La luz mortesina del atardecer se colaba por las pesadas cortinas de terciopelo de la mansión Salas, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. El viento gélido de noviembre silvaba entre las grietas de las ventanas centenarias, como si fueran lamentos de almas en pena. Bienvenidos a
El tintero maldito.
Hoy les traigo una historia escalofriante que les pondrá los pelos de punta. La macabra historia de la familia Salas. Desaparecían los yernos siempre en domingo. En el pequeño pueblo de Valle Sombrío, enclavado entre montañas brumosas al norte de España, se alzaba imponente la mansión de la familia
Salas, una construcción del siglo XVII que parecía vigilar al pueblo desde lo alto de una colina.
Los lugareños la llamaban la devoradora, un apodo cuyo origen pocos recordaban. pero que todos respetaban con temor supersticioso. La familia Salas llevaba generaciones siendo una de las más influyentes de la región, dueños de viñedos, tierras y negocios varios. Los Salas eran conocidos por su
riqueza, pero también por mantenerse aislados, por sus extrañas costumbres y, sobre todo, por la peculiar maldición que parecía perseguirlos.
ningún hombre que se casara con una mujer. Salas vivía lo suficiente para contarlo. Todo comenzó en 1987, cuando doña Mercedes Salas, matriarca de la familia, enviudó en circunstancias extrañas. Su esposo, Ernesto Vidal, un próspero empresario, fue encontrado sin vida en su despacho un domingo por
la mañana. La causa oficial, un infarto. Pero los rumores en el pueblo hablaban de un grito desgarrador escuchado en la noche, de un olor a azufre que emanaba de la mansión y de las hierbas extrañas que doña Mercedes cultivaba en su invernadero.
Doña Mercedes quedó al mando de la familia junto a sus tres hijas. Carmela, la mayor, de belleza severa y carácter inflexible. Sofía, la del medio, dulce en apariencia, pero con una mirada que escondía secretos. Y Lucía, la menor, rebelde y apasionada, la única que parecía querer escapar de la
sombra de la mansión familiar.
El primer yerno en desaparecer fue Miguel Ángel Quintero, esposo de Carmela, un arquitecto de renombre que había llegado al pueblo para restaurar la iglesia local. se enamoró de Carmela durante una visita a la mansión para consultar sobre unos planos antiguos. Su noviazgo fue breve e intenso. Se
casaron en una ceremonia discreta en la capilla de la mansión con la bendición de doña Mercedes, quien le susurró algo al oído que lo hizo palidecer durante el brindis nupsial.
Tres meses después de la boda, un domingo de marzo, Miguel Ángel desapareció. Salió a caminar por los terrenos de la mansión después del almuerzo familiar y nunca regresó. Las búsquedas fueron intensas, pero infructuosas. Los perros policía perdían su rastro junto al viejo pozo abandonado en los
límites de la propiedad.
Las autoridades concluyeron que probablemente había oído, aunque nadie entendía por qué lo haría un hombre con una carrera exitosa y recién casado con una mujer hermosa y adinerada. Carmela no derramó una sola lágrima. Se vistió de negro durante un año, como dictaba la tradición, y siguió con su
vida como si nada hubiera pasado. Los susurros en el pueblo aumentaron.
Algunos decían que la habían visto sonreír mientras observaba el pozo desde su ventana. 5 años pasaron hasta que el siguiente yerno entró en escena. Esta vez fue Sofía quien trajo a casa a un pretendiente, Javier Mendoza, un médico especializado en enfermedades raras que había llegado al hospital
comarcal. Sofía lo conoció cuando visitaba a un familiar enfermo y, según cuentan, fue amor a primera vista.
Doña Mercedes aprobó la relación tras una larga conversación a puertas cerradas con Javier, de la que el joven salió visiblemente perturbado, pero decidido a seguir adelante con la boda. Se casaron en primavera. Fue una ceremonia más elaborada que la de Carmela con invitados de la alta sociedad
regional.
Durante la recepción, un anciano del pueblo intentó advertir a Javier sobre la maldición de los yernos salas, pero fue rápidamente silenciado por los guardias de seguridad contratados para la ocasión. La vida matrimonial de Sofía y Javier parecía idílica. Él instaló un consultorio en una de las
salas de la mansión y se dedicaba a atender casos complicados que le enviaban desde el hospital. También pasaba mucho tiempo en el sótano de la casa, donde había montado un pequeño laboratorio para sus investigaciones.
Según los sirvientes, a veces se le escuchaba hablar solo o quizás con alguien más. A altas horas de la madrugada, un domingo de otoño, 7 meses después de la boda, Javier desapareció. Había bajado al sótano después del tradicional almuerzo dominical de la familia Salas y nunca subió.
