
Queridos oyentes, sean muy bienvenidos a Crónicas del Corazón. Gracias por acompañarnos. Nuestra historia de hoy nace en las áridas tierras de tierra seca, donde Alba Rosa, rechazada por su familia al descubrirse su estado, cruza su destino con el de Silas Montero, un poderoso ascendado marcado por la pérdida y la soledad.
Lo que comienza como un frío contrato podría transformarse en dilemas que ni el carácter más duro puede evitar. ¿Puede un acuerdo dar lugar a algo mucho más grande? Comenten desde dónde nos están oyendo. ¿Desde el sofá, en el carruaje o preparando la cena? Si les gusta este tipo de contenido, no olviden suscribirse a nuestro canal.
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Lágrimas corrían por su rostro, marcado por el tiempo y por los años de soledad. El llanto del bebé resonaba por el cuarto de la alcoba, pero para él era la más bella melodía que jamás había oído. Sus ojos encontraron los de alba rosa, recostada en la cama, exhausta tras horas de labor.
Había algo diferente en la mirada de ella. No era ya la mirada de la joven desamparada que había aceptado su acuerdo por necesidad, sino la de una madre que jamás conseguiría separarse de aquel hijo. En aquel instante, Silas sintió su corazón oprimirse. El contrato que habían establecido meses antes, las cláusulas fríamente calculadas, el acuerdo comercial, todo se desmoronaba ante la fuerza de aquel momento.
No puedo apartar a este bebé de ti, Alba Rosa”, susurró él con la voz embargada. “Ni quiero vivir un día más sin ustedes dos a mi lado.” La mirada asustada de ella se transformó en incredulidad. Las palabras que salieron a continuación de la boca del acendado cambiarían para siempre el rumbo de sus vidas. Pero esta historia necesitaba ser contada desde el inicio para ser comprendida.
Meses antes, bajo el sol inclemente de la región de Tierra Seca, todo había comenzado con una expulsión y una sentencia de desamparo. Villaverde no era más que un puntito en el mapa del interior, un pueblito donde todos conocían la vida de todos, donde los secretos duraban menos que el rocío en las mañanas de invierno, casas simples de adobe, algunas aún con vestigios de estructuras de tapia de tiempos antiguos.
se alineaban en calles de tierra apisonada que se volvían lodosas en la temporada de lluvias. La plaza central, con su iglesia de fachada blanca y detalles azules, era el corazón del lugar donde los domingos las familias se reunían tras la misa para compartir las novedades de la semana o más frecuentemente para juzgar las elecciones ajenas con la autoridad de quien jamás hubiese errado en la vida.
Fue una mañana de sábado que la familia Rosa cerró sus puertas a Alba Rosa, hija menor de don Anselmo, un pequeño agricultor que complementaba sus ingresos como albañil, y de doña Remedios, costurera respetada por los vestidos de fiesta que confeccionaba. La joven de 22 años había cometido lo que para ellos era imperdonable.
Había quedado en cinta de Benito, el hijo del dueño de la única posta y almacén general del pueblo, muchacho que había desaparecido tan pronto como supo de la noticia. “No crío, hija para ser mujer de la vida”, bramó don Anselmo, el rostro rojo de ira, mientras lanzaba la pequeña maleta con las ropas de alba rosa en medio de la calle de Tierra.
Doña Remedios, tras la cortina de la ventana de la sala lloraba silenciosamente, pero no tuvo el coraje de enfrentar al marido. Los dos hermanos mayores de Alba Rosa, ya casados y viviendo en pueblos vecinos, habían dejado claro por correspondencia que no abrirían sus casas para la hermana descarriada. No vuelvas hasta que ese pecado sea resuelto. Fueron las últimas.
Palabras que oyó de su padre antes de que la puerta de madera se cerrase con un estruendo que pareció resonar por todo el valle. Alba Rosa sabía muy bien lo que aquello significaba en el lenguaje velado del pueblo pequeño. Querían que ella diera un jeito al embarazo, pero incluso desamparada y con apenas algunos billetes arrugados en el bolsillo, fruto de sus ahorros como dependienta en la botica local. empleo que también había perdido cuando la noticia se esparció.
No consideraba esa imposibilidad. Instintivamente sus manos se posaron sobre el vientre, aún imperceptible a los ojos ajenos. Allí había una vida y ella ya la amaba, aunque no supiera cómo protegerla. Las primeras noches, Alba Rosa las pasó en la estación de diligencias del pueblo, un pequeño edificio de concreto con bancos incómodos y una letrina siempre maloliente.
El dinero que tenía alcanzaría apenas para algunas comidas en la fonda de la esquina, donde el viejo don Juvenal, antiguo amigo de su abuelo, permitía que comiera fiado, mirándola con una mezcla de pena y reprobación. Mi hija, la vida es dura, pero Dios no da una carga que uno no pueda llevar”, decía él mientras le servía un plato extra de arroz con frijoles.
Eran pequeños gestos de bondad en medio de una tempestad de juicios. En poco tiempo, todo Villaverde comentaba la desgracia de la muchacha rosa. Algunos, como doña Concepción, la viuda que presidía el grupo de oración de la iglesia, hacían cuestión de cruzar la calle cuando la veían aproximarse. Otros, principalmente hombres en la puerta de la cantina, susurraban propuestas indecentes cuando ella pasaba, como si su condición actual significara que estaba disponible para cualquiera. Las mujeres mayores sacudían la cabeza en desaprobación. Las más
jóvenes la observaban con el miedo de quien ve un ejemplo de lo que no se debe seguir. Fue durante esos días difíciles que Alba Rosa conoció la verdadera cara de la soledad. No la soledad de quien está físicamente solo, sino la más dolorosa, la de quien está rodeado de personas y aún así completamente aislado.
Su cuerpo, que comenzaba a mostrar los primeros cambios de la gestación, parecía un territorio extranjero. náuseas matutinas la atacaban implacablemente y no había un hombro en el que apoyarse, un regazo para descansar la cabeza en los momentos de debilidad. Tras una semana durmiendo en la estación de diligencias, el guarda del lugar, un hombre de mediana edad con ojos cansados y una insignia reluciente en el pecho, le avisó que no podría permitir más su permanencia allí durante las noches. Órdenes del alcalde, justificó sin mirarla directamente.
Dicen que ahuyenta a los viajeros ver a una moza durmiendo en los bancos. Alba Rosa asintió sin energía para argumentar dónde más podría ir. El pueblo no tenía albergues ni centros de acogida. Fue entonces cuando mamá lucha, una señora de 70 años que vivía en una pequeña casa en los alrededores del pueblo, le ofreció el cobertizo en el fondo de su patio.
No es gran cosa, advirtió la anciana mostrando el cuarto único con piso de cemento pulido y techo de lámina. Pero tiene un colchón y un techo mejor que la calle. Alba Rosa aceptó, agradecida por la primera demostración genuina de bondad en días. El lugar era caliente durante el día y frío durante la noche, pero era un refugio.
A cambio, ayudaba a mamá lucha con las tareas domésticas y cuidaba de su pequeña huerta. Fue durante una mañana en que estaba en el mercado comprando verduras para mamá lucha con el poco dinero que la señora podía dispensar, que Alba Rosa se cruzó por primera vez con Silas Montero. No lo conocía personalmente, pero todos en Villaverde sabían quién era el dueño de la hacienda la esperanza, la mayor propiedad de la región, con sus millares de hectáreas de tierras fértiles, donde criaba ganado de engorda y cultivaba maíz y frijol para la subsistencia. Silas era una figura casi mítica en el
pequeño pueblo. Viudo desde hacía 15 años, desde que su esposa Elisa muriera en un accidente en el camino que conectaba el pueblo con San Gabriel. Vivía recluido en su hacienda, apareciendo en el pueblo solo para resolver negocios o comprar suministros. Decían las malas lenguas que nunca se había recuperado de la pérdida, que su corazón se había secado junto con las lágrimas derramadas en el funeral.
Otros comentaban que era solo un hombre práctico, que había preferido dedicarse integralmente a los negocios tras quedarse solo. Lo que nadie discutía era su riqueza o su influencia. La hacienda empleaba a la mitad del pueblo, directa o indirectamente.
Aquella mañana, Silas estaba en la fila del único banco del pueblo aguardando para hablar con el gerente cuando vio a Alba Rosa tropezar en la acera irregular, dejando caer las pocas frutas que cargaba en una bolsa de tela. Instintivamente él se adelantó para ayudarla, agachándose para recoger las naranjas que rodaban por el suelo polvoriento.
Fue cuando sus miradas se cruzaron por primera vez. Gracias”, murmuró ella cohibida, reconociendo al hombre por las descripciones que había oído. Alto, con el rostro marcado por el sol de tierra seca, cabellos canosos en las sienes y ojos de un verde profundo que contrastaba con la piel bronceada.
Debía tener poco más de 40 años, pero había una seriedad en su semblante que lo hacía parecer mayor. Cuidado con esas aceras, respondió él sec, devolviéndole las frutas. El ayuntamiento nunca se preocupa por repararlas. Sus ojos descendieron involuntariamente hacia el vientre de ella, que ya comenzaba a notarse bajo el vestido simple de algodón.
Por un instante, un brillo diferente pasó por su mirada, algo que Alba Rosa no supo interpretar. Sin decir más nada, él volvió a su lugar en la fila del banco. Aquella noche, recostada en el colchón fino en el cobertizo de mamá Lucha, Alba Rosa no conseguía dormir.
La imagen de aquel hombre, su mirada enigmática, la forma en que había parado todo para ayudarla. Algo raro en aquellos días, en 19 que parecía invisible para la mayoría de los habitantes, quedó en su mente. Quizás fuera solo gratitud por un pequeño gesto de gentileza en medio de tanta hostilidad. O tal vez, pensó ella, acariciando su vientre que crecía, fuera solo el deseo de que existieran más personas dispuestas a extender la mano en vez de apuntar con el dedo.
Lo que Alba Rosa no podía imaginar era que aquel breve encuentro cambiaría completamente el rumbo de su vida y que el destino tenía planes inesperados para unir sus historias de maneras que ninguno de los dos podría prever. Tres días después del encuentro en el mercado, Alba Rosa estaba lavando ropa en el lavadero del fondo de la casa de Mamá Lucha, cuando oyó el traqueteo de ruedas y el relincho de caballos deteniéndose frente al pequeño portón de madera. Los perros de la vecindad comenzaron a ladrar, anunciando la
presencia de un extraño. Con las manos aún mojadas y enjabonadas, ella caminó hasta el frente de la casa curiosa. Fue cuando vio el carruaje negro reluciente con el emblema de la hacienda la esperanza pintado en la puerta. Silas Montero descendió del vehículo ajustando el sombrero de ala ancha sobre los cabellos canosos.
vestía una camisa de manga larga a pesar del calor y botas altas cubiertas por el polvo característico de los caminos de tierra seca. “Buenos días”, saludó él formal, como si estuviera cerrando un negocio. “Necesito conversar con la señorita Alba Rosa no era una pregunta, sino una afirmación.
Mamá Lucha, que había aparecido en la puerta al oír el ruido, observaba la escena con una mezcla de sorpresa y desconfianza. ¿Qué negocio tendría el señor Silas Montero con una moza como ella? Era lo que sus ojos parecían preguntar. El asendado percibió la mirada de la señora. Es un asunto privado, mamá lucha. ¿Le importa si converso a solas con la moza? La señora dudó por un momento, pero después asintió, lanzando una mirada de advertencia a Alba Rosa antes de volver para adentro de la casa. Voy a estar en la cocina.
Cualquier cosa es solo llamar”, dijo ella, dejando claro que estaría atenta a cualquier movimiento sospechoso. Silas indicó la pequeña galería donde había un banco de madera desgastado. Ellos se sentaron manteniendo una distancia respetuosa entre sí. Alba Rosa notó que a pesar de la postura rígida, había una inquietud en la mirada del hacendado, como si estuviera a punto de saltar de un precipicio sin saber lo que le esperaba allá abajo.
