“ME CASARÉ CON LA PRIMERA MUJER QUE ENTRE POR ESA PUERTA” DIJO EL MILLONARIO… Y ENTONCES…

Me casaré con la primera mujer que entre por esa puerta”, dijo el millonario. Y entonces ella apareció. Santiago Delgado. La voz de Camila temblaba entre la sorpresa y la rabia contenida. El gran chef que me dijo que jamás sería lo suficientemente buena para su cocina. Santiago se quedó paralizado en medio del elegante restaurante mediterráneo.

 La mujer empapada, que acababa de entrar huyendo de la lluvia torrencial de Madrid, lo miraba con una mezcla de dolor y desprecio que lo golpeó como un puñetazo. Sus ojos oscuros brillaban no solo por las gotas de lluvia que aún tenía en las pestañas, sino por lágrimas de indignación que luchaba por contener.

 Camila murmuró él y los recuerdos regresaron como una avalancha. Bogotá 5 años. Una joven chef venezolana llena de sueños. Su rechazo brutal y despiadado. No necesito tu lástima ahora respondió ella con una dignidad que contrastaba con su aspecto vulnerable. Su camisa beige se pegaba a su cuerpo por la lluvia y sus jeans desgastados goteaban sobre el costoso mármol del piso.

 Solo quería refugiarme de la lluvia. Todo había comenzado apenas 5 minutos antes. Santiago estaba en la mesa principal del restaurante, rodeado de inversores españoles y su socio Ricardo Navarro. Las copas de vino tinto habían corrido durante toda la cena y los comentarios sobre su vida personal se habían vuelto más insistentes.

 “Santiago, tienes 35 años y sigues soltero”, había dicho Ricardo con esa sonrisa burlona que tanto lo irritaba. “Los hombres exitosos como tú deberían estar casados. ¿O es que tienes miedo al compromiso? Estás equivocado, Ricardo”, había respondido Santiago sintiendo la molestia crecer en su pecho. No tengo miedo al compromiso.

 De hecho, estoy tan seguro de que el amor verdadero existe, que había hecho una pausa dramática, levantando su copa y señalando hacia la entrada del restaurante con gesto teatral. Me casaré con la primera mujer que entre por esa puerta. Los hombres de la mesa habían estallado en carcajadas. Ricardo, divertido por la brabuconada, había aceptado inmediatamente la apuesta.

 Perfecto, seis meses para cumplir tu palabra, pero tiene que ser un matrimonio real, no una farsa. Y justo en ese momento, como si el destino hubiera estado esperando la señal, las puertas del restaurante se abrieron de par en par. Camila Restrepo entró empapada, con el cabello oscuro pegado al rostro y los ojos buscando desesperadamente un lugar donde refugiarse.

 Su ropa sencilla y su expresión vulnerable contrastaban brutalmente con el ambiente sofisticado del lugar. Llevaba una carpeta bajo el brazo protegida del agua y temblaba ligeramente por el frío. Santiago la había visto y por un momento había olvidado completamente la apuesta. Había algo en ella, en la forma en que se irguió a pesar de estar empapada, en la determinación que irradiaba incluso en su estado vulnerable, que lo había desarma completamente.

 Se había levantado de la mesa, ignorando las miradas curiosas de los inversores, y se había acercado a ella con la intención de ofrecerle ayuda. Pero entonces ella lo había reconocido. ¿Qué haces aquí? le preguntó Santiago ahora tratando de recuperar la composure. En Madrid, quiero decir, “Trabajo aquí”, respondió Camila sec, “Llegué hace dos años. No que te importe.

” Ricardo se había acercado discretamente, observando la escena con fascinación. Los otros inversores murmuraban entre ellos, claramente intrigados por el drama que se desarrollaba frente a sus ojos. “Camila, por favor, déjame explicarte. explicarme qué. La voz de ella se quebró ligeramente. ¿Cómo me humillaste frente a todo tu equipo en Bogotá? ¿Cómo me dijiste que era una amatur sin talento y que jamás podría trabajar en un lugar como el tuyo? Las palabras de Camila resonaron en el restaurante como latigazos. Santiago sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

recordaba vagamente el incidente, pero en ese momento de su vida había estado tan amargado, tan herido por la traición de Isabela, que había descargado toda su frustración en la primera persona que se había cruzado en su camino. Yo estaba pasando por un momento muy difícil y eso te daba derecho a destrozar mis sueños.

 Camila dio un paso hacia él y Santiago pudo ver las lágrimas que luchaba por contener. Gasté mis últimos ahorros para viajar desde Caracas. Pensé que trabajar contigo sería la oportunidad de mi vida. El silencio se extendió entre ellos como un abismo. Los comensales del restaurante habían dejado de hablar, creando una atmósfera tensa y expectante.

 “Camila, si me das la oportunidad, no”, lo interrumpió ella dirigiéndose hacia la salida. Ya tuve suficiente humillación por una noche. Santiago la siguió hasta la puerta. Espera, la lluvia sigue cayendo muy fuerte. Ella se detuvo un momento mirando a través del cristal. Efectivamente, la tormenta no había amainado, pero su orgullo pesaba más que su comodidad. Prefiero mojarme que quedarme aquí un minuto más.

 y salió de nuevo bajo la lluvia torrencial, perdiéndose entre las sombras de la noche madrileña. Santiago se quedó parado en la entrada, viendo como la figura de Camila desaparecía entre la lluvia. Sintió una opresión en el pecho que no había experimentado en años. Ricardo se acercó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

 Vaya, parece que el destino tiene sentido del humor, amigo. Esta es la mujer con la que te vas a casar, ¿verdad? Santiago lo miró sin responder. Por primera vez en mucho tiempo, una apuesta había dejado de ser un juego para convertirse en algo mucho más complejo y peligroso.

 La lluvia seguía golpeando los cristales del restaurante, pero el sonido que más claramente escuchaba Santiago era el eco de las palabras dolidas de Camila resonando en su cabeza. Santiago no pudo dormir esa noche. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Camila empapado por la lluvia y la decepción. Las palabras que ella había dicho resonaban en su cabeza como un disco rayado.

