Imagina esto. Estás a 30 minutos de casarte con el amor de tu vida. Tu vestido de novia, una pieza de alta costura, brilla bajo la luz suave de la antesala. 250 de los invitados más influyentes de México esperan en la majestuosa catedral metropolitana. Y tu corazón late con la promesa de un para
siempre.
Ahora imagina que una delgada pared es lo único que te separa de la voz de tu futuro esposo, mientras le confiesa a su mejor amigo que todo es una farsa. que siente un asco profundo por ti y que solo se casa por tu dinero mientras su amante embarazada espera por él. La mayoría de las mujeres
cancelarían la boda, se sumergirían en la humillación y el dolor, pero tú no.
Tú decidirías hacer algo mucho, mucho peor. Esta es la historia de cómo una novia con el corazón roto se convirtió en la arquitecta de la venganza más fría y calculada que la alta sociedad de la Ciudad de México jamás haya presenciado. La voz de Alejandro, tan suave y seductora como la miel
envenada, se filtró a través de la pared de la sacristía, cada sílaba un golpe helado en el pecho de Sofía.
No te imaginas el asco que me da tocarla, Javier”, dijo, y el desprecio en su tono era tan palpable que Sofía sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Estaba a solo media hora de caminar hacia el altar para unirse en matrimonio con el hombre que acababa de admitir que su sola presencia le
provocaba repulsión.
Cada beso que le había dado, cada te amo que le había susurrado al oído durante dos años, no había sido más que una actuación magistral, una mentira cuidadosamente construida para llegar a este preciso momento. El umbral de la fortuna de su familia. El mundo de Sofía, que hasta ese instante parecía
un cuento de hadas perfectamente iluminado, se desmoronó en un silencio ensordecedor, dejándola sola con el eco de la traición. Alejandro, eso es demasiado cruel, hermano.
La voz de Javier el padrino, sonó incómoda, un débil intento de moralidad en una conversación que ya había cruzado todos los límites de la decencia. Pero Alejandro solo soltó una risa carente de humor, un sonido seco y amargo que resonó en el alma rota de Sofía. “Cruel.
Te diré lo que es cruel”, replicó con una frialdad que congelaría el infierno. Cruel es tener que fingir deseo cuando la beso. Es tener que escuchar sus sueños estúpidos sobre nuestra vida juntos, sabiendo que cada segundo a su lado es una tortura que solo soporto pensando en el imperio de su
padre. El dinero, Javier, el acceso al poder de los Villanueva. Ese es el único afrodisíaco que funciona conmigo. Es el premio por soportar a la princesita patética.
Sofía se llevó una mano a la boca, mordiendo sus propios nudillos para ahogar el sollozo que amenazaba con desgarrarla por dentro. Vestida con un diseño de ensueño que había costado una fortuna, con el velo delicadamente colocado sobre su cabello y el maquillaje que había tardado tres horas en
perfeccionarse, Sofía se sentía como una muñeca rota.
Cada palabra, a de Alejandro era un martillazo que destrozaba dos años de recuerdos, convirtiendo momentos que ella atesoraba como oro puro en simples escenas de una farsa elaborada. ¿Cómo había sido tan ciega? Se preguntó mientras las lágrimas comenzaban a trazar caminos silenciosos por sus
mejillas.
Alejandro Cárdenas, el brillante abogado con una sonrisa que desarmaba y unos modales impecables, había entrado en su vida como un príncipe salido de una novela, precisamente durante una subasta benéfica organizada por su padre, don Ricardo Villanueva. Parecía tan diferente de los otros hombres que
la rodeaban, pretendientes cuyos ojos brillaban con signos de pesos al mirarla.
Alejandro, en cambio, parecía genuinamente interesado en ella, en su pasión por el arte, en sus opiniones sobre literatura, en los pequeños detalles que conformaban su ser. Durante meses, la cortejó con una paciencia y una dedicación que derritieron por completo su corazón. Un corazón que siempre
había estado protegido por un mukukeu. Rode de cautela. Le enviaba girasoles sabiendo que odiaba las rosas rojas por considerarlas un cliché.
recordaba cada historia de su infancia, cada sueño que compartía en la intimidad de la noche, o al menos eso era lo que ella creía. Ahora cada uno de esos gestos románticos se sentía como una manipulación experta, una pieza más en el tablero de su gran estafa. La ceguera del amor, se dio cuenta,
era la más peligrosa de todas las discapacidades. “¿Pero de verdad no sientes absolutamente nada por ella?”, preguntó Carlos, el otro padrino, su voz teñida de una incredulidad que Sofía compartía.
La respuesta de Alejandro fue una carcajada sarcástica que fue como una bofetada. “Claro que siento algo. Siento una gratitud inmensa”, dijo, su voz goteando cinismo. “La pequeña y dulce Sofía es mi gallina de los huevos de oro. Sin su ingenuidad, sin su desesperado anhelo de amor verdadero, yo
seguiría hasta el cuello en deudas, debiéndole más de 3 millones de pesos a unos tipos que no aceptan excusas como forma de pago. 3 millones de pesos agiotistas.
La revelación golpeó a Sofía con la fuerza de un tren. Alejandro siempre le había dicho que su situación financiera ajustada, una lucha de emprendedor, pero siempre bajo control. Jamás mencionó a prestamistas peligrosos. Cuando ella, con la delicadeza de una mujer enamorada que no quiere herir el
orgullo de su hombre, le preguntaba sobre sus dificultades, él siempre cambiaba de tema. “No quiero preocuparte con mis problemas, mi amor.
Son cosas de hombres”, le decía, acariciándole la mejilla con una ternura que ahora resultaba grotesca. Y ella, en su ingenuidad lo aceptaba, admirando su aparente fortaleza y su deseo de protegerla. Qué tonta había sido. Había confundido el secretismo con la protección, la manipulación con el
cuidado.
Cada una de sus mentiras había sido una pala, cabando el agujero en el que ahora se encontraba, a minutos de casarse con un estafador que la veía como un simple cajero automático. “Tan grave era tu situación?”, la voz de Javier sonó genuinamente sorprendida, como si ni siquiera sus amigos más
cercanos conocieran la profundidad del pozo de Alejandro.
Grave no es la palabra, era una cuestión de vida o muerte. respondió Alejandro, su voz despojada de cualquier emoción fría y pragmática. Esos tipos me habían dado dos semanas para pagarles o me romperían las piernas o algo peor. Estaba desesperado buscando una salida, cualquier salida.
Y entonces, como un milagro caído del cielo, conocí a la princesita heredera en esa estúpida subasta. fue como si me hubiera ganado la lotería sin siquiera comprar un boleto. La forma en que lo dijo, con esa mezcla de alivio y crueldad hizo que a Sofía se le revolviera el estómago. No era una
historia de amor, era una historia de supervivencia la suya. Y ahí fue cuando te diste cuenta de que tenías la solución a todos tus problemas, continuó Javier conectando los puntos.
Alejandro soltó una risa cruel y triunfante. Exacto. Una mujer hermosa, rica y completamente enamorada de mí. Era la trifecta perfecta, la solución a mis deudas, a mi falta de conexiones y a mi futuro mediocre. Todo en un solo paquete envuelto en seda y diamantes. Solo tenía que interpretar mi
papel a la perfección. Cada palabra era una daga que se retorcía en el corazón de Sofía.
recordó ese primer encuentro con una claridad dolorosa. Había sido tan encantador, tan atento. Hablaron durante horas sobre las pinturas de la subasta, sobre siqueiros y tamayo. Ella había quedado impresionada por su cultura y su aparente sensibilidad. Todo una mentira, todo calculado.
Él no veía arte, veía una oportunidad. En los dos años que siguieron a ese encuentro, su plan se desarrolló con una precisión diabólica. Conseguí pagar toda la deuda. Abrí mi propio bufete de abogados en el corazón de Polanco. Me compré el Porsche que siempre quise y un departamento con una vista
espectacular, continuó Alejandro, regodeándose en su propia maldad, enumerando sus logros como trofeos de una cacería.
Y todo gracias a que la tonta de mi prometida me presentó a todos los amigos millonarios de papá. Fui el yerno perfecto en cada cena, en cada evento de networking. Ella me abría las puertas y yo solo tenía que entrar y tomar lo que quería. Sofía recordó Cecari una punzada de humillación cada una de
esas presentaciones, sintiéndose orgullosa de cómo él brillaba, cómo se ganaba a todos con su elocuencia.
Ella creía que estaba mostrando al mundo al hombre increíble del que se había enamorado, pero en realidad solo estaba siendo la anfitriona de su propio saqueo. El viejo Ricardo me dio tres contratos millonarios solo porque estaba haciendo feliz a su niñita. Prosiguió Alejandro con un orgullo
perverso que hizo que Sofía sintiera náuseas.
Don Ricardo Villanueva, su padre, un hombre que había construido un imperio desde cero, basándose en la confianza y la palabra, realmente le había ofrecido trabajo. Sofía siempre pensó que era porque su padre reconocía la brillantez y la competencia profesional de Alejandro. Qué ingenua.
Ahora entendía la verdad. Era simplemente un padre amoroso, un padre que haría cualquier cosa por ver una sonrisa en el rostro de su única hija, una sonrisa que ahora sabía que había sido comprada con mentiras y manipulación. Su padre había sido estafado tanto como ella y esa idea encendió una
nueva llama de ira en su interior y ella no sospecha nada de nada.
¿Ni un poco? preguntó Carlos, el otro padrino, con un tono que mezclaba la curiosidad con una pizca de admiración por la audacia de su amigo. Alejandro soltó una carcajada tan fuerte y despectiva que Sofía temió que pudieran oírla al otro lado. Sospechar esa boba, por favor. Sofía me ama como un
perrito rescatado. Se cree cada palabra que sale de mi boca.
Ayer mismo, durante la cena de ensayo, me dijo delante de toda su familia que yo era el hombre más honesto y con más integridad que había conocido en su vida. Las lágrimas, que habían sido silenciosas, ahora fluían con libertad, arruinando el maquillaje perfecto. Era cierto. Lo había dicho. Había
levantado su copa y brindado por él por su integridad, mientras él la miraba con ojos que simulaban amor y gratitud, sabiendo que era el protagonista de la mentira más grande de todas.
El recuerdo de esa cena la quemaba por dentro. Su padre sonriendo con orgullo, su madre emocionada hasta las lágrimas, sus amigos aplaudiendo. Todos habían sido testigos de su humillación, aunque en ese momento pareciera una celebración de amor. ¿Cómo pudo Alejandro quedarse allí aceptando los
elogios, sabiendo que cada palabra era una farsa? La audacia de su engaño era monumental, casi artística en su perversidad.
se dio cuenta de que no solo la había engañado a ella, sino que había convertido a toda su familia a todo su círculo íntimo, en actores involuntarios de su obra maestra de la manipulación. La traición no era solo personal, era una afrenta a todo lo que ella amaba y representaba. Es tan ingenua que
hasta me pidió que yo eligiera las joyas de la dote familiar.” Continuó Alejandro, su voz llena de un regocijo malicioso.
