Era una brillante tarde de primavera cuando Alexander Graves, un multimillonario hecho a sí mismo y uno de los empresarios más comentados de Silicon Valley, firmó la lista final de invitados para su boda. Después de años de titulares sobre su riqueza, su astucia empresarial y una larga lista de romances de alto perfil, Alexander finalmente estaba estableciéndose… de nuevo. Esta vez, se casaba con Cassandra Belle, una modelo convertida en influencer con dos millones de seguidores y un anillo de compromiso de diamantes que valía más que muchas casas.
Mientras revisaba los nombres con su asistente, se detuvo en una línea y tocó la mesa.
—Envía una invitación a Lila.
Su asistente parpadeó.
—¿Lila… tu exesposa?
—Sí —dijo con una sonrisa burlona—. Quiero que lo vea. Que vea lo que se perdió.
No elaboró más, pero la arrogancia en su voz dejaba claro el motivo.
El lugar de la boda era una maravilla de lujo moderno: una réplica de villa italiana enclavada en las colinas de California, completa con candelabros de cristal, suelos de mármol y arcos de rosas que enmarcaban el patio principal. Los invitados, vestidos con trajes y vestidos de diseñador, zumbaban alrededor, bebiendo champán y capturando el día para sus historias de Instagram.
Alexander se encontraba cerca del altar, sonriendo en su esmoquin hecho a medida. A su lado, Cassandra lucía impresionante en un vestido de Dior, aunque su sonrisa parecía más forzada que genuina.
Mientras escaneaba la multitud, la vio.
Lila entró con calma, vistiendo un vestido azul marino que complementaba modestamente su figura. Su cabello estaba recogido, y a cada lado de ella había un niño: un niño y una niña, ambos de alrededor de seis años. Sus expresiones se reflejaban mutuamente: curiosas, tranquilas y con los ojos muy abiertos.
Alexander no esperaba que ella realmente viniera.
—¿Es esa tu exesposa? —susurró su prometida, inclinándose hacia él.
Él asintió, distraído.
—¿Y… los niños? —agregó, entrecerrando los ojos.
—Deben ser de alguien más —respondió rápidamente, aunque su estómago se retorció.
A medida que Lila se acercaba, un silencio cayó sobre la multitud cercana. Se detuvo a unos pocos pies de él. Los gemelos se mantuvieron cerca de su lado.
—Hola, Alexander —dijo con calma.
Él forzó una sonrisa educada.
—Lila. Me alegra que hayas podido venir.
Ella miró a su alrededor.
—Es… todo un espectáculo.
Él se rió, encogiéndose de hombros.
—¿Qué puedo decir? Las cosas han cambiado.
Ella levantó una ceja.
—Sí, han cambiado.
Miró hacia abajo a los niños. Ellos lo miraban en silencio. Su garganta se apretó.
—¿Son amigos tuyos? —preguntó, aunque ya sospechaba la verdad.
Lila sonrió levemente, pero su mirada era seria.
—Son mis hijos, Alexander.
El mundo de Alexander se detuvo por un instante.
—¿Hijos? —repitió, incapaz de procesar la información.
—Sí. Se llaman Lucas y Sofia —dijo, señalando a cada uno de ellos—. Lucas, Sofia, este es tu padre.
Los niños lo miraron con curiosidad. Lucas, con su cabello castaño claro y ojos azules, se asomó detrás de Lila, mientras que Sofia, con su cabello rizado y una sonrisa tímida, se aferraba a la mano de su madre.
—Hola, papá —dijo Lucas con una voz suave.
Alexander sintió un nudo en el estómago. No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Lila, su voz calmada pero firme.
—Yo… no sabía que existían —respondió, sintiéndose impotente.
Cassandra, a su lado, miraba la escena con una mezcla de sorpresa y desdén.
—¿Esto es una broma? —preguntó, su tono cortante.
Lila la miró, sin inmutarse.
—No, Cassandra. Esta es la realidad.
La tensión en el aire era palpable. Alexander se sentía atrapado entre dos mundos: su vida actual llena de lujos y expectativas, y el pasado que nunca había dejado de atormentarlo.
—¿Por qué decidiste venir hoy? —preguntó, tratando de mantener la calma.
—Porque quería que supieras que no solo te perdí a ti, Alexander. También perdí la oportunidad de ser una familia —respondió Lila, su voz temblando ligeramente.
Los gemelos la miraron con confianza, como si supieran que su madre estaba siendo valiente. Alexander sintió una punzada de culpa.
—Nunca quise que esto sucediera —dijo, su voz apenas un susurro.
—Pero sucedió —respondió Lila, su mirada fija en él—. Y ahora estás aquí, a punto de casarte, y yo estoy aquí con nuestros hijos.
Cassandra se cruzó de brazos, claramente incómoda.
—Esto no tiene sentido —dijo—. ¿Por qué no me lo dijiste antes, Alexander?
Él no podía responder. La verdad era que había estado tan centrado en su éxito y en su nueva vida que había olvidado el pasado que había dejado atrás.