 Gasté mis últimos ahorros para viajar desde Caracas. Se levantó antes del amanecer y se dirigió a su oficina en el restaurante. Necesitaba recordar exactamente qué había pasado hace 5 años en Bogotá. abrió su laptop y comenzó a buscar en sus archivos personales. Ahí estaba. Abril de 2020, los peores meses de su vida.

 había descubierto la traición de Isabela de la manera más cruel posible, llegando temprano a casa para sorprenderla con una cena romántica, solo para encontrarla en la cama con Mauricio, su mejor amigo, desde la infancia, el hombre que había sido su padrino de graduación, quien conocía todos sus secretos, quien había estado a su lado cuando perdió a su padre.

 Santiago recordó claramente su estado mental en esas semanas. Amargado, desconfiado, lleno de rabia. Su restaurante en Bogotá era exitoso, pero él se había vuelto un jefe tiránico, descargando su dolor en cualquiera que se cruzara en su camino. Y entonces llegó Camila, la recordaba ahora con más claridad, una joven delgada de ojos brillantes, que había entrado a su cocina con una sonrisa nerviosa y una carpeta llena de sueños. Venía recomendada por su profesor de cocina en Caracas.

 Había ahorrado durante meses para el viaje y hablaba de la gastronomía venezolana con una pasión que lo había irritado sin razón. Señor Delgado, he estudiado todas sus técnicas. Creo que puedo aportar algo nuevo fusionando los sabores venezolanos con su estilo europeo”, había dicho ella con voz temblorosa, pero decidida. Y él, cegado por su dolor, la había destrozado.

 Sabores venezolanos en mi cocina. No necesito a una amater que viene a enseñarme sobre comida de la calle. Aquí trabajamos con técnicas serias, no con experimentos caseros. La había echado delante de todo su equipo sin siquiera probar un solo plato que ella había preparado especialmente para la ocasión.

 Santiago cerró la laptop y se cubrió el rostro con las manos. Había sido un monstruo. Dos días después decidió buscarla. No fue difícil. La comunidad latinoamericana en Madrid era más pequeña de lo que parecía. Preguntando aquí y allá, llegó hasta Lavapiés, al restaurante Sabores de América.

 Era un local pequeño, con mesas de madera y paredes decoradas con banderas de diferentes países latinoamericanos. El aroma que salía de la cocina era increíble, una mezcla de especias y tradiciones que lo transportó inmediatamente a su infancia en Bogotá. Una mujer mayor de unos 60 años lo recibió con una sonrisa cálida. Buenas tardes, joven. Mesa para uno. Disculpe, señora.

 Estoy buscando a Camila Restrepo. Trabaja aquí. La sonrisa de la mujer se desvaneció instantáneamente y sus ojos se volvieron cautelosos. ¿Quién la busca? Soy Santiago Delgado. Necesito hablar con ella. Ah, usted es Santiago Delgado. La voz de la mujer se volvió fría. Soy Mercedes Quispe, la dueña de este lugar, y usted no es bienvenido aquí.

 Santiago se sintió como si le hubieran dado una bofetada. Señora, solo quiero disculparme. Disculparse, Mercedes se cruzó de brazos. ¿Sabe usted lo que esa niña lloró cuando llegó a mi puerta hace dos años? Venía destruida, sin dinero, sin esperanza. Me tardé meses en convencerla de que no todos los hombres exitosos son crueles.

 En ese momento, Camila salió de la cocina llevando dos platos humeantes. Al ver a Santiago casi se le cayeron de las manos. ¿Qué haces aquí? Preguntó con voz tensa. Necesito hablar contigo. No tengo nada que hablar con usted, señor Delgado. Lo trató de usted deliberadamente, marcando distancia.

 Mercedes, ¿puedes atender la mesa tres? Camila regresó a la cocina, pero Santiago alcanzó a ver sus manos temblando. “Por favor, solo 5 minutos”, insistió Santiago. “No”, gritó Camila desde la cocina. “Ya me hizo suficiente daño.” Mercedes lo miró con una mezcla de lástima y advertencia. Váyase, joven, y no regrese a molestar a mi niña. Santiago salió del restaurante con el corazón encogido, pero no se rindió.

Los siguientes días comenzó a enviar flores al restaurante. Camila las devolvía sin abrirlas. Entonces envió ingredientes premium: azafrán español, trufa negra, aceite de oliva virgen extra. Camila los rechazó todos. Finalmente decidió cambiar de estrategia. En lugar de enviar cosas, comenzó a ir a comer al restaurante todos los días.

 Se sentaba en la mesa del rincón y pedía lo que fuera que Camila hubiera cocinado ese día. La primera vez que probó sus arepas rellenas con perico, casi se le salieron las lágrimas, no por el sabor, aunque estaban increíbles, sino por el talento desperdiciado. Camila no era solo buena, era excepcional. El zancocho que preparaba tenía una profundidad de sabor que había perfeccionado cada ingrediente hasta lograr una sinfonía perfecta.

 Sus empanadas eran crujientes por fuera y jugosas por dentro, con un relleno que combinaba tradición y creatividad de manera sublime. Después de una semana de visitas diarias, Mercedes finalmente se acercó a su mesa. ¿Qué quiere realmente de mi niña? Le preguntó directamente. Disculparme. Y si ella me lo permite, enmendar mi error.

 ¿Sabe por qué Camila vino a España? Santiago negó con la cabeza. Su familia perdió todo en Venezuela. Su padre era ingeniero, su madre maestra. Buenos trabajos, casa propia, una vida digna. Pero la crisis se llevó todo. Camila vendió hasta sus joyas para poder venir aquí con la esperanza de trabajar en cocinas importantes y mandar dinero a casa.

 Mercedes hizo una pausa limpiando una mesa que ya estaba limpia. Cuando usted la rechazó en Bogotá, ella gastó sus últimos pesos en un boleto de avión a Madrid. Llegó aquí sin conocer a nadie. Durmió en albergues. Trabajó limpiando oficinas por las noches para poder comer hasta que llegó a mi puerta. Santiago sintió que el mundo se le venía encima.

No sabía nada de eso. Por supuesto que no sabía. Los hombres como usted nunca se molestan en conocer las historias de la gente a la que lastiman. Esa noche Santiago regresó a su apartamento en el centro de Madrid y se sirvió un whisky.

 observó desde su ventana la ciudad iluminada pensando en Camila durmiendo en albergues mientras él vivía en el lujo. Tenía que encontrar la manera de llegar hasta ella, no solo por la apuesta, eso ya no importaba, sino porque había visto algo en sus ojos esa noche lluviosa que no podía quitarse de la cabeza. Era determinación mezclada con vulnerabilidad, fuerza a pesar del dolor.