Cuando Sofía bajó a buscarlo, solo encontró su bata de laboratorio manchada con una sustancia rojiza que más tarde la policía identificaría como vino tinto derramado. La desaparición de Javier causó más revuelo que la de Miguel Ángel. Era un médico respetado con pacientes que dependían de él. La
policía interrogó a la familia durante días.
Doña Mercedes mantuvo la compostura en todo momento, respondiendo con calma y precisión. Sofía parecía destrozada. Lloraba desconsoladamente durante los interrogatorios, pero algunos oficiales notaron que sus ojos permanecían secos. El caso se cerró eventualmente. La teoría oficial.
Javier había estado experimentando con sustancias peligrosas y probablemente sufrió un accidente que lo llevó a huir desorientado. Su cuerpo nunca fue encontrado, a pesar de que se rastrearon kilómetros de bosque alrededor de Valle Sombrío. La maldición de los yernos Salas comenzó a ser un tema de
conversación abierto en el pueblo.
Los padres advertían a sus hijos que se mantuvieran alejados de las hermanas salas. Los forasteros eran informados discretamente sobre la extraña tendencia de los maridos a desaparecer. La mansión se volvió aún más aislada, con la familia rechazando invitaciones y limitando sus apariciones en
público. Fue entonces cuando Lucía, la menor de las hermanas, decidió rebelarse contra el aparente destino familiar.
Con apenas 20 años anunció que se marcharía a Madrid para estudiar periodismo. Doña Mercedes montó en cólera. Hubo gritos que se escucharon hasta en el pueblo, pero finalmente se dio con una condición. Lucía debía volver a casa todos los fines de semana sin excepción. Durante 3 años, Lucía vivió
esta doble vida. Estudiante universitaria de lunes a viernes, hija obediente los fines de semana.
Fue en la universidad donde conoció a Daniel Herrera, un profesor ayudante de la Facultad de Periodismo, 10 años mayor que ella, con ideas progresistas. y una curiosidad innata por desentrañar misterios. Su relación comenzó como una amistad intelectual, pero pronto se transformó en algo más
profundo.
Daniel estaba fascinado por las historias que Lucía le contaba sobre su familia, sobre el pueblo y especialmente sobre las misteriosas desapariciones de sus cuñados. Como periodista investigador veía allí una historia que merecía ser contada. Lucía nunca le presentó a su familia. Las pocas veces
que Daniel insistió en acompañarla a Valle sombrío, ella inventaba excusas.
Sin embargo, a medida que su relación se volvía más seria, la presión aumentaba. Finalmente, tras una fuerte discusión, Lucía accedió a llevarlo a casa para presentarlo oficialmente. La visita se programó para un fin de semana de junio. Doña Mercedes recibió la noticia con una calma inquietante.
Ordenó preparar la mejor habitación de invitados y planeó personalmente el menú del fin de semana.
Carmela, ya con casi 40 años y sin haber vuelto a casarse, observaba los preparativos con desdén. Sofía, que tras la desaparición de Javier se había volcado en el cuidado de un extenso jardín de plantas exóticas, mostró un interés inusual en conocer al novio de su hermana menor. Daniel llegó a la
mansión Salas un viernes por la tarde. Su primer encuentro con la familia fue durante la cena, una comida elaborada servida en el comedor principal bajo la luz tenue de candelabros centenarios.
Doña Mercedes presidía la mesa con sus hijas a los lados. y Daniel frente a ella, en el lugar que tradicionalmente ocupaba el cabeza de familia. La conversación durante la cena fue tensa, pero educada. Daniel, ajeno a la verdadera naturaleza de la situación, intentaba impresionar a su futura suegra
hablando de sus investigaciones periodísticas, sin saber que cada palabra lo hundía más en el abismo que había devorado a los hombres antes que él.
¿Y qué tipo de historias le gusta investigar, señora Herrera?, preguntó doña Mercedes mientras cortaba meticulosamente un trozo de carne. “Las historias que nadie quiere contar, las que permanecen ocultas”, respondió Daniel con entusiasmo. “Creo que el deber de un periodista es sacar a la luz lo
que otros prefieren mantener en la oscuridad.” Un silencio espeso cayó sobre la mesa. Lucía palideció.
Carmela esbozó una sonrisa irónica y Sofía fijó su mirada en el plato. Doña Mercedes, sin embargo, mantuvo su expresión imperturbable. “Una noble profesión, sin duda,”, dijo finalmente la matriarca. “Aunque a veces, señor Herrera, hay secretos que es mejor no perturbar por el bien de todos.
