“ESTOY DESEMPLEADA, ¿HAY TRABAJO AQUÍ?” PREGUNTÓ LA JOVEN HUMILDE, SIN IMAGINAR QUE EL VAQUERO…

Estoy desempleada. ¿Hay trabajo aquí? Preguntó la joven humilde, sin imaginar que el vaquero solitario buscaba a alguien como ella. Antes de comenzar, déjanos en los comentarios desde qué ciudad nos estás viendo. Disculpe, señor, dijo Lucía, limpiándose el sudor de la frente mientras se acercaba a la cerca donde trabajaba un hombre de sombrero. Estoy desempleada.
¿Hay trabajo aquí? Joaquín Delgado levantó la vista del alambre que estaba reparando y la miró de arriba a abajo. Los zapatos de tacón medio, la blusa blanca perfectamente planchada, esa maleta de cuero que parecía más cara que el salario mensual de cualquiera de sus trabajadores, no encajaban para nada en el paisaje de la hacienda el amanecer.
¿Usted sabe ordeñar? Preguntó volviendo a concentrarse en su trabajo. Manejar ganado. ¿Conoce algo del campo? No, pero Lucía tragó saliva sintiendo como las esperanzas se le escapaban. Soy contadora pública. Tengo experiencia en administración y finanzas. Puedo ayudar con los números, los registros. Esteban Moreno, el capataz, que llevaba más de 20 años en la hacienda, soltó una risita sarcástica desde donde estaba enrollando alambre. Patrón, esta señorita citadina viene a jugar al campo.
Seguro que cuando ve a una vaca de cerca sale corriendo. Joaquín suspiró y se enderezó quitándose los guantes de trabajo. A los 32 años había heredado no solo la hacienda, sino también la carga de mantener viva una tradición familiar de cuatro generaciones.
La última cosa que necesitaba era una mujer de ciudad que no sabía la diferencia entre un toro y una vaca. Mire, señorita. Lucía. Lucía Ramírez. Señorita Ramírez, esto no es una oficina en Bogotá. Aquí nos levantamos a las 4 de la mañana. Trabajamos bajo el sol con lodo hasta las rodillas y la conversación se interrumpió cuando llegó el camión de la empresa lechera para recoger la producción semanal.
Joaquín se disculpó y caminó hacia el vehículo, pero Lucía pudo escuchar perfectamente la discusión que se armó. Don Joaquín, lamento decirle que este mes el precio por litro va a bajar otros 50 pesos”, dijo el conductor, un hombre mayor con gorra de la empresa. “Las órdenes vienen de arriba, no puedo hacer nada.
” “¿Cómo que va a bajar?” Joaquín alzó la voz. Ustedes saben muy bien que yo entrego leche de primera calidad, siempre puntual, siempre con los volúmenes acordados. Lo sé, don Joaquín, pero la competencia está muy brava. Hay fincas que están vendiendo más barato y nosotros tenemos que ajustarnos al mercado. ¿Y qué mercado es ese donde el productor siempre pierde? Replicó Joaquín claramente frustrado.
Mis costos no bajan. Mis trabajadores necesitan su sueldo. Los insumos cada día están más caros, pero ustedes siempre encuentran excusas para pagarnos menos. El conductor se encogió de hombros y siguió cargando las cantinas de leche en su camión. Cuando terminó y se fue, Joaquín se quedó parado en el patio, viendo alejarse el vehículo con una expresión de derrota que Lucía reconoció perfectamente.
Era la misma que había visto en el espejo tres meses atrás, el día que la echaron de gestión integral. SAS, disculpe. Se acercó tímidamente. Escuché la conversación. ha considerado negociar directamente con procesadores más pequeños o tal vez explorar mercados locales, restaurantes, hoteles. Joaquín la miró con sorpresa, como si hubiera olvidado que seguía ahí.
¿Usted sabe de eso? Trabajé 4 años en una consultora en Bogotá. Hacíamos análisis de mercado, reestructuración de procesos, optimización de costos. Lucía se cayó dándose cuenta de que estaba hablando como en una entrevista de trabajo. Lo que quiero decir es que sí sé de números y de cómo encontrar mejores oportunidades de negocio.
Esteban se acercó al grupo secándose las manos en un trapo. Patrón, ¿no estará pensando en hacerle caso a esta niña? Las mujeres de ciudad vienen aquí a buscar aventuras, pero cuando se dan cuenta de lo duro que es esto, salen corriendo. He visto muchas. Joaquín no respondió inmediatamente. Estaba estudiando a Lucía tratando de descifrar si realmente podía ayudar o si era solo otra persona perdida que había llegado por casualidad a su hacienda. ¿Por qué está aquí? Le preguntó finalmente.
Una contadora de Bogotá no viene a los Llanos orientales sin razón. Lucía sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Por un momento consideró inventar una historia, algo que sonara mejor que la verdad, pero algo en la mirada directa de Joaquín la convenció de ser honesta. Me despidieron hace tres meses.
La empresa cerró por la crisis económica y, bueno, he estado buscando trabajo sin suerte. Pensé que tal vez en el campo habría oportunidades que en la ciudad ya no existen. ¿Y por qué aquí específicamente? Porque leí que el sector agropecuario es uno de los pocos que sigue creciendo. Mintió a medias.
La verdad era que había agotado sus ahorros y este había sido el pueblo más barato al que pudo comprar un pasaje de bus. Y porque creo que puedo ayudar. Sé que no tengo experiencia en ganadería, pero sí entiendo de finanzas y administración. El teléfono de Joaquín sonó en ese momento. Cuando vio el número en la pantalla, su expresión se endureció. Banco agrario murmuró y contestó. Aló.
La conversación fue breve, pero Lucía pudo escuchar el tono amenazante desde el otro lado de la línea. Cuando Joaquín colgó, se veía pálido. “Problemas”, preguntó Esteban preocupado. “Tres meses de atraso en la hipoteca. Dicen que si no pago esta semana van a ejecutar la garantía.” Se hizo un silencio pesado.
Esteban maldijo en voz baja y Joaquín se quitó el sombrero pasándose la mano por el cabello con gesto de desesperación. Patrón”, dijo Esteban finalmente, “Usted sabe que yo he estado aquí desde que su papá vivía. Esta hacienda es mi vida también. Si hay algo que pueda hacer, no, Esteban. El problema no es la falta de trabajo duro.
El problema es que estamos vendiendo barato y comprando caro, y eso no lo arreglamos trabajando más horas.” Lucía sintió que era el momento de hablar o callarse para siempre. Déjeme ayudarlo”, dijo sorprendiéndose a sí misma por la firmeza de su voz. Una semana nada más. Déjeme revisar sus números, sus contratos, sus costos.
Si no encuentro algo que mejore su situación, me voy sin cobrar un peso. Joaquín la miró fijamente durante varios segundos que se sintieron eternos. Una semana. Una semana. ¿Y dónde va a dormir? El pueblo está a 20 km y no hay hotel. en cualquier parte, un rincón, una bodega, una en la casa principal hay un cuarto que usaba mi hermana cuando venía de visita”, dijo Joaquín lentamente, como si estuviera tomando la decisión mientras hablaba.
Pero le advierto una cosa, aquí nos levantamos cuando cantan los gallos y nos acostamos cuando se oculta el sol. Nada de horarios de oficina. ¿Entendido? ¿Qué otra cosa? Añadió Esteban claramente molesto por la decisión. Aquí todo el mundo trabaja. Si va a estar comiendo de nuestro plato, va a tener que contribuir con algo más que números en papel.
Lucía asintió, aunque por dentro se preguntaba en qué se había metido. Había venido buscando trabajo, pero tenía la sensación de que había encontrado algo mucho más complicado que eso. “Trato hecho”, preguntó extendiendo la mano. Joaquín dudó un momento antes de estrecharla. Su mano era áspera, callosa, completamente diferente a las manos suaves de los ejecutivos con los que estaba acostumbrada a tratar. Trato hecho, pero si en una semana no veo resultados concretos, se va. De acuerdo.