 Camila era todo lo que él había perdido en su camino hacia el éxito, autenticidad, pasión, la capacidad de crear belleza, incluso en medio de la adversidad. Al día siguiente regresó a Sabores de América, decidido a no rendirse hasta conseguir que Camila lo escuchara. Tres semanas después de comenzar su campaña de acercamiento, Santiago seguía siendo recibido con frialdad glacial por parte de Camila.

 Cada día llegaba al restaurante, pedía su comida, comía en silencio y se iba. Ella ni siquiera lo miraba cuando le servían los platos, pero Santiago había notado pequeños detalles. Camila ya no temblaba cuando él entraba. Sus manos se mantenían firmes mientras cocinaba y había empezado a preparar platos más elaborados, como si estuviera demostrando inconscientemente su talento.

 Mercedes observaba todo desde la barra con la sabiduría de quien ha vivido mucho. “Mi hija”, le dijo una tarde a Camila mientras limpiaban la cocina. “Ese muchacho viene aquí todos los días. Los hombres orgullosos como él no hacen eso por capricho. No me interesa lo que haga”, respondió Camila. Pero su voz no sonaba tan firme como antes. ¿Sabes qué me dijo ayer cuando estaba pagando la cuenta? Camila se detuvo, aunque trató de aparentar indiferencia.

 Me dijo que en 35 años de vida nunca había probado una comida que lo hiciera recordar por qué se enamoró de la cocina. Que tus platos le devolvieron algo que había perdido. Puras palabras bonitas, murmuró Camila, pero Mercedes notó cómo se ruborizaron sus mejillas. Tal vez deberías escucharlo, niña. No todos los días un hombre como él viene a pedir perdón con tanta humildad.

 Esa misma tarde, cuando Santiago terminó de comer y se dirigía hacia la salida, Camila salió de la cocina. Señor Delgado, lo llamó y él se detuvo inmediatamente. Mañana a las 5 en el café Luna, cerca del retiro, 10 minutos, Santiago sintió que el corazón se le aceleraba. Gracias, Camila. Gracias. Al día siguiente, Santiago llegó 20 minutos antes de la hora acordada.

 Eligió una mesa apartada y esperó nervioso como un adolescente en su primera cita. Cuando Camila entró, puntual como un reloj, él se puso de pie inmediatamente. Ella llevaba un vestido sencillo de color azul y había recogido su cabello en una coleta baja. Sin el delantal del restaurante y sin la tensión del primer encuentro, Santiago pudo ver realmente lo hermosa que era.

“Tienes 10 minutos”, dijo Camila sentándose frente a él. “Habla.” Santiago respiró profundo. Había ensayado este momento cientos de veces, pero ahora que la tenía frente a él, todas las palabras preparadas se le olvidaron. Cuando te rechacé en Bogotá, acababa de descubrir que la mujer que amaba me había engañado con mi mejor amigo.

 Comenzó mirándola directamente a los ojos. Los encontré en mi propia cama, en mi propia casa. Camila parpadeó, sorprendida por la crudeza de la confesión. Sé que eso no justifica lo que te hice. Nada lo justifica, pero quiero que entiendas que no era el hombre que soy ahora. Estaba roto, amargado. Y descargué toda esa rabia contigo.

 ¿Y ahora qué eres? preguntó Camila, su voz más suave, pero aún cautelosa. Alguien que se da cuenta de que el éxito no vale nada si no tienes con quién compartirlo. Alguien que ha probado tu comida y entiende que cometió el error más grande de su vida al no darte una oportunidad.

 Camila bajó la mirada jugando con la taza de café que había pedido. ¿Sabes lo que se siente llegar a un país extraño sin conocer a nadie? trabajar limpiando oficinas de noche para poder comer, escuchar a la gente hablar de los venezolanos como si fuéramos una plaga. Santiago sintió una punzada de dolor en el pecho. No, no lo sé y no puedo imaginar lo fuerte que tuviste que ser.

 Mercedes me salvó, continuó Camila. Cuando llegué a su puerta, había decidido regresar a Venezuela. Preferí pasar hambre en mi país que seguir siendo humillada aquí. Pero te quedaste. me quedó porque ella me enseñó que no todos los españoles son iguales, que algunas personas aún creen en dar oportunidades. Se quedaron en silencio durante unos minutos. Santiago podía ver la lucha interna en los ojos de Camila.

 “¿Por qué vienes todos los días al restaurante?”, preguntó ella finalmente. “Porque tu comida es extraordinaria. Porque cada plato que pruebo me demuestra lo idiota que fui. ¿Y por qué? Porque necesito que sepas que no soy el hombre que te rechazó hace 5 años. Camila lo miró fijamente, como si tratara de leer su alma. Los 10 minutos se acabaron dijo poniéndose de pie.

Santiago sintió que se le caía el mundo. Camila, por favor. Pero ella hizo una pausa. Si quieres conocer realmente la cocina venezolana, ven mañana a mi apartamento. Voy a preparar a Yacas. Es domingo, día de familia. Y sin esperar respuesta, salió del café, dejando a Santiago con una mezcla de esperanza y nervios que no había sentido en años.

 El domingo por la tarde, Santiago llegó al edificio de Camila en Lavapiés con una botella de vino tinto y un ramo de flores silvestres. El apartamento era pequeño, pero acogedor, decorado con fotografías de Venezuela y plantas que le daban vida al espacio. “Quítate la chaqueta y ven a ayudarme”, le dijo Camila señalando la cocina.

 “Hacer a no es trabajo de una sola persona.” Santiago se arremangó la camisa y se acercó. Camila había preparado todos los ingredientes, la masa de maíz, el guiso de carne y pollo, las aceitunas, las pasas, los huevos duros. Primero extiendes la masa en la hoja de plátano. Así le enseñó guiando sus manos. No muy gruesa, no muy fina.

 El contacto de sus manos envió una descarga eléctrica por el brazo de Santiago. Camila también lo sintió, pero se concentró en la tarea. Ahora el guiso, pero no mucho, porque si no se sale cuando envolvemos. Mientras trabajaban juntos, Camila le contó sobre Venezuela, sobre su familia, sobre las ayacas navideñas que hacía con su madre y sus hermanas.

