La billetera de los deseos
I. El sendero y la moneda
Esteban caminaba por el polvoriento sendero rural que conducía a su casa. El sol se despedía tras las colinas, tiñendo el cielo de naranja y púrpura. Sus botas, gastadas por el trabajo y los sueños, levantaban pequeños remolinos de polvo a cada paso.
Pensaba en sus padres, Don Julián y Doña Marta, dos almas incansables que habían dedicado su vida a la tierra y a él. Recordaba las manos de su madre, ásperas pero cálidas, y la risa franca de su padre, capaz de espantar la tristeza en los días más difíciles.
De repente, algo brilló entre las piedras del camino. Se agachó y recogió una moneda diminuta, apenas una centésima, sucia y opaca. La observó con curiosidad y sonrió.
—Una centésima… —murmuró—. No es mucho, pero tal vez sea mi día de suerte.
La guardó en su vieja billetera de cuero, esa que había heredado de su padre, y continuó su camino sin saber que ese simple gesto cambiaría su vida.
II. El primer deseo
Mientras caminaba, su mente comenzó a volar. Imaginó a sus padres sentados bajo el árbol del patio, descansando después de una larga jornada.
—Si tuviera mil euros… —pensó en voz baja—, les compraría algo bonito. Se han sacrificado toda la vida por mí. Se lo merecen.
En ese instante, la billetera se volvió más pesada. Esteban se detuvo, extrañado, y la sacó del bolsillo. Al abrirla, se quedó boquiabierto: ¡dentro había mil euros en billetes nuevos!
—¡No puede ser! —exclamó, mirando alrededor—. ¿Será magia?
Miró el dinero, lo tocó, lo olió. Era real. Su corazón latía con fuerza. Pensó en correr a casa y contarle a sus padres, pero decidió esperar. Quería soñar un poco más.
III. El segundo deseo
Esteban se sentó bajo un viejo roble y observó el horizonte. El olor a tierra mojada le recordó los días de lluvia, cuando su madre preparaba chocolate caliente y su padre contaba historias de juventud.
—¿Y si fueran diez mil? —susurró, con los ojos brillando—. Les compraría una vaca lechera. Así tendrían leche fresca cada día y podrían vender el resto en el mercado.
La billetera volvió a pesar. Esteban la abrió, temblando de emoción… ¡diez mil euros más! Billetes y más billetes, perfectamente ordenados.
—¡Esto es un milagro! —gritó, riendo solo.
Imaginó a su madre ordeñando la vaca, a su padre construyendo el establo, a los vecinos comprando leche fresca. Todo parecía posible.
IV. El gran sueño
La noche caía, y Esteban seguía soñando. Miraba las estrellas y pensaba en el futuro.
—¿Y si tuviera cien mil? —se atrevió a imaginar—. Construiría una casa grande, con un jardín donde pudieran descansar mis padres. Me casaría y viviríamos todos juntos, como en los cuentos de hadas…
La billetera, como obedeciendo a sus deseos, se hizo aún más pesada. Al abrirla, encontró montones de billetes, sumando cien mil euros.
Esteban se tumbó en el pasto, mirando las estrellas, soñando despierto. Imaginó la casa nueva, los muebles, la cocina amplia donde su madre podría preparar sus guisos favoritos, el establo para la vaca, el jardín lleno de flores y risas. Se veía a sí mismo trabajando feliz, sus padres descansando al sol, la familia reunida y dichosa.
V. El giro inesperado
Pero entonces, una sombra cruzó sus pensamientos. Se preguntó, casi sin querer:
—¿Y si mis padres no se adaptan a la nueva casa? Ya están mayores, quizás prefieran quedarse en su casita de siempre… Además, la vaca puede ser mucho trabajo. Mejor una cabra, que da menos leche pero es más fácil de cuidar… Y los regalos, ¿será necesario tanto gasto? Tal vez debería ahorrar, por si acaso…
Apenas terminó de pensar eso, sintió que la billetera se aligeraba de golpe. Alarmado, la abrió con rapidez. Solo encontró la vieja moneda de centésima, pequeña y solitaria, mirándolo desde el fondo de la cartera.
Esteban se quedó inmóvil, con la billetera abierta en las manos. El viento sopló suave, moviendo las hojas de los árboles. Miró la moneda, luego al cielo, y comprendió.
VI. El regreso a casa
Guardó la moneda en el bolsillo y siguió su camino, pero su paso era diferente: más firme, más seguro. Al llegar a casa, abrazó a sus padres con fuerza, sintiendo el verdadero valor de lo que tenía.
—¿Qué te pasa, hijo? —preguntó Doña Marta, acariciándole el cabello.
—Nada, mamá. Solo quería decirles que los quiero mucho.
Don Julián sonrió y le dio una palmada en la espalda.
—Eso vale más que cualquier regalo, Esteban.
Cenaron juntos alrededor de la mesa de madera. El aroma a sopa llenó la casa, y las risas se mezclaron con historias viejas y sueños nuevos.
VII. El verdadero milagro
Esa noche, Esteban les contó a sus padres lo que había imaginado. Les habló de la vaca, de la casa grande, de los regalos. Ellos rieron, le acariciaron el cabello y le dijeron que no necesitaban nada más que su cariño y su compañía.
—La vida nos ha dado mucho, hijo —dijo Doña Marta—. Pero lo mejor que tenemos eres tú.
—Y mientras estemos juntos, somos ricos —añadió Don Julián, levantando su vaso de agua.
Esteban sonrió, sintiendo que el milagro más grande era ese: tener una familia unida, capaz de encontrar alegría en las cosas simples.
VIII. Epílogo
Con el tiempo, Esteban siguió trabajando duro, pero nunca escatimó en gestos de cariño hacia sus padres. Les llevó flores, les preparó el desayuno, les ayudó en el campo. Aprendió que la riqueza verdadera no está en el dinero ni en los regalos, sino en el amor y la gratitud.
La vieja billetera de cuero seguía acompañándolo, con la centésima adentro, como recordatorio de aquella tarde mágica. Cada vez que la tocaba, recordaba la lección aprendida: no dudes en hacer el bien, y nunca escatimes con tus padres. Ellos son el origen, el calor y el sentido de la vida.
Moraleja
No dudes en hacer el bien.
Y sobre todo, nunca escatimes con tus padres.
No solo te dieron la vida.
Ellos son el origen, el calor y el sentido de ella.
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