La tarde del 29 de abril de 1989, Aguascalientes hervía de algaravía. Las calles del centro histórico se llenaban de aromas dulces, música norteña y turistas que recorrían con ojos encendidos los pabellones de la Feria Nacional de San Marcos. En el área ganadera entre Carpas y corrales, María del Carmen Roldán Ávila, conocida por todos como Maca, desapareció sin dejar rastro.
Era poco antes de las 8 de la noche. El sol caía lento sobre el polvo dorado del recinto ferial cuando alguien notó que su camioneta seguía estacionada, cerrada con seguro, pero sin señales de su dueña. Nadie la vio salir, nadie la vio correr, nadie escuchó un solo grito y, sin embargo, desapareció. Maca tenía 34 años y una presencia que imponía.
Ganadera de cepa, llevaba el hierro familiar como un estandarte. Su padre, Fermín Roldán, era un hombre de carácter, ya mayor, retirado de los toros, pero no de las costumbres. Ella, sin embargo, tenía otra visión, moderna, cuidadosa, exigente. Aquella noche había ido a supervisar la revisión de reces de concurso.
Se sabía que andaba inquieta, que había hecho varias llamadas desde la oficina del jurado y que discutió acaloradamente con algunos empleados. Pero después de las 8, todo se volvió nebuloso. Los primeros en notar su ausencia fueron los mismos con los que trabajaba. Un ayudante reportó que no había regresado al módulo de pesaje. Uno de los jueces ganaderos comentó que la vio por última vez junto al Corral 19 hablando con alguien, aunque no pudo precisar quién.
La policía llegó entrada la noche alertada por la familia. Revisaron el recinto, los alrededores, baños, bodegas, establos, nada. Su bolso apareció en su camioneta cerrada. La llave de encendido no estaba. El celular de los grandes de la época tampoco. Tampoco su sombrero vaquero, uno que llevaba siempre y que destacaba por una banda trenzada con una medalla antigua de San Benito.
El caso fue registrado como desaparición voluntaria en las primeras 24 horas. A la mañana siguiente, cuando la familia presionó, se abrió una carpeta por desaparición sospechosa. La feria seguía con fuegos artificiales y cabalgatas, mientras la voz de Maca se desvanecía entre las bocinas de los stands. El recinto fue peinado una vez más.
Se interrogaron a empleados, organizadores, ganaderos, trabajadores de limpieza, paleteros. Nadie supo, nadie dijo, nadie vio. La prensa local mencionó el hecho en una columna breve. Se busca a joven ganadera María del Carmen Roldán, desaparecida la noche del sábado en el área de exhibiciones. Apenas ocupó un rincón del periódico.
En medio de la euforia festiva, la ausencia de una mujer, por muy conocida que fuera, no bastaba para frenar la maquinaria de la feria más importante del país. Esa misma tarde del domingo, Fermín Roldán fue visto recorriendo los establos con ojos rojos, preguntando en voz baja a cada conocido. Nadie le respondió con firmeza.
Algunos desviaban la mirada, otros fingían no oír. El silencio como la cal comenzaba a cubrirlo todo. Los días siguientes, a la desaparición de Maca, se sucedieron con una mezcla densa de esperanza, rabia y desesperación. La familia Roldán movilizó recursos conocidos y contactos en todo Aguascalientes.
Su padre contrató investigadores privados. Recorrieron morgues, clínicas, carreteras secundarias. Se ofreció una recompensa. La foto de Maca fue pegada en postes, radiodifundida en emisoras locales y distribuida en gasolineras y fondas de camino. Era una imagen tomada durante una exposición. Camisa blanca impecable, pañuelo rojo, el cabello recogido en trenza, mirada firme, ningún testigo confiable, ninguna pista sólida.
La policía, al carecer de pruebas directas, centró su hipótesis en una posible fuga voluntaria. Se habló de una supuesta relación clandestina con un hombre casado. Incluso se insinuó que Maca estaba agobiada por las deudas del rancho, aunque los libros de cuentas no lo confirmaban. Para la prensa, su caso se volvió una historia más de misterio sin resolver.
Para las autoridades, un archivo pendiente. Para la familia una herida abierta que no cicatrizaba. El expediente 1129/89 quedó acumulando polvo en los sótanos de la entonces procuraduría. A finales de los 90, con la llegada de nuevas administraciones, fue clasificado como caso inactivo. Los años avanzaban. Fermín Roldán falleció en 1999 sin haber encontrado a su hija.
