Estaba en la sala con mi novia Olivia, haciendo un juego romántico, cuando oímos que llamaban a la puerta.

Así que fui a la puerta para ver quién llamaba. Era Amanda.

“Oye Amanda, ¿qué haces aquí?”, le pregunté. Venía a ver a mi novio, claro. Amanda respondió. Deberías haber llamado; ¿qué haces?, le pregunté.

¿Hay alguien ahí dentro contigo?, me preguntó Amanda. Eso no es asunto tuyo. Tienes que irte, te llamaré. Dije. ¿Debería irme? ¿Por qué debería irme?, preguntó Amanda.

Seguíamos discutiendo cuando Olivia abrió la puerta.

Cariño, ¿quién está en la puerta?, preguntó Olivia mientras se acercaba y me sujetaba por detrás. ¿Quién es?, me preguntó Amanda.

Mandy, soy mi novia Olivia. Respondí. ¿Y quién es?, me preguntó Olivia. Cariño, soy Amanda; Amanda es… Soy su prometida. Dijo Amanda finalmente, mostrando el anillo en su dedo. Olivia se quedó sin palabras. Pude ver a Amanda sonriendo. Cariño, vine a dejarte el reloj, me dejaste en mi casa ayer. Dijo Amanda al entrar al apartamento y dejar caer el reloj sobre la mesa.

Volvió y me lanzó besos. Te veo más tarde esta noche. Dijo Amanda al irse.

¿Qué acaba de pasar?, preguntó Olivia. Nada, cariño. Dije. ¿Me has estado engañando?, me preguntó Olivia. No, cariño. Dije. ¿Sigues mintiéndome?, me preguntó Olivia.

Cariño, Amanda no significa nada para mí. Te lo prometo. Dije. Bloquea mi línea; no vuelvas a buscarme. Dijo Olivia mientras tomaba su bolso y se marchaba enfadada.

La seguí con mi coche. Cariño, súbete al coche para que al menos pueda dejarte. Dije.

Se negó rotundamente a subir al coche. Me aseguré de seguirla hasta su casa para pedirle limosna; pero en cuanto llegamos, cerró la puerta con llave. No quería oír nada de lo que yo dijera.

No quiero oír ninguna de tus mentiras, Ayochidi. Olivia dijo.

Cariño, por favor, Amanda no significa nada para mí. Dije. Ella no significa nada para ti, ¿y la comprometiste? ¿En serio la comprometiste para que fuera tu esposa mientras que has estado jugando con mis sentimientos todo este tiempo? Olivia dijo.

Me enojé mucho. Sé qué hacer, ya que sabía que Amanda armó todo esto. Yo no la comprometí, pero ella mintió diciendo que sí para romper mi relación con Olivia.

Me enojé y fui a casa de Amanda. Iba a confrontarla y preguntarle por qué mintió diciendo que la había comprometido.

Llegué a su casa y empecé a tocar la puerta.

Una empleada doméstica vino y abrió la puerta. Vi a gente decorando la casa.

¿Dónde está tu señora?, le pregunté a la joven. Está molesta. Dijo la señora. Pero en cuanto llegué a la sala, vi al tío de Amanda. El que prometió entregarme la farmacéutica.

Ayochidi, ya estás aquí. Dijo. Sí, señor. Respondí.

Estaba planeando tu fiesta de compromiso con mi sobrina. Dijo el tío de Amanda.

¿Mi fiesta de compromiso?, pregunté sorprendido.

Sí, claro, antes de entregarte la empresa, tienes que comprometer a mi sobrina. Sacó un anillo y me lo entregó. Este anillo vale 50 millones de naira. Úsalo y compromete a mi sobrina esta noche. Dijo el tío de Amanda.

¿Esta noche?, pregunté sorprendido. Sí, esta noche. Respondió. Quiero que tu boda sea la mejor boda de tu vida. Añadió.

Me sorprendió que Amanda no le dijera a su tío que la engañaba, incluso cuando me pilló in fraganti, siguiera queriendo casarse conmigo. Algo tenía razón.

