Las Gemelas y la Nana
En un pequeño y apacible pueblo de Jalisco, rodeado de campos de agave y casas de tejas rojas, vivían dos gemelas: Camila y Lucía. Eran hijas de una familia acomodada, pero no por el esfuerzo de sus padres, sino por la fortuna construida a base de sacrificios y trabajo incansable de sus abuelos paternos. Los abuelos, ya ancianos, vivían en una casona al final del pueblo, mientras que sus padres, modernos y siempre ocupados, apenas pasaban tiempo en casa.
El padre, un empresario exitoso, viajaba constantemente por negocios, y la madre, elegante y siempre impecable, pasaba sus días entre reuniones sociales y cafés con amigas. Las gemelas crecieron juntas, compartiendo juegos, secretos y sueños. Sin embargo, había una diferencia entre ellas: Lucía, la menor por unos minutos, nació con defensas bajas. Su salud era frágil y pasaba largas temporadas enferma, mientras que Camila, fuerte y vivaz, parecía inmune a todo.
Preocupados por la salud de Lucía y la falta de tiempo para sus hijas, los padres decidieron contratar a una nana. Así llegó a sus vidas Sony, una mujer de aspecto peculiar: alta, de piel pálida como la leche y ojos intensamente oscuros, casi negros, que parecían esconder secretos ancestrales. Su cabello era liso y negro, y su voz, suave y tranquilizadora.
Sony se ganó rápidamente la confianza de las niñas. Les contaba historias antes de dormir, preparaba infusiones de hierbas y velaba por Lucía cada vez que caía enferma. Lo más extraño era que, cuando Lucía tenía fiebre o sufría de alguna dolencia grave, Sony la llevaba a su recámara, cerraba la puerta y, tras unas horas, Lucía salía recuperada, más viva y despierta que nunca. Nadie sabía qué ocurría en esa habitación, pero la mejoría de Lucía era innegable.
Los años pasaron y la niñez de las gemelas transcurrió sin mayores sobresaltos, salvo por el misterio de la recuperación milagrosa de Lucía. Con el tiempo, las enfermedades de Lucía se hicieron menos frecuentes, hasta casi desaparecer.
Adolescencia y Primer Amor
La adolescencia llegó acompañada de cambios y nuevos desafíos. Camila y Lucía ingresaron al colegio del pueblo, donde pronto se hicieron populares por su simpatía y belleza. A pesar de sus diferencias de carácter —Camila era extrovertida y sociable, mientras que Lucía era reservada y reflexiva—, seguían siendo inseparables.
Los padres, cada vez más ausentes, confiaban plenamente en Sony, quien seguía siendo la figura materna y protectora de las gemelas. Sin embargo, el síndrome de los padres modernos se hacía evidente: estaban más pendientes de sus teléfonos móviles y sus vidas sociales que de lo que realmente hacían sus hijas. ¿Sabían acaso lo que pasaba en sus vidas? ¿Conocían sus miedos, sus sueños, sus amistades?
Fue en esa etapa cuando apareció Saúl, un chico apuesto, de sonrisa encantadora y mirada traviesa. Saúl era mayor que ellas, y su presencia no pasó desapercibida en el colegio. Tanto Camila como Lucía se sintieron atraídas por él, y sin darse cuenta, empezó una silenciosa rivalidad entre las hermanas. Saúl, por su parte, disfrutaba de la atención, pero pronto dejó claro su interés por Camila.
Lucía experimentó su primera desilusión amorosa. A pesar de su tristeza, trató de ocultarla y se refugió en los brazos de Sony, quien la consolaba con ternura y palabras sabias. “El amor verdadero no duele, Lucía. Recuerda siempre eso”, le decía la nana, acariciando su cabello.
Mientras tanto, la relación entre Camila y Saúl se intensificaba, para preocupación de Lucía. Saúl comenzó a mostrar un lado oscuro: era celoso, posesivo y, en ocasiones, agresivo. Lucía intentó advertirle a su hermana, pero Camila, cegada por el enamoramiento, no quiso escucharla.
La Noche de la Revelación
Una noche, Lucía salió con Sony a comprar víveres. Mientras caminaban por las calles semioscuras del pueblo, Lucía vio a lo lejos a Saúl, acompañado de un grupo de chicos mayores. Bebían y reían ruidosamente, y el olor a hierba llegaba hasta su nariz. Sintió una mezcla de rabia y decepción. Al regresar a casa, intentó contarle a Camila lo que había visto, pero su hermana la ignoró por completo.
Lo peor ocurrió días después. Camila llegó a casa llorando y con el rostro amoratado. Lucía, alarmada, la abrazó y le preguntó qué había pasado. Camila, entre sollozos, confesó que había sido Saúl. “Déjalo, no te conviene”, insistió Lucía, pero Camila, aferrada a una idea romántica y enfermiza, respondió con las palabras clásicas de quien no quiere ver la realidad: “No te entrometas, es el amor de mi vida”.
La tensión entre las hermanas crecía, y Sony, siempre observadora, intentaba mediar y protegerlas. Pero había cosas que ni siquiera ella podía evitar.
