
[Aplausos] 9.97 segundos. Ese fue el tiempo que tardó una mexicana de 23 años en hacer que 70,000 gringos se tragaran sus palabras, que los comentaristas de ESPN se quedaran mudos y que la bandera de México ondeara más alto que nunca en el estadio más importante de Estados Unidos.
¿Quieres saber cómo una morra de Catepec que entrenaba con tenis piratas le cerró el hocico a todo un imperio deportivo? Quédate porque lo que vas a escuchar no es solo la historia de Paola Jimena. Es la prueba de que cuando un mexicano decide partirle su madre al destino, ni el mismísimo tío Sam puede detenerlo.
Era 28 de julio de 2024, Los Ángeles, California. El coliseo memorial hervía con 73,842 almas que habían pagado hasta $5,000 por boleto para ver la final de los 100 m lisos femeninos del mundial de atletismo. Las gradas estaban pintadas de barras y estrellas. Los gringos ya saboreaban otra medalla de oro. Su corredora estrella, Madison Williams, no había perdido una sola carrera en 3 años. Los medios ya tenían preparados los titulares. América domina otra vez.
Williams, la nueva leyenda. Estados Unidos inalcanzable. Pero en el carril siete, respirando profundo, mientras 70,000 voces coreaban USA USA, estaba ella, Paola Jimena Hernández, una mexicana que había llegado ahí, no gracias al sistema, sino a pesar de él. una atleta que había entrenado en una pista de terracería porque en su municipio el estadio oficial era solo para futbolistas.
Una guerrera que había vendido tamales en los semáforos para pagarse los pasajes al entrenamiento. Los comentaristas ni siquiera mencionaron su nombre en la previa. ¿Para qué si según ellos México estaba ahí solo para hacer bulto. La mexicana en el carril siete dijeron de pasada, como quien menciona el color del pasto. Ni siquiera se molestaron en pronunciar bien su apellido.
Pero Paola no estaba ahí por casualidad. Cada zancada que la había llevado a esa línea de salida tenía una historia. Cada músculo de sus piernas había sido forjado, no en gimnasios de primer mundo con nutriólogos y fisioterapeutas, sino en las calles empedradas de su barrio, esquivando baches y perros callejeros a las 5 de la mañana.
Mientras Madison Williams entrenaba con tecnología de punta que medía hasta su frecuencia cardíaca en tiempo real, Paola cronometraba sus tiempos con el celular de su hermano menor, un iPhone 6 con la pantalla estrellada. El contraste era brutal. Madison llegó al estadio en la camioneta oficial del equipo estadounidense.
Paola llegó en el metro porque el presupuesto de la delegación mexicana no alcanzaba para transportes individuales. Madison calentaba con su equipo de siete personas: entrenador principal, asistente, fisioterapeuta, psicólogo deportivo, nutriólogo, masajista y hasta un especialista en biomecánica.
Paola calentaba sola con su entrenador, don Roberto, que había pedido prestado para el boleto de avión y que llevaba la misma gorra deslavada de los diablos rojos desde hace 15 años. Pero ahí, en ese momento, paradas en sus bloques de salida, las dos eran iguales, o al menos eso creía el mundo. Lo que nadie sabía era que Paola llevaba un fuego que Madison jamás podría entender.
El fuego de quien ha tenido que pelear cada día de su vida. El fuego de quien ha escuchado mil veces que los mexicanos no nacimos para el atletismo. El fuego de una nación entera que estaba harta de ser subestimada. Cuando Paola se agachó para acomodarse en los bloques, cerró los ojos por un segundo.
En su mente no estaban los 70,000 gringos gritando. Estaban su mamá viéndola desde la tele de la tiendita de la esquina porque no tenía para cable. Estaba su barrio entero reunido en casa de doña Chelo porque era la única con pantalla grande. Estaban todos esos entrenadores mexicanos que le dijeron que mejor se dedicara al fútbol porque ahí sí hay futuro.
Estaban todos esos funcionarios que le negaron becas porque no tenía proyección internacional en sus marcas. La voz del juez retumbó en el estadio. El silencio que siguió fue tan profundo que Paola podía escuchar su propio corazón. No latía rápido, no estaba nerviosa, estaba cabrona, estaba lista. Estaba a punto de demostrarle al mundo entero que subestimar a México era el error más que podían cometer.
¿Te está gustando esta historia? Dale suscribir al canal y activa la campanita para no perderte como Paola Jimena y su historia, porque esto apenas comienza y lo que viene te va a volar la cabeza. En la siguiente parte descubrirás el momento exacto en que una niña de 8 años decidió que iba a ser la mujer más rápida del planeta, aunque eso significara enfrentarse a su propio padre.
Todo comenzó 15 años antes en una calle polvorienta de Catepec, donde los sueños olímpicos eran tan probables como que nevara en agosto. Paola Jimena Hernández tenía 8 años y una razón muy cabrona para correr. Su papá llegaba borracho cada viernes y alguien tenía que ir corriendo a avisar a su mamá para que escondiera el dinero de la renta.
No era una infancia de comercial de Nike. Era la realidad de millones de niños mexicanos que encuentran en sus piernas no un talento, sino una necesidad. Paola corría las seis cuadras desde la pulquería el último tren hasta su casa en menos de 2 minutos. Los borrachos del barrio empezaron a hacer apuestas a que la mocosa no llega en minuto y medio, a que sí, cabrón.
