
La hacienda San Cristóbal se extendía como un imperio verde bajo el sol inclemente de Veracruz, en tierras que parecían tocar el cielo cuando la brisa del Golfo mecía los campos de caña como olas de un océano de azúcar. Sus terrenos abarcaban más de 10,000 hectáreas divididas en sectores cuidadosamente organizados donde trabajaban más de 100 esclavos bajo la supervisión rigurosa de capataces que conocían bien el látigo y sus aplicaciones.
Era el año 15, cuando la Nueva España todavía estaba siendo moldeada por conquistadores ambiciosos y cuando las estructuras coloniales recién comenzaban a enraizarse en la tierra americana, creando una sociedad compleja donde la raza determinaba el destino y la riqueza definía la moral. La familia Villanueva había llegado con los primeros conquistadores, ganándose tierras no por conquista militar, sino por matrimonios estratégicos y conexiones políticas astutamente cultivadas durante tres generaciones.
El padre de Catalina, don Rodrigo de Villanueva, había sido un hombre de negocios brillante, pero despiadado, acumulando poder y propiedades con la determinación de alguien que sabía que la muerte podría venir sin avisar en aquellas tierras todavía salvajes. Cuando falleció repentinamente en 1497, dejando una herencia que hizo la boca agua de comerciantes y aventureros.
Su única hija se convirtió en una anomalía viva en una sociedad que no sabía cómo manejar a una mujer con poder. Doña Catalina de Villanueva era considerada hermosa por los estándares de la época, aunque su belleza no era el tipo convencional que edulcoraba los oidos mediante la sumisión. A sus 28 años tenía un rostro de rasgos definidos que revelaba una mente aguda detrás de ojos castaños que nunca bajaban en presencia de hombres sin importar su rango.
Su cabello negro como la obsidiana, siempre peinado con elaboradas trenzas adornadas con cintas de seda, caía en ondas hasta la mitad de su espalda cuando lo dejaba suelto en la privacidad de sus aposentos. Su figura era esbelta, pero fuerte, producto de una vida activa en la administración de la hacienda, cabalgando por los campos para inspeccionar el trabajo, revisando los libros de cuentas hasta altas horas de la noche, tomando decisiones que otros hombres hubieran tomado sin pestañear.
Durante 3 años, Catalina había demostrado ser tan competente como cualquier hombre en la gestión de la hacienda, sino más. Había mejorado la eficiencia de los campos, diversificado las cosechas, establecido relaciones comerciales con mercaderes en Ciudad de México y Veracruz y había aumentado las ganancias de manera consistente.
Las malas lenguas del pueblo cercano murmuraban que una mujer no debería tener tanto poder, que desordenaba el orden natural establecido por Dios, que su falta de marido era una provocación constante. Los sacerdotes predicaban sobre la necesidad de que se casara, insinuando que solo a través de la sumisión matrimonial podría encontrar redención por el pecado de su ambición.
Pero Catalina había rechazado cada propuesta de matrimonio que llegaba a sus puertas, repudiando la idea de convertirse en la esposa ornamental de algún comerciante rico o terrateniente mediocre que no entendiera la complejidad de administrar San Cristóbal. Sus noches en la hacienda eran solitarias, mientras otros de su edad y posición disfrutaban de la vida social, asistiendo a fiestas en Ciudad de México y formando alianzas matrimoniales en salones adornados con flores y músicos, Catalina pasaba sus evenings leyendo
reportes de cosechas, corrigiendo errores en los libros de contabilidad, planificando mejoras en la infraestructura. Ocasionalmente el padre Miguel visitaba la hacienda para asegurar que ella no se perdiera en el pecado de la soledad, trayendo noticias del pueblo, recordándole que debería considerar seriamente el matrimonio. Catalina lo escuchaba con cortesía fingida.
Le ofrecía vino y pastas dulces, pero sus respuestas siempre eran las mismas, que cuando el hombre correcto llegara, lo reconocería. El sacerdote se iba murmurando sobre el orgullo de las mujeres solteras. La vida seguía su rutina predecible hasta la tarde de octubre de 1497, cuando un mercader de esclavos llegó a la hacienda en una caravana de carrozas polvorientas, trayendo consigo una carga humana que había sido recolectada de varios lugares.
costas del Golfo, donde corsarios capturaban a hombres de tribus rebeldes, tierras del interior, donde conflictos locales proporcionaban un suministro constante de cautivos, incluso algunos que habían sido condenados por crímenes en ciudades españolas y enviados al nuevo mundo como castigo alternativo a la muerte.
El mercader, un hombre llamado Rodrigo Maldonado, con un rostro como cuero curtido por años de sol y una sonrisa que dejaba ver varios dientes de oro. Llegó justo cuando Catalina completaba su inspección diaria de los campos. Ella regresaba a caballo, su silueta recortada contra el cielo naranja del atardecer, cuando notó la caravana esperando en el patio principal.
Don Jerónimo, el mayordomo de confianza que había trabajado para su padre durante 30 años, estaba negociando con Maldonado sobre los precios. Doña Catalina llamó don Jerónimo, un hombre robusto de 50 años con cicatrices que hablaban de un pasado como soldado. El señor Maldonado ha traído una carga excepcional esta temporada.
Tenemos hombres jóvenes, fuertes, ideales para los campos de caña. Catalina desmontó con gracia practicada, entregando las riendas de su yegua favorita, una criatura negra llamada Luna, que era tan orgullosa como su dueña. Se acercó a la caravana, sus ojos examinando los hombres encadenados con la eficiencia de alguien evaluando mercancía.
Era una habilidad que había desarrollado a través de los años ver esclavos no como seres humanos, sino como inversiones, como herramientas para lograr objetivos económicos. O al menos así era como se suponía que debería verlos. “Cuéntame sobre la carga”, dijo dirigiéndose a Maldonado, quien hizo una reverencia exagerada.
Doña Catalina, tengo el honor de presentarle lo mejor que el mercado puede ofrecer. Hombres en sus años productivos, capaces de trabajar de 10 a 12 horas diarias sin quejas. He traído 50 en total, seleccionados cuidadosamente para resistencia y docilidad. Mientras Maldonado continuaba su perorata sobre la calidad de su mercancía, Catalina caminaba entre los esclavos encadenados, su ojo crítico evaluando su valor.
Algunos eran musculosos, otros delgados por malnutrición, algunos mostraban cicatrices de castigos anteriores. Todos tenían la mirada vidriosa de aquellos cuyas esperanzas habían sido arrancadas, excepto uno. Estaba al final de la fila. en las sombras proyectadas por el carro principal.
Su altura era notable, de casi 2 m, con una complexión atlética que hablaba de años de trabajo físico intenso. Su piel era más clara que la mayoría de los otros esclavos, con un tono que sugería una mezcla de ancestros diversos. Pero fue cuando levantó la vista, como siera el peso de su observación, que Catalina sintió como si el mundo se detenía.
Sus ojos eran de un azul imposible, no el azul pálido del cielo de verano, sino un azul profundo como el océano, con matices de gris y verde que parecían cambiar con el movimiento de la luz. Era un color que no debería existir en aquellas tierras, que hablaba de vikingos ancestrales o marineros europeos que habían dejado su marca genética en generaciones pasadas.