“Señorita Alba, iré directo al asunto”, comenzó él la voz grave y controlada. “Sé de su situación actual. En un pueblo pequeño como este es imposible mantener secretos.” Ella bajó los ojos sintiendo el rostro quemar de vergüenza. Otro más para juzgar, pensó. Pero lo que vino a continuación la tomó completamente desprevenida.
Tengo una propuesta que hacerle, una que puede resolver sus problemas y al mismo tiempo atender a un deseo que cargo desde hace muchos años. Alba Rosa levantó los ojos intrigada. ¿Qué podría un hombre como Silas Montero querer de ella? Tengo 45 años, continuó él, y hace 15 años perdí a mi esposa Elisa.
Nunca tuvimos hijos, aunque era nuestro mayor sueño. Después de que ella partió, me sumergí en el trabajo, construí un imperio, pero siempre quedó ese vacío. Por primera vez, Silas demostró vulnerabilidad, su voz fallando levemente. Ahora percibo que no tengo para quién dejar todo lo que construí. Ningún heredero, ninguna continuidad.
hizo una pausa como si estuviera organizando los pensamientos antes de proseguir. Mi propuesta es la siguiente. Me gustaría que la señorita concordara en ser dudó, buscando las palabras correctas, en gestar un hijo para mí, el bebé que la señorita está esperando. cambio, ofrezco morada en mi hacienda, todos los cuidados médicos necesarios, alimentación, confort y una compensación financiera que le permitirá recomenzar la vida después, dónde y como quiera.
La joven parpadeó varias veces intentando procesar lo que acababa de oír. Sería algún tipo de broma cruel, una prueba, pero la mirada de Silas era seria casi. suplicante. “¿El señor me está pidiendo que le venda mi hijo?”, preguntó ella, la voz trémula. Sila sacudió la cabeza, visiblemente incómodo con la elección de palabras.
“No es una compra, Alba Rosa, es una oportunidad para nosotros dos. Su hijo tendrá lo mejor que el dinero puede proporcionar. Educación de calidad, confort, un futuro garantizado y la señorita podrá reconstruir su vida sin el peso del y juicio de este pueblo. Hizo una pausa observando la reacción de ella.
Piense en lo que es mejor para la criatura. ¿Qué futuro podrá ofrecerle sin recursos rechazada por la propia familia? Las palabras atingieron a Alba Rosa como piedras. Era verdad. ¿Qué futuro podría darle a aquella criatura? ¿Cómo sobrevivirían? El poco dinero que tenía se estaba acabando. Y mamá Lucha, a pesar de su bondad, apenas conseguía sustentarse a sí misma con su pequeña pensión.
Empleos eran escasos en Villaverde y nadie contrataría a una joven soltera y embarazada, marcada por la desgracia en la visión conservadora de aquella comunidad. ¿Por qué yo? Preguntó finalmente, aún intentando entender. El Señor podría encontrar muchas mujeres dispuestas a eso. Mujeres sin mi historial.
Silas ajustó el sombrero, desviando momentáneamente la mirada hacia las sierras a lo lejos, visibles incluso desde aquella parte humilde del pueblo. Cuando la vi en el mercado, algo me dijo que era la persona correcta, respondió con una honestidad que la sorprendió. Hay dignidad en su mirada, incluso en medio del sufrimiento.
Y después de hacer algunas preguntas por el pueblo, descubrí que es una joven de carácter. A pesar del error carraspeó como si la última palabra lo incomodara. Además, su hijo estará listo para nacer en pocos meses. Las adopciones legales pueden llevar años y mi edad ya no me permite esperar tanto. Alba Rosa sintió una puntada en el pecho.
Su hijo, un ser que crecía dentro de ella, que ya amaba sin conocer, podría realmente entregárselo a otra persona, incluso si fuera para garantizarle una vida mejor. Y después, cuestionó ella, la voz casi un susurro, después de que el bebé nazca, ¿qué sucede conmigo? Como dije, recibirá una compensación financiera generosa y podrá seguir su camino. Si prefiere, puede incluso quedarse trabajando en la hacienda en alguna función que le agrade, pero él dudó.
Sería mejor establecer límites claros por el bien de la criatura y por su propio bien. La propuesta quedó flotando en el aire denso de la tarde, pesado como las nubes de lluvia que a veces se formaban en el horizonte durante la estación seca, prometiendo alivio, más raramente cumpliendo. Alba Rosa cerró los ojos por un momento.
Era una locura considerar aquello, entregar a su hijo a un extraño a cambio de dinero. ¿Qué tipo de madre haría eso? Pero entonces, ¿qué tipo de vida podría ofrecerle si rehusaba? Días y más días de lucha, privaciones, puertas cerradas, miradas de desprecio, una infancia en la pobreza, sin oportunidades, cargando el estigma de ser el hijo de la pecadora.
Necesito tiempo para pensar”, dijo finalmente, abriendo los ojos y encarando a Silas. Había determinación en su mirada a pesar de la fragilidad de la situación. No es una decisión que se toma en minutos. Silas asintió levantándose del banco. Sacó del bolsillo de la camisa una tarjeta de visita con el sello de la hacienda. Comprendo perfectamente. Tómese el tiempo que necesite.
Pero él miró significativamente hacia el vientre de ella. No demore demasiado. Cuanto antes esté usted bajo cuidados adecuados, mejor para la criatura. Alba Rosa tomó la tarjeta con manos trémulas. Hay una cosa más”, añadió Silas antes de despedirse. “Si acepta mi propuesta, tendrá que firmar un contrato. Todo será hecho dentro de la ley con todas las garantías para ambas partes.
No es un acuerdo de palabras al viento.” Ella asintió sin saber si aquello la tranquilizaba o la asustaba aún más. un contrato algo frío, calculado, para definir el destino de una vida que ni siquiera había nacido aún. Silas ajustó el sombrero una última vez, se despidió con un seco movimiento de cabeza y caminó de vuelta a su carruaje.
Antes de partir, sin embargo, miró nuevamente hacia la joven que permanecía sentada en el banco de la galería, los ojos perdidos en el horizonte. Independientemente de su decisión, señorita Alba, espero sinceramente que encuentre paz. Nadie merece cargar solo un fardo tan pesado. Con esas palabras él partió, dejando una nube de polvo rojo y un torbellino de pensamientos en la mente de Alba Rosa.
Aquella noche, recostada en el colchón del cobertizo, la joven no consiguió dormir. Su mente hervía sopesando pros y contras, imaginando escenarios, buscando alternativas. tenía solo dos opciones reales: aceptar la propuesta de Silas, garantizando confort material para su hijo, pero renunciando a la maternidad, o rehusar, enfrentando un futuro incierto, lleno de dificultades, pero manteniendo a su hijo consigo.
¿Qué debo hacer? Susurró para el bebé en su vientre, como si la respuesta pudiera venir de dentro de ella. ¿Qué es mejor para ti, mi pequeño? A la mañana siguiente, mamá Lucha encontró a Alba Rosa ya de pie, preparando un café ralo en la cocina improvisada del cobertizo. Había ojeras profundas bajo sus ojos, pero también una resolución en su semblante que no estaba allí el día anterior.
¿Qué quería el acendado contigo, muchacha?, preguntó la señora sin rodeos mientras se servía de una taza del café débil. Alba Rosa dudó. Confiaba en mamá lucha. La única persona que le había extendido la mano cuando todos le dieron la espalda, pero temía su juicio. Aún así, necesitaba desahogarse con alguien, organizar los pensamientos en voz alta.
Me ofreció un acuerdo respondió finalmente, escogiendo cuidadosamente las palabras. quiere que le entregue mi hijo para que él lo críe. A cambio de dinero y un lugar donde quedarme durante el embarazo. La taza paró a medio camino de la boca de mamá lucha. Sus ojos se agrandaron en una mezcla de sorpresa e indignación.
Santa Madre de Dios, ¿y estás considerando eso criatura? Alba Rosa bajó los ojos sintiendo el peso de la pregunta. ¿Qué puedo ofrecerle a esta criatura, mamá Lucha? Un cobertizo sin baño, comida cuando se pueda, una madre que no consigue ni siquiera un empleo de limpieza, porque el pueblo entero la trata como leprosa.
La señora colocó la taza en la mesa con un golpe sordo y se aproximó a Alba Rosa, sosteniéndole el mentón con dedos callosos por el trabajo de una vida entera. Escúchame bien, muchacha. No soy nadie para juzgar tus elecciones. Dios sabe que la vida no ha sido fácil para ti, pero piensa bien, antes de firmar cualquier papel.
Un hijo no es una mercancía que se negocia, es un pedazo de tu alma que va a caminar por el mundo. Las palabras de mamá lucha resonaron dentro de Alba Rosa como la campana de la iglesia los domingos. Claro, fuerte. imposible de ignorar. Aún así, la realidad cruel de su situación no podía ser apartada por consejos bien intencionados. “Y si es la única oportunidad de que él tenga una vida decente”, cuestionó la voz embargada.
“Silas Montero puede darle todo lo que yo jamás podré. educación, confort, oportunidades. Mamá Lucha suspiró soltando el mentón de la joven y sentándose pesadamente en la silla de madera. El dinero no lo es todo, mi hija, pero entiendo tu dilema. La anciana tomó la taza nuevamente, soplando el café ya tibio.
Al final de cuentas, solo tú puedes decidir lo que es mejor. Solo te pido que escuches a tu corazón antes que a tu necesidad. Alba Rosa asintió agradecida por el consejo, aunque no ofreciera una solución clara. El día transcurrió lentamente con ella lavando ropa para algunas familias de la vecindad, un pequeño servicio que había conseguido para ganar algunas monedas y ayudando a mamá lucha con las tareas domésticas.
Todo el tiempo, sin embargo, su mente volvía a la propuesta de Silas. Al atardecer, cuando el sol comenzaba a perder fuerza, ella tomó una decisión. Tomó la tarjeta que el acendado le había dado y caminó hasta la posada San Marcos, la única de categoría en Villaverde, donde sabía que él a veces se reunía para hacer negocios.
Dejó un recado con el posadero pidiendo una audiencia. Silas apareció menos de una hora después, encontrándola en el pequeño patio interno de la posada, que estaba prácticamente vacío a esa hora. “Señor Montero,” comenzó ella, la voz más firme de lo que esperaba. Es Alba Rosa sobre su propuesta. Me gustaría conversar más al respecto, entender exactamente qué está ofreciendo y qué espera de mí.
Hubo un breve silencio del otro lado, seguido por la voz grave y controlada del ascendado. Claro, señorita, prefiere venir a la hacienda mañana. Allí tendremos más privacidad. Alba Rosa pensó por un momento, “Ser vista subiendo al carruaje de Silas sería combustible para más semanas de chismes en Villaverde.
Por otro lado, ir a la hacienda sola podría ser arriesgado. No conocía realmente a aquel hombre, solo su reputación. Prefiero que conversemos en el pueblo”, decidió. Hay una pequeña fonda en los fondos de la estación de diligencias que fica prácticamente vacía a esta hora. Podemos encontrarnos allí perfectamente, respondió Silas. Estaré allí en una hora.
Puntualmente, una hora después, Alba Rosa aguardaba en la última mesa de la poo, pequeña fonda, un vaso de agua intacto frente a ella. El lugar era simple, con mesas de madera desgastada y un olor a fritanga impregnado en las paredes. El propietario, un señor anciano que pasaba más tiempo dormitando tras el mostrador que atendiendo, ni siquiera levantó la cabeza cuando Silas entró.
El asendado caminó directamente hasta la mesa de Alba Rosa, sentándose frente a ella sin quitarse el sombrero, puso sobre la mesa una cartera de cuero marrón. organizada y elegante como él propio. “Traje un esbozo del contrato”, dijo sin preámbulos, abriendo la cartera y revelando algunas hojas manuscritas.
