El Milagro de Bella: La Historia de un Ángel y su Fe

En un mundo donde los ángeles vivían en la Tierra actuando como humanos, Bella era un ángel de la muerte que, a diferencia de los demás, no compartía la dureza ni la frialdad que su rol imponía. Mientras los demás ángeles de la muerte llevaban a las almas con rapidez y sin miramientos, Bella siempre buscaba una forma de suavizar el dolor de quienes cruzaban su camino. Tenía el aspecto de una niña de 15 años, pero en su interior cargaba una sabiduría y un poder que la hacían ser mucho más que su apariencia.

El Primer Encuentro

Una tarde, Bella se encontraba en una casa de campo donde un hombre mayor yacía en su lecho de muerte. Su rostro reflejaba desesperación y miedo. El anciano gritaba en su angustia, temeroso de lo que le aguardaba tras su último aliento. Pero cuando la joven apareció en su habitación, sosteniendo un violín, el ambiente cambió. Con delicadeza, comenzó a tocar una melodía suave, melancólica, pero que tenía algo reconfortante.

El hombre, al escuchar la música, comenzó a calmarse. Su respiración se hizo más lenta y su rostro se suavizó. Con un suspiro, miró a Bella y cerró los ojos por última vez, tranquilo, reconociendo que su tiempo en la Tierra había llegado a su fin.

Bárbara, un ángel de la muerte que tenía la apariencia de una mujer de 45 años, entró en la casa del anciano momentos después. Cuando vio lo que Bella había hecho, frunció el ceño con desaprobación.

Bella —dijo Bárbara, con una mirada severa—, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? Somos ángeles de la muerte, no podemos ser amables con los humanos. No es nuestro trabajo suavizar sus muertes. La muerte debe ser impía, fría y sin piedad. —Bárbara suspiró, molesta, y se dio la vuelta para irse. Bella, triste por las palabras de su compañera, la miró en silencio.

Poco después, Sam, otro ángel de la muerte, entró en la casa al ver que Bella estaba triste. Sam siempre había sido la amiga comprensiva de Bella, la que le ofrecía palabras de aliento.

No importa lo que Bárbara haya dicho, Bella. Aunque seamos ángeles de la muerte, no dejamos de ser ángeles de Dios. La bondad debe estar siempre en nuestros corazones —dijo Sam, abrazándola para consolarla—. Lo hiciste bien, amiga, hiciste lo correcto aquí.

El Desafío de la Misión

Los días siguientes, Bella fue asignada a una nueva misión. En el hospital, varios ángeles de la muerte estaban rodeando a un bebé recién nacido. El niño, de solo unas horas de vida, era portador del virus del SIDA, contraído por su madre, una prostituta adicta al crack. La misión de Bella era clara: llevarse al bebé a la muerte a las 22:33 del 4 de mayo, una hora que ya estaba establecida por el destino.

Bárbara, siempre tan estricta, le explicó el procedimiento de la misión:

Este bebé no tiene futuro, Bella. Nació en una situación de miseria, y no puede vivir. Su destino ya está marcado —dijo Bárbara, mirando al bebé con frialdad—. Tú te encargas de él.

Bella, al observar al bebé, no pudo evitar sentir compasión. El niño parecía tan inocente, tan indefenso, que le fue difícil comprender por qué su vida debía terminar tan pronto. Sin embargo, Bella sabía que no podía cambiar el destino, aunque su corazón le pedía hacer algo diferente.

¿Quién se ofrece para cumplir con la misión? —preguntó Bárbara, esperando que los demás ángeles se ofrecieran. Bella, sintiendo que debía hacerlo, levantó la mano, aunque sentía en su interior una creciente incertidumbre.

Bárbara asintió con firmeza y le dio una advertencia:

Bella, no te distraigas. No puedes dejar que la compasión te haga dudar. Cumple con la misión y lleva al bebé a su destino.

Pero Bella no podía evitar mirar al pequeño, al bebé inocente que solo había llegado al mundo para sufrir. Decidió, sin embargo, seguir las órdenes de Bárbara.

La Huida de Bella

La noche del 4 de mayo, Bella se encontraba en la habitación del bebé cuando el reloj marcó las 12:00 AM. Pero, al llegar al lugar, el bebé ya no estaba. Bella se sorprendió al ver que, con todo y la misión que debía cumplir, el bebé había desaparecido.