Un millón de pesos en diamantes y esmeraldas que me entregó para que las guardara a salvo hasta después de la luna de miel. “¡Qué inocente cree que soy su bóveda de seguridad personal!” Sofía cerró los ojos con fuerza. El dolor físico de la traición era casi insoportable. Las joyas de su abuela,
reliquias que habían pasado de generación en generación, tesoros cargados de historia y amor familiar.
Se las había confiado a Alejandro como el máximo símbolo de su entrega y confianza. Ahora, la imagen de esas joyas en las manos sucias de un prestamista o vendidas para financiar el lujoso estilo de vida de su prometido la enfermaba.
“Pero Alejandro, ¿te vas a casar con ella en menos de media hora?”, insistió Carlos, como si la inminencia del acto pudiera despertar alguna conciencia en su amigo. Eso no está bien. Alejandro suspiró con la paciencia de un maestro explicando algo obvio a un niño lento. “Ustedes no lo entienden”,
dijo. Y había un orgullo retorcido en su voz.
El orgullo de un estratega que admira su propio plan. La boda no es el final del juego, es solo la primera fase. Necesito el matrimonio para tener acceso total y legal a los negocios de la familia Villanueva. Es mi boleto de entrada al verdadero poder. El corazón de Sofía se detuvo por un instante.
Primera fase.
¿De qué plan estaba hablando? Esto era mucho más grande y oscuro de lo que había imaginado. Una vez casado, me convertiré en parte del círculo íntimo, explicó Alejandro como si estuviera presentando un plan de negocios. En unos tr años, cuando ya haya asegurado al menos 10 contratos millonarios a
través de sus conexiones y tenga una participación significativa en las empresas familiares, me divorciaré y entonces, finalmente, podré estar con la mujer que realmente amo. El aire se volvió denso, pesado.
Sofía sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. La mujer que realmente ama. Durante dos años ella había vivido en la feliz ilusión de ser esa mujer, la única, el amor de su vida. Él se lo había dicho miles de veces en susurros durante la noche, en mensajes de texto a mediodía, en
cartas escritas a mano.
Cada una de esas declaraciones de amor era ahora una mentira venenosa. Espera un momento, intervino Javier, su voz un murmullo de shock. Hay otra mujer. Alejandro hizo una pausa dramática antes de soltar la bomba final, una que detonó los últimos restos del mundo de Sofía. Claro que la hay. Y no
solo eso, Isabela está embarazada de tres meses.
El nombre la golpeó con la fuerza de una bala, Isabela. Su secretaria, Isabela Morales, la joven eficiente y ambiciosa que él había contratado hacía un año, la recordaba perfectamente de la inauguración de su bufete. Una mujer morena con un cuerpo escultural enfundado en un vestido rojo que
desafiaba la discreción y una mirada hacia Alejandro que Sofía en su momento había interpretado como simple admiración profesional. Qué ciega, qué estúpidamente ciega había sido.
Ahora, con la venda arrancada brutalmente de los ojos, los recuerdos insignificantes de los últimos meses volvían a ella con una claridad dolorosa, formando un mosaico de traición. Las Jili, amadas del despacho, que Alejandro siempre atendía en privado saliendo de la habitación.
Las frecuentes reuniones nocturnas que lo hacían llegar a casa pasada la medianoche, el perfume de mujer, sutil persistente, que a veces traía en su ropa y que él atribuía despreocupadamente a alguien en el elevador del edificio de oficinas. Cada excusa, cada pequeña mentira era ahora una pieza de
un rompecabezas que mostraba la imagen completa de su engaño. Había estado viviendo con un extraño, un actor consumado que interpretaba el papel de su vida.
“Alejandro, estás completamente loco, explotó Javier. Ella está embarazada y tú te vas a casar con otra mujer ahora mismo.” La calma de Alejandro era aterradora, casi inhumana. “Tranquilo, todo está bajo control”, respondió con una frialdad que elaba la sangre. Isabela entiende perfectamente la
situación.
Ella sabe que necesito casarme con la vaca gorda primero para asegurar nuestro futuro. Es una mujer inteligente y paciente. Vaca gorda. La ofensa fue tan inesperada, tan vulgar, que por un momento el dolor de Sofía fue reemplazado por una oleada de pura furia.
Ella, Sofía Villanueva, que siempre había sido elogiada por su elegancia y su figura esbelta, que se cuidaba con disciplina y dedicación, reducida a un insulto tan burdo. A sus 28 años, Sofía era una de las mujeres más admiradas de la sociedad mexicana. Alta, con una melena castaña que caía en
ondas naturales hasta su cintura y una elegancia innata, nunca había tenido problemas de autoestima. De hecho, Alejandro siempre la había colmado de elogio sobre su belleza.
“Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida”, le decía. Más mentiras. Descubrió en ese instante que los insultos de un amante duelen mil veces más que los de un enemigo, porque están construidos sobre las ruinas de la intimidad. La imagen que él tenía de ella en privado era una caricatura
grotesca, un monstruo al que ordeñar antes de desechar. Y esa revelación la cambió para siempre.
Isabela se mantendrá tranquila y fuera de la vista”, continuó Alejandro, ajeno a la transformación que estaba ocurriendo en la mujer al otro lado de la pared, mientras yo me establezco definitivamente en la familia Villanueva y aseguro nuestro patrimonio.
Después me divorciaré de Sofía de una Mabe nera civilizada y asumiré mi responsabilidad como padre. seré el héroe que vuelve para cuidar de su hijo. El plan era tan cínico, tan perfectamente egoísta, que resultaba casi admirable en su maldad. Él no solo planeaba robarle, sino que también pretendía
controlar la narrativa, salir como la víctima o, en el peor de los casos, como un hombre honorable atrapado en circunstancias difíciles.
“¿Y si Sofía se entera? ¿Y si pelea si hace un escándalo?”, preguntó Carlos, planteando la única objeción lógica. Alejandro se rió con un desprecio absoluto, un sonido que goteaba arrogancia. Pelear. Ella, tú conoces a esa princesita mimada. Nunca ha tenido que luchar por nada en su vida. Todo se
lo han dado en bandeja de plata. Es demasiado blanda, demasiado débil para ser peligrosa.
A lo mucho, llorará por los rincones. Hará un poco de drama con sus amigas ricas en algún café de Polanco, pero al final lo superará. La gente como ella no sabe luchar, solo sabe comprar su consuelo. Y fue ahí, en ese preciso instante, que algo dentro de Sofía se quebró y se reconfiguró en algo
mucho más duro y afilado que el acero.
Princesa mimada, ¿cómo se atrevía? Sofía había trabajado en la empresa familiar Corporativo Villanueva desde que se graduó de la universidad con honores. Había empezado desde abajo, no por necesidad, sino por principio, por el deseo de su padre de que entendiera el valor del trabajo. Hablaba cuatro
idiomas con fluidez.
Tenía un posgrado en negocios internacionales por una prestigiosa universidad extranjera y era respetada en el mundo empresarial por su inteligencia aguda y su dedicación incansable. Pero para Alejandro, el hombre al que le había entregado su corazón, no era más que una caricatura, un estereotipo
vacío. Él no veía a la mujer, solo veía el cliché de la niña rica. Además, continuó Alejandro sellando su propio destino con cada palabra arrogante.
Cuando consiga todo lo que quiero, Sofía será solo una exesposa rica que me sirvió de trampolín para el éxito. Ella y toda esa arrogancia de su familia de Abolengo serán un recuerdo caro, una anécdota que contaré mientras disfruto de mi fortuna. La forma en que hablaba de Isabela, por otro lado,
estaba llena de un cariño genuino, de una admiración que jamás le había demostrado a ella, ni siquiera en sus momentos de supuesta máxima intimidad.
La comparación era una tortura, una evidencia irrefutable de que para él ella era el medio y Isabela era el fin. “Isabela ha trabajado desde los 15 años para ayudar a su familia”, dijo Alejandro con un orgullo que pretendía ser noble. Ella sabe lo que es la dificultad, lo que es la lucha real por
la supervivencia. Sofía, en cambio, cree que es especial solo porque nació en cuna de oro, pero en el fondo es solo una niña boba que nunca ha sudado por nada en su vida. No tiene la menor idea de lo que es el mundo real. En ese momento, la transformación de Sofía fue
completa. La tristeza devastadora se evaporó, dejando en su lugar una furia gel, hada y cristalina. Alejandro Cárdenas había cometido el mayor error de su vida. Había subestimado por completo a la mujer equivocada. Ya lo verán, dijo Alejandro dando la estocada final, el golpe de gracia a su propia
carrera como estafador.
En cinco años estaré viviendo en Europa con la mujer que realmente amo, con mi hijo y seré obscenamente rico. Y la pobre Sofía, bueno, ella será solo una nota a pie de página en mi biografía, el recuerdo de una inversión muy cara que me hizo millonario. Río con malicia. Tengo que admitirlo, fue la
mejor inversión que he hecho en mi vida. Dos años fingiendo amor a cambio de acceso a un imperio de cientos de millones, un negocio redondo.
Sofía se miró en el espejo de cuerpo entero que adornaba la habitación. Ya no era la tristeza lo que se reflejaba en sus ojos. Era la sed de venganza más fría y calculada que una mujer traicionada podría sentir. Alejandro acababa de descubrir, sin saberlo, que la combinación de una inteligencia
afilada, recursos ilimitados y la furia de una mujer humillada era la mezcla más peligrosa y volátil del mundo.
Sofía tenía ahora a menos de media hora para tomar la decisión más importante de su vida. podía cancelar la boda, exponer a Alejandro frente a los 250 invitados de la élite mexicana, soportar la humillación pública y convertirse en la comidilla de la sociedad. O podía hacer algo que Alejandro
jamás, ni en sus sueños más salvajes, podría imaginar.
Podía transformar al depredador en presa. Podía demostrarle a ese hombre cruel y calculador que había elegido la víctima equivocada para su juego macabro. Una sonrisa gélida, la primera desde que comenzó la pesadilla, se dibujó en los labios de Sofía.
Pero no era la sonrisa inocente de una novia enamorada, era la sonrisa de una reina que acababa de decidir declarar una guerra, una guerra que Alejandro Cárdenas jamás olvidaría. Si él quería una princesimada y débil, ella le iba a mostrar lo que sucede cuando una princesa decide usar todo su
poder, toda su inteligencia y todos sus recursos, no para construir un reino, sino para aniquilar a un enemigo.
Alejandro no lo sabía, pero en ese preciso instante se había convertido en el único objetivo de la venganza más sofisticada y devastadora que una mujer traicionada jamás había arquitectado. y todo comenzaría en 30 minutos frente al altar. Con manos que ya no temblaban, Sofía tomó su celular. Su
pulgar se deslizó sobre la pantalla, sus movimientos rápidos y precisos.