En su testamento dejó instrucciones precisas, que no se vendiera el rancho, que el hierro ganadero se conservara y que cada abril se colocara una cinta negra en el acceso principal como señal de duelo y resistencia. La década del 2000 trajo nuevos sistemas, digitalización de archivos, cambios en los protocolos forenses, pero Maca seguía ausente.
Solo su hermana menor, Aurora, persistía en mantener viva la memoria. Creó una pequeña página web rudimentaria pero emotiva, dedicada a casos de desaparición en ferias y eventos públicos. Allí recopiló testimonios, coincidencias, patrones de negligencia. Entre ellos notó una constante inquietante, tres desapariciones de mujeres jóvenes ocurridas entre 1987 y 1990 en ferias ganaderas del centro norte del país, todas sin resolución.
En 2005, durante una revisión de archivos desclasificados, Aurora logró recuperar una copia del inventario forense original de los objetos personales de Maca. Allí figuraba el cinturón vaquero de cuero repujado desaparecido junto con ella. Era un modelo especial hecho a mano por talabarteros locales con el hierro familiar grabado en relieve.
También figuraba la descripción exacta de sus características: color avellana, evilla de latón, grabada con iniciales y un remache desgastado cerca del extremo, aparentemente suelto. Esa pequeña línea, el remache suelto, quedaría grabada en la memoria de Aurora. fue lo único que pareció tangible, físico, rastreable.
Aún sin saberlo, ese detalle marcaría la diferencia casi dos décadas después. Eran las 6:42 de la mañana cuando Miguel Tabuada, un camionero de ruta larga con más de dos décadas en el oficio, estacionó su tráiler doble en la gasolinera El Centinela, en el kilómetro 307 de la autopista 57. A esa hora, el cielo de San Luis Potosí era aún de un azul metálico y el aire olía a tierra quemada por las madrugadas secas del altiplano.
La estación estaba casi vacía, solo una pica polvorienta en una esquina y un hombre flaco, con rostro ajado por la edad y la nicotina, fumaba junto al área de lavado de tráileres. Miguel no lo saludó, lo había visto varias veces, siempre callado, siempre solo. Después de llenar el tanque, Miguel llevó el tráiler a la zona de lavado, una estructura modesta con piso en declive y drenaje a cielo abierto.
Conectó la manguera de presión y al accionar el flujo notó que la bomba vibraba de forma irregular. Pensó en un atasco, abrió la tapa metálica del filtro. Ahí, entre el lodo seco, bolsas plásticas y cabellos humanos apelmazados, sobresalía un objeto endurecido. Lo extrajo con esfuerzo. Era un cinturón de cuero repujado, rígido por el tiempo, con bordes irregulares y una evilla corroída.
Pero lo que llamó su atención no fue su estado, sino el símbolo grabado en el centro, un hierro ganadero con forma de R cruzada por una herradura. Miguel lo colocó sobre la tolva del camión. A la luz de la mañana, el cinturón parecía cubierto de manchas viejas oscuras y fragmentos resecos de grasa o sangre.
Era inusual encontrar algo así en una bomba de lavado. Se acercó al encargado nocturno, el mismo hombre callado de siempre, y le mostró lo hallado. Este, sin inmutarse, dijo simplemente, “Alguien lo habrá perdido. Aquí a veces lavan camiones de ganado. Déjalo ahí.” Miguel lo observó con atención. notó su gesto tenso, su tono demasiado neutro.
Le hizo una foto rápida al cinturón con su celular por si acaso. Cuando llegó a Zacatecas dos días después, publicó la imagen en un foro en línea de transportistas y ganaderos bajo el título “Alguien reconoce este hierro viejo”, adjuntó la fotografía sin muchas esperanzas. Pero lo que ocurrió luego cambiaría el rumbo del caso.
Una semana después, Aurora Roldán recibió un mensaje privado en su sitio web de desapariciones. Un usuario anónimo con el alias Forastero 82 le pedía que revisara una publicación reciente en el foro. Aurora, que había mantenido activo el sitio en memoria de su hermana Maca, ingresó y sintió un vértigo inmediato. En la imagen reconoció el cinturón de cuero que Maca usaba siempre en ferias.
El hierro ganadero de los Roldán estaba ahí, inconfundible. La evilla dorada, aunque ahora oxidada, tenía el mismo diseño conmemorativo del centenario de la feria de 1985. Y lo más estremecedor, el remache desgastado en el extremo derecho del que tantas veces se había quejado su hermana.
Aurora contactó a las autoridades de Aguascalientes. De inmediato. La fiscalía reactivó el expediente 1129-89. Una especializada fue enviada a San Luis Potosí para recuperar el objeto físico. El cinturón fue trasladado bajo cadena de custodia al laboratorio de criminalística de la región. Allí los peritos comenzaron un análisis detallado.
