberto Suárez.

 El amanecer llegó con un cielo despejado. La tormenta había pasado, dejando tras de sí un manto de nieve inmaculada que brillaba bajo los primeros rayos del sol. Valentina despertó primero encontrando a Mateo dormido en la cama contigua. Por un momento, lo observó con curiosidad. Dormido, parecía diferente, más vulnerable, menos misterioso.

 Decidió preparar café con lo poco que quedaba en la alacena. El aroma despertó a Mateo, quien se incorporó desorientado. “Buenos días”, saludó Valentina tendiéndole una taza. La tormenta terminó. “Eso parece”, respondió él aceptando el café. “Deberíamos poder salir hoy.

” Valentina asintió, aunque una parte de ella sentía cierta reluctancia a que terminara ese extraño paréntesis en su vida. “Necesito comunicarme con Suárez cuanto antes.” El rostro de Mateo se tensó. Valentina sobre Suárez comenzó, pero fue interrumpido por el sonido de un motor acercándose. Ambos se asomaron por la ventana. Un jeep rojo se detenía frente a la cabaña.

 De él bajó una mujer de unos 30 años con el cabello oscuro recogido en una cola de caballo y una expresión de determinación que contrastaba con su rostro jovial. Es Lucía, exclamó Valentina con sorpresa. Mi hermana. Antes de que pudieran reaccionar, Lucía abrió la puerta de la cabaña sin llamar. Val, por Dios, ¿estás bien? He estado buscándote toda la noche.

 Tu teléfono no respondía y cuando llamé a Suárez me dijo que nunca llegaste a la reunión y que había enviado a alguien a buscarte, pero tampoco te encontró. Y Lucía se detuvo en seco al ver a Mateo. Sus ojos se agrandaron con reconocimiento instantáneo. “Tú, tú eres Mateo Rivero, el empresario prófugo”, dijo retrocediendo instintivamente. Valentina miró a Mateo confundida, luego a su hermana y nuevamente a Mateo, cuyo rostro había palidecido.

 “¿De qué está hablando Mateo?”, preguntó, aunque en el fondo comenzaba a entender por qué él había sido tan reservado sobre su identidad. Mateo suspiró profundamente. El momento que tanto había temido había llegado. Es cierto, admitió finalmente. Soy Mateo Rivero. El hombre acusado de desfalcar millones a sus inversionistas. Está en todos los noticieros”, exclamó Lucía, sacando su teléfono como si quisiera comprobarlo o quizás llamar a la policía. “Lucía, espera.

” Intervino Valentina colocándose instintivamente entre su hermana y Mateo. Él me ayudó cuando mi auto se descompuso. Me ofreció refugio durante la tormenta y nunca mencionó quién era, replicó Lucía escéptica. Bal, este hombre es un fugitivo. Las acusaciones son falsas, dijo Mateo con una calma que sorprendió a las hermanas. Roberto Suárez, tu cliente, miró a Valentina. Era mi socio.

Él falsificó documentos para incriminarme después de que descubrí que estaba desviando fondos de nuestra empresa para financiar operaciones ilegales. Sa Suárez, Lucía bajó lentamente su teléfono, su instinto periodístico despertando. Hace meses que investigo a ese hombre. Sus proyectos ecológicos no me cuadran.

 ¿Qué quieres decir?, preguntó Valentina sintiendo como su mundo comenzaba a tambalearse. “He recibido pistas de que usa esos proyectos como fachada para minería ilegal”, explicó Lucía, “pero no tenía pruebas concretas. Sus ubicaciones”, murmuró Valentina recordando el comentario de Mateo sobre los depósitos minerales. Por eso quería construir exactamente en esos lugares.

 “Necesito tu ayuda, Valentina”, dijo Mateo, acercándose a ella cautelosamente, como si temiera que huyera. “Tus diseños contienen información geológica detallada. Si comparamos eso con los documentos que he estado recopilando sobre las operaciones reales de Suárez, podríamos probar que estás utilizando la arquitectura ecológica como una cortina de humo, completó Valentina, sintiéndose traicionada y utilizada. Y limpiar mi nombre, añadió Mateo.

