Pasos perdidos
La luz dorada del atardecer bañaba la avenida principal, reflejándose en los ventanales del elegante restaurante. Vasily Igorevich se detuvo frente a la puerta, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza. Había viajado todo el día en tren, con apenas unas monedas en el bolsillo, pero lo que realmente le pesaba era el miedo. Hacía veinticinco años que no veía a su hija.
Se arregló el cabello canoso y enderezó el cuello de su viejo saco. Por un instante, se vio reflejado en el vidrio: un hombre mayor, cansado, con los ojos hundidos por noches de insomnio. Pero detrás de ese reflejo seguía siendo el padre de Yanna, el hombre que una vez la acunó y le cantó nanas.
“Solo quiero verla una vez, aunque sea de lejos”, se dijo. “Solo una vez”.
Puertas cerradas
Apenas cruzó el umbral, un guardia corpulento lo interceptó. La mirada fría del hombre repasó a Vasily de arriba abajo, evaluándolo como a un intruso.
—¿Quién le ha dado permiso para entrar? Aquí solo pasan invitados, esto no es una caridad.
Vasily trató de sonreír, aunque su voz temblaba:
—Vengo a la boda… Hoy es el gran día de mi hija.
El guardia lo miró con desconfianza. Tras una breve comunicación por radio, dos hombres de traje llegaron y, sin decir palabra, lo sujetaron suavemente por los brazos y lo llevaron hacia la cocina.
El pasillo era estrecho, iluminado por una luz amarilla que hacía brillar las paredes frías. Vasily se sintió diminuto, perdido en un mundo ajeno. Escuchaba la música y las risas que venían del salón, y el corazón se le encogía. ¿Sabría Yanna que su padre estaba tan cerca, apenas separado por una pared?
Enfrentando el pasado
Una mujer elegante y de porte autoritario salió de la cocina. Su mirada era dura y su voz, cortante como un cuchillo:
—¿Quién es usted? ¿Por qué está aquí?
Vasily bajó la cabeza, la voz apenas un susurro:
—Soy el padre de Yanna… Solo quiero verla, felicitarla…
—¿Padre? —La mujer soltó una risa amarga—. Nunca hemos oído a Yanna hablar de usted. ¿Cree que basta con aparecer para ser familia? Esta boda es de nuestra familia, usted no pertenece aquí.
El esposo, de pie junto a ella, añadió fríamente:
—No moleste la celebración. Si quiere, podemos darle algo de comida sobrante. No haga que los demás se preocupen.
Vasily apretó los puños. Se sentía humillado, pero se aferró a un poco de dignidad.
—No vengo a pedir limosna. Solo quiero verla una vez, luego me iré.
—¿Cree que el perdón se gana tan fácil? —dijo la mujer, con desprecio—. ¿Dónde estuvo estos veinticinco años?
Los años perdidos
Esa pregunta fue como una daga. Vasily recordó los días tras la muerte de su esposa, cuando debía trabajar y cuidar de una niña pequeña. El dolor lo llevó a la bebida. Una noche, en una estación de tren, perdió a Yanna. Cuando despertó, solo tenía el suéter de su hija; ella ya estaba lejos, llevada por su abuela.
Intentó buscarla, pero no tenía dinero ni fuerzas. Las cartas que envió nunca fueron respondidas. Se convenció de que, quizá, Yanna estaría mejor sin un padre fracasado.
Los años pasaron y el recuerdo de su hija creció en su interior, junto con la esperanza de que algún día ella lo perdonara.
Momento decisivo
La pareja se marchó, dejando a Vasily sentado en una esquina, abrazando su bolsa: un pañuelo tejido a mano, un pequeño cuadro de su pueblo y una carta escrita con lágrimas.
La música del salón se apagó. Vasily escuchó al presentador anunciar a la novia y los aplausos llenaron el aire. Las lágrimas le corrían por el rostro mientras deseaba, en silencio, la felicidad de su hija.
Una camarera joven se le acercó, compasiva:
—¿Necesita algo, señor?
Vasily sonrió tristemente:
—Hoy se casa mi hija. Solo quería verla una vez.
La chica, conmovida, le dejó una taza de té caliente.
—Intentaré ayudarle —susurró, antes de irse.
El reencuentro
Poco después, la puerta del salón se abrió de golpe. Una joven vestida de blanco salió corriendo, con los ojos llenos de lágrimas. Al ver a Vasily, se quedó inmóvil y luego rompió a llorar:
—¡Papá! ¿De verdad eres tú?
Los invitados salieron, sorprendidos. Vasily se puso de pie, temblando, sin creer lo que veía.
—Yanna… mi niña…
Ella corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Ambos lloraron, rodeados de miradas curiosas y emocionadas. Yanna tomó la mano de su padre y lo llevó al centro del salón.
—Este es mi padre. Ha venido desde lejos solo para verme. Hoy, mi mayor felicidad es tenerlo aquí conmigo.
El ambiente, antes tenso, se llenó de aplausos y sonrisas. La madre de Yanna, viendo la escena, se acercó y, después de un momento de duda, le ofreció la mano a Vasily. El novio también lo saludó con respeto.
Un nuevo comienzo
Esa noche, Vasily bailó con su hija bajo las luces cálidas del salón. Por primera vez en muchos años, sintió que el peso del pasado se aligeraba. Yanna le susurró al oído:
—Papá, nunca es tarde para volver a empezar. Te he echado de menos cada día.
Vasily, con lágrimas de felicidad, supo que el perdón y el amor podían sanar cualquier herida. Y así, en medio de la música y las risas, padre e hija comenzaron una nueva etapa, juntos, rodeados de la familia que el destino les había devuelto.
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