Me senté en la sala de Amanda, sin saber cómo procesar lo que acababa de escuchar. ¿Fiesta de compromiso? ¿Anillo de 50 millones de nairas? ¿Boda esta misma noche? Todo era una locura.

—Con todo respeto, señor —dije mirando al tío de Amanda—, no creo que esté listo para esto.

El hombre me miró fijamente, su rostro cambió de amable a amenazante.

—¿No estás listo? ¿Después de todo lo que he hecho por ti? ¿Después de prometerte mi empresa? —gruñó—. ¿O es que aún estás pensando en esa tal Olivia?

En ese momento, Amanda bajó las escaleras con un vestido rojo brillante, como si ya supiera que yo estaría allí. Su sonrisa era tan falsa como la promesa que le había hecho a su tío.

—Amor, te estaba esperando. ¿Estás listo para sorprender al mundo con nuestro compromiso? —dijo, acercándose como si nada hubiese pasado.

La tomé del brazo y la llevé a una esquina.

—¿Por qué hiciste eso, Amanda? ¿Por qué mentiste delante de Olivia?

Ella me miró a los ojos, sin ni una pizca de remordimiento.

—Porque tú me perteneces, Ayochidi. Yo no iba a permitir que una simple novia sin apellido ni conexiones me arrebatara lo que es mío por derecho.

—¡Yo nunca te propuse matrimonio! —grité en voz baja.

—Pero él cree que sí —dijo, señalando a su tío—. Y mientras él lo crea, tú te casarás conmigo… o lo perderás todo.

Me quedé en silencio. Sabía que si le decía la verdad al tío, no sólo perdería la empresa, sino también cualquier oportunidad de salir adelante en este mundo despiadado. Pero, ¿a qué precio?

**

Esa noche, me senté en mi coche afuera de la casa de Olivia. La luz de su sala estaba apagada, pero su ventana estaba entreabierta. Tenía que intentarlo una vez más.

Toqué la puerta. Nadie respondió. Toqué otra vez. Finalmente, la puerta se abrió.

Era su hermana menor, Zinnia.

—¿Qué haces aquí, Ayochidi? —me preguntó fríamente.

—Necesito hablar con Olivia, por favor. Solo cinco minutos.

Zinnia dudó, pero al final dijo:

—Está destrozada. No quiere verte, pero… si dices algo que valga la pena, puede que escuche.

Entré. Olivia estaba en la sala, con los ojos hinchados y una manta sobre las piernas. Ni siquiera me miró.

—Lo que viste hoy no fue real. Amanda montó todo eso. Yo no la comprometí, Olivia. Es una mentira.

—¿Y el anillo? ¿La sonrisa? ¿El beso? ¿El reloj? —dijo, ahora sí mirándome—. ¿Eso también fue una actuación?

—Ella me manipuló. Su tío me ofreció su empresa, pero solo si me caso con ella. Quiso obligarme a elegir entre poder y amor. Y yo…

—¿Y tú qué? —preguntó ella con dolor en la voz.

—Yo te elijo a ti —dije—. No quiero nada si tú no estás a mi lado.

Hubo silencio. Ella me miró por un largo momento. Luego bajó la vista.

—¿Sabes lo que más me duele, Ayochidi? Que aún te creo. Y eso me destruye.

**

Volví a mi apartamento esa noche sin saber qué iba a hacer. Pero una cosa era segura: no iba a casarme con Amanda.

A la mañana siguiente, fui directamente a la casa del tío.

—No puedo comprometerme con Amanda. Lo siento, señor.

El hombre se levantó furioso.

—¡Entonces olvídate de la farmacéutica! ¡Y olvídate de mi ayuda!

Amanda bajó las escaleras, fingiendo sorpresa.

—¿Qué está pasando?

—Tu juego terminó, Amanda. Yo no seré tu peón. —Me di vuelta y salí sin mirar atrás.