Abrió un nuevo mensaje y escribió una frase corta, pero cargada de urgencia, una frase que cambiaría el curso de todo. Papá, necesito hablar contigo. Es urgente. Antes de la ceremonia, ven a la sacristía de la novia. Solo la guerra estaba declarada. A partir de ese momento, cada uno de sus actos
estaría guiado por un solo propósito, la destrucción total de Alejandro Cárdenas.
El juego había comenzado, pero ahora L reglas las ponía ella. Don Ricardo Villanueva, un hombre cuya presencia imponía respeto en cualquier sala de juntas, estaba ajustándose la corbata de seda frente a un espejo en el salón principal cuando sintió su celular vibrar. Era un mensaje de su hija.
Extraño, pensó. Faltaban solo 25 minutos para que la ceremonia comenzara. Leyó el mensaje. Papá, necesito hablar contigo.
Es urgente. Antes de la ceremonia, ven a la sacristía de la novia. Solo algo en el tono lacónico y la palabra urgente lo preocupó de inmediato. En 40 años de vida empresarial, construyendo un imperio desde los cimientos, don Ricardo había desarrollado un instinto agudo para detectar problemas y ese
mensaje había disparado todas sus alarmas internas.
En camino, Tecleó como respuesta y, sin mediar palabra con quienes lo rodeaban, se dirigió con paso rápido y decidido hacia la habitación donde su hija se preparaba. Mientras caminaba por los pasillos de mármol de la catedral, su mente repasaba. Un sinfín de posibilidades, ninguna de ellas buena.
Nervios de última hora, un problema con el vestido, una enfermedad repentina. Ninguna de esas explicaciones encajaba con la gravedad que su instinto le gritaba. Sabía que algo andaba muy muy mal. La alegría y la emoción que había sentido durante toda la mañana se habían disipado, reemplazadas por
una fría sensación de aprensión. Al otro lado de la pared, ajeno al huracán que sus palabras habían desatado, Alejandro continuaba con su cruel confesión, regodeándose en los detalles de su plan maestro. Y la mejor parte es que después de la boda voy a conseguir que me firme
un poder notarial para administrar sus bienes y firmar contratos en su nombre, dijo con una risita ahogada, llena de suficiencia. El viejo Ricardo ya tiene todo preparado. Cree que voy a cuidar de los intereses de la familia mientras estamos en nuestra larguísima luna de miel por Europa. Qué
ingenuo.
La mención del poder notarial hizo que a Sofía se lea la sangre en las venas. Recordaba esa conversación perfectamente. ¿Un poder notarial? preguntó Javier sorprendido. 3 meses en Europa, amigo. 3 meses con acceso total a las finanzas y los negocios de los Villanueva, mientras ellos creen que estoy
aquí velando por su patrimonio como un yerno responsable y dedicado.
Para cuando vuelvan, ya habré movido los hilos necesarios para desviar una pequeña fortuna sin que nadie se dé cuenta. Sofía sintió un mareo. La luna de miel de tres meses por el Mediterráneo había sido idea de Alejandro. había insistido tanto con argumentos tan románticos sobre desconectar del
mundo y conectarnos como pareja, que ella acabó convenciendo a sus padres de que era una oportunidad única e irrepetible. Ahora entendía el verdadero motivo.
No era para conectar con ella, era para desconectarla de su propio dinero. ¿Y qué va a pasar con Isabela mientras ustedes están de viaje?, preguntó Carlos. Siempre práctico. Alejandro hizo un gesto de comillas con los dedos, un tic que Sofía ahora encontraba repulsivo. Isabela se irá de viaje a
visitar a su familia durante esos tres meses explicó con una sonrisa socarrona.
En realidad se quedará en un departamento de lujo que le alquilé en Valle de Bravo, lejos de la Ciudad de México, descansando tranquilamente durante el embarazo, atendida como la reina que es. El descaro era absoluto. No solo la engañaba, sino que planeaba financiar la cómoda espera de su amante
con el dinero de ella. Alejandro, eso es una locura total. Estás jugando con fuego, advirtió Javier, moviendo la cabeza con desaprobación.
Alejandro lo miró con arrogancia. Jugando amigo, estoy siendo un estratega brillante, replicó. En tres años, cuando me divorcie de Sofía, no solo tendré mi libertad. Ya habré desviado lo suficiente de las empresas Villanueva para garantizar M Kuna futuro, el de Isabela y el de mi hijo para siempre.
No volveré a preocuparme por el dinero en mi vida.
La palabra desviar resonó en la mente de Sofía. No era solo un cazafortunas, era un ladrón, un criminal en potencia, planeando un robo a gran escala contra su propia familia. ¿Cómo que desviar? Preguntó Javier, visiblemente incómodo con el giro que estaba tomando la conversación. Alejandro se ríó
con frialdad, como si la pregunta fuera estúpida.
Por favor, Javier, ¿de verdad creen que voy a pasar 3 años de mi vida fingiendo que amo a esa princesita solo por diversión? Claro que no. Voy a aprovechar cada día, cada contrato, cada oportunidad de acceso a sus negocios para transferir pequeñas cantidades a cuentas en paraísos fiscales.
Nada muy obvio, por supuesto, solo lo suficiente para garantizar unos cuantos millones de dólares para empezar mi nueva vida lejos de aquí. unos cuantos millones de dólares. Sofía tuvo que apoyarse en la pared para no caer. El hombre con el que estaba a punto de casarse no solo le rompería el
corazón, planeaba desfalcar a su familia y destruir el legado que su padre había construido con tanto esfuerzo.
En ese preciso instante, la puerta de la sacristía se abrió suavemente y don Ricardo entró. La expresión de su rostro, inicialmente de preocupación, se transformó en alarma pura al ver el estado de su hija. El maquillaje perfecto estaba arruinado por surcos de lágrimas, pero no eran las lágrimas de
emoción de una novia, eran las lágrimas de una devastación absoluta, de un dolor tan profundo que parecía haberle robado el color de la piel.
“Sofía, hija, ¿qué ha pasado?”, preguntó en voz baja, cerrando la puerta con cuidado tras de sí para asegurar la privacidad. Ella no respondió con palabras, simplemente levantó un dedo tembloroso y señaló hacia la pared, de donde seguían emanando las voces de Alejandro y sus amigos. Escucha”,
susurró, y en esa única palabra había un universo de dolor.
Don Ricardo se quedó inmóvil, concentrand ose en la conversación que se filtraba a través del muro. “La ingenua de Sofía confía tanto en mí que ni siquiera cuestionará los movimientos financieros”, continuaba Alejandro con su tono jactancioso. Ella realmente cree que soy un genio de los negocios,
un rey Midas que convierte en oro todo lo que toca. No se da cuenta de que el oro que toco es el suyo.
Don Ricardo procesó lo que estaba oyendo. En cuestión de segundos, su expresión cambió de la preocupación paternal a la frialdad calculadora del magnate que había sobrevivido a innumerables traiciones en el mundo de los negocios. Pero esta era diferente. Esta era su hija, su princesa.
¿Cuánto tiempo llevan hablando? Preguntó don Ricardo en un susurro. Su voz era un gruñido contenido. Unos 10 minutos respondió Sofía, su voz entrecortada por los sollozos. Papá, él no me ama, solo quiere nuestro dinero y y tiene una amante, está embarazada. Las palabras salieron a trompicones como
fragmentos de un cristal roto.
P Rodon Ricardo captó cada detalle, cada matiz de la cruel revelación. Su hija, la persona más importante de su vida, la luz de sus ojos, había sido cruelmente engañada por un estafador sin escrúpulos que se había infiltrado en el corazón de su familia, un lobo con piel de cordero que estaba a
punto de devorarlos desde dentro. “Y eso no es todo.
” Continuó Alejandro desde el otro lado, ajeno a la tormenta que se estaba gestando a pocos metros. Lo mejor de todo es que como prueba de nuestra confianza matrimonial absoluta, Sofía va a firmar la transferencia del 50% de sus bienes personales a mi nombre. Fue idea suya, la romántica incurable.
Sofía cerró los ojos. La humillación la quemaba. Era verdad.
En la cima de su enamoramiento, en un arrebato de romanticismo, le había sugerido que pusieran la mitad de sus bienes a nombre de ambos como un símbolo de su unión total y absoluta. Alejandro, el actor consumado, había dudado al principio diciendo que no quería que ella pensara que estaba
interesado en su dinero. Qué manipulación tan perfecta y retorcida.
El 50% de sus bienes la voz de Carlos sonó ahogada por el shock. Estamos hablando de de decenas de millones de pesos. Alejandro respondió con un orgullo palpable, saboreando su victoria. Y va a firmar todos los papeles mañana mismo, justo antes de irnos de luna de miel, como prueba de nuestro amor
eterno dijo, imitando la voz de Sofía de una forma cruel y burlona. Don Ricardo apretó los puños con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
Había lidiado con muchos estafadores a lo largo de su vida, pero nunca imaginó que uno de ellos llegaría tan lejos, tan cerca, hasta el punto de casi convertirse en su hijo. “Papá”, susurró Sofía su mirada buscando la de su padre, desesperada por una guía.
“¿Qué hago? ¿Celo la boda? ¿Cómo le explico esto a más de 200 personas? La humillación.” Don Ricardo la miró y en los ojos de su hija no solo vio dolor, sino también una nueva y fría determinación que comenzaba a formarse como el hielo en un lapajo. Go helado. Sofía era su hija. Después de todo,
había heredado no solo su fortuna, sino también su inteligencia estratégica y su espíritu de lucha.
¿Quieres mi opinión como padre o como empresario? Le preguntó en voz baja, su tono serio y directo. Ambas, respondió ella sin dudar. Como padre”, dijo don Ricardo su voz temblando con una ira apenas contenida. “Quiero entrar ahora mismo a esa habitación y romperle cada hueso de su cuerpo a ese
gusano mentiroso. Quiero arrastrarlo por el suelo y exponerlo frente a todos como el fraude que es.
” Hizo una pausa, respirando hondo para controlar su furia, pero como empresario continuó sus ojos ahora brillando con una luz calculadora. Te digo que tenemos una oportunidad única, una oportunidad de oro para darle la vuelta al juego por completo y destruirlo de una manera que nunca olvidará.
¿Cómo? Preguntó Sofía intrigada a pesar de su dolor.
Sofía, ese hombre está confesando crímenes, explicó su padre. Su mente de estratega trabaja. Ndo a toda velocidad. Conspiración para cometer fraude, apropiación indebida, plan desviar fondos. Esto es oro puro. Si logramos grabar esta conversación. Sofía reaccionó al instante.