Un sábado por la noche, Lucía observó cómo Camila salía sigilosamente por la ventana. Sabía que iba a una fiesta, probablemente a encontrarse con Saúl. Las horas pasaron lentamente, y Lucía, entre el sueño y la vigilia, tuvo una visión: vio el rostro de su hermana, pálido y aterrorizado, gritando su nombre.
Despertó sobresaltada, sintiendo un impulso irrefrenable. Salió por la ventana y, guiada por un instinto inexplicable, corrió por las calles oscuras hasta llegar a un descampado detrás de la iglesia. Allí, encontró a Camila rodeada por Saúl y sus amigos, quienes la empujaban, desgarraban su ropa y la golpeaban.
Sin pensarlo, Lucía gritó con todas sus fuerzas. Sintió una energía desconocida recorrer su cuerpo, como si el aire mismo respondiera a su furia. Las hojas de los árboles se levantaron en un remolino, y algunos chicos fueron empujados al suelo por una fuerza invisible. El poder emergió de ella, feroz y descontrolado. En un segundo grito, más intenso, levantó la mano y dirigió la energía hacia Saúl, quien fue arrojado contra un árbol, quedando inconsciente.
Los amigos de Saúl huyeron despavoridos, y Lucía, aún en trance y con la nariz sangrando, se acercó a su hermana. Camila la miraba con una mezcla de incredulidad y temor. Lucía la ayudó a levantarse y, juntas, regresaron a casa.
El Último Secreto
Al llegar, encontraron a Sony esperando en la puerta, con dos maletas a sus pies. Su rostro, habitualmente sereno, mostraba una expresión de tristeza y resignación.
—Lucía, Camila, ha llegado el momento de irme. Manténganse siempre juntas; mi misión aquí ha terminado —dijo la nana, con voz suave pero firme.
—¿A dónde vas? —preguntó Lucía, sintiendo un nudo en la garganta.
Sony sonrió con melancolía.
—A mi hogar, a las Pléyades. Ya no pertenezco a este mundo.
Las hermanas se miraron, sin comprender del todo. Sony se acercó a Lucía y le tomó las manos.
—Lucía, ahora sabes quién eres y de lo que eres capaz. Tu poder viene del amor y la unión con tu hermana. Cura a Camila como yo lo hacía contigo. No temas a tu don; úsalo siempre para proteger y sanar.
Sony abrazó a ambas, besó sus frentes y, con paso ligero, se perdió entre las sombras de la noche. Nunca más la volvieron a ver.
El Vínculo Eterno
Esa noche, Lucía recordó las palabras de Sony. Se sentó junto a Camila, tomó una aguja y pinchó su dedo. Luego hizo lo mismo con el de su hermana. Unió ambas gotas de sangre, sellando un pacto silencioso de amor y protección.
—Prométeme que nunca nos separaremos —susurró Lucía.
—Te lo prometo —respondió Camila, abrazándola con fuerza.
La herida de Camila sanó rápidamente, y aunque las cicatrices físicas desaparecieron, las emocionales tardaron en curar. Sin embargo, el vínculo entre las hermanas se hizo más fuerte que nunca. Lucía descubrió que, al tocar a su hermana, podía transmitirle parte de su energía vital, tal como Sony lo había hecho con ella.
Con el paso del tiempo, las gemelas aprendieron a apoyarse mutuamente, a cuidar una de la otra y a no dejarse llevar por amores tóxicos ni amistades peligrosas. Camila, agradecida por la valentía de su hermana, se alejó para siempre de Saúl y sus malas compañías.
La Verdad Revelada
Los años pasaron y las gemelas crecieron, convirtiéndose en mujeres sabias y fuertes. Un día, ya adultas, Lucía decidió buscar respuestas sobre el origen de Sony. Visitó la antigua casona de sus abuelos y, en el desván, encontró un viejo libro de leyendas familiares. Allí, entre las páginas amarillentas, leyó sobre seres protectores venidos de las estrellas, enviados para cuidar a los niños especiales, aquellos capaces de sanar y proteger con el poder del amor.
Comprendió entonces que Sony no era una simple nana, sino un ser de luz, enviado desde las Pléyades para protegerlas y guiarlas hasta que fueran capaces de cuidarse mutuamente.
Lucía sintió una profunda gratitud y, mirando al cielo estrellado, susurró una oración de agradecimiento. Sabía que, aunque Sony ya no estuviera físicamente con ellas, su espíritu las acompañaría siempre.
El Legado de la Nana
Camila y Lucía dedicaron sus vidas a ayudar a otros. Abrieron un pequeño centro de apoyo para mujeres y niños en el pueblo, donde enseñaban sobre el valor del amor propio, la importancia de la familia y la necesidad de cuidar y proteger a los más vulnerables.
Nunca olvidaron la lección más importante de Sony: el verdadero poder reside en el amor y la unión. El secreto de la nana no era solo su origen misterioso, sino la capacidad de enseñar a amar y sanar.
Cada noche, antes de dormir, las hermanas se tomaban de la mano y recordaban el pacto de sangre y amor que las unía. Sabían que, mientras permanecieran juntas, nada podría dañarlas.
Y así, el último secreto de la nana se convirtió en el primer capítulo de una nueva historia, una historia de esperanza, sanación y amor eterno.
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