Creo en comenzar con las cosas bien claras. Si decide aceptar, podemos ajustar los términos conforme a su necesidad. Alba Rosa miró los papeles sintiendo el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Las próximas palabras que salieran de su boca cambiarían irrevocablemente el curso de su vida y la de su hijo. El contrato fue firmado en una tarde sofocante de jueves bajo la mirada atenta del licenciado Baltazar Nieto, el único abogado de Villaverde.
El hombre de mediana edad ajustó las gafas de armazón dorado sobre la nariz mientras observaba a Alba Rosa poner su firma trémula en la última página. Había incomodidad en sus gestos, como si no aprobara totalmente el acuerdo que acababa de atestiguar. Pero su relación de largos años con Silas Montero le impedía expresar cualquier opinión. Está todo dentro de la ley.
Había garantizado sin entusiasmo cuando Alba Rosa le preguntó si aquel documento realmente protegería a ambas partes. El contrato era extenso, repleto de términos jurídicos que ella apenas comprendía, pero los puntos principales estaban claros. Ella viviría en la hacienda la esperanza hasta el nacimiento de la criatura.
recibiría todos los cuidados médicos necesarios, una asignación mensual para gastos personales y, tras la entrega del bebé a Silas, una cuantía sustancial que le permitiría recomenzar la vida en otro lugar. A cambio, renunciaría a todos los derechos sobre la criatura.
Era un acuerdo comercial frío y calculado para definir el destino de una vida que aún ni había llegado al mundo. La mudanza a la hacienda la esperanza ocurrió al día siguiente. Alba Rosa se despidió de mamá Lucha con lágrimas en los ojos, prometiendo visitarla cuando fuera posible. La señora anciana la abrazó con fuerza susurrando en su oído. Recuerda lo que te dije, mi hija.
Un hijo no es mercancía y contratos de papel no borran lo que está escrito en el alma. Alba Rosa asintió sin responder. ¿Qué podría decir? La decisión estaba tomada, el documento firmado. Ahora solo restaba seguir adelante y rezar para que hubiera tomado la elección correcta.
El carruaje de Silas avanzaba lentamente por el camino de tierra que conectaba el pueblo a la hacienda. El silencio entre ellos era quebrado apenas por el ruido de las ruedas y el ocasional golpeteo de los cascos de los caballos. Alba Rosa observaba por la ventana el paisaje típico de tierra seca transformarse gradualmente. Pequeños arbustos retorcidos y árboles de ramas tortuosas cedían espacio a pastos bien cuidados, donde el ganado de engorda de la hacienda la esperanza pastaba tranquilamente.
Tras casi una hora de viaje, finalmente avistaron el portón principal de la propiedad, una estructura imponente de madera noble con el nombre de la hacienda tallado, flanqueada por cercas de alambre liso que parecían extenderse hasta el horizonte. Bienvenida a su nueva casa por ahora”, dijo Silas quebrando el silencio por primera vez desde que habían salido del pueblo.
Su tono no era ni caluroso ni frío, apenas formal, como si estuviera recibiendo a una empleada recién contratada. El camino interno de la hacienda, bien conservado y bordeado por flambollanes que prometían una explosión de colores en la época de floración, conducía a la casa principal una construcción amplia de estilo colonial con una galería que circundaba todo el perímetro, techo de teja roja y paredes blancas que reflejaban la luz del sol.
La grandiosidad de la casona contrastaba con la simplicidad de las viviendas que Alba Rosa había conocido hasta entonces. Parecía salida de una pintura o de la casa de un gobernador, un lugar donde personas como ella normalmente solo entrarían para limpiar o servir. Silas detuvo el carruaje bajo un enorme árbol de mango centenario que fornecía sombra generosa al patio lateral.
Antes incluso de que atara las riendas, una mujer de mediana edad, usando un vestido simple, pero bien planchado y un delantal impecablemente blanco, apareció en la puerta de la casa. “Esta es doña Inés, la ama de llaves”, presentó Silas mientras ayudaba a Alba Rosa a descender. Ella cuida de la casa y de los empleados domésticos desde hace más de 20 años.
Cualquier cosa que necesite es con ella. Doña Inés observó a Alba Rosa de arriba a abajo, sin hostilidad, pero con una curiosidad mal disimulada. Su rostro, marcado por el tiempo y por el trabajo arduo, se suavizó levemente al notar el vientre de la joven. “Sea bienvenida, Mosa”, dijo con un leve acento de la región.
“El cuarto ya está listo, como el patrón ordenó. Voy a mostrarle dónde fica y ayudarla a instalarse. Silas asintió tomando la pequeña maleta de Alba Rosa y entregándosela a un mozo que había surgido para llevar el carruaje hasta las caballerizas. Debo ir una cerca en el límite norte de la propiedad”, explicó consultando un reloj de bolsillo. Cenamos a las 7 en punto.
Doña Inés le mostrará todo lo que precisa saber sobre la rutina de la casa. Con un breve ademán, él se alejó en dirección a un grupo de peones que aguardaban instrucciones cerca del corral. Alba Rosa lo observó partir sintiendo una mezcla de alivio y aprensión. Por un lado, la formalidad de Silas tornaba todo más fácil.
No había falsas promesas de amistad o intentos torpes de hacerla sentir en casa. Por otro, reforzaba la naturaleza puramente comercial del acuerdo que habían hecho. “Venga, muchacha!”, llamó doña Inés indicando la entrada de la casa. debe estar cansada del viaje. Vamos a dejarla instalada y descansando un poco antes de la cena. Alba Rosa siguió a la ama de llaves hacia el interior de la mansión, impresionándose con cada nuevo ambiente que descubría.
La sala de estar, amplia y decorada con muebles de madera maciza y sofás de cuero legítimo. El comedor dominado por una mesa que podría acomodar fácilmente a 20 personas. Corredores largos con cuadros de paisajes y antiguos daguerrotipos de la hacienda, todo limpio, organizado y lujoso, de una manera discreta, sin ostentación innecesaria.
Tras atravesar casi toda la casa, llegaron a una ala más reservada, donde doña Inés abrió la puerta de un cuarto espacioso orientado hacia los fondos de la propiedad. Era un aposento aireado con ventanas amplias que daban a un jardín bien cuidado, una cama de matrimonio con sábanas de algodón fino, un armario de madera noble, un tocador con espejo y una butaca confortable próxima a la ventana.
Este será su cuarto durante su estadía, informó doña Inés mientras abría las cortinas para dejar entrar más luz. El baño está allí, indicó una puerta lateral. Equipado con todo lo que necesitará. Toallas limpias se cambian diariamente. Sus ropas serán lavadas y planchadas por el equipo de la lavandería.
Alba Rosa posó su pequeño bolso de mano sobre la cama, sintiéndose desubicada en medio de tanto lujo. El cuarto era más grande que el cobertizo entero donde había estado viviendo las últimas semanas. Es muy bonito”, consiguió decir sin saber cómo reaccionar adecuadamente. “Gracias.” El rostro de doña Inés se suavizó un poco más y ella se aproximó a Alba Rosa hablando en tono más bajo, como si compartiera un secreto.
“Mire, muchacha, no sé exactamente cuál es el acuerdo entre usted y el patrón, pero puedo ver que está asustada. No precisa estarlo. El señor Silas es un hombre serio, de pocas palabras, pero justo. Si él prometió algo, lo va a cumplir. Alba Rosa asintió, agradecida por el intento de tranquilizarla, aunque no disminuyera la sensación de extrañeza que sentía.
Los otros empleados de la casa comenzó vacilante. Ellos saben por qué estoy aquí. Doña Inés ajustó el delantal, un hábito nervioso que revelaba su incomodidad con la pregunta. El patrón apenas informó que usted es una invitada especial que se quedará con nosotros por algunos meses y que está esperando un bebé que ella dudó que será criado por él después del nacimiento.
No dio más detalles y nadie aquí os haría hacer preguntas. La respuesta no sorprendió a Alba Rosa. Claro que Silas no entraría en detalles sórdidos sobre el acuerdo comercial que habían hecho. Probablemente muchos especularían que era una amante que había quedado en cinta accidentalmente o tal vez una pariente lejana en dificultades. Entiendo, respondió simplemente.
Y agradezco su discreción. Bien, continuó doña Inés retomando el tono profesional. La cena será servida puntualmente a las 7, como el patrón dijo, quiere que le traiga un refrigerio ahora, un té, tal vez. Las embarazadas precisan alimentarse bien. La mención a su condición hizo que Alba Rosa instintivamente posara la mano sobre el vientre.
Ya estaba en el tercer mes y aunque los mareos matutinos habían disminuido, se sentía constantemente hambrienta. Un té sería óptimo, gracias. Tras la salida de doña Inés, Alba Rosa se sentó en el borde de la cama intentando asimilar el radical en cambio en su vida.
Hacía menos de un mes dormía en los bancos de la estación de diligencias, sin saber de dónde vendría su próxima comida. Ahora estaba hospedada en un cuarto digno de la mejor posada de la capital, con empleados a su disposición y todas las necesidades materiales atendidas. Todo eso a cambio de entregar a su hijo a un extraño cuando naciese. ¿Será que hice la elección correcta?”, susurró para sí misma mientras acariciaba la pequeña elevación en su vientre.
Las semanas siguientes establecieron una rutina en la vida de Alba Rosa. Se despertaba temprano, tomaba el desayuno en la cocina con doña Inés y los otros empleados. Silas raramente aparecía antes de las 9, prefiriendo tomar su café en el despacho mientras verificaba la correspondencia y hablaba con compradores y proveedores.
Durante las mañanas, ella generalmente caminaba por los jardines de la hacienda, recomendación del Dr. Morales, el médico particular contratado por Silas, para acompañar su embarazo en visitas semanales. Tardes eran dedicadas a la lectura. Silas poseía una biblioteca impresionante y aunque Alba Rosa nunca había sido una gran lectora antes, descubrió en los libros una forma de escapar temporalmente de sus pensamientos conflictivos.
Las cenas eran el único momento en que ella y Sila se encontraban regularmente, sentados a la enorme mesa del comedor, separados por metros de madera pulida, conversaban superficialmente sobre el clima, las noticias del día o alguna trivialidad de la vida en la hacienda.
Nunca tocaban el verdadero motivo que los unía, el bebé que crecía en el vientre de Alba Rosa y que, según el contrato, pertenecería exclusivamente a Silas después del nacimiento. Muchas gracias por escuchar hasta aquí. Si esta historia está resonando contigo y te gusta nuestro canal Crónicas del Corazón, por favor, no olvides suscribirte y activar la campanita.
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Silas comentaba sobre la cosecha del maíz que prometía ser excepcional aquel año cuando fue interrumpido por un barullo en la entrada de la casa, voces alteradas, pasos apresurados y entonces la puerta del comedor se abrió con violencia. Entonces es verdad, el tío enloqueció de vez. Bramó un hombre joven, no más de 30 años, vestido con ropas caras, pero desaliñadas. como si hubiera bebido.
Detrás de él, una mujer de aproximadamente la misma edad, visiblemente cohibida, intentaba contenerlo. Gaspar, por favor, ¿no es así como se resuelven las cosas? Silas se levantó lentamente, el rostro impasible, pero los ojos centelleando de rabia contenida. Gaspar Fidela, qué sorpresa desagradable, dijo la voz controlada, más gélida, no me acuerdo de haberlos invitado a cenar.
El joven que Alba Rosa dedujo ser sobrino de Silas avanzó algunos pasos apuntando el dedo acusatoriamente hacia ella. Esta la vagabunda que trajiste a casa, la que está cargando tu supuesto heredero. El pueblo entero está comentando, ¿sabías? Te has vuelto el hazme reír, tío. Alba Rosa sintió la sangre huir de su rostro.