Mi celular, susurró sacándolo de su pequeño bolso de novia. ¿Puedo empezar a grabar ahora mismo? Hazlo ordenó su padre. Pero hay más. Si cancelas la boda ahora, él simplemente negará todo. Huirá, desaparecerá con lo que ya te ha sacado y nunca recuperaremos nada. Se convertirá en una anécdota
amarga y una pérdida financiera. ¿Y si me caso? Preguntó Sofía, la idea sonando monstruosa y a la vez extrañamente lógica.
Si te casas, continuó don Ricardo, él se sentirá seguro. Creerá que ha ganado, que su plan es infalible y nosotros ganaremos tiempo. Tiempo para preparar una trampa tan perfecta, tan elaborada, que no solo lo destruirá financieramente, sino que lo enviará a la cárcel por mucho, mucho tiempo.
Al otro lado de la pared, Alejandro seguía hablando. Ustedes no lo entienden. En dos años seré libre, rico y estaré con la mujer que amo. Es un plan perfecto. Don Ricardo miró fijamente a los ojos de su hija. Tienes una elección, Sofía. Puedes protegerte ahora, cancelar todo y lamerte las heridas.
O puedes entrar en una guerra que durará algunos meses, pero que aniquilará a este hombre para siempre. ¿Qué estás sugiriendo exactamente, papá?, preguntó Sofía, su mente corriendo para alcanzar la de su padre. Cásate con él”, dijo don Ricardo, las palabras resonando en la habitación silenciosa.
“Deja que piense que ganó el premio mayor y entonces usaremos cada día de los próximos meses para reunir más pruebas, para construir un caso legal tan sólido, para montar una estrategia tan devastadora que cuando la bomba explote, él perderá no solo todo lo que intentó robar, sino también su
reputación, su carrera y lo más importante, su libertad.” Sofía procesó
la sugerencia. Era arriesgado, era doloroso, pero también era la única vía hacia una venganza total, una J. Justicia poética que resonaba con la nueva frialdad en su corazón. Mencionó un poder notarial, transferencias de bienes, cuentas en el extranjero dijo Sofía. Su voz ya no temblaba, ahora era
firme, analítica.
Si me caso, como su esposa, tendré acceso a toda esa información. Podré ver cada movimiento que haga. Exactamente, confirmó su padre. Como su esposa, tendrás derechos y acceso que como novia no tienes. Serás la espía perfecta en el corazón de su operación. Pero, papá, eso significa que tendré que
convivir con él, fingir que no sé nada, tendré que actuar.
La idea de compartir una cama con él, de sonreír a sus mentiras, era repugnante. Don Ricardo le tomó las manos. Sofía, eres mi hija. Llevas la sangre de los Villanueva en tus venas. Eres más fuerte de lo que crees. Si alguien puede jugar este juego de alto riesgo y ganar, eres tú. Él te subestima y
esa será su perdición. Justo en ese momento, desde la otra habitación, la carcajada de Alejandro volvió a sonar.
Imaginen la cara que pondrá la princesita cuando finalmente descubra que solo fue una escalera para mi éxito. Será impagable. Sufrirá, pero la gente como ella siempre se recupera. Ese fue el empujón final que Sofía necesitaba. La arrogancia de él, su total desprecio por sus sentimientos, encendió
el último vestigio de duda en su corazón.
Una determinación fría y calculista, tan intensa que sorprendió incluso a su padre, se apoderó de ella. Voy a casarme”, dijo su voz tan firme como el diamante de su anillo de compromiso. “Voy a dejar que ese infeliz crea que ha ganado y luego, pieza por pieza, voy a desmantelar su vida de una forma
tan metódica y completa que deseará no haberme conocido jamás.
” Don Ricardo la miró con una mezcla de orgullo y preocupación. “¿Estás absolutamente segura, hija? Este camino será increíblemente difícil.” “Absolutamente”, respondió ella. Él quiere jugar sucio. Pues vamos a jugar, pero será en mi tablero y con mis reglas.
Sofía activó la grabadora de su celular y lo colocó cuidadosamente junto a la pared, asegurándose de que el micrófono capturara cada palabra. La confesión de Alejandro continuaba, cada sílaba convirtiéndose en un clavo más en su propio ataúd legal. “Papá”, dijo volviéndose hacia él, su mente ya en
modo de estratega. Necesito que canceles discretamente la transferencia de bienes que estaba programada para mañana.
Dile al notario que hay un error en los documentos, que necesita revisión, gana tiempo. Ya estaba pensando en eso. Asintió don Ricardo. Y necesito que contrates al mejor investigador privado de la Ciudad de México. Quiero cada movimiento de Alejandro y de esa tal Isabela documentado. Fotos, videos,
grabaciones, todo hecho. Respondió su padre sin dudar. Y papá.
Sofía hizo una pausa, sus ojos brillando con una luz peligrosa. Quiero que prepares a los mejores abogados penalistas del país. Cuando yo decida atacar, quiero que sea un ataque masivo y coordinado. Quiero que lo pierda todo. El dinero, la reputación, la carrera y la libertad. Don Ricardo sonrió
por primera vez desde que había entrado en esa habitación.
Esa era su hija, fuerte, decidida, implacable, cuando la situación lo requería. había subestimado su propia creación. Sofía no era una princesa frágil, era una leona. “¿Sabes que esto va a ser difícil, verdad?”, le dijo ese u padre, su tono volviéndose paternal de nuevo por un momento.
“Tendrás que vivir con él, fingir amor, ser una actriz perfecta cada segundo de cada día.” Sofía se giró hacia el espejo y se miró. La mujer que le devolvía la mirada ya no era la misma de hacía media hora. Papá, él pasó dos años siendo un actor consumado conmigo”, respondió su voz carente de
emoción. “Ahora es mi turno de actuar y te aseguro que aprendí del mejor profesor de teatro que he conocido.
” La ironía en su voz era tan afilada como un visturí. Desde la habitación contigua, Alejandro seguía sellando su destino. Y lo mejor es que cuando me divorcie, alegaré que fui yo el traicionado. Diré que descubrí que ella solo me usaba para controlarme financieramente, que era posesiva. Saldré de
esto como la víctima. Que canaya, murmuró Carlos. Canaya inteligente, corrigió Alejandro.
En 5 años, cuando me vean conduciendo un Ferrari por la costa azul con Isabela a mi lado y mi hijo en el asiento de atrás, entendán que el canaya era en realidad un genio. Sofía apagó la grabación. Tenía más que suficiente para empezar la guerra.
Papá, en 15 minutos caminaré por el pasillo de esta iglesia y me casaré con el estafador más grande que he conocido. Dijo, su calma era casi aterradora, pero él no sabe que en realidad se está casando con la mujer, que será su ruina total y absoluta. Su padre la abrazó. Un abrazo lleno de orgullo,
amor y una profunda preocupación. Entonces, vamos a la guerra, dijo en voz baja. Vamos a la guerra, confirmó ella.
Afuera, las campanas de la catedral comenzaron a tocar su sonido solemne, anunciando que la ceremonia estaba a punto de comenzar. Alejandro Cárdenas, sonriente y triunfante, caminaba hacia el altar de su propia destrucción. Queridos hermanos, estamos reunidos hoy aquí para unir en santo matrimonio
a Sofía y Alejandro.
La voz del sacerdote resonaba en la imponente nave de la catedral metropolitana. Sofía había elegido ese lugar, el corazón ji histórico y espiritual de la ciudad, para lo que debía ser el día más feliz de su vida. Ahora se sentía como el escenario de una tragedia griega y ella era la protagonista
que anhelaba la catarsis de la venganza.
Alejandro la esperaba en el altar, deslumbrante en su smoking de diseñador, con una sonrisa que proyectaba al mundo la imagen del novio más enamorado y afortunado del planeta. Los 250 invitados, la crem de la crem de la sociedad mexicana, lo observaban con admiración. “¡Qué hombre tan encantador!
Hacen una pareja perfecta”, murmuraban. “Si tan solo supieran”.
Sofía caminaba lentamente por el largo pasillo, su brazo entrelazado con el de su padre. Cada paso era una obra de arte de autocontrol, cada respiración una meditación calculada. El vestido que antes le parecía un sueño, ahora se sentía como una armadura, un disfraz para la actuación más importante
de su vida. “Puedes hacerlo”, le susurró don Ricardo, su voz un murmullo solo para ella.
“Recuerda, hija, tú estás al mando ahora. Él es el que está caminando hacia la trampa, ¿no? Tú.” Esas palabras fueron el ancla que necesitaba. Levantó la barbilla, una sonrisa suave y radiante iluminando su rostro. una máscara de felicidad perfecta que ocultaba la tormenta de hielo en su interior.
Alejandro la observaba acercarse y en sus ojos Sofía pudo descifrar bajo las capas de falsa adoración una satisfacción cruel y triunfante. Él no veía a su futura esposa. Veía un activo, una cuenta bancaria con piernas, millones de pesos caminando hacia él en forma de mujer. “Qué asco”, pensó ella
mientras su sonrisa se ampliaba. El sacerdote hizo la pregunta ritual.
¿Quién entrega a esta mujer en matrimonio? Yo, su padre, la entrego. Respondió don Ricardo con voz firme. Besó a su hija en la frente y al entregar su mano a Alejandro se inclinó y susurró algo que solo ellos tres pudieron oír. Cuídala bien, Alejandro, porque si no lo haces, te arrepentirás por el
resto de tu miserable vida.
El tono no era una advertencia amistosa, era una sentencia. Alejandro, ajeno a la doble intención, sonrió con su encanto habitual. No se preocupe, don Ricardo. Haré de su hija la mujer más feliz del mundo. Mentiroso, canaya, ladrón. Las palabras gritaban en la mente de Sofía mientras el mundo la le
devolvía una mirada de pura devoción. Llegó el momento de los votos.
Alejandro tomó sus, sus ojos fijos en los de ella y comenzó su discurso, una pieza de ficción tan conmovedora que algunos invitados ya estaban buscando sus pañuelos. Mi querida Sofía, hace dos años entraste en mi vida como un ángel. Me mostraste lo que es el amor verdadero, la bondad pura. Prometo
amarte, honrarte y protegerte todos los días de mi vida.
Cada palabra era una acuchillada, una burla a sus sentimientos. Pero ella también era una actriz. Ahora, cuando llegó su turno, Sofía tomó aire, permitiendo que unas lágrimas perfectamente actuadas brotaran de sus ojos. Su voz temblaba de emoción contenida. Alejandro, comenzó, “Tú eres el hombre
más honesto, íntegro y maravilloso que he conocido.
Me has enseñado a amar sin miedo. Prometo ser tu compañera, tu apoyo y amarte incondicionalmente para siempre.” La palabra Honesto le supo a veneno en la boca, pero la vio aterrizar en Alejandro con una sati esfacción visible. Él sonríó probablemente pensando en lo fácil que era manipularla, en lo
profundamente ingenua que era.
No tenía ni idea de que ella estaba jugando su mismo juego, solo que mucho mejor. Alejandro Cárdenas, aceptas a Sofía Villanueva como tu legítima esposa para amarla y respetarla en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte lo separe. La respuesta de Alejandro
fue un acepto firme y resonante. Por supuesto que aceptaba. Estaba aceptando un futuro de lujo, poder y libertad. Estaba aceptando el acceso a un imperio.