Catalina nunca había visto nada semejante. Sintió como si estuviera mirando directamente a su alma, como si aquellos ojos viera más allá de su autoridad, más allá de su rango, directamente a la mujer que se escondía detrás de la máscara de terrateniente imponente. El esclavo de ojos azules la miró directamente, sin la sumisión que se esperaba de alguien en su posición, sin bajar la vista o mostrar el acatamiento que los demás demostraban.
Fue un simple acto de desafío, apenas perceptible, pero para Catalina fue como si hubiera encendido una llama que se había mantenido apagada durante años. sintió algo en su pecho, un calor que no podía explicar, una sensación de conexión que era impropia y peligrosa y completamente irresistible. Ese, dijo Catalina, señalando al esclavo de ojos azules, quiero información sobre ese.
Maldonado dirigió su vista hacia donde ella señalaba, frunciendo el ceño ligeramente. Ah, sí, ese es especial. Como he dicho, lo adquirí hace dos meses en el puerto de San Juan de Ulua. Los tripulantes de la nave que lo traía decían que fue capturado durante un conflicto en las tierras del norte, en montañas donde los españoles todavía no han establecido completamente su control.
Dicen que es problemático, rebelde, ha intentado escapar varias veces, ha incitado a otros esclavos a resistir. Tres capataces han solicitado ser relevados de custodiarlo. Es un hombre difícil, doña Catalina, pero mire esos brazos. Esa espalda puede hacer el trabajo de tres hombres en los campos de caña, tal vez cuatro.
Catalina se acercó más al esclavo de ojos azules, acercándose lo suficiente como para examinarlo más de cerca. Su rostro mostraba cicatrices recientes, evidencia de castigos o peleas. tenía el cabello castaño oscuro cortado de manera desigual, como si lo hubieran afeitado parcialmente y luego dejado crecer sin cuidado.
Sus manos, aunque encadenadas, mostraban callos que hablaban de años de trabajo duro. Su cuerpo llevaba las marcas de una vida de labor física, pero había algo en su postura que no mostraba el quebrantamiento esperado. mantenía erguido, desafiante, como si las cadenas fueran solo un inconveniente temporal. “¿Cuál es tu nombre?”, preguntó Catalina. Y aunque hablaba en español, había una suavidad en su tono que no utilizaba con otros esclavos.
El hombre la miró sin hablar durante un largo momento. Sus ojos azules se encontraron con los castaños de Catalina y en ese intercambio de miradas sucedió algo que ambos sintieron pero no podían nombrar. Finalmente respondió con una voz profunda, con un acento que mezclaba español con lenguas indígenas y algo más, algo que Catalina no podía identificar.
Me llaman Mateo, aunque no es mi verdadero nombre. Maldonado intervino rápidamente, como si temiera que el esclavo estuviera siendo demasiado comunicativo. No se deje engañar por su capacidad de hablar, doña Catalina. Eso es parte de lo que lo hace peligroso. Los esclavos que pueden comunicarse en español tienden a pensar que pueden negociar, que pueden cuestionar. requiere disciplina extra.
Pero Catalina no estaba escuchando realmente. Estaba mirando a Mateo intentando descifrar qué había en aquellos ojos azules que la afectaba tan profundamente. Era la rareza de su color, era la forma en que la miraba sin miedo, era el aura de dignidad que irradiaba a pesar de las cadenas. No sabía y eso la asustaba.
Toda su vida había sido ordenada, predecible, controlada. Y aquí, de repente, frente a un esclavo rebelde, su orden cuidadosamente construida se sentía frágil. “¿Cuánto pides por él?”, preguntó Catalina, sorprendiendo tanto a Maldonado como a don Jerónimo. Doña Catalina, intervino don Jerónimo, quizás no sea prudente, ya tiene suficientes esclavos productivos.
Uno problemático podría. Pero ella levantó una mano silenciándolo. Su voz cuando habló fue la voz de alguien que no se podía contradecir. ¿Cuál es el precio, Maldonado? El mercader sonríó, ya que reconocía el signo de una venta en proceso. Para usted, doña Catalina, considerando el volumen de su compra usual, 60 pesos de oro.
Es un precio justo, incluso generoso, considerando su naturaleza problemática. Era una suma considerable, más de lo que Catalina normalmente gastaría en un solo esclavo. Pero algo dentro de ella, una parte que no había existido hasta ese momento, la impulsaba a tenerlo. Completar la transacción ordenó a don Jerónimo, quien claramente desaprobaba, pero conocía mejor que contradecir a su ama.
Mientras se realizaba el pago, Catalina no podía dejar de observar a Mateo. Él permanecía inmóvil, su mirada azul fija en el horizonte, como si ya hubiera aceptado su destino o como si estuviera planificando algo que nadie más podía imaginar. Cuando finalmente fue liberado de la cadena de grupo y colocado bajo la custodia directa de don Jerónimo, Mateo se volvió brevemente y miró a Catalina de nuevo.
En ese momento, ella supo que había cometido un error, que algo fundamental había cambiado entre ellos, pero era demasiado tarde para arrepentirse. Si estás disfrutando esta historia, suscríbete a nuestro canal y cuéntanos en los comentarios desde dónde nos estás viendo. Queremos que hagas parte de nuestra comunidad. Ahora continuemos. Esa noche, después de que Maldonado y su caravana se fueron, Catalina no pudo conciliar el sueño.
Pasó sus horas en la cama revolviendo en las sábanas, su mente obsesionada con la imagen de aquellos ojos azules. Se levantó varias veces, caminó por su habitación como un animal enjaulado, se asomó a la ventana que daba hacia los barracones donde dormían los esclavos.
podía ver el fuego de las antorchas, escuchar el sonido bajo de voces ocasionales. ¿Estaría Mateo despierto? ¿Estaría pensando en ella como ella pensaba en él? A la mañana siguiente, Catalina convocó a don Jerónimo a su despacho. “¿Dónde está asignado el nuevo esclavo?”, preguntó intentando sonar como si fuera una consulta de rutina. En los campos de Caña, donde será más productivo, doña Catalina.
Maldonado tenía razón sobre su fortaleza. Ya ha terminado el trabajo de prácticamente tres hombres en su primer día. Quiero que sea reasignado a trabajar con los caballos. Los establos necesitan reparaciones y un hombre de su fuerza será útil. Don Jerónimo la miró con una ceja levantada. Los establos, doña Catalina, ese es un trabajo para esclavos confiables, no para rebeldes. Puedo preguntar el motivo de este cambio.
Catalina se removió incómodamente en su silla. Es una inversión. Los caballos son valiosos. Necesito garantizar que los trabajos de reparación se realicen correctamente. Mateo tiene la fortaleza necesaria y en los establos será más fácil supervisar que el trabajo se haga adecuadamente.
No era una explicación completamente falsa, pero ambos sabían que no era la razón completa. Don Jerónimo asintió, aunque sus ojos reflejaban su preocupación. Será como usted ordene, doña Catalina, pero permítame decirle como alguien que ha servido a su familia durante muchos años, que ese hombre tiene algo diferente, algo que atrae la atención de una manera que no es sabia. Ya he visto esto antes.
La última vez que visité a mi hermano en México City, conocí a una noble que se enamoró de su esclavo personal. Terminó siendo un escándalo que destruyó su familia. Catalina sintió que el color subía a sus mejillas. Enamorarse, don Jerónimo es un esclavo. Tengo sobre él la misma indiferencia que tengo sobre cualquier herramienta en esta hacienda.
