Pensaron que sería una víctima fácil… pero aceleré y el camión les dio su lección

Hola, amigos de la carretera. Soy Teresa, pero en la carretera todos me conocen como la rebelde del volante. Llevo 18 años manejando este Volvo VNL que bauticé el guardián y créanme cuando les digo que he visto de todo en estos caminos de Dios.

 Pero lo que les voy a contar hoy, compañeros del volante, es algo que todavía me pone la piel de gallina cuando paso por esa [ __ ] curva de la carretera 15. Ahí donde casi pierdo la vida por culpa de unos desgraciados que pensaron que por ser mujer iba a ser presa fácil. Alguna vez han sentido que el destino los puso en el lugar exacto para demostrar de qué están hechos.

 Porque eso fue exactamente lo que me pasó aquella noche de octubre, cuando mi Volvo y yo tuvimos que defender no solo mi vida, sino también la de una familia completa que estaba a punto de convertirse en víctimas de la peor clase de lacras que infestan nuestras carreteras.

 Si ustedes también han tenido que enfrentarse a situaciones donde tuvieron que demostrar que nadie los va a intimidar, déjenme sus historias en los comentarios. Dale me gusta a este video si quieres que siga compartiendo estas vivencias de la carretea y suscríbete al canal para que no te pierdas ninguna de estas historias que nos forjan como guerreros del asfalto.

 Era una noche fría de octubre del año pasado y yo venía bajando por la carretera 15 rumbo a Mazatlán con una carga de electrodomésticos que tenía que entregar al día siguiente temprano. El reloj del tablero marcaba las 11:30 de la noche y la carretera estaba más sola que el corazón de un político en campaña.

 Mi volvo ronroneaba suavecito, como siempre lo hace cuando está contento con el camino. Y yo iba escuchando música norteña bajita para no quedarme dormida. había parado en la gasolinera de Culiacán como a las 9 de la noche para diésel y tomarme un café bien cargado. Ahí fue donde vi por primera vez a esa familia que después se convertiría en el centro de toda esta pesadilla.

 Era un matrimonio joven con dos niños pequeños y se veían nerviosos, como si algo los estuviera persiguiendo. El hombre no paraba de ver hacia atrás, hacia la carretera, y la mujer tenía abrazados a los chamaquitos como si fuera a protegerlos del mismo [ __ ] Mientras targaba Diesel, los escuché hablando quedito entre ellos. Algo sobre que tenían que llegar a Mazatlán esa misma noche, que no podían esperar hasta el día siguiente.

 La mujer lloraba bajito y uno de los niños, que no tendría más de 5 años, le preguntaba por qué estaba triste. Me partió el alma escuchar al chamaquito, pero uno aprende en esta carretera que hay problemas que no nos tocan resolver. Pagué mi diésel, compré mis cigarros y me subí a mi Volvo.

 Antes de arrancar vi que la familia también se subía a su carro, un suru blanco todo golpeado que parecía que se iba a desarmar en cualquier momento. Arrancaron antes que yo y cuando salí de la gasolinera pude ver sus luces traseras perdiéndose en la oscuridad de la carretera. No sabía que en unas horas más esa misma familia y yo íbamos a estar luchando por nuestras vidas contra unos malditos que creían que la carretera era su territorio personal para hacer sus cochinadas.

 Antes de seguir con esta historia, muchachos, déjenme contarles un poco cómo fue que llegué a convertirme en la mujer que soy hoy. Porque para entender por qué reaccioné como reaccioné esa noche, tienen que saber de dónde vengo y por qué esta carretera es mi casa. Nací en un pueblito de Sonora. donde las oportunidades eran más escasas que la lluvia en el desierto.

 Mi papá se murió cuando yo tenía 12 años y mi mamá se quedó sola con cinco bocas que alimentar. Yo era la mayor, así que desde chiquita aprendí que si quería algo en la vida, me lo tenía que ganar con mis propias manos. A los 18 años me casé con un cabrón que al principio parecía buena gente, pero que resultó ser de esos hombres que creen que la mujer es su propiedad.

 Durante 5 años aguanté sus golpes, sus gritos. sus humillaciones. Hasta que un día, cuando me rompió la nariz de un puñetazo porque la cena no estaba lista, decidí que ya había sido suficiente. Me escapé de madrugada con lo purito puesto y llegué a Hermosillo sin un peso en la bolsa, pero con una determinación de acero.

