Capítulo 1: El sueño
Mary despertó de golpe, los ojos desorbitados, la respiración agitada, el sudor corriéndole por la frente y la sábana empapada. Afuera, la oscuridad de la madrugada envolvía la pequeña casa de madera donde vivía con su esposo, Samuel, en las afueras de Memphis, Tennessee. El reloj marcaba las cinco y media. Mary se sentó en la cama, temblando.
—Dios mío, ¿qué es esto? —susurró, abrazándose las rodillas.
Samuel dormía a su lado, ajeno a la tormenta interior de su esposa. Mary se levantó, caminó hacia la cocina y preparó café. El aroma llenó la casa mientras el sol apenas despuntaba en el horizonte.
Samuel apareció poco después, con el periódico bajo el brazo, y se sentó a la mesa. Mary le sirvió café y pan de maíz.
—¿Qué pasa, Mary? Tienes una mirada distante —preguntó Samuel, dejando el periódico a un lado.
Mary no respondió. Se quedó mirando el vapor que salía de la taza, perdida en sus pensamientos.
—¡Mary! —insistió Samuel, más fuerte.
—Hola, lo siento, amor —dijo, volviendo en sí.
—¿Qué te aflige?
Mary suspiró, frotándose la frente.
—Ya hace cinco días que tengo el mismo sueño. Estoy en un lugar lluvioso, el cielo está oscuro y oigo el llanto de un niño. Tengo mucho miedo, amor. ¿Qué significa esto?
Samuel bebió un sorbo de café y negó con la cabeza.
—Es solo un sueño tonto, sácatelo de la cabeza. Adiós, tengo que trabajar…
Mary lo vio salir, pero el peso del sueño seguía sobre sus hombros. Se preguntaba si era una señal, una advertencia, o simplemente el fruto de su cansancio.

Capítulo 2: Bajo la lluvia
Esa noche, el sueño volvió. Mary se vio, una vez más, en aquel lugar lluvioso, el cielo cubierto de nubes negras, el sonido de la lluvia golpeando la tierra y, en la distancia, el llanto de un niño. Despertó sudando, con el corazón latiendo con fuerza.
No pudo dormir más. Se levantó y salió a caminar bajo la luna. El aire era frío y húmedo. Mary se adentró en el bosque, siguiendo un impulso inexplicable.
Mientras avanzaba, vio humo a lo lejos. La curiosidad pudo más que el miedo. Caminó hacia el humo, la lluvia empezó a caer, primero tímida, luego torrencial. Cuando llegó al lugar, vio una mansión lujosa, la casa de los Hamilton, en ruinas, envuelta en llamas y escombros humeantes.
Mary caminó sobre los restos, el barro pegándose a sus zapatos. Dentro, vio el cadáver de un hombre rico, el señor Hamilton, y a su esposa a su lado. La mujer tenía una frase escrita con una navaja en el vientre: “Traïdora”.
Mary se estremeció.
—Él mató a la esposa y prendió fuego a la casa, supuestamente después de ser traicionado. Qué cosa tan horrible. Será mejor que me vaya antes de que aparezca alguien.
Pero entonces oyó el llanto de un bebé. Siguió el sonido, apartando escombros, hasta encontrar a una criatura rubia, de ojos azules como piscinas, envuelta en un trozo de tela chamuscada. Lloraba con desesperación.
Mary la abrazó.
—Pobre cosita… Todo va a estar bien…
La lluvia arreciaba, pero Mary envolvió a la niña en su abrigo y corrió de vuelta a casa, ignorando el miedo y la incertidumbre.