De acuerdo. Mientras caminaban hacia la casa principal, Lucía miró el paisaje que se extendía hasta el horizonte. pastizales verdes salpicados de ganado, el cielo más grande que había visto en su vida y un silencio que era completamente diferente al ruido, constante de Bogotá. Por primera vez en meses sintió algo parecido a la esperanza.
No sabía que esa sensación le duraría exactamente hasta la mañana siguiente cuando descubriera lo que realmente significaba la vida en el campo. Capítulo 2. Raíces en tierra ajena. El gallo cantó por tercera vez cuando Lucía finalmente logró abrir los ojos. La luz que se filtraba por la ventana le indicaba que ya había amanecido completamente y los sonidos que venían del patio le confirmaron que la jornada llevaba horas de haber comenzado.
Se incorporó de un salto, recordando las palabras de Joaquín sobre levantarse cuando cantaran los gallos. Según su reloj, eran las 6:30 de la mañana. En Bogotá esa habría sido una hora decente para despertar, pero aquí claramente llegaba tarde. Se vistió rápidamente con la ropa más práctica que había traído, unos jeans y una camisa de algodón, y salió del cuarto que Joaquín le había asignado.
La casa principal de la hacienda era una construcción tradicional de una sola planta con corredores amplios, columnas de madera y tejas de barro. Todo respiraba historia y tradición familiar. En la cocina encontró a doña Carmen, la señora que se encargaba de preparar los alimentos para los trabajadores.
Era una mujer de unos 60 años con el cabello recogido en un moño y delantal floreado. Buenos días, saludó Lucía tímidamente. Buenos días, mi hijita. Usted debe ser la señorita de Bogotá que va a ayudar al patrón con los números, respondió doña Carmen sin dejar de revolver una olla. Ya desayunaron todos, pero le guardé arepa, huevos y café. Muchas gracias.
¿Sabe dónde está el señor Joaquín? En el ordeño, pero ya debe estar terminando. Siéntese, coma, tranquila. Lucía se sentó a la mesa de madera mientras doña Carmen le servía el desayuno. La arepa estaba recién hecha. Los huevos tenían un sabor completamente diferente a los que compraba en el supermercado, y el café era tan fuerte que sintió que le despejaba hasta el último rastro de sueño.
“¿Hace mucho que trabaja aquí?”, preguntó tratando de entablar conversación. “35 años, mi hijita. Llegué cuando el papá de Joaquín estaba vivo. He visto crecer a ese muchacho desde que tenía 5 años.” Doña Carmen se secó las manos en el delantal y se sentó frente a ella. Es buen patrón, pero está pasando por momentos difíciles.
Su papá se murió hace dos años en un accidente y desde entonces todo se le ha complicado. ¿Qué tipo de accidente? Se volteó el tractor en una pendiente. Don Fernando era terco. Siempre quería hacer el trabajo él mismo en lugar de pedirle a los muchachos. Joaquín heredó esa misma terquedad, suspiró y también heredó las deudas y los problemas. Lucía terminó de desayunar y se dirigió hacia donde escuchaba voces.
Encontró a Joaquín y Esteban revisando unas cantinas de leche en la zona de Ordeño. Ambos la miraron cuando se acercó. Buenos días, saludó sintiéndose observada. Buenos días, respondió Joaquín sec. Ya terminamos el ordeño. Son las 7:30. El mensaje era claro. Había llegado tarde. Lucía se sintió como una niña regañada, pero decidió no defenderse.
Tenía cosas más importantes que demostrar. ¿Dónde puedo revisar los registros contables, los libros, facturas, contratos? En la oficina, al lado de la casa. Pero le advierto que no están muy organizados. Mi papá llevaba todo en la cabeza y yo, bueno, no soy muy bueno con los papeles.
La oficina resultó ser un cuarto pequeño con un escritorio de madera, un archivador metálico y pilas de facturas, recibos y documentos esparcidos por todas partes. Lucía se sentó en la silla y comenzó a revisar todo tratando de entender la situación financiera de la hacienda. Lo que encontró la dejó asombrada, pero no de buena manera.
Había facturas duplicadas que se habían pagado dos veces, contratos con proveedores que cobraban precios muy por encima del mercado, impuestos que se estaban calculando incorrectamente, generando multas y recargos innecesarios. El desorden era tal que era imposible saber realmente cuánto ganaba o perdía la hacienda cada mes.
Pasó toda la mañana organizando documentos y haciendo cálculos. Cuando doña Carmen la llamó para almorzar, tenía una hoja llena de números que le daban una idea clara del problema. En el comedor encontró a Joaquín Esteban y otros tres trabajadores que no conocía. Las conversaciones se detuvieron cuando ella entró. “Permiso”, dijo sirviéndose en el plato que doña Carmen había dejado para ella. “¿Y qué tal, doctora?”, preguntó Esteban con tono sarcástico.
“¿Ya encontró la fórmula mágica para salvarnos?” Todavía estoy revisando, pero sí he encontrado algunas cosas interesantes”, respondió Lucía decidiendo ignorar el tono burlón. “¿Cómo qué?”, preguntó Joaquín genuinamente curioso. Lucía dudó un momento. No quería sonar pretenciosa, pero tampoco podía quedarse callada.
Por ejemplo, ustedes están pagando el concentrado para el ganado a un proveedor que les cobra un 30% más caro que el precio promedio del mercado. Y hay facturas de combustible que están duplicadas. Parece que las han pagado dos veces. Se hizo silencio en la mesa. Los trabajadores intercambiaron miradas y Joaquín frunció el seño.
¿Estás segura de eso? completamente. Tengo las facturas y ya verifiqué los precios con otros proveedores por teléfono. ¿Cuánto dinero estamos hablando? Preguntó Joaquín. Solo en los últimos 6 meses, entre pagos duplicados y sobre costos de proveedores han perdido cerca de 8 millones de pesos.
Esteban soltó un silvido de sorpresa y los otros trabajadores comenzaron a murmurar entre ellos. 8 millones, repitió Joaquín. Con esa plata habríamos podido pagar dos meses de la hipoteca y eso es solo lo que he revisado esta mañana. Todavía me falta revisar los contratos de venta de leche, los gastos operativos y los temas tributarios. Después del almuerzo, Lucía volvió a la oficina con renovado entusiasmo.
Se había encontrado tanto dinero perdido en una mañana, ¿qué más podría descubrir? Efectivamente encontró más problemas. Estaban declarando impuestos como grandes contribuyentes cuando deberían estar en régimen simplificado, lo que les costaba una fortuna en pagos innecesarios. No estaban aprovechando deducciones por inversión en mejoramiento de pasturas.
Y lo peor de todo, el contrato con la empresa lechera era completamente desfavorable, con cláusulas que permitían al comprador cambiar precios unilateralmente. Cuando terminó de revisar todo, eran casi las 7 de la noche. Salió de la oficina con tres hojas llenas de números y recomendaciones, sintiendo una satisfacción que no experimentaba desde hacía meses.
encontró a Joaquín en el corredor de la casa tomando una cerveza y mirando el atardecer sobre la sabana. ¿Puedo sentarme?, preguntó. “Claro”, respondió él, señalando una silla de madera. ¿Quiere una cerveza? Sí, gracias. Joaquín fue a la cocina y regresó con una cerveza fría. Se sentaron en silencio durante unos minutos, viendo como el cielo se teñía de naranja y rojo.
“Es hermoso”, comentó Lucía. Sí, lo es. Mi papá decía que este era el mejor momento del día. Cuando el trabajo está hecho y puedes sentarte a ver lo que has construido, siempre quiso dedicarse a la ganadería. Joaquín sonó por primera vez desde que lo conocía. Para nada. Cuando era joven quería estudiar ingeniería industrial, irme a Bogotá, trabajar en una multinacional.