 Santiago escuchaba cada palabra, fascinado no solo por las historias, sino por la pasión con que ella hablaba de su cultura. “¿Y tu familia?”, preguntó Camila mientras amarraban las Ayacas con Pabilo. “Mi papá murió cuando yo tenía 15 años. Mi mamá se volvió a casar y vive en Cartagena con su esposo. Hablamos por teléfono, pero no somos muy cercanos.

Por eso te viniste a España. Quería ser chef y aquí estaban las mejores escuelas culinarias. Trabajé lavando platos y limpiando cocinas para pagarme los estudios. Camila lo miró con sorpresa. No sabía eso. Hay muchas cosas que no sabes de mí, buenas y malas. Cuando terminaron de preparar lascas, se sentaron a esperarlas mientras se cocinaban. Santiago abrió el vino y sirvió dos copas.

 Por las segundas oportunidades, brindó. Por las segundas oportunidades, respondió Camila chocando su copa con la de él. Esa tarde, por primera vez en 5 años hablaron como dos personas normales. Santiago le contó sobre sus restaurantes, sus planes, sus miedos.

 Camila le habló de sus sueños de tener su propio lugar, de traer a su familia a España, de crear un menú que fusionara lo mejor de ambos mundos. Cuando las Ayacas estuvieron listas y las probaron juntos, Santiago cerró los ojos y suspiró. Esto es arte, Camila, puro arte. Ella sonrió y Santiago se dio cuenta de que era la primera vez que la veía sonreír realmente desde que se habían reencontrado.

 ¿Sabes qué? dijo Camila tomando un sorbo de vino. Creo que puedo llegar a perdonarte. Santiago sintió que el aire regresaba a sus pulmones después de semanas de contenerlo. De verdad, de verdad, pero va a tomar tiempo y tienes que ganártelo todo el tiempo que necesites, respondió Santiago, y por primera vez en mucho tiempo sintió esperanza real.

 Dos meses después, la vida de Santiago había cambiado completamente. Sus días giraban en torno a Camila, almorzar juntos en Sabores de América, cocinar en el pequeño apartamento de ella los fines de semana, caminar por el retiro mientras hablaban de sus sueños. Santiago había descubierto una Camila llena de matices, divertida cuando le enseñaba bailes venezolanos en la sala, seria cuando hablaba de la situación en su país, tierna cuando preparaba arepas pensando en su familia y cada día se enamoraba más de ella. Esa noche de viernes,

Santiago había preparado una sorpresa. Llevó a Camila a la azotea de uno de sus restaurantes, donde había dispuesto una cena íntima con velas y una vista espectacular de Madrid. ¿Todo esto para mí? Preguntó Camila sonriendo mientras Santiago le servía vino. Para nosotros, respondió él tomando su mano.

 Camila, estos dos meses han sido los mejores de mi vida. Eres extraordinaria y no solo como chef. Camila sintió que su corazón se aceleraba. Había luchado contra sus sentimientos durante semanas, pero ya no podía negarlo. Se estaba enamorando de Santiago. Santiago, yo El teléfono de Camila comenzó a sonar insistentemente. Miró la pantalla y palideció.

 Es mi hermana desde Caracas. Nunca me llama tan tarde. Santiago asintió comprendiendo la gravedad del momento. Las llamadas desde Venezuela a esas horas nunca traían buenas noticias. Camila contestó con manos temblorosas. Sofía, ¿qué pasó? Santiago vio como el rostro de Camila se descompuso mientras escuchaba. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. ¿Cuándo? ¿Cómo está ahora?, preguntaba entre sollozos.

Sí, sí, voy para allá mañana mismo. Cuando colgó, se derrumbó en la silla. Santiago se acercó inmediatamente y la abrazó. ¿Qué pasó, amor? Mi mamá, logró decir entre lágrimas. Tuvo un infarto. Está en cuidados intensivos. Necesita una operación urgente, pero pero no tenemos dinero para pagarla.

 Santiago sintió que se le partía el corazón viendo sufrir a Camila. ¿Cuánto necesitan? $1,000. Es imposible. Mi familia no tiene esa cantidad. Yo te los doy. Camila lo miró sorprendida. No, Santiago, no puedo aceptar eso. Claro que puedes. Déjame ayudarte. No. Se limpió las lágrimas con determinación. Tengo que regresar a Venezuela. Tengo que estar con mi familia.

 Mi mamá me necesita. Entiendo. ¿Cuándo te vas? Mañana. El primer vuelo que consiga. Santiago sintió que el mundo se le venía encima, pero trató de mantenerse fuerte por ella. ¿Y cuándo regresas? Camila lo miró con ojos tristes. No sé si pueda regresar, Santiago. Si mi mamá necesita cuidados, si mi familia necesita que me quede, no sé cuándo podré volver.

 Esa noche Santiago la acompañó a hacer las maletas. Era doloroso ver cómo Camila empacaba su vida madrileña en dos maletas. sin saber cuándo regresaría. “¿Y nosotros?”, preguntó Santiago mientras ella doblaba su ropa. Camila se detuvo y lo miró. “Santiago, lo que tenemos es hermoso, pero mi familia es mi prioridad. Siempre lo será.

 Lo entiendo y te admiro por eso. Quiero que sepas que estos dos meses han sido mágicos. Me ayudaste a creer en el amor otra vez.” Santiago la abrazó fuerte, respirando su aroma, tratando de memorizar cada detalle de ese momento. Al día siguiente, en el aeropuerto de Barajas, se despidieron con lágrimas en los ojos.

 “Te voy a extrañar cada día”, le susurró Santiago al oído. “Y yo a ti”, respondió Camila. “Pero no me esperes.” “Sí, no sé cuándo podré volver. Te voy a esperar toda la vida si es necesario. Camila le dio un último beso y desapareció hacia la puerta de embarque. Santiago regresó a su apartamento vacío y se sirvió un whisky. Su teléfono sonó. Era Ricardo.

 ¿Cómo estás, hermano? Como el culo, respondió Santiago honestamente. Se fue. Se fue. Su mamá está enferma. No sé cuándo va a regresar. Y la apuesta, la apuesta me importa un Ricardo. Estoy enamorado de esa mujer. Tres meses pasaron como una eternidad. Santiago seguía con su rutina. Trabajar en los restaurantes, visitar a Mercedes, quien también extrañaba terriblemente a Camila, y esperar noticias desde Venezuela.