Claro, doña Catalina, disculpe mi presunción, pero cuando salió del despacho, Catalina supo que el daño ya estaba hecho. Don Jerónimo sospecharía, observaría, reportaría cualquier interacción impropia, tendría que ser más cuidadosa. Los primeros días de Mateo en los establos fueron una tortura disciplinada para Catalina.
se encontraba constantemente en los patios cercanos buscando excusas para acercarse, inspeccionar los caballos, revisar el estado de los aparejos, supervisar el trabajo de reparación. Cada vez que se acercaba a Mateo, sentía que su corazón aceleraba de una manera que era físicamente incómoda. Intentaba mantener distancia, hablar en tono de ama, dar órdenes con frialdad, pero algo en la forma en que Mateo la miraba, con aquella inteligencia clara en sus ojos azules, hacía que todo esfuerzo de profesionalismo se desmorona. Una tarde, mientras Catalina observaba a Mateo
trabajando en las reparaciones de la estructura de la cuadra, un caballo especialmente tempestuoso que llamaban demonio, se escapó. Era un animal peligroso, conocido por su resistencia y su capacidad de herir a quienes se atrevían a acercarse. Los trabajadores se esparcieron gritando advertencias, pero Mateo simplemente dejó su trabajo y caminó hacia el animal con una calma deliberada.
Catalina observó conteniendo el aliento mientras Mateo se acercaba al caballo nervioso. Habló en voz baja palabras en un idioma que ella no reconocía, con un tono que era simultáneamente autoritario y reconfortante. El caballo, que había estado pateando y bufando gradualmente comenzó a calmarse. Mateo continuó acercándose lentamente, extendiendo su mano hacia el hocico del animal.
Por un momento parecía como si el caballo fuera a atacar, pero en lugar de eso lo olfateó y luego permitió que Mateo lo acariciara inclinando su cabeza contra la mano del hombre. Cuando Mateo llevó el caballo de regreso a su corral, Catalina se dio cuenta de que estaba sosteniendo la respiración. se había movido sin querer hacia él y cuando sus ojos se encontraron, supo que la había visto observando.
“Tienes habilidad con los caballos”, dijo ella, intentando que su voz sonara crítica en lugar de admirada. En mi tierra trabajaba con caballos, respondió Mateo, su voz llevando ese acento que se hacía más fuerte cuando hablaba sobre su pasado. Mi padre era herrero y yo aprendí a cuidarlos desde que era un niño. Los caballos entienden respeto. Si tratas con respeto, ellos respetan.
Catalina sintió que sus palabras tenían dobles significados, que quizás hablaba de algo más profundo que solo animales. Se obligó a alejarse antes de que su debilidad se hiciera demasiado obvia. Asegúrate de que demonio esté completamente calmado antes de la puesta del sol, ordenó deshaciéndose la interacción.
Pero aquella noche, después de que la hacienda durmió, Catalina se encontró caminando hacia los establos. No podría explicar qué la impulsaba, qué parte de ella había decidido abandonar la prudencia. El establo era silencioso, iluminado apenas por la luz de la luna que se filtraba a través de las rendijas en el techo.
Catalina casi se fue cuando oyó la voz de Mateo hablando suavemente a uno de los caballos, murmurando palabras reconfortantes en su idioma nativo. “No es seguro para ti venir aquí”, dijo él sin girarse como si hubiera sentido su presencia. Nada de esto es seguro, respondió Catalina, pero estoy aquí de todas formas. Mateo se giró lentamente y en la luz de la luna sus ojos azules brillaban como piedras de zafiro.
Había una tensión entre ellos ahora, palpable como el aire antes de una tormenta. ¿Qué quieres de mí, doña Catalina?, preguntó. y la forma en que pronunció su título hizo que sonara como una pregunta mucho más profunda que lo que sus palabras expresaban literalmente. Catalina avanzó un paso hacia él, luego otro.
Sabía que estaba siendo imprudente, que las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer podrían ser desastrosas, pero por primera vez en su vida, el peligro era más atractivo que la seguridad. Cuéntame sobre tu tierra”, dijo ella, “cuéntame quién eras antes de esto.
” Mateo dejó el cepillo que había estado usando y se recostó contra la pared del establo. Su voz cuando habló fue baja, como si relatar su historia en voz alta fuera demasiado doloroso y necesitara minimizar el acto. Vengo de las montañas del norte, más allá de donde los españoles han establecido control. Vivía en un pueblo pequeño, tan pequeño, que probablemente no aparece en ningún mapa que hayas visto.
Mi padre era herrería, uno de los pocos entre nuestro pueblo que sabía trabajar el metal. Mi madre cantaba mientras cocinaba. Tenía una voz que hacía olvidar los trabajos duros del día. Tengo dos hermanas menores que estaban siendo prometidas a buenos hombres del pueblo. Mi vida estaba ordenada, impredecible.
Iba a ser herrero como mi padre. Iba a tomar esposa. Eventualmente iba a vivir y morir en las mismas montañas donde nací. Se pausó y Catalina vio el dolor cruzar su rostro. Continuó. Pero luego llegaron los españoles. Vinieron buscando oro, buscando reclutas para sus guerras, buscando esclavos para sus tierras. Hubo resistencia, combate, mi pueblo fue destruido.
Mi padre fue asesinado defendiendo el hogar. Mi madre y mis hermanas fueron violadas y vendidas. Yo intenté luchar y los capturaron vivo con la intención de venderme aquí. He estado viajando durante 5co meses en barcos que apestaban a muerte, en jaurías de esclavos donde caían hombres cada noche por enfermedad o castigos.
Y aquí estoy, en una tierra que no reconozco con el único consuelo, siendo que al menos puedo respirar aire que no apesta a cuerpos en descomposición. Sus palabras fueron como puñales en el corazón de Catalina. Ella había comprado su cuerpo sin pensar en la vida que había poseído antes, sin considerar todo lo que le había sido arrebatado.
De repente, su propia soledad y sus lamentos sobre no poder casarse por elección parecieron insignificantes, autoindulgentes. Mateo, yo no sabía, comenzó ella, pero él levantó una mano. Claro que no sabías. ¿Por qué sabrías? Para ti soy un objeto, algo que compraste con dinero. Mi historia no tiene importancia.
Eso no es verdad, insistió Catalina acercándose más. Quiero saber. Necesito saber. Mateo la miró con esos ojos que podían atravesar su alma. ¿Por qué, doña Catalina? Será más fácil para ti vivir conmigo sabiendo de dónde vengo. ¿O es que tienes necesidad de ver a los esclavos como humanos para poder justificar que me mantengas encadenado? La pregunta fue cruda, dolorosa en su honestidad. Catalina no tenía respuesta.
Sabía que tenía razón. Sabía que la compasión, si era lo que sentía, no cambiaba nada. seguía siendo el ama y él seguía siendo el esclavo. Seguía teniendo poder sobre su cuerpo, sobre su tiempo, sobre su libertad. ¿Qué quieres que haga?, preguntó ella, sus palabras apenas audibles. No sé, admitió Mateo. Parte de mí quiere odiarte.
