
Tres ingenieros abandonaron la obra de la millonaria, pero el pobre albañil resolvió el problema. El sol de agosto caía implacable sobre la colonia Polanco en Ciudad de México cuando Ramón Gutiérrez llegó a la obra del nuevo edificio de departamentos en la esquina de Masarik y Hegel.
A sus años, Ramón cargaba sobre sus hombros callosos no solo la pesada caja de herramientas que había sido de su padre, sino también el peso de 15 años, construyendo una reputación intachable como maestro albañil. Su rostro curtido por el sol contaba la historia de miles de días bajo el clima implacable de las obras, pero sus ojos conservaban esa chispa de dignidad que ni siquiera los últimos se meses de trabajar como ayudante general habían podido apagar.
Había perdido su propia cuadrilla cuando la constructora para la que trabajaba había quebrado, dejándolo sin los tr meses de salario que le debían. y desde entonces aceptaba cualquier trabajo honesto que le permitiera mantener a su madre enferma en su pequeña casa de Naucalpán.
Antes de continuar la historia, por favor ajude al canal suscribiéndose y dejando su like. Así vamos a conseguir continuar siempre trayendo más historias como esta para ustedes. Ramón había llegado temprano esa mañana porque necesitaba el trabajo. La constructora García y Asociados le había prometido dos semanas de chamba como ayudante general y aunque el sueldo era apenas la mitad de lo que solía ganar dirigiendo su propia cuadrilla, no estaba en posición de rechazar ninguna oportunidad.
Mientras acomodaba sus herramientas en el área de trabajo asignada, escuchó voces elevadas que provenían del tercer piso del edificio en construcción. Reconoció inmediatamente el tono de preocupación y frustración que solo viene cuando algo en una obra va muy mal. “Esto es un desastre”, gritaba una voz masculina que sonaba educada, pero extremadamente molesta.
Les pagué una fortuna por el diseño y ahora me dicen que no se puede construir. Ramón subió las escaleras de concreto recién vaciado, siguiendo el sonido de la discusión. En el tercer piso encontró una escena que conocía demasiado bien. Tres hombres con cascos blancos de ingenieros y planos enrollados bajo el brazo discutían acaloradamente con una mujer de aproximadamente 60 años, vestida con un traje elegante, pero práctico, que sostenía sus propios planos y señalaba alternativamente hacia diferentes secciones del piso.
Señora Mendoza, decía uno de los ingenieros, un hombre delgado de unos 45 años con lentes de diseñador. Ya le explicamos que el cálculo estructural original no contempló esta modificación. Se insiste en poner el jacuzzi en esta ubicación, necesitamos reforzar toda la losa, lo que significa romper lo que ya está hecho y empezar de nuevo.
¿Y cuánto tiempo tomaría eso?, preguntó la mujer con voz tensa pero controlada. “Tres meses adicionales mínimo”, respondió otro ingeniero más joven consultando una tableta y un sobrecosto de aproximadamente 1,200,000es. “Inaceptable”, dijo la señora Mendoza atajantemente. El contrato especificaba claramente que el proyecto debía estar terminado en 6 meses. Ya llevamos cuatro.
No puedo permitirme ni el tiempo ni el dinero extra. Entonces, lo siento, señora Mendoza, dijo el tercer ingeniero, un hombre mayor con barba gris. Pero nosotros no podemos continuar con este proyecto. No vamos a poner nuestros nombres en algo que estructuralmente es cuestionable. Le sugerimos que contrate a otros profesionales que estén dispuestos a asumir ese riesgo.
Ramón observaba la escena desde la entrada del piso, sin atreverse a interrumpir, pero incapaz de no escuchar. Su mente profesional ya estaba analizando el problema. un jacuzzi en un tercer piso, probablemente cerca de 2 toneladas, cuando estuviera lleno de agua, sobre una losa que no había sido calculada para ese peso.
Era un problema serio, sin duda. Pero algo en la manera como los ingenieros lo estaban planteando no le cuadraba del todo. “¿Me están diciendo que simplemente van a abandonar el proyecto?”, preguntó la señora Mendoza. su voz ahora teñida de incredulidad. “Señora, entenderá que nuestra reputación profesional está en juego”, respondió el ingeniero de los lentes. No podemos avalar una construcción que podría colapsar.
Los tres ingenieros comenzaron a recoger sus cosas, enrollando planos y guardando instrumentos en costosas maletas de piel. La señora Mendoza se quedó parada en medio del piso vacío, mirando alternativamente los planos en sus manos y la ubicación donde se suponía que iría el jacuzzi.
Ramón notó que sus manos temblaban ligeramente y algo en su interior le impidió simplemente alejarse. “Disculpe, señora”, dijo Ramón quitándose la gorra de trabajo en un gesto de respeto automático. “Sé que no es de mi incumbencia, pero no pude evitar escuchar. ¿Puedo ver los planos?” La señora Mendoza lo miró sorprendida, evaluándolo rápidamente con la mirada. Ramón era consciente de su apariencia.