 Mercedes había mantenido contacto con Camila y le contaba a Santiago que la madre se había estabilizado después de la operación, pero que necesitaba cuidados constantes. “Está trabajando en un restaurante pequeño en Caracas”, le contó Mercedes una tarde. Dice que está bien, pero yo la conozco. Está triste. Santiago había perdido peso y su sonrisa.

 Sus empleados notaron el cambio, pero él se concentraba en el trabajo para no pensar en la ausencia de Camila. Una noche, Mercedes recibió una videollamada de Camila y le pidió a Santiago que se acercara. Mi hija, hay alguien aquí que quiere saludarte. Cuando Santiago apareció en la pantalla, los ojos de Camila se llenaron de lágrimas. Santiago, ¿te ves? Terrible, lo sé. Sonrió tristemente. ¿Cómo está tu mamá? Mejor, mucho mejor.

 La operación fue un éxito. Me alegro tanto. ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? Camila no pudo responder inmediatamente. Se veía cansada, pero también había algo más en sus ojos. Nostalgia, amor, dolor. “Te extraño”, murmuró finalmente. “Yo a ti cada maldito día.” Después de la llamada, Santiago tomó una decisión. llamó a Ricardo.

 Necesito tu ayuda para organizar algo. ¿Qué necesitas? Voy a ir a Venezuela. No puedo seguir esperando. Si ella no puede venir a mí, iré yo a buscarla. ¿Estás seguro? Es un gran paso. Nunca he estado más seguro de algo en mi vida, Ricardo. La amo y voy a pelear por ella.

 Dos semanas después, Santiago estaba en el aeropuerto con dos maletas, un boleto a Caracas y el corazón lleno de esperanza y nervios. No sabía qué lo esperaba en Venezuela, pero sabía que no podía seguir viviendo sin Camila. Era hora de demostrarle que su amor era más fuerte que la distancia, las diferencias y cualquier obstáculo que el destino pusiera en su camino.

 Mientras el avión despegaba hacia Caracas, Santiago miró por la ventanilla y pensó en las palabras que le diría a Camila cuando la viera. Solo esperaba que ella estuviera dispuesta a escucharlo. El calor húmedo de Caracas golpeó a Santiago como una bofetada cuando salió del aeropuerto Simón Bolívar. Hacía más de 20 años que no visitaba Venezuela y el contraste con Madrid era brutal.

 El tráfico caótico, los colores vibrantes de los cerros, el sonido de las cornetas mezclándose con música salsa que salía de los autobuses. Santiago tomó un taxi hasta el centro de la ciudad, llevando la dirección que Mercedes le había dado discretamente. Camila trabajaba en un pequeño restaurante llamado El Rincón Criollyo en la zona de Chacao.

 Durante el viaje observó por la ventanilla la realidad del país que Camila había tenido que abandonar. Las calles llenas de baches, los comercios con anuncios improvisados, la gente caminando con prisa, pero también con esa calidez característica que recordaba de su juventud. Llegó al restaurante a las 2 de la tarde. Era un local modesto, con mesas de plástico y un menú escrito a mano en una pizarra.

Santiago respiró profundo y entró. ¿En qué le puedo ayudar? Preguntó un joven desde detrás del mostrador. Busco a Camila Restrepo. Trabajo aquí. Camila gritó hacia la cocina. Te buscan. Santiago sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. Escuchó pasos acercándose desde la cocina y entonces la vio.

 Camila apareció limpiándose las manos en el delantal con el cabello recogido en una coleta alta y gotitas de sudor en la frente. Cuando lo vio, se quedó paralizada. Santiago susurró como si no pudiera creer lo que veía en sus ojos. ¿Qué? ¿Qué haces aquí? Vine a buscarte. respondió él simplemente cargando sus dos maletas. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Camila.

 Por un momento, el pequeño restaurante desapareció y solo existían ellos dos. Pero, ¿cómo? ¿Por qué? Porque no puedo vivir sin ti. Porque estos tres meses han sido un infierno. Porque te amo, Camila. El joven del mostrador y los pocos clientes que había en el local los miraban con curiosidad, pero Santiago no se dio cuenta, solo tenía ojos para Camila.

 Santiago, necesitamos hablar, pero no aquí, dijo ella, mirando alrededor. Mi turno termina en una hora. ¿Puedes esperarme? Te esperé tres meses. Puedo esperar una hora más. Santiago se sentó en una mesa del rincón y pidió una arepa con reina pepiada. Cuando Camila se la trajo, sus manos se rozaron brevemente. Está increíble, dijo él después del primer bocado.

 Gracias, murmuró ella y regresó rápidamente a la cocina. Una hora después caminaban por las calles de Chacao en silencio. Finalmente, Camila lo llevó a un pequeño café y se sentaron en una mesa apartada. Antes de que digas cualquier cosa, hay algo que necesito contarte, dijo Santiago respirando profundo.

 Aquella noche en el restaurante, cuando entraste empapada por la lluvia, no fue casualidad que me acercara a ti. Camila frunció el seño. ¿Qué quieres decir? Había hecho una apuesta estúpida con Ricardo. Le dije que me casaría con la primera mujer que entrara por esa puerta. Y entraste tú. El rostro de Camila se transformó. La sorpresa dio paso a la decepción, luego a la rabia. Una apuesta. Su voz temblaba.

 Todo esto fue por una apuesta. No, escúchame, por favor. Mi corazón fue parte de un juego para ti. No. Santiago extendió la mano hacia ella, pero Camila se apartó. La apuesta fue solo el comienzo. Lo que siento por ti es real. Por eso estoy aquí. Por eso vine hasta Venezuela para demostrarte que mi amor es verdadero.

 Camila se puso de pie las lágrimas rodando por sus mejillas. No puedo creer esto. No puedo creer que haya sido tan idiota. Camila, por favor, vete, Santiago. Regresa a Madrid. No quiero verte más. Y salió del café dejando a Santiago destrozado. Santiago se quedó en Caracas, hospedándose en un hotel modesto del centro. no iba a rendirse tan fácilmente.

 Al día siguiente fue a buscar la dirección de la casa de Camila. Vivía en un pequeño apartamento en un edificio de clase media. Santiago tocó la puerta y apareció una mujer mayor, delgada, con los mismos ojos expresivos de Camila. “Señora Esperanza”, preguntó Santiago. “Soy Santiago Delgado.” La mujer lo miró de arriba a abajo con desconfianza.