 Ahí fue donde conocí a don Ramiro, un viejo camionero que tenía una empresa de transportes. El hombre se apiadó de mí cuando me vio pidiendo trabajo en su oficina. toda golpeada y flaca como estaba. Don Ramiro me enseñó todo lo que sé sobre los camiones.

 Me dijo que la carretera no perdona, pero que tampoco juzga, que aquí lo único que importa es qué tan fuerte tienes el corazón y qué tan firmes las manos en el volante. Durante 3 años trabajé como su copiloto, aprendiendo cada secreto de la carretera, cada mañana que tienen los camiones, cada peligro que acecha en estos caminos. Y ustedes, carnales, también han tenido que reinventarse después de tocar fondo.

 Cuéntenme en los comentarios cómo fue que encontraron su camino, porque yo sé que muchos de ustedes también han tenido que levantarse del suelo más de una vez. Cuando don Ramiro se jubiló, me vendió mi Volvo en pagos chiquitos que todavía estoy terminando de liquidar. Le puse el guardián porque desde el primer día supe que este camión y yo íbamos a cuidarnos mutuamente en la carretera.

 Esa noche, después de salir de la gasolinera de Culiacán, mi Volvo y yo íbamos tranquilos por la 15, manteniendo una velocidad constante de 80 km porh. La carretera estaba en buen estado, sin mucho tráfico, y pensé que iba a ser un viaje tranquilo hasta Mazatlán. Como a los 30 km de haber salido de la gasolinera, vi unas luces en el espejo retrovisor que se acercaban muy rápido.

Era una camioneta pickup que venía haciendo zigzag, rebasando de manera imprudente. En estos años de carretera, uno aprende a reconocer a los conductores peligrosos desde lejos. Y estos cabrones tenían todas las características de gente que anda en malos pasos. La pickup me rebasó a exceso de velocidad y pude ver que iban varios hombres adentro.

 Tenían las ventanas abiertas y se escuchaba música a todo volumen. Uno de ellos me gritó algo que no alcancé a entender, pero por el tono y las risotadas que siguieron, me imaginé que no era precisamente un cumplido. Seguí mi camino sin prestarles más atención. En la carretera uno se encuentra de todo y la mejor estrategia siempre es mantener la distancia con los locos.

 Pero como a los 10 minutos empecé a ver destellos de luces más adelante, como si hubiera un accidente o algo así. Cuando me acerqué, vi que la pickup que me había rebasado estaba atravesada en el carril derecho y el suru blanco de la familia que había visto en la gasolinera estaba hoillado en el acotamiento. Los hombres de la pickup rodeaban el carro y aunque no podía ver claramente qué estaba pasando, mi instinto me gritó que algo estaba muy mal.

 Bajé la velocidad y encendí las intermitentes tratando de evaluar la situación. Fue entonces cuando vi que uno de los hombres jalaba al papá de la familia fuera del carro mientras otro abría la puerta del conductor. La mujer gritaba desde adentro y los niños lloraban. En ese momento tuve que tomar una decisión que me cambiaría la vida.

 podía seguir de largo, llamar a la policía desde el próximo pueblo y esperar que llegaran a tiempo. O podía parar mi volvo, bajarme y tratar de ayudar, sabiendo que probablemente eran varios contra una sola mujer. Pero entonces recordé las palabras de don Ramiro. Teresa, en la carretera solo hay dos tipos de gente, los que ayudan y los que se hacen [ __ ] Y tú nunca vas a ser de los que se hacen [ __ ] Pisé el freno y orillé mi volvo como a 50 m antes de donde estaba el desmadre. Apagué las luces y me quedé observando para entender mejor la situación.

 Eran cuatro hombres, todos jóvenes y todos con pinta de maliantes. Dos de ellos tenían al papá de la familia amenazándolo con algo que brillaba en la oscuridad, probablemente una navaja o una pistola. Los otros dos estaban tratando de sacar a la señora y a los niños del suru.

 Se escuchaban los gritos de la mujer y el llanto de los chamaquitos. Era una escena que me heló la sangre porque me recordó todas las veces que yo había pedido ayuda y nadie me había hecho caso. Tomé mi celular para llamar a la policía, pero no tenía señal. Estábamos en una de esas zonas malditas donde las torres de comunicación brillan por su ausencia.