Sabía que eventualmente enfrentaría situaciones como esa, pero no estaba preparada para la violencia de aquellas palabras, para el odio puro en la voz de aquel desconocido. Silas rodeó la mesa con pasos firmes, colocándose entre Gaspar y Alba Rosa como un escudo. Tienes exactamente un minuto para salir de mi casa antes de que llame a los guardias para que te arrastren fuera, Gaspar”, declaró cada palabra cargada de una furia fría y calculada.
“Y no te atrevas a volver o a hablar así de la señorita Alba nuevamente, u olvidaré que eres hijo de mi difunta hermana.” La amenaza, dicha, con tamaña convicción hizo que el joven retrocediera un paso. Su esposa, Fidela, aprovechó el momento para jalarlo del brazo. Vámonos, Gaspar, estás alterado.
Podemos conversar con tu tío otro día cuando estés más calmo. No habrá otro día. Cortó Silas implacable. Ustedes dos no son más bienvenidos en mi casa hasta que se disculpen adecuadamente con la señorita Alba. Gaspar soltó una risa amarga. Disculparme con ella. Has perdido completamente el juicio, tío.
Esa mujer te está manipulando para poner las manos en tu fortuna, ¿no lo ves? Y encima trae vergüenza al nombre de nuestra familia. Silas dio un paso al frente. La postura amenazadora. Última chance, Gaspar. Sala. El joven dudó mirando de Silas a Alba Rosa y de vuelta al tío. Finalmente, con un gesto de desdén, se dio la vuelta para salir. Te vas a arrepentir de esto, viejo. Cuando te des cuenta de que fuiste usado, será demasiado tarde.
En la puerta lanzó una última mirada venenosa hacia Alba Rosa. Y en cuanto a ti, aprovecha mientras puedas. Mujeres como tú siempre acaban de vuelta en el arroyo. Fidela murmuró un disculpe apresurado antes de seguir al marido hacia afuera. Segundos después oyeron las ruedas de un carruaje arrancando con violencia en el patio.
El silencio que siguió fue casi palpable. Silas permaneció de espaldas a Alba Rosa, los hombros tensos, respirando profundamente como si intentara recuperar el control. Pido disculpas por el comportamiento deplorable de mí, sobrino dijo finalmente sin darse la vuelta. Gaspar siempre fue problemático, pero esto, sacudió la cabeza, esto es inaceptable.
Alba Rosa percibió que sus manos temblaban no de miedo, sino de una rabia que no sabía que existía dentro de ella. ¿Es eso lo que soy para su familia? ¿Una vagabunda, una interesada? Silas finalmente se dio la vuelta, el rostro, una máscara de control forzado. Gaspar no habla por mi familia. Él y su esposa están resentidos porque esperaban heredar todo cuando yo partiera.
La noticia de un posible heredero directo arruinó sus planes. Posible heredero. Alba Rosa frunció el seño. El acuerdo no mencionaba la herencia, apenas que el Señor criaría a la criatura como suya. Silas caminó lentamente de vuelta a su lugar en la mesa, sentándose con un suspiro cansado.
Naturalmente, un hijo mío será mi heredero, Alba Rosa. Eso no estaba en el contrato porque es una consecuencia obvia, no una condición. La joven asintió lentamente, comprendiendo mejor la situación. No era apenas un bebé lo que sí las quería. era un heredero para su imperio, alguien para dar continuidad a su legado cuando no estuviera más aquí.
“Su familia va a odiarme para siempre”, constató sintiendo el peso de esa realidad. Mis sobrinos no son mi familia, no realmente”, respondió él, sirviéndose un poco más de vino. Son apenas parientes distantes que aparecieron cuando comencé a tener éxito. La única familia verdadera que tuve fue Elisa, mi esposa. Sus ojos se suavizaron momentáneamente al mencionarla.
“Y ahora este bebé que tú cargas será mi familia. El resto no importa.” Alba Rosa sintió una extraña puntada en el pecho al oír aquellas palabras. Este bebé que tú cargas, no nuestro hijo, no tu bebé. Era un recordatorio cruel del acuerdo que habían hecho de la naturaleza transaccional de su relación. Y en cuanto a mí, preguntó sin conseguir contener las palabras, “¿Qué seré cuando todo esto acabe? La mujer que vendió a su hijo por dinero, un nombre para ser olvidado.
La pregunta pareció tomar a Silas por sorpresa. Él la encaró por un largo momento, como si estuviera viéndola realmente por primera vez. “Usted será lo que escoja ser, Alba Rosa”, respondió finalmente. El dinero que recibirá le dará esa libertad. Puede recomenzar donde quiera, ser quien quiera, lejos de aquí, lejos de los juicios, lejos de mi hijo, completó ella en voz baja. Silas no respondió. No había que decir.
Era exactamente eso lo que el contrato estipulaba, una separación completa y definitiva entre madre e hijo. Un acuerdo que en aquel momento comenzaba a parecer cada vez más imposible de cumplir. El quinto mes de embarazo trajo cambios significativos para Alba Rosa, no solo en su cuerpo, que ahora exhibía un vientre pronunciado, sino también en su rutina en la hacienda La Esperanza.
Tras el incidente con Gaspar y Fidela, Silas pasó a mostrarse más presente, más atento a sus necesidades. No era exactamente una demostración de afecto. El asendado mantenía su compostura formal, pero había un cuidado genuino en sus gestos que no pasaba desapercibido. En una mañana particularmente calurosa, mientras Alba Rosa caminaba por el jardín, siguiendo las recomendaciones del doctor Morales, encontró a Silas verificando personalmente el sistema de irrigación de los rosales.
Él paró al verla, quitándose brevemente el sombrero para secar la frente con un pañuelo. “El médico mencionó que usted ha sentido mareos”, comentó sin preámbulos. Mandé instalar un banco en cada sector del jardín, así usted puede descansar durante sus caminatas. Alba Rosa miró alrededor y, de hecho, notó diversos bancos de madera estratégicamente posicionados bajo los árboles que fornecían sombra abundante.
Era un gesto simple, práctico, pero que demostraba una preocupación que iba más allá del acuerdo comercial que habían establecido. Gracias, respondió ella. genuinamente conmovida. Silas apenas asintió, recolocando el sombrero y volviendo al trabajo, sin más palabras.
Aquel momento breve, sin embargo, marcó el inicio de un cambio sutil en la dinámica entre ellos. Las cenas, antes tan formales y distantes, comenzaron a tornarse ocasiones para conversaciones más sustanciales. Silas, normalmente tan reservado sobre su vida personal, pasó a compartir historias sobre la hacienda, sobre cómo la había transformado de una propiedad modesta heredada del padre en un imperio agrícola.
Alba Rosa, por su parte, encontró en sí misma curiosidad genuina sobre aquel hombre enigmático. Poco a poco descubrió que tras la fachada de empresario exitoso e implacable, había un hombre que conocía cada árbol de su propiedad por el nombre, que sabía identificar pájaros raros de la región por el canto, que leía poesía antes de dormir, un hábito adquirido en la adolescencia y nunca abandonado.
Una noche, tras una cena particularmente agradable, Silas invitó a conocer su despacho particular, una invitación que nunca había hecho antes. El aposento localizado en el ala oeste de la casa era una combinación perfecta de elegancia y practicidad. Estantes de libros del suelo al techo, un escritorio macizo de madera de ley, butacas de cuero confortables y, para sorpresa de alba rosa, una pared entera cubierta de lienzos pintados.
Son hermosos”, comentó ella, aproximándose para examinar mejor las imágenes que capturaban paisajes de tierra seca en diferentes estaciones, árboles floridos explotando en colores, el río que cortaba la propiedad reflejando el cielo anaranjado del atardecer, campos dorados de maíz y frijol ondulando al viento. Elisa pintaba estos lienzos”, explicó Silas, la voz suavizándose al mencionar a la difunta esposa. Era una artista antes de que nos conociéramos.
Después transformó la hacienda en su estudio particular. Alba Rosa miró con más atención uno de los retratos. Mostraba a Silas mucho más joven, sonriendo abiertamente, una expresión que ella nunca había visto en su rostro. al lado de una mujer de cabellos oscuros y ojos intensos, que sonreía al pintor con evidente alegría.
Parecían muy felices. Observó sin conseguir esconder una punta de melancolía en la voz. Silas se aproximó observando la pintura con ojos que parecían ver más allá de la imagen, sumergidos en recuerdos. Lo éramos, confirmó simplemente. Elisa traía luz a cualquier ambiente. Tenía un don para ver belleza donde nadie más la veía.
Hizo una pausa como si escogiera cuidadosamente las palabras. Cuando ella se fue, fue como si todo el color hubiera sido drenado del mundo. El dolor en su voz era palpable. Incluso después de tantos años. Alba Rosa sintió una ola de compasión por el hombre frente a ella.
No el ascendado millonario, no el empresario implacable, sino el viudo que aún cargaba la pérdida como una herida abierta. ¿Cómo? ¿Cómo sucedió? Preguntó vacilante, temiendo traspasar alguna frontera invisible. Silas respiró fundo antes de responder, como si reuniera fuerzas. Un accidente en el Cicio. Camino a San Gabriel. Elisa estaba yendo a ver una exposición de artesanía local.
Llovía mucho. El camino estaba resbaladizo. Él sacudió la cabeza dejando el resto de la frase en el aire. 15 años han pasado y aún despierto algunas mañanas pensando que voy a encontrarla en la galería con sus pinceles, cazando el amanecer perfecto. Alba Rosa no. supo que decir.
Cualquier palabra de conforto parecería inadecuada, superficial, ante tamaño dolor. En vez de eso, extendió la mano y tocó levemente el brazo de Silas, un gesto simple de solidaridad humana. Para su sorpresa, él no se apartó. Por un momento, quedaron así, conectados por aquel toque sencillo, unidos por un entendimiento silencioso de la fragilidad de la vida.
Fue en ese instante que Alba Rosa sintió una leve agitación en su vientre, seguida por un movimiento más definido. Una patada. El bebé estaba pateando por primera vez. Oh! Exclamó llevando instintivamente la mano al vientre. Se movió el rostro de Silas. Se transformó la melancolía dando lugar a una expectativa casi infantil.
¿Puedo? preguntó vacilante indicando el vientre de Alba Rosa con un gesto. Ella asintió tomando la mano de él y guiándola hasta el punto exacto donde el bebé parecía más activo. Por algunos segundos nada sucedió y Alba Rosa temió que el momento hubiera pasado. Entonces, como si respondiera a un llamado silencioso, el bebé dio otra patada fuerte, lo suficiente para ser sentida a través de la piel.
La sonrisa que iluminó el rostro de Silas en aquel instante era la misma de aquella pintura antigua, genuina, radiante, transformadora. Era como si por un breve momento el color hubiera vuelto a su mundo. Es increíble, susurró él, aún con la mano sobre el vientre de Alba Rosa. Una vida, una nueva vida. Aquella noche marcó un cambio profundo en la relación entre ellos.
Lo que antes era una convivencia cordial y distante comenzó a transformarse en algo más complejo, más difícil de definir. No era amistad, no era romance, pero había una conexión siendo forjada, una conexión centrada en la pequeña vida que crecía en el vientre de Alba Rosa.
En las semanas que siguieron, Silas comenzó a participar activamente de las consultas con el doctor Morales, haciendo preguntas, anotando recomendaciones, investigando sobre desarrollo fetal en sus momentos libres. Cierta tarde, doña Inés entró en el cuarto de Alba Rosa cargando una enorme caja. El patrón mandó entregar, explicó la ama de llaves colocando el paquete sobre la cama. llegó hoy de San Gabriel.
Intrigada, Alba Rosa abrió la caja para encontrar decenas de libros infantiles, clásicos y cuentos de hadas, libros de figuras para bebés, historias folclóricas adaptadas para niños, una nota acompañaba el presente. Para que comience a leerle, leí en un artículo que los bebés reconocen la voz de la madre desde el útero.
