Le dije a mi esposa que su amiga me sedujo, y en lugar de enojarse, se echó a reír.
Hablo en serio, cariño. Le dije a mi esposa. ¿Sandra? ¿Sandra te sedujo? Cariño, conozco a Sandra de toda la vida, desde la primaria hasta la secundaria. Sandra es literalmente mi hermana. Se toma muy en serio su vida cristiana. Jamás intentaría acostarse contigo. Mi esposa dijo:
Cariño, ¿estás diciendo que miento? Le pregunté a mi esposa. No digo que mientas, cariño, pero ambos sabemos que no te gusta Sandra. Has estado fingiendo complacerla por mi culpa, pero acusarla así es demasiado. Mi esposa dijo:
Me decepcionó mucho que mi esposa no confiara en mí.
Me casé con mi esposa menos de un año después de conocerla. Llevamos nueve meses casados. Así que quizá no la juzgaría, quizá todavía no me conoce bien. Quizá apresuramos demasiado las cosas, quizá no nos conocimos lo suficiente. ¿Pero por qué no me iba a creer?
Cariño, concentrémonos en que Sandra se mejore. Su madre no estará contenta de que haya tenido un accidente que casi le cuesta la vida.
En ese momento, el médico salió del quirófano.
“Doctor, ¿cómo está?”, le preguntó mi esposa. “Hemos logrado detener la hemorragia interna. Pero seguiremos vigilándola para ver si hay algún cambio”, dijo el médico.
Me quedé en el hospital con mi esposa hasta la noche.
Entonces mi teléfono empezó a sonar. Era mi secretaria llamando. Hola jefe, acabo de ver a uno de nuestros clientes más importantes. Está cenando con una señora que supongo es su novia en el famoso restaurante Honey Bee. Si puede venir a hablar con él, podría considerarlo. Mi secretaria me dijo: «Gracias, Cynthia. Iré enseguida». Le dije.
¿Adónde va? Mi esposa me preguntó: «Necesito salvar mi trabajo si no, podríamos arruinarnos». Le dije a mi esposa.
Conduje hasta el restaurante y vi al hombre allí. Así que fingí que también venía a cenar.
Luego pasé por la mesa de los clientes. «Hola, Sr. Mark. Aquí está», le dije.
¿Ayochidi? Llamó. «Sí, señor. ¿Qué hace aquí?», me preguntó. Vine a cenar y luego lo vi sentado aquí con la hermosa dama. Le dije: «Sí. De hecho, es mi amiga». Dijo el Sr. Mark. «¿En serio?», le pregunté al Sr. Mark. Asintió.
Está bien. Señor, quería recordarle el trato, si… Puedes cambiar de opinión. Antes de que pudiera terminarlo, el teléfono del Sr. Mark empezó a sonar. Así que nos disculpó para atender la llamada. Me senté en una de las sillas, ya que el Sr. Mark tardaba demasiado en responder.
Finalmente regresó después de unos veinte minutos de llamada. “Sonia, por favor, vámonos, surgió algo”, le dijo el Sr. Mark a su amigo. “¿Y yo qué?”, le pregunté mientras la señora se levantaba para seguirlo.
Llámame Ayochidi. El Sr. Mark me dio su tarjeta antes de irse.
Con esto bastará, me dije.
Volví a casa para ducharme, ya que era un día ajetreado. Al llegar, encontré a mi esposa llorando. Debería estar en el hospital con su amiga. ¿Por qué lloraba?, me pregunté.
Así que me acerqué a ella para saber cuál era el problema. “Cariño, ¿qué pasa?” “¿Sandra está bien?”, le pregunté a mi esposa.
¡No me toques, infiel! Mi esposa me gritó. “¿Infiel? ¿Qué quieres decir con infiel?”, le pregunté sorprendido.
¿Adónde fuiste esta noche?, me preguntó mi esposa. Fui a cerrar un trato. El trato más grande de mi vida. Respondí.
¿En serio? Fuiste a cerrar un trato o saliste con tu nueva novia. Mi esposa me dijo, enseñándome la foto de Sonia (la amiga del Sr. Mark) y yo solos en el restaurante.
Cariño, esto no es lo que parece. Le dije a mi esposa. Pero no me creyó.
Una noche, una mentira… y una revelación inesperada
Mi esposa no paraba de llorar. Me dolía verla así, pero también me hervía la sangre. ¿Cómo podía acusarme de algo tan bajo? Yo, que acababa de correr de un hospital al restaurante solo para proteger nuestro futuro. ¡Y ahora esto!