 Mi Volvo tenía radio de banda civil, pero sabía que para cuando llegara a ayuda ya sería demasiado tarde para esa familia. Abrí la guantera y saqué el bat de béisbol que siempre cargo para emergencias. No era gran cosa contra cuatro cabrones, pero era mejor que nada. También agarré la lámpara de mano más potente que tenía, esa que uso para realizar el camión en las noches.

Pero entonces se me ocurrió algo. Mi Volvo pesa más de 15 toneladas con carga completa. Esos malditos habían puesto su picap atravesada en el carril bloqueando el paso, pero había espacio suficiente en el acotamiento para maniobrar. Y si algo había aprendido en todos estos años de carretera era que un camión bien manejado puede ser el arma más poderosa del mundo.

 Gente, ¿ustedes qué hubieran hecho en mi lugar? ¿Se habrían arriesgado por una familia de desconocidos o habrían ceñido de largo? Déjenme saber en los comentarios qué piensan, porque en ese momento yo también tuve mis dudas. Arranqué el Volvo y encendí todas las luces, las altas, las de trabajo, las intermitentes, todo lo que pudiera alumbrar. Quería que esos cabrones me vieran venir. Quería que supieran que ya no estaban solos en esa carretera, que alguien más había llegado al juego.

 Metí primera velocidad y empecé a avanzar lentamente hacia donde estaban. El rugido del motor del Volvo resonó en la noche como el gruñido de una bestia despertando. Fue entonces cuando los cuatro hombres voltearon a verme y pude notar en sus caras que no esperaban que alguien se metiera en sus asuntos.

 Uno de los maleantes, el que parecía ser el jefe, se separó del grupo y empezó a caminar hacia mi VO con las manos en alto, como si fuera a pedirme que me detuviera. Pero yo ya había tomado mi decisión. Y cuando Teresa, la rebelde del volante, toma una decisión, no hay vuelta atrás.

 En lugar de retenerme, aceleré un poco más y toqué el claxon del Volvo, ese bramido que se escucha hasta 5 km de distancia. El sonido resonó en la noche como un rucido de guerra y vi como los cuatro cabrones se pusieron nerviosos. El que venía caminando hacia mí se regresó corriendo con sus compinches. Fue entonces cuando apareció él, un hombre mayor como de 60 años que salió de entre los matorrales del lado derecho de la carretera.

 Tenía pinta de ser un campesino de la región con sombrero de palma y ropa de trabajo. Lo más extraño era que no parecía sorprendido por lo que estaba pasando, como si hubiera estado esperando que alguien llegara. El viejo se acercó a los maleantes y les gritó algo que no pude escuchar desde donde estaba, pero por sus gestos pude ver que los estaba regañando.

 Los cuatro hombres voltearon a verlo con cara de sorpresa, como si hubieran visto un fantasma. Uno de ellos le apuntó con lo que parecía ser una pistola, pero el viejo no se inmutó. En ese momento, el campesino volteó hacia mi volvo y me hizo una seña con la mano como diciéndome que me acercara. No sé por qué, pero algo en su actitud me transmitió confianza.

 Era como si ese hombre supiera exactamente qué hacer en una situación así. Manejé mi volvo más cerca hasta quedar como a 20 m del desmadre. Desde esa distancia pude escuchar la voz del viejo que les necía a los maleantes, que conocía a sus familias, que sabía dónde vivían y que si no dejaban en paz a esa familia, él personalmente se iba a encarar de que toda la región se enterara de lo que habían hecho. Los cuatro cabrones se veían confundidos.

Era obvio que no esperaban encontrarse con alguien que los conociera en esa carretea solitaria. El que parecía ser el jefe, guardó el arma y le dijo algo al viejo que sonaba amenaza, pero el campesino se rió con una carcajada que me erizó la piel.

 Fue entonces cuando el viejo señaló hacia mi Volvo y les gritó que ya había testigos de lo que estaban haciendo, que mejor se fueran por donde habían venido antes de que las cosas se pusieran peor para ellos. El campesino se acercó caminando hacia mi Volvo con pasos firmes sin mostrar ningún miedo. Cuando llegó hasta la ventanilla del conductor, me sonríó con esa tranquilidad que solo tiene las personas que han vivido mucho y han visto de todo.