Aquella palabra madre atingió a Alba Rosa como un rayo. Era la primera vez que Silas se refería a ella en ese papel, aunque fuera indirectamente. Según el contrato, ella no sería madre, sería apenas la mujer que dio a luz a la criatura que él criaría como suya. Aquel simple reconocimiento, aunque tal vez inadvertido, provocó una tempestad de emociones contradictorias en su pecho.
Aquella noche ella comenzó a leer un cuento en voz alta, acariciando su vientre mientras las palabras fluían. Sin que se diera cuenta, lágrimas silenciosas comenzaron a escurrir por sus mejillas. Estaba apegándose no solo al bebé, sino también a la idea de ser su madre. ¿Cómo podría entregar a su hijo y seguir adelante sabiendo que en algún lugar él crecería sin conocerla? ¿Cómo podría cumplir su parte en el acuerdo cuando el momento llegase? Dos semanas después, Silas sorprendió a todos, inclusive a sí mismo, al anunciar que tomarían un día entero para ir a San Gabriel. El motivo? Comprar el ajuar del
bebé. ¿Usted quiere que yo vaya también?, preguntó Alba Rosa perpleja. Imaginaba que Silas delegaría esa tarea a algún decorador profesional o como máximo pediría su opinión sobre algunas opciones por catálogo. Claro, respondió él como si fuera obvio.
¿Quién mejor para escoger esas cosas que usted? Tras una pausa, añadió, “Además, el Dr. Morales mencionó que sería bueno para usted cambiar de ambiente ocasionalmente. La ciudad grande puede ser un alivio después de tantos meses en la hacienda.” Así, en una mañana de sábado, partieron en la confortable berlina de Silas con las Test ventanillas abiertas para combatir el calor intenso de la región.
El viaje de casi dos horas fue sorprendentemente agradable, con silas contando historias sobre la región y apuntando marcos naturales que pasaban desapercibidos a los ojos inexpertos. Ve aquella sierra con forma de joroba”, indicó en determinado momento. Los antiguos decían que era un gigante adormecido. Elisa adoraba pintarla en diferentes horas del día, capturando como la luz transformaba completamente su apariencia.
Era la primera vez que él mencionaba a Elisa de manera tan casual, sin el peso del dolor evidente en su voz. Alba Rosa sonríó. percibiendo el progreso sutil en aquel hombre, antes tan cerrado en su propia soledad, en San Gabriel visitaron las mejores tiendas especializadas en artículos para bebés. Silas, para sorpresa de Alba Rosa, se mostró extremadamente detallista y exigente.
Investigaba cada ítem antes de comprar, verificaba la calidad de la madera, preguntaba sobre materiales y durabilidad. Esa cuna parece inestable”, declaró en una de las tiendas examinando críticamente un modelo carísimo que la vendedora insistía ser el más moderno del mercado. “El sistema de ajuste de altura no me convence. Vamos a ver otras opciones.
” Alba Rosa observaba dividida entre la admiración por la dedicación de Silas y una creciente inquietud. Cada ítem escogido, cada detalle discutido era un recordatorio de lo que estaba por venir. El bebé nacería, iría para el cuarto que estaban preparando con tanto cuidado. Y ella partiría dejando atrás una parte de sí misma.
Tras horas de compras, pararon para almorzar en un restaurante elegante en el sector más noble de la ciudad. Silas pidió el mejor vino de la casa para sí y un jugo natural de marañón para Alba Rosa. Recomendación del doctor Morales para aumentar los niveles de hierro en la sangre.
Podemos hacer una pausa en las compras”, sugirió él notando el cansancio en el rostro de Alba Rosa. “Ya conseguimos lo esencial. El resto puede ser. Encargado al importador.” Ella asintió. Grata por la consideración. Sus pies estaban hinchados, su espalda dolía y una mezcla confusa de emociones la dejaba agotada mental y emocionalmente.
¿Puedo hacer una pregunta personal? Dijo repentinamente, sorprendiéndose a sí misma con la osadía. Silas arqueó levemente las cejas, pero asintió. ¿Por qué nunca adoptó? En vez de, bueno, en vez de nuestro acuerdo, la pregunta quedó flotando entre ellos, pesada como nube de tormenta. Por un momento, Alba Rosa temió haber traspasado algún límite invisible.
Silas tomó un largo trago de vino antes de responder, los ojos fijos en un punto indeterminado. Intenté, reveló finalmente. Hace 5 años, una niña de 3 años, huérfana de un empleado de la hacienda que sufrió un accidente fatal. Pasé por todo el proceso. Estaba todo encaminado hasta que la abuela materna apareció y reivindicó la guarda.
Hizo una pausa, respirando fundo. Fue devastador. Después de eso no conseguí intentar nuevamente. El miedo de apegarme y perder era demasiado grande. Alba Rosa asintió lentamente, comprendiendo mejor al hombre frente a ella. y un hijo biológico por otros medios, inseminación con donante de óvulos, por ejemplo. Consideré, admitió Silas.
Llegué a consultar especialistas en San Gabriel e incluso en la capital, pero el proceso me pareció frío, impersonal de y para ser sincero, él dudó como si estuviera revelando una debilidad. No quería criar un hijo completamente solo. La idea me aterrorizaba, pero con nuestro acuerdo usted estará solo. Observó Alba Rosa confusa.
Silas la encaró directamente, sus ojos verdes intensos e insondables. Sí. Usted. Él parecía buscar las palabras correctas. Usted le da a él o a ella un comienzo, una conexión humana desde el primer momento. Es diferente de recibir un bebé de un arreglo distante, ¿entiende? Él habrá sido amado y cuidado desde la concepción.
Las palabras atingieron a Alba Rosa con una fuerza inesperada. Había una contradicción fundamental en aquella lógica. Si Silas valoraba tanto la conexión humana, la presencia materna, ¿cómo podía planear separar al bebé de ella luego después del nacimiento? Nunca consideró, comenzó ella vacilante, que tal vez el bebé me necesite después de nacer, que yo que yo también puedo necesitarlo a él.
La expresión de Silas se cerró visiblemente, la vulnerabilidad momentánea dando lugar a la rigidez habitual. El contrato es claro, Alba Rosa, respondió la voz de repente formal, como en los primeros días. Usted concordó con los términos. Lo sé, retrucó ella, sintiendo un coraje nuevo crecer dentro de sí.
Concordé porque estaba desesperada, sola, con hambre. Concordé porque parecía la única salida. Pero ahora ella posó la mano sobre el vientre donde el bebé se movía activamente. Ahora no sé si conseguiré simplemente irme. El silencio que siguió fue pesado, cargado de tensiones no resueltas.
Silas parecía luchar internamente su rostro una máscara que no revelaba sus pensamientos. Vamos a terminar el almuerzo, dijo finalmente señalando al mesero. Hablaremos sobre esto en otro momento. El viaje de vuelta a la hacienda fue silencioso e incómodo. La burbuja de camaradería que se venía formando entre ellos parecía haber estallado, dejando apenas el vacío del acuerdo comercial que fundamentaba su relación.
Al llegar, Silas murmuró una disculpa y se retiró a su despacho, dejando a Alba Rosa sola con sus pensamientos y con las innumerables bolsas de compras que los empleados prontamente llevaron al cuarto preparado para el bebé. Aquella noche, sola en su cuarto, Alba Rosa lloró por primera vez desde que había llegado a la hacienda.
No eran lágrimas de autocompasión o de arrepentimiento, sino de una profunda y dolorosa claridad. Estaba enamorándose no solo del bebé que cargaba, sino también, de manera inexplicable y aterradora, del hombre que la había contratado para ser la madre de su hijo. La situación era absurda, casi cómica en su ironía.
¿Cómo podía haber desarrollado sentimientos por el hombre que planeaba llevarse a su hijo lejos de ella? El hombre que la había visto como una transacción comercial, una incubadora temporal para realizar su sueño de paternidad. “Esto es una locura”, susurró para sí misma, secando las lágrimas. Necesito controlarme. Necesito recordar el acuerdo. Pero el corazón raramente obedece a la lógica de los contratos y el de ella estaba cada vez más comprometido con el bebé, con Silas, con la idea de una familia que nunca sería suya.
Mientras tanto, en el despacho, Silas permanecía sentado en la oscuridad, la mesa cubierta de papeles olvidados, un vaso de brandy intacto a su lado. La pregunta de Alba Rosa resonaba en su mente como un gong incesante. Nunca consideró que el bebé me necesite después de nacer. La verdad era que no. Nunca había realmente considerado los sentimientos de Alba Rosa en esa ecuación.
la había visto inicialmente como una solución para su problema, después como una responsabilidad a ser cuidada temporalmente. Ahora, sin embargo, comenzaba a verla como una persona completa, con miedos, deseos, sueños y un amor creciente por el bebé que él planeaba criar solo. “¿Qué harías tú, Elisa?”, murmuró al retrato de la difunta esposa sobre su mesa. Como siempre, no hubo respuesta.
Apenas el silencio de la noche envolviendo la hacienda como un manto, cuando finalmente se levantó para ir a dormir muchas horas. Después, Silas tomó una decisión. Necesitaba hablar con su abogado. El acuerdo tenía que ser revisado. No sabía aún qué propondría, qué solución encontraría, pero sabía que no podía simplemente seguir con el plan original.
Algo fundamental había cambiado, no apenas en Alba Rosa, sino en él propio. Los días que siguieron al viaje a San Gabriel fueron marcados por un extraño distanciamiento. Silas pasó a hacer las comidas en horarios diferentes, siempre con la disculpa de compromisos inaplazables o reuniones con el capataz.
Cuando se encontraban por casualidad en los corredores de la casona, trocaban apenas palabras de cortesía, evitando tocar el asunto que paba entre ellos como una nube cargada. El futuro de aquella criatura que ahora se movía activamente en el vientre de Alba Rosa. Era como si un muro invisible hubiera sido erigido nuevamente, devolviéndolos a las posiciones iniciales de contratante y contratada, borrando todos los pequeños momentos de conexión que habían construido.
El cuarto mes de Alba Rosa en la hacienda estaba llegando a su fin y con él el séptimo mes de su embarazo. Su cuerpo se había transformado completamente, el vientre prominente, los pechos pesados preparados para amamantar, los tobillos hinchados en las tardes calurosas de la región. A cada día que pasaba, sentía al bebé moverse con más fuerza, respondiendo a su voz y a las canciones que cantaba, a los libros que leía en voz alta.
La conexión entre ellos se fortalecía a cada momento, tornando aún más dolorosa la perspectiva de la separación inminente. Fue en una tarde particularmente sofocante que Alba Rosa encontró al licenciado Baltazar Nieto, el abogado de Silas, saliendo del despacho particular. El hombre parecía incómodo al verla, ajustando nerviosamente las gafas sobre la nariz, mientras murmuraba un saludo apresurado antes de prácticamente huir por la puerta del frente.
Alba Rosa sintió un frío en el estómago. ¿Por qué estaría el abogado allí? Silas estaría reforzando el contrato, garantizando que no hubiera brechas para que ella lo impugnara después del nacimiento. Con el corazón acelerado, se dirigió al despacho y golpeó levemente en la puerta entreabierta.
Encontró a Silas sentado tras el escritorio, sumergido en documentos, la frente fruncida en concentración. “¿Puedo entrar?”, preguntó manteniéndose en el umbral. Silas levantó los ojos, pareciendo momentáneamente sorprendido, como si hubiera olvidado que ella vivía bajo el mismo techo. Alba Rosa, claro, entre.
Él indicó una de las butacas de cuero delante de la mesa. ¿Cómo se está sintiendo hoy? Bien, respondió ella, sentándose con cierta dificultad debido al volumen del vientre. Vi al licenciado Nieto saliendo. ¿Algún problema? La pregunta directa pareció desarmarlo. Silas se acomodó en la silla, desviando brevemente la mirada antes de encararla nuevamente. No exactamente un problema.
