Capítulo 1: La Mansión de los Secretos

Odio a mi madre. Lo confieso con el peso de los años y la amargura que solo la infancia puede arrastrar hasta la adultez. La odio por habernos hecho pasar tanto dolor, por haber elegido el camino más difícil, por soñar con un amor imposible y arrastrarnos a mis hermanos y a mí a una vida de sufrimiento. Pero más que odio, lo que siento es una herida, una grieta que nunca termina de cerrarse.

Mi madre se llamaba Amaka, y su historia, antes de que yo naciera, era la de muchas jóvenes en la ciudad: una chica hermosa, con sueños de escapar de la pobreza, que terminó siendo la amante de un hombre rico y casado. No buscaba solo dinero, como otras, sino que se enamoró de mi padre, el temido y respetado Chief Okoye, un hombre cuyo nombre abría puertas y cerraba corazones.

Cuando mi madre quedó embarazada, Chief le ordenó abortar. Ella se negó y lo amenazó con hacerlo público. Él, temeroso de un escándalo que pudiera destruir su reputación, aceptó el embarazo a regañadientes y le pagó la dote, pero nunca la amó.

Las historias de mi infancia están llenas de silencios. Nos mudamos a la mansión de Chief, pero no vivíamos en la casa principal. Nos relegaron a los cuartos de los chicos, un ala apartada donde dormían los sirvientes, con la promesa de que algún día tendríamos una casa propia. Mi madre, ingenua, volvió a creerle. Allí nacieron mis hermanos gemelos, Chika y Chidi.

Chief nunca nos permitió llamarlo “papá”. Debíamos decirle “Chief”, para que nadie sospechara que éramos sus hijos. Nos trataba con desprecio, y ese desprecio pronto se volvió costumbre. A veces me preguntaba si realmente éramos su sangre. Mientras tanto, sus hijos legítimos asistían a las mejores escuelas, celebraban fiestas, vestían ropa de marca y viajaban en autos lujosos. Nosotros, los hijos de la vergüenza, apenas teníamos para comer.

Capítulo 2: Lágrimas de Cocodrilo

—Chief, esto no es lo que me prometiste. ¿Por qué nos tratas tan mal a mí y a mis hijos? Ellos también son tus hijos —le suplicó mi madre una tarde, cuando él vino a vernos.

Yo estaba detrás de la puerta, escuchando.

—Amaka, por favor, deja de llorar esas lágrimas de cocodrilo. Te dije que nunca quise casarme contigo, pero tú decidiste arruinar mi vida con ese embarazo. Querías matrimonio, aquí está el matrimonio, así que hazte cargo. Amo a mi esposa y no estoy dispuesto a compartir el tiempo que paso con ella con una niña como tú. Los asuntos que discuto con mi esposa no los puedo discutir contigo.

Mi madre no pudo contener las lágrimas mientras sujetaba sus manos.

—Chief, por favor, ¿podrías al menos abrir un negocio para mí? Recuerda que prometiste abrirme una boutique. Al menos déjame tener algo para usar y poder mantenerme como una joven.

—Amaka, hice esa promesa cuando salíamos, y ya estaba haciendo planes para ello antes de que me contaras que estabas embarazada. Lo pensaré —dijo él, apartándola con frialdad.

En cuanto me vio, mi madre gritó:

—¡David, ¿vas a entrar?!

Chief la interrumpió, molesto:

—Amaka, no le grites así a mi hijo nunca más. Él no es la causa de tu miseria.

Pero sabía que no le importábamos. Éramos una carga, un error que nunca perdonó.

Capítulo 3: La Boutique de la Esperanza

Finalmente, Chief abrió la boutique para mi madre. Ella estaba tan feliz, tejía sueños de independencia, de poder darnos una vida mejor. Pero no sabíamos que ese sería el inicio de nuestro sufrimiento.

