Que lo disfruten. Al enviudar, Juliana quedó viviendo en la misma casa que su suegra. Aquella convivencia hacía que volver al hogar resultara doblemente insoportable. Sin embargo, un día, al pasar bajo la ventana, se detuvo en seco, paralizada por las palabras que alcanzó a escuchar.

Queridos amigos, la familia puede ser tanto fuente de fortaleza como causa de profundas heridas. La historia de hoy nos habla de personas que aún entre el dolor aprendieron a sanar el corazón del otro. Con un pañuelo negro en las manos, Uliana intentaba cubrirse la cabeza, incapaz de contener las lágrimas. “¿Y ahora por qué lloras?”, murmuró la suegra al entrar.

Con gesto altivo, le arrancó la tela oscura de entre los dedos y se la ató con brusquedad. “Intil! Ni siquiera eres capaz de hacer algo tan simple”, resongó antes de marcharse y dejarla sola con su pena. La mirada de la joven viuda se posó en el retrato de su esposo marcado con la cinta negra. Un soy le brotó de lo más hondo de la garganta, cayó sobre la cama y se hundió en la almohada, aullando como un animal herido.

La ausencia de su marido era insoportable. Hasta el último instante había confiado en que la medicina moderna vencería la enfermedad, pero el destino fue implacable. Juntos apenas habían compartido 3 años, un tiempo breve según cualquier medida. Aunque para Juliana cada uno de esos días había sido el más feliz de su vida a pesar del desprecio de su suegra.

De las puullas y reproches constantes, Uriana amaba a su esposo con toda el alma y rezaba sin descanso por su recuperación. ¿Cómo no hacerlo si él lo era todo para ella? Sus propios padres, aunque vivos, habían dejado de ser realmente parte de su vida hacía ya mucho tiempo. En el fondo, ella misma se reprochaba ciertos errores, pero el rencor hacia su madre y su padre nunca disminuía.

Su marido solía aconsejarle que aprendiera a perdonar y soltar el pasado, pero por más que lo intentaba, no lograba olvidar el ambiente en el que había crecido hasta los 17 años. Su casa natal permanecía en su memoria como un lugar ruidoso, cargado de malos olores y desasosiego. No eran alcohólicos empedernidos, pero disfrutaban beber en compañía.

Su hogar se llenaba con frecuencia de visitantes bulliciosos. La música sonaba a todo volumen, el aire se impregnaba del humo gris de los cigarrillos, flotaba el olor a licor fuerte y casi siempre, a comida quemada que su madre olvidaba en la cocina. En medio de aquella celebración perpetua, Uliana era siempre la invisible.

En esos días, sus padres apenas recordaban que existía, ni siquiera la alimentaban. Y si ella osaba aparecer en la cocina, la echaban a gritos y maldiciones. Pero aquello no fue lo que quebró para siempre su relación, sino lo ocurrido cierta vez. Uno de los invitados posó sus ojos sobre la muchacha. La desgracia pudo evitarse, pero cuando ella tuvo el valor de contarlo, sus propios padres la culparon.

Deja de moverte tanto y de provocar. Tú lo sedujiste y ahora te atreves a difamar a un buen hombre. Tenía 17 años. Aquella misma noche recogió sus pocas pertenencias en una pequeña bolsa y se marchó. Primero durmió en casas de amigas, después una maestra la acogió temporalmente y finalmente logró ingresar en la universidad donde le asignaron un cuarto en la residencia estudiantil.

Desde entonces se sostuvo sola y jamás volvió a visitar a sus padres, ni siquiera en las grandes fiestas. soñaba con borrarlos de su memoria, con abandonar aquella vida y comenzar de nuevo. Pero de una forma que le garantizaran no repetir jamás sus pasos, el camino fue duro. Recién graduada, pocos querían contratarla, el salario era escaso y el trato despectivo.

Aún así, apretando los dientes, alquilaba un cuartito a una anciana, se alimentaba de las pastas y cereales más baratos y guardaba lo poco que podía para su sueño, marcharse lejos. empezar en otro lugar y dejar atrás su pasado. Pero la vida tenía otros planes. La anciana tenía un nieto, un hombre de buena presencia, del que siempre había escuchado elogios.

Cuando por fin lo conoció, Uriana comprendió que había encontrado algo más poderoso que cualquier sueño. Había descubierto el amor. Al parecer también a él le llamó la atención, aunque ella era mucho más joven. Y la abuela, como si lo hubiera planeado, comenzó a acercarlos. Y sí, aquello dio resultado.

Pronto él la invitó a salir, luego a otra cita y más tarde la llevó a conocer a su madre en una gran casa particular. Aquella fue la primera vez que Ulia se encontró con su futura suegra y la experiencia estuvo lejos de ser la que había soñado y donde la encontraste, dijo la mujer sin pudor alguno, con un gesto de desdén. No había alguien mejor.

Tu abuela ya perdió la razón presentándote con muchachas así. Ni siquiera terminó de cenar, se levantó de la mesa y se marchó, dejando trás de sí un aire pesado de rechazo. Timur la tranquilizó con ternura. No te preocupes, simplemente no te conoce. Ya aprenderá a quererte, lo verás. Ulia quiso creer en aquellas palabras, pero ese día nunca llegó.