Estábamos revisando algunos aspectos de nuestro acuerdo. Alba Rosa sintió el estómago hundirse. Entonces era eso. Él estaba mismo preparándose para garantizar que ella no tuviera ningún derecho sobre la criatura. Entiendo,” respondió intentando mantener la voz firme. “¿Quiere garantizar que yo no cambie de idea en el último minuto? ¿Que no intente reivindicar derechos después?” Silas pareció genuinamente sorprendido con la suposición.
De hecho, comenzó escogiendo cuidadosamente las palabras. Estábamos discutiendo una enmienda al contrato original. Enmienda. Alba Rosa sintió un destello de esperanza, rápidamente suprimido por el recelo de interpretarlo erróneamente. Silas se levantó dando la vuelta a la mesa para sentarse en la butaca al lado de ella, disminuyendo la distancia formal que el escritorio imponía.
Era un gesto pequeño pero significativo, un movimiento de aproximación en vez de alejamiento. Alba Rosa, he pensado mucho desde nuestra conversación en San Gabriel sobre lo que usted dijo respecto al bebé necesitándola a usted. Hizo una pausa como si organizara los pensamientos.
También he pensado en el tipo de padre que quiero ser, en el ambiente que quiero crear para esta criatura. El corazón de Alba Rosa latía tan fuerte que ella temía que él pudiera oírlo. ¿A dónde quería llegar Silas con aquella conversación? Y llegué a una conclusión, continuó él. Nuestro acuerdo original es inadecuado, cruel incluso para usted, para el bebé y de cierto modo también para mí.
¿Qué está intentando decir?, preguntó ella casi sin respirar. que me gustaría proponer una alternativa, una que permitiría que usted continuase presente en la vida del bebé después del nacimiento. Las palabras pairaron entre ellos, cargadas de posibilidades. Alba Rosa se sentía mareada como si el mundo hubiera súbitamente cambiado de eje.
¿Cómo sería eso exactamente? Silas se inclinó hacia delante, los ojos fijos en los de ella, con una intensidad que no había demostrado antes. Usted se quedaría en la hacienda, por lo menos inicialmente. Tendríamos un acuerdo de custodia con algunos términos específicos a ser definidos. Usted podría amamantar, participar de los cuidados diarios, ver al bebé crecer.
La propuesta era tan inesperada, tan diferente de lo que Alba Rosa se había preparado para enfrentar, que ella no consiguió contener las lágrimas que comenzaron a escurrir por su rostro. ¿Por qué?, preguntó finalmente, la voz embargada por la emoción. ¿Por qué este cambio ahora? Silas desvió la mirada por un momento, fijándola en los retratos de Elisa en la pared, como si buscara orientación, porque percibí que estaba cometiendo el mismo error que siempre condené en los otros, tratar a las personas como mercancías, como medios para un fin. Él
volvió a encararla. Y porque sinceramente creo que sería lo mejor para el bebé. Ninguna criatura debería crecer sin conocer a su madre si hay elección. Y si rehuso, cuestionó Alba Rosa, aún cautelosa. Si insiste en el acuerdo original, entonces lo respetaremos, respondió él con un leve tono de decepción en la voz.
El contrato permanece válido a menos que ambas partes concuerden en alterarlo. Un silencio pesado se estableció entre ellos mientras Alba Rosa intentaba procesar lo que acababa de oír. Era todo lo que había secretamente deseado en las últimas semanas, la chance de permanecer en la vida de su hijo, pero había complicaciones, cuestiones no respondidas.
Y en cuanto al dinero, preguntó finalmente, en el acuerdo original, yo recibiría una cuantía significativa para recomenzar mi vida en otro lugar. Aún recibirá una compensación financiera, aseguró Silas. menor es verdad, ya que continuará aquí con gastos cubiertos, más suficiente para garantizar su independencia si un día decide partir. Alba Rosa frunció el seño, una nueva duda surgiendo.
¿Y cómo sería nuestra dinámica? Usted y yo dividiendo la crianza de una criatura sin ser nada el uno para el otro. La pregunta pareció tomar a Silas desprevenido. Él se ajustó en la butaca súbitamente incómodo. Seríamos socios en la crianza de una criatura, respondió cautelosamente. Amigos, tal vez con el tiempo.
En cuanto al resto, él hizo un gesto vago con la mano. No es parte del acuerdo. Aquellas palabras atingieron a Alba Rosa como un balde de agua fría. ¿Qué esperaba? que él declarara sentimientos románticos por ella, que propusiera un cuento de hadas donde la joven pobre y el acendado rico se apasionaban y vivían felices para siempre estaba siendo ridícula, dejándose llevar por fantasías infantiles.
“Entiendo”, dijo, manteniendo la voz firme, a pesar de la desilusión que sentía. “¿Cuánto tiempo tengo para decidir?” No hay prisa, aseguró Silas. Podemos conversar más sobre los detalles en los próximos días, ajustar los términos para que funcionen para nosotros dos. Él dudó brevemente. Solo pido que lo considere con seriedad. Acredito que sería mejor para todos, especialmente para la criatura.
Alba Rosa asintió, levantándose con cierta dificultad. Voy a pensar sobre eso. Gracias por la reconsideración. Antes de que saliera del despacho, sin embargo, Silas la llamó nuevamente. Alba Rosa, hay algo más que necesito decir. Él parecía extrañamente vulnerable, casi inseguro.
Independientemente de su decisión, quiero que sepa que la admiro profundamente. Su fuerza, su dignidad, diante de circunstancias tan difíciles. Pocos habrían soportado con la misma gracia. El elogio inesperado la tomó por sorpresa, dejándola momentáneamente sin palabras. Con una asentimiento de agradecimiento, salió rápidamente, temiendo que él pudiera ver en sus ojos el torbellino de emociones contradictorias que la consumían.
De vuelta a su cuarto, Alba Rosa se dejó caer en la butaca junto a la ventana, la mente hirviendo. La propuesta de Silas cambiaba todo y al mismo tiempo no cambiaba lo esencial. Continuaría siendo una relación basada en un contrato, en cláusulas y términos, no en sentimientos genuinos. Bebé tendría a ambos en su vida, pero no como una familia verdadera, apenas como dos personas que concordaron en compartir su crianza.
¿Qué debo hacer? Susurró para el bebé, acariciando el vientre donde él se movía activamente. Aceptar este medio término o arriesgarme a perderte completamente el resto del día pasó en una bruma de pensamientos contradictorios. Alba Rosa apenas tocó la cena que doña Inés le trajo, alegando malestar. En verdad, su estómago estaba tan revuelto por la ansiedad que la simple idea de comer le daba náuseas.
Ya pasaba de la medianoche cuando un ruido en la galería llamó su atención. Levantándose de la cama, donde intentaba inútilmente dormir, se aproximó a la ventana para ver a Silas sentado solo, contemplando la noche estrellada de tierra seca con un vaso en la mano. Había algo de profundamente solitario en aquella imagen.
El hombre poderoso, dueño de millares de hectáreas, sentado solo en la oscuridad, buscando respuestas en las estrellas. Sin pensar mucho en lo que hacía, Alba Rosa vistió una bata sobre el camisón y salió del cuarto. Caminó lentamente por el corredor silencioso, bajó las escaleras con cuidado y se dirigió a la galería.
Silas se volvió al oír sus pasos, la sorpresa evidente en su rostro. “Disculpe incomodar”, dijo ella parando a algunos pasos de distancia. Vi la luz del candil y no está incomodando, aseguró él indicando la silla al lado. Por favor, Alba Rosa se sentó sintiendo el aire fresco de la noche contra su rostro. El cielo estaba espectacular. Millones de estrellas visibles debido a la ausencia de luces del pueblo.
La vía Láctea dibujando un camino lechoso a través de la bóveda celeste. “¿No consigue dormir?”, preguntó Silas tras un momento de silencio confortable. “El bebé está agitado hoy”, respondió ella con una sonrisa leve. “Y mi cabeza también.” Él asintió comprensivo. “¿Mi propuesta?” “Sí, es mucho para procesar.” Silas tomó un pequeño sorbo de la bebida en su vaso.
Brandy por el aroma que llegaba hasta Alba Rosa. Sé que debe parecer confuso admitió él. Este cambio repentino después de meses sosteniendo el acuerdo original. ¿Qué cambió? Preguntó ella directamente. ¿Por qué ahora? Silas respiró fundo, los ojos aún fijos en el cielo estrellado. Percebí que estaba intentando llenar un vacío de manera errada. Comenzó la voz más suave de lo habitual.
Cuando propuse nuestro acuerdo, pensaba apenas en tener un heredero, alguien para dar continuidad a mi legado. Era un pensamiento egoísta centrado en mis necesidades. Hizo una pausa volviéndose para encararla. Pero entonces usted llegó con su dignidad silenciosa, enfrentando el prejuicio del pueblo con la cabeza erguida.
Vi como le leía al bebé todas las noches, cómo le cantaba, cómo se preocupaba con cada detalle. Su voz tembló levemente y percibí que no se trata apenas de tener un heredero, se trata de formar una persona, un ser humano completo, y para eso él nos necesitará a los dos. Las palabras atingieron a Alba Rosa profundamente, reverberando con sus propias reflexiones.
“Tengo miedo”, confesó ella, sorprendiéndose a sí misma con la honestidad. “Miedo de aceptar y después arrepentirme, miedo de que nuestro arreglo acabe causando más dolor que alegría. También tengo miedo, admitió Silas, la vulnerabilidad inusual en su voz.
Miedo de fallar como padre, miedo de no estar a la altura de lo que esta criatura merece. Aquella admisión de fragilidad venida de un hombre, siempre tan controlado y seguro, tocó algo profundo en Alba Rosa. Por primera vez vio más allá de la fachada del ascendado poderoso, viendo apenas al hombre con sus dudas, sus miedos, su humanidad. “Creo que el miedo es parte de ser padre y madre”, reflexionó ella con una pequeña sonrisa.
significa que nos importa. Silas asintió, retribuyendo la sonrisa con una propia, rara, genuina, transformadora. Entonces comenzó el vacilante, eso significa que está considerando mi propuesta. Alba Rosa respiró fundo tomando su decisión. Sí, respondió finalmente, pero con una condición. Silas arqueó las cejas.
Curioso, ¿qué condición? Honestidad, declaró ella firmemente. Completa y absoluta honestidad entre nosotros. Siempre, sin secretos, sin agendas ocultas. Si vamos a criar una criatura juntos, necesitamos confiar el uno en el otro. Silas consideró por un momento, después extendió la mano. Acepto. Honestidad absoluta.
Alba Rosa apretó la mano ofrecida sintiendo un calor extraño esparcirse por su cuerpo a partir de aquel simple contacto. “Entonces tenemos un nuevo acuerdo”, confirmó. Quedaron así por un momento manos unidas, miradas conectadas bajo el cielo estrellado de tierra seca. Había algo diferente en el aire entre ellos. No era amor, no aún, pero era definitivamente más que un simple acuerdo comercial.
Creo que debería volver adentro, dijo Alba Rosa finalmente, sintiendo un escalofrío pasar por su piel. Está refrescando. Silas asintió, levantándose para ayudarla a hacer lo mismo. Voy a acompañarla hasta su cuarto, ofreció. El camino de vuelta fue hecho en silencio, pero no era un silencio incómodo, era el silencio de dos personas que acababan de alcanzar un entendimiento profundo que no necesitaba de palabras para ser expresado. En la puerta del cuarto de Alba Rosa pararon.
“Buenas noches, Esilas”, dijo ella, usando deliberadamente su primer nombre por primera vez. Buenas noches, Alba Rosa”, respondió él con una sonrisa leve. “Duerma bien.” Por un breve instante quedaron inmóviles, como si ambos sintieran que había algo más a ser dicho, algo más a ser hecho. El momento pasó, sin embargo, y Silas se alejó con un último ademán.
