Blackridge: La fortaleza de los secretos
El centro penitenciario de Blackridge se construyó como una fortaleza: fría, eficiente y diseñada para mantener el silencio.
Cada pasillo tenía una cámara. Cada puerta tenía una cerradura electrónica. Cada recluso era monitoreado mediante un sistema digital que registraba sus movimientos al minuto.
Era el tipo de lugar donde se suponía que no existían los secretos.
Hasta que un susurro lo cambió todo.
Las primeras señales
Todo comenzó a finales de noviembre con la interna número 241, Mara Jennings , de veintinueve años, quien cumple condena por robo a mano armada. Empezó a sentirse cansada, con náuseas y mareos. El equipo médico lo atribuyó al estrés, un efecto habitual del encarcelamiento.
Nada en Mara parecía inusual… hasta que llegaron los resultados de sus análisis.
Embarazada.
La doctora Eleanor Briggs , médica jefe de la prisión, miró el informe con incredulidad. No podía ser cierto. Blackridge era una prisión de máxima seguridad exclusivamente femenina.
Prohibido el contacto con hombres. Prohibidos los encuentros privados. Cada visita era vigilada, cada movimiento registrado.
La única explicación que tenía sentido era la que nadie se atrevía a decir en voz alta: algo estaba sucediendo fuera del alcance de las cámaras.
Resultados increíbles
Eleanor pidió otra prueba. Y luego otra.
Todas dieron positivo.
Cuando ella le entregó el informe al alcaide Samuel Price , su rostro palideció.
—Eso es imposible —murmuró—. Repítelo.
Pero en dos semanas, Mara no estaba sola.
Otras tres mujeres, de diferentes unidades, también dieron positivo.
El director ordenó el cierre de las celdas.
Se registraban las celdas dos veces al día. Los internos eran interrogados durante horas, acusados de mentir o de llamar la atención. Pero las pruebas no mentían.
—¿Cómo puede ocurrir esto en un lugar donde no hay hombres? —susurró un guardia—.
No hay hombres —respondió otro en voz baja—, que sepamos.
Un temor creciente
La noticia se extendió como la pólvora por la prisión.
Algunos reclusos estaban aterrorizados. Otros lo tomaron a broma, considerándolo un milagro o una maldición.
Los rumores crecieron: historias de fantasmas, experimentos secretos, intervención divina.
Algunos afirmaron haber oído ruidos extraños por la noche: rejillas de ventilación que se abrían, pasos suaves en la oscuridad.
Eleanor se negaba a creer en supersticiones. Solicitó cámaras ocultas , de las que solo ella y el alcaide tendrían conocimiento.
Las colocó cerca de la enfermería, la lavandería y el almacén: los pocos lugares donde las cámaras de seguridad no tenían un buen ángulo de visión.
Lo que descubrió semanas después lo cambiaría todo.
El metraje secreto
A las 2:13 de la madrugada de un martes, una de las microcámaras captó movimiento.
Una sombra se deslizó por la rejilla de ventilación.
Acto seguido, una persona con traje de protección y mascarilla salió gateando, moviéndose con precisión, como si supiera exactamente dónde las cámaras no podían ver.
Sostenía una jeringa.
Las imágenes lo mostraban acercándose a la celda del recluso número 317.
Se vio un destello metálico, un movimiento rápido, un leve pinchazo en el cuello del recluso, y luego desapareció por el conducto de ventilación.
Eleanor vio la grabación cinco veces antes de susurrar:
“Alguien los está drogando. Esto no es un accidente. Es un experimento.”
Cuando se lo mostró al alcaide, su rostro se quedó inexpresivo.
—Apágalo —dijo bruscamente—. No se lo muestres a nadie más.
Pero al amanecer, ya era demasiado tarde.
La oficina de Eleanor fue allanada. Su computadora fue confiscada. Las grabaciones fueron borradas del sistema.
La desaparición
Tres días después, la Dra. Eleanor Briggs había desaparecido .
El comunicado oficial decía que había sido “trasladada por motivos de seguridad”. Nadie sabía adónde.
Una semana después de su desaparición, llegó un paquete anónimo al New York Sentinel .
Dentro había una memoria USB con las grabaciones y las notas privadas de Eleanor.
En su diario escribió:
“No son los guardias. No son los reclusos. Es el programa.
Alguien dentro de una organización de investigación clasificada está probando un suero reproductivo, uno que permite la concepción sin contacto.
Los reclusos fueron elegidos porque nadie les creería.”
“Las inyecciones están programadas entre las 2 y las 4 de
la madrugada. El personal del turno de noche son todos contratistas. Sus números de identificación no existen en la base de datos de la prisión.”
Su última entrada decía:
“Los embarazos están progresando al doble de la velocidad normal.”
El levantamiento exterior
Cuando el New York Sentinel publicó la noticia, el país estalló.
Se produjeron protestas frente a Blackridge.
Las familias de los reclusos exigieron respuestas.
Las autoridades negaron su implicación y calificaron las imágenes de manipuladas. Sin embargo, los investigadores pronto descubrieron que varios contratistas mencionados en las notas de Eleanor tenían vínculos directos con una empresa biotecnológica privada: GenXCore Laboratories , que en su momento fue acusada de realizar experimentos poco éticos.
A los pocos días, el alcaide Price dimitió , alegando “motivos personales”.
Cuando un periodista le preguntó si creía que los embarazos formaban parte de un experimento, simplemente respondió:
“Sin comentarios.”
Los niños de Blackridge
Meses después, nacieron cinco bebés dentro de la prisión .
A ninguna de las madres se les permitieron visitas.
Las solicitudes de pruebas de ADN fueron denegadas por las autoridades superiores.
Los bebés fueron puestos bajo “custodia protectora”.
Su paradero sigue siendo desconocido.
Los medios buscaron respuestas, pero la verdad permaneció oculta.
Nunca encontraron a la Dra. Briggs. Algunos decían que había desaparecido para siempre. Otros creían que la habían escondido para protegerla.
Un informante anónimo de GenXCore confesó posteriormente mediante un mensaje cifrado:
“Eleanor tenía razón. El proyecto se llamaba Génesis.
Concepción artificial mediante la activación de células madre.
Necesitaban huéspedes, y las cárceles eran perfectas.
Nadie hace preguntas. Nadie se va.”
Al preguntarle si el programa se había detenido, la fuente interna respondió:
“No lo ha hecho.”
La huella que dejó atrás
Meses después del escándalo, un nuevo director asumió el cargo.
La prisión anunció “un retorno total a la normalidad”.
Pero una enfermera del turno de noche notó algo extraño.
Cada pocas semanas, encontraba pequeños arañazos grabados en la pared de la enfermería; siempre la misma palabra:
“Eleanor.”
Y una vez, debajo de la almohada de una reclusa recién trasladada, descubrió una nota doblada.
Decía:
“Siguen aquí. Y esta vez, no se detendrán.”
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