**

Pasaron tres meses.

No volví a ver a Amanda ni a su tío. Tuve que empezar desde cero. Busqué trabajos, vendí mi coche, me mudé a un lugar más humilde. Pero me sentía libre.

Un día, mientras trabajaba en un pequeño hospital como auxiliar, una mujer entró. Era Olivia.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Estoy empezando de nuevo —respondí, sonriendo débilmente—. No tengo mucho, pero tengo paz.

Ella me miró por un momento. Luego me tendió una pequeña caja.

—Esto es tuyo. Me lo diste hace un año… cuando dijiste que estarías para mí pase lo que pase.

Abrí la caja. Era un collar que le había regalado.

—Lo llevé todo este tiempo —dijo ella—. No porque creyera en ti… sino porque no sabía cómo dejar de hacerlo.

Nos miramos a los ojos. Las heridas no habían sanado del todo, pero el amor tampoco se había ido.

—¿Te quedarías a tomar un café? —le pregunté.

—Sí. Pero esta vez… sin secretos —respondió.

Me quedé paralizado, con el anillo de compromiso en la mano. No sabía qué era más surrealista: que Amanda hubiera mentido sobre nuestro compromiso, que su tío me ofreciera una empresa como dote para casarme con ella, o que yo estuviera en medio de una vida que ya no podía controlar.

—Señor —dije al tío de Amanda, intentando mantener la calma—, creo que hay un malentendido. Yo nunca pedí casarme con Amanda.

El hombre me miró como si estuviera loco.

—¿Malentendido? ¡Joven, tú fuiste quien me rogó que te diera acceso a mi farmacéutica! ¡Tú dijiste que harías lo que fuera por esa oportunidad!

Y tenía razón. Lo había dicho. Pero nunca imaginé que Amanda lo usaría como una trampa.

En ese momento, Amanda bajó las escaleras, vestida con un elegante vestido rojo. Me miró con esa sonrisa arrogante que tanto odiaba y dijo:

—¿Listo para nuestra noche especial, amor?

—¿Por qué hiciste eso, Amanda? ¿Por qué mentiste delante de Olivia? —le pregunté, furioso.

Ella se acercó con tranquilidad, mientras los empleados decoraban alrededor como si fuéramos una pareja feliz a punto de comprometerse.

—Porque te amo, Ayochidi. Y tú no sabes lo que te conviene. Esa chica no tiene nada que ofrecerte. Pero yo… yo puedo darte un imperio.

—¿A qué costo? ¿A costa de mi felicidad? ¿De mi integridad?

—No me vengas con discursos. Dijiste que querías tener éxito, ¿no? Esta es tu oportunidad.

—¡Estás enferma!

Amanda frunció el ceño, pero no perdió la compostura.

—Tienes dos opciones: comprometerte conmigo esta noche, delante de mi familia y todos los socios de mi tío… o rechazarme, y ver cómo arruina tu nombre en toda la industria. ¿Crees que conseguirás trabajo después de que él diga que eres un fraude?

Me sentí atrapado. En ese instante, vi lo que Amanda siempre había sido: una manipuladora disfrazada de salvadora.

**

Esa noche, no aparecí en la fiesta de compromiso.

En lugar de eso, fui directo a casa de Olivia. Llevaba en la mano el reloj que Amanda dejó y el anillo que su tío me entregó. Quería que supiera toda la verdad.

Llamé a la puerta una, dos, tres veces. Finalmente, Olivia abrió.

—¿Qué quieres, Ayochidi? —preguntó con el rostro hinchado de tanto llorar.

—Decirte la verdad —dije, levantando el anillo—. Este anillo no lo compré yo. Me lo dio el tío de Amanda, el dueño de la farmacéutica. Me chantajearon. Amanda me usó para conseguir lo que quería. Pero yo… yo no quiero eso. No quiero una vida construida sobre mentiras.

—¿Y esperas que te crea ahora?