Eres la razón de que esté aquí, la razón de que no pueda ir a buscar a mi madre y mis hermanas. Parte de mí quiere abrirte la cabeza con una de estas herramientas de herrería. Pero hay otra parte. Se pausó. Luego continuó lentamente, como si cada palabra le costara un esfuerzo enorme. Hay otra parte que vio tus ojos cuando me miraste por primera vez, que reconoció algo familiar, una soledad que entiende la mía, un deseo de ser visto como algo más que el rol que la sociedad ha asignado. Catalina sintió un nudo en su garganta.
Somos iguales en muchas formas, ambos prisioneros, solo que de diferentes tipos. No, dijo Mateo, su voz endurecida. Tú elegiste tu prisión. Tienes el poder de liberarte. Simplemente no tienes el valor. Yo no elegí nada. Mi prisión me fue impuesta. No podemos ser iguales mientras ese hecho sea verdad.
El impacto de sus palabras hizo que Catalina se alejara. Sabía que tenía razón, pero la verdad era más fácil de aceptar en la distancia. Cuando estaban cerca, cuando podía ver la magnitud del dolor en sus ojos azules, todo se volvía complicado. “Debería irme”, dijo ella finalmente. “Si don Jerónimo nos ve juntos.
” Sí, la reputación es importante, especialmente para las mujeres”, respondió Mateo con una frialdad que sugería que el momento de conexión había pasado, pero no había pasado, solo estaba siendo guardado en secreto, guardado en los corazones de ambos, donde no podía ser rechazado o castigado. Y en los días siguientes, Catalina se encontró a sí misma inventando razones cada vez más transparentes para estar cerca de Mateo.
Una mañana fingió que necesitaba inspeccionar los caballos. Una tarde se olvidó del grupo de montar que había planeado e indicó que Mateo sellara su caballo favorito. Una noche, cuando supo que don Jerónimo estaría en el pueblo, caminó deliberadamente cerca de los establos con la esperanza de verlo.
Mateo, por su parte, comenzó a trabajar en horarios extraños, asegurándose de que estaría en los lugares donde ella podría encontrarlo. Don Jerónimo observaba todo esto con creciente preocupación. Comenzó a hacer comentarios sobre la importancia de mantener las distancias apropiadas, sobre cómo los esclavos, que pasaban mucho tiempo cerca de la casa podían volverse problemáticos si se les permitía demasiada familiaridad.
Sus advertencias eran sutiles, pero claras. Catalina las ignoró encontrando que su necesidad de estar cerca de Mateo superaba su preocupación por el escándalo. Fue don Jerónimo quien finalmente forzó una confrontación directa. Una noche, cuando Catalina estaba fuera inspeccionando los campos lejanos, se acercó a Mateo, donde trabajaba cepillando los caballos.
Es hora de que tengamos una conversación honesta”, dijo el mayordomo, su voz severa. Mateo continuó cepillando sin mirar hacia arriba. No tenemos nada de que hablar, don Jerónimo. Claro que sí. La doña está desarrollando sentimientos inapropiados hacia ti. Esto debe detenererse antes de que cause daño permanente a su reputación y a la estabilidad de esta hacienda.
Ahora Mateo dejó de trabajar y giró para enfrentar a don Jerónimo. ¿Y qué sugiere que haga? ¿Que evite hablar cuando ella me busca? Que rechace su atención. Soy un esclavo, don Jerónimo. Mi voluntad no importa en esta situación. Exactamente, respondió don Jerónimo, y eso es lo que debes recordar.
Ella es de una posición elevada. Tú no. Cualquier relación entre ustedes solo puede traer dolor para ella, porque su reputación será destruida y para ti porque será castigado severamente cuando se descubra la verdad. Y créeme, se descubrirá. Después de que don Jerónimo se fue, Mateo pasó la noche pensando en sus palabras. Sabía que el mayordomo tenía razón.
Sabía que su relación con Catalina, sea lo que fuera, no podía terminar bien, pero también sabía que seguiría siendo esclavo independientemente de si cometía este acto de rebeldía final. Si no tenía nada que perder, entonces quizás merecía tener algo que ganar. Esa noche, cuando Catalina apareció en los establos, él la estaba esperando.
Supo de inmediato que algo había cambiado. Su expresión era diferente, como si hubiera tomado una decisión. Estoy cansado de esperar, dijo sin preámbulo. Estoy cansado de que finjas que eres mi ama y yo soy tu esclavo. Estoy cansado de la distancia entre nosotros. Catalina sintió su corazón acelerace.
¿Qué estás diciendo? Estoy diciendo que si vamos a hacer esto, vamos a hacerlo completamente, sin secretos, sin la farsa de la distancia apropiada o nada en absoluto. Mateo, eso es imposible. Las consecuencias, las consecuencias serán desastrosas, estuvo de acuerdo él. Pero, ¿sabes qué? Mis consecuencias fueron desastrosas el día que me capturaron.
Mi vida ya fue destruida. La única pregunta es, ¿vas a permitir que tu miedo te impida vivir? Catalina luchó contra la tentación, contra el deseo que había estado creciendo durante semanas. Sabía que él tenía razón, que si continuaba este camino no habría forma de retroceder, pero también supo que no podría vivir consigo misma si se alejaba ahora.
Si hacemos esto, dijo lentamente, tenemos que ser inteligentes, tenemos que planificar, no podemos simplemente esperar que la sociedad nos acepte. Entonces, ¿estás de acuerdo? Respondió Mateo con algo como esperanza, cruzando su rostro. Estoy de acuerdo, confirmó Catalina, y que Dios nos ayude a ambos.
Esa noche, después de que todos en la hacienda durmieron, Mateo entró en la casa a través de una puerta que Catalina dejó sin llave. la condujo a su despacho privado, un lugar que no era la intimidad de su dormitorio, pero era relativamente privado. Se sentaron en la oscuridad, iluminados solo por la luz de velas que Catalina había encendido, y por primera vez permitieron que las barreras entre amo y esclavo, entre mujer y hombre, cayeran completamente.
Se hablaron, compartieron historias, sueños que ambos sabían que nunca se realizarían. Mateo describió las montañas con una poesía que hizo que Catalina pudiera casi verlas, casi sentir el aire frío y limpio que describía con nostalgia. Catalina habló sobre su infancia, sobre cómo había sido enviada a aprender sobre negocios cuando sus hermanos fueron educados en artes de la guerra, sobre cómo siempre se había sentido fuera de lugar, tanto entre hombres como entre mujeres. Eres como yo, dijo Mateo, una persona que el mundo dijo que debería
ser algo, pero que la naturaleza hizo diferente. Por eso nos reconocimos cuando nos miramos por primera vez, cuando finalmente se tocaron. Fue como si todo lo que habían estado reprimiendo durante semanas se desatara de golpe. Su beso fue desesperado, cargado con semanas de deseo reprimido y la certeza de que estaban cruzando un punto sin retorno.
Sus manos se encontraron, se exploraron, buscando conocimiento de la otra persona en cada toque. Cuando finalmente se entregaron el uno al otro, fue con la urgencia de quienes saben que esto puede ser arrancado de ellos en cualquier momento. Pasaron lo que quedaba de la noche abrazados, sin que la relación avanzara más allá de besos y caricias, ambos conscientes de que las verdaderas consecuencias de su conexión se harían evidentes con acciones que no podían retractarse.