— ¿Dónde conseguiste esa foto? — pregunté.
— Me la envió alguien. Desde un número desconocido — dijo ella, lanzándome una mirada dura. — Me dijeron: “Mientras tú cuidas a tu amiga, él cuida a otra”.
Intenté tomar su teléfono, pero lo alejó con rapidez.
— ¿Qué importa de dónde la saqué? ¡Mírate! Estás ahí, sentado, sonriendo con esa mujer.
— ¡Porque estaba fingiendo una reunión casual! ¡Por negocios! El cliente es el señor Mark, no esa mujer, Sonia. Ella estaba con él. Solo me senté con ellos un minuto. ¡Puedes preguntárselo!
— ¿Y cómo se explica que ella te mire así? — me espetó.
— ¿Así cómo?
— Como si ya te conociera.
No supe qué responder. Porque lo cierto es que sí la conocía. La había visto una vez antes… en la oficina del Sr. Mark, cuando acompañó a otro cliente. Apenas cruzamos palabras. Pero decirle eso a mi esposa en ese momento solo iba a echar más leña al fuego.
— Cariño — dije, suavizando el tono —, ¿de verdad piensas que sería tan idiota como para salir con una mujer al restaurante más famoso de la ciudad sabiendo que cualquiera puede verme?
Ella no respondió. Solo me dio la espalda.
Luego se encerró en el cuarto y no salió el resto de la noche.
Al día siguiente
Fui al hospital temprano, esperando encontrar a Sandra consciente. Tal vez podía hablar con ella y aclarar el asunto desde el principio.
Pero cuando llegué, el doctor me dijo que Sandra aún estaba bajo observación y no podía recibir visitas. Mi esposa no estaba allí. Pregunté por ella, y una enfermera me dijo que se había marchado muy temprano, llorando.
Al salir del hospital, recibí un mensaje. Era del número desconocido.
“Eso fue solo el comienzo. ¿Listo para la siguiente prueba? 😈”
Mi piel se erizó. ¿Quién era esta persona? ¿Por qué quería arruinar mi matrimonio?
Antes de que pudiera contestar, recibí una llamada. Era Cynthia, mi secretaria.
— Jefe, tenemos un problema. Alguien envió un correo anónimo al departamento de finanzas diciendo que usted ha estado usando fondos de representación para fines personales. Y adjuntaron una foto…
— ¡¿Qué foto?!
— Usted… en el restaurante, con la misma mujer.
Mi mundo se detuvo.
— Cynthia, llama a Mark ahora mismo. Necesito que aclare esto de inmediato. Dile que es urgente.
— Lo haré — dijo ella. — Pero jefe… tenga cuidado. Esto parece personal.
Esa tarde
Cuando regresé a casa, mi esposa no estaba. La llamé. Nada. Le escribí. Sin respuesta.
Finalmente, recibí un mensaje de ella:
“No puedo estar en esta casa contigo. Necesito tiempo para pensar.”
Pero no fue lo único que recibí ese día.
Al revisar el buzón, encontré un sobre sin remitente.
Lo abrí.
Dentro había una foto… vieja. Una foto de Sandra. Pero no estaba sola.
A su lado… estaba yo.
No lo podía creer.
Yo era apenas un adolescente. Tenía quizás 15 años. En la foto, Sandra tenía la cabeza apoyada en mi hombro. Sonreíamos.
Debajo, un papel con una sola línea escrita a mano:
“¿Seguro que no recuerdas lo que pasó aquella noche en el campamento?”
Se me heló la sangre.
Parte 3: “La noche que olvidaste… y el pasado que regresa para destruirlo todo”
Me quedé paralizado frente a la puerta, la foto temblando entre mis dedos.
Yo no recordaba esa noche. Ni siquiera recordaba haber estado en ese campamento. Pero la foto no mentía. Esa era Sandra… y ese era yo. ¿Cómo era posible?
Corrí al desván. Tenía que encontrar algo, cualquier cosa, que me ayudara a recordar. Una libreta, una vieja carta, alguna foto. Pero mientras buscaba entre cajas polvorientas, mi mente comenzó a tejer hilos sueltos.
Aquel campamento fue organizado por una iglesia a la que asistí brevemente, después de la muerte de mi padre. Yo tenía 15 años. Fue una época borrosa, marcada por la tristeza, las noches en vela y las muchas pastillas que me recetaron para la ansiedad.
¿Y si…?
Un golpe en la puerta me sacó del trance.
Bajé de inmediato.
Cuando abrí… era Sandra.
— Necesitamos hablar — dijo, con voz débil.