Chief dejó de darle dinero para nuestra comida, para la escuela, para todo. “Ahora tienes tu tienda, mantente tú sola y a tus hijos”, le dijo. Nos cambiaron de la escuela privada a una pública. Comer se volvió un lujo. Mamá lloraba mucho, y muchas veces descargaba su frustración en nosotros.

A veces, por la noche, escuchaba su llanto ahogado en la almohada. Otras veces, la veía golpear la mesa, maldecir su suerte, rezar por un milagro. Pero el milagro nunca llegó.

El negocio fracasó. Chief nunca permitió que la tienda prosperara. Sus amigos y familiares la evitaban. Nadie quería comprar en la boutique de la amante. Mamá intentó de todo: rebajas, promociones, incluso vender a crédito. Pero las deudas crecían y la comida escaseaba.

Capítulo 4: Los Hijos del Olvido

Terminé la secundaria con esfuerzo. Chief le dijo a mi madre que yo debía aprender un oficio, que no había dinero para la universidad. Ese mismo mes, compró dos autos para mis medios hermanos por su cumpleaños número 19.

Cada día, mamá lloraba y lloraba. A veces llamaba a sus hermanos para pedir ayuda, pero con el tiempo dejaron de responder. Nos sentíamos solos, abandonados en un mundo hostil.

Mis hermanos gemelos crecieron en ese ambiente de carencia y resentimiento. Chika era fuerte, callada, con una mirada dura. Chidi, más sensible, se refugiaba en los libros, soñando con una vida diferente. Yo, el mayor, sentía la responsabilidad de protegerlos, pero ¿cómo proteger a otros cuando uno mismo está roto?

Capítulo 5: Enfermedad y Despedida

Un día, mamá enfermó. Al principio fue una tos persistente, luego fiebre, debilidad. No había dinero para medicinas. Fuimos a Chief a pedir ayuda, pero nos echó de su despacho sin mirarnos.

Por suerte, mamá logró contactar a uno de sus hermanos, tío Uche, quien vino a la casa y amenazó a Chief. Fue entonces cuando, por miedo al escándalo, nos dio dinero para llevarla al hospital.

Dos días después, mamá estaba en la cama del hospital, llorando y pidiéndonos perdón.

—Hijos míos, por favor perdónenme. Nunca supe que ser la segunda esposa de un hombre rico podría ser tan doloroso. Pensé que la vida sería un lujo para nosotros. Pero no sabía que caminaba directo hacia mi perdición. Por favor, perdónenme.

Apenas podía hablar cuando se rindió. Ni siquiera pudimos llorar; teníamos tantos pensamientos en la cabeza. Ahora se ha ido. ¿Qué sigue? ¿Cómo vamos a sobrevivir?

Capítulo 6: El Luto y la Indiferencia

Fuimos a casa y le informamos a Chief. Ninguno tenía teléfono, así que caminamos bajo la lluvia, con los pies descalzos y el alma hecha trizas. Unas horas después, Chief vino al hospital y nos dio ropa negra para vestirnos. Una ambulancia se llevó a mamá.

Se suponía que íbamos a ir al pueblo para el entierro. Pero lo que hizo mi padre nos dejó completamente impactados.

En lugar de acompañarnos, Chief envió a uno de sus empleados a supervisar el entierro. Ni una lágrima, ni una palabra de consuelo. Nos entregó un sobre con algo de dinero, suficiente para cubrir el ataúd más barato y el transporte. Nos vimos obligados a enterrar a mamá con la ayuda de unos pocos familiares que todavía nos hablaban.

En el cementerio, bajo la lluvia, prometí que nunca sería como él. Que nunca dejaría que el odio definiera mi vida. Pero era una promesa difícil de cumplir.

Capítulo 7: Sobrevivir

Los días siguientes fueron un infierno. Chief nos permitió seguir viviendo en los cuartos de los chicos, pero dejó de visitarnos. Nos convertimos en fantasmas dentro de la mansión, ignorados por todos.