Luego la pregunta fue para ella. Sofía Villanueva, ¿aceptas a Alejandro Cárdenas como tu legítimo esposo? Sofía hizo una pausa. Un segundo, dos, tres. El silencio se apoderó de la catedral. Podía sentir la mirada de todos sobre ella, la leve confusión en el rostro de Alejandro. Fue una pausa
calculada, un pequeño acto de poder. Finalmente, con la sonrisa más dulce dijo, “Acepto.
” Pero sus palabras tenían un significado oculto. No estaba aceptando amarlo, estaba aceptando destruirlo. “Por el poder que me confiere la Iglesia, yo los declaro marido y mujer. ¿Puede besar a la novia?” Alejandro la tomó por la cintura y la besó con una pasión teatral. Un beso para las cámaras,
para el público.
Y Sofía le devolvió el beso con la misma intensidad falsa, un beso que se llama no un matrimonio, sino un pacto de guerra. Los 250 invitados estallaron en aplausos, creyendo ser testigos del feliz comienzo de un cuento de hadas. En realidad, estaban presenciando el inicio de la venganza más
calculada y espectacular que la Ciudad de México hubiera visto jamás.
La presa acababa de casarse con el cazador y el cazador no tenía ni la más remota idea. Durante la fastuosa recepción en el club de banqueros, Sofía desempeñó su papel de novia perfecta con una maestría que habría enorgullecido a cualquier director de cine. Sonrió para cada fotografía, brindó con
cada invitado que se acercaba a Fel y citarlos y bailó el primer bals con Alejandro como si flotara en una nube de felicidad.
Su cuerpo se movía con gracia y alegría, pero su mente era un centro de operaciones militares frío y calculador, planeando cada movimiento, cada estrategia para los meses venideros. Mi esposa le susurró Alejandro al oído durante el bals. ¿No te parece que suena increíblemente bien? Suena perfecto,
mi amor, respondió ella, apoyando la cabeza en su hombro con una ternura fingida.
Ahora somos una verdadera familia. La palabra familia le provocó una oleada de asco, pero su rostro solo reflejaba amor. Mientras se movían por el salón, Sofía observaba discretamente a su nuevo esposo. Veía cómo interactuaba con los invitados, no como un novio feliz, sino como un depredador de
redes.
Memorizaba nombres, profesiones, oportunidades de negocio. Cada conversación era una transacción estratégica para expandir su red de contactos a costa del prestigio de la familia Villanueva. lo escuchó hablando con uno de los constructores más importantes del país. “Señor Fernández, ahora que soy
parte de la familia, me encantaría que almorzáramos la próxima semana.
Tengo acceso a unos terrenos muy interesantes para desarrollar un nuevo proyecto. Acceso que, por supuesto, aún no tenía.” La audacia de vender un futuro que planeaba robar era asombrosa. En un momento de la fiesta, Sofía lo tomó del brazo y lo llevó a un rincón más apartado bajo el pretexto de un
momento de intimidad.
Amor”, le dijo con una voz dulce e inocente. “¿Recuerdas que hablamos de los documentos para la transferencia de mis bienes a nuestro nombre?” Los ojos de Alejandro brillaron con una codicia apenas disimulada. “Claro que sí, mi vida. ¿Aún quieres hacerlo? Es una decisión muy importante.” Ella le
acarició la mejilla. “Por supuesto que quiero.
Quiero que todo sea nuestro, sin distinciones. Eres mi marido ahora y confío en ti más que en nadie en este mundo. Tú jamás me harías daño, ¿verdad?” La pregunta, cargada de una ironía que solo ella conocía, lo golpeó de lleno. Jamás, Sofía. Eres lo más preciado que tengo en mi vida, mintió él,
mirándola directamente a los ojos con una sinceridad fabricada.
La facilidad con la que mentía era escalofriante. Entonces, mañana mismo, antes de irnos de viaje, vamos a la notaría para firmar todo. Dijo ella con una srisa angelical. Quiero empezar nuestra vida juntos con esa prueba de unión total. Alejandro apenas pudo contener su euforia. “Si es lo que tú
quieres, mi amor, es exactamente lo que yo quiero”, respondió sellando el trato con un beso.
Lo que él no sabía era que su padre, don Ricardo, ya había hablado con el notario de la familia. Los documentos se prepararían, sí, pero un problema técnico inesperado retrasaría la firma final por unos días. Tiempo suficiente para que Sofía ejecutara la siguiente fase de su plan.
Más tarde, durante el corte del pastel, Sofía notó una presencia en el borde del salón, cerca de la entrada de servicio. Era una mujer morena con un vestido azul oscuro, observando la escena con una intensidad extraña. Isabela. La amante estaba allí presenciando como el hombre que supuestamente la
amaba se casaba con otra.
Por un fugaz segundo, Sofía sintió una punzada de algo parecido a la lástima. Isabela también estaba siendo engañada, creyendo en la promesa de un fu duro que Alejandro construía sobre las ruinas de la vida de otra persona. Pero la lástima se evaporó tan rápido como llegó. Isabela sabía que
Alejandro estaba comprometido cuando se involucró con él.
Era cómplice, no víctima, merecía lo que estaba por venir. Débora, su dama de honor y mejor amiga, se acercó discretamente. Sofía, ¿viste a esa mujer de allá? Susurró. La del vestido azul. Lleva un rato mirando hacia acá de una forma muy rara. ¿La conoces? Sofía mantuvo la calma, su rostro una
máscara de indiferencia. “Debe ser alguna conocida de Alejandro del Trabajo,” respondió con naturalidad.
“Ya sabes que conoce a muchísima gente. Si Débora supiera que esa conocida estaba esperando un hijo del novio, la fiesta habría terminado en un escándalo de proporciones épicas. Pero el escándalo vendría o sí, solo que sería en el momento y lugar que Sofía eligiera, sería un espectáculo dirigido por
ella.
La fiesta continuó hasta altas horas de la madrugada. Alejandro bebió el champán más caro, río a carcajadas con sus amigos y recibió felicitaciones de todos lados. estaba en la cima del mundo, eufórico, creyendo que había ejecutado el golpe perfecto, que había engañado a todos y asegurado su
futuro.
Cuando finalmente se despidieron de los últimos invitados, le susurró al oído a Sofía. “Mi amor, no puedo esperar a llegar al hotel.” se refería a la suit presidencial que ella había reservado, otro lujo que él creía haber conquistado. “Yo tampoco”, respondió ella, besándolo suavemente. “Será
nuestra primera noche como marido y mujer.
” La frase sonó a promesa en el aire, pero para cada uno significaba algo completamente diferente. En el auto blindado que los llevaba al hotel, Alejandro estaba exultante. “¿No te pareció todo perfecto? Mi vida fue la boda del año. Fue perfecta.”, concedió Sofía, mirando las luces de la ciudad
pasar como un borrón. Especialmente tus votos fueron tan sinceros.
Él le apretó la mano. Salieron directamente del corazón. Sofía. Mentir. Ah, atrás mentira. Sofía decidió presionar un poco más, disfrutar del retorcido juego. Alejandro, ¿puedo preguntarte algo? Lo que sea, amor. Se giró hacia él. De verdad me amas. No por mi dinero, no por mi familia. Solo por mí,
por quién soy.
Él la miró con la expresión más seria y devota que pudo fabricar. Sofía, eres todo para mí. Te amaría igual si no tuvieras un centavo a tu nombre. La mentira era tan grande, tan descarada, que Sofía casi se ríe. Qué alivio escuchar eso, dijo ella con una sonrisa.
Llegaron al hotel de lujo y siguiendo la tradición, Alejandro la cargó en brazos para cruzar el umbral de la suite presidencial. Bienvenida a nuestra luna de miel, señora Cárdenas”, dijo depositándola suavemente en el suelo y besándola. “Señora Cárdenas, cómo odiaba ese apellido. Ahora se sentía
como una marca, el nombre de su enemigo.
“Nuestra primera noche de casados”, murmuró él, comenzando a besarle el cuello con una urgencia fingida. Sofía cerró los ojos y por un instante se permitió imaginar cómo sería si todo fuera real, si el amor de Alejandro no fuera una farsa, pero el recuerdo de sus palabras crueles, el asco que me da
tocarla, la devolvió a la realidad con una sacudida. Se apartó suavemente. Alejandro, él la miró confundido.
¿Qué pasa, mi amor? Estoy agotada”, dijo ella, su voz un susurro cansado. “Ha sido un día increíblemente largo y emocionante.” La frustración cruzó brevemente por el rostro de él, pero la disfrazó rápidamente de comprensión. “Claro, mi vida, lo entiendo perfectamente.” No, no entendía nada. “¿Te
importa si nos damos un baño por separado? Necesito relajarme un poco a solas, procesar todo.
” “Por supuesto que no. Ve tranquila,”, respondió él. Yo aprovecharé para revisar unos correos urgentes del despacho. Perfecto. Mientras él se sumergía en sus mentiras digitales, ella podía comenzar la primera fase de su contraofensiva. En el lujoso baño de mármol, con la puerta cerrada con llave,
Sofía finalmente se permitió derrumbarse.
Pero no eran lágrimas de tristeza, sino de pura e incandescente rabia. rabia por haber sido tan estúpidamente ciega, por haber desperdiciado dos años de su vida con un mentiroso patológico, por haber creído cada palabra dulce y cada promesa vacía, pero sobre todo rabia por el hecho de que él
pensara que era lo suficientemente inteligente como para engañarla para siempre. Se miró en el espejo a la mujer con el rostro manchado de rímel y furia.
Alejandro Cárdenas acababa de casarse con su propia ruina y Sofía, ahora la señora Cárdenas, estaba ansiosa por comenzar la demolición. Tres semanas después, el Sol de la Riviera Maya bañaba la suite presidencial del hotel más exclusivo de Cancún. Pero para Alejandro, el paraíso no estaba en las
playas de Arena Blanca ni en el Mar Turquesa. Estaba en la pantalla de su laptop.
La luna de miel, o mejor dicho la cuartada perfecta, estaba siendo un éxito rotundo. Mientras Sofía pasaba las mañanas de compras por las boutiques de lujo o en el spa, él cerraba negocios de forma remota, utilizando el prestigioso nombre de los Villanueva como su carta de presentación. Cada
transacción, cada contrato preliminar era una palada más de tierra sobre la tumba financiera que estaba cabando pa la familia de su esposa, la ingenua mujer que dormía a su lado cada noche. “Amor, ¿seguro que no vienes a ver las ruinas de Tulum?”, preguntó
Sofía esa mañana, vestida con un elegante vestido de lino blanco y un sombrero de ala ancha. Me encantaría mi vida, pero tengo que terminar unas cosas urgentes del despacho. Es un cliente internacional muy importante, respondió Alejandro sin levantar la vista del computador que Sofía le había
regalado como presente de bodas. Diviértete tú, mi reina, luego me cuentas qué tal.