Y ahí, entre risas de borrachos y billetes de 20 pesos, nació la velocista más rápida que México jamás había producido. Su mamá, Esperanza, trabajaba en una maquiladora desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Su papá, cuando trabajaba era albañil, cuando no trabajaba, que era la mayoría del tiempo, era un dolor de cabeza con patas. Paola era la mayor de cuatro hermanos.
Ella Miguel de 6 años, las gemelas Fernanda y Sofía de cuatro. Todos morenos, todos flaquitos, todos con esa mirada que tienen los niños que han visto más de lo que deberían. El momento que cambió todo llegó un domingo de septiembre. En la tele de la vecina estaban pasando el mundial de atletismo de Osaka 2007.
Paola nunca había visto una carrera de velocidad profesional. Cuando vio a las mujeres en la línea de salida, algo hizo click en su cerebro. Eso es correr en serio, pensó. No es escapar, es volar. Esa misma tarde, con un gis que se robó de la escuela, Paola marcó una línea de salida y una de meta en la calle. 100 pasos exactos. Los contó tres veces para estar segura. Los vecinos se burlaban.
Órale, ya salió la Rigoberta Menchú, le gritaban porque ni siquiera sabían nombres de atletas mexicanas. Paola no les hacía caso. Corría una vez, descansaba, corría otra vez hasta que las piernas le temblaban y su mamá le gritaba que ya se metiera a hacer tarea.
La primera vez que alguien la tomó en serio fue gracias al profesor Martín, el de educación física de la primaria, Benito Juárez. Era un gordito bonachón que había sido mediocre atleta en su juventud, pero que tenía ojo para detectar talento. En las olimpiadas escolares de la zona, Paola no solo ganó los 100 m, los destrozó. Dejó a la segunda lugar a 15 m de distancia. El profesor Martín se acercó a Esperanza.
Señora, su hija tiene algo especial. Conozco a alguien que entrena atletismo en serio. Ese alguien era Roberto Mendoza, don Roberto para todos, un exatleta que había representado a México en los 80s sin pena ni gloria, pero que había dedicado su vida a entrenar chavos en una pistita culera que él mismo había improvisado en un terreno valdío.
Cobraba 50 pesos a la semana, pero cuando vio correr a Paola, le dijo a Esperanza, “A niña no le voy a cobrar, pero tiene que venir todos los días, todos, llueva, truene o relampaguee.” El problema era el transporte. De Catepeca al terreno de don Roberto había hora y media en transporte público. Tres camiones, 30 pesos diarios que Esperanza no tenía.
Fue entonces cuando Paola con 11 años tomó la decisión que definiría su carácter para siempre. Empezó a vender dulces en el recreo. Compraba una caja de mazapanes a 3 pesos cada uno. Los vendía a cinco. Con las ganancias pagaba sus pasajes. Su papá se enteró y se puso como loco. Correr. ¿Para qué chingados quieres correr? Las viejas no hacen deporte, se casan y tienen hijos.
Esa noche, por primera vez, Paola le contestó, “Pues yo no voy a ser como las viejas que tú conoces.” La cachetada que le dio la dejó sorda del oído izquierdo por tres días. Pero al cuarto día ahí estaba ella en el camión de las 5:30 de la mañana rumbo al entrenamiento. Don Roberto era un cabrón en el buen sentido.
No tenía tecnología, no tenía instalaciones, pero tenía algo que los entrenadores gringos con sus doctorados no tenían. Sabía entrenar con hambre, hambre literal y hambre de gloria. El músculo mexicano, le decía a Paola, se forja diferente. Nosotros no corremos porque queremos, corremos porque tenemos que hacerlo.
Y eso, mija, eso es lo que te va a hacer imparable. Los entrenamientos eran brutales. 5 a, calentamiento corriendo hasta la pista, 3 km. 6 a, ejercicios de técnica con llantas viejas y costales de arena. 7 a.m. Series de velocidad hasta que las piernas ya no respondían. 8 a.
Paola se cambiaba el pants por el uniforme escolar en el baño público del parque y se iba corriendo a la secundaria, literal corriendo, porque ya no había dinero para el camión de regreso. A los 14 años Paola ya era inalcanzable en las competencias estatales. Pero el Estado de México es una cosa, el país es otra y el mundo, el mundo ni siquiera sabía que existía.
En su primera competencia nacional en Guadalajara, Paola llegó en sexto lugar. Las niñas del norte de Sonora y Chihuahua, con sus piernas largas y su genética de otro mundo, la dejaron mordiendo polvo. Paola lloró toda la noche en el cuarto de hotel que compartía con otras tres atletas. Don Roberto la encontró en la madrugada sentada en las escaleras de emergencia. “¿Ya acabaste de chillar?”, le preguntó.
Es que ellas son mejores”, respondió Paola. No, mensa, ellas empezaron antes, pero tú tienes algo que ellas no tienen. ¿Qué? Ellas corren para ganar, tú corres para sobrevivir. Y créeme, mija, al final del día el que sobrevive es el que gana. Comenta desde qué lugar estás viendo este video.
También tuviste que luchar contra todo para perseguir tu sueño. Déjalo en los comentarios y dale like si Paola te está inspirando. A los 16 años, Paola Jimena ya era la promesa del atletismo mexicano que nadie quería reconocer. Había bajado su marca personal a 11.8 8 segundos en los 100 met. Un tiempo que la ponía entre las mejores juveniles del país.
Pero en México ser bueno no es suficiente si no tienes apellido, padrinos o lana. Y Paola no tenía ninguna de las tres. La primera vez que intentó entrar al Centro Nacional de Alto Rendimiento, Cenar, la rechazaron sin siquiera verla correr. No cumples con el perfil. le dijo un funcionario barrigón que claramente no había corrido ni al baño en los últimos 20 años.