Primero, bajo luz ultravioleta detectaron zonas con fluorescencia anómala. Las pruebas confirmaron presencia de hemoglobina fosilizada en la cara interior del cinturón. Posteriormente se aplicaron reactivos para aislar compuestos orgánicos. Detectaron una mezcla de aceite hidráulico y un compuesto lubricante identificado como DLT59, prohibido en 1990 por su toxicidad.
Este lubricante era de uso casi exclusivo en plataformas de pesaje hidráulicas para ganado, como las que funcionaban en la feria nacional de San Marcos. El hallazgo activó una alerta interinstitucional. El patrón del lubricante, su fecha de desuso y el hierro del cinturón permitían establecer una coincidencia directa con el entorno de trabajo de Maca en 1989, pero faltaba lo más importante, material genético.
Los técnicos forenses trabajaron durante semanas para extraer microfragmentos de tejido epitelial incrustados entre las costuras internas. Aislado el ADN, se comparó con muestras aportadas por Aurora, hija del mismo padre y madre. El resultado fue contundente, coincidencia del 99,98%. El cinturón pertenecía a María del Carmen Maca Roldán Ávila, pero aún había más.
La investigación sobre el lugar del hallazgo reveló un dato inquietante. Según archivos administrativos, el encargado nocturno de la estación El Sentinela, desde hacía más de 15 años era un hombre llamado Rogelio Serrano Rojas. Ese nombre no era nuevo para Aurora. En los documentos digitalizados del archivo de 1989 aparecía una breve mención: Mozo de Cuadras, acceso al módulo nocturno.
Rogelio S. Rojas. Declaración sin novedad. Nunca fue citado formalmente, nunca investigado. Su testimonio había sido tomado por un policía auxiliar y archivado sin verificación. Los fiscales trazaron una línea temporal. Rogelio había trabajado como operario de mantenimiento entre 1987 y 1989, justo en el área de corrales y plataformas hidráulicas.
manejaba la maquinaria en horarios nocturnos, sin vigilancia y según los registros estuvo presente la noche de la desaparición. Una búsqueda de testigos condujo hasta Evaristo Huerta, extrista de ganado, jubilado desde 1999. Al mostrarle la foto de Maca, Evaristo asintió con gravedad. Yo la vi esa noche.
Estaba discutiendo con un hombre cerca del corral 18. Ella gritaba que eso era trampa, que no lo iba a permitir. El tipo tenía una gorra y el overall azul con manchas de grasa. Evaristo no había dicho nada antes. Pensó que era una discusión más, pero recordaba el momento como si hubiese ocurrido ayer. El Ministerio Público solicitó una orden judicial para interrogar a Rogelio.
Fue localizado el 3 de julio de 2006 en su cuarto anexo a la estación. Vivía solo, no tenía registros familiares. Al ser confrontado por agentes ministeriales, dijo que jamás conoció a Maca, pero cometió un error crucial. Afirmó que en 1989 no vivía en Aguascalientes. Sin saberlo, se contradecía con su propia declaración archivada 17 años atrás.
La Fiscalía solicitó con esa contradicción como sustento una muestra voluntaria de ADN. Rogelio accedió, fue llevada al laboratorio de criminalística y contrastada con los restos biológicos del cinturón. El informe oficial tardaría semanas, pero para los investigadores todo empezaba a encajar. La gasolinera fue intervenida, se tomaron muestras del sistema de drenaje, se extrajeron residuos sedimentarios del pozo de filtración donde se sospechaba que el cinturón permaneció durante años hasta atascar la bomba. Una sonda de
geolocalización detectó en la base de concreto una concentración anormal de compuestos orgánicos compatibles con materiales biológicos degradados. A medida que el caso ganaba forma, también crecía la atención pública. Medios regionales empezaron a cubrir el hallazgo como la pista olvidada de la feria.
Un silencio de casi dos décadas empezaba por fin a romperse. La confirmación oficial del laboratorio llegó a las 10:18 de la mañana del 12 de julio de 2006. El informe genético sellado por tres peritos independientes establecía con una coincidencia del 99.9987% que el material biológico hallado en el cinturón de cuero correspondía a Rogelio Serrano Rojas.
La muestra comparativa se había obtenido de la saliva que el sospechoso había proporcionado voluntariamente 10 días antes. Era la primera evidencia sólida en 17 años. Aurora Roldán, al recibir la llamada rompió a llorar en silencio. No hubo gritos, no hubo júbilo, solo una calma espesa, como si el tiempo por fin comenzara a rendirse.