—No. No espero que me creas. Solo quiero que sepas que elegí perderlo todo antes que perderte a ti. No fui a la fiesta. No acepté el trato. Renuncié a todo. Porque lo único real en mi vida… eres tú.

Olivia se quedó en silencio. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—Lo que tenga que hacer. Empezar desde cero. Buscar trabajo, aunque sea limpiando suelos. Pero lo haré con la conciencia limpia… si tú estás conmigo.

Ella cerró los ojos, y por un momento, temí que me cerrara la puerta en la cara. Pero en lugar de eso, abrió los brazos. Me lancé hacia ella como un niño perdido que encuentra el camino a casa.

**

Días después, la historia explotó en redes sociales.

Amanda fue humillada públicamente cuando se filtró que había intentado manipular a un empleado para obtener una falsa relación de compromiso y así recibir la empresa como herencia. El tío, furioso, canceló todo. Pero también se dio cuenta de algo: yo tenía integridad. Algo que escaseaba en el mundo corporativo.

Me llamó un mes después.

—Ayochidi, fuiste el único que tuvo el valor de decir “no” a pesar de todo lo que ibas a perder. Esa es la clase de hombre que merece dirigir mi empresa. Si aún estás dispuesto, la farmacéutica es tuya. Pero sin condiciones. Ni Amanda. Ni mentiras.

Acepté. Con una condición: Olivia sería parte del consejo.

Hoy, Olivia y yo caminamos de la mano, no como la pareja perfecta, sino como dos sobrevivientes de una guerra emocional. La moneda cayó, y por una vez… cayó del lado correcto.

🕊 Epílogo — Cuentas pendientes

Amanda no volvió a ser la misma después del escándalo.

La noche de la fallida fiesta de compromiso, los invitados comenzaron a marcharse confundidos, muchos con indignación. Al día siguiente, un video grabado por uno de los camareros se volvió viral: Amanda llorando, lanzando el anillo por la sala, mientras gritaba que todo fue culpa de “ese maldito hombre”.

Las acciones de la farmacéutica de su tío cayeron en bolsa. Los inversionistas pidieron explicaciones. La familia se dividió. El tío de Amanda, Don Ferdinand, fue interrogado por usar su poder empresarial para manipular decisiones personales.

Aunque evitó cargos legales, el escándalo lo obligó a retirarse públicamente.

Pero antes de hacerlo, Don Ferdinand convocó a una rueda de prensa.

—He cometido un error —dijo, mirando directo a las cámaras—. Pensé que podía comprar la lealtad de un hombre con dinero. Pero olvidé que la dignidad vale más. Ayochidi me enseñó eso. Y es por eso que he decidido entregarle la dirección general de la farmacéutica. Él, no Amanda, es quien tiene el carácter para liderar.

Amanda no apareció ese día. De hecho, se fue del país semanas después. Se mudó a Dubái con una amiga, intentando recomenzar como influencer de estilo de vida. Pero los comentarios crueles y los rumores la siguieron como una sombra.

Vivía bien, pero vacía.

Por su parte, Don Ferdinand se retiró a su finca en Abeokuta, donde abrió una fundación para apoyar a jóvenes emprendedores éticos. En privado, le envió una carta a Ayochidi:

“Gracias por no aceptar mi dinero. Me enseñaste algo que nadie más pudo: no todos los hombres tienen precio. Estoy orgulloso de ti, hijo.”

Y Ayochidi… bueno, su vida cambió por completo.

Con Olivia a su lado, no solo dirigió la empresa, sino que la transformó. Invirtió en salud accesible para comunidades rurales, creó becas para mujeres en ciencia, y nombró a Olivia como directora de Responsabilidad Social.

Se casaron en una ceremonia íntima, sin lujos, pero llena de lágrimas sinceras.

Y cada vez que alguien le preguntaba si se arrepentía de haber rechazado a Amanda y su camino fácil, Ayochidi respondía lo mismo:

—No. Porque elegí a quien me eligió con el corazón, no con condiciones.

FIN.