Pero cuando mi papá se enfermó, tuve que regresar a hacerme cargo de esto y después, bueno, después se murió y ya no pude irme. ¿Se arrepiente? A veces, especialmente en días como hoy, cuando el banco llama amenazando y los precios siguen bajando. Pero esta tierra ha sido de mi familia por cuatro generaciones. Mi bisabuelo la compró cuando no era más que monte.
Mi abuelo la trabajó toda su vida. Mi papá la mejoró. No puedo ser yo el que la pierda. Lucía sintió el peso de la responsabilidad que cargaba Joaquín. Era diferente a la presión que ella había sentido en su trabajo anterior. Esto era más personal, más profundo. “Creo que puedo ayudarlo”, dijo entregándole las hojas con sus cálculos. He encontrado varias formas de reducir costos y mejorar ingresos.
Joaquín leyó los papeles en silencio, con el seño fruncido por la concentración. Cuando terminó, la miró con sorpresa. Esto es en serio realmente puedo ahorrar todo ese dinero. Sí, pero necesito que confíe en mí. Algunos cambios van a ser fáciles, como cambiar de proveedores y corregir los errores contables. Otros van a requerir negociaciones más complicadas.
¿Como qué? Como conseguir un mejor precio por la leche. Tengo algunas ideas, pero necesito hacer más investigación. Joaquín dobló los papeles y se los guardó en el bolsillo de la camisa. Una semana me dijo, ¿verdad? Sí, está bien, pero quiero ver resultados reales, no solo números en papel. Los va a ver, prometió Lucía y por primera vez en mucho tiempo se sintió segura de poder cumplir una promesa.
No sabía que al día siguiente tendría la oportunidad de demostrar exactamente qué tan en serio hablaba. Capítulo 3. Entre sabanas y números. Dos meses habían pasado desde que Lucía llegó a la hacienda el amanecer y ya no era la misma mujer que había bajado del bus en Puerto López con zapatos de tacón y una maleta de cuero.
Sus manos, antes suaves y cuidadas, ahora tenían pequeñas cicatrices y callos. Su piel había tomado un tono dorado por el sol llanero y había aprendido a levantarse antes del primer canto del gallo. Dctora Lucía. El proveedor nuevo de concentrado ya llegó, le gritó Carlos, uno de los trabajadores más jóvenes desde el patio. Lucía sonrió al escuchar que la llamaran doctora.
Al principio había protestado explicando que no era médica, pero doña Carmen le había aclarado que en el campo así le decían a cualquier persona con estudios universitarios. salió de la oficina que ahora tenía un sistema de archivo que ella misma había organizado, y se dirigió al encuentro del camión.
Durante estas semanas había logrado cambiar casi todos los proveedores, obteniendo ahorros significativos en concentrados, medicamentos veterinarios y combustible. Pero el logro más importante había llegado la semana anterior. Había conseguido un nuevo comprador para la leche.
Todo empezó cuando decidió investigar qué pasaba con la leche después de que se la llevaba a la empresa procesadora. Descubrió que la vendían a una cadena de hoteles en Villavicencio por el triple de lo que le pagaban a Joaquín, así que fue directamente a negociar con los hoteles. Buenos días, había dicho al gerente de compras del hotel más grande de la ciudad. Soy administradora de la hacienda El amanecer. Entiendo que ustedes compran productos lácteos para sus restaurantes.
Sí, pero trabajamos con un distribuidor autorizado. No compramos directamente a fincas. Lo entiendo, pero ¿qué pasaría si les ofreciéramos la misma calidad, certificaciones sanitarias completas y un precio 20% menor al que pagan actualmente? Esa conversación había resultado en un contrato que aumentó el precio por litro de leche en un 40%.
¿Cómo lo hizo?, le había preguntado Joaquín esa noche, incrédulo, mientras revisaba el contrato. Eliminé al intermediario. Ustedes producen leche de excelente calidad, pero estaban vendiendo barato porque no conocían el valor real de su producto en el mercado final.
Esa había sido la primera vez que Joaquín la miró, no como a una intrusa de ciudad. sino como a una socia. Ahora, mientras supervisaba la descarga del concentrado y verificaba que las cantidades coincidieran con la factura, Lucía sintió una satisfacción que nunca había experimentado en su trabajo anterior en Bogotá. Aquí cada peso ahorrado, cada mejora implementada tenía un impacto directo y visible.
“Doctora, el patrón la está buscando”, dijo Esteban, acercándose con una sonrisa que había sido impensable dos meses atrás. El capataz había sido el más difícil de convencer. Al principio la veía como una amenaza, una intrusa que venía a cambiar todo lo que él había aprendido en 20 años. Pero cuando los primeros resultados comenzaron a verse, trabajadores que recibieron un bono por primera vez en años, reparaciones que se pudieron hacer gracias a los ahorros, su actitud cambió completamente.
“¿Sabe dónde está?”, preguntó Lucía. En el potrero de atrás, revisando las vacas que van a parir esta semana, Lucía caminó por el sendero que llevaba a los potreros más alejados, disfrutando de la brisa fresca de la tarde. Ya había aprendido a distinguir entre las diferentes razas de ganado.
Sabía qué pastos eran mejores para cada época del año y podía calcular aproximadamente cuántas cabezas de ganado podía sostener cada potrero sin sobrecargar la tierra. Encontró a Joaquín junto a la cerca, observando un grupo de vacas próximas a parir. Estaba apoyado en un poste de madera con el sombrero ladeado y una expresión pensativa que ella había aprendido a reconocer. ¿Todo bien? preguntó acercándose. Sí, solo pensando.
Estas cinco vacas van a parir en los próximos días con el nuevo precio de la leche. Cada ternero representa una inversión mucho más rentable que antes. Lucía se apoyó en la cerca junto a él, contemplando el ganado. En estos dos meses había desarrollado una rutina con Joaquín.
Él le enseñaba sobre ganadería y manejo de tierra. Ella le explicaba sobre finanzas y administración. Habían pasado muchas tardes así, caminando por la propiedad mientras conversaban sobre mejoras, planes y sueños. “Jaquín, tengo que contarle algo”, dijo con un tono más serio. “¿Qué pasó? Ayer recibí una llamada de Bogotá.
Una empresa de consultoría me ofreció trabajo, buen salario, oficina en el centro, todos los beneficios.” Joaquín se tensó inmediatamente, aunque trató de disimularlo. ¿Y qué les dijo? que necesitaba pensarlo, pero la verdad es que no sé si quiero regresar a esa vida. ¿Por qué? Lucía tardó un momento en responder buscando las palabras correctas. En Bogotá trabajaba con números abstractos, optimizaba procesos para empresas que nunca entendía realmente.
Ayudaba a reducir costos que significaban despedir gente que nunca conocí. Aquí, aquí veo el resultado de mi trabajo todos los días veo como doña Carmen puede comprar medicamentos para su nieto porque recibió un bono. Veo como Carlos está ahorrando para casarse porque ahora gana mejor. Veo como usted puede dormir tranquilo porque el banco ya no llama amenazando.
Joaquín la escuchaba en silencio, con una expresión que ella no lograba descifrar. Además, continuó, siento que apenas estoy empezando a entender este mundo. Hay tanto que puedo aprender, tantas cosas que podemos mejorar. ¿Qué está diciendo exactamente?, preguntó Joaquín con una mezcla de esperanza y cautela en la voz.
Estoy diciendo que me gustaría quedarme, no como empleada temporal, sino como, bueno, como socia. Tengo algunas ideas más grandes, proyectos que podrían beneficiar no solo a esta hacienda, sino a toda la región. ¿Qué tipo de proyectos? Lucía se irguió sintiéndose más segura ahora que había puesto sus cartas sobre la mesa. He estado investigando sobre cooperativas ganaderas.