 Lucía observaba el intercambio con interés profesional. Tengo contactos que podrían ayudarnos a verificar esta información”, dijo finalmente. El silencio que siguió fue interrumpido por el sonido de varios vehículos aproximándose. Los tres se asomaron por la ventana para ver tres camionetas negras detenerse frente a la cabaña.

 “Torres”, murmuró Mateo, reconociendo al hombre corpulento que descendía del primer vehículo. “El jefe de seguridad de Suárez. ¿Cómo nos encontraron?”, preguntó Valentina alarmada. Lucía revisó su teléfono y maldijo en voz baja. Mi localizador está activado. Deben haberlo rastreado. Hay una salida trasera, indicó Mateo, dirigiéndose rápidamente a la parte posterior de la cabaña.

 A través del bosque podemos llegar a la carretera secundaria. Se está seguro de que podemos confiar en ti, preguntó Lucía dudando aún. En este momento, ¿tienes otra opción?, replicó Mateo, abriendo una pequeña puerta oculta tras un armario. No había tiempo para más debates. Los hombres ya estaban llamando a la puerta principal con golpes cada vez más insistentes. “Sabemos que están ahí dentro”, gritó una voz grave. “Solo queremos hablar.

” “Claro, con esas armas solo quieren charlar”, murmuró Lucía señalando por la ventana a los hombres armados que rodeaban las camionetas. Los tres se deslizaron por la salida trasera. Justo cuando escucharon el estruendo de la puerta principal siendo forzada, corrieron entre los árboles, la nieve dificultando sus pasos, pero también amortiguando el sonido de su huida.

 El bosque era denso, los pinos cubiertos de nieve creaban un laberinto natural. Mateo lideraba el camino, aparentemente familiarizado con la zona. “Por aquí”, indicó dirigiéndose hacia un sendero apenas visible. Avanzaron durante varios minutos sin ser detectados, pero pronto escucharon voces y ladridos de perros tras ellos.

 Tienen perros rastreadores”, dijo Lucía jadeando por el esfuerzo. Llegaron a un claro donde el terreno descendía abruptamente hacia un arroyo congelado. El único camino era bajar por la pendiente resbaladiza. “Tengan cuidado”, advirtió Mateo comenzando el descenso cautelosamente. Valentina lo siguió, pero a mitad de camino su elegante calzado urbano traicionó su equilibrio.

resbaló con un grito ahogado, precipitándose hacia abajo. Sin dudarlo, Mateo se lanzó para interceptarla, logrando sujetarla, pero perdiendo él mismo el equilibrio. Ambos rodaron varios metros con Mateo, protegiendo a Valentina con su cuerpo. Finalmente se detuvieron al pie de la pendiente. ¿Estás bien?, preguntó él, su voz tensa por el dolor.

 Valentina asintió, incorporándose rápidamente. ¿Y tú? Mateo intentó levantarse, pero una mueca de dolor cruzó su rostro. Mi pierna, creo que me lastimé la rodilla. Lucía llegó junto a ellos, habiendo descendido con más cuidado. Tenemos que seguir. Están cada vez más cerca. Entre las dos mujeres ayudaron a Mateo a ponerse de pie.

 cojeando notablemente, continuaron su huida, cruzando el arroyo congelado y adentrándose en otro tramo de bosque. Los ladridos de los perros se escuchaban más cerca. Mateo, a pesar del dolor, mantenía el paso lo mejor que podía, apoyándose en Valentina. ¿Por qué me ayudaste?, preguntó ella en voz baja. Podrías haberte lastimado peor.

 Mateo la miró intensamente, su respiración formando pequeñas nubes en el aire frío. Porque a pesar de lo que digan de mí, no soy el monstruo que Suárez quiere hacer creer que soy. Ese momento de vulnerabilidad, más que cualquier explicación elaborada, convenció a Valentina de que quizás, solo quizás, este fugitivo era exactamente lo que afirmaba ser una víctima más de Roberto Suárez.

 El pequeño pueblo de montaña parecía sacado de una postal. Casas de madera con techos nevados, chimeneas humeantes y calles estrechas que serpenteaban entre árboles centenarios. Para los turistas era un paraíso invernal. Para Valentina, Mateo y Lucía era un refugio temporal. Elena Vázquez, antigua amiga de infancia de Lucía y oficial de policía local, les había ofrecido hospedaje en una cabaña apartada, propiedad de su familia.