 Me dijo que se llamaba don Aurelio, que vivía en un rancho cerca de ahí y que había escuchado los gritos desde su casa. Según él, esos cuatro maliantes eran de un pueblo cercano, hijos de familias que él conocía desde que eran niños. me explicó que últimamente se habían dedicado a asaltar a los viajeros en esa parte de la carretera, aprovechándose de que la zona estaba sola y sin vigilancia.

 Paisanos, ¿no les parece increíble cómo a veces el destino pone a las personas correctas en el momento exacto? Porque si don Aurelio no hubiera aparecido esa noche, yo no sé cómo habría terminado todo ese desmadre. El viejo me pidió que mantuviera el Volvo encendido y con las luces prendidas, que eso iba a ayudar a intimidar a los cabrones.

 Luego regresó caminando hacia donde estaban los maleantes, que para ese momento Yahwean soltado al papá de la familia y estaban discutiendo entre ellos sobre qué hacer. Don Aurelio les habló con esa autoridad que solo tienen los hombres que se han ganado el respeto a base de años y experiencia. les dijo que él conocía a sus madres, que sabía dónde trabajaban sus hermanos y que si no se largaban inmediatamente, él se iba a encargar de que todo el pueblo supiera qué clase de lacras habían resultado ser.

 Lo que más me impresionó fue ver cómo esos cuatro matones, que hacía unos minutos estaban aterrorizando a una familia inocente, ahora parecían niños regañados frente a don Aurelio. El respeto que le tenían al viejo era genuino, pero también se notaba el miedo de que cumpliera su amenaza de exhibirlos frente a sus familias.

 El jefe del grupo murmuró algo que sonaba disculpa y los cuatro se subieron a su pickup. Antes de irse. Uno de ellos me gritó desde la ventanilla que esto no se iba a quedar así e me recordara. Pero su amenaza sonó más a berrinche de niño malcriado que a algo serio. Cuando la picup se perdió en la oscuridad de la carretera, don Aurelio se acercó al Tsuru, donde estaba la familia. El papá tenía un golpe en la cara, pero no parecía grave.

La señora seguía abrazando a sus hijos, que ya habían dejado de llorar, pero todavía estaban asustados. Don Aurelio me hizo señas para que me acercara con el volvo. Apagué el motor y me bajé para revisar cómo estaba la familia. El señor se llamaba Roberto, su esposa Marisol y los niños eran Javier de 5 años y Sofía de tres.

 Venían huyendo de Ciudad Obregón porque Roberto había sido testigo de algo que no debía haber visto. Y tenían que llegar esa noche a Mazatlán, donde los esperaba un hermano de Marisol. Roberto me agradeció con lágrimas en los ojos. me dijo que cuando vio mi Volvo acercándose con todas las luces prendidas, pensó que era el final, que los maleantes habían llamado refuerzos.

 Nunca imaginó que una camionera sola iba a hacer su salvación. Don Aurelio revisó el sur y nos dio malas noticias. Los cabrones habían dañado algo en el motor y el carro no arrancaba. Roberto se puso pálido porque sabía que quedarse ahí toda la noche era peligroso. Los maliantes podían regresar con más gente o podían aparecer otros grupos de criminales.

 Fue entonces cuando don Aurelio me sugirió algo que me hizo recordar por qué había bautizado a mi camión como el guardián. Me dijo que en mi Volvo podía llevar a la familia hasta Mazatlán, que era lo más seguro para todos. Al principio dudé porque llevar pasajeros sin los permisos correspondientes podía traerme problemas con las autoridades. Pero cuando vi la cara de desesperación de Marisol y el miedo en los ojos de los niños, supe que no tenía opción.

 Les dije que se subieran, que los iba a llevar hasta donde necesitaran llegar. Roberto insistió en pagarme el viaje, pero yo le dije que el único pago que quería era que su familia llegara sana y salva a su destino. Don Aurelio me hizo una promesa esa noche.

 Me dijo que él se iba a encargar de que el carro de Roberto fuera remolcado hasta Mazatlán y que me iba a conseguir los contactos necesarios para que yo pudiera trabajar esa ruta sin problemas con otros criminales de la zona. Según él, conocía a mucha gente en los pueblos de la región y mi nombre iba a ser respetado en esos caminos. La familia se acomodó en la litera de atrás de mi volvo.