” Esa noche, Daniel le confesó a Lucía que encontraba a su familia fascinante, pero inquietante. Había notado detalles extraños. Las miradas cómplices entre Carmela y Sofía. El evidente dominio que doña Mercedes ejercía sobre todos, incluso los sirvientes que parecían moverse como fantasmas por la
mansión, siempre atentos pero invisibles. Nunca te has preguntado qué pasó realmente con los maridos de tus hermanas.
le preguntó Daniel mientras se preparaban para dormir en habitaciones separadas, como había insistido doña Mercedes. Lucía le pidió que bajara la voz, mirando nerviosamente hacia la puerta. “Por supuesto que sí”, susurró. “Pero en esta casa, Daniel, las paredes oyen y no son preguntas que convenga
hacer en voz alta.” El sábado transcurrió con aparente normalidad un desayuno abundante, un recorrido por los terrenos de la mansión guiado por Sofía, quien mostró particular interés en su jardín de plantas medicinales y venenosas, explicando con detalle los efectos de cada una. Una comida ligera y
por la
tarde, a insistencia de Carmela, una visita al mausoleo familiar en el cementerio privado de los Salas. Mi esposo no está aquí”, comentó Carmela con voz monocorde mientras señalaba las lápidas de generaciones de salas. Él no merecía descansar con la familia.
Daniel, cada vez más intrigado y alarmado, aprovechaba cada momento a solas con Lucía para compartir sus observaciones. Había notado símbolos extraños tallados discretamente en los marcos de las puertas, hierbas secas colgadas en lugares específicos y el comportamiento cada vez más errático de los
sirvientes a medida que se acercaba el domingo. Hay algo muy raro aquí, Lucía”, le dijo mientras paseaban por el jardín trasero, lejos de la casa.
“Y creo que tiene que ver con los domingos. He escuchado a los sirvientes murmurar. ¿Se están preparando para algo?” Lucía parecía cada vez más nerviosa. “Deberíamos irnos”, dijo de repente. “Ahora mismo inventaré una emergencia. Le diré a mi madre que tienes que volver a Madrid por un asunto
urgente. Pero era demasiado tarde.
Doña Mercedes apareció como una sombra al final del jardín, llamándolos para la cena. Su voz, aunque suave, no admitía réplica. La cena del sábado fue aún más tensa que la del viernes. Doña Mercedes anunció que el domingo celebrarían un almuerzo especial para dar la bienvenida oficial a Daniel a la
familia. Es tradición.
explicó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Todos los hombres importantes en la vida de mis hijas han participado en este almuerzo dominical. Esa noche Daniel no podía dormir. Su instinto periodístico le decía que estaba ante algo grande, un misterio que pedía ser resuelto. Decidió explorar
la mansión a escondidas, buscando pistas sobre lo que podría haber pasado con los anteriores yernos.
Armado con su teléfono como linterna, recorrió pasillos interminables decorados con retratos antiguos de miembros de la familia Salas. Notó algo peculiar. En los retratos familiares más recientes, los esposos de Carmela y Sofía aparecían con los rostros parcialmente en sombras, como si el pintor
hubiera querido restarles importancia o presagiar su fugaz paso por la familia.
En su exploración, Daniel llegó al ala oeste de la mansión, una zona que no habían visitado durante el recorrido oficial. Allí, una puerta entreabierta dejaba escapar un hilo de luz. Se acercó con cautela y escuchó voces femeninas. Doña Mercedes, Carmela y Sofía conversaban en lo que parecía ser un
estudio privado.
¿Está todo preparado para mañana?, preguntaba doña Mercedes. ¿Todo listo, madre? Respondía Carmela. Como siempre. Este es diferente, intervenía Sofía. Es más curioso que los otros. ¿Podría complicar las cosas? Todos los hombres son iguales al final, sentenciaba doña Mercedes con voz gélida.
Y Lucía aprenderá como ustedes aprendieron, que el poder de los alas no se comparte con extraños. Daniel retrocedió silenciosamente, el corazón latiéndole con fuerza. Necesitaba encontrar pruebas concretas, algo que explicara qué les había pasado a los otros hombres y qué planeaban para él.
Recordó el sótano mencionado en la historia de Javier y el pozo donde se perdió el rastro de Miguel Ángel. tenía que investigar esos lugares antes del almuerzo del día siguiente. Regresó a su habitación para encontrar a Lucía esperándolo, pálida y temblorosa. “Te estaba buscando”, susurró. “No
deberías vagar por la casa de noche, es peligroso.” Daniel le contó lo que había escuchado.
Lucía no parecía sorprendida, solo más asustada. “Tenemos que irnos ahora mismo”, insistió ella. antes de que amanezca. Pero cuando intentaron salir, descubrieron que la puerta de la habitación había sido cerrada con llave desde fuera. La ventana daba a un precipicio de varios metros sobre rocas
puntiagudas. Estaban atrapados.