El perfil, por supuesto, significaba no ser de Ecatepec, no entrenar en una pista de tierra y no llegar al tryout en camión. Pero don Roberto no era de los que se rendían fácil. Conocía el sistema. Había sido masticado y escupido por él décadas atrás. Mira, Paola”, le dijo mientras compartían un gato rey pirata que preparaban con tan de naranja y sal. “El sistema mexicano del deporte es como tu papá borracho.
Si le pides permiso, te va a decir que no. Pero si le demuestras que no lo necesitas, va a venir rogando.” Así que diseñaron un plan. Si México no la quería, que se enterara el mundo. Don Roberto gastó los ahorros de su retiro, 120,000 pesos que tenía guardados para emergencias médicas en inscribir a Paola en competencias internacionales juveniles. La primera fue en Guatemala.
Paola viajó en autobús, 14 horas de carretera, durmiendo sentada comiendo galletas Marías con cajeta. llegó, compitió con las piernas entumidas y aún así ganó. 11.6 segundos. Récord del evento. La noticia apareció en una esquinita de la sección deportiva del periódico Récord, pero alguien importante la leyó. Jorge Salcedo, exempatriado mexicano que había hecho fortuna con una cadena de gimnasios en California, vio el nombre de Paola y algo le llamó la atención.
investigó una mexicana de 16 años sin apoyo oficial. Corriendo esos tiempos, imposible, tenía que verlo con sus propios ojos. Salcedo apareció un martes cualquiera en el terreno valdío donde entrenaba Paola. Llegó en un BMW rentado que causó más revuelo en el barrio que si hubiera llegado el Papa.
Don Roberto lo recibió con desconfianza. En México, cuando alguien con dinero se acerca a un atleta pobre, usualmente no es para ayudar, sino para aprovecharse. Pero Salcedo era diferente. Él también había salido del barrio. Entendía. “Le voy a hacer una propuesta”, dijo Salcedo después de ver a Paola destrozar una serie de 200 m.
Yo pago todo, entrenamiento, nutrición, competencias, lo que necesite, pero tiene que irse a entrenar a Estados Unidos 3 meses al año y cuando gane, cuando sea famosa, quiero que todo mundo sepa que una empresa mexicana la apoyó cuando su propio país le dio la espalda.
Esperanza, la mamá de Paola, lloró cuando escuchó la propuesta. Era demasiado bueno para ser verdad. Tenía que haber trampa, pero no la había. Salcedo cumplió. Al mes siguiente, Paola estaba entrenando en Chula Vista, California, en instalaciones que parecían sacadas de una película de ciencia ficción.
Pista de tartán de última generación, gimnasio con aparatos que ni sabía que existían. Nutriólogos que le diseñaron una dieta que no consistiera en frijoles y tortillas. Pero lo más impresionante no fueron las instalaciones, fue darse cuenta de que no era inferior a nadie. Las gringas, las jamaquinas, las europeas que entrenaban ahí no eran extraterrestres, eran atletas como ella.
La diferencia no era genética, era de oportunidades. Y ahora, por primera vez en su vida, Paola tenía las mismas oportunidades. El primer mes fue un infierno. Su cuerpo, acostumbrado a la desnutrición controlada, no sabía qué hacer con tanta proteína. Subió 5 kg de puro músculo. Sus tiempos empeoraron. Los entrenadores americanos empezaron a murmurar que Salcedo había desperdiciado su dinero, que la mexicanita no tenía nivel, que mejor la regresaran a su país.
Pero entonces llegó Brad Thompson, un entrenador veterano que había trabajado con algunos de los mejores velocistas del mundo. Vio a Paola entrenar y notó algo que los demás no veían. Esta chica no corre con las piernas”, le dijo a su asistente.
“Corre con el corazón y eso no se entrena, se nace con ello o no se tiene.” Thompson tomó a Paola bajo su tutela, pero no intentó cambiarla. No intentó convertirla en una atleta americana. En lugar de eso, potenció lo que ya tenía. “Tu rabia”, le decía, “esa rabia que sientes cada vez que alguien te subestima, no la escondas. Úsala, conviértela en velocidad. El cambio fue inmediato. En su primera competencia después del entrenamiento con Thompson, Paola corrió 11.
2 segundos, en la segunda 11.1. En la tercera rompió la barrera de los 11 segundos. 1098. A los 17 años Paola Jimena se convirtió en la mexicana más joven en correr por debajo de los 11 segundos. y lo había hecho compitiendo contra universitarias americanas que le sacaban 5 años de edad. La noticia explotó en México.
De repente, los mismos funcionarios que la habían rechazado empezaron a llamar. Querían que Paola regresara, que entrenara en el Senar, que representara a México en los Panamericanos Junior. Le ofrecieron una beca de 8000 pesos mensuales como si fuera una fortuna. Paola los mandó a la educadamente, pero los mandó a la No, gracias, respondió en una carta que don Roberto ayudó a redactar. Cuando más los necesité, me dieron la espalda.
Ahora no los necesito. Voy a representar a México porque amo a mi país, no a sus instituciones. Y cuando gane va a ser a pesar de ustedes, no gracias a ustedes. La Federación Mexicana de Atletismo se puso furiosa. Amenazaron con no convocarla para competencias internacionales, pero Salcedo tenía buenos abogados.