¿Dónde está el bebé? —preguntó Bárbara, enfadada al darse cuenta de la desaparición.

Creo que Bella se arrepintió y huyó con el bebé. —dijo otro ángel de la muerte, el rastreador. Siento su presencia cerca.

Bárbara, furiosa, comenzó a gritar y a descontrolarse:

¡Maldita Bella! ¡Sabía que no cumplirías la misión! —gritó, su voz tan fuerte que rompió las ventanas de la habitación.

El rastreador, sin perder tiempo, aseguró que podía localizar a Bella. Tomaron la forma de cuervos y salieron volando en su búsqueda, dejando el hospital en completo caos.

Mientras tanto, Bella huía con el bebé en brazos, corriendo por un callejón oscuro. Sentía que los ángeles de la muerte la perseguían y, al mismo tiempo, su corazón palpitaba fuerte por la preocupación del futuro de Galletita, como había llamado al bebé.

Bella pensaba en cómo escapar de su destino, pero la presión era abrumadora. Al pisar un charco de agua, una mano de agua surgió y la atrapó por el pie, quebrándoselo con fuerza. Bella cayó al suelo, pero no soltó al bebé. Sentía que ya no tenía escapatoria, pero su fe seguía intacta.

Esta daga sagrada fue forjada por los herreros de Dios. Es el único arma que puede matar a un ángel. —dijo uno de los ángeles de la muerte, apuntando su daga hacia el cuello de Bella.

El Milagro de Bella

Justo cuando parecía que todo estaba perdido, algo extraño ocurrió. Una niebla espesa comenzó a cubrir el callejón, dificultando la visión de los ángeles.

¿Qué está pasando? —preguntó el ángel con la daga, al ver que la niebla había aparecido de repente.

Los ángeles intentaron buscar a Bella, pero ya no estaba. Ella y el bebé habían desaparecido. Los ángeles, confundidos, miraron a su alrededor, incapaces de encontrar su rastro.

¡Fallamos! —gritó el ángel con la daga. ¡Escaparon!

Bella, con el bebé en brazos, se encontraba en una parada de autobús, cansada y herida. Allí, una vez más, Sam apareció, como si fuera una señal de esperanza.

Lo siento, Bella, pude sacarte del callejón, pero ya no puedo ayudarte más. A partir de ahora, ¡depende de ti! —dijo Sam, abrazando a Bella con cariño.

Bella, con lágrimas en los ojos, respondió:

Gracias, Sam. Fuiste mi amiga hasta el final.

Sam besó la frente de Galletita, deseándole lo mejor antes de marcharse.

Un Milagro Nacido de la Fe

Esa noche, Bella, exhausta y herida, se sentó en la parada de autobús con el bebé en su regazo. Reflexionaba sobre todo lo que había sucedido. Se dio cuenta de que el bebé jamás tendría una vida “normal” debido a su enfermedad. La sociedad lo rechazaría. Aun así, Bella no dejó de amar a Galletita con todo su ser.

Mientras una lágrima caía de sus ojos, algo milagroso ocurrió. La lágrima tocó la frente del bebé y, por un breve momento, el bebé brilló con una luz intensa. Bella sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo.

Los ángeles de la muerte, al llegar, rodearon a Bella, apuntando sus dagas hacia ella. Pero, al mirar al bebé, se dieron cuenta de algo increíble: el bebé ya no tenía la marca de la muerte. Había sido curado. El SIDA había desaparecido.

Bárbara, sorprendida y desconcertada, bajó la daga y se acercó a Bella.

Tu fe te salvó, Bella. Y también salvó al bebé. —dijo Bárbara, mientras tomaba el bebé entre sus manos y lo cubría con su abrigo.

La niebla desapareció lentamente, y los ángeles se retiraron, dejando a Bella con Galletita, que finalmente había sido salvado por un milagro nacido en el corazón de Bella.

Bella, mirando al cielo, sonrió con gratitud.

Gracias a Dios. Gracias por salvar la vida de este bebé.

A lo lejos, Sam observaba la escena, sonriendo satisfecha.

FIN