Ella sabe que sospechamos, dijo Lucía desplomándose en la cama. siempre lo sabe todo. El amanecer del domingo llegó con una neblina espesa que envolvía la mansión, aislándola aún más del resto del mundo. A las 8 en punto, una sirvienta tocó a la puerta para anunciar que el desayuno estaba servido y
que la puerta ya estaba abierta.
En el comedor, doña Mercedes y sus dos hijas mayores los esperaban con sonrisas corteses, como si nada hubiera pasado. El desayuno transcurrió en un silencio interrumpido solo por el tintineo de la vajilla y comentarios banales sobre el clima. “El almuerzo será a las 2 en punto”, anunció doña
Mercedes al terminar.
“Es importante que todos estemos puntuales. Es una tradición familiar que no se puede romper.” Daniel aprovechó las horas previas al almuerzo para intentar recabar más información. Convenció a Lucía para que distrajera a su madre y hermanas mientras él exploraba el terreno alrededor del famoso pozo
donde se había perdido el rastro del primer yerno.
El pozo se encontraba en una zona apartada de la propiedad, rodeado de árboles retorcidos y cubierto parcialmente por una vegetación que parecía crecer más exuberante allí que en el resto del jardín. Un viejo brocal de piedra gastado por el tiempo rodeaba la oscura abertura que parecía descender
hacia las entrañas de la tierra. Daniel se asomó, pero no pudo ver el fondo.
Sacó su teléfono para usar la linterna, pero en ese momento escuchó pasos acercándose. Se ocultó rápidamente tras unos arbustos y vio a Sofía dirigirse al pozo con un pequeño fardo en las manos. Murmuró algo ininteligible. besó el fardo y lo arrojó al pozo. Después se quedó unos minutos en
silencio, como si estuviera escuchando algo.
Asintió levemente y regresó a la casa. Cuando se aseguró de que Sofía estaba lejos, Daniel volvió al pozo. Esta vez usó la linterna de su teléfono para intentar ver el fondo, pero la luz no alcanzaba a penetrar la oscuridad completa. Sin embargo, creyó escuchar algo, un sonido débil que podría
haber sido el viento o quizás un gemido humano.
Perturbado por el descubrimiento, Daniel decidió investigar también el sótano donde había desaparecido Javier. Le dijo a Lucía que necesitaba usar el baño y aprovechó para escabullirse hacia las escaleras que conducían al nivel inferior de la mansión. El sótano era un laberinto de habitaciones.
Algunas servían como almacenes para vinos y conservas.
Otras estaban llenas de antigüedades cubiertas por sábanas polvorientas. Finalmente encontró lo que parecía haber sido el laboratorio de Javier, una habitación amplia con estanterías llenas de frascos, un escritorio cubierto de papeles amarillentos y en el centro una mesa de exploración médica con
correas en los extremos. Al acercarse al escritorio, Daniel descubrió un diario.
Las últimas entradas relataban los descubrimientos de Javier sobre la familia Salas. había estado investigando una extraña enfermedad que afectaba solo a las mujeres de la familia, una condición que les otorgaba una longevidad extraordinaria, pero que requería de un ritual específico para
mantenerse. Debían absorber la fuerza vital de hombres con características especiales y esto solo podía hacerse durante la luna nueva que cayera en domingo.
Las notas se volvían cada vez más frenéticas. Javier había descubierto que no era el segundo, sino elarto hombre en desaparecer. La tradición se remontaba a generaciones atrás. También había encontrado indicios de que los hombres no morían inmediatamente, sino que eran mantenidos en un estado entre
la vida y la muerte, alimentando a las mujeres salas con su energía vital durante años.
La última entrada fechada el mismo domingo de su desaparición decía simplemente, “He encontrado el pasaje. Está detrás del estante de vinos. Dios mío, puedo escucharlos gemir.” Un Daniel se dirigió al estante mencionado y tras inspeccionar cuidadosamente descubrió un mecanismo oculto que al
activarse revelaba una puerta secreta.
El pasadizo más allá estaba oscuro y un olor nauseabundo emanaba de él. Dudó unos instantes, pero su determinación periodística pudo más que su miedo. Avanzó por el túnel, iluminando su camino con la linterna del teléfono. El pasadizo descendía en espiral, adentrándose en las profundidades bajo la
mansión.
Las paredes estaban húmedas y cubiertas de un musgo extraño que parecía palpitar con vida propia. Después de lo que parecieron horas, pero probablemente fueron solo minutos, el túnel desembocó en una caverna natural. Lo que vio allí el heló la sangre en sus venas.