 Los niños se durmieron casi inmediatamente agotados por el susto. Marisol y Roberto se quedaron despiertos hablando bajito sobre su nueva vida en Mazatlán y agradeciéndome cada 5 minutos por haberlos ayudado. Cuando arrancamos rumbo al sur, don Aurelio se despidió tocándose el sombrero. En la luz de mis faros vi como el viejo regresaba caminando hacia los matorrales, desapareciendo en la noche como si hubiera sido un ángel guardián enviado especialmente para ese momento.

 El resto del viaje a Mazatlán fue tranquilo, pero lleno de conversaciones que me marcaron para siempre. Roberto me contó que trabajaba como mecánico en Ciudad Obregón y que una noche, mientras reparaba un carro en su taller, había escuchado una conversación entre varios hombres que estaban planeando algo terrible. Sin querer había visto las caras de esos criminales y ellos se habían dado cuenta.

 Marisol me platicó cómo habían tenido que salir de su casa en la madrugada, llevando solo lo indispensable. Habían dejado atrás toda su vida. El taller de Roberto, la casita que habían comprado con tanto esfuerzo, los juguetes de los niños, las fotos de la familia, todo por la [ __ ] costumbre mexicana de que los testigos incómodos tienen que desaparecer.

 Compañeros del volante, ¿no les da coraje saber que hay familias buenas y trabajadoras que tienen que abandonar todo por culpa de los criminales? A mí me hierve la sangre cada vez que pienso en eso y esa noche sentí que mi Volvo y yo estábamos haciendo algo importante, algo que iba más allá de solo transportar mercancía. Los niños se despertaron como a la 1 de la mañana cuando paramos en una gasolinera para cargar diésel. Javier, el más grande.

 Me preguntó si yo era una superheroína, porque su papá le había dicho que yo los había salvado de los hombres malos. No saben cómo me llegó esa pregunta al corazón. Le expliqué que no era ninguna superheroína, que solo era una camionera, que había aprendido que en la carretera hay que ayudarse entre todos, que mi camión se llamaba el guardián precisamente porque cuidaba a las personas buenas y se encargaba de que llegaran sanas y salvas a donde necesitaban ir. Sofía, la más chiquita, me regaló un dulce que tenía en su bolsita y me dijo que era para mi camión

para que siguiera siendo fuerte. No les voy a mentir, casi me pongo a llorar ahí mismo. Era un caramelo todo aplastado y pegajoso, pero para mí valía más que cualquier pago que hubiera recibido en mi vida. Llegamos a Mazatlán como a las 4 de la mañana.

 El hermano de Marisol nos estaba espequería que estaba abierta toda la noche. Cuando vio llegar mi Volvo, salió corriendo a abrazar a su hermana y a los niños. también me abrazó a mí y me dijo que toda su familia iba a estar eternamente agradecida por lo que había hecho. Roberto insistió en darme dinero, pero yo solo acepté lo del diésel que había gastado.

 Me dijo que algún día, cuando las cosas se calmaran, me iba a buscar para pagarme como se debía. Le dije que no era necesario, que el saber que estaban seguros era suficiente pago para mí. Después de entregar a la familia en Mazatlán, regresé por la carretera 15 rumbo al norte para entregar mi carga de electrodomésticos. Pensé que todo había terminado, que esa noche había sido solo una aventura más de la carretera, pero me equivoqué completamente. Como a la semana de lo sucedido, empecé a notar cosas extrañas.

 Cada vez que paraba en las gasolineras de esa ruta, los trabajadores me reconocían y me trataban con un respeto especial. Los despachadores me llenaban el tanque sin que yo se los pidiera. Los de la tienda me regalaban café y hasta los policías de carretera me saludaban con reverencia.

 Al principio pensé que era coincidencia, pero luego me di cuenta de que la historia aquella noche se había extendido como pólvora por todos los pueblos de la región. Don Aurelio había cumplido su promesa y mi nombre ya era conocido en esos caminos como la rebelde que no se deja. Pero con la fama también llegaron los problemas.

 Una noche, mientras dormía en mi Volvo en un paradero cerca de Culiacán, me despertaron unos golpes en la puerta de la cabina. Eran tres hombres que no reconocí, pero que claramente tenían intenciones hostiles. Uno de ellos me dijo que sabía lo que había pasado con los cuatro cabrones que habían huido como cobardes.