 Ah, usted es el que hizo llorar a mi hija ayer. Sí, señora, y vengo a disculparme. Esperanza lo estudió durante unos segundos. Entre, pero si viene a hacerle más daño a Camila, lo hecho de mi casa a escobazos. El apartamento era pequeño, pero limpio y acogedor. Había fotografías familiares por todas partes y el aroma de café recién hecho.

 Camila no está, dijo Esperanza sirviendo dos tazas de café. Salió desde temprano. Dice que no quiere verlo. Señora, sé que cometí un error al no contarle sobre la apuesta desde el principio, pero lo que siento por su hija es real. ¿Usted cree que puede venir aquí a nuestro país y llevarse a mi hija así no más? No vengo a llevármela.

 Vengo a quedarme si es necesario. Esperanza levantó las cejas sorprendida. ¿Cómo dice lo que escuchó? Si Camila no puede regresar a España, yo me quedo aquí con ella, con su familia, donde ella esté, ahí quiero estar yo. Esperanza lo observó en silencio durante un largo momento.

 Hay algo que mi hija nunca le contó, ¿verdad? ¿Qué cosa? Esperanza se levantó y buscó en un cajón. Regresó con una carta amarillenta y se la entregó a Santiago. Lea esto. Santiago desdobló la carta. Era una recomendación del Instituto Culinario de Caracas, dirigida específicamente a él, fechada 3 años atrás. Estimado chef Delgado, me dirijo a usted para recomendarle encarecidamente a mi estudiante más talentosa, Camila Restrepo.

 Su creatividad y técnica son excepcionales y creo que podría aportar mucho a su cocina. Santiago sintió que se le cortaba la respiración. Camila tenía esta carta cuando fue a buscarlo en Bogotá. explicó. Esperanza. Nunca se la entregó porque después de como la trató, perdió la confianza en sí misma. No tenía idea de esto.

 El destino es caprichoso, joven. Los conectó desde mucho antes de aquella noche lluviosa en Madrid. Santiago dobló la carta cuidadosamente. ¿Puedo quedarme con esto? Es suya, pero primero tiene que demostrarme que merece a mi hija. Los siguientes días, Santiago se sumergió en la vida venezolana. Caminó por los mercados de Chacao, probó la comida callejera, habló con la gente del barrio, aprendió sobre la crisis económica, las dificultades diarias, pero también sobre la alegría y la resistencia del pueblo venezolano. También comenzó a ayudar en el rincón

criollo. El dueño, don Carlos, al principio fue reticente, pero cuando vio que Santiago trabajaba sin cobrar y con humildad, lo dejó quedarse. Camila trataba de ignorarlo, pero era imposible. Santiago pelaba vegetales, limpiaba mesas, lavaba platos, todo con una sonrisa y sin quejarse del calor agobiante.

 ¿Por qué hace esto?, le preguntó finalmente una tarde cuando ya no pudo más. Porque quiero entender tu mundo. Quiero conocer la cultura que te formó, la gente que amas. Quiero ser digno de ti. Esa noche, Esperanza invitó a Santiago a cenar en casa. Camila llegó del trabajo y se sorprendió al verlo sentado en la mesa familiar.

 ¿Qué hace él aquí?, preguntó a su madre. Lo invité yo. Es mi casa y invito a quien quiero. Durante la cena, Santiago habló de sus planes. He estado pensando en abrir un restaurante aquí en Caracas, una fusión de cocina española y venezolana. ¿Estás loco?, preguntó Camila. ¿Sabes la situación económica del país? Sé que es difícil, pero también sé que hay gente talentosa aquí que merece oportunidades como tú. Camila lo miró fijamente.

¿Harías eso? ¿De verdad te quedarías aquí? Por ti me quedaría en cualquier lado. Después de la cena, Camila y Santiago salieron a caminar por el vecindario. Las calles estaban llenas de familias compartiendo en las aceras, niños jugando, música saliendo de las casas. Este es mi mundo, Santiago, dijo Camila. No es glamoroso como Madrid.

 Es hermoso porque es tuyo. Se detuvieron bajo un árbol de mango, rodeados por el sonido de los grillos y la música lejana. ¿De verdad me amas?, preguntó Camila en voz baja. Con todo mi corazón, respondió Santiago entregándole la carta de recomendación.

 Y esto demuestra que el destino quería que estuviéramos juntos desde mucho antes de aquella apuesta estúpida. Camila leyó la carta y se cubrió el rostro con las manos. No puedo creer que la guardara mi mamá. Tu mentor tenía razón. Eres la chef más talentosa que he conocido, pero más que eso, eres la mujer más extraordinaria que he tenido la fortuna de amar.

 Camila alzó la vista hacia él y Santiago vio que sus defensas finalmente se desmoronaban. Tengo miedo, Santiago. ¿De qué? ¿De volver a creerte? ¿De volver a enamorarme? Santiago la tomó suavemente entre sus brazos. No tienes que tener miedo. Nunca más vas a tener que dudar de mi amor.

 Y bajo las estrellas caraqueñas se besaron como si fuera la primera vez, sellando un amor que había superado la distancia, las mentiras y el orgullo. Esperanza, que los observaba desde la ventana de su apartamento, sonrió satisfecha. Su hija había encontrado al hombre que la merecía. Seis meses después, Madrid había recuperado su magia para Santiago y Camila. Habían regresado juntos después de que Esperanza se recuperara completamente y los convenciera de que persiguieran su felicidad.

 Mi hija, el amor como el de ustedes no se encuentra todos los días. Vayan y construyan su futuro juntos”, les había dicho con lágrimas en los ojos en el aeropuerto de Caracas. Ahora, en una mañana soleada de septiembre, Santiago caminaba nervioso por su apartamento. Hoy era el día de la boda. Ricardo llegó temprano para ayudarlo con los últimos preparativos.

 Nervioso, preguntó su amigo mientras le acomodaba la corbata. Terriblemente, admitió Santiago, pero es la mejor clase de nervios que he sentido en mi vida. ¿Sabes qué es lo más loco de todo esto? Que aquella apuesta estúpida te llevó al amor de tu vida. Santiago sonríó. El destino tiene formas muy extrañas de trabajar.

 Mientras tanto, en el apartamento de Camila en Lavapiés, Mercedes la ayudaba a vestirse. El vestido era sencillo, pero elegante, de seda color marfil, diseñado por una modista venezolana que vivía en Madrid. Estás preciosa, niña”, dijo Mercedes con lágrimas en los ojos como una princesa. “Gracias por todo, Mercedes. Sin ti nada de esto habría sido posible. Ay, no me hagas llorar que se me va a correr el maquillaje.