 “No puedo creer que esté escondiendo a un prófugo de la justicia”, murmuró mientras vendaba la rodilla lastimada de Mateo. “Un presunto prófugo”, corrigió Lucía tecleando frenéticamente en su laptop. Y si lo que dice es cierto, Suárez es quien debería estar tras las rejas. Valentina se mantenía alejada revisando sus diseños arquitectónicos con nuevos ojos.

 Cada plano, cada ubicación seleccionada por Suárez cobraba ahora un significado siniestro. “Mira esto”, dijo finalmente colocando su tablet sobre la mesa. “Superpuse un mapa geológico de la región con las ubicaciones donde Suárez quería construir. Los demás se acercaron. En la pantalla, puntos rojos coincidían perfectamente con las áreas marcadas para el Eco Resort.

 Oro, plata y aquí posiblemente litio explicó Valentina señalando diferentes puntos. Mis hermosos diseños sustentables iban a ser solo una fachada para una operación minera. Ese maldito murmuró Mateo apretando los puños. hizo lo mismo conmigo. Usó mi tecnología de energía renovable para obtener permisos gubernamentales, pero en realidad minaba criptomonedas con plantas de carbón ilegales. Elena frunció el seño.

 ¿Tienen pruebas concretas? Porque acusar a alguien como Suárez no es poca cosa. Estoy trabajando en eso, respondió Lucía. Tengo un contacto. Javier Méndez, excontador de Suárez. Ha estado recopilando evidencia, pero está escondido. Teme por su vida. ¿Puedes localizarlo?, preguntó Mateo intentando incorporarse, pero volviendo a sentarse por el dolor. “Puedo intentarlo”, dijo Lucía, “pero necesitaré tiempo.

” El día dio paso a la noche. Mientras Lucía continuaba con sus contactos y Elena había regresado al pueblo para evitar sospechas, Valentina y Mateo quedaron solos en la cabaña. La tensión entre ellos era palpable. Valentina aún procesaba toda la información intentando reconciliar al hombre que la había ayudado en la carretera con el empresario prófugo de los noticieros.

 “¿Por qué no me dijiste quién eras desde el principio?”, preguntó finalmente, sentándose junto al fuego. Mateo la miró con una mezcla de culpa y resignación. “¿Me habrías creído o habrías corrido a la policía más cercana?” “No lo sé”, admitió ella. Pero me mentiste. Técnicamente solo omití información, intentó bromear él, pero ante la mirada seria de Valentina suspiró.

 Lo siento, pero cuando supe que ibas a reunirte con Suárez, no podía permitir que te involucrara en sus negocios sucios. ¿Por qué te importaba? ¿No me conocías? Mateo guardó silencio un momento contemplando el fuego. Suárez ya había destruido mi vida. No quería que destruyera la tuya también. Sus miradas se encontraron y algo cambió en el aire entre ellos.

 Ya no era solo tensión o desconfianza, había algo más, una conexión que ninguno de los dos había buscado, pero que se había formado durante esas intensas horas compartidas. “Tus diseños son brillantes, Valentina”, continuó Mateo. “Me recordaron por qué comencé mi empresa. Quería crear tecnología que realmente ayudara al planeta. No, que lo destruyera bajo una fachada verde.

 ¿Y ahora qué? Preguntó ella. Si logramos probar que Suárez es culpable, ¿qué pasará con tu empresa? No lo sé, confesó Mateo. Quizás pueda reconstruirla, quizás no, pero al menos limpiaré mi nombre. El fuego crepitaba proyectando sombras danzantes sobre sus rostros. Sin pensarlo, Valentina se acercó más a él.

Debe ser difícil perder todo por lo que trabajaste. Lo más difícil fue perder la confianza, respondió Mateo. Creí que estaba haciendo algo bueno, algo importante, y entonces descubrí que estaba siendo utilizado para todo lo contrario. Valentina asintió, entendiendo perfectamente ese sentimiento.

