Capítulo 1: Un Encuentro Inusual
Él era un simple vendedor de flores, un hombre de mediana edad con un corazón lleno de sueños y esperanzas. Cada domingo, se levantaba temprano, seleccionaba las flores más frescas y coloridas de su pequeño puesto en el mercado y se dirigía al cementerio. Allí, entre las tumbas y el silencio, vendía rosas blancas, su especialidad.
Cada domingo, ella aparecía. Era una hermosa mujer que irradiaba un aire de tristeza, con un vestido blanco que parecía flotar a su alrededor. Su presencia era hipnótica; la forma en que su silueta se deslizaba entre las tumbas lo fascinaba. Siempre compraba una rosa blanca, y él la observaba con una mezcla de admiración y melancolía.
Él sabía que su amor era imposible. Nunca había tenido el valor de hablarle más allá de las palabras de venta. Pero había algo en su mirada que lo mantenía atado a ella, una conexión inexplicable que lo hacía regresar cada semana.
Capítulo 2: La Decisión de Seguirla
Un día, mientras la observaba alejarse, algo cambió dentro de él. Se armó de valor, sintió que debía conocerla, que debía entender su tristeza. Sin pensarlo dos veces, decidió seguirla. La vio caminar con paso lento y solemne, y su corazón latía con fuerza.
La mujer se detuvo frente a una lápida, y él se quedó a unos pasos de distancia. La brisa jugaba con su cabello, y la luz del sol se filtraba a través de las nubes, iluminando su figura. Se acercó nerviosamente.
—¿Era un familiar? —preguntó, su voz traicionando un poco de nerviosismo.
Ella lo miró, y por un instante, el mundo pareció detenerse.
—No, en realidad. Soy yo —respondió ella, dejando al vendedor sin palabras—. A pocas horas de mi boda sufrí un derrame cerebral y fallecí… luego desperté aquí, junto a mi tumba. Estoy esperando el día en que mi prometido venga a visitarme, pero no lo ha hecho. Quisiera saber cuánto tiempo ha pasado…
El vendedor se acercó a la lápida y leyó la fecha: 14 de febrero de 1954. Su mente luchaba por comprender lo que escuchaba. No sabía si creerle, pero al ver los ojos de la mujer llenos de tristeza, supo que había algo real en su dolor. Sintiendo un nudo en el pecho al verla tan sola y perdida en el tiempo, tomó una decisión impulsiva.
—Toma —dijo, ofreciéndole la rosa que había traído—. Es el día de San Valentín. No deberías llorar.
Ella tomó la rosa, lo miró y sonrió con una dulzura que lo estremeció.
—Es la primera rosa que me regalan desde que llegué aquí… muchas gracias —susurró, abrazando la flor contra su pecho como si fuera lo más valioso del mundo.
Capítulo 3: Conversaciones en el Cementerio
La tarde transcurrió y, cuando el sol comenzó a esconderse, ella desapareció, desvaneciéndose como un suspiro. En ese momento, el vendedor lo entendió: no mentía. Ella ya no pertenecía a este mundo. Sin embargo, algo dentro de él se había encendido, una chispa de esperanza y curiosidad.
Cada domingo regresaba al cementerio con una rosa. Y cada domingo hablaban hasta que ella se iba, dejándolo con una sensación extraña, como si cada despedida le costara un poco más. Con cada encuentro, la comprendía mejor. Con cada encuentro, sentía que su corazón se unía más al de ella.
—¿Por qué no has ido a buscar a tu prometido? —le preguntó un día.
—No sé si él vendrá —respondió ella, sus ojos llenos de tristeza—. Mi amor por él fue tan fuerte que no puedo dejarlo ir, pero él no sabe que estoy aquí.
El vendedor sintió su dolor. Quería consolarla, pero sabía que había límites que no podía cruzar.
Capítulo 4: La Propuesta
Un día, mientras la tarde caía, ella le pidió algo que jamás pensó escuchar.
—Quédate para siempre —rogó—. No quiero estar sola aquí.
Él no lo dudó. Le dijo que sí antes de siquiera pensar en lo que significaba. En el fondo, supo que ya no le importaba nada más. Ella lo miró con una mezcla de esperanza y anhelo, y en ese instante, la conexión entre ellos se volvió palpable.
Ella se acercó, y con un gesto suave, lo besó. En ese instante, un frío indescriptible recorrió todo su ser. Fue un frío que borró sus pensamientos, sus recuerdos, su esencia. Sintió que su cuerpo se desplomaba, pero antes de caer, ella lo sostuvo con una delicadeza inesperada.
—Ahora estaremos juntos —murmuró la muerte, y él comprendió que su vida había cambiado para siempre.
Capítulo 5: El Nuevo Comienzo
Al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba en un lugar diferente. Todo parecía etéreo, como si estuviera en un sueño. A su lado, la mujer lo miraba con una sonrisa radiante.
—Bienvenido —dijo ella—. Ahora somos uno.
Él miró a su alrededor, sintiendo una mezcla de miedo y asombro. No había tumbas ni flores, solo un vasto paisaje de luz y sombras.
—¿Dónde estamos? —preguntó, sintiendo que su voz resonaba en el aire.
—Estamos en el limbo, un lugar entre el mundo de los vivos y el más allá. Aquí podemos estar juntos, pero hay un precio que pagar.
El vendedor sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de estar en el limbo lo aterraba.
—¿Qué precio? —preguntó con cautela.
—Tu vida en el mundo de los vivos. Has dejado todo atrás, y ahora debes aprender a vivir aquí.