 Esperanza había llegado desde Venezuela tres días antes y estaba radiante viendo a su hija prepararse para el día más importante de su vida. “Tu papá estaría tan orgulloso”, le susurró acomodándole el velo que había pertenecido a su abuela. La ceremonia se realizó en el Jardín botánico de Madrid, entre flores y árboles que representaban la fusión perfecta de culturas que simbolizaba su amor. Santiago había elegido el lugar porque recordaba las tardes que pasaban caminando ahí durante su noviazgo.

 Los invitados eran pocos pero especiales. Mercedes, Ricardo, Esperanza, algunos empleados de los restaurantes de Santiago y los nuevos amigos que Camila había hecho en la Comunidad Latinoamericana de Madrid. Cuando Camila apareció caminando por el sendero del jardín del brazo de un tío que había viajado desde Venezuela, Santiago sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

 Estaba radiante, con una sonrisa que iluminaba todo el jardín. El oficiante, un amigo de Ricardo, comenzó la ceremonia con palabras sobre el amor que trasciende fronteras y diferencias. Santiago, ¿quieres tomar a Camila como tu esposa en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte lo separe? Quiero, respondió Santiago con voz firme, aunque sus ojos estaban húmedos.

Camila, ¿quieres tomar a Santiago como tu esposo en la salud y en la enfermedad? en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte lo separe. Quiero respondió ella con lágrimas de felicidad rodando por sus mejillas. Cuando llegó el momento de los votos personales, Santiago tomó las manos de Camila.

 Camila, hace un año en este mismo jardín donde solíamos caminar, me dijiste que el amor verdadero era como una buena receta. Necesita los ingredientes correctos, el tiempo adecuado y mucha paciencia. Hoy te prometo ser tu compañero en la cocina de la vida, mezclar mis sueños con los tuyos y crear juntos algo más hermoso de lo que podríamos lograr por separado. Camila se limpió las lágrimas antes de hablar.

 Santiago, me enseñaste que el perdón puede sanar las heridas más profundas y que el amor verdadero vale la pena esperar. Prometo ser tu puerto seguro en las tormentas, tu cómplice en las aventuras y tu compañera en todos los sabores que la vida nos regale. Te amo hoy, te amaré mañana y te amaré para siempre.

 Cuando el oficiante los declaró marido y mujer, el beso que se dieron fue tan tierno y lleno de amor que hasta los pájaros del jardín parecieron detenerse a observar. La recepción se realizó en Mediterráneo, el restaurante donde todo había comenzado. Santiago había transformado el lugar para la ocasión, decorándolo con elementos venezolanos y españoles que contaban la historia de su amor.

 Había arepas junto a jamón ibérico, te pequeños acompañando tapas españolas, y un pastel de bodas que combinaba tres leches venezolano con crema catalana. Durante la recepción, Santiago tomó el micrófono. Hace exactamente un año, en este mismo lugar hice una declaración impulsiva que cambió mi vida para siempre. Pensé que era una apuesta, pero ahora sé que era el destino preparando el camino hacia mi felicidad.

 Miró a Camila, que estaba sentada en la mesa principal radiante en su vestido de novia. Camila, no solo eres mi esposa, eres mi mejor amiga, mi compañera de aventuras y la razón por la que ahora entiendo qué significa el amor verdadero. Gracias por perdonarme, por creer en nosotros y por hacer que cada día sea una nueva oportunidad de enamorarme más de ti. Camila se puso de pie y tomó el micrófono.

 Santiago, me enseñaste que el amor verdadero no conoce fronteras ni diferencias. Juntos hemos sanado heridas del pasado y construido un futuro lleno de esperanza. Eres mi hogar sin importar en qué parte del mundo estemos. Miró a todos los invitados. Y gracias a todos ustedes que han sido nuestra familia en Madrid. Mercedes, que me acogió como una hija.

Ricardo que apoyó a Santiago incluso en sus momentos más difíciles y mamá que viajó desde tan lejos para estar aquí. La noche continuó con música, bailes y historias compartidas. Mercedes había preparado algunas de las recetas favoritas de Camila, mientras que el equipo de Santiago se encargó de los platos españoles.

 Ricardo se acercó a Santiago mientras observaban a Camila bailar salsa con su madre. “¿Sabes qué es lo más increíble de todo esto?”, le dijo Ricardo, que que aquella noche cuando dijiste que te casarías con la primera mujer que entrara por esa puerta, el destino te envió exactamente a la persona que necesitabas para completar tu vida. Santiago sonríó viendo como Camila reía mientras Esperanza le enseñaba pasos de baile tradicionales venezolanos.

 Y yo, que solo buscaba refugio de la lluvia, encontré mi hogar”, murmuró recordando las palabras que Camila le había dicho esa misma mañana. Cuando la fiesta terminó y los últimos invitados se despidieron, Santiago y Camila se quedaron solos en el restaurante, rodeados de pétalos de flores y velas que aún ardían. “¿Cómo te sientes, señora Delgado?”, preguntó Santiago abrazándola por la cintura.

 Como la mujer más afortunada del mundo, señor Delgado, respondió ella, acomodándose en sus brazos. Se quedaron así, abrazados en medio del restaurante donde había comenzado su historia, sabiendo que este era solo el primer capítulo de una vida juntos llena de amor, aventuras y la promesa de construir algo hermoso cada día.

 Afuera, Madrid seguía despierto con sus luces nocturnas, pero para Santiago y Camila, el mundo se había reducido a ese abrazo, a esa promesa de amor eterno y a la certeza de que habían encontrado en el otro a su compañero de vida para siempre. Un año después de la boda, Madrid despertaba con el aroma inconfundible que salía de Encuentro, el nuevo restaurante que Santiago y Camila habían inaugurado en el corazón de la ciudad. Era una noche especial.

Exactamente dos años desde aquella lluvia torrencial que había cambiado sus vidas para siempre. El local estaba ubicado en una antigua casa señorial restaurada con techos altos y ventanales que daban a una pequeña plaza adoquinada. Por fuera, una placa dorada rezaba Encuentro, donde dos culturas se unieron en amor eterno, inaugurado en 2025 por Santiago Delgado y Camila Restrepo de Delgado. dentro.