Si logramos asociar a varios productores pequeños de la zona, podríamos negociar mejores precios tanto para insumos como para ventas. Podríamos compartir costos de transporte, certificaciones sanitarias, incluso veterinario. Eso suena muy complicado, interrumpió Joaquín. Los ganaderos de por aquí son muy independientes, no les gusta mucho eso de asociarse.
Por eso necesito tiempo y necesito a alguien que los conozca, que hable su idioma, que tenga su respeto. Joaquín la miró fijamente durante varios segundos. En estos dos meses, Lucía había demostrado con creces que sus ideas funcionaban. La hacienda no solo estaba al día con los pagos del banco, sino que había generado un pequeño fondo de emergencia por primera vez en años. ¿Y usted estaría dispuesta a invertir en esa sociedad? Preguntó.
Porque una cosa es trabajar por un sueldo y otra muy diferente es apostar su propio dinero. Tengo algunos ahorros de mi liquidación en Bogotá. No es mucho, pero sí lo suficiente para empezar algo pequeño. El silencio se extendió entre ellos mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas distantes.
Era un silencio cómodo, el tipo de silencio que se da entre personas que han aprendido a entenderse. ¿Hay algo más? Dijo Lucía finalmente. ¿Qué? En estos dos meses he aprendido algo que nunca supe en la ciudad. He aprendido que se siente trabajar en algo que realmente importa. en algo que tiene propósito más allá de generar utilidades para accionistas que no conozco. Joaquín sonríó.
La primera sonrisa genuina que ella le había visto. ¿Sabe qué? Mi papá siempre decía que esta tierra era buena para juzgar el carácter de las personas, que los débiles se iban rápido, pero los fuertes echaban raíces. ¿Y qué opina él de mí?, preguntó Lucía, señalando hacia el cielo. Creo que opinaría que usted ya echó raíces.
Esa noche, durante la cena, Joaquín hizo un anuncio que sorprendió a todos. Quiero que sepan que Lucía va a quedarse con nosotros de forma permanente. Vamos a formalizar una sociedad para manejar la hacienda y, si todo sale bien, para crear proyectos más grandes en la región. Esteban levantó su vaso de jugo.
Pues brindemos entonces, porque esta doctora nos ha traído buena suerte. No es suerte, dijo doña Carmen, es trabajo duro y cabeza fría. Eso es lo que hace falta en el campo. Mientras todos brindaban, Lucía sintió algo que no había experimentado desde que era niña, la sensación de estar exactamente donde debía estar. No sabía que esa sensación iba a ser puesta a prueba muy pronto cuando el pasado que había dejado en Bogotá llegara a buscarla hasta los llanos orientales. Capítulo 4. Secretos en el viento.
La camioneta Toyota Prado levantó una nube de polvo cuando se detuvo frente a la casa principal de la hacienda. Era un vehículo que claramente no pertenecía al campo. Demasiado nuevo, demasiado brillante, con placas de Bogotá. Lucía lo vio llegar desde la oficina y sintió un presentimiento extraño en el estómago.
Del vehículo bajó un hombre joven de unos 30 años, vestido con jeans de marca, camisa de lino y zapatos que definitivamente no estaban hechos para pisar barro. Llevaba una maleta de cuero y una sonrisa que Lucía reconoció inmediatamente. Era la sonrisa de alguien que viene con planes que cambiarán todo. Joaquín Delgado, preguntó el hombre dirigiéndose hacia donde Joaquín estaba descargando bultos de sal mineralizada. Sí, soy yo.
¿En qué le puedo ayudar? Soy Rodrigo Delgado, su hermano. El silencio que siguió fue tan denso que hasta los pájaros parecieron callarse. Joaquín soltó el bulto que tenía en las manos. y miró fijamente al hombre que tenía enfrente. Rodrigo dijo finalmente, “¿Qué haces aquí? Vine a hablar contigo sobre el futuro de esta hacienda.
” Lucía observaba la escena desde la distancia, pero podía sentir la tensión entre los dos hermanos. En estos tres meses que llevaba en la hacienda, Joaquín nunca había mencionado tener un hermano. “Esteban, siga con la descarga”, dijo Joaquín. “Rodrigo, vamos a la casa.” Los hermanos caminaron hacia el corredor, seguidos discretamente por Lucía, quien no podía evitar sentir curiosidad y al mismo tiempo una extraña sensación de alarma. ¿Quiere algo de tomar?, preguntó Joaquín cuando se sentaron. Agua está bien.
No vengo de visita social, Joaquín. Vengo porque estoy preocupado por esta propiedad. ¿Precupado por qué? Rodrigo abrió su maleta y sacó una carpeta llena de documentos. Trabajo para una consultora. agropecuaria en Medellín. Nos especializamos en reestructuración de empresas rurales y optimización de recursos.
Cuando me enteré de que habías estado teniendo problemas financieros, decidí hacer un análisis de la situación. ¿Cómo te enteraste de mis problemas financieros? El sector ganadero es pequeño, hermano, todo se sabe. El punto es que tengo una propuesta que puede salvar esta hacienda.
Lucía sintió que debía retirarse, pero algo en el tono de Rodrigo la mantuvo pegada a la ventana escuchando. ¿Qué tipo de propuesta? Preguntó Joaquín con recelo. Asociación con ganadería integral SA, una de las empresas agropecuarias más grandes del país. Ellos aportan capital para modernizar completamente la operación. Tecnificación del ordeño, mejoramiento genético, sistemas de pastoreo rotacional, procesamiento de lácteos.
A cambio se quedan con el 60% de las utilidades durante 10 años. Y yo, ¿qué gano? Ganas estabilidad financiera, acceso a tecnología de punta, asistencia técnica permanente y la garantía de que esta tierra seguirá siendo productiva. Además, ellos se encargan de toda la parte administrativa y comercial.
Joaquín tardó varios segundos en responder. ¿Y qué pasa con los trabajadores? Esa es una de las ventajas del modelo. Con la tecnificación se necesita menos mano de obra, así que los costos operativos bajan significativamente. Menos mano de obra. Rodrigo, aquí trabajan familias que han estado conmigo desde que papá vivía.
Joaquín, tienes que entender que el sentimentalismo no puede estar por encima de la eficiencia. Si quieres que esta hacienda sobreviva en el mercado actual, necesitas modernizarte. La discusión se estaba acalorando y Lucía decidió que era momento de aparecerse. Carraspeó al entrar al corredor. Perdón por interrumpir.
Soy Lucía Ramírez, administradora de la Hacienda. Rodrigo la miró de arriba a abajo con una expresión que mezclaba sorpresa y algo parecido al reconocimiento. Lucía Ramírez de Gestión Integral S. Lucía sintió como si le hubieran echado agua helada encima. Nos conocemos indirectamente.
Trabajé en algunos proyectos donde su empresa prestaba servicios de consultoría. De hecho, creo que usted participó en la auditoría financiera para la adquisición de varias fincas en esta misma región hace como 8 meses. El mundo pareció detenerse. Joaquín miró a Lucía con una expresión que ella no supo interpretar, pero que claramente no era buena.
¿De qué está hablando? preguntó Joaquín lentamente. Gestión Integral SAS era la consultora que asesoraba a las grandes empresas agropecuarias en procesos de compra de tierras rurales”, explicó Rodrigo claramente disfrutando el momento. Analizaban la viabilidad financiera de las fincas, identificaban cuáles estaban en problemas económicos y recomendaban estrategias de adquisición.
Lucía sintió que se le secaba la boca. Joaquín, yo puedo explicar. explicar qué viniste aquí como espía, que todo este tiempo has estado evaluando mi hacienda para vendérsela a tus amigos de Bogotá. No, no es así. Yo renuncié a esa empresa precisamente porque no estaba de acuerdo con esas prácticas.