 Ella también había sido engañada, aunque afortunadamente se había enterado antes de completar el proyecto para Suárez. “Al menos tú no completaste tus diseños”, dijo Mateo como leyendo sus pensamientos. Si lo hubieras hecho, ahora serías cómplice sin saberlo. Como tú lo fuiste, completó ella. Exactamente. El silencio que siguió no fue incómodo.

 Era un silencio de comprensión mutua de dos personas que habían sido traicionadas de manera similar y ahora compartían una misión común. ¿Qué crees que esté haciendo Lucía? preguntó Valentina después de un rato. Probablemente moviendo cielo y tierra para contactar a Méndez, respondió Mateo. Tu hermana es intensa. Valentina rió. Siempre lo ha sido.

 Desde niñas yo construía casas con bloques y ella investigaba quién había movido sus juguetes. Es la personificación de la terquedad. Afortunadamente para nosotros, sonríó Mateo. Sus rostros estaban ahora muy cerca. Valentina podía ver las pequeñas arrugas alrededor de los ojos de Mateo, señales de una vida de trabajo duro y últimamente preocupaciones.

 Por un momento, ninguno se movió como si ambos contuvieran la respiración. Fue Mateo quien finalmente rompió el hechizo, inclinándose hacia atrás. Deberíamos descansar. Mañana será un día complicado. Pero Valentina, en un impulso que sorprendió a ambos, acortó la distancia y presionó sus labios contra los de él.

 Fue un beso breve, casi tímido, pero cargado de emociones contenidas. “Esto es una locura”, murmuró ella al separarse. “Lo único cuerdo en toda esta situación”, respondió Mateo antes de atraerla nuevamente hacia él. Este segundo beso fue diferente, más profundo, más intenso, como si ambos liberaran días de tensión, miedo y confusión.

 La puerta abriéndose de golpe lo separó. Lucía entró con el rostro iluminado por la emoción del descubrimiento. “Lo encontré”, exclamó demasiado concentrada en su hallazgo para notar el momento que acababa de interrumpir. Javier Méndez está en Puerto Madero, escondido en un departamento bajo nombre falso y está dispuesto a hablar.

 Valentina y Mateo se miraron, una promesa silenciosa pasando entre ellos. Primero resolverían este problema, luego luego verían qué significaba realmente ese beso. ¿Cuál es el plan?, preguntó Mateo, volviendo al presente. Elena nos ayudará a llegar a Buenos Aires sin ser detectados, explicó Lucía. Pero antes necesitamos una forma de acceder a la oficina central de Suárez. Ahí están los documentos originales que prueban la malversación.

Yo puedo hacerlo, dijo Valentina. Mi reunión con Suárez sigue pendiente. Puedo reprogramarla y usar esa oportunidad para entrar. Es demasiado peligroso, protestó Mateo. Es nuestra única opción, respondió Valentina con determinación. Addemás, ahora tengo mis propias cuentas que ajustar con él.

 El rascacielos de cristal y acero se alzaba imponente en el centro financiero de Buenos Aires. La sede de corporación Suárez, un monumento al poder y la ambición de un solo hombre. Valentina respiró profundo mientras cruzaba las puertas giratorias, ataviada nuevamente con su elegante traje blanco. “Señorita Herrera, el señor Suárez la espera en el piso 42”, informó la recepcionista con una sonrisa ensayada.

En su oído, un diminuto auricular le permitía mantener contacto con Mateo y Lucía, quienes esperaban en una van estacionada a dos cuadras de distancia. Voy entrando al elevador”, murmuró Valentina discretamente. “¿Me escuchan?” “Perfectamente”, respondió la voz de Mateo. “Recuerda, solo necesitamos los archivos del servidor principal.

” Elena confirmó que el acceso está en la oficina de Suárez. El plan era arriesgado pero simple. Valentina fingiría interés en retomar el proyecto mientras instalaba un dispositivo de acceso remoto en la red de la empresa. Lucía podría entonces infiltrarse digitalmente y obtener los documentos que probarían la culpabilidad de Suárez y la inocencia de Mateo.

 El elevador se detuvo con un suave timbre y las puertas se abrieron revelando un pasillo lujosamente decorado. Al final, las puertas dobles de la oficina de Roberto Suárez. Valentina querida, saludó Suárez al verla entrar. Era un hombre de unos 50 años, cabello entreco, perfectamente peinado y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Qué alivio verte bien después de tu contratiempo en la montaña.