Pero en aquella noche simplemente estar cerca fue suficiente. Era libertad en una forma que ni Catalina ni Mateo habían conocido jamás. Cuando el primer rayo de sol comenzó a entrar por las ventanas, Mateo supo que debía irse. Catalina lo besó una última vez en la puerta, memorizando la sensación de sus labios, el aroma de su piel. Volverás mañana”, dijo ella, no como pregunta, sino como afirmación.
“Sí, regresaré todas las noches si me lo permites”, respondió él. “Entonces regresa, regresa y que sea lo que deba hacer.” Así comenzó un romance clandestino que consumió a ambos. Cada noche que don Jerónimo dormía profundamente, Mateo se deslizaba hacia adentro de la casa. Cada noche que Catalina podía justificar estar despierta, lo esperaba.
se convirtieron en expertos en disimulo, en pasar uno al lado del otro durante el día con la indiferencia de los extraños, solo para convertirse en algo completamente diferente. En la privacidad de la noche, Mateo fue reasignado a trabajos dentro de la casa, ya sea reparaciones menores o mantenimiento de muebles y estructuras.
Esto permitió que pasaran tiempo juntos sin levanta demasiada sospecha, aunque don Jerónimo seguía observando con una furia creciente. Las advertencias del mayordomo se volvieron más frecuentes, más directas. “¿Sabes lo que pasará cuando se descubra?”, le dijo a Catalina noche, no pudiendo contenerse más. Tu reputación será destruida completamente.
No solo podrás casarte, sino que los comerciantes en la región se negarán a hacer negociaciones contigo. La hacienda perderá valor. Todo lo que tu padre construyó, todo lo que tú has trabajado por mantener, se desmorona. Déjalo”, respondió Catalina con una dureza en su voz que don Jerónimo nunca había escuchado antes. “Mi vida no es un edificio que pueda ser tazado y comprado y vendido.
Soy una persona, don Jerónimo, con deseos y necesidades como cualquier otro.” Exactamente mi punto”, replicó don Jerónimo. Eres una persona y él es un esclavo. No son categorías que puedan ser reconciliadas en esta sociedad. Puedes amarlo y probablemente lo haces, pero ese amor solo traerá destrucción a ambos. Pero incluso las advertencias de don Jerónimo no pudieron detener lo que había comenzado, si algo intensificaron la urgencia entre Catalina y Mateo.
Ambos sabían que el tiempo se agotaba, que eventualmente alguien descubriría su secreto. Así que vivieron con una intensidad desesperada, como si estuvieran comprimiendo toda una vida en el tiempo que les quedaba. Mateo comenzó a hablar de fuga. Podríamos irnos decía durante las largas noches cuando estaban acostados juntos. Podríamos ir al norte, a las montañas. No me encontrarían allí.
Podríamos vivir libres. ¿Libres de qué? Preguntaba Catalina. De la ley. Sería una criminales. Fugitivos. No tendríamos nada, Mateo. Ningún dinero, ningún hogar, nada. Tendríamos el uno al otro. El uno al otro no es suficiente para sobrevivir. Entonces, ¿qué sugieres? Preguntaba Mateo con frustración. Que continuemos con esta farsa hasta que nos descubran.
¿Que permitas que tu sociedad nos separ? Hay otras opciones, Catalina. Siempre hay opciones. No las hay. No para nosotros, respondía ella, aunque lo hacía con un dolor que mostraba que no creía completamente en sus propias palabras. El conflicto entre ellos sobre qué hacer con su situación se volvió tan intenso como su amor. Ambos estaban atrapados. Ambos querían liberarse, pero de maneras diferentes.
Mateo veía la libertad en la huida física. Catalina veía la necesidad de navegar dentro del sistema, de encontrar alguna manera de legitimizar su relación que la sociedad pudiera soportar. Fue durante uno de estos argumentos cuando don Jerónimo finalmente se agotó. Una noche encontró a Mateo saliendo de la casa de Catalina.
No hubo confrontación directa esa noche, pero al día siguiente don Jerónimo convocó una reunión con Catalina en su despacho, esta vez acompañado por dos miembros del Consejo Municipal. Catalina supo de inmediato que todo había terminado. Mirando los rostros de los hombres, vio el juicio que no podía ser apelado. Don Jerónimo había cumplido su amenaza implícita.
Doña Catalina, comenzó don Jerónimo, su voz formal en una forma que nunca lo había sido antes. Estos caballeros han venido porque deben ser informados sobre asuntos que afectan la estabilidad de nuestra comunidad. Uno de los hombres, don Fernando Cortés, un comerciante rico con ambiciones de aumentar sus propias tierras, habló con una mezcla de falsa preocupación y satisfacción apenas disimulada.
Doña Catalina, todos en la región ahora saben sobre su relación con el esclavo. Los rumores han llegado a Ciudad de México. Sinceramente, nos sorprende que haya tardado tanto tiempo en que alguien le informara formalmente. Catalina se mantuvo en su asiento, aunque quería pararse y atacar a estos hombres que se atrevían a juzgarla.
¿Y cuál es su propuesta?, preguntó con calma, aunque su sangre hervía. “Es simple”, respondió el otro hombre, don Miguel Santos, “Quien tenía conexiones con la iglesia, el esclavo debe ser vendido inmediatamente, preferiblemente fuera de la región. Para salvaguardar su reputación, usted debe comprometerse en matrimonio con alguien de posición.
Sugerimos que don Fernando aquí presente sería un candidato más que aceptable. El insulto de la sugerencia fue casi tan insoportable como el juicio mismo. Don Fernando Cortés era aproximadamente 30 años mayor que ella. Había estado casado tres veces anteriormente y era conocido en toda la región como un hombre cuya principal fuente de placer era acumular poder y dinero.
¿Y si reuso ambas sugerencias? Preguntó Catalina. Entonces respondió D Jerónimo con una voz que sugería que lamentaba lo que estaba a punto de decir. No tendré más opción que informar al obispo sobre la naturaleza de su comportamiento. Podría haber acusaciones formales, podría haber desplazamiento social. Su nombre sería arruinado no solo aquí, sino en toda Nueva España.
Catalina entendió perfectamente. Estaba siendo coaccionada, pero de una manera que era técnicamente legal dentro del sistema que los rodeaba a todos. Si no hacía lo que pedían, serían ella quien sería castigada, no ellos. Así era la justicia en su mundo. Necesito tiempo para pensar, dijo ella finalmente. Le damos tres días, respondió don Fernando.
Después de eso procederemos a las medidas mencionadas. Cuando salieron del despacho, Catalina se permitió quebrarse. Lloró como no lo había hecho desde la infancia. grandes hoyozos que sacudían todo su cuerpo. Sabía exactamente lo que significaba esto. Significaba que tendría que elegir su libertad o la de Mateo.
Esa noche, cuando Mateo llegó a su despacho, ella le contó todo. Vio como su rostro se transformaba con la rabia, como sus manos se convertían en puños. Vamos a huir esta noche, dijo él. su voz dura como acero. Tomaremos caballos, dinero, lo que podamos llevar. Iremos al norte. No sobreviviríamos, respondió Catalina, aunque la tentación era casi abrumadora. Mateo, pese a todo, soy una mujer.
No puedo cabalgar durante días sin comida ni agua. No tenemos destino conocido. Seríamos capturados antes de siquiera salir de la región. Entonces, déjame presentar mi sugerencia diferente”, dijo Mateo. “Cásate conmigo por supuesto que es técnicamente ilegal, pero hay sacerdotes en pueblos pequeños que cierran un ojo a tales cosas si se les paga suficientemente bien.