—No sé qué decir —finalmente murmuró.
Lila respiró hondo, su expresión se suavizó.
—Solo quiero que los conozcas. Ellos merecen saber quién eres.
Alexander miró a los niños, que lo observaban con una mezcla de curiosidad y esperanza.
—Me gustaría conocerlos —dijo finalmente, sintiendo que un nuevo capítulo de su vida estaba a punto de comenzar.
Lila sonrió, y por un breve instante, todo el rencor y la tristeza parecieron desvanecerse.
—Eso es todo lo que quería —dijo—. Solo quiero que sean parte de tu vida, si tú lo deseas.
Cassandra, al ver la conexión entre ellos, se sintió fuera de lugar.
—No sé si esto es lo que quiero —dijo, su voz temblando de frustración.
Alexander se volvió hacia ella, sintiendo que su mundo se tambaleaba.
—Cassandra, necesito un momento.
Ella lo miró, y él pudo ver la decepción en sus ojos.
—Está bien, pero no tardarás mucho —dijo, girándose y alejándose.
Una vez que Cassandra se fue, Alexander se volvió hacia Lila y los niños.
—¿Podemos hablar? —preguntó.
Lila asintió y lo condujo a un rincón apartado del jardín, donde las flores florecían y el aire estaba impregnado del aroma de la primavera.
—No sabía que vendrías —dijo, mirando a los niños—. ¿Cómo has estado?
—He estado bien. Criando a los gemelos ha sido un desafío, pero también una bendición —respondió Lila, su mirada llena de amor.
—Me alegra escuchar eso —dijo Alexander, sintiéndose un poco más ligero.
—Siempre quise que estuvieras en sus vidas, pero no sabía cómo decírtelo —confesó Lila—. No quería que pensaran que los estaba utilizando como una forma de volver a ti.
—No lo creo —dijo Alexander, sintiendo que el peso de la culpa comenzaba a levantarse—. Pero ahora que lo sé, quiero ser parte de sus vidas.
Lila sonrió, y por un momento, la tensión entre ellos parecía desvanecerse.
—Eso es todo lo que he querido —dijo—. Quiero que ellos conozcan a su padre.
Los gemelos se acercaron, Lucas mirando a su padre con curiosidad.
—¿Puedes jugar con nosotros, papá? —preguntó.
Alexander sintió una oleada de emoción.
—Claro, ¿qué les gustaría hacer?
Sofia sonrió y dijo:
—¡Nos encanta jugar al escondite!
Alexander se agachó a su altura y sonrió.
—Entonces, ¡vamos a jugar!
Mientras comenzaban a jugar, la risa de los niños llenó el aire y Alexander sintió que una parte de él que había estado dormida comenzaba a despertar.
A medida que el juego continuaba, Lila observaba desde un lado, sintiendo una mezcla de alegría y nostalgia. Había una conexión entre ellos que nunca se había perdido, y ver a Alexander interactuar con sus hijos le recordó los días en que eran felices juntos.
Cuando el juego terminó, Alexander se sentó en el césped, respirando con dificultad pero sintiéndose más vivo que nunca.
—¿Puedo verlos más a menudo? —preguntó, mirando a Lila.
Ella asintió, su expresión seria pero esperanzadora.
—Sí. Solo necesito saber que estás comprometido a ser parte de sus vidas.
Alexander sintió un nudo en el estómago.
—Lo estoy. Quiero ser un buen padre para ellos.
Lila sonrió, y por un momento, los dos se sintieron como si todo fuera posible.
Sin embargo, la realidad de la boda aún pesaba sobre ellos.
—¿Y qué hay de Cassandra? —preguntó Lila, su voz temblando ligeramente.
—No sé si puedo seguir adelante con esto —admitió Alexander, sintiendo que la decisión era más complicada de lo que había imaginado.
—Tómate tu tiempo —dijo Lila—. Lo más importante es que pienses en lo que realmente quieres.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, Alexander sintió que su vida estaba en una encrucijada. Podía seguir adelante con su vida de lujo y éxito, o podría abrir su corazón a una nueva realidad, una que incluía a Lila y a sus hijos.
En ese momento, comprendió que el verdadero éxito no se medía por la cantidad de dinero que tenía o por los logros que había alcanzado, sino por las relaciones que construía y el amor que compartía.
—Voy a hablar con Cassandra —dijo finalmente, sintiendo que había tomado la decisión correcta—. Necesito ser honesto con ella y conmigo mismo.
Lila asintió, su mirada llena de comprensión.
—Eso es todo lo que puedes hacer. Sé honesto y fiel a ti mismo.
Mientras se preparaban para regresar a la boda, Alexander sintió una nueva determinación. No sabía lo que el futuro le depararía, pero estaba listo para enfrentarlo, sin importar cuán complicado fuera.
Y así, con el corazón lleno de esperanza y un nuevo propósito, Alexander se dirigió hacia su nuevo destino, sabiendo que la vida tenía mucho más que ofrecerle de lo que jamás había imaginado.
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