— ¿Estás bien? ¿Cómo saliste del hospital?
— Firmé el alta voluntaria. No me importa mi salud. Solo vine porque… esto ya se nos fue de las manos.
Entró. Se sentó en el sofá, frente al mismo lugar donde mi matrimonio comenzó a romperse.
— ¿Tú enviaste las fotos? — pregunté con un hilo de voz.
— No — dijo ella —, pero sé quién lo hizo.
La miré, confundido.
— Es mi hermana — soltó al fin. — Su nombre es Sonia.
Me quedé helado.
¿Sonia? ¿La mujer del restaurante?
— No entiendo nada — dije, sintiendo que el mundo se me escapaba de las manos.
Sandra se inclinó hacia mí, con los ojos vidriosos.
— Tú y yo nos conocimos en ese campamento. Éramos niños, sí, pero hubo algo entre nosotros. Fue especial… aunque tú lo olvidaste. Yo no. Y mi hermana… ella también fue. Ella te amaba. Pero tú me escogiste a mí. Esa noche… pasó algo. Algo que Sonia nunca me perdonó.
— ¿Qué pasó esa noche? — pregunté.
Ella me sostuvo la mirada.
— Nos besamos. Y ella nos vio.
Todo mi cuerpo se tensó.
— ¿Estás diciendo que todo esto es por… por un beso de adolescentes?
Sandra negó con la cabeza.
— No solo eso. Sonia se obsesionó contigo. Creó una historia en su mente. Que tú y ella estaban destinados a estar juntos. Me acusó de haberte robado. Desde entonces, juró vengarse.
— Pero eso es una locura…
— Lo es — dijo Sandra —. Pero también es real. Ella trabaja ahora con Mark. Es su “consultora externa”. Por eso estaba en el restaurante. Y estoy segura de que ella filtró esas fotos. Ella envió el mensaje a tu esposa. Y probablemente… el correo a tu empresa.
Sentí un vértigo terrible. Todo encajaba. La mirada de Sonia. El número desconocido. El tono de los mensajes. Todo.
— ¿Y qué quiere? ¿Arruinarme?
— No. Quiere que pierdas todo… para que vuelvas a necesitarla.
Me llevé las manos al rostro.
— ¿Y tú? ¿Por qué volviste a mi vida ahora?
Sandra suspiró.
— Porque cuando me enteré que Sonia trabajaba con Mark… supe que iba a intentar algo. No quería hacerte daño. Solo quería advertirte. Pero después del accidente, ella actuó más rápido de lo que imaginé.
Hubo un silencio largo.
— Necesito encontrar a mi esposa — dije de pronto, poniéndome de pie.
— ¿Y si no te cree?
— Entonces lucharé hasta que lo haga.
Tres días después
Mi empresa abrió una investigación. Mark confirmó que Sonia actuó por cuenta propia y que él no sabía de sus acciones personales. Pero el daño estaba hecho. Mi nombre estaba manchado.
Lo peor fue enfrentar a mi esposa. Ella ya se había mudado temporalmente con su madre.
Me presenté en su puerta con la foto del campamento… y con Sandra.
Mi esposa abrió. Nos miró a ambos.
— ¿Vienes a confesar algo? — preguntó con los ojos cansados.
— No — dije —. Vengo a contarte la verdad.
Nos sentamos. Durante una hora, le contamos todo. Desde el campamento hasta la obsesión de Sonia. Desde el beso infantil hasta el plan de venganza.
Al terminar, mi esposa no dijo nada. Solo se levantó… y fue a su habitación.
Pensé que nos echaría. Pero en vez de eso, volvió con su propio teléfono.
— ¿Esta es la mujer de la foto? — preguntó, señalando a Sonia.
Asentimos.
Entonces reprodujo un audio.
Era una llamada.
“Te dije que si no te alejabas de ella, lo perderías todo. Ahora mira cómo llora. Y apenas estamos comenzando…”
Mi esposa pausó.
— Grabé esa llamada por accidente. Sonia me llamó desde un número privado… pero reconocí su voz. No quería creerlo.
Me miró con lágrimas en los ojos.
— Perdóname… por dudar de ti.
Epílogo: Tres meses después
Sonia fue demandada por difamación y violación de datos personales. Mark la despidió.
Sandra se mudó a otra ciudad. Dijo que quería cerrar ese capítulo de su vida para siempre.
Mi esposa y yo fuimos a terapia de pareja. Nos costó… pero lo logramos.