Y más importante, Paola tenía tiempos que México necesitaba si quería figurar en algo. Era un Mexican standof y Paola no iba a parpadear primero. 2019 fue el año en que todo se fue a la Paola tenía 18 años. Acababa de graduarse de la prepa a distancia porque entrenar no le dejaba tiempo para clases presenciales y estaba en la mejor forma de su vida. 10. 89 segundos en los 100 m.
Sexta mejor marca mundial del año en su categoría. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 estaban a la vuelta de la esquina y por primera vez México tenía una velocista real con posibilidades de hacer algo histórico. Pero el destino es un hijo de la chingada con un sentido del humor bien Fue en una competencia en Phoenix, Arizona.
Marzo, clima perfecto, pista rápida. Paola estaba en el carril cinco, su favorito. El pistoletazo sonó y Paola salió como bala. 30 m, perfecta, 50 m, iba primera. 60 m, el público se levantó de sus asientos. 70 m y entonces, crack. El sonido fue tan fuerte que lo escucharon hasta en las gradas, como si alguien hubiera roto una rama seca.
Pero no era una rama, era el tendón de aquiles derecho de Paola, completo, roto, destrozado. Paola cayó como si le hubieran disparado. El dolor era tan intenso que ni siquiera podía gritar. Solo podía apretar los dientes mientras las lágrimas salían sin control. Las otras corredoras pararon. El estadio entero se quedó en silencio.
En la repetición de la televisión se podía ver el momento exacto. El pie derecho de Paola plantándose mal, el tendón estirándose más allá de su límite y snap. Don Roberto bajó corriendo a la pista. Cuando vio el pie de Paola colgando en un ángulo antinatural, supo que era grave, muy grave. Los paramédicos la subieron a la camilla mientras Paola repetía una y otra vez, “No puede ser, no puede ser.
Los olímpicos, don Roberto, los Olímpicos. El diagnóstico fue devastador. Ruptura completa del tendón de Aquiles, posible daño nervioso, mínimo un año de recuperación. El doctor, un gringo con cara de que nunca había tenido que luchar por nada en su vida, fue brutalmente honesto. Podrás volver a caminar normal, correr, tal vez competir a nivel élite. Lo dudo mucho.
El 90% de los atletas que sufren esta lesión nunca recuperan su nivel anterior. Paola pasó las siguientes 48 horas en shock. No lloraba, no hablaba, solo miraba al techo del hospital mientras su mundo se derrumbaba. Su mamá voló desde México con dinero prestado. Sus hermanos mandaron mensajes de audio porque no tenían para la llamada internacional.
Salcedo pagó la cirugía, la mejor disponible, pero ni todo el dinero del mundo podía garantizar que Paola volvería a correr como antes. La depresión le pegó como un tren de carga. Durante tres meses, Paola no quiso saber nada del atletismo. Se encerró en el departamento que Salcedo le rentaba en San Diego.
Comía pura comida chatarra. Subió 15 kg. veía Netflix todo el día, no contestaba llamadas. Don Roberto viajó desde México para verla y Paola ni siquiera le abrió la puerta. Fue su hermano Miguel quien la sacó del hoyo. Llegó un día sin avisar, tocó la puerta hasta que los vecinos amenazaron con llamar a la policía y cuando Paola finalmente abrió, le dijo, “No Paola.
Todo el barrio te está echando porras y tú aquí sintiéndote lástima. Mi hermana no es una rajada. Mi hermana es la cabrona que le cayó el hocico a todos los que dijeron que no podía. ¿O ya se te olvidó de dónde vienes? Miguel había traído algo. Un video en su celular. Era una grabación de una posada en Ecatepec, todo el barrio reunido. Una manta enorme que decía Paola Jimena.
El barrio está contigo. Niños, viejos, borrachos, amas de casa, todos mandando mensajes de apoyo. Échenle ganas, Paolita. Usted puede, guerrera. El barrio la espera para celebrar. Paola lloró como no había llorado desde que era niña. Lloró por la lesión, sí, pero también lloró por darse cuenta de que su sueño no era solo suyo, era de toda esa gente que nunca había tenido un héroe que se pareciera a ellos.
Era de todos los morros de barrios culeros que necesitaban creer que sí se podía salir del hoyo. Al día siguiente, Paola volvió al gimnasio. No a correr, ni siquiera podía caminar bien, pero a hacer lo que pudiera. Ejercicios de brazos, abdominales, lo que fuera. El fisioterapeuta le advirtió que estaba yendo muy rápido. Paola le contestó, “No tengo tiempo para ir lento. Los olímpicos son en un año.
Los olímpicos se pospusieron por el COVID”, le informó el terapeuta. Ahora son en 2021. Paola sonrió por primera vez en meses. El universo le había dado un año extra, un año para hacer lo imposible. La rehabilitación fue un infierno diseñado por el mismísimo 6 horas diarias de terapia, ejercicios que la hacían llorar del dolor, noches sin dormir por los calambres, pero cada día 1 milímetro de progreso.
Primero caminar sin cojear, luego trotar despacio, después correr suave. 6 meses después de la lesión, Paola pisó una pista de atletismo por primera vez. Don Roberto cronometró su primer 100 met post lesión, 14 segundos, más lento que una niña de secundaria. Paola sonrió. Es un comienzo dijo. Nadie esperaba ver a Paola Jimena en Tokio, ni siquiera ella misma, si era honesta.
