—¡Apúrate, Julia, maldita inútil! ¡No quiero verte de regreso sin no traes dinero! —gritó Iván, mientras le arrojaba un abrigo raído.

Julia salió tambaleándose de la habitación oscura, con el cuerpo adolorido y la cara marcada por los golpes. A sus 20 años, la vida le había dado más lecciones de las que jamás pidió. Desde que había dejado su casa después de una discusión con su padre, las cosas solo habían ido cuesta abajo.

—Si sales por esa puerta, estarás muerta para mí —le había dicho su padre el día que decidió irse. Julia, cegada por el orgullo y las ansias de libertad, nunca imaginó que esas palabras serían la última vez que lo escucharía.

El frío de aquella noche era insoportable. Sus manos temblaban mientras ajustaba el abrigo alrededor de su cuerpo. Las calles estaban desiertas, y no había señales de un cliente que pudiera salvarla de la furia de Iván. Con cada paso que daba, sus piernas parecían más débiles, como si el mundo se estuviera cerrando a su alrededor.

Finalmente, se apoyó contra una pared, incapaz de continuar. El viento helado le cortaba la piel, y las lágrimas que resbalaban por su rostro se congelaban antes de llegar a su barbilla. Todo en ella estaba roto: su cuerpo, su alma, su dignidad. Y aún así, el miedo a volver con las manos vacías era más fuerte que el frío o la tristeza.

—Si no me traes dinero esta noche, te juro que te parto un brazo para que aprendas a esforzarte más —le había dicho Iván antes de empujarla hacia la calle.

Julia cerró los ojos, luchando contra el sueño que traía consigo la hipotermia. Sus rodillas cedieron, y estuvo a punto de caer al suelo cuando sintió que alguien la sujetaba con fuerza.

—¿Julia? —La voz profunda y familiar resonó en sus oídos. Ella abrió los ojos con dificultad, y lo vio. Era su padre.

—Papá… —susurró, su voz quebrándose en un llanto incontenible.

—Te he estado buscando, hija. Es hora de que vuelvas a casa —dijo él, con una calidez que ella no había sentido en mucho tiempo.

Julia sacudió la cabeza, aterrada. —No puedo. Si me voy, Iván… él… ha dicho que matará a mi familia si desaparezco.

El padre de Julia le sostuvo el rostro con suavidad, mirándola con la misma determinación que solía mostrar cuando arreglaba las cosas rotas en casa. —No te preocupes por eso, hija. Dime dónde vive ese hombre, y luego vete a casa. Yo me encargaré de todo.

Ella vaciló por un momento, pero finalmente le susurró la dirección antes de derrumbarse en los brazos de su padre.

***

Cuando Julia llegó a casa, su madre la recibió con un abrazo desesperado, llorando como si hubiera visto un milagro.

—¡Julia! ¡Mi niña! Te he echado tanto de menos… —La mujer la apretó con fuerza, como si temiera que desapareciera de nuevo.

Julia, agotada y aún temblando, murmuró: —He vuelto gracias a papá. Él vino a buscarme.

Su madre se apartó lentamente, con el rostro lleno de confusión. —¿Tu papá? Julia, ¿de qué estás hablando?

—Él me encontró esta noche. Me abrazó, me dijo que me estaba buscando… —La voz de Julia se apagó al ver la expresión de su madre.

—Hija… tu padre murió hace un año. Lo enterramos en el cementerio del pueblo.

Julia sintió un nudo en el pecho. —No… no puede ser. Él estuvo conmigo… me trajo de vuelta.

Antes de que su madre pudiera responder, el sonido de la radio interrumpió el momento. La voz del locutor anunció con tono grave:

—Última hora: el cuerpo de un hombre conocido como Iván Rodríguez fue encontrado esta noche en su residencia. Según fuentes, sufrió un aparente ataque que las autoridades están investigando. Se sabe que estaba relacionado con actividades ilícitas.

Julia dejó caer la taza que tenía en las manos. Sus piernas se doblaron, y tuvo que apoyarse en la mesa para no caer.

Su madre la miró preocupada. —¿Qué sucede?

—Él dijo que se encargaría… —susurró Julia, recordando las palabras de su padre. Entonces lo supo. Aunque en vida hubieran estado peleados, su padre la había protegido incluso después de la muerte.

Julia salió al jardín y miró al cielo, donde las estrellas brillaban con fuerza. —Gracias, papá —murmuró, mientras una cálida brisa parecía acariciar su rostro, llenándola de una paz que no había sentido en años.

FIN.