Gracias por reprogramar nuestra reunión”, respondió ella con una sonrisa calculada. Estaba muy entusiasmada con este proyecto y nosotros con tus diseños. Suárez señaló los planos que Valentina había enviado previamente desplegados sobre su escritorio. Son exactamente lo que buscamos para nuestro resort ecológico.

 Cada palabra se sentía como una puñalada. Ahora que Valentina sabía la verdad, la falsedad de Suárez era dolorosamente obvia. Me alegra oírlo”, respondió acercándose al escritorio. Mientras discutían los detalles del proyecto, discretamente conectó su tablet a la computadora de Suárez, aparentando querer mostrar más renders.

 El dispositivo de acceso comenzó a trabajar silenciosamente. “Te noto algo tensa, Valentina”, comentó Suárez después de un rato. “Todo está bien, solo o cansada. El viaje desde Bariloche fue agotador”, respondió ella evitando su mirada penetrante. En ese momento, el teléfono de Suárez sonó, una llamada aparentemente importante que lo obligó a excusarse. “Debo atender esto.

 Fernando te mostrará los terrenos en el modelo 3D de la sala de conferencias. Vuelvo en unos minutos.” Fernando Torres, el jefe de seguridad que habían visto en la cabaña, entró a la oficina. Era alto, corpulento, con una cicatriz que cruzaba su ceja izquierda. Sus ojos oscuros estudiaron a Valentina con intensidad. “Por aquí, señorita Herrera”, indicó con voz grave.

 “El dispositivo está funcionando”, susurró Valentina mientras seguía a Torres por el pasillo. “Lucía, ¿tienes acceso?” “Entrando ahora”, respondió la voz de su hermana en el auricular. “Necesito unos minutos más.” Torres guió a Valentina. Pero en lugar de dirigirse a la sala de conferencias, tomaron un elevador hacia el estacionamiento subterráneo.

“Disculpe, ¿a dónde vamos?”, preguntó Valentina, sintiendo como el pánico comenzaba a apoderarse de ella. “El señor Suárez prefiere mostrarle los terrenos en un lugar más privado,”, respondió Torres sin mirarla. “¡Algo está mal”, susurró Valentina. Me llevan al estacionamiento.

 Sal de ahí ahora”, ordenó Mateo, su voz tensa por la preocupación. Pero ya era tarde. Las puertas del elevador se abrieron directamente al estacionamiento subterráneo, oscuro y casi vacío a esa hora. “Por aquí”, indicó Torres, guiándola hacia un área apartada donde un hombre esperaba junto a un auto negro. Para sorpresa de Valentina, no era Suárez, sino un hombre más joven con gafas y expresión nerviosa.

 Javier Méndez, murmuró reconociéndolo por las fotos que Lucía había mostrado. Señorita Herrera saludó Méndez con voz baja. No tenemos mucho tiempo. Torres miró a su alrededor asegurándose de que estaban solos. Tengo los documentos, toda la evidencia que necesitan para hundir a Suárez y limpiar el nombre de Rivero.

 No entiendo. Valentina los miró confundida. ¿Ustedes no trabajan para Suárez? Torres es mi hermano explicó Méndez. Ha estado infiltrado, ayudándome a recopilar pruebas desde que descubrí las actividades ilegales de Suárez. Cuando detectamos el dispositivo de acceso que instalaste, supimos que debíamos contactarte directamente.

 Torres le entregó a Valentina un pequeño dispositivo USB. Aquí está todo. Transferencias ilegales, sobornos a funcionarios, los verdaderos planos de las minas que pretendía construir usando tus diseños como fachada. ¿Por qué me ayudan? Preguntó Valentina, aún desconfiada. Porque Suárez nos traicionó a todos”, respondió Torres. “A mí me prometió sociedad en sus negocios.

 A mi hermano lo amenazó con destruir su carrera y a tu amigo Rivero le robó no solo su empresa, sino su reputación.” El sonido de puertas abriéndose interrumpió la conversación. Varias siluetas aparecieron al otro extremo del estacionamiento. “Suárez”, gruñó Torres. “Debe haber descubierto el acceso no autorizado a su sistema.

