La niñera perfecta… hasta que las cámaras revelaron lo que los niños ya sabían
Por Laura Quintana – Crónicas del Umbral
Cuando Valeria (nombre ficticio por motivos de privacidad) contrató a Claudia, jamás imaginó que su vida daría un giro digno de una película de terror. Educada, respetuosa, con recomendaciones impecables y una dulzura natural al hablar con los niños, Claudia parecía la niñera perfecta. En un mundo donde encontrar a alguien de confianza para cuidar a los hijos se ha vuelto un reto, Valeria creía haber ganado la lotería.
Durante las primeras semanas, todo fue paz. Sus hijos, especialmente la pequeña Lili, de 7 años, estaban encantados con Claudia. Jugaban, leían cuentos, merendaban juntos y a menudo hablaban de ella con cariño. Lili incluso comenzó a dibujarla, incluyendo corazones y palabras como “Claudia es buena”.
Pero una tarde de viernes, Lili esperó a su madre con una expresión poco usual. Ya no sonreía, y su voz apenas fue un susurro cuando pidió hablar a solas.
—Mamá, ¿puedo contarte algo sobre Claudia?
Lo que Valeria escuchó a continuación fue inquietante.
Según la niña, en varias ocasiones había visto a Claudia hablando sola en voz baja, pronunciando palabras que no entendía. “Parecía estar enojada, pero no con nosotros”, contó. En otra ocasión, Lili creyó ver un libro moverse en una estantería sin que nadie lo tocara, justo después de que Claudia pasara por delante.
Al principio, Valeria quiso restarle importancia. Pensó que quizás Lili había visto una película o malinterpretado una situación. Pero su tono era tan serio y sus ojos tan convencidos, que algo en ella se removió. Por precaución, instaló una pequeña cámara en la sala principal, donde Claudia pasaba la mayor parte del tiempo con los niños. No se lo dijo a nadie, ni siquiera a su esposo. Solo quería calmar sus propios temores.
Lo que encontró en las grabaciones superó todas sus expectativas.
En una de las noches, ya pasadas las 9:30 p.m., cuando supuestamente los niños dormían y Claudia leía en el sofá, la cámara captó una escena escalofriante. Claudia se levantó, se acercó al rincón de juegos, y empezó a murmurar palabras en un idioma irreconocible. Un peluche de Lili, sin explicación visible, comenzó a balancearse hacia delante. Luego, un cochecito de juguete se deslizó varios centímetros por el suelo… sin que nadie lo tocara.
El rostro de Claudia en ese momento parecía en trance: sus ojos, abiertos pero vacíos; sus labios, moviéndose con una cadencia que recordaba a un rezo oscuro.
Valeria, helada por el miedo, pasó el resto de la noche sin dormir. A la mañana siguiente, mientras Claudia servía el desayuno con una sonrisa angelical, Valeria apenas pudo contener la tensión. Esperó a que los niños se fueran al colegio, y entonces la enfrentó directamente.
—Claudia, ¿puedes explicarme qué hacías anoche en la sala? —preguntó con voz firme.
Lejos de negarlo, Claudia mantuvo la calma. Sonrió, y respondió con una serenidad perturbadora:
—Sé que me estás vigilando. No tiene nada de malo, señora. Yo también lo haría si tuviera hijos. Pero no se preocupe. Lo que vio… es parte de mi don.
Valeria no entendía.
—¿Qué don?
—Puedo percibir y neutralizar energías negativas. Hay cosas que rondan a los niños, especialmente a los sensibles como Lili. Yo solo las alejo. Algunas veces, eso requiere… métodos poco comunes.
No hubo amenazas ni escándalos. Claudia tomó sus cosas con tranquilidad y se fue sin oponer resistencia. Pero dejó una frase que aún resuena en la memoria de Valeria:
—Cuídelos bien, señora. Hay cosas que los adultos ya no pueden ver, pero los niños… ellos todavía están cerca del otro lado.
Tras el incidente, Valeria no volvió a contratar a ninguna niñera sin antes hablar largamente con sus hijos. Desde entonces, también mantiene cámaras de vigilancia en su hogar “por si acaso”, pero confiesa que ya nunca volvió a ver nada fuera de lo normal. Lili, por su parte, volvió a dormir tranquila al cabo de unas semanas. Aunque durante meses, evitó mirar directamente al rincón donde el coche de juguete se había movido solo.
Los especialistas en fenómenos paranormales suelen insistir en que los niños, por su inocencia y sensibilidad, pueden captar energías o presencias que los adultos han aprendido a ignorar. Casos como el de Valeria no son tan aislados como parecen. En varios foros de experiencias inexplicables, abundan los relatos sobre niñeras o cuidadores que, tras un tiempo, revelan tener prácticas ocultas, creencias esotéricas o habilidades inexplicables.
¿Era Claudia una protectora con dones sobrenaturales? ¿O una mujer con algún tipo de trastorno peligroso? Valeria nunca lo sabrá con certeza. No hubo denuncias formales. No encontró más información sobre ella, y las referencias anteriores resultaron ser reales… pero ninguna familia mencionó nada similar.
Sin embargo, desde aquella noche, la vida de Valeria cambió. Se volvió más atenta a lo que dicen sus hijos. “A veces creemos que inventan cosas, pero quizá simplemente ven lo que nosotros hemos dejado de ver”, reflexiona.
Y aunque Claudia nunca más volvió a aparecer, una cosa es segura: desde ese día, Lili nunca volvió a dibujarla.
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