Su ropa de trabajo estaba limpia, pero evidentemente vieja, remendada en varios lugares con el cuidado de alguien que no puede permitirse ropa nueva. Sus botas de trabajo mostraban años de uso y su caja de herramientas, aunque bien mantenida, era claramente una reliquia de tiempos mejores. ¿Quién es usted?, preguntó la señora Mendoza, no con hostilidad, sino con genuina curiosidad. Ramón Gutiérrez.
Señora, soy albañil, maestro de obra en realidad, aunque ahorita estoy trabajando como ayudante general en este proyecto. Uno de los ingenieros que ya se retiraba soltó una risa despectiva. Señora Mendoza, con todo respeto, esto es un problema de ingeniería estructural, no algo que un albañil pueda resolver.
Ramón sintió el aguijonazo del desprecio en esas palabras. pero mantuvo su tono tranquilo y respetuoso. Tienes razón, ingeniero. Yo no puedo hacer cálculos estructurales complejos, pero llevo 25 años construyendo y he visto muchos problemas como este. Si me permite, señora, solo quiero echar un vistazo. La señora Mendoza, quizás movida por la desesperación o quizás por algo en la manera honesta en que Ramón había hablado, le extendió los planos. Adelante.
A este punto cualquier opinión es bienvenida. Ramón extendió los planos sobre un tablón improvisado que servía como mesa de trabajo. Sacó de su cinturón su cinta métrica, una vieja escuadra de carpintero que había pertenecido a su padre y un lápiz de carpintero gastado por el uso.
Durante varios minutos estudió los planos en silencio, mientras los tres ingenieros esperaban con expresiones entre divertidas y condescendientes. “Ve esto,”, dijo finalmente Ramón, señalando con su dedo índice calloso una sección específica del plano. Aquí dice que la losa es de 15 cm de espesor con varilla del número tres. Eso es correcto para una losa residencial estándar.
Exacto. Dijo el ingeniero de la barba gris con impaciencia. Por eso no puede soportar el peso adicional del jacuzzi. Pero mire aquí, continuó Ramón, moviéndose físicamente hacia una columna cercana y golpeándola suavemente con los nudillos. El sonido que produjo era sólido y profundo.
Esta columna está directamente debajo de donde quieren poner el jacuzzi. Y si miro el plano estructural original, Ramón sacó otro plano de la pila. Esta columna está diseñada para soportar el peso de cuatro pisos más que no se construyeron en este proyecto. Eso significa que esta columna tiene capacidad de carga excedente. Los ingenieros dejaron de recoger sus cosas y se acercaron ahora con genuino interés. “Continúe”, dijo la señora Mendoza.
Ramón caminó hacia el otro lado del espacio designado para el jacuzzi. Y esta viga maestra aquí señaló hacia arriba, donde una gruesa viga de concreto armado atravesaba el techo. Según el plano es una IPR de 12 pulgadas. Eso es más que suficiente para la carga que está llevando ahora. Si redistribuimos el peso del jacuzzi, Ramón sacó su lápiz y comenzó a dibujar en el reverso de uno de los planos.
Sus trazos eran sorprendentemente precisos para alguien sin educación formal en ingeniería. Miren, si en lugar de poner el jacuzzi exactamente en el centro de este espacio, lo movemos unos 80 cm hacia la columna y reforzamos esta sección de la losa con una viga de acero de 8 pulgadas que vaya desde la columna hasta esta pared de carga, el peso se distribuiría entre tres puntos de soporte en lugar de dos.
El ingeniero más joven se acercó y estudió el dibujo de Ramón con atención creciente. Eso, eso podría funcionar, pero necesitaríamos hacer cálculos precisos. Por supuesto, dijo Ramón, yo solo estoy sugiriendo una solución práctica basada en lo que he visto que funciona. Ustedes son los ingenieros. Ustedes tienen que hacer las matemáticas y asegurarse de que es seguro.
El ingeniero de la barba gris tomó el dibujo de Ramón y lo estudió en silencio durante un largo minuto. “La idea es sólida,” admitió finalmente, aunque con evidente reticencia. Con los refuerzos apropiados, esto podría funcionar sin necesidad de demoler la losa existente. “¿Y cuánto tiempo tomaría?”, preguntó la señora Mendoza, su voz ahora con un tono de esperanza.
“Dos semanas para el refuerzo de acero, calculó el ingeniero joven, quizás tres para estar seguros y el costo probablemente unos 200,000 pesos en materiales y mano de obra especializada. Eso es mucho más manejable que 1,200,000 y3 meses”, dijo la señora Mendoza. Se volvió hacia Ramón.
¿De dónde sacó esta idea? Ramón se encogió de hombros modestamente. Hace años trabajé en la remodelación del hotel presidente en Polanco. Tenían un problema similar. Querían poner una alberca en el tercer piso de un edificio que no había sido diseñado para eso. El ingeniero estructural que contrató el hotel usó exactamente este principio, redistribución de carga usando los elementos estructurales existentes que tenían capacidad excedente.