Alba Rosa entró en su cuarto y cerró la puerta, recostándose en ella por un momento. Su corazón latía en un ritmo extraño, acelerado. El bebé se movió en su vientre como siera su agitación. “Va a estar todo bien, pequeño”, susurró acariciando el vientre. “Vamos a estar juntos. Y quién sabe, tal vez un día seamos una familia de verdad.
” Era un pensamiento peligroso, una esperanza tal vez tonta, pero aquella noche, bajo el cielo estrellado de Tierra Seca, todo parecía posible. Las semanas siguientes trajeron una nueva dinámica a la hacienda la esperanza. Silas y Alba Rosa pasaban más tiempo juntos discutiendo los detalles del nuevo acuerdo con el licenciado nieto, planeando el cuarto del bebé, conversando sobre sus visiones de educación y crianza. Había desacuerdos.
Claro, Silas tendía a ser más tradicional en sus perspectivas, mientras que Alba Rosa, a pesar de su origen humilde, tenía ideas sorprendentemente progresistas sobre crianza de hijos, fruto de las muchas lecturas que había hecho durante el embarazo. “No creo en castigos físicos de ninguna manera”, declaró ella firmemente durante una de esas conversaciones.
Crecí viendo niños apaleados por cualquier pequeña infracción y solo aprendí que quien es más grande puede hacer lo que quiera con quien es más pequeño. Silas, que inicialmente había argumentado a favor de una palmada educativa ocasional, acabó concordando después de oír sus argumentos. Era un patrón que comenzaba a establecerse entre ellos.
Él proponía basado en tradiciones o en su propia crianza. Ella cuestionaba con base en lecturas o en su propia experiencia y juntos llegaban a un medio término que incorporaba lo mejor de las dos visiones. También comenzaron a tomar sus comidas juntos nuevamente, muchas veces extendiendo las conversaciones hasta tarde en la noche en la galería bajo las estrellas. Hablaban de todo, de sus infancias tan diferentes.
Ella en la pobreza de una familia numerosa, él como hijo único de padres ausentes más acaudalados, de sus esperanzas y miedos, de libros y filosofías. En una de esas noches, cuando Alba Rosa entraba en su octavo mes de embarazo, Silas hizo una propuesta sorprendente.
“Estuve pensando”, comenzó él, observándola con atención. El bebé necesitará un nombre. Sí, concordó ella sonriendo. Generalmente es útil tener uno. Silas sonrió con su sarcasmo leve, ya acostumbrado a su sentido del humor, que emergía conforme ficaba más confortable en su presencia. Lo que creo, continuó él, es que deberíamos escogerlo juntos. Es una decisión demasiado importante para ser tomada por apenas uno de nosotros. Alba Rosa sintió una ola de emoción subir por su garganta.
Era un gesto pequeño, pero profundamente significativo, un reconocimiento de que realmente serían socios en la crianza de aquella criatura. ¿Alguna idea en mente?, preguntó cuando consiguió controlar la voz. Si es niña, respondió, sí. con suavidad. Me gustaría que consideráramos el nombre Elisa. La mención a la difunta esposa tomó a Alba Rosa por sorpresa.
Por un breve momento sintió una puntada de celos irracional, rápidamente sustituida por comprensión. Elisa había sido el gran amor de la vida de Silas, el único hasta entonces. Era natural que quisiera honrar su memoria de esa en forma. Es un nombre lindo, respondió honestamente Elisa Alba.
Tal vez Alba era el nombre de mi abuela materna, la única que siempre me apoyó, incluso en los momentos más difíciles. El rostro de Silas se iluminó con la sugestión. Elisa Alba Montero probó él pronunciando cada sílaba como si saboreara un vino fino. Tiene una sonoridad perfecta. ¿Y si es niño? preguntó Alba Rosa. Silas pensó por un momento.
Mi padre se llamaba Jacinto, ofreció. No tuvimos la mejor de las relaciones, pero era un hombre honrado a su manera, Jacinto Silas, sugirió ella. Él sacudió la cabeza pareciendo genuinamente conmovido. Sila sería el nombre del medio. ¿Por qué no? Es su nombre al final. Un silencio confortable se estableció entre ellos. Quebrado apenas por los sonidos nocturnos del campo, grillos cantando, el ocasional ulular de una lechuza, el viento suave agitando las hojas de los árboles.
Silas, llamó Alba Rosa tras algunos minutos. Sí, gracias. ¿Por qué? Preguntó él genuinamente confuso. Por darme esta chance, por no separarme de mi hijo. Sailas quedó en silencio por un momento, como si escogiera cuidadosamente sus próximas palabras. No agradezca”, dijo finalmente. “No estoy haciendo un favor, estoy corrigiendo un error.
El acuerdo original era inhumano. Percibí eso demasiado tarde.” Alba Rosa sintió lágrimas formándose en sus ojos, pero las contuvo. Lloraba demasiado últimamente. Las hormonas del embarazo la tornaban más emotiva de lo que jamás había sido. Aún así, gracias”, insistió. “Muchos hombres jamás admitirían un erro, mucho menos intentarían corregirlo.
” Silas sonrió levemente, extendiendo la mano para tocar brevemente la de ella, un gesto que se había tornado más frecuente entre ellos en las últimas semanas. “Tal vez estemos ambos aprendiendo con esta situación”, reflexionó. Yo a ser menos rígido, usted a confiar nuevamente. Alba Rosa asintió, retribuyendo la sonrisa.
Era verdad, ambos estaban cambiando, evolucionando a través de esa extraña sociedad que habían formado. La cuestión que permanecía sin respuesta. La pregunta que ninguno de los dos osaba hacer en voz alta, era hacia dónde esa evolución los llevaría. El octavo mes de embarazo llegó junto con la temporada de lluvias en tierra seca. Las tempestades diarias transformaban el paisaje antes reseco.
El verde explotaba por todos lados. Las flores silvestres salpicaban los campos y los arroyos que cortaban la hacienda a la esperanza. Antes, tímidos hilos de agua, se volvían corrientes vigorosas. La naturaleza renacía anunciando tiempos de fertilidad y renovación, un paralelo perfecto con la vida que crecía en el vientre de Alba Rosa, lista para venir al mundo.
El doctor Morales en su última visita había confirmado, “Todo está perfecto. El bebé está en la posición ideal, con el peso adecuado. Está lista para ser madre albarrosa.” Aquellas palabras dichas con la seguridad de quien ya había traído centenares de criaturas al mundo, provocaron en ella una mezcla contradictoria de alegría y pavor.
Sería mismo posible estar lista para tamaña responsabilidad, para tanto amor, para tantas incertidumbres, principalmente considerando las circunstancias peculiares de aquel nacimiento. Un bebé que sería criado por dos extraños unidos por un contrato, no por una familia tradicional. A pesar de los avances en la relación con Silas, de las conversaciones honestas y de los momentos de proximidad, la verdad es que aún había entre ellos un océano de no dichos, de sentimientos reprimidos, de expectativas silenciosas. Estamos en cuenta regresiva”, comentó Silas durante el desayuno mientras
observaba a Alba Rosa intentar encontrar una posición confortable en la silla, el vientre enorme, dificultando hasta los movimientos más simples. El doctor Morales dijo que puede ser en cualquier momento en las próximas tres semanas. Alba Rosa asintió, intentando ignorar la puntada de ansiedad que la mención al parto siempre le provocaba. Ya terminé de arreglar el cuarto del bebé”, informó buscando distraerse.
Coloqué los ositos de peluche que compramos en San Gabriel en la cuna. “Quedó lindo.” Silas sonríó. Aquella sonrisa rara que transformaba su rostro generalmente austero en algo casi juvenil. En los últimos meses, Alba Rosa había visto esa sonrisa con frecuencia cada vez mayor al sentir al bebé patear, al oír el corazoncito latiendo fuerte en el estetoscopio del médico, al discutir nombres y planes para el futuro.
Me gustaría ver, dijo él, levantándose y extendiendo la mano para ayudarla a hacer lo mismo. He estado tan ocupado con la cosecha que no visito el cuarto desde hace semanas. Juntos caminaron lentamente hasta el aposento, que ficaba estratégicamente posicionado entre el cuarto principal de Silas y el de Alba Rosa.
Era un espacio amplio con grandes ventanas que dejaban entrar la luz natural filtrada por cortinas de un amarillo suave. Las paredes, antes de un blanco impersonal, ahora exhibían un mural pintado a mano, obra de un artesano de San Gabriel que sí las había contratado especialmente para el proyecto.
La pintura retrataba el campo en toda su exuberancia. Árboles floridos, pequeños animales escondidos entre la vegetación, un cielo donde el sol y la luna dividían espacio en una representación poética del paso del tiempo. Quedó aún más bonito de lo que imaginé”, comentó Silas admirando los detalles de la cuna de madera maciza, cuidadosamente tallada con motivos de follajes, las sábanas de algodón orgánico, la butaca confortable posicionada estratégicamente para las nocturnas. Doña Inés me ayudó con las ropitas”, explicó Alba Rosa
abriendo uno de los cajones de la cómoda para mostrar los conjuntos minúsculos perfectamente doblados y organizados por color. Nunca imaginé que un ser tan pequeño necesitara de tantas cosas. Silas se aproximó a la cuna tocando levemente el móvil colgado arriba de él. Pequeños pájaros de madera que representaban especies típicas de la región, esculpidos a mano por un artesano local.
Elisa habría adorado este cuarto, comentó él, casi para sí mismo. Entonces, percibiendo lo que había dicho, se volvió hacia Alba Rosa con expresión apologética. “Perdón, no quise.” No precisa disculparse, interrumpió ella con gentileza. Elisa fue importante para usted. Hace parte de quien usted es. Silas la observó por un largo momento, como si estuviera viendo algo nuevo, algo que no había notado antes.
Usted es extraordinaria, sabía, dijo finalmente la voz cargada de una emoción inusual. La mayoría de las personas tendría celos, se incomodaría con menciones al pasado. Alba Rosa sintió el rostro enrojecer bajo su mirada intensa. No tengo derecho a los celos con sinceridad. Nuestra situación es peculiar. Peculiar. Silas, repitió la palabra como si probara su sabor.
Supongo que es un eufemismo apropiado. Un silencio extraño se estableció entre ellos. No el silencio confortable de las noches en la galería, sino uno cargado de tensión no resuelta, de palabras no dichas. Silas, comenzó Alba Rosa decidiendo que era hora de la honestidad completa, como habían prometido uno al otro.
Necesitamos hablar sobre lo que sucede después. Después? Cuestionó él frunciendo levemente el seño. Después de que el bebé nazca, después de que nos volvamos socios en la crianza de una criatura, ella respiró fundo, buscando coraje para la pregunta que la atormentaba desde hacía semanas. ¿Qué seremos el uno para el otro? ¿Apenas copadres, amigos? ¿O hay espacio para más? La última palabra salió casi como un susurro. pero tuvo el impacto de un trueno en aquel cuarto silencioso.
El rostro de Silas pasó por una sucesión de emociones, sorpresa, incertidumbre, algo que podría ser esperanza y finalmente una máscara cuidadosamente neutra. Alba rosa, comenzó él midiendo cada palabra. Usted está en una posición vulnerable, embarazada, dependiente de mí, financieramente, sin familia o amigos cerca.
No sería ético de mi parte sugerir cualquier tipo de involucramiento más allá de nuestra sociedad parental. La respuesta, de tan formal, tan distante de lo que su corazón ansiaba oír, atingió a Alba Rosa como un golpe físico. “Entiendo”, respondió intentando mantener la dignidad a pesar del rechazo. “Usted tiene razón, claro. Fue tonto de mi parte sugerir, no dije que no quiero,”, interrumpió Silas, la voz súbitamente más intensa. “Dije que no.