 La decoración fusionaba perfectamente elementos españoles y venezolanos, azule lejos andaluces junto a hamacas tejidas, fotografías de paisajes ibéricos mezcladas con imágenes del ávila caraqueño y una barra donde convivían botellas de vino rioja con ron venezolano. ¿Lista para la cena de aniversario, amor?, preguntó Santiago, acomodándose el delantal mientras revisaba los últimos detalles del menú especial.

 Camila sonrió desde la otra estación de la cocina, una mano descansando suavemente sobre su vientre de tres meses de embarazo. Más que lista. ¿Sabes que no puedo creer que hayamos llegado hasta aquí? Santiago se acercó y la abrazó por detrás, posando sus manos sobre las de ella en su vientre. Yo sí. Desde aquella noche supe que eras especial. Solo no sabía que serías todo mi mundo. La cocina de encuentro era una sinfonía perfecta de coordinación.

 Santiago y Camila trabajaban como si hubieran cocinado juntos toda la vida, pasándose ingredientes sin necesidad de palabras, anticipando los movimientos del otro, creando platos que combinaban técnicas europeas con sabores latinoamericanos. “¿Cómo van las empanadas de rabo de toro?”, preguntó Santiago mientras terminaba de emplanar el pescado con costra de arepa. Perfectas.

 ¿Y tu zancocho de constructo, listo para servir? Creo que a los críticos les va a encantar. Era cierto. Encuentro se había convertido en el restaurante más solicitado de Madrid en apenas 12 meses. La fusión única que proponían había conquistado tanto a españoles como a latinoamericanos y las reservas se agotaban con semanas de anticipación.

 Pero esa noche no había críticos ni reservas, solo estaban sus seres queridos. Mercedes, quien ahora era la gerente oficial del restaurante y había encontrado una nueva familia en Santiago y Camila. Ricardo, que se había vuelto el tío putativo de la pareja y no perdía oportunidad de contar a todo el mundo cómo había sido testigo del amor más hermoso que había visto y Esperanza que había decidido mudarse definitivamente a Madrid para estar cerca de su hija y del nieto que estaba por nacer. La señora Mercedes está contando otra vez la historia de cómo ustedes se conocieron”,

dijo Ricardo entrando a la cocina con una sonrisa. “Ya va por la quinta vez esta noche. Déjala!”, río Camila. “Le encanta esa historia. A todos nos encanta esa historia”, agregó Esperanza, apareciendo detrás de Ricardo con los ojos brillantes. Es la prueba de que los milagros existen.

 Santiago sirvió los últimos platos de la cena especial, arepa benedictina con jamón ibérico y salsa holandesa de aguacate, seguida de paella criolla con pollo, chorizo y plátano maduro, y de postre, tres leches con toques de crema catalana y crocante de cacao venezolano. Se sentaron todos en la mesa principal del restaurante, brindando con vino para los adultos y jugo de parchita para Camila.

 Por el restaurante más hermoso de Madrid, brindó Mercedes. Por la familia que elegimos, añadió Ricardo. Por los sueños que se hacen realidad, dijo Esperanza mirando a su hija con orgullo. Después de la cena, los invitados se despidieron gradualmente.

 Mercedes fue la última en irse, no sin antes asegurarse de que todo estuviera en orden para el día siguiente. Que descansen mis niños y cuiden a mi nieto”, dijo acariciando el vientre de Camila antes de marcharse. Santiago y Camila se quedaron solos en su restaurante, igual que aquella noche de bodas un año atrás. Pero ahora había algo más.

 La promesa de una familia creciendo, de un legado que trascendería más allá de ellos. “¿Sabes qué es lo más increíble de todo esto?”, preguntó Santiago mientras limpiaban juntos la cocina. “¿Qué?”, respondió Camila secando los últimos platos. Que aquella noche, cuando dije que me casaría con la primera mujer que entrara por esa puerta, el destino me envió exactamente a la persona que necesitaba para completar mi vida.

Camila se volteó en sus brazos y lo miró con esos ojos que lo habían enamorado desde el primer momento. Y yo, que solo buscaba refugio de la lluvia, encontré mi hogar. Se besaron tiernamente, rodeados del aroma de las especias que habían usado esa noche, de los sueños cumplidos que los rodeaban y de la certeza de que su historia de amor apenas comenzaba. “¿Cómo crees que será nuestro hijo?”, preguntó Camila acariciando su vientre.

 “Espero que tenga tu pasión por la cocina y tu fortaleza,” respondió Santiago, y que crezca conociendo las dos culturas que lo crearon. Va a crecer comiendo las mejores arepas de Madrid y el mejor jamón ibérico de Venezuela. Río Camila. y va a saber que nació del amor más grande que hemos conocido.

 Afuera, Madrid dormía pacíficamente, pero dentro de encuentro, Santiago y Camila seguían abrazados, planeando el futuro de su familia, de su restaurante, de su amor, que había nacido de una apuesta impulsiva y se había convertido en la historia más hermosa de sus vidas. La lluvia comenzó a caer suavemente sobre los cristales del restaurante, igual que aquella noche que los había reunido, pero esta vez no traía separación ni dolor.

 Esta vez la lluvia era una bendición, un recordatorio de que los mejores encuentros a veces llegan cuando menos los esperamos, empapados de destino y envueltos en la promesa de un amor eterno. En un rincón del restaurante enmarcada en la pared estaba la primera reseña que habían recibido de un crítico gastronómico. Encuentro no es solo un restaurante, es la prueba de que cuando dos culturas se abrazan con amor y respeto, el resultado es pura magia. Y tenía razón.

 Santiago y Camila habían creado algo más hermoso que la suma de sus partes individuales. Habían creado un hogar, una familia, un legado de amor que trascendería generaciones. Mientras se dirigían a casa, tomados de la mano bajo la lluvia suave de Madrid, ambos sabían que su historia era solo el comienzo de algo aún más extraordinario, una vida juntos llena de sabores compartidos, sueños entrelazados.

 y la certeza de que el amor verdadero siempre encuentra el camino para florecer, incluso en las noches más tormentosas. El destino había hecho su trabajo perfectamente aquella noche lluviosa, lo que comenzó como una apuesta impulsiva, se había convertido en la historia de amor más bella que Madrid había visto nacer entre sus calles. y encuentro sería para siempre el testimonio de que cuando dos corazones están destinados a encontrarse, ni la lluvia, ni el orgullo, ni la distancia pueden impedir que el amor triunfe. Okay.