Figuras humanas o lo que quedaba de ellas estaban encadenadas a las paredes. Eran hombres en diferentes estados de deterioro. Algunos parecían recién capturados. Otros eran poco más que esqueletos con piel estirada sobre los huesos. En el centro de la caverna había un altar de piedra manchado de
rojo oscuro. Alrededor, grabados en el suelo y las paredes, símbolos similares a los que había visto en los marcos de las puertas de la mansión.
Daniel reconoció a Miguel Ángel y Javier entre los cautivos, sus rostros demacrados apenas reconocibles comparados con las fotografías que había visto en la casa. Estaban vivos, pero apenas conscientes. Sus ojos vacíos de toda humanidad. Horrorizado, Daniel retrocedió decidido a escapar y denunciar
lo que había descubierto.
Pero al darse la vuelta se encontró cara a cara con Carmela, quien lo observaba con una sonrisa macabra. “Curioso hasta el final, ¿verdad, señor periodista?”, dijo con voz sedosa, exactamente como madre dijo que serías. Antes de que pudiera reaccionar, sintió un golpe fuerte en la nuca y todo se
volvió negro.
Cuando Daniel recuperó la conciencia, estaba atado a una silla en el comedor principal. La mesa estaba preparada para el almuerzo dominical. Vajilla fina, copas de cristal, velas encendidas a pesar de ser pleno día. Doña Mercedes presidía la mesa con Carmela y Sofía a sus lados. Lucía estaba
sentada frente a él con la mirada baja y las manos temblorosas.
Bienvenido de nuevo, señor Herrera, dijo doña Mercedes. Justo a tiempo para nuestro almuerzo tradicional. Es de mala educación usmear en los secretos de una familia cuando se es invitado, ¿no le parece? Daniel intentó hablar, pero descubrió que tenía la boca amordazada. Solo podía emitir sonidos
ahogados mientras miraba desesperadamente a Lucía, buscando alguna señal de que lo ayudaría.
No la mires a ella, espetó Carmela. Mi hermana pequeña aún no comprende completamente nuestras tradiciones, pero aprenderá. Todas aprendemos eventualmente. Es la forma de las cosas, añadió Sofía con voz soñadora. La familia Salas ha sobrevivido siglos gracias a este pacto. Algunas vidas a cambio de
nuestra inmortalidad, un trato justo, considerándolo efímeros que son los hombres de todas formas.
Doña Mercedes se levantó con la agilidad de una mujer mucho más joven que sus aparentes 70 años. Se acercó a Daniel y le acarició el rostro con dedos fríos como el hielo. Este será tu primer domingo con nosotras. Pero no el último, susurró en su oído. Te unirás a los otros alimentándonos con tu
fuerza vital durante años. Es un honor realmente.
La mayoría de los hombres nunca sirven para un propósito tan elevado. Un sirviente entró portando una bandeja cubierta que colocó en el centro de la mesa. Al destaparla, reveló un cáliz antiguo lleno de un líquido espeso y rojizo. La esencia vital. explicó doña Mercedes mientras tomaba el cáliz
extraída de nuestros invitados especiales durante la luna nueva. Esta es la última que nos queda de la ceremonia anterior.
Hoy recogeremos más con tu generosa contribución. Bebió un sorbo y pasó el cáliz a Carmela, quien hizo lo mismo antes de pasarlo a Sofía. Cuando llegó el turno de Lucía, la joven miró el cáliz con repulsión. Bebe, hija mía. ordenó doña Mercedes. Es tu herencia, tu derecho por nacimiento, la única
forma de preservar la grandeza de los alas.
Lucía levantó el cáliz con manos temblorosas y lo acercó a sus labios mientras sus ojos se encontraban con los de Daniel, llenos de súplica y horror. En ese momento crítico, Lucía tomó una decisión. En un movimiento rápido, arrojó el contenido del cáliz al rostro de su madre. Y aprovechando la
confusión, volcó la mesa hacia Carmela y Sofía. “¡Corre, Daniel!”, gritó mientras se apresuraba a desatarlo.
Doña Mercedes, cubierta por el líquido rojizo, emitió un alarido inhumano. Su piel comenzó a arrugarse visiblemente, como si estuviera envejeciendo años en segundos. Carmela y Sofía también gritaban más de rabia que de dolor. Mientras intentaban levantarse entre los restos del banquete, Lucía logró
liberar a Daniel y ambos corrieron hacia la salida, pero encontraron las puertas principales cerradas. Los sirvientes, con miradas vacías comenzaban a rodearlos.
“Por aquí”, indicó Lucía, tirando de Daniel hacia una puerta lateral que conducía a la cocina. Hay una salida de servicio que lleva al garaje. Atravesaron la cocina a toda velocidad, esquivando a un cocinero que intentó detenerlos blandiendo un cuchillo. Al llegar al garaje, Lucía tomó las llaves de
un viejo Land Rover y ambos subieron al vehículo.