¿Cuándo renunció exactamente?, preguntó Rodrigo con tono de interrogatorio en en febrero. Interesante, porque el proyecto de adquisición de tierras en los Llanos orientales se desarrolló entre enero y marzo de este año. Usted renunció justo cuando terminó el proyecto. Joaquín se levantó de la silla bruscamente. ¿Es cierto eso, Lucía? ¿Trabajaste en un proyecto para comprar fincas como la mía? Lucía se dio cuenta de que cualquier cosa que dijera sonaría como excusa o mentira.
La verdad era complicada, matizada, y en este momento nadie tenía paciencia para matices. Sí, es cierto, pero mi trabajo era puramente técnico. Yo hacía análisis contables, no tomaba decisiones sobre qué fincas comprar o no. Pero, ¿sabías para qué se usaban tus análisis?, insistió Rodrigo. Al principio no. Cuando me di cuenta de las implicaciones, traté de que me cambiaran de proyecto.
Cuando no fue posible, renuncié. ¿Y casualmente terminaste aquí en una de las fincas que estaba en la lista de objetivos?, preguntó Joaquín con una voz que Lucía nunca le había escuchado. Yo no sabía que esta finca estaba en ninguna lista. Llegué aquí por casualidad buscando trabajo. Vamos, Lucía, dijo Rodrigo. ¿No te parece demasiada coincidencia? Esteban apareció en la puerta del corredor, claramente atraído por las voces alzadas. Cuando vio las expresiones de todos, entendió inmediatamente que algo grave estaba
pasando. ¿Qué pasa aquí?, preguntó. Parece que nuestra administradora no nos ha contado toda la verdad sobre su pasado dijo Joaquín amargamente. Lucía sintió que todas las miradas se clavaban en ella como cuchillos. En tres meses había construido algo hermoso en este lugar. relaciones de confianza, un trabajo que le daba sentido, una nueva vida que por fin la hacía sentir completa y ahora todo se desmoronaba por un pasado que había tratado de dejar atrás. Joaquín, por favor, déjeme explicarle. Explicar qué? que mientras
yo confiaba en usted, mientras le abría las puertas de mi casa y le mostraba todos los problemas de la hacienda, usted estaba reportando a sus antiguos jefes? No, jamás reporté nada a nadie. Ni siquiera he hablado con mi antigua empresa desde que llegué aquí. Pero ellos saben que está aquí, intervino Rodrigo. De hecho, esperan su reporte.
¿Qué? ¿De qué está hablando? Rodrigo sonrió con malicia. Hice algunas llamadas antes de venir. Su antiguo jefe, el señor Herrera, está muy interesado en saber qué ha descubierto sobre las finanzas de esta hacienda. Aparentemente la consideran una infiltración a largo plazo muy exitosa. Lucía sintió que el mundo se le venía encima.
No solo Joaquín y Esteban la miraban con desconfianza y dolor, sino que ahora entendía que su antigua empresa había malinterpretado completamente su situación. Joaquín, usted me conoce. Usted sabe que todo lo que he hecho aquí ha sido de buena fe. Los ahorros que conseguimos, los nuevos contratos, la mejora en los procesos, todo eso fue actuación. No lo sé, Lucía, ahora mismo no sé qué creer.
El silencio que siguió fue devastador. Lucía vio como tres meses de trabajo, confianza y algo más que no se atrevía a nombrar. se desvanecían en cuestión de minutos. “Creo que es mejor que se vaya”, dijo Joaquín finalmente, sin mirarla a los ojos. “¿Se va?”, preguntó Esteban sorprendido.
Patrón, tal vez deberíamos escuchar, ¿no? Esteban, ya escuché suficiente. Lucía asintió lentamente, sintiendo que algo se rompía en su pecho. Está bien, pero antes de irme quiero que sepa algo. Todo lo que siento por este lugar, por esta gente, por usted, es real. Los sentimientos no se pueden fingir durante tres meses.
Sin esperar respuesta, se dirigió hacia el cuarto que había sido su hogar durante estos meses. Mientras empacaba sus pocas pertenencias, escuchó que la discusión entre los hermanos continuaba en el corredor. Esto confirma lo que te dije, Joaquín. Necesitas socios serios, profesionales de verdad, no infiltrados de empresas de Bogotá.
No quiero hablar de eso ahora, Rodrigo, pero tenemos que hablar. Esta hacienda necesita una decisión y la necesita pronto. Cuando Lucía salió del cuarto con su maleta, los hermanos seguían discutiendo. Nadie la vio subir al bus que pasaba por la carretera principal rumbo a Villavicencio. Desde la ventana del bus vio alejarse la hacienda el amanecer y sintió que dejaba atrás la única época de su vida en que había sido verdaderamente feliz.
Lo que no sabía era que Esteban había encontrado algo en la oficina que cambiaría todo, una carta que ella había escrito, pero nunca enviado, explicando detalladamente las razones de su renuncia a gestión integral y su desacuerdo con las prácticas de desplazamiento rural. Una carta que Joaquín leería esa misma noche cuando ya fuera demasiado tarde para detener el bus. Capítulo 5.
El costo del orgullo. Tres semanas habían pasado desde que Lucía se fue de la hacienda y Joaquín no había logrado dormir una sola noche completa. La carta que Esteban encontró en la oficina seguía sobre su mesa de noche, arrugada de tanto leerla. En ella, Lucía había escrito con su propia letra una renuncia que nunca envió a Gestión Integral Sace, fechada dos semanas antes de llegar a la hacienda.
No puedo seguir siendo parte de un proceso que desplaza familias campesinas de sus tierras ancestrales. Entiendo las dinámicas del mercado, pero no puedo cerrar los ojos ante el impacto humano de nuestras recomendaciones. Mi función como contadora debería ser crear valor, no destruir vidas. Chatron otra vez no durmió, le dijo doña Carmen esa mañana sirviéndole el café. Va a enfermarse si sigue así.
Estoy bien, Carmen. No está bien. Y nosotros tampoco estamos bien. Desde que se fue la doctora Lucía, usted anda como alma en pena y todo está volviendo a ser como antes. Era cierto. Sin Lucía, los sistemas organizativos habían comenzado a colapsar. Las facturas se acumulaban sin revisar.
Los nuevos proveedores llamaban sin recibir respuesta y el contrato con los hoteles de Villavicencio estaba en riesgo porque nadie sabía cómo manejar la logística de entregas. Rodrigo había extendido su estadía, presionando cada día para que Joaquín aceptara la propuesta de ganadería integral SA. Hermano, tienes que ser realista”, le había dicho la noche anterior.
“Sin una administradora competente vas a volver a los mismos problemas de antes. La oferta de la empresa sigue en pie, pero no va a estar ahí para siempre.” “Déjame pensar”, había respondido Joaquín, aunque ya no sabía qué pensar. Esa mañana, mientras revisaba las vacas que habían parido durante la semana, Esteban se le acercó con cara de preocupación. Patrón, tenemos un problema grande.
¿Qué pasó? Las cinco vacas que parieron la semana pasada están mostrando síntomas extraños. No quieren comer, tienen fiebre y los terneros se ven débiles. Joaquín sintió que se le helaba la sangre. Una epidemia en el ganado era lo último que necesitaba en este momento. Llamó al veterinario. Sí, pero dice que no puede venir hasta el jueves porque está atendiendo un brote de fiebre aftosa en Accacías. Fiebre aftosa, preguntó Joaquín alarmado. Eso parece.
Y si es así, patrón, podemos perder todo el ato. La fiebre aftosa era una pesadilla para cualquier ganadero. No solo mataba el ganado, sino que las autoridades sanitarias podían ordenar el sacrificio de todos los animales de la finca para evitar que se extendiera. ¿Qué hacemos?, preguntó Esteban.
Joaquín se quitó el sombrero y se pasó la mano por el cabello, sintiendo el peso de una responsabilidad que ya no sabía cómo manejar. Sin Lucía, se había dado cuenta de cuánto dependía no solo de su conocimiento administrativo, sino de su capacidad para resolver problemas y tomar decisiones bajo presión. No sé, Esteban, honestamente, no sé.