” Ahí están! Gritó una voz y el eco de pasos apresurados reverberó por el concreto. Váyanse!”, ordenó Torres a Valentina y Méndez. “yo los detendré.” “Pero,” comenzó Valentina. “Ahora”, rugió Torres sacando un arma de su chaqueta. Valentina y Méndez corrieron hacia la salida vehicular. Detrás de ellos escucharon gritos y lo que parecía ser un forcejeo. “¡Mate!”, llamó Valentina por el auricular. Estamos saliendo por la rampa este. Tenemos la evidencia, pero Suárez nos descubrió.

 Al emerger a la calle, el corazón de Valentina dio un vuelco al ver a Suárez y dos guardaespaldas bloqueando su camino. “Qué decepción, Valentina”, dijo Suárez con falsa tristeza. “Tenías tanto potencial”.

 Los guardaespaldas avanzaron hacia ellos, pero antes de que pudieran alcanzarlos, una van negra apareció derrapando en la esquina. Las puertas se abrieron revelando a Mateo y Lucía. Suban”, gritó Mateo. Valentina empujó a Méndez hacia La Ban y corrió tras él. Uno de los guardaespaldas logró sujetarla por el brazo, pero ella se liberó con un movimiento rápido, dejando un girón de su manga blanca en manos del hombre.

 Apenas cerraron las puertas, La van arrancó, dejando a Suárez gritando órdenes a sus hombres. “¿Están bien?”, preguntó Mateo girando para mirar a Valentina desde el asiento del conductor. “Sí”, respondió ella respirando agitadamente. “Y tenemos la evidencia, Torres y Méndez estaban de nuestro lado todo el tiempo. “Sabía que había algo raro con ese Torres”, comentó Lucía examinando el dispositivo USB.

Siempre se veía demasiado inteligente para ser solo un matón. “¿Dónde está Torres?”, preguntó Mateo a Méndez. Se quedó atrás. Para darnos tiempo, respondió Méndez, la preocupación evidente en su voz. Mientras La van se alejaba hacia el lugar donde habían acordado encontrarse con Elena, Valentina miró a Mateo.

 En sus ojos vio alivio, gratitud y algo más, algo que había comenzado en aquella cabaña durante la tormenta de nieve. “Casi lo logramos”, dijo él como si leyera sus pensamientos. “Solo un poco más.” Pero todos sabían que lo más difícil estaba por venir. Suárez no era un hombre que aceptara la derrota fácilmente y ahora, más que nunca, era peligroso.

 La oficina de Elena en la delegación central de Buenos Aires bullía de actividad. Oficiales iban y venían. Teléfonos sonaban sin cesar. Y en medio de todo, Valentina, Mateo, Lucía y Javier Méndez esperaban con nerviosismo. ¿Crees que sea suficiente?, preguntó Valentina mirando la pantalla donde se desplegaban los documentos del USB. “Tiene que serlo”, respondió Mateo.

 “Hay registros de transferencias ilegales, correos electrónicos incriminatorios, incluso planos de las operaciones mineras disfrazadas como centros turísticos.” Elena regresó a la oficina con expresión seria, pero decidida. La fiscalía ha emitido una orden de arresto contra Roberto Suárez. En estos momentos están allanando su oficina y residencia.

 Y Fernando preguntó Méndez preocupado por su hermano. Lo encontraron en el estacionamiento herido pero vivo informó Elena. Está bajo protección policial en el hospital. Un suspiro colectivo de alivio recorrió la habitación. El primer paso estaba dado, pero todos sabían que un hombre como Suárez no caería sin luchar.

 Ahora viene lo más difícil, advirtió Elena. El proceso judicial. Suárez tiene conexiones poderosas. Abogados de primera línea. No será fácil mantener estos cargos. No importa, dijo Mateo con determinación. Por primera vez en meses podemos luchar abiertamente, no desde las sombras. El teléfono de Elena sonó.

 Mientras hablaba, su rostro se transformó en una sonrisa. Lo tienen anunció al colgar. Suárez intentaba salir del país en su jet privado. Fue arrestado en la pista. La noticia fue recibida con abrazos y lágrimas contenidas. Para Mateo significaba el comienzo del fin de su pesadilla. Para Valentina la certeza de que había evitado convertirse en cómplice involuntaria de un crimen ambiental.