A un año de la lesión, su mejor tiempo era 11.4 segundos. Bueno, pero no suficiente para los olímpicos. Necesitaba 11.15 para la marca mínima. Tenía 3 meses para bajar 3 décimas. En el mundo del atletismo, tres décimas son una eternidad. Pero entonces llegó la noticia que cambió todo.
La Federación Mexicana, en un ataque de desesperación, porque ninguna de sus otras velocistas daba el ancho, decidió dar un wildcard para el selectivo nacional. Solo había dos lugares para los 100 metros femeninos y había siete candidatas. Paola era la séptima en el ranking, la que menos posibilidades tenía. El selectivo fue en Querétaro, junio de 2021.
42 gr de calor, pista lenta, condiciones de la Perfectas para Paola, que había entrenado en peores condiciones toda su vida. Las favoritas eran Patricia Domínguez, hija de un exfutbolista famoso, entrenada en España y Carolina Ramírez, becada del Tec de Monterrey con todos los recursos del mundo. Primera ronda eliminatoria.
Paola salió en el hit más difícil con las tres mejores ranqueadas. La estrategia era simple, correr como si no hubiera mañana. Cuando sonó el disparo, Paola no corrió. voló. Las piernas respondieron como si nunca se hubieran roto. La rabia acumulada de un año de rehabilitación salió convertida en velocidad pura. 11.18 segundos. Había bajado dos décimas de golpe. Pasó a la final. En la final ocho corredoras para dos lugares.
Paola en el carril uno. El peor de todos pegado a la curva. Patricia Domínguez en el cu. Carolina Ramírez en el cinco. Los comentaristas de televisión ya daban por hecho quiénes irían a Tokio. Paola Jimena hizo un gran esfuerzo viniendo de una lesión, pero será difícil que supere a las favoritas. Don Roberto le dio el último consejo antes de la carrera.
No corras contra ellas. Corre contra el tiempo. Corre contra todos los que dijeron que no podrías volver. corre como si tu vida dependiera de ello. El estadio se silenció. En sus marcas, Paola se acomodó en los bloques. El tendón reconstruido pulsaba, no de dolor, sino de anticipación. Listos. Se levantó a posición de salida.
En las gradas su mamá rezaba el rosario a toda velocidad. Bang. Paola salió mal, última en los primeros 10 m, pero no entró en pánico. Sabía que su fuerza estaba en la segunda mitad de la carrera. 130 seguía séptima, 150 sexta 160 el público empezó a notar algo. La del carril uno venía como endemoniada. 170 Paola ya era cuarta. 80 tercera. 190. Las piernas de Patricia Domínguez empezaron a acalambrarse.
La presión, el calor, los nervios. Los últimos 10 met fueron eternos. Paola, Carolina Ramírez y Patricia Domínguez, hombro con hombro. El público de pie, don Roberto gritando hasta quedarse sin voz. La madre de Paola con los ojos cerrados, sin atreverse a mirar. Foto finish.
Los jueces tardaron 5 minutos en decidir, 5 minutos que parecieron 5 años. Finalmente el resultado apareció en la pantalla. Carolina Ramírez, 118, Paola Jimena 1109, Patricia Domínguez 11. Oncente Paola había corrido 1109, récord personal, marca olímpica. A dos años de que le dijeran que nunca volvería a competir, cayó de rodillas en la pista y lloró. Don Roberto corrió a abrazarla. Lo lograste, mi hija.
Vas a los pinches olímpicos. Tokio fue surrealista. Por el COVID no había público. Los estadios vacíos le daban un aire apocalíptico a todo. Pero a Paola no le importaba. Estar ahí usando el uniforme de México, aunque fuera el que les dieron de una talla que no era la suya, era suficiente.
En la primera ronda corrió 111, pasó por tiempo. En la segunda ronda 11:05, nuevo récord personal, pasó a semifinales. Los medios mexicanos empezaron a prestar atención. La sorpresa mexicana la llamaban como si no hubiera estado partiendo madres por años. Las semifinales eran otro nivel. Estaban las jamaquinas, las americanas, las mejores del mundo.
Paola salió en la semi más difícil. Solo las dos primeras pasaban directo a la final. Necesitaba el mejor rendimiento de su vida y lo tuvo. Por 60 m Paola iba tercera. en posición de clasificar. Pero en los últimos 30 m, Shakarry Richardson, la estrella americana, aceleró como solo ella podía. Paola terminó cuarta, 10.99 segundos.
Por primera vez en su vida había bajado de 11 segundos, pero no fue suficiente para la final. No importó. México enloqueció. Una mexicana de Catepec corriendo sub1 en unos olímpicos. Los mensajes llovieron. El presidente la mencionó en la mañanera, aunque pronunció mal su nombre. Marcas que nunca la habían pelado, ahora querían patrocinarla. Pero Paola sabía que esto era solo el principio.
En la Villa Olímpica vio la final femenina de 100 met. Ela Thompson ganó con 10. 61. Paola hizo cuentas, le faltaban 38 centésimas, un abismo, pero 3 años antes le faltaban 2 segundos. Todo era posible. Después de Tokio todo cambió y nada cambió. Paola regresó a México como heroína nacional por una semana.
Entrevistas, portadas de revistas, hasta salió en un comercial de una marca de electrodomésticos. Porque las marcas deportivas grandes seguían sin pelarla. Pero cuando el ruido mediático se apagó, Paola seguía siendo la misma, una atleta mexicana peleando contra el sistema. El gobierno le prometió una beca vitalicia, 25,000 pesos mensuales, para que se dedique al deporte al 100%. Paola se rió.