¿Y usted se acordó de eso?, preguntó el ingeniero de los lentes, ahora sin el tono despectivo de antes. Señor, cuando uno trabaja con las manos, aprende que cada obra es una lección. He tenido la suerte de trabajar con muy buenos ingenieros a lo largo de los años y siempre he prestado atención a cómo resuelven los problemas.
La señora Mendoza extendió su mano hacia Ramón. Señor Gutiérrez, le debo una disculpa y un agradecimiento. Me acaba de ahorrar una cantidad considerable de dinero y tiempo. Ramón estrechó su mano notando que a pesar de la evidente riqueza de la mujer, su apretón de manos era firme y directo. No tiene que agradecerme, señora. Solo hice lo que cualquiera habría hecho.
No, dijo la señora Mendoza con firmeza. No cualquiera habría hecho eso, especialmente cuando estos caballeros señaló a los tres ingenieros estaban listos para abandonar el proyecto. Los ingenieros se miraron entre sí con expresiones incómodas. El de la barba gris carraspeó.
Bueno, señora Mendoza, si decide seguir adelante con esta solución, estaremos encantados de hacer los cálculos estructurales necesarios y supervisar la instalación de los refuerzos. Ya veremos, dijo la señora Mendoza con un tono que no dejaba lugar a dudas sobre su opinión de ellos en ese momento. Les haré saber mi decisión. Los tres ingenieros se retiraron rápidamente, murmurando entre ellos.
Cuando se quedaron solos, la señora Mendoza se volvió hacia Ramón con una expresión pensativa. “Señor Gutiérrez, ¿puedo hacerle una pregunta personal?” “Por supuesto, señora. ¿Cómo es que alguien con su nivel de conocimiento está trabajando como ayudante general? Ramón sintió el familiar aguijón de vergüenza que venía cada vez que tenía que explicar su situación, pero se obligó a mantener la dignidad.
La constructora para la que trabajaba quebró hace 6 meses. Me dejaron sin trabajo y sin pagarme 3 meses de salario. Desde entonces he estado buscando trabajo donde pueda encontrarlo. Tengo que mantener a mi madre que está enferma. ¿Y por qué no ha iniciado su propia empresa de construcción? Señora, para iniciar una empresa necesitas capital, necesitas herramientas, materiales, un lugar donde trabajar.
Perdí todo eso cuando la constructora cerró. Y sin capital inicial es difícil conseguir que alguien te dé una oportunidad, especialmente cuando hay miles de albañiles buscando trabajo. La señora Mendoza asintió absorbiendo esta información. Señor Gutiérrez, ¿tiene tiempo para tomar un café conmigo? Me gustaría hablar más sobre este proyecto.
Ramón miró su reloj. Señora, se supone que debo empezar a trabajar en 15 minutos. Estoy aquí como ayudante general y yo soy la dueña de este edificio interrumpió la señora Mendoza con una pequeña sonrisa. Creo que puedo darle permiso para tomarse un café. Se sentaron en una pequeña área de descanso improvisada en el primer piso, donde la señora Mendoza había hecho instalar una cafetera para los trabajadores.
Mientras tomaban café en vasos de plástico, la señora Mendoza le explicó su visión para el edificio. “Este es un proyecto personal para mí”, dijo. Mi difunto esposo y yo siempre soñamos con construir algo juntos, pero él murió antes de que pudiéramos hacerlo. Ahora, 5 años después, finalmente me sentí lista para llevar adelante su sueño.
Este edificio será de departamentos de lujo, pero con un diseño que combine modernidad con los valores tradicionales de construcción sólida y atención al detalle. Es un hermoso proyecto”, dijo Ramón sinceramente. “He estado observando la construcción desde que empecé hace tres días y puedo ver que se está haciendo con materiales de calidad.
Esa era la idea,” suspiró la señora Mendoza. “Pero he tenido problema tras problema. Los primeros arquitectos que contraté me entregaron planos que no se podían ejecutar. Los segundos arquitectos arreglaron los planos, pero triplicaron el presupuesto. Estos ingenieros son los terceros que contrato y como vio están listos para abandonar ante el primer obstáculo real.
Ramón escuchaba con atención su mente de constructor, ya identificando los patrones que había visto tantas veces antes. Profesionales caros que prometían demasiado y entregaban poco, más interesados en sus honorarios que en la satisfacción del cliente. Señora Mendoza, ¿puedo ser franco con usted, por favor? El problema con su jacuzzi no era realmente tan complicado.
Cualquier ingeniero competente con experiencia en remodelaciones podría haber encontrado la misma solución que yo sugerí. El hecho de que esos tres estuvieran listos para abandonar el proyecto o para cobrarle más de un millón de pesos por resolverlo, me dice que o no son tan buenos como creen o están más interesados en sacarle dinero que en resolver problemas. La señora Mendoza lo miró con una mezcla de sorpresa y apreciación.