La fiscalía reconfiguró de inmediato la investigación. El expediente fue reclasificado de desaparición no localizada a homicidio calificado con ocultamiento de restos. Se conformó un equipo mixto con agentes de criminalística, antropólogos forenses y una unidad de georradar del Instituto Nacional de Ciencias Penales.
El objetivo era localizar posibles lugares de enterramiento, comenzando por los alrededores del antiguo recinto ganadero de la feria de San Marcos. La reconstrucción de los hechos se articuló en tres ejes: el perfil de la víctima, las condiciones del entorno y las contradicciones del sospechoso. Los testimonios recogidos en 1989, antes marginales, fueron reevaluados.
El transportista jubilado que aseguró haber presenciado una discusión entre Maca y un hombre con gorra negra fue sometido a entrevista cognitiva. Sus recuerdos, aunque viejos, mostraban coherencia y detalles compatibles con la logística del evento ferial. Paralelamente, la Fiscalía solicitó acceso a los archivos laborales de la empresa subcontratada en 1989.
Se halló una bitácora con horarios de limpieza de establos y mantenimiento nocturno. En la entrada del 29 de abril figuraba una anotación incompleta. RSR, descarga hidráulica, módulo 19. Esa noche Maca desapareció cerca del corral 18. Los peritos reconstruyeron una hipótesis plausible. Maca habría confrontado a Rogelio por irregularidades en el pesaje de una red dopada y en un forcejeo este la empujó.
Su cuerpo, según el relato posterior, quedó inerte tras golpearse la nuca con un ángulo metálico de la compuerta. El miedo, la precariedad del empleo y un historial de sanciones internas previas habrían empujado a Rogelio a ocultar el cuerpo en un corral en desuso, enterrándola en Calviva que aún se almacenaba para higiene ganadera.
Los antecedentes de Rogelio no eran extensos, pero sí significativos. Había sido despedido en dos ocasiones anteriores por comportamiento errático y ausencias injustificadas. Sufría de insomnio crónico y, según algunos testimonios, hablaba solo por las noches. Vivía con su madre hasta su muerte en 1995. Desde entonces no volvió a tener contacto directo con familiares.
Nunca usaba teléfono móvil. No estaba registrado en redes sociales. Dormía en una colchoneta en la parte trasera de la gasolinera, rodeado de herramientas oxidadas y recortes de periódico de hace más de 10 años. Cuando fue citado por segunda vez ante el Ministerio Público, Rogelio comenzó negándolo todo. Pero frente al peso de las pruebas, la coincidencia genética, las bitácoras laborales, los testimonios, su defensa empezó a desmoronarse.
La tercera entrevista realizada en presencia de su abogado marcó el giro. Su declaración, aunque fragmentada, incluyó una frase que se convertiría en símbolo del caso. Ella dijo que iba a denunciar que ya no le importaba el silencio. La mención del silencio fue interpretada como una referencia directa a la cultura de encubrimiento que rodeaba ciertos manejos dentro de la feria.
Rogelio declaró que actuó por miedo, que no tuvo intención de matar, que todo fue un accidente. Le dije que no fuera al jurado, que yo lo arreglaba, pero ella no se detenía. Me gritó que haría público el fraude. Me asusté. Con esta declaración, la fiscalía solicitó una orden judicial para realizar una excavación en el antiguo Corral 21, cerrado desde mediados de los años 90 y actualmente cubierto de maleza y escombros. Se cercó el área.
Los antropólogos marcaron cuadrantes. Las primeras horas no arrojaron resultados. Pero al tercer día, tras remover una capa de cal petrificada bajo la base de cemento, aparecieron fragmentos de tela sintética y una evilla metálica oxidada, luego huesos largos. La excavación duró 5 días.
Se recuperaron restos óseos dispersos, entre ellos un cráneo con una fractura en la región occipital. También se hallaron restos de un sombrero de ala ancha, aplastado, pero reconocible, con una medalla oxidada colgando del La imagen de San Benito era el sombrero de Maca. Los restos fueron trasladados al Instituto Forense.
El análisis osteológico confirmó que correspondían a una mujer de entre 30 y 35 años, de complexión robusta, fallecida hace más de 15 años. El cráneo presentaba una lesión compatible con traumatismo contundente. Las pruebas de ADN comparativo con Aurora Roldá volvieron a confirmar la identidad. era Maca. Con el cuerpo recuperado, la fiscalía preparó el caso para juicio.