“No escaparán”, rugió doña Mercedes, apareciendo en la puerta del garaje. Su aspecto era terrorífico. Su verdadera edad se revelaba ahora, mostrando a una mujer centenaria con la piel apergaminada colgando de sus huesos. Detrás de ella, Carmela y Sofía también comenzaban a mostrar signos de
envejecimiento acelerado.
Lucía arrancó el vehículo y aceleró derribando la puerta del garaje y saliendo a toda velocidad por el camino de entrada. En el espejo retrovisor vieron a las tres mujeres de pie frente a la mansión, con los rostros contorsionados en expresiones de odio, mientras levantaban los brazos al cielo como
invocando algún poder ancestral.
El cielo, que había estado nublado toda la mañana se oscureció repentinamente. Truenos retumbaron y un viento feroz comenzó a azotar el vehículo mientras se alejaban por el sinuo camino que bajaba de la colina. Tenemos que volver”, gritó Daniel por encima del rugido del motor y la tormenta. “Hay
hombres atrapados allí abajo, tus cuñados y quién sabe cuántos más.
No podemos enfrentarlas solas”, respondió Lucía, luchando por mantener el control del vehículo en el camino cada vez más embarrado. “Necesitamos ayuda, pruebas, un plan. Un rayo cayó justo delante de ellos, partiendo un árbol centenario que bloqueó el camino. Lucía giró bruscamente para evitarlo,
pero el Rover patinó en el barro y se salió del camino precipitándose hacia el bosque.
Se detuvieron finalmente al chocar contra un árbol. Aturdidos, pero ilesos, salieron del vehículo para encontrarse en medio de un bosque que parecía haber cobrado vida. Los árboles se mecían violentamente a pesar de que no soplaba viento, y las sombras entre ellos parecían moverse con voluntad
propia.
“El bosque está protegido por ellas”, explicó Lucía mientras ayudaba a Daniel a ponerse en pie. “Es parte de su poder. Tendremos que atravesarlo a pie siguiendo el arroyo. Es el único camino que no pueden controlar porque el agua corriente disipa su magia.” Comenzaron a caminar siguiendo el curso
de un pequeño arroyo que serpenteaba entre los árboles.
La mansión ya no era visible, oculta tras la densa vegetación y la niebla que había descendido repentinamente. “¿Cómo sabes todo esto?”, preguntó Daniel mientras avanzaban con dificultad por el terreno irregular. “Siempre lo es, Abadi. No he sabido en cierto modo,”, respondió Lucía. Crecí
escuchando fragmentos de conversaciones, observando rituales que se suponía que no debía ver, pero nunca quise aceptar la verdad hasta que te conocí, hasta que tuve algo, alguien por quien luchar. A medida que avanzaban, Lucía le explicó
más sobre la historia de su familia. Los alas no eran una familia normal. descendían de una antigua línea de practicantes de magia oscura que habían hecho un pacto con fuerzas más allá de la comprensión humana. A cambio de sacrificios regulares, recibían longevidad y poderes sobrenaturales. El pacto
especifica que deben ser hombres que amen a mujeres salas. Explicó.
El amor intensifica la energía vital, la hace más potente y tiene que ser en domingo porque ese día, según las creencias antiguas, el velo entre los mundos es más fino. ¿Por qué no me lo dijiste antes?, preguntó Daniel cada vez más consciente del peligro en el que se encontraban. ¿Me habrías
creído?, replicó Lucía con amargura.
O habrías pensado que estaba loca, que eran supersticiones de pueblo además tenía miedo. Miedo de lo que mi madre podría hacerte si sospechaba que sabías demasiado. Un ruido entre los arbustos los hizo detenerse. Algo se movía a su alrededor acechándolos. Lucía tomó una rama caída y la sostuvo como
un arma improvisada.
De entre las sombras surgió una figura demacrada, tambaleante. Era uno de los hombres que Daniel había visto en la caverna. Había logrado escapar durante el caos, pero su estado era lamentable. Apenas podía mantenerse en pie y sus ojos reflejaban un horror indescriptible. Ja, Javier, balbució
Lucía, reconociendo a duras penas a su cuñado.