Es exactamente lo que yo estaba pensando, pero todos me decían que yo no entendía las complejidades técnicas de la construcción. Con todo respeto, señora, usted entiende lo más importante, que cuando alguien te contrata para resolver un problema, tu trabajo es encontrar soluciones, no excusas.
La señora Mendoza se quedó en silencio por un momento, estudiando a Ramón con una intensidad que lo hacía sentir ligeramente incómodo. Señor Gutiérrez, tengo una propuesta para usted. Dígame. Necesito alguien de confianza que supervise este proyecto desde el punto de vista práctico.
Alguien que conozca la construcción desde adentro, que pueda identificar problemas antes de que se vuelvan crisis y que no tenga miedo de decirme la verdad, aunque sea incómoda. Ramón sintió que su corazón se aceleraba. Señora, yo no soy ingeniero, no tengo título universitario. No necesito otro ingeniero con título universitario. Dijo la señora Mendoza con firmeza. Tengo suficientes de esos.
Necesito un maestro de obra que sepa lo que está haciendo y que tenga integridad. Necesito alguien como usted. Señora Mendoza, no sé qué decir. Diga que sí. Le ofrezco el puesto de maestro de obra general para este proyecto. Supervisará todo el trabajo de construcción, coordinará a las cuadrillas y será mi consultor técnico directo.
El salario sería de 35000 pesos al mes durante los dos meses que faltan para terminar el proyecto. Más un bono de 100,000 pesos si terminamos a tiempo y dentro del presupuesto. Ramón casi se atraganta con su café. 35,000 pesos al mes era más de lo que había ganado incluso en sus mejores tiempos con su propia cuadrilla. Señora, eso es, eso es muy generoso, pero cómo sabe que puede confiar en mí apenas me conoce.
Señor Gutiérrez, en los últimos 4 meses he tratado con arquitectos, ingenieros y contratistas que tienen oficinas elegantes, títulos impresionantes y cobran fortunas y ninguno de ellos ha mostrado ni la mitad del conocimiento práctico o la honestidad que usted demostró en los últimos 30 minutos. Además, agregó con una sonrisa, “Mi difunto esposo siempre me enseñó que el verdadero carácter de una persona se revela en cómo trata un problema cuando no tiene ninguna obligación de involucrarse.
Usted no tenía ninguna razón para ayudarme hoy, pero lo hizo de todas formas.” Ramón sintió un nudo en la garganta. Pensó en su madre esperándolo en su pequeña casa, en las cuentas médicas que se acumulaban. en los sueños que había tenido que posponer indefinidamente. Señora Mendoza, acepto su oferta y le prometo que no se va a arrepentir.
Sé que no me voy a arrepentir, dijo la señora Mendoza extendiendo su mano. Bienvenido al equipo, maestro Gutiérrez. Los siguientes días fueron un torbellino para Ramón. Su primera tarea fue hacer una evaluación completa de todo el trabajo realizado hasta ese momento en el edificio. Lo que encontró lo preocupó.
Había múltiples problemas de ejecución que, aunque no eran catastróficos, mostraban un patrón de trabajo apresurado y supervisión inadecuada. En la tarde del tercer día, Ramón se reunió con la señora Mendoza en su oficina temporal en el sitio de construcción para presentarle sus hallazgos. Había preparado un reporte detallado, escrito a mano con su letra clara y precisa, acompañado de fotografías que había tomado con su viejo celular.
Señora Mendoza”, comenzó Ramón, sintiéndose nervioso, pero determinado a ser honesto, encontré varios problemas que necesitamos atender. La señora Mendoza, que había estado revisando facturas en su laptop, cerró la computadora y le dio toda su atención. Dígame. Primero, la impermeabilización del primer piso no está bien hecha.
Hay áreas donde el impermeabilizante es demasiado delgado y va a fallar en la primera temporada de lluvias. Segundo, algunas de las instalaciones eléctricas no siguen el código de construcción actual. No es que sean peligrosas ahora mismo, pero podrían causar problemas en la inspección final. Y tercero, hay varias secciones donde el acabado de los muros no es de la calidad que se especificó en el contrato.
La señora Mendoza frunció el seño. ¿Qué tan serios son estos problemas? El de la impermeabilización es el más serio. Si no lo arreglamos ahora, vamos a tener problemas de humedad que podrían costar mucho más dinero reparar después. Los otros dos son más bien cuestiones de calidad y cumplimiento de normas. ¿Y cuánto costaría arreglar todo esto? Ramón le entregó una hoja donde había hecho cálculos detallados.
Para la impermeabilización necesitamos aproximadamente 80,000 pesos en materiales y mano de obra. Para corregir las instalaciones eléctricas, unos 40,000. Y para rehacer los acabados de mala calidad, otros 60,000. En total 180,000. La señora Mendoza estudió los números y el tiempo.
Si organizamos bien las cuadrillas, podemos hacer todo en tres semanas sin retrasar el cronograma general. ¿Cómo es posible que los contratistas anteriores no detectaron estos problemas? Ramón eligió sus palabras cuidadosamente. Señora, con todo respeto, creo que los contratistas anteriores estaban más enfocados en terminar rápido que en terminar bien.