Capítulo 3: El secreto
Al llegar a casa, Samuel la esperaba, preocupado.
—¿Dónde estuviste? Espera, ¿qué bebé es ese?
Mary temblaba de frío, pero su corazón ardía de amor.
—La encontré en los escombros de la casa de los Hamilton. El señor Hamilton mató a su esposa y prendió fuego a la casa, pero el bebé sobrevivió.
Samuel abrió los ojos, incrédulo.
—Mary, ¿estás loca? ¿Por qué trajiste a ese bebé? Si la policía nos atrapa, nos arrestarán y dirán que fuimos nosotros los que prendimos fuego a la casa de los Hamilton. Sabes cómo tratan a la gente negra aquí en Tennessee.
Mary lo miró con firmeza.
—Hombre, nadie lo va a descubrir… Y, además, creo que Dios nos envió a este bebé. Soñé con él, ¿recuerdas?
Samuel levantó las manos al cielo.
—Oh, cielos, perdona a mi esposa, se ha vuelto loca.
Mary le quitó el pañal al bebé y sonrió, feliz.
—Hombre, mira, es una niña. ¡El bebé es una niña!
Samuel, en shock, se desmayó.
Mary lo atendió, le puso un paño húmedo en la frente y, cuando despertó, le mostró a la niña, envuelta en una manta limpia.
—Se llama Angélica —susurró Mary—. Porque sus ojos y su cabello me recuerdan a los ángeles de los vitrales de la iglesia.
Samuel no dijo nada más. El miedo lo mantenía en silencio, pero el amor de Mary por la niña era más fuerte que cualquier peligro.

Capítulo 4: Angélica crece
Los años pasaron y Angélica creció en secreto. No podía jugar con otros niños ni ir a la escuela, pero Mary le enseñaba todo lo que sabía: a leer, a escribir, a rezar, a cocinar pan de maíz y a cuidar el huerto.
Angélica era inteligente, curiosa y dulce. Sus ojos azules brillaban con una luz especial, y su cabello rubio caía en ondas sobre sus hombros. Mary la adoraba, y Samuel, aunque siempre temeroso, también la amaba.
Cuando alguien entraba en la casa, Angélica se escondía dentro de un barril de madera y solo salía cuando la persona se iba. Mary le contaba historias sobre ángeles y milagros, y la niña soñaba con volar algún día.
Pero el secreto era difícil de mantener. Los vecinos empezaron a sospechar. Decían que Mary y Samuel se habían vuelto raros, que nunca dejaban entrar a nadie, que algo escondían.

Capítulo 5: La traición
Un día lluvioso, la hermana de Mary, Anne, sorprendida por la tormenta, decidió entrar a la casa por la puerta trasera. Al ver a Angélica, se quedó pasmada, como si hubiera visto un fantasma.
—Mary… ¿quién es esa niña?
Mary la llevó a la cocina y le sirvió café.
—Oye, Anne, quiero que guardes un secreto… ¡Por Dios, no le cuentes a nadie lo que viste aquí!
Mary le contó todo, dejando a Anne atónita. Pero Anne no era de fiar. Era joven y chismosa, y así la historia se esparció por el pueblo como el fuego en la pradera.
El lunes, la policía tocó la puerta. Mary abrazó a Angélica y le dijo:
—¡No dejaré que se lleven a mi hija!
—¡Aquí está el sheriff, abra! Solo queremos terminar esto de forma pacífica. Si no abre, tendré que derribar la puerta.
Mary no abrió. El sheriff derribó la puerta. Los hombres tomaron a Angélica, que gritaba y lloraba:
—¡Mamá! ¡No dejes que estos hombres me lleven, mamá, por favor!
Del otro lado, siendo esposada, Mary gritó con toda su alma:
—¡No! ¡No hagan esto! ¡Quítenme la vida, pero no a mi hija! —Las lágrimas caían al suelo.
Samuel intentó defender a su esposa, pero los hombres lo empujaron contra la pared.

Capítulo 6: El juicio
El juicio fue cruel y despiadado. Mary y Samuel fueron tratados como criminales, como si hubieran cometido el peor de los delitos. El juez, un hombre blanco de rostro severo y ojos fríos, los miró con desprecio.
—Esta mujer y su esposo son el ejemplo de la holgazanería y la mentira que corrompen nuestra sociedad —dijo el juez, dirigiéndose al jurado—. Por eso, para servir de castigo a todos aquellos negros holgazanes, les daré una pena ejemplar: treinta años de prisión.
Mary y Samuel lloraban, pero el corazón de Mary estaba con su pequeña Angélica. Solo pensaba: “¿Tendrá Angélica algo para comer, beber? ¿Dónde estará durmiendo? ¿Tendrá frío? ¿Estará bien abrigada?”.
Angélica fue entregada a los servicios sociales. Mary la vio por última vez desde la celda, la niña llorando, extendiendo los brazos hacia ella. Ese recuerdo la acompañaría durante treinta años.