Chika y Chidi dejaron de hablar. Yo salía a buscar trabajo, cualquier cosa, pero nadie quería contratar a un “bastardo”. La vida se volvió una sucesión de días grises, de hambre, de frío, de soledad.

A veces, por la noche, soñaba con mamá. En el sueño, ella me sonreía y me decía que todo estaría bien. Pero al despertar, la realidad era otra.

Capítulo 8: Voces del Pasado

Un día, mientras limpiaba el jardín para ganar unas monedas, escuché a los hijos legítimos de Chief hablando de nosotros.

—¿Por qué esos bastardos siguen aquí? —decía uno.

—Deberían irse, no son de nuestra familia.

Sentí rabia, pero también vergüenza. ¿Hasta cuándo soportaríamos ese desprecio?

Esa noche, reuní a mis hermanos.

—No podemos seguir así. Mamá ya no está, y Chief nunca nos querrá. Debemos buscar nuestro propio camino.

Chika asintió, con los ojos llenos de lágrimas. Chidi, tembloroso, me abrazó.

—¿A dónde iremos? —preguntó.

—A donde sea. Pero juntos.

Capítulo 9: El Primer Paso

Con el poco dinero que teníamos, salimos de la mansión al amanecer. Caminamos durante horas, hasta llegar a la casa de tía Ngozi, una hermana de mi madre. Al principio, no quería recibirnos. Pero al vernos tan flacos y sucios, nos dejó quedarnos.

Allí, la vida no fue fácil. Tía Ngozi tenía cinco hijos, y apenas había comida para todos. Pero al menos había calor humano. Poco a poco, conseguimos pequeños trabajos: Chika lavaba ropa, Chidi ayudaba en una tienda, yo trabajaba de peón en la construcción.

Los años pasaron. Aprendimos a sobrevivir, a no depender de nadie. Pero el resentimiento seguía ahí, como una sombra.

Capítulo 10: El Precio de la Libertad

Un día, recibí una carta. Era de Chief. Decía que estaba enfermo, que quería vernos. Dudé mucho antes de ir. Mis hermanos se negaron, pero sentí que debía cerrar ese capítulo.

Cuando llegué a la mansión, encontré a un hombre viejo, encorvado, solo. Sus hijos legítimos lo habían abandonado, peleados por la herencia.

—David —dijo, con voz débil—, sé que no fui un buen padre. Pero eres mi hijo. Perdóname.

No supe qué decir. El odio que sentí durante años se mezcló con lástima.

—No sé si puedo perdonarte, Chief. Nos quitaste todo. Hasta mamá.

Él lloró, por primera vez.

—Solo quería proteger mi nombre. Pero ahora veo que no tengo nada.

Me fui sin mirar atrás. Entendí que el perdón no siempre es posible, pero que uno debe aprender a vivir sin odio.

Capítulo 11: Renacer

Con el tiempo, logré ahorrar dinero y abrir un pequeño taller de carpintería. Chika se casó y tuvo hijos. Chidi, con mucho esfuerzo, logró entrar a la universidad gracias a una beca.

Nuestra vida nunca fue fácil, pero aprendimos a valorar lo poco que teníamos. A veces, en mis sueños, mamá me visita y me sonríe. Ya no la odio. Ahora entiendo que ella también fue víctima de sus circunstancias.

La herida sigue ahí, pero ya no duele tanto.

Epílogo: Caminos sin Retorno

Esta es mi historia, la de mis hermanos y la de mi madre. Una historia de dolor, sí, pero también de resistencia. Aprendimos que la familia no siempre es un refugio, que el amor puede ser una trampa, y que el perdón es un camino largo y difícil.

No sé qué será de Chief. Tal vez muera solo, rodeado de riquezas pero vacío por dentro. Nosotros, en cambio, seguimos adelante, con cicatrices, sí, pero también con esperanza.

Porque al final, no somos lo que nos hicieron, sino lo que elegimos ser.