Y probablemente asumieron que usted no sabría la diferencia. La señora Mendoza dejó escapar un suspiro largo. Maestro Ramón, le voy a ser honesta. Este proyecto está consumiendo mis ahorros. Cada peso extra que gasto me duele. Pero algo que aprendí de mi esposo es que es mejor gastar un poco más ahora y hacerlo bien que gastar una fortuna después arreglando problemas que se podían haber evitado.
Estoy de acuerdo, señora. Entonces, proceda con las correcciones. Usted tiene mi autorización. Pero, maestro Ramón, necesito que me mantenga informada de cualquier problema que surja, sin importar qué tan incómodo sea decírmelo. Tiene mi palabra. Durante las siguientes tres semanas, Ramón trabajó 14 horas al día coordinando las reparaciones.
Contrató a algunos de sus antiguos compañeros de trabajo, albañiles de confianza, que habían quedado desempleados cuando la constructora cerró y juntos corrigieron metódicamente cada uno de los problemas que había identificado. La señora Mendoza visitaba la obra casi todos los días y Ramón notó que ella observaba no solo el progreso del trabajo, sino también la manera en que él interactuaba con los trabajadores.
Ramón trataba a cada obrero con respeto, desde el más joven ayudante hasta el más experimentado maestro albañil. Cuando alguien cometía un error, Ramón lo corregía con paciencia, explicando no solo qué estaba mal, sino por qué era importante hacerlo correctamente.
Una tarde, mientras Ramón supervisaba la aplicación de la nueva impermeabilización, la señora Mendoza se acercó con dos botellas de agua fría. “Parece que necesita esto”, dijo ofreciéndole una. Gracias, señora,”, dijo Ramón, aceptando el agua con gratitud. El sol de mediodía era particularmente intenso ese día.
Se sentaron en un banco improvisado hecho de tablones sobre bloques de concreto. Durante unos minutos bebieron sus aguas en un silencio cómodo. “Maestro Ramón”, dijo finalmente la señora Mendoza, “quiero contarle algo sobre mi difunto esposo.” Ramón la escuchó con atención respetuosa.
Miguel, mi esposo, era arquitecto, pero antes de ser arquitecto fue albañil. Trabajó en obras de construcción desde que tenía 14 años para pagarse sus estudios. Siempre me decía que los mejores años de su educación no fueron en la universidad, sino en las obras, aprendiendo de los maestros albañiles. Su esposo era un hombre sabio dijo Ramón.
Él solía decir que hay dos tipos de gente en la construcción. Los que construyen para ganar dinero y los que ganan dinero construyendo. La diferencia decía está en dónde pones tu corazón primero. Ramón asintió. Entiendo perfectamente lo que quiso decir. ¿Sabe por qué le ofrecí este trabajo, maestro Ramón? Por la solución del jacuzzi en parte.
Pero más que eso fue porque cuando usted explicó esa solución no estaba tratando de impresionarme o de hacerse ver inteligente. Estaba genuinamente tratando de ayudarme a resolver un problema. Eso es exactamente lo que Miguel habría hecho. La señora Mendoza se quedó en silencio por un momento, mirando el progreso de la obra. Tengo algo que proponerle. Dígame, señora.
Este edificio es solo el primero de varios proyectos que planeo desarrollar. Tengo terrenos en la colonia Condesa y en Coyoacán. Mi idea es construir edificios residenciales de calidad media alta, bien diseñados, pero accesibles para familias profesionales jóvenes. Ramón la escuchaba con interés creciente.
Necesito alguien que dirija estos proyectos desde el punto de vista de construcción, no solo como maestro de obra de un proyecto individual, sino como director de construcción de todos los proyectos. alguien que pueda asegurar que cada edificio se construya con la misma calidad y atención al detalle. Señora Mendoza, eso es. Déjeme terminar. Sé que usted tenía su propia cuadrilla antes de la situación con la constructora.
Quiero ofrecerle algo mejor. Quiero establecer una empresa constructora propia y quiero que usted sea el socio operativo. Yo pondría el capital y los proyectos. Usted pondría el conocimiento técnico y la gestión de las obras. Las utilidades se dividirían 60 40, siendo usted el 40. Ramón sintió que el mundo se detenía. Señora, eso es No sé qué decir.
Diga que lo va a pensar. No necesito una respuesta ahora. Termine este proyecto primero. Demuéstrese a usted mismo que puede hacerlo y luego hablamos. Durante el mes siguiente, Ramón trabajó como nunca antes había trabajado en su vida. No solo las correcciones que había identificado, sino que implementó un sistema de control de calidad que garantizaba que cada aspecto de la construcción cumpliera con los estándares más altos.
creó listas de verificación detalladas para cada fase del trabajo. Estableció reuniones diarias con los capataces de cada cuadrilla y personalmente inspeccionaba cada sección terminada antes de dar su aprobación. Los resultados fueron notables. El trabajo que anteriormente había estado plagado de problemas y retrasos, ahora avanzaba suave y eficientemente.