Una vez que estemos casados, incluso si somos capturados, al menos tendremos ese estatus legal.” Mateo, dijo ella suavemente. Eres un esclavo legalmente eres mi propiedad. No tienes derechos para casarte. Incluso si encontráramos un sacerdote dispuesto, el matrimonio no sería válido bajo la ley española. Entonces, libérame primero. Catalina había sabido que esta sugerencia vendría eventualmente, pero fue aún más dolorosa escucharla. de lo que había esperado, porque sabía que él tenía razón.
Si realmente lo amaba, si realmente creía que era una persona merecedora de libertad, entonces debería liberarlo sin importar el costo personal. Si te libero, dijo Catalina, sus palabras cuidadosas, te irás. No querrás quedarte aquí conmigo, sabiendo que permanecerías con la mujer que te poseyó. Tendrás la oportunidad de buscar a tu familia, de reconstruir tu vida.
No querrás quedarte. ¿Cómo puedes estar segura de lo que yo querré o no querré? Respondió Mateo con frustración. Porque eso es lo que harían los hombres de mi tierra. Porque eso es lo que sugiere tu lógica. Yo no soy la mayoría de los hombres, Catalina, te amo. Ese amor no desaparece solo porque me des un pedazo de papel que dice que soy libre.
Pero podría debilitarse, insistió ella, con el tiempo, la realidad de tu situación, la nostalgia de tu tierra, todo eso eventualmente pesaría más que tu amor por mí. Estuvieron en silencio durante mucho tiempo, ambos entendiendo que habían llegado a un punto que no podía ser cruzado, no sin cambios fundamentales en uno o ambos de ellos. Finalmente, Mateo habló.
Así que, ¿qué es tu plan? ¿Te casarás con don Fernando? ¿Permitirás que la sociedad gane? No, respondió Catalina. Absolutamente no. Preferiría estar muerta. Entonces hay otra opción, dijo Mateo lentamente. Podrías ir al convento. Si te retiras de la vida secular voluntariamente, ellos no pueden obligarte a casarte. Sería escándalo, pero sería aceptable.
Catalina había considerado esto, aunque la idea de pasar el resto de su vida en un convento era casi tan terrible como la idea de casarse con don Fernando. ¿Y qué pasaría contigo, don Jerónimo? Definitivamente vendería, respondió Mateo con una sonrisa amarga. Probablemente a alguien mucho peor que don Jerónimo, la hacienda pasaría a nuevas manos.
continuaría como siempre, como si nosotros nunca hubiéramos existido. No puedo permitir eso dijo Catalina. No puedo permitir que te quites de mí y que simplemente continúes viviendo una vida de esclavitud y dolor. ¿Y qué alternativa tienes? preguntó Mateo. Catalina, ambos sabemos que no hay solución que nos deje juntos y felices. Nuestro tiempo simplemente llegó a su fin.
Debemos decidir qué precio estamos dispuestos a pagar para que el otro sea libre. Lo que pasó después fue un proceso doloroso de búsqueda mutua de compasión en un mundo que no ofrecía ninguna. Pasaron los últimos días juntos sabiendo que eran los últimos. Hicieron planes, aunque sin esperanza.
Catalina ahorró dinero que escondió en varios lugares. Mateo aprendió a leer documentos legales, preparándose para el mundo que eventualmente tendría que enfrentar. La mañana del cuarto día, Catalina hizo sus elecciones. Falsificó documentos que declaraban a Mateo como libre usando la marca de su padre que mantenía en su escritorio.
Le dio una bolsa de oro suficiente para sobrevivir durante 6 meses si era frugal. Escribió cartas de presentación que lo recomendaban como herrero y trabajador confiable. Luego, en una acción que hizo que su corazón se destrozara, lo envió lejos. Tienes que irte esta noche, le dijo a Mateo, antes de que yo haga mi anuncio sobre el convento.
Si te vas ahora con esos documentos, podrías establecerte en algún lugar alejado de aquí. Podrías construir una vida y dejaras que sufras las consecuencias sola, preguntó Mateo. Es lo que tengo que hacer, respondió Catalina. aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas. Es la única forma de asegurarme de que no sufrirás más.
Mateo quiso discutir, quiso protestar, quiso hacer cualquier cosa, excepto aceptar lo que estaba sucediendo, pero miró los documentos de libertad, miró el dinero, miró a la mujer que lo había salvado de una manera y lo perdía en otra. y supo que ella estaba usando la única arma que tenía, su propia autosacrificio. “Te encontraré de nuevo, prometí, aunque ambos sabían que era una promesa que probablemente no podría mantener. “No lo hagas”, dijo Catalina.
“Prométeme que no lo harás. Vive tu vida. Sé libre. Eso es lo único que necesito.” Se besaron por última vez. Un beso que sabía a despedida y a finales y a todas las cosas que nunca serían. Luego, Catalina lo guió hacia los establos donde Luna, su caballo favorito, estaba encillado y esperando.
“Toma a Luna”, dijo ella, “es caballo de calidad que te ayudará a llegar lejos. Y toma esto.” Le entregó un collar que había pertenecido a su madre, una cadena de oro delicada con una pequeña cruz. Mateo lo miró sin comprender su significado completo. ¿Por qué? Para que me recuerdes. Para que no olvides que una vez fuiste amado en este lugar.
Montó en luna con los documentos de libertad en su bolsillo y el collar en su cuello. Se giró en la silla y la miró una última vez, memorizando cada detalle de su rostro contra el cielo de la madrugada. Adiós, Catalina. Adiós, mi amor. Luego se fue, desapareciendo en la oscuridad de las primeras horas de la mañana, dejando a Catalina parada sola en el patio de la hacienda, sintiendo como si una parte de su alma fuera cabalgando con él.
A las 10 de la mañana de ese mismo día, Catalina convocó a don Jerónimo y a los miembros del consejo a su despacho. Cuando llegaron, encontraron a una mujer que parecía haber envejecido años en una noche. “He tomado una decisión”, anunció ella. “El esclavo ha huido durante la noche.
Lo ordenaron para los campos hace varios días y aparentemente aprovechó la oportunidad. He informado a las autoridades locales, pero creo que fue demasiado listo para ser capturado fácilmente. Los hombres intercambiaron miradas. Don Jerónimo supo de inmediato que estaba mintiendo, pero era un tipo de mentira que le permitía guardar las apariencias. Catalina continuó, “En cuanto a mi futuro personal, he decidido seguir el consejo de nuestra iglesia.
Ingresaré al convento de Santa María en Ciudad de México dentro de dos meses. He hecho arreglos para que la hacienda San Cristóbal sea administrada por un director profesional durante mi ausencia. Mis derechos personales sobre la propiedad serán transferidos a la iglesia que garantizará que sea administrada adecuadamente. El efecto fue instantáneo.
Don Jerónimo prácticamente se desmayó cuando comprendió que Catalina acababa de ofrecerle la hacienda a la iglesia en lugar de a él. Don Fernando intentó argumentar, pero Catalina fue inquebrantable. He hablado con el obispo”, continuó ella, y él está de acuerdo con mi decisión. Los documentos serán firmados la próxima semana.