Sería ético sugerirlo ahora. Son cosas diferentes. Alba Rosa levantó los ojos encontrándolos de él, verdes, profundos, insondables como siempre, pero ahora con algo diferente, algo que parecía quemar tras la usual reserva. ¿Qué está diciendo exactamente?, preguntó el corazón acelerado. Silas dio un paso al frente, disminuyendo la distancia entre ellos.
Estoy diciendo que usted precisa encontrar su camino primero, establecerse como madre, como persona independiente en esta nueva realidad y entonces solamente entonces podremos explorar otras posibilidades. Hizo una pausa como si luchara consigo mismo antes de añadir, “Si, si aún quiere, cuando ese momento llegue.
” Antes de que Alba Rosa pudiera responder, el momento fue interrumpido por el sonido de un carruaje llegando a la entrada de la hacienda. Silas se alejó caminando hasta la ventana para ver quién era el visitante inesperado. “El carruaje de Gaspar”, murmuró, el rostro endureciéndose, y parece que no vino solo. Alba Rosa sintió un escalofrío de aprensión.
Las pocas menciones al sobrino de Silas en los últimos meses siempre venían cargadas de tensión. Tras el incidente en la cena, Gaspar había intentado impugnar legalmente el nuevo acuerdo entre Silas y Alba Rosa, alegando que su tío estaba siendo manipulado, que no estaba en pleno gozo de sus facultades mentales. La tentativa había fracasado miserablemente, claro, pero el resentimiento del joven apenas había crecido. Voy a hablar con él.” Decidió Silas dirigiéndose a la puerta.
“Usted quédese aquí y descanse. No precisa involucrarse en esto.” ¿No? protestó Alba Rosa siguiéndolo con la dificultad propia de sus movimientos limitados por el embarazo avanzado. Esa situación me involucra directamente. Tengo derecho de estar presente. Silas dudó claramente dividido entre el deseo de protegerla y el respeto por su autonomía. Finalmente asintió.
Como quiera, pero prométame que no va a exaltarse. No sería bueno para usted o para él. Bebé. Juntos bajaron las escaleras a tiempo de ver a doña Inés abriendo la puerta del frente para Gaspar y un hombre más viejo, de apariencia seria y profesional cargando una cartera de cuero. Tío, saludó Gaspar con falsa cordialidad.
Veo que la situación progresó desde nuestra última conversa. Sus ojos se posaron en el vientre de Alba Rosa con evidente desagrado. “Gaspar”, respondió Silas fríamente. No me acuerdo de haber levantado su prohibición de visitar esta casa. El joven forzó una sonrisa indicando al hombre a su lado. “Traje al licenciado Horacio Fuentes, especialista en derecho de familia y sucesorio. Creí que deberíamos tener una conversación civilizada sobre arreglos futuros.
Silas cruzó los brazos, su postura proyectando una barrera física entre los visitantes y Alba Rosa. Cualquier asunto legal debe ser tratado con mi abogado, el licenciado Nieto. Tienes su contacto. Sucede, continuó Gaspar, ignorando la resistencia del tío, que surgieron algunas preocupaciones en la familia.
La noticia de este su arreglo inusual se esparció. Y hay quien cuestione su capacidad de juicio. Capacidad de juicio, repitió Silas, la voz peligrosamente calma. Estás sugiriendo que no estoy en pleno control de mis facultades mentales, Gaspar. El abogado carraspeó interviniendo por primera vez.
Señor Montero, nadie está haciendo acusaciones definitivas. Apenas existen preocupaciones legítimas sobre la naturaleza de este acuerdo con la señorita y las implicaciones para el patrimonio familiar. No existe patrimonio familiar, cortó Silas, la irritación ahora evidente en su voz. Existe mi patrimonio construido por mi trabajo y puedo disponer de él como bien entienda. Gaspar dio un paso al frente abandonando la pretensa cordialidad.
Es así como ves el legado del abuelo, como algo solo tuyo, que puedes jugar en el regazo de una oportunista cualquiera que apareció de repente. Alba Rosa sintió el impacto de las palabras como una bofetada, pero se mantuvo firme recordándose de la promesa hecha a Silas. Joven, intervino el abogado, claramente incómodo con el tono de la conversa. Sugiero moderación.
Estamos aquí para dialogar, no para no interrumpió Silas, la voz cortante como acero. Ustedes están aquí porque Gaspar no consigue aceptar que no va a heredar lo que siempre consideró suyo por derecho. Y ahora, con la llegada del bebé, percibe que sus chances disminuyeron aún más. La mención al bebé pareció inflamar aún más al joven.
Ese bastardo ni siquiera es tuyo. Es hijo de algún vagabundo del pueblo que embarazó a esta basta. Tronó Silas avanzando un paso amenazador. Una palabra más y olvido completamente que eres hijo de mi hermana. El silencio que siguió fue cargado de tensión. Alba Rosa, que hasta entonces se había mantenido callada, dio un paso al frente, posicionándose al lado de Silas, en vez de tras él.
Sé lo que usted piensa de mí, dijo dirigiéndose directamente a Gaspar, que soy una oportunista, una interesada, que estoy manipulando a su tío para conseguir dinero o posición social. Gaspar la encaró con desprecio mal disimulado, pero no la interrumpió. La verdad, continuó Alba Rosa encarando a Gaspar, es que yo no tenía nada cuando su tío me encontró.
Estaba embarazada, sola, durmiendo en la estación de diligencias. El acuerdo que acepté fue por desesperación, pero lo que nació entre nosotros desde entonces, el respeto, la sociedad, eso no tiene precio. Si usted conociera a su tío de verdad, sabría que él no puede ser manipulado, y en cuanto al bebé, será hijo de Silas en todos los sentidos que importan. La sangre es lo menos relevante cuando se trata de amor.
Su discurso pareció dejar a Gaspar momentáneamente sin palabras. El abogado aprovechó para intervenir. Señor Montero, tal vez podamos agendar una reunión formal con su abogado presente. No hay nada que discutir, cortó Silas. Mi decisión está tomada. Alba Rosa y yo criaremos a esta criatura juntos y ella será mi heredera legal.
Ella, repitió Gaspar. Entonces, ya saben que es una niña. Sí, confirmó Silas. Tendremos una hija, Elisa Alba Montero. El nombre pareció afectar a Gaspar. Algo en su expresión vaciló. El como la tía. Sí. Y Alba como la abuela de Alba Rosa. Todos quedaron en silencio.
Elisa había sido amada por todos en la familia, inclusive por el joven Gaspar. Gaspar”, dijo Silas colocando la mano en el hombro del sobrino. “Sé que parece una decisión impulsiva, pero a veces la vida nos ofrece segundas chances. Esta criatura, esta mujer, son mi oportunidad de tener una familia nuevamente. Un día, cuando tengas hijos, tal vez comprendas.
” La sinceridad en las palabras de Silas pareció finalmente atingir algo en Gaspar. El joven retrocedió. “Debemos irnos”, dijo dirigiéndose al abogado. “Está claro que no llegaremos a un acuerdo hoy.” Cuando la puerta se cerró tras ellos, Alba Rosa sintió sus piernas flaquear. Silas la guió hasta el sofá. “Estuviste increíble.
Ni sé cómo agradecer.” Su frase fue interrumpida por una expresión súbita de incomodidad en el rostro de Alba Rosa. “¿Qué fue?”, preguntó Silas alarmado. Creo, creo que acabo de romper aguas. Las horas siguientes fueron un torbellino. La carrera en la Berlina hasta el hospital en San Gabriel, las contracciones tornándose cada vez más intensas.
Silas permaneció a su lado durante todo el proceso, sosteniendo su mano, encorajándola cuando el cansancio amenazaba vencerla. Ya estamos casi allí”, anunció la partera por vuelta de las 3 de la mañana. En la próxima contracción, puje con fuerza alvarrosa. No sé si consigo, admitió ella exhausta. “Consigues sí”, aseguró Silas.
Eres la persona más fuerte que jamás he conocido. Vas a traer a nuestra hija al mundo y yo estaré aquí sosteniendo tu mano en cada segundo, nuestra hija. Las palabras reverberaron dentro de Alba Rosa, inyectándole nueva energía. Con un último esfuerzo, ella trajo a Elisa Alba al mundo.
El primer llanto de la bebé resonó por la sala como música, fuerte, vibrante, lleno de vida. Es perfecta, susurró Alba Rosa, maravillada con la minúscula criatura en sus brazos. Sila se aproximó, los ojos desbordando de lágrimas contenidas. “¿Puedo?”, preguntó vacilante. Alba Rosa transfirió cuidadosamente el pequeño bulto a los brazos del acendado. El contraste era casi cómico.
Aquel hombre poderoso, completamente rendido diante de un ser que pesaba poco, más de 3 kg blá. Fue en ese instante viendo a Sila sostener a Elisa por primera vez, que Alba Rosa supo jamás conseguiría alejarse. El acuerdo original era una imposibilidad emocional. Silas lo llamó la voz aún débil.
Recuerda cuando me dijo que yo precisaba encontrar mi camino primero y que solo entonces podríamos explorar otras posibilidades? Un brillo de comprensión se encendió en los ojos de él. Recuerdo cada palabra. Creo que ya sé cuál es mi camino y él está bien aquí. No con ustedes dos. Silas depositó a Elisa en la pequeña cuna hospitalaria y se sentó en el borde del lecho, tomando las manos de ella entre las suyas. ¿Tienes certeza?, preguntó la voz ronca de emoción.
Nunca he tenido tanta certeza. ¿Y usted aún quiere explorar esas posibilidades? En respuesta, Sila se inclinó tocando sus labios a los de ella en un beso el primero entre ellos, el primero de muchos. Eso responde a tu pregunta, susurró. Creo que sí, pero no me importaría oírlo. En palabras, te amo, Alba Rosa. No lo planeé, no lo esperaba, pero sucedió.
Ahora no consigo imaginar nuestra vida de otra forma. También te amo”, respondió ella. Creo que desde hace mucho tiempo, en aquel cuarto de hospital, con Elisa durmiendo tranquilamente, una nueva familia nacía, no de la manera convencional, sino a través de circunstancias extraordinarias. Seis meses después, la capilla de la hacienda La Esperanza estaba decorada con flores silvestres para un evento íntimo.
Mamá, Lucha, doña Inés, el doctor Morales, algunos empleados de la hacienda y sorprendentemente Gaspar y Fidela estaban presentes. El sobrino de Silas había pasado por su propia transformación. Tras conocer a Elisa, a quien decidió ver como prima, independientemente de los lazos sanguíneos, algo había cambiado en él. Alba Rosa entró en la capilla usando un vestido azul suave, cargando a Elisa, ahora una bebé rollliza de 6 meses.
Silas aguardaba en el altar, más joven que nunca en su semblante. Trocaron votos escritos por ellos mismos, compromisos de sociedad, de respeto mutuo, de crianza conjunta de la hija que los había unido. Cuando Silas besó a Alba Rosa, Elisa soltó su primera risa, un sonido cristalino que llenó la capilla y tocó el corazón de todos.
Era el sonido de la alegría, el sonido de un nuevo comienzo, el sonido de una familia que había nacido, no de la sangre, sino de elecciones difíciles, de segundas chances, de corazones que encontraron unos en los otros el espacio perfecto para florecer. Y mientras el sol se ponía en el horizonte de tierra seca, Alba Rosa miró a su marido y a su hija y supo con absoluta certeza que había encontrado su verdadero hogar.
Queridos oyentes, esperamos que la historia de Alba Rosa y Silas haya tocado sus corazones. Si se emocionaron con esta narrativa de la región de Tierra Seca, no dejen de suscribirse a nuestro canal y dar me gusta al video. Cada día traemos nuevas historias que exploran las complejidades de la vida y las sorpresas que esta nos reserva.
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