Los trabajadores, al sentirse respetados y valorados, respondían con un nivel de dedicación y cuidado que transformaba la obra. El inspector municipal que vino a revisar el progreso del edificio quedó tan impresionado que pidió hablar directamente con Ramón. “Maestro”, le dijo el inspector, “un mayor con décadas de experiencia. Llevo 30 años inspeccionando obras en esta ciudad y puedo decirle que esto es excepcional.
Cada detalle está perfecto. El trabajo de impermeabilización es impecable. Las instalaciones cumplen no solo con el código, sino que lo superan, y los acabados son de calidad superior. ¿Quién está a cargo de esta obra? Yo soy el maestro de obra”, respondió Ramón con orgullo contenido. “Pues le voy a decir algo. Guarde mi tarjeta.
Cuando tenga su propia empresa, búsqueme. Yo conozco a muchos desarrolladores que están buscando contratistas confiables.” Dos semanas antes de la fecha programada de terminación, Ramón se reunió con la señora Mendoza para un reporte final. Señora, me complace informarle que vamos a terminar el proyecto con 10 días de anticipación y aproximadamente 150,000 pesos bajo presupuesto.
La señora Mendoza sonrió ampliamente. Maestro Ramón, eso es extraordinario. ¿Cómo logró ahorrar dinero y tiempo? Tres cosas, señora. Primero, establecí relaciones directas con proveedores de materiales, eliminando intermediarios. Segundo, optimicé los horarios de trabajo de las cuadrillas para evitar tiempo muerto.
Y tercero, al hacer las cosas bien desde el principio, no tuvimos que gastar tiempo y dinero corrigiendo errores. Eso es exactamente lo que quería escuchar. La señora Mendoza abrió una carpeta. Maestro Ramón, ha pensado en mi propuesta. Señora, he pensado en poco más durante el último mes. Y, señora Mendoza, le voy a ser honesto.
Tengo miedo. La última vez que tuve responsabilidad sobre una empresa, perdí todo. No por mi culpa, pero aún así lo perdí. La idea de volver a pasar por eso. Entiendo su miedo. La señora Mendoza asintió comprensivamente. Maestro Ramón, déjeme contarle algo que cambió mi perspectiva. Cuando Miguel murió, yo quería vender todo y olvidarme de los negocios.
Tenía miedo de fracasar sin él. Pero una amiga me dijo algo que nunca olvidé. El fracaso no es caer, es negarse a levantarse. Usted ya cayó una vez y se levantó. Eso lo hace más fuerte, no más débil. Ramón respiró profundamente. Acepto, señora, pero con una condición.
¿Cuál? Que me dé la oportunidad de contratar a los muchachos que trabajaron conmigo en este proyecto. Son buenos trabajadores que perdieron sus empleos cuando la constructora cerró, igual que yo. Merecen una oportunidad. Hecho. Ahora, socios 5050, no quiero que se sienta menos que yo. Durante los siguientes 6 meses, la nueva empresa, constructora Mendoza Gutiérrez completó tres proyectos exitosos.
Ramón había formado un equipo de 20 trabajadores permanentes, todos antiguos compañeros que conocía y respetaba. La reputación de la empresa creció rápidamente. Construcciones de calidad superior terminadas a tiempo y dentro del presupuesto.
Una mañana, mientras Ramón supervisaba el inicio de una nueva obra en la colonia Condesa, un joven de unos 22 años se acercó tímidamente. Disculpe, señor. ¿Es usted el maestro Ramón Gutiérrez? Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarte? Mi nombre es Fernando Salazar, soy albañil o bueno, estoy tratando de serlo. Llevo un año buscando trabajo, pero nadie me da oportunidad porque no tengo experiencia formal.
Solo sé lo que mi padre me enseñó antes de morir. Ramón vio en los ojos del joven el mismo hambre de oportunidad que él había sentido meses atrás. ¿Qué sabes hacer? Sé preparar mezcla. Sé colocar tabique, sé usar nivel y plomada y trabajo duro, señor. Solo necesito una oportunidad. Ramón sonrió. ¿Ves esa pared allá? Está mal alineada. Muéstrame cómo la corregirías.
Fernando caminó hacia la pared, sacó un nivel casero que había fabricado él mismo con un trozo de madera y una manguera con agua y comenzó a explicar exactamente qué estaba mal y cómo lo arreglaría. Su diagnóstico era preciso. Estás contratado. Preséntate mañana a las 7 de la mañana. El sueldo es de 7000 pesos quincenales para empezar.
Y si demuestras que vales, subiremos tu paga cada tres meses. Los ojos de Fernando se llenaron de lágrimas. Señor, no sabe lo que esto significa para mí. Sí, lo sé, Fernando, exactamente lo sé. Un año después, Ramón estaba en la inauguración del quinto edificio de constructora Mendoza Gutiérrez.