Ahora, si no tienen más negocios conmigo, me gustaría estar sola. Los hombres se fueron. Don Jerónimo fulminándola con la mirada, don Fernando con la boca abierta. Don Miguel Santos murmurando algo sobre la voluntad de Dios, trabajando de formas misteriosas. Cuando estuvieron fuera, Catalina se permitió un momento de debilidad. Se hundió en su silla, permitiéndose llorar todo lo que había estado reprimiendo, pero su angustia fue cortada por una realización.
Mateo todavía estaba en peligro. Don Jerónimo probablemente reportaría su fuga a las autoridades de inmediato. Si eran capturados, si retornaban a Mateo para castigarlo, todo lo que había hecho sería en vano. Catalina se secó las lágrimas y se movió con propósito. escribió una carta dirigida a los funcionarios locales, describiendo a Mateo como un criminal peligroso que probablemente se dirigía hacia Veracruz buscando pasaje en un barco.
Incluyó detalles que lo desviarían de su verdadero camino hacia el norte. Luego escribió otra carta dirigida a los funcionarios de Veracruz, describiendo a Mateo, pero bajo un nombre completamente diferente, nuevamente dirigiéndolo lejos de su curso verdadero. Finalmente, escribió una carta que escondió en su escritorio, una que encontraría solo alguien que supiera dónde buscar.
contaba la verdadera historia de Mateo, su trasfondo, la razón por la que no era realmente un criminal. Rezó para que si alguna vez era capturado, alguien leyera esa carta y sintiera compasión. Los días siguientes fueron un proceso de desmantelamiento cuidadoso de su vida anterior.
Despidió a algunos de los trabajadores más cercanos a don Jerónimo, asegurándose de que aquellos que podrían reportar cualquier información sobre Mateo fueran alejados. empaquetó sus posesiones personales, conservando solo lo que era verdaderamente importante. Se despidió de los lugares que había amado, el despacho donde había administrado la hacienda, el establo donde había conocido a Mateo por primera vez, la habitación privada donde había aprendido lo que significaba amar más allá de las convenciones sociales.
Dos meses después, Catalina de Villanueva se presentó en las puertas del convento de Santa María en Ciudad de México. Vestida en hábitos de penitente, con la cabeza rapada como símbolo de su renuncia al mundo secular, dejó atrás la hacienda San Cristóbal para siempre.
Los registros muestran que vivió allí durante 30 años trabajando en el escritorium del convento, copiando textos religiosos. enseñando a las jóvenes novatas, conocida por su bondad silenciosa y su profunda devoción espiritual. Pero sus noches eran diferentes.
En la quietud del dormitorio, con solo sus pensamientos para hacerle compañía, Catalina se permitía recordar. Recordaba los ojos azules de Mateo, el sonido de su risa en las raras ocasiones en que se permitía reír, la forma en que su corazón se aceleraba. Cuando lo veía, guardaba el pañuelo bordado que él le había dejado, escondido dentro de un falso fondo en su baúl.
Ocasionalmente lo sacaba y lo sostenía contra su mejilla, permitiendo que el olor que lo acompañaba la transportara brevemente a noches bajo la luna en una hacienda donde el amor había sido posible, aunque brevemente. Mientras tanto, Mateo viajaba hacia el norte con Luna. Los documentos falsificados de libertad, protegiendo su identidad.
Pasó por varios pueblos pequeños, siempre viajando de noche cuando era posible, siempre vigilante por si había perseguidores. Las falsas pistas de Catalina funcionaron bien. Fue reportado en Veracruz por alguien que confundió a otro hombre con él. Fue visto en Guadalajara, en Zacatecas, en lugares donde había estado o donde la ficción de su presencia había sido cuidadosamente plantada.
Después de tres meses de viaje, Mateo finalmente llegó a las montañas. El terreno era similar al de su tierra natal, aunque no exactamente lo mismo. Las señales de la ocupación española estaban en todas partes, pero también había poblados donde la vida continuaba como había sido siempre.
Eventualmente encontró un pequeño pueblo donde nadie lo conocía, donde podía comenzar nuevamente. Estableció una herrería pequeña usando las habilidades que había aprendido de su padre. fue respetado por su trabajo de calidad, por su honestidad en los asuntos comerciales, por su disposición a ayudar a los necesitados sin esperar pago completo. Los años pasaron y la cicatriz de su pasado lentamente comenzó a sanar, aunque nunca desapareció completamente.
Se casó con una mujer local, una viuda con dos hijos cuyos padres ya estaban muertos. Fue un matrimonio de conveniencia que gradualmente se convirtió en afecto genuino. Tuvieron tres hijos propios a quienes Mateo educó en el oficio de Herrero. Era una vida simple, una vida que le había sido negada en la hacienda, pero que encontró satisfactoria.
Sin embargo, el collar que Catalina le había dado nunca se lo quitó. Debajo de su camisa colgaba contra su corazón un recordatorio constante de la mujer que lo había sacrificado todo por darle libertad. Ocasionalmente sus hijos le preguntaban sobre el collar y él les contaba historias sobre una mujer en tierras lejanas que era más fuerte que cualquiera que hubieran conocido.
No les contaba toda la verdad sobre cómo lo había obtenido, pero les enseñaba que existían formas de amor que transcendían la sociedad, que la verdadera libertad era tanto del corazón como del cuerpo. Pasaron los años, se convirtieron en décadas. Mateo envejeció en sus montañas, sus hijos creció y tuvieron hijos propios. La herrería fue pasada de generación en generación.
El collar se convirtió en un artefacto familiar, algo que los descendientes de Mateo llevaban con el conocimiento vago de que significaba algo importante para su antepasado, aunque la historia específica se había perdido con el tiempo. Catalina, por su parte, pasó sus años en el convento con relativa paz.
fue promovida a maestra de las jóvenes novatas, posición que le permitía influir en la siguiente generación de mujeres que fueron criadas para servir. Les enseñaba no solo fe y devoción, sino también sobre el valor de la inteligencia, la importancia de pensar por sí mismas, la necesidad ocasional de desafiar la injusticia.
Muchas de sus alumnas notaron que aunque enseñaba obediencia a Dios, también enseñaba una forma de rebelión civil que era sutil, pero profunda. El obispo ocasionalmente cuestionaba la naturaleza de su enseñanza, sugiriendo que su énfasis en la autonomía de las mujeres era un tanto liberal para el convento. Pero Catalina simplemente sonreía y respondía que Jesús, después de todo, había sido amigo de María.
Magdalena y había tratado a las mujeres de manera revolucionaria para su tiempo. El obispo no tenía argumentos contra eso. En 1527, 30 años después de haber entrado al convento, Catalina fue diagnosticada con una enfermedad que gradualmente estaba consumiendo su cuerpo. Los médicos no podían identificarla con precisión, pero los síntomas eran claros.
Debilidad progresiva, dificultad para respirar, dolor que ningún medicamento podía aliviar completamente. Durante sus últimas semanas, Catalina fue confinada a la enfermería del convento. La superiora, que la había conocido por tres décadas, le permitió retener sus posesiones personales, incluido el baúl con el pañuelo escondido.
Cuando su condición se hizo evidentemente terminal, la superiora se sentó junto a su cama durante largas horas, sosteniendo su mano. “He vivido una buena vida aquí”, dijo Catalina una tarde, su voz poco más que un susurro. “Pero me pregunto a menudo qué habría pasado si hubiera elegido diferente.” “¿Te arrepientes?”, preguntó la superiora. No, respondió Catalina después de una larga pausa.