Y un día, mientras paseábamos por el parque, ella me tomó la mano y dijo:
— La próxima vez que alguien quiera destruirnos, ¿prometes contarme todo… desde el principio?
Le sonreí, sincero.
— Prometo no olvidar ninguna noche… y mucho menos, a ti.
PART 4: “EL RECUERDO QUE DESTRUYÓ A UNA DINASTÍA”
(Continuación de “El hijo del multimillonario llevó a propósito a una chica pobre a la cena familiar…”)
La cena siguió… o mejor dicho, intentó seguir.
Pero la presencia de Lilia se convirtió en el verdadero plato fuerte de la noche.
— ¿Qué quiere decir con “nos casamos”? — repitió Eleonora en voz baja, pero con ese tono que cortaba como cuchillo.
Daniel, sin dejar de sonreír, se giró hacia su madre y dijo con tranquilidad:
— Justo eso. Me enamoré. Y no pedí permiso.
La mesa quedó paralizada. La tía Irina apretó la servilleta contra su boca. Uno de los primos giró su copa lentamente, incómodo. Y el padre de Daniel, sentado en la cabecera, simplemente cerró los ojos… como si esperara una explosión inminente.
Y entonces ocurrió.
— ¡NO! — gritó Eleonora, golpeando la mesa con una fuerza sorprendente. — ¡NO permitiré que una cualquiera destruya el apellido St. Remington!
— ¿Cualquiera? — Lilia finalmente habló, con voz firme pero calmada. — ¿Porque no tengo apellidos largos ni millones heredados?
— Porque no perteneces a este mundo, querida, — respondió la mujer con veneno en la voz. — Aquí hay reglas. Linaje. Expectativas.
— Pues quizás es hora de romperlas, — dijo Daniel, tomando la mano de Lilia.
Pero en ese momento… alguien más se levantó. Una anciana, que hasta entonces había permanecido callada al extremo de la mesa. La abuela Amalia, la fundadora del imperio.
Todos enmudecieron cuando ella golpeó suavemente su bastón contra el suelo.
— Basta. — Su voz, aunque frágil, llenó la sala.
Eleonora tragó saliva. Todos se sentaron.
Amalia miró a Lilia, y algo en su expresión cambió. Una sombra… un recuerdo.
— ¿Cuál es su nombre completo, joven?
— Lilia Aranda, señora.
La anciana frunció el ceño.
— Aranda… ¿hija de quién?
— De Teresa Aranda… y de Miguel Solís, aunque nunca lo conocí.
Amalia se quedó en silencio. Luego… su rostro palideció.
— Teresa… Aranda…
Se volvió lentamente hacia Eleonora, y dijo con una voz helada:
— ¿Qué has hecho?
— ¿Madre? ¿Qué dices?
Pero Amalia no le habló más. Solo miraba a Lilia como si hubiera visto un fantasma.
Y entonces, con palabras temblorosas pero nítidas, la matriarca soltó:
— Esa mujer… Teresa Aranda… trabajó en esta casa. Hace casi treinta años. La echaste… embarazada. La acusaste de algo que no hizo. Todo porque… porque tu prometido la miró demasiado.
Un murmullo recorrió la mesa.
— ¿Qué…? — Daniel se levantó, atónito.
— Sí, — confirmó Amalia. — Esa niña… que hoy llamas “intrusa”… es sangre de esta familia. Su padre fue tu prometido, Eleonora. El que tú misma rechazaste por conveniencia.
Los cubiertos cayeron. Las copas dejaron de moverse. Un silencio más profundo que todos los anteriores cayó sobre la familia St. Remington.
Lilia no dijo nada. Solo sus ojos brillaban… no de sorpresa, sino de comprensión.
Y entonces Daniel miró a su madre, luego a Lilia… y dijo:
— Entonces… todo encaja.
— ¿Qué encaja? — preguntó la tía Irina, aterrada.
Daniel sacó su teléfono, tocó unos botones… y una imagen apareció en la pantalla que proyectaba en la sala: un test de ADN. Dos nombres. Un 99,9% de coincidencia.
— Porque nosotros ya sabíamos, — dijo Daniel con una sonrisa suave. — Lilia y yo no nos casamos solo por amor. Lo hicimos también por justicia.
— ¿Justicia? — escupió Eleonora.
— Justicia para su madre. Para la mujer que echaste. Para la hija que despreciaste antes de conocer. Y para recordarte que ni todo el dinero ni todos los apellidos pueden esconder la verdad… por siempre.
Eleonora cayó en su silla, temblando.
Y esa noche, en la casa más poderosa de la ciudad… cayó una dinastía.
👉FIN.
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