La señora Mendoza y él cortaban el listón ceremonial mientras los medios locales fotografiaban el evento. La empresa ahora empleaba a 50 personas y tenía contratos por más de 30 millones de pesos. Pero lo que más orgulloso hacía sentir a Ramón no era el éxito financiero, era ver a Fernando, ahora maestro de obra junior, supervisando su primera cuadrilla propia.
Era ver a sus antiguos compañeros con empleos estables y familias que podían mantener dignamente. Era saber que habían construido algo sólido, sobre cimientos de honestidad y trabajo duro. Esa noche, la señora Mendoza y Ramón cenaron en un restaurante discreto cerca de Polanco. “Socio”, dijo la señora Mendoza levantando su copa de vino.
Quiero hacer un brindis por las paredes que se caen y por las oportunidades que se levantan, por los ingenieros que se van y por los albañiles que se quedan y por mi difunto Miguel, que estaría orgulloso de lo que hemos construido. Ramón levantó su copa de agua por las segundas oportunidades y por la gente que las da.
Dos años más tarde, constructora Mendoza Gutiérrez era una de las empresas de construcción más respetadas de la Ciudad de México. Habían completado 15 proyectos exitosos y tenían una lista de espera de clientes que querían trabajar con ellos. Fernando había ascendido a maestro de obra senior y ahora dirigía su propio equipo.
Un día llegó a la oficina de Ramón con una sonrisa enorme. Maestro Ramón, recuerda cuando me contrató, como si fuera ayer. Pues resulta que mi vecina tiene problemas estructurales en su casa. Es una señora mayor, viuda de un empresario de materiales de construcción. Le dio un presupuesto honesto y quedó tan impresionada que quiere conocerlo a usted.
Ramón se echó a reír. Fernando, ¿sabes qué significa esto? ¿Qué, maestro? Que el ciclo continúa. Esa señora probablemente está buscando lo mismo que buscaba la señora Mendoza, alguien honesto en quien confiar. Y tú se lo diste. ¿Qué hago? Haz el trabajo como si fuera para tu propia madre. Cobra justo y mantén tus valores.
El resto se resolverá solo. 6 meses después, Fernando entró corriendo a la oficina de Ramón. Maestro, ¿no va a creer esto? La señora de la casa resultó ser la viuda del dueño de materiales cruz, una de las distribuidoras más grandes de la ciudad, y después de ver mi trabajo me ofreció ser el contratista preferido de todos sus clientes.
Dice que yo le recuerdo a su difunto esposo. Ramón abrazó a Fernando con orgullo paternal. ¿Y qué le dijiste? que necesitaba consultarlo con usted primero. Fernando, esa oportunidad es tuya, tómala. Ya estás listo para volar solo. Pero, maestro, yo no quiero dejar la empresa. No tienes que dejarla. Podemos formar una división nueva con tu nombre.
Seguirás siendo parte de constructora Mendoza Gutiérrez, pero tendrás autonomía para desarrollar tus propios proyectos. Cuando Ramón le contó a la señora Mendoza sobre la propuesta, ella sonrió con lágrimas en los ojos. ¿Sabe qué, Ramón? Esto es exactamente lo que Miguel hubiera querido. No solo construir edificios, sino construir oportunidades. No solo hacer dinero, sino hacer la diferencia.
Tres años después del día en que los tres ingenieros abandonaron la obra del tercer piso, Ramón estaba parado en la terraza del edificio corporativo de constructora Mendoza Gutiérrez, un impresionante edificio de ocho pisos en Polanco que habían construido como sede permanente.
La empresa ahora tenía 120 empleados, había completado 32 proyectos exitosos. y había establecido un programa de becas para jóvenes albañiles. Fernando dirigía su propia división con 15 proyectos activos. Tres empleados más habían seguido el mismo camino, creando sus propias divisiones especializadas dentro de la empresa.
Ramón recibió una llamada de un número desconocido. Maestro Ramón Gutiérrez. Sí, ¿quién habla? Soy el ingeniero Morales. Fui uno de los ingenieros que, bueno, que abandonamos el proyecto del edificio de la señora Mendoza hace 3 años. Ramón recordó perfectamente el ingeniero de los lentes de diseñador. Lo recuerdo, ingeniero.
¿En qué puedo ayudarlo? Mire, esto es difícil para mí, pero he seguido su carrera desde entonces. Lo que ha logrado es es impresionante. Y quería disculparme. Ese día fui arrogante y estúpido. Usted nos mostró que el verdadero conocimiento no viene solo de los títulos. Ingeniero, el pasado es pasado. Hay algo más.
Estoy consultando para un proyecto muy grande, un complejo de oficinas y comercios en Santa Fe. El desarrollador está buscando un contratista excepcional. Le di su nombre. ¿Por qué haría eso? Porque después de ver su trabajo durante estos años, entendí algo que debía haber sabido desde el principio.