Con eso apenas pagaba la renta de un departamento decente cerca de donde entrenaba. Salcedo seguía poniendo el resto, pero Paola sabía que no podía depender de la caridad para siempre. 2022 empezó con una decisión difícil, mudarse definitivamente a Estados Unidos, no porque quisiera, sino porque necesitaba. En México seguía entrenando en pistas de segunda con fisioterapeutas que aprendieron en YouTube comiendo lo que podía pagar.
En Estados Unidos, con Salcedo y ahora con algunos patrocinios menores, tenía acceso a lo que las élites mundiales tenían. El barrio lo sintió como una traición. Ya se agringó la Paola, decían algunos. Se olvidó de donde vino. Los comentarios en redes sociales eran venenosos, mexicanos atacando a una mexicana por hacer lo necesario para triunfar.
El cangrejo más mexicano de todos, jalando hacia abajo al que intenta salir del bote. Pero Paola tenía la piel gruesa. Cada comentario negativo lo convertía en combustible. Entrenaba seis días a la semana, dos sesiones diarias. En la mañana pista, en la tarde gimnasio. Su cuerpo se transformó. Los 52 kg de flacucha de Catepec se convirtieron en 58 kg de puro músculo.
Sus piernas parecían esculpidas por Miguel Ángel, si Miguel Ángel hubiera sido mexicano y supiera lo que es correr para salvarse la vida. Brad Thompson, su entrenador americano, estaba obsesionado con los detalles. Analizaba cada zancada de Paola en cámara lenta. “Tu salida sigue siendo lenta”, le decía. pierdes 2 décimas en los primeros 30 m.
Si arreglamos eso, puedes correr 10.7. 10.7. El número se convirtió en una obsesión. Era la barrera entre ser buena y ser élite, entre ganar competencias nacionales y ganar medallas mundiales. Paola se dormía visualizando ese tiempo en el cronómetro. Se despertaba soñando con él. La primera competencia importante de 2022 fue el prefontén classic en Oregon, la élite de la élite.
Paola era la única latina en la competencia. Cuando presentaron a las atletas, el estadio explotó en aplausos para las americanas y jamaquinas. Para Paola un aplauso educado como el que le das al mesero que te trae los nachos. Pero Paola no venía por aplausos, venía a demostrar algo. Cuando sonó el disparo, algo había cambiado.
Su salida, siempre su punto débil, fue explosiva. A los 30 m iba quinta de ocho, nada mal. A los 50 cuarta. A los 70 el comentarista de ESPN gritó, “¡Atención a la mexicana!” En el carril siete, los últimos 20 m, Paola entró en una zona que los atletas llaman Flow. No pensaba, solo corría, no sentía las piernas, solo volaba. Cruzó la meta y ni siquiera miró el cronómetro. No necesitaba.
Sabía que había sido especial. 10.78 segundos. Tercera lugar detrás de dos jamaquinas. Pero más importante, era la mejor marca de una mexicana en la historia. Había roto un récord que tenía 20 años. Los medios mexicanos, los mismos que la habían ignorado, ahora no podían dejar de hablar de ella, pero con la fama llegaron los buitres.
Un agente deportivo gringo, Richard Colman, apareció con una oferta. Te consigo patrocinios millonarios, pero tienes que correr para Estados Unidos. Te podemos dar la ciudadanía en 6 meses. Bien salo. Paola Jimena, la primera latina en ganar oro olímpico para Team USA. Paola lo mandó a la en español y en inglés para que no quedaran dudas.
Prefiero correr descalsa para México que con Nikes de oro para Estados Unidos le dijo. La respuesta se hizo viral. Paola es México. Fue trending por tr días, pero los trending topics no pagan las cuentas y Paola sabía que para el siguiente nivel necesitaba más, más recursos, más apoyo, más todo. Fue entonces cuando apareció ella.
Madison Williams, la reina indiscutible de la velocidad americana. Rubia, Ojos azules, el sueño húmedo del marketing deportivo gringo. En una entrevista le preguntaron sobre las velocistas emergentes. Madison sonrió con esa sonrisa de comercial de pasta dental. Hay algunas chicas corriendo buenos tiempos, la mexicana, por ejemplo.
Es inspirador ver lo que pueden lograr con recursos limitados, pero al final del día la genética es la genética y algunas simplemente nacimos para esto. El comentario era condescendiente, racista y cabrón. Justo lo que Paola necesitaba escuchar. Esa noche le mandó un mensaje a don Roberto. ¿Viste lo que dijo esta Ahora sí se prendió esto. Don Roberto respondió con un emoji de fuego y tres palabras: “Hazla sangre.
El Mundial de atletismo 2023 en Budapest sería la primera oportunidad. Pero antes Paola necesitaba bajar más. 10.78 78 no sería suficiente para vencer a Madison, que tenía un personal best de 1049. Paola necesitaba encontrar esas tres décimas perdidas en algún lugar. Las encontró en el lugar más inesperado. En su mente.
El psicólogo deportivo se llamaba Doctor Yamamoto, un japonés mexicano que había trabajado con medallistas olímpicos, pero que cobraba lo que Paola podía pagar, porque según él los mexicanos tenemos que apoyarnos. En su primera sesión le hizo una pregunta que la dejó congelada. ¿Por qué crees que mereces ganar? Paola empezó con las respuestas obvias.