En Bogotá, Lucía vivía en un pequeño apartamento en el barrio La Macarena, trabajando como freelance para pequeñas empresas que necesitaban organizar sus finanzas. Era un trabajo que le pagaba las cuentas, pero que no le daba ni la décima parte de la satisfacción que había sentido en la hacienda.
Esa mañana estaba revisando los libros contables de una tienda de barrio cuando sonó su teléfono. Era un número que no reconocía, pero que tenía el código de área de Vill Vicencio. Aló, doctora Lucía. Habla Carlos de la hacienda El amanecer. Lucía sintió que se le aceleraba el corazón. Carlos, ¿qué pasa? ¿Está todo bien? No, doctora, tenemos un problema muy grave.
Las vacas se están enfermando y parece que es fiebre aftosa. El patrón está muy preocupado porque el veterinario no puede venir hasta el jueves y Esteban dice que para entonces puede ser demasiado tarde. ¿Y por qué me llamas a mí, Carlos? Yo ya no trabajo ahí. Porque don Esteban me pidió que la llamara. Dice que usted siempre sabía qué hacer cuando teníamos problemas.
Lucía cerró los ojos sintiendo una mezcla de dolor y nostalgia. Carlos, yo no soy veterinaria. No puedo ayudar con problemas de ganado, pero usted tiene contactos, ¿no? A lo mejor conoce algún veterinario que pueda venir antes. Lucía se quedó en silencio durante varios segundos. La verdad era que sí conocía a alguien, el doctor Martínez, un veterinario especialista en enfermedades bobinas que había conocido durante un proyecto en su trabajo anterior.
Era caro, pero era el mejor en su campo. Déjame ver qué puedo hacer, dijo finalmente. Pero Carlos, esto tiene que quedar entre nosotros. ¿De acuerdo? Sí, doctora. Muchas gracias. Lucía colgó e inmediatamente marcó el número del Dr. Martínez. Doctor, soy Lucía Ramírez. Trabajamos juntos en el proyecto de gestión integral hace un año. Claro, Lucía. ¿Cómo estás? Bien, doctor.
Lo llamo porque tengo una emergencia. Hay una hacienda en meta con un posible brote de fiebre aftosa y necesitan atención inmediata. Meta. Eso está lejos y tengo agenda llena hasta el viernes. Doctor, es realmente urgente. Pueden perder todo el ato si no actúan rápido.
Lucía, un viaje a meta me cuesta dos días de trabajo y los gastos de desplazamiento. ¿Quién va a pagar eso? Lucía miró hacia el pequeño sobre donde guardaba los ahorros que le quedaban de su liquidación. Yo me hago cargo de todos los gastos. ¿Estás segura? Son como 2 millones de pesos entre honorarios, medicamentos y viajes.
Era prácticamente todo lo que tenía, pero no lo dudó ni un segundo. Estoy segura. Puede ir hoy. Déjame reorganizar mi agenda. Sí, puedo estar allá esta tarde. Perfecto. Le voy a enviar la dirección. Pero, doctor, hay una condición. No puede mencionar que yo organicé esto. ¿Por qué? Es complicado. Solo diga que otro colega veterinario le dio el contacto.
Esa tarde Joaquín estaba con Rodrigo en el corredor discutiendo por enésima vez sobre la propuesta de ganadería integral cuando llegó una camioneta que no reconocieron. ¿Esperaba alguien?, preguntó Rodrigo. No. Del vehículo bajó un hombre mayor vestido con overol y botas de caucho cargando un maletín de medicamentos veterinarios. Señor Delgado, soy el doctor Martínez, veterinario especialista en enfermedades bobinas. Me dijeron que tenía una emergencia con su ganado. Joaquín se levantó inmediatamente.
Sí, doctor, pero yo no lo llamé. Nuestro veterinario habitual no puede venir hasta el jueves. Un colega me pasó su contacto y me dijo que era urgente. ¿Dónde están los animales afectados? Joaquín lo llevó hacia el potrero donde estaban las vacas enfermas. El doctor Martínez las examinó con detenimiento, tomó muestras de sangre y después de una hora les dio su diagnóstico. No es fiebre aftosa anunció.
Es una infección bacteriana causada por agua contaminada, probablemente de algún charco estancado donde bebieron. Es serio, pero es tratable. El alivio que sintió Joaquín fue tan grande que casi se marea. ¿Qué necesitamos hacer? Antibióticos para las vacas afectadas. Suero para los terneros y hay que revisar todas las fuentes de agua. Con el tratamiento adecuado, en una semana van a estar perfectas.
El doctor Martínez aplicó las inyecciones necesarias, les dejó medicamentos para los días siguientes y les explicó exactamente cómo continuar el tratamiento. “Doctor, ¿cuánto le debo?”, preguntó Joaquín cuando terminaron. “Ya está pagado.” “¿Cómo que ya está pagado? ¿Quién lo pagó?” La persona que me contrató me pidió que no dijera quién era, pero me aseguró que usted entendería. Joaquín sintió que algo se le movía en el pecho.
Solo había una persona que tenía razones para ayudarlo anónimamente y esa misma persona era a quien él había echado de su vida sin darle oportunidad de explicarse. Esa noche, después de que Rodrigo se fuera a dormir, Joaquín salió al corredor con la carta de Lucía en las manos.
la releyó por décima vez, pero ahora con ojos diferentes. No solo veía las palabras de arrepentimiento por su trabajo anterior, sino la fecha, dos semanas antes de llegar a la Hacienda, significaba que ella había tomado la decisión de alejarse de ese mundo antes de conocerlo. Significaba que su llegada realmente había sido casual, significaba que todo lo que había hecho en estos meses había sido genuino.
Y ahora, cuando él la había tratado como a una traidora, ella había usado sus propios ahorros para salvar su ganado. Esteban le dijo al capataz a la mañana siguiente, necesito que se encargue de todo por unos días. Tengo que ir a Bogotá a buscar a la doctora Lucía. Joaquín asintió. Debería haber leído esa carta antes de juzgarla. Debería haberla escuchado. Mejor tarde que nunca, patrón.
Pero si va a buscarla, lleve una propuesta seria. Esa mujer no va a regresar solo por palabras bonitas. Joaquín sabía que Esteban tenía razón y sabía exactamente qué propuesta llevarle. Capítulo 6. Nuevos surcos. Joaquín no había estado en Bogotá desde que era estudiante universitario y la ciudad lo abrumó inmediatamente. El ruido constante, el aire contaminado, las multitudes de gente que caminaba sin mirarse unos a otros. todo lo opuesto a la tranquilidad de los llanos.
Había conseguido la dirección de Lucía a través de Carlos, quien había mantenido contacto con ella después de la llamada sobre el veterinario. El apartamento estaba en un edificio viejo de tres pisos en la Macarena, un barrio que había visto días mejores.
Cuando tocó el timbre del apartamento 2B, escuchó pasos lentos acercándose a la puerta. Hubo una pausa larga antes de que Lucía abriera. Joaquín”, dijo claramente sorprendida, “¿Qué haces aquí?” Se veía diferente, más delgada con ojeras marcadas, vestida con ropa que había sido elegante, pero que ahora se veía desgastada. Era como si el brillo que había adquirido en el campo se hubiera apagado.
“Vine a hablar contigo. ¿Puedo pasar?” Lucía dudó un momento antes de hacerse a un lado. El apartamento era pequeño y básico, una sala comedor, una cocina integrada y se alcanzaba a ver una habitación al fondo. Sobre la mesa había varios computadores, portátiles abiertos y pilas de documentos. Claramente estaba trabajando desde casa.