Los mejores constructores son aquellos que aman lo que hacen, no los que cobran más. ¿Estaría interesado en una reunión? Ramón miró alrededor de su oficina, donde las fotografías de todos los proyectos completados decoraban las paredes. En un marco especial estaba la foto del primer día en la obra donde todo comenzó con él y la señora Mendoza cortando el listón de inauguración.
Envíeme la información, ingeniero. La revisaré. Cuando colgó, Ramón sacó su vieja caja de herramientas de debajo de su escritorio. La mantenía ahí como recordatorio. Sacó el nivel que había usado para identificar la solución del jacuzzi ese día que cambió su vida. Lo limpió cuidadosamente, como hacía cada semana.
Las herramientas, pensó, son como los valores. Hay que mantenerlas en perfecto estado porque nunca sabes cuándo las vas a necesitar. La puerta se abrió y entró la señora Mendoza, ahora oficialmente jubilada, pero todavía visitando la oficina regularmente. ¿Qué haces aquí tan tarde, socio? pensando en cómo empezó todo esto.
¿Te refieres a tres ingenieros incompetentes abandonando mi obra? Ramón se rió. Exactamente. ¿Sabes qué es lo más irónico? Si esos ingenieros no hubieran sido tan arrogantes ese día, probablemente yo hubiera seguido con ellos y nunca te habría conocido. A veces las bendiciones vienen disfrazadas de problemas. Sabia como siempre, señora Mendoza.
Elena, después de tres años como socios, creo que puedes llamarme Elena. Ramón sonríó. Está bien, Elena. Ramón, hay algo que quiero decirte. Mañana voy a firmar los papeles para transferirte el 51% de la empresa. Quiero que seas el dueño mayoritario. Elena, no puedes hacer eso. Sí puedo y lo voy a hacer. Esta empresa es más tuya que mía.
Tú la construiste con tus manos y tu corazón. Yo solo puse el dinero inicial. Además, ya tengo más dinero del que necesitaré en lo que me queda de vida. Quiero ver a la empresa en manos de alguien que la ame como Miguel habría querido. Ramón sintió lágrimas en sus ojos. No sé qué decir. Di que seguirás haciendo lo que has estado haciendo.
Construir con integridad, tratar a la gente con dignidad y dar oportunidades a quienes las merecen. Al día siguiente, Ramón caminaba por la obra del nuevo proyecto en la colonia Roma, donde tres jóvenes albañiles acababan de ser contratados a través del programa de becas. los observó trabajar bajo la supervisión de Fernando, quien ahora enseñaba con la misma paciencia que Ramón le había enseñado a él. Su teléfono sonó. Era su madre.
Hijo, vi tu entrevista en el periódico. Estoy tan orgullosa de ti. Gracias, mamá. Todo esto es por ti. No, hijo, esto es por ti. Por tu trabajo duro, tu honestidad y tu buen corazón. Tu padre estaría tan orgulloso. Cuando colgó, Ramón se quedó parado en medio de la obra, escuchando el familiar sonido de las mezcladoras de concreto, el golpeteo de los martillos, las voces de los trabajadores coordinando tareas.
Era el sonido de su vida, el sonido de su pasión. miró hacia el cielo azul de la Ciudad de México y pensó en ese día, 3 años atrás, cuando tres ingenieros arrogantes habían abandonado una obra porque no querían resolver un problema. Ese momento de crisis había sido el inicio de la mayor bendición de su vida.
Porque a veces cuando las personas equivocadas se van es para hacer espacio para que lleguen las personas correctas. Y a veces los problemas más grandes son simplemente oportunidades disfrazadas. Ramón sonrió, se puso su casco de obra y caminó hacia donde los jóvenes albañiles trabajaban. Tenía una nueva generación que entrenar, nuevos valores que transmitir y nuevas historias que crear.
El ciclo continuaba y eso era exactamente como debía ser.
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Esclavo Embarazó a Marquesa y sus 3 Hijas | Escándalo Lima 1803 😱
En el año 1803 en el corazón de Lima, la ciudad más importante de toda la América española, sucedió algo…
“Estoy perdida, señor…” — pero el hacendado dijo: “No más… desde hoy vienes conmigo!”
Un saludo muy cálido a todos ustedes, querida audiencia, que nos acompañan una vez más en Crónicas del Corazón. Gracias…
La Monja que AZOTÓ a una esclava embarazada… y el niño nació con su mismo rostro, Cuzco 1749
Dicen que en el convento de Santa Catalina las campanas sonaban solas cuando caía la lluvia. Algunos lo tomaban por…
The Bizarre Mystery of the Most Beautiful Slave in New Orleans History
The Pearl of New Orleans: An American Mystery In the autumn of 1837, the St. Louis Hotel in New Orleans…
El año era 1878 en la ciudad costera de Nueva Orleans, trece años después del fin oficial de la guerra, pero para Elara, el fin de la esclavitud era un concepto tan frágil como el yeso
El año era 1878 en la ciudad costera de Nueva Orleans, trece años después del fin oficial de la guerra,…
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