Capítulo 6: La Vida en el Limbo
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Al principio, todo era nuevo y emocionante. Se paseaban por campos de flores eternas, y la mujer le mostró lugares que nunca había imaginado. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, la realidad del limbo se volvió más pesada.
—¿Puedes sentirlo? —le preguntó un día, mientras caminaban por un sendero de luz.
—¿Sentir qué? —respondió él, confundido.
—La tristeza de los que han quedado atrás. Ellos nos extrañan, y aunque estamos juntos, siempre habrá un vacío en sus corazones.
Él se quedó en silencio, sintiendo el peso de sus palabras. Aunque estaba feliz de estar con ella, también sentía la ausencia de su vida anterior, de su familia, de sus amigos.
Capítulo 7: La Visita de un Recuerdo
Un día, mientras caminaban, una figura familiar apareció ante ellos. Era su madre, que había estado llorando en su tumba. El vendedor sintió un dolor profundo al ver su tristeza.
—Mamá… —susurró, extendiendo la mano, pero ella no podía verlo.
—¿Por qué no vino a buscarme? —preguntó la mujer, su voz llena de angustia.
—No puedo, estoy atrapada aquí —respondió la mujer, su voz temblando—. Él eligió estar conmigo.
El vendedor se sintió dividido entre dos mundos. Quería consolar a su madre, pero también quería estar con la mujer que amaba. La tristeza se apoderó de él, y la mujer lo miró, comprendiendo su dolor.
—Debes decidir lo que realmente quieres —dijo ella suavemente—. No puedo ser tu única razón de vivir.
Capítulo 8: La Decisión Difícil
Esa noche, mientras la luz de la luna iluminaba el limbo, el vendedor reflexionó sobre su vida. Recordó a su madre, su vida en el mundo de los vivos, sus sueños y aspiraciones. Se dio cuenta de que, aunque amaba a la mujer, no podía ignorar el dolor que había dejado atrás.
—No puedo seguir así —dijo, sus palabras llenas de tristeza—. Te amo, pero no puedo dejar de pensar en los que he perdido.
La mujer lo miró con tristeza, comprendiendo su lucha interna.
—Si decides regresar, siempre estaré aquí, esperándote. Pero no puedo obligarte a quedarte.
Capítulo 9: El Regreso a la Vida
Con lágrimas en los ojos, el vendedor tomó una decisión. Deseaba regresar, no solo por su madre, sino también por él mismo.
—Quiero volver —declaró, sintiendo que su corazón latía con fuerza—. Quiero vivir de nuevo.
Ella lo abrazó, y en ese instante, sintió que el frío se desvanecía. La luz comenzó a envolverlo, y antes de que pudiera decir algo más, se desvaneció en un torbellino de colores.
Al abrir los ojos, se encontró de nuevo en el cementerio, con la rosa blanca en la mano. Todo había vuelto a la normalidad, pero su corazón estaba lleno de una nueva comprensión.
Capítulo 10: La Rosa de la Memoria
Cada domingo, regresaba al cementerio, pero ahora lo hacía con un propósito diferente. Ya no solo vendía flores; también llevaba una rosa blanca para recordar a la mujer que había amado en el limbo.
—Siempre estarás en mi corazón —susurraba mientras colocaba la rosa en su tumba, sintiendo que su espíritu aún lo acompañaba.
Con el tiempo, el vendedor de flores se convirtió en un símbolo de amor y esperanza en el vecindario. La gente lo conocía no solo por sus rosas, sino también por su capacidad para escuchar y consolar a quienes sufrían.
Capítulo 11: La Nueva Vida
A medida que pasaban los años, el vendedor se dedicó a ayudar a otros a encontrar consuelo en su dolor. Organizó eventos en el cementerio, donde las personas podían compartir sus historias y recuerdos.
—La vida es un ciclo —decía—. Aunque perdamos a quienes amamos, siempre llevaremos sus recuerdos con nosotros.
Un día, mientras hablaba con un grupo de personas, sintió una brisa suave. Miró hacia arriba y vio una figura familiar entre las flores. Era la mujer del limbo, sonriendo con dulzura.
—Has hecho un buen trabajo —dijo ella—. Estoy orgullosa de ti.
Él sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría.
—Siempre te llevaré conmigo —respondió, sabiendo que su amor nunca moriría.
Capítulo 12: El Legado del Amor
Con el tiempo, el vendedor de flores se convirtió en un anciano, pero su pasión por ayudar a los demás nunca disminuyó. Cada domingo, seguía vendiendo rosas blancas, recordando a la mujer que había amado y a todos aquellos que habían pasado por su vida.
—Cada rosa es un símbolo de amor —decía a los niños que venían a comprar flores—. Nunca olviden a quienes han amado.
Y así, el legado del vendedor de flores continuó, uniendo corazones y creando recuerdos que perdurarían por generaciones. Aunque la vida estaba llena de pérdidas, también estaba llena de amor, y él había aprendido a abrazar ambas cosas.
Epílogo: Un Amor Eterno
Años después, cuando el vendedor de flores cerró los ojos por última vez, se encontró en un lugar familiar. Allí estaba la mujer del limbo, esperándolo con los brazos abiertos.
—Te he estado esperando —dijo ella, sonriendo.
Él la abrazó, sintiendo que todo el dolor y la tristeza se desvanecían.
—Nunca dejé de amarte —respondió, sabiendo que finalmente estaban juntos de nuevo, en un lugar donde el amor no conoce límites.
Y así, su historia de amor continuó, uniendo dos almas que, aunque separadas por la muerte, siempre estarían destinadas a encontrarse una y otra vez.
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