Ella le sonrió dulcemente y le dio un beso en la frente. Claro, cariño. Los negocios son primero, ¿verdad? Si Alejandro hubiera prestado un mínimo de atención, habría notado el filo de acero irónico en la voz de ella, pero estaba demasiado ocupado calculando las ganancias de los dos nuevos
contratos que había asegurado, usando la reputación de don Ricardo como garantía.
Tan pronto como la puerta de la suite se cerró, Alejandro se permitió una sonrisa de pura y AR oggante satisfacción. tres semanas de luna de miel y ya había logrado desviar a través de facturas infladas y comisiones a empresas fantasma casi 5 millones de pesos. El plan estaba funcionando incluso
mejor de lo que había soñado en sus proyecciones más optimistas. Tomó su celular personal, el que Sofía no conocía, y marcó el número de Isabela.
Lo hacía todos los días a la misma hora en cuanto Sofía salía. Hola, mi amor”, dijo, su voz transformándose, llenándose de una ternura y un anhelo que eran completamente genuinos. “Alejandro, mi vida, esperaba tu llamada a la voz de Isabela”. Sonó melosa y expectante al otro lado de la línea.
“¿Cómo va el viaje? ¿Estás sufriendo mucho?” Alejandro soltó una carcajada. “Es un verdadero infierno, mi reina.
Tres semanas fingiendo que estoy fascinado con esta princesita mimada y sus conversaciones vacías. No veo la hora de volver a la ciudad de México y tenerte en mis brazos. El contraste entre el trato que le daba a cada una era abismal.
Para una el desprecio disfrazado de amor, para la otra, un amor construido sobre la traición. ¿Y ella, “¿Sospecha algo? ¿No se da cuenta de nada?”, preguntó Isabela con un matiz de inseguridad en su voz. Alejandro se burló. “¿Sospechar, por favor? Sofía está viviendo en su propio cuento de hadas.
cree que soy el marido del siglo.
Ayer por la noche me agradeció con lágrimas en los ojos por ser el esposo más cariñoso y atento del mundo. Si supiera que mientras ella dormía profundamente a mi lado, yo te estaba enviando mensajes de amor y planeando nuestro futuro juntos por WhatsApp, le daría un infarto. La crueldad de su
engaño parecía divertirle. Alimentaba su ego de una manera perversa. Al otro lado del océano de mentiras, Isabela también se ríó.
Pobrecita, de verdad que no se da cuenta de nada. Es increíble como esa gente rica vive en una burbuja, ¿no crees? Piensan que todo el mundo es tan honesto y transparente como ellos. Exactamente. Combino Alejandro. Viven en un mundo de ilusiones.
Creen en la bondad inherente de las personas porque nunca han tenido que enfrentarse a la verdadera maldad. Su ingenuidad es mi mayor activo. Es lo que financia nuestro futuro, mi amor. La conversación continuó. Cada palabra una confesión, cada frase una prueba más de su conspiración. Lo que
Alejandro no sabía, lo que ni en sus peores pesadillas podría haber imaginado, es que Sofía estaba escuchando cada sílaba de esa conversación.
No había ido a Tulum, había salido de la suite, bajado por el ascensor principal y 5 minutos después había vuelto a subir por la escalera de servicio, una ruta que había estudiado meticulosamente los primeros días. Ahora estaba de pie. descalza sobre el frío mármol del pasillo, con la oreja pegada
a la puerta de su propia suite, grabando toda la conversación en su celular con una claridad perfecta.
El sonido de la voz de su marido, tan llena de amor por otra mujer, era una tortura, pero una tortura necesaria. Cada palabra era un ladrillo más en la prisión que estaba construyendo para él. ¿Y cómo está nuestro bebé? Preguntó Alejandro, su voz cambiando de nuevo, llenándose de un cariño paternal
que jamás había mostrado por nada ni nadie más. Está creciendo fuerte y sano, respondió Isabela. Ayer tuve un ultrasonido.
El doctor Dick e que todo va perfecto. ¿Quieres que te mande la foto? Claro que quiero. Envíamela ahora mismo. Exclamó él con una alegría genuina. Muero de ganas por conocer a mi campeón, por ser un padre de verdad. La daga se retorció en el corazón de Sofía.
Él no solo le estaba robando su dinero y su dignidad, sino que estaba construyendo la familia que le había prometido a ella con otra mujer, utilizando los cimientos de sus mentiras. Isabela entonces expresó una duda. Alejandro, a veces me preocupo. Y si Sofía descubre lo nuestro, y si no acepta el
divorcio de forma pacífica. Su familia es muy poderosa. Podrían intentar hacernos daño.
Alejandro soltó una carcajada tan fuerte y arrogante que Sofía tuvo que apretar los dientes para no gritar. Isabela, mi amor, de verdad que no conoces a esa niña. Es blanda como un malvabisco. Cuando se entere de lo nuestro, llorará un mar de lágrimas. Hará el drama que a las mujeres ricas les
encanta hacer, pero al final aceptará cualquier acuerdo para reevitar un escándalo público.
La gente como los Villanueva odia la mala prensa más que a nada en el mundo. ¿Estás completamente seguro? Insistió Isabela. Total y absolutamente seguro, afirmó él. Sofía fue criada para ser una muñeca de porcelana, para exhibirla en una vitrina. No tiene el coraje ni para despedir a una empleada
doméstica.
¿Te la imaginas enfrentándose a mí en una batalla legal seria? Se desmoronaría en el primer round. Muñeca de porcelana. La ira de Sofía era ahora un bloque de hielo sólido en su pecho. Iba a disfrutar enormemente el momento en que esa muñeca de porcelana se hiciera añicos y de los pedazos surgiera
la pesadilla de su vida. Además, continuó Alejandro, cada palabra una sentencia de muerte para su propio futuro.
Cuando llegue el momento de pedir el divorcio, interpretaré el papel de la víctima incomprendida. Alegaré que descubrí que es una mujer posesiva y controladora, que solo quiere usarme como un títere decorativo en los negocios de su fami. Lía, asfixiando mi propio potencial. La opinión pública
estará de mi lado. La premeditación era asombrosa.
No solo tenía un plan de escape, sino también una estrategia de relaciones públicas para destruir la reputación de ella en el proceso. ¿No es eso un poco cruel? Preguntó Isabela, mostrando un fugazbo de conciencia. Cruel, mi reina. Te diré lo que es realmente cruel, respondió Alejandro, su voz
bajando a un susurro íntimo y cargado de una frialdad que traspasó la puerta y la piel de Sofía. Cruel es tener que besarla cada noche.
Cruel es tener que fingir que disfruto de su compañía, sabiendo que tú eres la única mujer que realmente amo y deseo en este mundo. Cada segundo con ella es un sacrificio que hago por nuestro futuro. Cada palabra estaba siendo documentada. Cada confesión perversa se convertía en una prueba más para
la aniquilación total que ella estaba planeando meticulosamente.
Isabela, te amo tanto que a veces me duele físicamente, dijo Alejandro con una paz y real. Una que Sofía nunca había escuchado dirigida a ella, ni siquiera en los primeros días de su romance. Eres la única mujer auténtica que he conocido en mi vida, no como esta princesa artificial que solo se
preocupa por la manicura, la pedicura, los masajes y la ropa cara. Eres real, eres una luchadora.
La ironía era que él estaba describiendo a una cómplice de su estafa como auténtica, mientras que la mujer a la que estaba traicionando encarnaba una fortaleza que él era incapaz de ver. Yo también te amo con locura, Alejandro, y nuestro hijo crecerá sabiendo que tiene el padre más maravilloso del
mundo, respondió Isabela, completamente seducida por la farsa. No puedo esperar a que seamos una familia de verdad lejos de esta ridícula charada que te ves obligado a vivir.
¿Cuándo crees que podrás librarte de ella definitivamente? Preguntó máximo en dos años, respondió él. Necesito acumular al menos 5 millones de dólares en cuentas seguras antes de dar el golpe final. Con esa cantidad podremos vivir como reyes en cualquier parte del mundo sin depender de nadie más.
¿No es arriesgado robar tanto dinero?, preguntó Isabela. “Robar es una palabra muy fea, mi amor”, respondió Alejandro con un cinismo absoluto. “Yo prefiero llamarlo una compensación por daños psicológicos.” Eh, el pago por tener que fingir amor durante todos estos años es lo justo, ¿no crees? Sofía
apagó la grabadora. tenía suficiente.
Volvió silenciosamente por la escalera de servicio, pasó por el lobby del hotel con una sonrisa radiante para los empleados y 15 minutos después subió por el ascensor principal. Cuando entró en la suite, Alejandro seguía frente a la laptop fingiendo trabajar. “¿Qué tal las ruinas de Tulum, mi
vida?”, preguntó él sin mirarla, probablemente borrando el historial de llamadas y mensajes maravillosas, mintió ella con una perfección que ya le resultaba natural.
Pero, ¿sabes qué? Me dio una nostalgia terrible de estar contigo, así que decidí volver para que aprovechemos la tarde juntos, solo tú y yo. Él le dedicó una sonrisa falsa. Qué linda eres, mi reina. Yo también te extrañaba, mentiroso. Estaba claramente irritado por la interrupción, pero su
actuación de marido devoto no flaqueó. Sofía se acercó y lo abrazó por detrás, apoyando la barbilla en su hombro.
“Alejandro, ¿puedo preguntarte algo muy sincero?”, dijo en un susurro. “Lo que sea, mi amor. Eres realmente feliz conmigo, feliz de verdad, desde el fondo de tu corazón.” Él dejó de teclear, se giró en la silla y la miró con esa expresión de sinceridad ensayada que ya dominaba a la perfección.
Sofía, nunca he sido tan feliz en toda mi vida. Tú eres la mujer de mis sueños, la razón de mi existir. La facilidad con la que fluían las mentiras de sus labios era fascinante y repulsiva a la vez. Es que a veces te siento distante, como si tu cabeza estuviera en otro lugar, en los negocios, en el
celular, en cualquier parte, menos conmigo”, dijo ella, interpretando el papel de la esposa insegura a la perfección.
Él se levantó y la abrazó con una teatralidad digna de un premio. “Perdóname, mi amor, es que estoy trabajando el doble para que nuestro futuro sea aún más increíble. Todo lo que hago cada esfuerzo es pensando en nosotros, en nuestra familia, por nosotros. Qué broma tan cruel. Todo lo que hacía era
por él y su otra familia.
Lo entiendo y admiro tu dedicación, dijo ella derritiéndose en sus brazos. Es solo que a veces tengo miedo. Miedo de qué, mi vida. No digas tonterías, la interrumpió él besándole la frente con falsa ternura. Yo te amaría perdidamente aunque no tuvieras absolutamente nada, aunque vivieras debajo de
un puente. La mentira número 1000 de Alejandro Cárdenas.