 Me amenazó diciéndome que si no quería tener problemas, era mejor que me olvidara de esa ruta y buscara otros caminos para trabajar. que ellos controlaban esa carretera y que una mujer sola no tenía nada que hacer ahí. Por primera vez aquella noche sentí miedo real, no por mí, sino por lo que podría pasarle a otras familias como la de Roberto, si yo me rajaba y dejaba esos caminos libres para los criminales.

 Mi Volvo y yo nos habíamos convertido en un símbolo de resistencia. Y abandonar ahora sería traicionar no solo a don Aurelio, sino a todas las personas buenas que viajaban por esa carretera. Esa noche no pude dormir. Me quedé despierta en la cabina con el bat de béisbol en las manos esperando a que regresaran, pero no vinieron.

 Al día siguiente, cuando arranqué mi volvo para seguir mi ruta, noté que habían rayado la pintura de las puertas con una navaja. Era su forma de decirme que sabían dónde encontrarme. Fue entonces cuando me di cuenta de que esto ya no era solo sobre ayudar a una familia.

 Se había convertido en una guerra personal entre los que querían que la carretera fuera un lugar seguro y los que la querían usar para sus cochinadas. Tres días después del incidente con los tres hombres, mientras manejaba por la misma zona donde había ayudado a la familia de Roberto, vi algo que me hizo detener mi volvo inmediatamente. Había un carro volcado en el acotamiento y una mujer mayor estaba parada al lado, haciendo señas desesperadas para que alguien se detuviera.

 Mi primer instinto fue acelerar y seguir de largo, pensando que podría ser una trampa de los criminales para vengarse de mí. Pero cuando me acerqué más, reconocí el carro. Era el mismo suru blanco de Roberto y Marisol, el que don Aurelio había prometido remolcar hasta Mazatlán. Me orillé y me bajé corriendo.

 La mujer mayor era la mamá de Marisol, que había venido desde Mazatlán con Roberto para recuperar algunas cosas importantes que habían dejado escondidas en el carro. Pero en el camino de regreso, el Suru se había descompuesto completamente y se había volcado en una curva. Roberto estaba herido con una cortada profunda en la frente y el brazo izquierdo dislocado.

 La señora estaba histérica, diciéndome que habían estado ahí por más de dos horas sin que nadie se detuviera a ayudarlos. Me partió el alma ver a Roberto en esas condiciones después de todo lo que había sufrido su familia. Mientras les daba primeros auxilios con el botiquín que siempre cargo en mi Volvo, Roberto me contó algo que me dejó helada.

 Los mismos cuatro maleantes de aquella noche habían aparecido en Mazatlán buscando a su familia. Habían preguntado en varias taquerías y hoteles describiendo a Marisol y a los niños. Afortunadamente, el hermano de Marisol había conseguido esconder a la familia en casa de unos parientes que vivían en las afueras de la ciudad, pero Roberto había decidido regresar por sus herramientas de trabajo y algunos documentos importantes que habían dejado en el carro volcado. Nunca pensó que el viejo Tsuru no iba a aguantar el viaje.

Le dije que se olvidara de las herramientas, que lo más importante era su seguridad y la de su familia. Pero él me explicó que sin esas herramientas no podían trabajar y que necesitaba el dinero para mantener a sus hijos mientras encontraban un lugar permanente donde vivir. Fue entonces cuando aparecieron los mismos cuatro cabrones de aquella noche en la misma picop, acercándose lentamente por la carretera.

 Esta vez no había don Aurelio para asustarlos. No había nadie más que Robert Plerido, su suegra asustada y yo con mi Volvo. Pero esta vez las cosas iban a ser diferentes. Esta vez yo estaba preparada para lo que pudiera pasar. Los cuatro maleantes se bajaron de su pickup con una actitud completamente diferente a la de aquella noche.

 Esta vez venían decididos sin miedo, como si hubieran planeado este encuentro durante días. El que parecía ser el jefe tenía una pistola en la mano y los otros tres cargaban palos y cadenas. Roberto trató de ponerse de pie para proteger a su suegra, pero estaba muy herido y apenas podía mantenerse en equilibrio. La señora se puso detrás de mí temblando de miedo.