Capítulo 7: El tiempo y la esperanza
La vida en la penitenciaría era dura. Mary envejeció rápido, su cabello se volvió blanco, sus manos se llenaron de arrugas y su espalda se encorvó. Samuel también sufrió, pero siempre que podía, le enviaba cartas a Mary, contándole historias de esperanza y amor.
Mary rezaba todas las noches por Angélica, imaginando su vida, deseando que estuviera sana y feliz. A veces soñaba que la niña volaba sobre Tennessee, como un ángel, buscando a su madre.
Treinta años pasaron lentamente, como una larga noche sin amanecer. Mary aprendió a sobrevivir, a perdonar, a esperar.

Capítulo 8: El reencuentro
Finalmente, las puertas de la penitenciaría se abrieron. Mary, ahora con el cabello blanco y caminando con dificultad, vio a Samuel, un anciano muy delgado, diferente del hombre musculoso con el que se había casado. Él la abrazó.
—Te extrañé, Mary.
—Yo también, Samuel.
Los dos se fueron a casa, que ahora era una casa de madera a punto de caerse a pedazos. Se sentaron en la sala, rodeados de recuerdos.
—¿Sabes algo de Angélica? —preguntó Mary, con la voz temblorosa.
Samuel suspiró.
—Bueno, mientras estaba en prisión, oí que fue adoptada por una familia rica de Nueva York y que debe estar viviendo una buena vida… Pero Mary, mi amor, mantén la calma. Ella está bien, al menos mejor que nosotros.
Él se rio, pero se detuvo al ver el rostro triste de Mary.
—Lo siento —dijo.
Fue entonces cuando oyeron el sonido de un carruaje que se detenía en la puerta. Salieron a ver quién era y vieron a una chica rubia, con un vestido deslumbrante, junto con un chico de traje y cabello peinado hacia atrás.
La hermosa mujer rubia abrió los brazos y corrió hacia Mary y Samuel. Ella los abrazó y dijo:
—¡Papá y mamá! ¡Estuve esperando mucho por este momento! ¡Nunca me olvidé de ustedes!
Mary, con los ojos llorosos, sintió que su corazón latía rápido.
—¿Eres tú, Angélica?
—Sí.
—¿Y te acuerdas de nosotros…?
—¡Claro! ¿Cómo no me voy a acordar de mi familia?
Esas palabras tocaron el corazón de Mary y de su marido. Angélica añadió:
—¡Estoy casada y quiero que vengan a Nueva York! ¡Tengo una casa grande y mi familia adoptiva son personas geniales!
Y así, Mary, su marido y Angélica se fueron a vivir a Nueva York, formando una familia feliz.

Capítulo 9: Nueva vida
En Nueva York, Mary y Samuel descubrieron un mundo nuevo. La casa de Angélica era grande y luminosa, llena de cuadros y flores. La familia adoptiva de Angélica los recibió con cariño y respeto.
Mary aprendió a vivir sin miedo. Samuel encontró trabajo en un huerto comunitario. Angélica los llevó a conocer la ciudad, los parques, los museos y las iglesias.
Una tarde, Angélica llevó a Mary a la catedral de San Patricio. Las vidrieras brillaban con la luz del sol. Mary miró los ángeles pintados y pensó en el día en que encontró a su hija entre los escombros.
—Gracias, Dios mío —susurró—. Gracias por devolverme a mi hija.
Angélica abrazó a Mary y le dijo:
—Tú eres mi ángel, mamá.
Mary sonrió, con lágrimas en los ojos. Sabía que, pese a todo el sufrimiento, el amor había vencido.

Epílogo: El ángel de Tennessee
La historia de Mary y Angélica se contó en la iglesia, en la comunidad, y llegó a los periódicos. Se convirtió en símbolo de esperanza y redención.
Mary vivió sus últimos años rodeada de amor. Samuel murió tranquilo, sabiendo que su familia estaba unida.
Angélica se convirtió en madre y llamó a su hija Mary, en honor a la mujer que la salvó de las llamas.
El ángel de Tennessee, como llamaban a Angélica, nunca olvidó sus raíces, ni el sacrificio de Mary. Y cada año, en el aniversario del incendio, regresaba con su familia a Memphis, dejaba flores en la vieja casa y rezaba por todos los niños perdidos.
Porque, al final, el amor es la única llama que nunca se apaga.

FIN