Qué alivio escuchar eso”, susurró ella, “Porque a veces tengo pesadillas horribles en las que sueño que solo estás conmigo por el dinero de mi familia.” Él se ríó, un sonido que pretendía ser tranquilizador. “Eres una paranoica. Te amo por la mujer que eres, no por lo que tienes.” En ese preciso
instante, mirándolo a los ojos, Sofía tomó una decisión.
Up y con acento agudo ha reunido suficientes pruebas. Era hora de pasar a la fase dos, el regreso a casa y la construcción de la trampa final. Alejandro, dijo ella con una nueva chispa en los ojos. ¿Qué tal si volvemos a la ciudad de México mañana mismo? Él parpadeó sorprendido.
Mañana, pero si nuestra luna de miel es de tres meses. Lo sé, cariño, respondió ella, pero tengo una nostalgia terrible de nuestra casa, de nuestra rutina. Y tú pareces tan ansioso por volver a tus negocios y poner en marcha todos esos proyectos. Quiero apoyarte. Empecemos nuestra vida de casados
de verdad en nuestro hogar.
Alejandro intentó disimular el inmenso alivio que sintió. Volver antes significaba acelerar sus planes. Bueno, si es lo que de verdad quieres, mi amor, es lo que yo quiero. La trampa estaba a punto de ser tendida. En el vuelo de primera clase de regreso a la ciudad de México, Sofía fingió dormir
durante todo el trayecto con una mascarilla de seda sobre los ojos, pero debajo de esa apariencia y ah, de calma, su mente era un hervidero de actividad, planeando meticulosamente cada paso de la destrucción sistemática de Alejandro.
Había pasado las últimas semanas no solo grabando conversaciones, sino también fotografiando discretamente documentos que él dejaba esparcidos por la suite, copiando archivos de su laptop mientras él se duchaba. Sabía de cada contrato fraudulento, de cada transferencia ilegal a sus cuentas
personales.
Sabía de cada mentira, cada traición y cada crimen. Mientras tanto, Alejandro dormía a su lado, probablemente soñando con el día glorioso en que se libraría de ella para siempre. Aerrizaron en una tarde lluviosa en la ciudad de México. Alejandro apenas podía disimular su ansiedad por volver a la
rutina, que en realidad significaba correr a los brazos de Isabela.
Amor, necesito pasar por el despacho hoy mismo”, dijo tan pronto como pusieron un pie en su lujoso penhouse en Polanco. “Tres semanas fuera, debe haber una montaña de asuntos urgentes.” “Claro, querido, ve tranquilo. Yo aprovecharé para desempacar y poner todo en orden,” respondió ella con la
sonrisa de una esposa comprensiva. Él le dio un beso rápido y salió casi corriendo. En el momento en que la puerta se cerró, la máscara de Sofía cayó.
La frialdad de una generala en vísperas de la batalla final se apoderó de su rostro. Tomó su teléfono y marcó. Papá, hemos llegado. Es hora de empezar. Mientras tanto, Alejandro conducía a toda velocidad por la carretera hacia Valle de Bravo, donde Isabela lo esperaba en el nido de amor que él
había financiado con el dinero de su esposa.
Cuando llegó, Isabela lo recibió en la puerta. Su embarazo de 4 meses ya era una promesa visible bajo su vestido. Mi amor, lo abrazó él besándola con una pasión desesperada. ¿Cómo te extrañé? Cómo extrañé a nuestro bebé. Yo también me moría de ganas de verte, se derritió ella en sus brazos.
¿Cómo soportaste tres semanas con esa mujer? Un infierno en la tierra, respondió él, pero valió cada segundo por los millones que logré desviar. La palabra millones hizo brillar los ojos de Isabela. 5 millones de pesos ya están seguros en cuentas en Suiza, se jactó él. Y creo que en menos de 6
meses, mucho antes de lo planeado, tendremos suficiente para desaparecer del mapa y empezar de nuevo donde queramos.
Seremos libres y millonarios, mi reina. Rieron juntos, cómplices y felic es completamente ajenos a que sus vidas estaban a punto de implosionar de una manera espectacular. No sabían que cada una de sus palabras, cada uno de sus movimientos, estaba siendo observado, documentado y utilizado para
tejer la red que pronto se cerraría sobre ellos, sin posibilidad de escape.
Al otro lado de la ciudad, en un discreto y lujoso despacho de abogados, Sofía estaba en una reunión secreta con Mateo Herrera, el abogado penalista más temido y respetado de México. Señora Cárdenas”, dijo Mateo después de analizar durante casi una hora el dossier de pruebas que ella había
recopilado.
“Lo que usted tiene aquí no es solo una mina de oro jurídica, es un arsenal nuclear. Tenemos pruebas irrefutables de apropiación indebida, estafa, falsificación de documentos, lavado de dinero y asociación delictuosa. Su marido es un artista, pero un artista muy descuidado.” Sofía asintió. Su
rostro impasible. ¿Cuál es la pena máxima por todo esto, licenciado? Mateo se ajustó las gafas.
Si jamos bien nuestras cartas, podríamos estar hablando de entre 12 y 15 años de prisión, más la restitución íntegra de todos los valores robados que con multas e intereses podría ascender a una suma astronómica. Lo dejaremos en la ruina total. Perfecto. Dijo Sofía con una frialdad que impresionó
al abogado.
¿Cuándo empezamos? Podríamos presentar las denuncias mañana mismo, respondió Mateo. Pero si me permite, le sugiero una estrategia más devastadora, una que no solo lo encarcele, sino que lo humille de tal manera que nunca más pueda levantar la cabeza. Sofía se inclinó hacia adelante, sus ojos
brillando. Explíquese, licenciado. Tiene toda mi atención. Usted mencionó que él espera firmar un poder notarial en los próximos días.
¿Correcto?, preguntó Mateo. Correcto, confirmó Sofía. Entonces esperamos, le damos el poder, le damos más cuerda para que se ahorque solo. Dejamos que use ese poder para cometer un fraude aún mayor, uno que podamos controlar de Prink y Pio afin con pruebas aún más sólidas y espectaculares. Cuanto
más alto vuele, más dura será la caída. La idea era diabólica y brillante. A Sofía le encantó.
¿Y cómo controlamos eso sin perder dinero de verdad?, preguntó Mateo. Sonríó. sencillo. Montamos una operación controlada, crearemos una oportunidad de negocio irresistible, un cebo que no pueda rechazar, digamos, una empresa de fachada en Holanda interesada en una inversión inmobiliaria de 15
millones de euros en la Riviera Maya.
Su marido creerá que está desviando ese dinero a sus cuentas, pero en realidad el dinero nunca saldrá de una cuenta controlada por nosotros aquí en México. Estará robando dinero fantasma, pero dejando un rastro de crímenes muy reales. Sofía estaba fascinada. Explíqueme mejor.
Crearemos contratos simulados, estados de cuenta falsos, correos electrónicos de ejecutivos que no existen. Él pensará que está ejecutando el golpe de su vida, pero en realidad solo estará actuando en una película do nde. Nosotros somos los directores y el final es su propia sentencia. ¿Cuánto
tiempo llevaría montar todo esto?, preguntó Sofía. Dos meses, tres como máximo, respondió Mateo.
Licenciado Herrera, amo este plan. dijo Sofía con una sonrisa gélida. Vamos a dejar que Alejandro Cárdenas cabe su propia tumba y luego le pasaremos la factura por la pala y el terreno. Mientras tanto, en Valle de Bravo, Alejandro le contaba a Isabela sobre el poder notarial que estaba a punto de
recibir. Mi amor, en dos semanas tendré acceso total a las cuentas de los Villanueva.
Podremos acelerar nuestro plan de una manera que no te imaginas. No sabía que Sofía ya había revisado ese documento con su abogado, alterando cláusulas cruciales que lo convertían en una trampa legal. En ese momento, Isabela le dio una noticia que lo llenó de felicidad. Fui al médico hoy. Dijo que
es un niño. Vamos a tener un niño, Alejandro.
Él explotó de alegría, la levantó en brazos y dio vueltas con ella por la habitación. Un niño, un heredero. Vamos a tener un príncipe, gritaba. Ya elegí el nombre, Alejandro Cárdenas Junior. Mi hijo crecerá teniendo todo lo que yo nunca tuve. Será un rey. Estaban tan absortos en su burbuja de
felicidad fraudulenta que no notaron el discreto teleobjetivo del investigador privado fotografiando la escena desde un autoestacionado al otro lado de la calle.
Cada beso, cada abrazo, cada celebración estaba siendo documentada. Horas después, Sofía recibía las fotos en su celular. Alejandro besando apasionadamente la barriga de Isabela. Alejandro arrodillado hablándole al vientre de su amante. Alejandro saliendo de una de las joyerías más caras de la
ciudad, donde según el informe del investigador acababa de comprar un anillo de compromisso de diamantes.
“Interesante”, murmuró Sofía para sí misma, analizando las imágenes con una calma escalofriante. “Le va a pedir matrimonio a la amante mientras todavía está casado conmigo. Este hombre no tiene límites.” Cada nueva prueba era solo más combustible para el fuego de su venganza. Esa noche cuando
Alejandro llegó al Penhouse estaba radiante.
¿Qué tal el día en el despacho, amor?, preguntó Sofía mientras servía la cena. Excelente. Resolví varias pendientes muy importantes mintió él. Te ves muy feliz. Lo estoy, respondió él. ¿Sabes esa sensación cuando sientes que todas las piezas de tu vida finalmente están encajando en su lugar? Si tan
solo supiera que las piezas que encajaban eran las de la trampa que ella le estaba tendiendo. Sofía decidió lanzar el cebo.
Oye, Alejandro, sobre ese poder notarial, los ojos de él brillaron con anticipación. Sí, mi amor. ¿Qué pasa con eso? Ya está todo listo y aprobado por mi padre, dijo ella con naturalidad. Puedes empezar a firmar contratos en nombre de la empresa a partir de la próxima semana. Alejandro apenas pudo
disimular su euforia.
¿Estás segura, Sofía? ¿No quieres pensarlo un poco más? Segurísima. Confío en ti más que en nadie en este mundo, afirmó ella. No te arrepentirás, mi amor. Voy a multiplicar los negocios de la familia. Multiplicarlos para su propio bolsillo. Claro, por cierto, continuó ella, como si fuera una idea
de último momento. Mi padre recibió una propuesta muy interesante de una empresa de inversión holandesa.
Quieren invertir 15 millones de euros en un desarrollo de lujo en la Riviera Maya. Alejandro casi se atraganta con el vino. 15 millones de euros. Exacto, dijo Sofía. Y como tú tendrás el poder notarial total, mi padre pensó que sería el primer gran proyecto perfecto para que lo comandes tú solo,
para que demuestres tu capacidad de liderazgo. Si sale bien, podrías hacerte cargo de todos los negocios internacionales de la empresa.