Incluso después de casarse, la madre de Timur no mejoró su trato hacia ella, y la convivencia bajo un mismo techo solo empeoró las cosas. La suegra mandaba en todo, criticaba constantemente y obligaba a la joven a hacerlo absolutamente todo, incluso aquello para lo que no tenía experiencia. Ulia jamás discutía, cumplía las órdenes con una sonrisa educada, aunque por las noches entre los brazos de Timur desahogaba en lágrimas la herida de tanto desprecio.

Después llegó la enfermedad y con ella la verdadera prueba. Hospitales, tratamientos, viajes a especialistas. hicieron lo imposible por salvarlo. Ulia lloró hasta quedarse sin lágrimas y él, aún debilitado, solo sabía sonreír. “No llores, amor”, le decía. “Aunque yo falte, me aseguraré de que no te falte nada.” “No tienes de qué temer.

Yo solo temo a una cosa”, susurraba ella, “perderte.” Cuando finalmente Timur partió, su madre no derramó una sola lágrima. Con rostro de piedra entregó a Ulia un calmante y un vaso de agua. y asumió todos los preparativos del funeral. Sin embargo, ni entonces le concedió descanso a la nuera. La obligaba a seguirla a todas partes como una sombra apagada que apenas se sostenía en pie.

Pero aquella no sería la última sacudida en la vida de Uia. Ella confiaba en que Timur, como había prometido, velaría por ella. Por eso quedó desarmada cuando su suegra le dijo con frialdad, “Puedes quedarte aquí, pero no olvides que la dueña de esta casa soy yo. Y no se te ocurra dejar tu trabajo, las penas no pagan las cuentas.

Timur ya no está y yo no soy tu niñera. Tendrás que aprender a valerte por ti misma.” El empleo de Ulia apenas le daba para sobrevivir y comprendió que debía buscar algo mejor remunerado. Lo logró, aunque su vida no se volvió más fácil. La suegra seguía tratándola como aún extraña y aunque intentaba disimularlo, también la muerte de su hijo la había consumido.

Adelgazó, se volvió más Ósca y apenas salía de su cuarto. A veces Ulia sentía como si viviera sola en aquella casa hasta que la suegra salía de su encierro y le recordaba su presencia. Si no hubiera sido por una amiga que la visitaba con frecuencia y la animaba a no derrumbarse, quizás se habría aislado del todo.

Un día, al volver más temprano de lo habitual, Ulia pasó bajo la ventana abierta y escuchó la voz de aquella amiga. Cina, no puedes enterrarte viva. Entiendo que lo de Timur fue un golpe terrible, pero tú sigues aquí, aún respiras. La suegra respondió tan bajo que Ulia tuvo que acercarse y pegarse al muro para oírla. Lo sé, pero no imaginas lo difícil que es.

Intento seguir adelante, pero ya no me quedan fuerzas. ¿Y qué hay de Ulia? Preguntó de pronto la amiga. Entonces la joven contuvo el aliento. Ella no sabe nada, susurró la suegra. Quemé la carta y bloqueé en su teléfono el número del notario mientras estaba en el baño. No se ha enterado de la herencia. Si lo descubre, se irá.

¿Lo entiendes, verdad? ¿Y por qué crees que hago todo esto? No quiero que se vaya. No puedo quedarme sola. ¿Quién me quedará si no es ella? Se ha vuelto como una hija para mí. Ella piensa que la odio, pero no. Todo lo hice con buenas intenciones. Timur me la trajo deshecha, flaca, con los ojos llenos de miedo, como un animal acorralado.

Nadie le había enseñado nada de la vida y yo la formé. Le enseñé lo poco que sabía. No confíé en ella para el funeral, era demasiado. Pero yo no soy eterna. Algún día será ella quien me cierre los ojos. Ulia se desplomó en silencio al escuchar aquellas palabras. Timur había cumplido su promesa y ahora lo comprendía.

Tras la dureza de su suegra se escondía un pánico atroz a la soledad. Decidida, entró en la casa. La madre de Timur y su amiga callaron al instante. “Pueden seguir, ya escuché todo”, dijo con calma. Luego se acercó a su suegra y la abrazó. No voy a irme a menos que usted misma me eche. Es cierto, nuestra relación no ha sido la más cálida, pero yo también la quiero y ya no me queda nadie más que usted.

Así que no hacía falta retenerme con engaños. Uleca, perdóname, ya la perdoné, pero la herencia nos hará falta. Vamos mañana al notario. Mire, el porche está torcido. El techo necesita arreglo. Y recuerde que Timur siempre soñó con construir un baño en el terreno. Cumplamos su deseo. La suegra no pudo responder. Lloraba desconsolada y su amiga también.

Ulia, en silencio, se secaba las lágrimas que caían sin descanso. Muchos años después, recordaría ese día con una sonrisa. El tiempo había pasado y juntas habían superado tantas pruebas. Continuaban siendo una familia. La suegra seguía viva, con buena salud e incluso más animada que entonces. Y todo porque Ulia le había dado lo más valioso. Nietos. Sí.

5 años después, Ulia volvió a casarse y tuvo dos niñas seguidas que colmaron de vida a su abuela. Ahora ya no tenía tiempo para la tristeza. Estaba ocupada, feliz y solo a veces, cuando la melancolía le rozaba el alma, levantaba la vista al cielo y susurraba, “Hijo, ¿ves? Todo está bien. Uia es una buena mujer.

Gracias por haberme dejado este regalo” y enseguida corría porque sus nietas la llamaban con risas y gritos. Queridos amigos, compartan sus emociones en los comentarios. Sus palabras siempre nos reconfortan. No olviden dejar su like y suscribirse. Que tengan un hermoso día.