 Las horas siguientes fueron un torbellino de declaraciones, papeleo y llamadas. El caso Suárez se convirtió rápidamente en noticia nacional. un empresario respetado, desenmascarado como el cerebro detrás de operaciones mineras ilegales y lavado de dinero. Tres días después, Mateo fue oficialmente exonerado de todos los cargos.

 La evidencia demostraba, sin lugar a dudas, que había sido incriminado falsamente por Suárez después de descubrir sus actividades ilegales. ¿Qué harás ahora?, preguntó Valentina mientras caminaban por los jardines de la plaza San Martín, lejos del asedio de periodistas que buscaban la exclusiva del millonario reivindicado.

 Reconstruir, respondió Mateo, contemplando el atardecer sobre la ciudad, mi empresa, mi reputación, mi vida, todo desde cero. No necesariamente desde cero, corrigió Valentina tomando su mano. Mateo la miró, una pregunta silenciosa en sus ojos. Estos días, a pesar de todo el caos, el peligro, las mentiras, continuó ella buscando las palabras adecuadas.

 Encontré algo que no esperaba. A un fugitivo millonario, bromeó Mateo, intentando aligerar el momento. Alguien que arriesgó todo para hacer lo correcto respondió Valentina con seriedad. Alguien que me hizo recordar por qué me volví arquitecta en primer lugar para construir algo que durara, algo con propósito. Se detuvieron junto a una fuente.

 La ciudad bullía a su alrededor, pero en ese pequeño espacio solo existían ellos dos. “Tengo una propuesta”, dijo Mateo sujetando ambas manos de Valentina. Estoy pensando en crear una fundación, usar mi fortuna y conocimientos para desarrollar verdaderos proyectos sustentables. Y necesitas una arquitecta, completó ella sonriendo.

Necesito a la arquitecta, corrigió él. Alguien cuya visión pueda transformar paisajes sin destruirlos. Alguien que entienda que podemos coexistir con la naturaleza sin explotarla. Los ojos de Valentina brillaron. era exactamente el tipo de proyecto con el que siempre había soñado.

 ¿Dónde sería el primero? Bariloche, respondió Mateo sin dudarlo. Creo que le debemos algo a esas montañas donde todo comenzó. Se meses después, en una ceremonia íntima, rodeados de amigos cercanos, Mateo y Valentina inauguraron el primer proyecto de la Fundación Rivero Herrera, un centro de investigación ecológica y turismo sustentable en las mismas montañas.

 donde su auto se había detenido en medio de la nieve. El edificio una maravilla de la arquitectura bioclimática, se integraba perfectamente al paisaje montañoso. Paneles solares ocultos entre los árboles, sistemas de recolección de agua de lluvia y materiales locales formaban un complejo que parecía haber crecido naturalmente del terreno.

 Lucía, ahora directora de una sección especializada en periodismo ambiental, cubría el evento. Elena, promovida a comisaria gracias a su papel en el caso Suárez, asistió como invitada de honor. Incluso Fernando Torres y su hermano Javier estaban presentes, habiendo encontrado redención al ayudar a desmantelar el imperio criminal de Suárez.

 Mientras los invitados recorrían las instalaciones, Mateo llevó a Valentina a un mirador privado que daba a la carretera donde se habían conocido. “Seis meses increíbles”, comentó ella, recargándose en la varanda. “A veces todavía no puedo creer todo lo que ha pasado y lo que falta”, respondió Mateo, sorprendiéndola al arrodillarse frente a ella.

 Nuestro encuentro podría haber sido coincidencia o destino, dijo sacando un pequeño estuche de su bolsillo. Pero nuestro futuro es una elección que quiero hacer contigo. Con manos temblorosas abrió el estuche revelando un hermoso anillo con una piedra verde agua del mismo color que los lagos de Bariloche. Valentina Herrera, ¿te casarías conmigo? Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas mientras asentía, incapaz de hablar por la emoción.