Porque entrenaba duro, porque había superado una lesión, porque representaba a millones de mexicanos. Yamamoto la detuvo. No, esas son razones para competir. Te pregunté por qué mereces ganar. ¿Qué te hace mejor que Madison Williams? La verdad la golpeó como un puñetazo. En el fondo no creía ser mejor. Podía entrenar como animal, podía tener toda la rabia del mundo, pero cuando se paraba al lado de las gringas y las jamaquinas, una vocecita en su cabeza susurraba, “Ellas son las verdaderas atletas.
Tú solo eres una mexicana que corre rápido. Yamamoto trabajó con ella se meses en reprogramar esa voz. Técnicas de visualización donde Paola no solo se imaginaba ganando, sino mereciendo ganar. Ejercicios donde escribía 100 veces, “Soy la mejor velocista del mundo.” Hasta que su mano se acalambraba.
sesiones de hipnosis donde revivían cada momento de duda y lo reescribían con confianza. El cambio mental vino acompañado de un cambio técnico brutal. Thompson trajo a un especialista en biomecánica que filmó a Paola con cámaras de alta velocidad. El diagnóstico estaba desperdiciando energía en micromovimientos innecesarios. Su brazo izquierdo se desviaba 3 grados de más.
Su pie derecho aterrizaba 2 mm fuera del ángulo óptimo, detalles invisibles al ojo humano, pero que sumaban décimas preciosas. Corregir estos detalles fue como aprender a correr de nuevo. Miles de repeticiones, dolores en músculos que ni sabía que existían. Pero para mayo de 2023, dos meses antes del Mundial de Budapest, los resultados empezaron a aparecer. En una competencia en Monteclo, Paola corrió 10.
71, en otra en París 10.68. Estaba acercándose Madison Williams, mientras tanto, parecía inalcanzable. Había corrido 10.48 en los trials americanos. Los medios ya la coronaban campeona mundial antes de competir. Nike le había dado un contrato de 10 millones de dólares. Tenía su propia línea de ropa. Era la cara del atletismo femenino mundial.
Cuando llegó Budapest, Paola era una nota al pie. Los medios hablaban de Madison, de las jamaquinas, de la nueva sensación británica. México había mandado una delegación de 12 atletas. Paola era la única con posibilidades reales de medalla, pero ni la propia federación mexicana lo creía. En la primera ronda, Paola corrió controlada. 1095 suficiente para pasar.
Los comentaristas ni la mencionaron. En la segunda ronda soltó un poco más. 10.63. Pasó a semifinales. Empezaron a notarla. La mexicana está corriendo tiempos interesantes”, dijo uno, como si fuera una curiosidad antropológica. Las semifinales. Paola cayó en la misma que Madison Williams. Era la primera vez que corrían juntas. Madison en el carril 4, Paola en el siete.
Cuando se presentaron, Madison ni siquiera volteó a verla. Para ella, Paola era solo otro obstáculo menor hacia su coronación inevitable. El disparo. Madison salió como siempre, perfecta, mecánica, imparable. Paola salió mejor que nunca, pero aún iba segunda a los 50 m. Pero entonces, en la segunda mitad, algo mágico pasó. Las correcciones técnicas, el trabajo mental, la rabia acumulada, todo hizo click. Paola empezó a acelerar mientras las demás mantenían velocidad. 170.
Estaba a la par de Madison. 180, media cabeza adelante. 190 Madison empezó a apretar los dientes. Señal de desesperación. La meta. Foto finish. Ambas miraron la pantalla. Paola Jimena Mex 1061. Madison Williams Wes 1062. Paola había ganado por una centésima, pero había ganado. Había vencido a la invencible. Madison Williams.
El estadio quedó en silencio por un segundo, procesando lo que acababa de pasar. Luego, los pocos mexicanos presentes estallaron. Paola cayó de rodillas, no de cansancio, sino de incredulidad. 10.61. Récord nacional, récord de Norteamérica, excluyendo a Estados Unidos. Y sobre todo había vencido a la que decía que la genética era insuperable.
Madison se acercó a felicitarla forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos. “Buena carrera”, dijo entre dientes. “Suerte en la final.” No era suerte, era trabajo, sangre, sudor y años de escuchar que no era suficiente. La final sería al día siguiente. Ocho mujeres, tres medallas. Paola ya había demostrado que podía competir con cualquiera. Ahora tenía que demostrar que podía ganar a todas.
La noche antes de la final, Paola no durmió, no por nervios, sino por emoción. Llamó a su mamá a Ecatepec. Eran las 4 de la mañana en México, pero Esperanza contestó al primer timbre. ¿Cómo te sientes, mija hija? Como si fuera a cambiar el mundo. Mamá, ya lo cambiaste, Paola. Ya lo cambiaste.
La final del Mundial de Budapest 2023 sería recordada como una de las mejores carreras de la historia, pero nadie lo sabía aún. 23 de julio de 2023, Budapest, Hungría. 9:47 pm, hora local, 2:47 pm en México, la final de los 100 m lisos femeninos del campeonato mundial de atletismo. En Ecatepec, las calles estaban vacías, todo mundo pegado a una pantalla.
En la tiendita de doña Chelo, 200 personas apiñadas viendo una tele de 32 pulgadas. En el Zócalo de la Ciudad de México, pantallas gigantes transmitiendo en vivo. En Los Pinos dicen que hasta el presidente paró su junta para ver. Ocho carriles, ocho mujeres, un título mundial. Carril 1, Dina Asher Smith, Gran Bretaña. Carril 2.
Marie José Talú, costa de marfil. Carril 3, Julian Alfred, Santa Lucía. Carril 4. Shelly Annan Fraser Price Jamaica. Carril 5 Shacarry Richardson, Estados Unidos. Carril 6, Marrison Williams, Estados Unidos. Carril 7, Paola Jimena, México. Carril 8o, Daril Neita, Gran Bretaña. Cuando presentaron a Paola, el estadio estalló.