Alejandro estaba en el cielo. 15 millones de euros, una suma que podría desviar íntegramente a sus cuentas. era más de lo que había soñado. ¿Cuándo puedo empezar las negociaciones? Preguntó tratando de contener su emoción. La próxima semana te pasaré todos los contactos.
Esa noche Alejandro no durmió de la emoción. A su lado, Sofía tampoco durmió, pero no por la emoción, sino por la fría y paciente expectativa de la venganza que estaba a punto de concretarse. Una semana después de la transferencia de los 15 millones de euros falsos, Alejandro caminaba por el mundo
con la arrogancia de un emperador.
Creía haber ejecutado el golpe maestro, el robo del siglo, y ya estaba planeando los últimos pasos para deshacerse de Sofía y comenzar su nueva vida. Esa mañana de viernes se despertó especialmente animado. Era el día de el día en que pediría el divorcio.
Se sentó a la mesa del desayuno, donde Sofía le servía unos huevos benedictinos que irónicamente había aprendido Zdero a hacer porque eran sus favoritos. “Sofía, mi amor, necesito que hablemos de algo importante”, dijo él con una seriedad ensayada. Claro, cariño. Dime, respondió ella, su rostro una
máscara de inocencia. He estado pensando mucho sobre nosotros, sobre nuestro matrimonio, sobre nuestro futuro comenzó él preparando el terreno para su discurso de ruptura. ¿Ha pasado algo malo?, preguntó ella, fingiendo una preocupación que no sentía.
No es que haya pasado algo específico, es solo que creo que hemos crecido en direcciones diferentes. Siento que somos incompatibles. Incompatibles. ¿A qué te refieres, Alejandro? No te entiendo. Él respiró hondo, el actor preparándose para su escena final. Sofía, eres una mujer maravillosa, pero
necesito más libertad para crecer profesionalmente. Siento que nuestras metas ya no están alineadas.
¿Me estás pidiendo el divorcio?, preguntó ella, su voz temblando, sus ojos llenándose de lágrimas perfectamente falsas. La actuación era tan convincente que por un momento casi se compadeció de sí misma. Estoy sugiriendo que hablemos de una separación amigable, sin peleas, sin escándalos, algo
civilizado entre dos personas maduras que se respetaron.
Sofía se derrumbó en un llanto actuado digno de un Óscar. Pero yo te amo. ¿Qué hice mal, Alejandro? Dime, ¿qué hice mal? No hiciste nada mal, Sofía. El problema soy yo. Soy yo el que ha cambiado. ¿Hay otra mujer? Soltó ella la pregunta. Él fingió una indignación herida. ¿Cómo puedes pensar eso de
mí? Jamás te traicionaría. Qué cínico.
En ese mismo instante, Isabela, con un embarazo de 5 meses, lo esperaba en Valle de Bravo. “Por favor, Alejandro, no te rindas así. Podemos ir a terapia de pareja”, suplicó ella. Mi decisión está tomada, Sofía”, dijo él con una firmeza cruel. “Ya, H a B l e con acento agudo con mi abogado.
” Dijo que si no hay contestación, todo puede resolverse muy rápido. Sofía se levantó de la mesa, aparentando estar completamente destrozada. Necesito Necesito tiempo. Necesito espacio para procesar esto. Me iré a casa de mis padres por unos días. Creo que es una buena idea”, dijo él apenas
ocultando su alivio. “Solo prométeme una cosa”, añadió ella, “¿Qué? ¿Que no moverás nada de nuestros bienes hasta que hablemos con los abogados? Necesito entender toda la situación financiera. Claro, mi amor, no tocaré nada. Mentira.” La noche anterior había
transferido otros 2 millones de pesos. Sofía salió del pentouse arrastrando una maleta, interpretando hasta el final su papel de esposa abandonada. Cuando su coche dobló la esquina, Alejandro soltó un grito de júbilo. Era libre. En cuanto Sofía salió, él llamó a Isabela. Mi amor, lo hice. Le pedí el
divorcio.
¿De verdad? ¿Y cómo reaccionó? Preguntó ella emocionada. Exactamente como predije. Lloró, suplicó, pero al final aceptó. En dos seman as seremos legalmente libres, mi reina. No puedo creerlo. Finalmente vamos a estar juntos. Y hay más, dijo él. Se fue a casa de sus padres. Tenemos el penthouse para
nosotros solos. Ven ahora mismo. No es arriesgado.
¿Qué importa? En un par de semanas todo el mundo lo sabrá de todos modos. Ven a celebrar nuestra libertad. Lo que Alejandro no sabía es que Sofía no había ido a casa de sus padres. Estaba registrada en la suit de un hotel de lujo a solo cinco cuadras de distancia, el cuartel general desde donde
dirigiría la operación final.
Desde su hotel, Sofía hizo una llamada. Mateo mordió el anzuelo del divorcio. Podemos atacar. Perfecto, respondió el abogado. La Unidad de Inteligencia Financiera y la Policía Federal están listas. Tenemos las órdenes de cateo, el bloqueo de todas sus cuentas y la orden de apreensión preventiva. La
Receita Federal también está a bordo.
Ya identificaron todas las transferencias sospechosas. Le deben estar calculando una multa por evasión de impuestos que lo dejará temblando. ¿Cuándo ejecutamos?, preguntó Sofía. El lunes por la mañana. Lo agarraremos completamente por sorpresa. Sugiero que usted no esté presente. Puede ser
peligroso. Sofía sonrió fríamente. De ninguna manera, licenciado. Quiero estar allí.
Quiero ver su cara cuando se dé cuenta de que fue engañado por la muñequita de porcelana. Hey. Esa misma tarde, Alejandro llevó a Isabela al Penhouse. Es aún más lujoso de lo que imaginaba, exclamó ella, admirando las obras de arte y el mobiliario de diseño. Pronto todo esto será nuestro, respondió
él, abrazándola por la espalda.
Pero, ¿no se quedará ella con todo en el divorcio? Él se ríó. Mi amor, me subestimas. Para cuando los abogados empiecen a hablar, la mayor parte de la fortuna ya estará a salvo en nuestras cuentas. He transferido más de 22 millones de pesos, además de los 15 millones de euros del negocio holandés.
Somos millonarios, Isabela, lo logramos.
Conmemoraron Hciendo el amor en la cama que Alejandro había compartido con Sofía. No eran conscientes de que cada rincón del apartamento estaba ahora equipado con cámaras y micrófonos en miniatura que Sofía había mandado instalar el día anterior. Desde la suit de su hotel, Sofía observaba las
imágenes en su laptop con una expresión de profundo asco. Cada caricia, cada beso entre Alejandro y su amante estaba siendo grabado para ser usado como prueba en el juicio de divorcio.
“Cerdo”, murmuró cerrando la laptop. Al menos ya no tengo que fingir que siento algo más que repulsión por este hombre. El sábado y el domingo fueron un sueño para Alejandro e Isabela. Vivieron como una pareja feliz, haciendo planes para su futuro en Europa, eligiendo nombres para el bebé, bebiendo
champán caro.
“Alejandro, ¿crees que Sofía cree problemas?”, preguntó Isabela el domingo por la noche. “¡Imposible”, se burló él. Es demasiado blanda. Además, ¿qué puede hacer? No tiene pruebas de nada. La ironía era casi poética. El lunes por la mañana, Alejandro se despertó temprano. Era el día de la limpieza
final. Iba a ir al banco a transferir los últimos fondos de las cuentas conjuntas antes de que los abogados las congelaran.
Besó a Isabela, que aún dormía, y salió del apartamento a las 7 de la mañana, silvando hacia el que sería el último día de su vida como hombre libre. A las 8 en punto, mientras Alejandro estaba en la sucursal de su banco, 10 agentes de la policía federal tocaron la puerta del pen. House.
Isabel abrió en bata y todavía somnolienta. Policía federal, tenemos una orden de cateo y apreensión para el señor Alejandro Cárdenas y para usted, señora Isabela Morales. ¿Qué? Debe haber un error. Balbuceó ella. Está detenida por asociación delictuosa, fraude y lavado de dinero. Isabela se
desmayó.
En el banco, Alejandro estaba frente al gerente autorizando la última transferencia, sintiéndose el rey del mundo. De repente sintió una mano pesada en su hombro. Alejandro Cárdenas, se vapore, iró y vio a dos hombres de traje mostrándole sus placas. Policía federal, ¿está usted detenido? Detenido.
¿Por qué? Esto es un ridículo malentendido, protestó. Estafa apropiación indebida, lavado de dinero, evasión fiscal.
¿Quiere que siga? Alejandro se quedó pálido como el papel. ¿Cómo, ¿cómo saben de eso? Quizá pueda explicarnos los 22 millones de pesos que desvió de las cuentas del corporativo Villanueva o la cuenta falsa en Holanda, donde intentó depositar 15 millones de euros. La sangre se le heló. Cuenta falsa.
El mundo se le vino abajo y también puede explicar por qué su esposa tiene grabaciones de usted confesando todos y cada uno de estos crímenes. Rebeca fue Rebeca.
Mientras los agentes le ponían las esposas, las puertas de cristal del banco se abrieron y Sofía entró flanqueada por su padre y el abogado Mateo Herrera. Se acercó a él con una sonrisa gélida. Hola, querido. Sorprendido de verme. Sofía. Yo yo puedo explicarlo, tartamu de con acento agudo. Él
explicar que Alejandro, preguntó ella, su voz suave pero cortante como el diamante.
Que me llamaste vaca gorda, que sentías asco al tocarme o que le robaste a mi familia mientras me mirabas a los ojos y me decías que me amabas. Él intentó hablar, pero no le salían las palabras. Ah, y antes de que preguntes, continuó ella, Isabela también ha sido detenida, pero no te preocupes,
está bien. Vuestro hijo nacerá en la cárcel, pero nacerá sano. Tendrá una madre criminal y un padre ladrón. Un gran comienzo.
Sofía, por favor, escúchame, suplicó él. No, ahora tú me vas a escuchar a mí, dijo ella, acercándose para que solo él la oyera. ¿Creíste que estabas lidiando con una princesita tonta? Creíste que eras más listo que una familia que ha construido un imperio cada transferencia que hiciste fue
monitorizada. Cada llamada con tu amante fue grabada. Cada mentira que me contaste fue registrada.
Tengo pruebas para mantenerte en la cárcel los próximos 15 años. Si es de tu vida. Lo siento, me arrepiento. Jimoteó él. Demasiado tarde, sentenció ella. Descubriste que una mujer rica y educada no es lo mismo que una mujer tonta e indefensa. Lección aprendida. Mientras se lo llevaban, los flashes
de los reporteros que ya se agolpaban fuera lo cegaron.
había perdido, había sido total y absolutamente aniquilado. La muñeca de porcelana se había roto y sus fragmentos eran más afilados que cualquier cuchillo.
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