 Cuando finalmente encontró su voz, solo pudo decir, “¿Quién diría que mi peor día en la carretera se convertiría en el comienzo de mi mejor vida?” Mientras se besaban, las montañas nevadas fueron testigos silenciosos de un amor que había nacido en la adversidad, pero florecido en la verdad. Un amor tan inesperado como el encuentro que lo había iniciado, un auto detenido en medio de la nieve, una arquitecta en apuros y un millonario fugitivo que resultaría ser exactamente lo que ella no sabía que necesitaba. Un año había transcurrido desde la inauguración del centro ecológico y la propuesta de

matrimonio. La vida de Valentina y Mateo había cambiado por completo en ese tiempo. Su casa en las montañas, diseñada por ella y construida bajo la supervisión de ambos, se alzaba como un testimonio de su visión compartida. Era una estructura moderna, pero cálida, con grandes ventanales que enmarcaban las vistas espectaculares del lago y las montañas.

 Esa mañana de primavera, Valentina contemplaba el paisaje desde la terraza, una mano descansando sobre su vientre abultado de 6 meses. Mateo salió a reunirse con ella, rodeándola con sus brazos por detrás. “Buenos días, arquitecta”, susurró en su oído, depositando un beso en su cuello. “¿Cómo están mis dos personas favoritas hoy?” “Inquietos,”, respondió ella con una sonrisa, sintiendo un movimiento dentro de su vientre. Creo que será arquitecta como su mamá. Ya está rediseñando mi interior.

 Mateo rió colocando su mano sobre la de ella. O ingeniero como su papá, innovando desde el vientre. La Fundación Rivero Herrera se había convertido en un modelo a seguir en todo el país. Sus proyectos sustentables no solo protegían el medio ambiente, sino que generaban empleos dignos para las comunidades locales.

 El caso Suárez había sentado precedente y ahora las autoridades investigaban más a fondo los supuestos proyectos ecológicos de otras empresas. Roberto Suárez cumplía condena en una prisión federal. Sus operaciones ilegales habían sido completamente desmanteladas y parte de su fortuna decomizada se había destinado a reparar el daño ambiental causado por sus actividades.

 “Lucía viene hoy”, comentó Valentina. “Dice que tiene una noticia importante. ¿Otro premio de periodismo?”, preguntó Mateo, sirviendo dos tazas de té de hierbas locales. No lo sé. Sonaba misteriosa la sección de periodismo ambiental que Lucía dirigía. había ganado prestigio internacional por sus investigaciones sobre crímenes ecológicos.

 Su trabajo había contribuido a la creación de leyes más estrictas de protección ambiental. Elena también los visitaba con frecuencia. Como comisaria había implementado una unidad especial dedicada a crímenes ambientales, inspirada por el caso Suárez. A veces me pregunto qué habría pasado si mi auto se hubiera detenido en esa carretera. reflexionó Valentina.

 Si nunca te hubiera conocido, probablemente estarías diseñando centros comerciales en la ciudad, atrapada en el tráfico y añorando las montañas, bromeó Mateo. Y tú seguirías huyendo en lugar de construir algo nuevo respondió ella, girándose para mirarlo a los ojos. El sonido de un vehículo acercándose interrumpió su momento. Lucía había llegado y no venía sola.

 Elena la acompañaba junto con Fernando Torres y Javier Méndez. “Traemos noticias”, exclamó Lucía al bajar del auto, agitando un sobre en el aire. “Y champán para todos, excepto para ti, hermana, que tendrás que conformarte con jugo.” Mientras el grupo se reunía en la sala, con vistas a la misma carretera donde todo había comenzado, Valentina sintió una profunda gratitud.

 Lo que había comenzado como un desastre profesional se había transformado en una vida más plena y significativa de lo que jamás habría imaginado. Por los caminos inesperados brindó Mateo levantando su copa y por las llantas pinchadas que nos llevan exactamente donde debemos estar.

 Todos rieron y brindaron, celebrando no solo las buenas noticias que Lucía traía, la aprobación de una ley de protección ambiental que llevaba meses impulsando, sino también la extraña y maravillosa manera en que sus vidas se habían entrelazado. Mientras contemplaba a su familia elegida, Valentina pensó en el título que algún día le contaría a su hijo o hija.

 Su auto se detuvo en medio de la nieve sin saber que quien la ayudaría sería un millonario fugitivo y que se enamorarían.