“La Casa en Lesnoy”
Las copas de cristal tintineaban con delicadeza, como si supieran que no debían romper el hechizo frágil de aquella cena. En el centro de la mesa, una vela parpadeante proyectaba sombras largas sobre los rostros, deformando sonrisas y pensamientos por igual. El restaurante del Grand Hotel, elegante y discreto, acogía a sus clientes nocturnos en una sinfonía de cuchicheos, cubiertos discretos y música clásica en tono menor.
“Dentro de diez años…”, dijo Alexey, su voz suave, casi medida. Sonreía solo con los labios, sin involucrar los ojos. El traje azul marino parecía cortado a medida para él, resaltando unos hombros que todavía hablaban de juventud, aunque ya no la sostenían con la misma fuerza. La luz de la vela se reflejaba en sus pupilas, dándoles un brillo engañosamente cálido.
Marina lo miró desde el otro lado de la mesa, en silencio, con la copa levantada a medio camino. El vino sabía ácido. No solo en boca, sino también en el recuerdo. Como el matrimonio. Como los años.
“Diez años…”, repitió ella. “Treinta y ocho.”
Una afirmación disfrazada de reflexión. No era viejo, no todavía. Pero sí lo suficiente como para notar las arrugas en las comisuras de sus ojos. Esas que él disimulaba con cremas, gimnasio y silencios oportunos.
Alexey no respondió. Observó su copa, le dio un sorbo, y pareció pensar en otra cosa. El mismo restaurante, la misma mesa donde se conocieron hacía doce años. Marina lo recordó con dolorosa claridad: ella con amigos, él con socios, miradas cruzadas, excusas para levantarse, y una conversación improvisada que duró toda la noche. Un inicio de novela. Uno de esos encuentros mágicos que uno cree que solo ocurren una vez.
“Pedí tu postre favorito”, dijo de pronto Alexey, rompiendo el momento. Su mano buscó la de ella en la mesa, con cierta torpeza, como si temiera el rechazo.
Pero antes de que los dedos se entrelazaran, su teléfono vibró.
El sonido fue apenas perceptible, pero en la intimidad de esa cena, fue como un relámpago. Alexey sacó el dispositivo del bolsillo de la chaqueta, con rapidez, aunque intentó parecer indiferente. Leyó la pantalla, y su rostro se endureció una fracción de segundo. Luego escribió una respuesta rápida, sin levantar la vista.
Marina lo observó sin decir nada. Podría haber preguntado. Podría haber exigido ver el mensaje, mencionado aquella conversación sin cerrar. Pero solo tomó otro sorbo de vino y sonrió.
Tres meses atrás, no habría estado tan tranquila.
Tres meses atrás, mientras él se duchaba, una notificación apareció en su teléfono. Marina no era del tipo que espiaba, pero algo —una punzada, una corazonada, un reflejo— la hizo mirar.
El trato por la casa en Lesnoy está cerrado. Los documentos están listos, como se acordó, emitidos a nombre de V. ¿Cuándo puedo entregar las llaves?
Una casa. Moderna, dos plantas, terraza panorámica. Todo en silencio. Todo en secreto. Una casa de la que ella nunca había oído hablar.
Marina pasó días reconstruyendo detalles. Nombres, pistas, movimientos. Lo que más le dolió no fue la mentira, sino el meticuloso cuidado con el que Alexey había escondido aquella otra vida. La había hecho sentir invisible. Como si el amor que compartieron alguna vez fuera apenas una nota al pie en la historia de él.
Pero entonces no dijo nada. Observó. Esperó.
Y fue eso lo que decidió hacer también esta noche.
Cuando el camarero trajo el postre —su favorito, sí, pero con una cucharilla que no pidió—, Marina lo miró. Lo observó de verdad. Ya no con la mirada de quien ama, ni de quien suplica, ni siquiera de quien se hiere. Lo observó como quien examina una escena que, por fin, ha entendido por completo.
—¿Todo bien en el trabajo? —preguntó con suavidad.
Alexey parpadeó.
—Sí. Solo una tontería con los abogados.
Marina asintió.
—Debe ser agotador tener que esconder tanto.
Él alzó la mirada, confundido.
—¿Perdón?
Ella sonrió.
—Nada. Come antes de que se enfríe.
La velada continuó. Tranquila. Casi perfecta.
Pero cuando salieron del restaurante, y él extendió su brazo para que ella lo tomara, Marina simplemente se adelantó. Caminó sola bajo la lluvia ligera, sin prisa. No dijo nada más. No hizo una escena.
Y Alexey la siguió, sin saber que en ese silencio, Marina ya había tomado una decisión.
La misma casa que él planeaba llenar con alguien más, sería el lugar donde ella dejaría todo.
Incluyéndolo a él.
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