No solo los mexicanos, el mundo ama una historia de superación y Paola era la definición viviente de ello. Madison Williams la miró por primera vez, ya no con desprecio, sino con respeto forzado. Shakarcarri Richardson, la otra americana, le guiñó un ojo. “Que gane la mejor”, le dijo. Paola se acomodó en los bloques, cerró los ojos. En su mente no estaba en Budapest.
Estaba en esa calle polvorienta de Catepec corriendo para avisar que su papá venía borracho. Estaba en el terreno valdío de don Roberto con las piernas sangrando después de caer en la grava. Estaba en el hospital después de romperse el tendón, jurando que volvería. Estaba en cada momento en que le dijeron que no podría.
En sus marcas, 40,000 personas conteniendo la respiración. En México, 130 millones de corazones latiendo al unísono. Listos. Paola levantó la cadera, cada músculo tensado como un resorte, el tendón reconstruido pulsando con vida propia, las manos apoyadas en la línea, los dedos blancos de la presión. El silencio antes del disparo duró una eternidad. Bang.
La salida más rápida de la vida de Paola. 121 segundos de reacción, pero Shakarri fue más rápida, 0.108. A los 10 met Richardson iba primera, Paola quinta, normal. La salida nunca había sido su fuerte, 20 m. Paola empezó a encontrar su ritmo. Cuarta, 30 m. Las piernas respondieron como nunca. Tercera, empatada con Madison Williams, 40 met.
Fraser Price empezó a mostrar por qué era la campeona defensora, pero Paola no se inmutó. Segunda, 50 m, la mitad de la carrera, 5.61 segundos. Paola iba segunda detrás de Richardson por dos centésimas. Fue en los siguientes 20 m donde la carrera se definió, el punto donde las piernas empiezan a llenar de ácido láctico, donde la velocidad se mantiene o se pierde, donde los campeones se separan del resto. 60 m. Paola y Richardson hombro a hombro. El estadio enloqueció.
70 m. Por primera vez en la carrera, Paola tomó la delantera por un centímetro, por nada, pero iba adelante, 80 met. Richardson respondió, Maddison Williams venía como tren por el carril 6. Fraser Price no se rendía. Cuatro mujeres separadas por el grosor de un papel, 85 m. El comentarista de ESPN gritó, “Es imposible separarlas. 90 m, 10 m para la gloria o el olvido.
Paola dejó de ser humana. Se convirtió en pura voluntad, pura velocidad, pura rabia convertida en movimiento. Ya no corría con las piernas, corría con el alma de todo México empujándola 95 m. Madison Williams hizo su movimiento final, esa aceleración imposible que la había hecho invencible. Shakarcarry Richardson sacó todo lo que tenía. Fraser Price voló como solo ella podía.
97 m. Imposible saber quién ganaba. 98 m. Paola estiró el pecho. 99 m. Las cuatro llegaron como una sola, 100 m. El cronómetro oficial tardó 30 segundos en mostrar los resultados. 30 segundos en los que México entero dejó de respirar. En Ecatepec, la mamá de Paola se desmayó de la tensión.
Don Roberto mordía su gorra. Salcedo tenía las manos en la cabeza. Los resultados aparecieron. Paola Jimena, Mex 1058. Récord nacional. Shakarcry Richardson USA 1059. Madison Williams, USA 1060. Shelly Ann Fracer Price Jam 1061. Paola Jimena, campeona mundial. La primera mexicana en ganar un oro mundial en velocidad.
La mujer que había corrido descalza en Ecatepec acababa de vencer a las mejores del mundo. El estadio explotó. Paola cayó de rodillas y golpeó la pista con los puños, gritando algo que las cámaras no captaron, pero que después reveló. Por todos los que no pudieron, por todos los que no los dejaron. La bandera de México se hizó en el estadio de Budapest mientras sonaba el himno nacional.
Paola en el podio, no intentó contener las lágrimas. Cantó el himno a todo pulmón, desafinada, hermosa, perfecta. En México dicen que el grito se escuchó hasta en Guatemala. Carros pitando, fuegos artificiales, gente llorando en las calles. El presidente declaró el día siguiente como día de celebración nacional.
Ecatepec nombró una calle en honor a Paola. Don Roberto fue cargado en hombros por todo el barrio. Pero para Paola parada en ese podio con la medalla de oro al cuello, el momento más dulce fue ver a Madison Williams tener que pararse en el podio abajo de ella. La genética al final había perdido contra el corazón.
En la conferencia de prensa le preguntaron a Paola cuál era su secreto. Su respuesta se volvió viral. Mi secreto es que yo no corro para ganar medallas. Yo corro para demostrar que un mexicano con hambre y con ganas puede vencer a cualquiera. Mi secreto es que cada vez que me dijeron que no podía, lo convertí en gasolina. Mi secreto es que soy de Ecatepec y en Ecatepec aprendes a correr o te lleva la chingada. y yo decidí correr.
Y un año después, en Los Ángeles 2024, Paola volvería a enfrentarse a Madison Williams, esta vez en el evento más importante del atletismo mundial, esta vez por el oro olímpico, esta vez con 70,000 americanos en contra, esta vez para partirle la madre al gigante en su propia casa. Pero esa esa es la historia con la que empezamos. 9.97 segundos que cambiaron la historia del deporte mexicano para siempre.
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