¿Quieres café?, preguntó Lucía, evitando mirarlo directamente. Sí, gracias. Mientras ella preparaba el café, Joaquín observó el lugar. Era funcional, pero sin personalidad, como un lugar temporal donde alguien espera hasta poder irse a otra parte. ¿Cómo supiste dónde vivo?, preguntó Lucía entregándole una taza. Carlos me dio la dirección. Él fue quien te llamó cuando se enfermaron las vacas.
Lucía se tensó inmediatamente. No sé de qué hablas, Lucía. El Dr. Martínez me contó la verdad. Bueno, no me dijo tu nombre, pero no fue difícil deducirlo. Solo había una persona que tenía razones para ayudarme anónimamente y recursos para pagarle a un veterinario especialista. Lucía se sentó en el sofá resignada. Están bien las vacas. Perfectas.
Gracias a ti no perdimos ni una sola. Me alegra saberlo. Se hizo un silencio incómodo. Joaquín se dio cuenta de que había ensayado este momento durante todo el viaje en bus, pero ahora que estaba aquí no sabía cómo empezar. Lucía, encontramos tu carta. Mi carta, la renuncia que escribiste a gestión integral, pero que nunca enviaste. Esteban la encontró en la oficina después de que te fuiste.
Lucía cerró los ojos y suspiró profundamente. Ah, esa carta, ¿por qué nunca la enviaste? Porque era una cobarde. Respondió con amargura. Escribí esa carta cuando me di cuenta de las implicaciones reales de mi trabajo, pero no tuve el valor de enviarla. En lugar de enfrentar a mis jefes, simplemente renuncié sin dar explicaciones y me fui. Pero renunciaste, eso es lo importante.
Es importante porque cuando llegué a tu hacienda no tuve el valor de contarte sobre mi pasado y cuando tu hermano me confrontó no supe cómo explicar algo que yo misma no entendía completamente. Joaquín se inclinó hacia adelante. Lucía, vine aquí a pedirte perdón y a preguntarte si quieres regresar. regresar. Lucía lo miró con sorpresa.
Joaquín, después de lo que pasó, después de lo que pasó, me di cuenta de varias cosas. Primero, que fui un idiota por no escucharte cuando trataste de explicar. Segundo, que la hacienda no funciona igual sin ti. Y tercero, que te extraño. La última frase la dijo en voz baja, pero Lucía la escuchó claramente.
Joaquín, pero no vine solo a pedirte que regreses como administradora. Vine con una propuesta diferente. Joaquín sacó una carpeta de su mochila y la puso sobre la mesa. ¿Qué es esto? Una propuesta de sociedad 50 y 50. Tu nombre en los documentos de propiedad. Decisiones compartidas. Utilidades compartidas. Lucía abrió la carpeta con manos temblorosas.
Efectivamente, había documentos legales ya preparados para formalizar una sociedad equitativa. ¿Estás loco? Yo no tengo capital para aportar a una sociedad así. Sí tienes, tienes conocimiento, tienes contactos, tienes ideas y además tienes algo que vale más que el dinero. Tienes pasión por lo que haces. Joaquín, esto es muy generoso, pero no entiendes. Mi reputación en el sector está manchada.
Después de lo que pasó con tu hermano, quien seguramente ya le contó a todo el mundo, Rodrigo se fue al día siguiente de que tú te fueras y no va a contar nada porque le hice entender que si lo hacía él tampoco sería bienvenido en la hacienda. ¿Qué pasó con la propuesta de ganadería integral? La rechacé. No quiero socios que me digan cómo manejar mi tierra y que despidan a gente que ha trabajado conmigo toda la vida.
Lucía ojeó los documentos en silencio, leyendo las cláusulas que Joaquín había hecho redactar por un abogado. Aquí dice que la sociedad incluye planes para crear una cooperativa regional. Esa era tu idea original, ¿recuerdas? Asociar a varios productores pequeños para tener más poder de negociación. Es una idea muy ambiciosa y muy riesgosa.
Las mejores ideas siempre son riesgosas. Lucía cerró la carpeta y miró hacia la ventana. Joaquín, tengo que ser honesta contigo. Estos últimos meses en Bogotá me han hecho entender algo sobre mí misma. Yo no estoy hecha para la vida de oficina, para trabajar con números abstractos que no significan nada, pero tampoco estoy segura de estar hecha para la vida del campo.
¿Por qué? Porque es muy duro físicamente, emocionalmente, económicamente. En el campo no hay garantías de nada. una sequía, una enfermedad del ganado, un cambio en los precios y todo puede venirse abajo. Es cierto, pero también hay satisfacciones que no existen en ningún otro lugar. Lucía asintió lentamente. Lo sé.
Y esa es mi lucha interna. La parte racional de mi mente me dice que me quede aquí, que busque un trabajo estable en una empresa sólida, que tenga un sueldo fijo y prestaciones sociales. Pero, pero, pero la parte emocional me dice que los tres meses más felices de mi vida fueron en tu hacienda, que por primera vez sentí que mi trabajo tenía propósito real, que estaba construyendo algo importante.
Joaquín se levantó del sofá y se acercó a la ventana donde estaba Lucía. Entonces regresa, no como empleada, sino como socia. Construyamos algo juntos. Y si no funciona, y si fracasamos, pues fracasamos juntos. Pero al menos lo habremos intentado. Lucía se quedó en silencio durante varios minutos.
Joaquín pudo ver que estaba luchando una batalla interna entre la seguridad y la aventura, entre lo conocido y lo desconocido. “Hay algo más que necesito saber”, dijo finalmente. “¿Esto es solo una sociedad comercial o es algo más?” Joaquín tardó en responder, pero cuando lo hizo, la miró directamente a los ojos. Honestamente, no lo sé.
Lo que sí sé es que estos tres meses sin ti me han hecho entender que eres importante para mí, no solo como administradora, sino como persona. Pero entiendo que primero tenemos que reconstruir la confianza y eso toma tiempo. Sí, toma tiempo, acordó Lucía. Y tenemos que ser muy claros sobre las expectativas y los límites. Eso significa que aceptas.
Lucía sonrió por primera vez desde que él había llegado. Significa que voy a intentarlo, pero con condiciones. ¿Cuáles? Primera, todo tiene que estar por escrito. Contratos claros, responsabilidades definidas, mecanismos de resolución de conflictos no más malentendidos. ¿De acuerdo? Segunda, si vamos a formar una cooperativa, tiene que ser algo serio, sostenible, no un experimento.
Necesitamos un plan de negocio sólido, financiación adecuada y un compromiso a largo plazo. Perfecto. Y tercera, necesito tiempo para organizar mis cosas aquí. Tengo compromisos con algunos clientes que no puedo dejar tirados. ¿Cuánto tiempo? Dos semanas. Joaquín extendió la mano. Trato hecho.
Lucía la estrechó firmemente. Trato hecho. Pero esta vez vamos a hacerlo bien desde el principio. Cuando Joaquín se fue esa tarde, Lucía se quedó mirando los documentos de sociedad sobre su mesa. Por primera vez en meses sintió que el futuro tenía posibilidades reales de felicidad. No sabía que los próximos dos años iban a poner a prueba esa sociedad de maneras que ninguno de los dos podía imaginar, pero que al final los iba a convertir en algo mucho más fuerte de lo que eran por separado. Epílogo.
Dos años después, la oficina principal de la cooperativa Ylanos Unidos funcionaba ahora en lo que antes había sido la casa de huéspedes de la hacienda El amanecer. Lucía revisaba los estados financieros del segundo trimestre. mientras escuchaba las voces de los delegados de las 14 fincas asociadas que se habían reunido para la asamblea mensual, “Los números son buenos”, anunció levantando la vista de los documentos.
Las ventas directas a hoteles y restaurantes de Bogotá y Villavicencio aumentaron un 35% respecto al mismo periodo del año pasado. Un murmullo de aprobación recorrió el grupo. Esteban, que ahora tenía el título oficial de coordinador regional de operaciones, sonrió con satisfacción. “¿Y qué tal los costos de transporte?”, preguntó don Ramiro, un ganadero de acacías que había sido uno de los más escépticos al principio.