Rogelio fue acusado formalmente de homicidio calificado, desaparición forzada de persona y obstrucción de la justicia. Se designó un tribunal penal en Aguascalientes. La audiencia inicial realizada en diciembre de 2006 atrajo a decenas de periodistas. Aurora asistió con una fotografía de su hermana en el bolso y un rosario entre las manos.
Durante el juicio, la defensa de Rogelio intentó alegar desequilibrio emocional. Presentaron un historial médico de ansiedad severa y episodios disociativos. Pero el tribunal consideró que estos no afectaban su capacidad de entender la gravedad de sus actos. Los fiscales, por su parte, desplegaron un caso meticuloso. Mostraron las bitácoras, las fotografías forenses, los testimonios, el cinturón, los informes genéticos.
Uno de los momentos más impactantes fue la proyección en sala del escaneo 3D de la lesión craneal, explicada por un perito con precisión quirúrgica. El ángulo de impacto, la profundidad de la fractura y la ausencia de marcas defensivas sugieren que la víctima fue empujada con fuerza media hacia una estructura metálica. No hubo intento de auxilio, no hubo reporte, solo encubrimiento.
Rogelio, durante la lectura del dictamen, bajó la cabeza. No pronunció palabra, solo apretaba los nudillos contra las rodillas. La sentencia fue dictada el 22 de mayo de 2007. 45 años de prisión, sin derecho a beneficios por homicidio calificado, más condena adicional por desaparición y obstrucción. Afuera del juzgado, la noticia corrió como pólvora.
Los medios locales titularon caso Maca, justicia. Tras 18 años de silencio, en la plaza principal de Aguas Calientes, un grupo de ganaderos colgó una lona negra con el hierro de los roldán y la frase “El silencio no entierra la verdad”. Durante la edición de la feria de San Marcos de ese mismo año, por primera vez desde su desaparición, se organizó un acto simbólico.
A las 8 de la noche del 29 de abril, hora aproximada de la desaparición, se pidió a los asistentes del área ganadera guardar un minuto de silencio. Se apagaron las luces del pabellón, solo quedó encendida una lámpara sobre un corral vacío marcado con un listón negro. Allí, entre lágrimas y aplausos contenidos, Aurora Roldán colocó un retrato enmarcado de su hermana con la cinta roja que solía llevar al cuello.
“Hoy volvemos a caminar contigo”, susurró. Desde entonces, cada año, ese minuto de silencio se repite no como un protocolo, sino como un recordatorio vivo de que el olvido no siempre gana. La primavera del 2008 trajo consigo un aire diferente a Aguas Calientes. La ciudad, aún marcada por el eco del juicio del año anterior, se preparaba una vez más para la feria nacional de San Marcos.
Pero algo había cambiado. Los anuncios no solo hablaban de espectáculos y tradición, sino también de memoria. En la entrada principal del área ganadera, una placa de bronce recién instalada reflejaba la luz del mediodía. En ella se leía a la memoria de María del Carmen Maca, Roldán Ávila, cuyo silencio forzado abrió la puerta a la verdad. 1955-19.
El acto conmemorativo de ese año fue más solemne. Se colocaron flores blancas, se encendieron velas y Aurora, visiblemente más delgada pero serena, dirigió unas breves palabras. Este no es un homenaje solo a mi hermana, es un grito contenido para todas las que aún faltan. Que la feria no nos calle nunca más.
La sociedad respondió con calidez. Lo que antes había sido un expediente olvidado en un sótano polvoriento, ahora se transformaba en símbolo. Instituciones educativas usaron el caso como ejemplo en cursos de derechos humanos. Organizaciones de búsqueda de personas desaparecidas adoptaron el protocolo forense del caso MACA como referente metodológico.
La Fiscalía Estatal bajo presión mediática, revisó más de 20 carpetas inactivas vinculadas a desapariciones ocurridas en eventos masivos. Rogelio Serrano Rojas cumple su condena en el penal estatal de la pila. Desde su sentencia no ha recibido visitas, no ha apelado. Su celda permanece marcada con un número que nadie menciona.
Aurora, por su parte, no volvió al rancho familiar. Lo donó a una organización que trabaja con mujeres en situación de violencia. “Maca no vuelve”, dijo en una entrevista, pero su historia puede evitar otras ausencias. Cada 29 de abril, cuando las luces del pabellón se apagan y el silencio cae como una losa, no hay música ni anuncios, ni concursos, solo el eco de una verdad largamente escondida y entonces por un minuto exacto, todo se detiene porque a veces, solo a veces, el silencio no es olvido, sino justicia.
Oh.
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