 Era obvio que esperaban que yo fuera su protección, pero cuatro hombres armados contra una mujer sola no eran ots muy favorables. Fue entonces cuando recordé las palabras que don Aurelio me había dicho aquella noche. Teresa, tu camión es más que una máquina, es un guardián que protege a los inocentes.

 Y fue como si mi Volvo hubiera entendido el mensaje, porque en ese momento se me ocurrió una idea que podía salvarnos a todos. Les grité a Roberto y a su suegra que se subieran a la cabina de mi Volvo, que se encerraran ahí y no salieran sin importar lo que pasara. Luego caminé hacia los maleantes con las manos vacías como si me fuera a rendir.

 El sonrió con esa sonrisa de llena que tienen los cobardes cuando creen que ya ganaron. me dijo que por fin nos habíamos encontrado solos, sin viejos entrometidos que los asustaran, que esta vez las cosas iban a terminar como debían haber terminado aquella noche. Me amenazó con que después de acabar conmigo iban a encontrar a la familia de Roberto y se iban a vengar de todos.

 Pero mientras él hablaba, yo me fui acercando poco a poco hacia mi volvo. Cuando estuve lo suficientemente cerca, me tiré al suelo y rodé hacia abajo del camión. Los cuatro cabrones corrieron hacia mí pensando que me estaba escondiendo como una cobarde. Lo que no sabían era que debajo de mi Volvo tengo instalado un sistema de escape de emergencia que desvía los gases del motor directamente hacia abajo.

 Cuando activé ese sistema y aceleré el motor al máximo, una nube densa de humo y gases calientes salió disparada hacia donde estaban los maleantes. Los cuatro empezaron a tocer y a ahogarse con el humo. Aproveché esa confusión para subirme a mi Volvo de un salto y arrancar a toda velocidad. Pero en lugar de huir, hice algo que ellos nunca esperaron. Giré el volante y me dirigí directamente hacia su pickup.

Mi volvo de 15 toneladas envistió la pickup de los criminales como si fuera un juguete de plástico. El impacto fue tan fuerte que la pickup salió volando varios metros y se estrelló contra un árbol. Los cuatro hombres corrieron despavoridos hacia los matorrales, gritando como niños asustados.

 Después de que los cuatro cobardes huyeran como las ratas que eran, llamé a la policía desde el radio de banda civil de mi Volvo. Esta vez sí había señal y en menos de una hora llegaron dos patullas y una ambulancia para atender a Roberto. Los policías tomaron nuestras declaraciones y fotografiaron la picat destrozada como evidencia. Uno de los oficiales me dijo que ya tenían reportes de otros asaltos en esa carretera y que mi testimonio iba a ayudar a identificar a la banda de criminales. Roberto también pudo dar descripciones detalladas de los cuatro hombres.

Mientras esperábamos a que llegara la grúa para remolcar lo que quedaba del sur. Roberto me agradeció una vez más por haberle salvado la vida. me dijo que cuando vio mi Volvo envistiendo la ticup de los maleantes, supo que había ángeles guardianes que se disfrazan de camioneros en la carretera. La mamá de Marisol me preparó unos tacos con lo poco que tenía en una bielsa y me los ofreció como si fuera un banquete de reyes.

 Me dijo que iba a rezar por mí todos los días para que la Virgencita me protegiera en todos mis viajes. No saben el nubo que se me hizo en la garganta cuando escuché esas palabras. Muchos días han pasado desde entonces, compañeros del volante, y puedo decirles que esa ruta se ha vuelto mucho más segura. Don Aurelio cumplió su palabra.

 Y ahora tengo contactos todos los pueblos de la región que me avisan si hay problemas en el camino. Mi nombre y el de mi Volvo son respetados en esas carreteras. Pero lo más importante que aprendí de toda esta experiencia es que los camiones no solo servimos para transportar mercancías. A veces transportamos esperanza, a veces transportamos justicia y a veces transportamos la única oportunidad que tiene una familia de salir adelante en la vida.

 Roberto consiguió trabajo en un taller mecánico de Mazatlán y me manda saludos cada que puede. Sus hijos, Javier y Sofía ya no tienen pesadillas con hombres malvados y Marisol por fin puede dormir tranquila, sabiendo que su familia está segura. Amigos de la carretera, si esta historia les llegó al corazón como espero que haya sido, déjenme saber en los comentarios si ustedes también han tenido que defender lo que es justo en estos caminos.

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