Ahí está la ventaja de la cooperativa, respondió Joaquín entrando al salón con botas llenas de barro y una sonrisa cansada. Al consolidar las entregas de todas las fincas, el costo de transporte por litro se redujo en un 40%. No había sido fácil llegar hasta ahí. Los primeros se meses después del regreso de Lucía fueron de puro trabajo duro y negociaciones constantes.
Convencar a otros ganaderos de unirse a la cooperativa requirió visitas casa por casa, presentaciones en las que Lucía explicaba números y proyecciones mientras Joaquín hablaba de tradición y solidaridad. El primer gran obstáculo llegó cuando tres de los ganaderos fundadores quisieron retirarse después de una caída temporal en los precios.
La cooperativa tuvo que refinanciar sus deudas y buscar nuevos mercados urgentemente. Lucía pasó dos meses viajando entre Bogotá, Medellín y la costa, estableciendo contactos con procesadores artesanales y cadenas de supermercados especializados en productos regionales. El segundo obstáculo fue más personal.
Rodrigo regresó 6 meses después con una demanda legal, argumentando que tenía derechos sobre parte de la hacienda familiar. El proceso duró casi un año y costó una pequeña fortuna en abogados, pero finalmente se resolvió cuando Joaquín logró demostrar que su hermano había renunciado formalmente a cualquier claim sobre la propiedad cuando se fue a estudiar ingeniería a Medellín.
¿Y la nueva planta de procesamiento? Preguntó doña Esperanza. la única mujer entre los ganaderos fundadores, quien manejaba una finca pequeña pero muy eficiente. “Las obras van en cronograma”, respondió Lucía. “En tres meses vamos a estar produciendo nuestros propios quesos, yogures y mantequilla. Ya tenemos pedidos confirmados de cinco supermercados en Bogotá.
La planta de procesamiento había sido el proyecto más ambicioso de la cooperativa. Requirió un crédito bancario respaldado por todas las fincas asociadas, permisos sanitarios que tomaron meses en conseguir y la contratación de un maestro quesero que Lucía había encontrado en una feria gastronómica en la capital.
Y los jóvenes? preguntó Carlos, quien ahora tenía su propia finca pequeña gracias a un programa de crédito que la cooperativa había desarrollado con el Banco Agrario. “El programa de capacitación va muy bien”, respondió Esteban. “Ya tenemos 12 jóvenes certificados en manejo de sistemas silvo pastoriles y tres más estudiando técnico agropecuario con becas de la cooperativa. Ese había sido un logro especial para Lucía.
Se había dado cuenta de que muchos jóvenes rurales se iban a las ciudades no por falta de amor por el campo, sino por falta de oportunidades educativas y económicas. La cooperativa había establecido un fondo para becas y un programa de préstamos blandos para que los hijos de los asociados pudieran estudiar y luego regresar a manejar operaciones más tecnificadas.
Cuando terminó la reunión y todos se fueron, Lucía y Joaquín se quedaron solos organizando los papeles. Era una rutina que habían desarrollado. Después de cada asamblea revisaban juntos qué había funcionado bien y qué necesitaba ajustes. ¿Cansada? preguntó Joaquín viendo que Lucía se frotaba las cienes. Un poco, pero es cansancio bueno.
Era cierto. A diferencia del agotamiento vacío que sentía en Bogotá, este cansancio venía acompañado de satisfacción. Cada día veía resultados concretos de su trabajo. Familias que podían pagar estudios para sus hijos, fincas que se modernizaban sin perder su esencia, jóvenes que decidían quedarse en el campo porque veían futuro en él.
¿Te arrepientes de algo?, le preguntó Joaquín mientras caminaban hacia la casa principal. de haber dejado la ciudad, no de haber apostado todo a este proyecto, tampoco de haber tardado tanto en ser honesta contigo sobre mi pasado. Todos los días su relación personal había evolucionado lentamente, con cuidado. Durante el primer año fueron socios y amigos nada más.
Pero gradualmente entre conversaciones nocturnas sobre planes futuros y momentos de crisis que enfrentaron juntos, se había desarrollado algo más profundo. No habían hecho anuncios dramáticos ni grandes declaraciones. Simplemente un día Lucía se dio cuenta de que ya no dormía en el cuarto de huéspedes, sino en la habitación principal con Joaquín.
Y él se dio cuenta de que cuando pensaba en el futuro, automáticamente pensaba en nosotros. No, en yo. Mañana llega el equipo de la televisión regional, recordó Lucía. Van a hacer un reportaje sobre cooperativas exitosas. Espero que no me pregunten cosas muy técnicas. Para eso estás tú. Lucía sonrió. Habían encontrado un equilibrio perfecto.
Él manejaba todo lo relacionado con producción, tierra y ganado. Ella se encargaba de finanzas, mercadeo y relaciones externas. Pero las decisiones importantes las tomaban siempre juntos. “¿Sabes qué es lo que más me gusta de esto?”, dijo Lucía mientras se sentaban en el corredor a ver el atardecer una costumbre que habían mantenido desde el primer día.
¿Qué? ¿Que estamos demostrando que se puede hacer las cosas de manera diferente? que no hay que elegir entre ser tradicional y ser innovador, entre cuidar la tierra y ser rentable, entre mantener empleos y ser eficiente. “Mi papá estaría orgulloso”, dijo Joaquín mirando hacia el horizonte donde el ganado pastaba tranquilamente. “Yo creo que está orgulloso. Sin embargo, no todo era perfecto.
La cooperativa aún enfrentaba desafíos constantes, competencia desleal de grandes empresas, burocracia gubernamental, problemas climáticos que afectaban la producción. Había meses buenos y meses difíciles, y siempre existía la incertidumbre de si podrían mantener el crecimiento a largo plazo.
Además, Lucía había aprendido que la vida rural tenía sus propias complicaciones. Los días de trabajo eran largos, las vacaciones eran raras. Y siempre había alguna emergencia que atender. No era la vida romántica que algunas personas de ciudad imaginaban, sino un trabajo duro que requería dedicación total. Pero también había compensaciones que no se podían medir en dinero, como la mañana en que Carlos les mostró orgulloso su primera vaca lechera comprada con sus propios ahorros.
O cuando doña Esperanza logró que su hijo regresara de Medellín para estudiar administración agropecuaria. o cuando el alcalde de Puerto López los invitó a presentar el modelo cooperativo en otros municipios. ¿En qué piensas? Preguntó Joaquín notando que Lucía se había quedado callada. En que hace 3 años yo era una contadora desempleada que llegó aquí sin saber nada sobre ganadería y ahora estoy coordinando una cooperativa de 14 fincas que genera empleo para más de 60 familias. ¿Te sientes realizada? Lucía consideró la pregunta seriamente antes
de responder. Sí, pero también sé que esto es solo el comienzo. Tenemos planes para llegar a 20 fincas asociadas el próximo año. Queremos desarrollar turismo rural y estamos explorando exportación de productos orgánicos, siempre pensando en grande, alguien tiene que hacerlo.
Esa noche, mientras revisaba los planes para la siguiente semana, Lucía reflexionó sobre el camino que había recorrido. No había sido lineal ni fácil. Había habido momentos de duda, errores que corregir y relaciones que reconstruir. Pero cada paso la había llevado a donde estaba ahora, en un lugar que sentía como hogar, haciendo un trabajo que le daba propósito al lado de una persona que la entendía y la complementaba.
El teléfono sonó interrumpiendo sus pensamientos. Era una llamada de un ganadero de Casanare que había escuchado sobre la cooperativa y quería información sobre cómo asociarse. Lucía sonrió mientras tomaba notas. Mañana tendría que hacer otro viaje, dar otra presentación, convencer a otra persona de que era posible hacer las cosas diferentes y no veía la hora de empezar.
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