El hombre intentó hablar, pero solo emitió sonidos incoherentes. Daniel se acercó para ayudarlo, pero Javier retrocedió asustado. “Está en shock”, dijo Daniel y gravemente deshidratado. Necesita atención médica urgente. Entre los dos lograron calmar a Javier lo suficiente para que los acompañara.
continuaron su camino por el bosque, ahora más lento debido al estado del hombre rescatado. La noche comenzaba a caer, haciendo su travesía aún más peligrosa. “Tenemos que llegar al pueblo antes del anochecer”, urgió Lucía. “Cuando la luna salga, su poder será mayor. Podrán encontrarnos incluso
siguiendo el arroyo.” Apresuraron el paso lo más que pudieron, prácticamente arrastrando a Javier en algunos tramos.
A lo lejos comenzaron a escuchar aullidos que no parecían provenir de ningún animal conocido. Los sabuesos susurró Lucía palideciendo. Las invocaciones de los domingos de luna nueva vienen por nosotros. Justo cuando la situación parecía desesperada, el bosque comenzó a aclararse y vieron luces a lo
lejos.
habían llegado a los límites de Valle sombrío. La seguridad relativa de la civilización estaba a solo unos cientos de metros, pero entre ellos y el pueblo se alzaba una figura solitaria, doña Mercedes, de alguna manera había llegado antes que ellos y los esperaba en el camino. Su aspecto era aún
más terrorífico que antes. Su piel colgaba en pliegues.
Sus ojos hundidos brillaban con un fuego sobrenatural y su boca demasiado ancha para un rostro humano. Mostraba dientes afilados como los de un depredador. “Hija ingrata”, siceó con una voz que parecía provenir de varias gargantas a la vez. “¿Crees que puedes traicionar a tu sangre a siglos de
tradición? El pacto debe mantenerse.
Detrás de doña Mercedes aparecieron Carmela y Sofía, también transformadas en versiones grotescas de sí mismas y junto a ellas varias figuras oscuras que parecían perros, pero demasiado grandes y con demasiados ojos. No son mi familia, respondió Lucía, irguiéndose con determinación. Mi familia no
sacrificaría personas inocentes por codicia y poder. Son monstruos y voy a detenerlas.
Doña Mercedes ríó. Un sonido que hizo que la temperatura pareciera descender varios grados. Tú, la débil, la sentimental, no tienes el poder, niña. Nunca participaste en los rituales. Nunca bebiste la esencia. Eres tan mortal como tu patético amante. Tal vez, concedió Lucía, pero tengo algo que
ustedes perdieron hace mucho tiempo. Humanidad.
Con un movimiento rápido, Lucía sacó un pequeño frasco de su bolsillo. El mismo tipo de frasco que Daniel había visto en el laboratorio de Javier. “Un regalo de mi cuñado”, explicó destapando el frasco. “Lo reconocí en su laboratorio cuando nos llevaron a recorrer la casa.
Javier había estado investigando un antídoto, una forma de revertir el pacto. Arrojó el contenido del frasco al suelo entre ellos y doña Mercedes. El líquido se extendió formando un círculo perfecto que comenzó a brillar con luz propia. “No”, murmuró doña Mercedes retrocediendo. “Eso es imposible.
El pacto no puede romperse.” “No se rompe”, corrigió Lucía. Se revierte. Lo que han tomado deben devolverlo.
El círculo luminoso comenzó a expandirse, atrapando a doña Mercedes y sus hijas dentro de su circunferencia. Las tres mujeres gritaron al unísono mientras sus cuerpos se contorsionaban. Los sabuesos infernales aullaron y se desvanecieron como humo en el aire. Del suelo comenzaron a surgir figuras
etéreas, los espíritus de todos los hombres sacrificados a lo largo de los siglos.
Se arremolinaron alrededor de las mujeres salas, envolviéndolas en un torbellino espectral. “Lucía!” gritó Carmela extendiendo una mano hacia su hermana menor. Por un momento, su rostro volvió a ser humano, mostrando miedo y arrepentimiento. “Ayúdanos!” Lucía dio un paso adelante instintivamente
queriendo ayudar a sus hermanas, pero Daniel la sujetó del brazo. “No puedes”, le dijo con firmeza, pero gentilmente.
Han hecho su elección durante generaciones. Tienen que afrontar las consecuencias. Con lágrimas en los ojos, Lucía asintió y retrocedió. El torbellino se intensificó hasta que fue imposible distinguir a las mujeres dentro de él. Hubo un último grito desgarrador y luego silencio.
El torbellino se disipó dejando solo tres montones de polvo donde antes habían estado doña Mercedes, Carmela y Sofía. El bosque pareció suspirar como si un peso opresivo hubiera sido levantado. La niebla comenzó a disiparse y la luna que había estado oculta tras nubes oscuras brilló con luz
plateada sobre el camino hacia el pueblo.