Pero tampoco puedo decir que no tengo remordimientos. ¿Amas a alguien? No se borra solo porque ahora esté muerto. ¿Está muerto? Preguntó la superiora suavemente. No lo sé, admitió Catalina. Espero que no. Espero que haya vivido una larga vida en las montañas, que haya sido feliz. Eso era mi oración. Cada noche durante 30 años.
que fuera feliz, que fuera libre, que finalmente encontrara paz. Entonces, quizás tu vida no fue un fracaso. Si tu amor le permitió ser feliz, ¿no es eso una forma de victoria? Catalina no respondió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Murió al atardecer tres días después. El registro en el convento simplemente decía, “Hermana María Catalina de Villanueva, muere de enfermedad pulmonar.
1527 fue enterrada en el cementerio del convento bajo una lápida simple que apenas llevaba su nombre. Sus posesiones fueron distribuidas según su voluntad. La mayoría de sus ahorros fueron a la iglesia. Pero en su testamento dejó instrucciones explícitas de que si alguna vez un hombre llegaba al convento preguntando sobre una mujer llamada Catalina, que había sido una terrateniente en Veracruz, le debería ser entregado el pañuelo escondido en el baúl junto con la carta que había escrito años antes. Mateo nunca llegó al convento. La vida lo mantuvo ocupado en
las montañas. Sus negocios florecieron. Sus hijos fueron felices. Su segunda esposa lo amó a su propia manera. Pasó 65 años después de la separación de Catalina. Envejeció. Sus manos, que habían trabajado hierro, se volvieron nudosas. Sus ojos azules se nublaron, pero nunca perdieron el destello de inteligencia y bondad que Catalina había visto en ellos cuando se conocieron.
murió en su lecho, rodeado de sus hijos y nietos, sosteniendo el collar de Catalina contra su pecho. Sus últimas palabras, según sus descendientes, fueron en su idioma nativo las palabras para te amo, espero que encuentres paz. 100 años después de la muerte de ambos, la hacienda San Cristóbal fue abandonada por sus propietarios, que encontraron más lucrativo explorar nuevas tierras.
Los edificios gradualmente se deterioraron. Los campos de caña fueron dejados sin cultivar. La selva comenzó a reclamar lo que los hombres habían construido. Pero en las noches de luna llena, los campesinos locales reportaban ver dos figuras en las ruinas.
Una mujer de cabello oscuro y un hombre con ojos brillantes bailando entre los campos de caña, abandona dos, como si finalmente hubieran encontrado la forma de estar juntos que la vida les había negado. Las historias se convirtieron en leyendas, las leyendas en folclore. A nadie le importaba realmente si era verdad o no.
Lo que importaba era que la historia servía como recordatorio de algo importante, que el amor más profundo a menudo florece en el terreno más imposible, que la verdadera libertad a veces requiere sacrificio de ambas partes y que algunas conexiones son tan poderosas que trascendían incluso la muerte. En el siglo XX, cuando la hacienda fue parcialmente restaurada como museo, trabajadores ocasionalmente reportaban que encontraban artefactos extraños.
Un collar de oro cerca del establo, fragmentos de tela bordada en el antiguo despacho. Los curadores simplemente los archivaban sin comprender su significado. Pero si alguien hubiera mirado más cuidadosamente, habría notado un patrón. Los hallazgos siempre aparecían en los lugares exactos donde Catalina y Mateo habían pasado tiempo juntos, como si estuvieran dejando atrás fragmentos de su historia para aquellos que estuvieran dispuestos a buscarla.
La historia del esclavo de ojos azules y la mujer que enloqueció por él persiste. Se ha contado en cantinas en Veracruz, en campos de trabajo en el norte de México, en conventos donde las monjas señalan a jóvenes mujeres rebeldes como advertencia y como inspiración al mismo tiempo. Algunos lo ven como una historia de tragedia, una advertencia sobre lo peligroso que es cruzar los límites establecidos por la sociedad.
Otros la ven como una historia de amor tan puro que la sociedad no podía contenerlo, un recordatorio de que el corazón humano es más fuerte que cualquier ley convención que los hombres puedan crear. La verdad, como siempre ocurre con las grandes historias, probablemente está en algún lugar en el medio. Porque Catalina y Mateo no eran perfectos.
Sus decisiones no siempre fueron sabias, pero su amor fue real, fue profundo y finalmente fue lo suficientemente fuerte como para que ambos hicieran lo que era necesario para salvar al otro, incluso si eso significaba perderse a sí mismos en el proceso.
En las noches tranquilas en Veracruz, cuando la brisa del Golfo mecía los campos de caña, algunos dicen que se puede escuchar dos voces hablando juntas en el viento. Una voz femenina contando historias de poder y libertad. Una voz masculina resonando con nostalgia y amor. Si alguien fuera lo suficientemente silencioso como para escuchar. Si estuvieran dispuestos a creer en lo imposible.
Podrían jurar que estaban hablando español, pero con un acento antiguo, arcaico, como si vinieran del pasado mismo. Esa es la historia del esclavo de ojos azules que hizo enloquecer a su ama. Esa es la historia de Catalina y Mateo, dos personas atrapadas en las grietas de un sistema injusto que hicieron lo único que podían hacer, amarse absolutamente, y cuando la sociedad demandó que se separaran, elegir el sacrificio sobre la sumisión.
News
Tuvo 30 Segundos para Elegir Entre que su Hijo y un Niño Apache. Lo que Sucedió Unió a dos Razas…
tuvo 30 segundos para elegir entre que su propio hijo y un niño apache se ahogaran. Lo que sucedió después…
EL HACENDADO obligó a su hija ciega a dormir con los esclavos —gritos aún se escuchan en la hacienda
El sol del mediodía caía como plomo fundido sobre la hacienda San Jerónimo, una extensión interminable de campos de maguei…
Tú Necesitas un Hogar y Yo Necesito una Abuela para Mis Hijos”, Dijo el Ranchero Frente al Invierno
Una anciana sin hogar camina sola por un camino helado. Está a punto de rendirse cuando una carreta se detiene…
Niña de 9 Años Llora Pidiendo Ayuda Mientras Madrastra Grita — Su Padre CEO Se Aleja en Silencio
Tomás Herrera se despertó por el estridente sonido de su teléfono que rasgaba la oscuridad de la madrugada. El reloj…
Mientras incineraban a su esposa embarazada, un afligido esposo abrió el ataúd para un último adiós, solo para ver que el vientre de ella se movía de repente. El pánico estalló mientras gritaba pidiendo ayuda, deteniendo el proceso justo a tiempo. Minutos después, cuando llegaron los médicos y la policía, lo que descubrieron dentro de ese ataúd dejó a todos sin palabras…
Mientras incineraban a su esposa embarazada, el esposo abrió el ataúd para darle un último vistazo, y vio que el…
“El billonario pierde la memoria y pasa años viviendo como un hombre sencillo junto a una mujer pobre y su hija pequeña — hasta que el pasado regresa para pasarle factura.”
En aquella noche lluviosa, una carretera desierta atravesaba el interior del estado de Minas Gerais. El viento aullaba entre los…
End of content
No more pages to load