Javier, que había observado todo en silencio, cayó de rodillas y comenzó a llorar. Eran las primeras lágrimas que derramaba en años, un signo de que su humanidad estaba regresando. Daniel abrazó a Lucía, quien temblaba por la conmoción y el agotamiento. Se acabó, le susurró. Lo lograste. Los
liberaste a todos. Juntos ayudaron a Javier a levantarse y continuaron su camino hacia Valle Sombrío.
Tenían una historia que contar, aunque dudaban que alguien la creyera completamente. También tenían que organizar un rescate para los otros hombres que seguían atrapados en las cavernas bajo la mansión Salas. En los días siguientes, la policía registró la propiedad, descubriendo con horror la
caverna y liberando a los cautivos. La noticia conmocionó a la nación.
Culto familiar mantiene cautivos durante años. Ritual macabro en mansión de Valle sombrío. Desapariciones misteriosas resueltas tras décadas. La mansión Salas fue acordonada y posteriormente demolida por orden judicial. Nadie quería vivir cerca de ese lugar maldito.
Los terrenos quedaron abandonados con la naturaleza reclamando rápidamente lo que una vez había sido un símbolo de poder y opulencia. Lucía, Daniel y los supervivientes tuvieron que someterse a intensas sesiones de terapia para procesar lo vivido. Algunos nunca se recuperaron completamente. Miguel
Ángel, el primer yerno, falleció a los pocos días de ser rescatado. Su cuerpo estaba demasiado debilitado por años de cautiverio.
Javier sobrevivió, pero nunca volvió a ejercer la medicina ni a ser el hombre que había sido. Un año después de los acontecimientos, Daniel publicó un libro relatando la historia, aunque tuvo que presentarlo como ficción para que alguna editorial lo aceptara. La maldición de los domingos se
convirtió en un éxito de ventas, especialmente entre los aficionados al terror sobrenatural.
Lucía nunca regresó a Valle Sombrío. Se mudó con Daniel a una pequeña ciudad costera donde intentaron construir una nueva vida juntos, lejos de los horrores del pasado. Sin embargo, cada domingo Lucía se despertaba sobresaltada, creyendo escuchar la voz de su madre llamándola para el almuerzo
familiar.
Y en Valle Sombrío, los habitantes mayores seguían advirtiendo a los jóvenes que no se acercaran a la colina donde una vez se alzó la mansión Salas. Porque en las noches de luna nueva, especialmente si caen en domingo, dicen que se pueden escuchar voces femeninas cantando una antigua letanía y el
viento trae un olor a azufre que hace que hasta los perros se escondan bajo las camas.
La leyenda de la familia Salas y sus yernos desaparecidos se convirtió en parte del folklore local. Una historia para asustar a los niños y recordar a los adultos que algunos secretos familiares son demasiado oscuros para ser desenterrados. Y así, queridos espectadores de El tintero maldito,
concluye nuestra macabra historia de hoy.
Una historia de codicia, poder y el precio terrible que algunos están dispuestos a pagar por la inmortalidad. ¿Quién sabe qué secretos oscuros se esconden tras las fachadas respetables de las mansiones antiguas en vuestros propios pueblos? Quizás la próxima vez que os inviten a un almuerzo
dominical en una casa con historia, deberíais preguntar primero qué hay en el menú y aseguraros de que no sois vosotros.
Si os ha gustado esta historia, no olvidéis suscribiros a nuestro canal, dejar vuestros comentarios y activar la campanilla para no perderos nuestras próximas publicaciones. Yo soy vuestro anfitrión de El tintero Maldito. Despidiéndome hasta el próximo relato. Recordad, las mejores historias son
las que nos hacen dudar de lo que creemos saber sobre el mundo que nos rodea. Buenas noches o quizás no tan buenas. M.
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Estaban a punto de ahorcarla por robar pan para sus seis hijos hasta que un ranchero solitario la salvó. Dustwell,…
Avión cargado con barras de oro desapareció 1984 — 29 años después mineros hallan fuselaje en cueva
En la madrugada del 15 de marzo de 1984, el aeropuerto de Guadalajara despertaba con la rutina habitual de los…
Ranchero Silencioso Encontró a una Joven Comanche Colgada de un Árbol con un Letrero que Decía …
Ranchero silencioso, encontró una joven comanche colgada de un árbol con un letrero que decía Tierra del Hombre Blanco. El…
“Por favor… no me levante la falda,” susurró ella suplicando —pero el ranchero solitario lo hizo …
Por favor, no me levante la falda”, susurró ella suplicando. Pero el ranchero solitario lo hizo de todos modos…
Le Pagó Para Limpiar Su Cabaña… Pero al Seguirla a Casa, Descubrió Que Vivía con Cuatro Niños
le pagó para limpiar su cabaña, pero al seguirla a casa descubrió que vivía con cuatro niños. Wyoming, otoño en…
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