
La noticia llegó como un golpe seco en el pecho. Tan inesperado como cruel. Su hermana no se iba a casar con el millonario porque él estaba en coma y ahora querían que ella tomara su lugar. El eco de esas palabras aún resonaba en la cabeza de Mariana cuando vio a su madre golpear la mesa con furia, los ojos brillando de ambición, no de preocupación.
¿No entiendes, hija? No es un favor, es una obligación. ¿Quieres vernos en la ruina? ¿Quieres que tu hermana sea señalada como la prometida abandonada de un hombre en coma? Tú vas a casarte con él, aunque no despierte jamás. Mariana sintió que la sangre le hervía en las venas. Casarse con un hombre inconsciente, con el prometido de su hermana.
Aquello era absurdo, sucio, incluso cruel. Pero lo que no imaginaba era que detrás de esa imposición se escondía un secreto más oscuro que el propio coma del millonario. La mansión de los de la Vega estaba iluminada como si hubiera fiesta, pero el ambiente era sepulcral. Los sirvientes murmuraban, los abogados entraban y salían con documentos y Mariana fue arrastrada casi como un fantasma hasta la recámara donde yacía Alejandro, el hombre que en teoría sería su esposo, un hombre que no conocía más allá de las fotos en revistas de
sociedad, de los titulares sobre su fortuna y de la sonrisa impecable con la que aparecía en los eventos de caridad. Ahora, frente a ella, ese mismo hombre estaba inmóvil, con tubos y máquinas que respiraban por él, tan frágil que apenas parecía humano. “Fírmalo”, dijo su madre colocándole el contrato nupsial frente a los ojos.
Su hermana, Lucía, la observaba en silencio, con una mezcla de miedo y alivio. Mariana, temblando, afirmó, “No porque quisiera, sino porque el peso de la amenaza sobre su familia era demasiado fuerte. Esa noche, sin música, sin flores, sin testigos de verdad, se convirtió en la esposa legal de un hombre inconsciente. Pero desde el primer instante algo no encajó.
Esa misma madrugada, mientras la casa dormía, Mariana se acercó a la cama de Alejandro. Lo miró fijamente, buscando alguna señal, algún movimiento involuntario. Y entonces ocurrió lo imposible. Una lágrima rodó por la comisura del ojo cerrado del millonario. Mariana retrocedió asustada, convencida de que lo había imaginado, pero no estaba segura.
Él la había escuchado cuando susurró que no quería esa boda. El corazón le latía con fuerza. Y si Alejandro no estaba completamente perdido en la oscuridad del coma y si alguien estaba ocultando la verdad. Los días siguientes fueron un laberinto de intrigas. Los médicos que atendían al millonario parecían más interesados en firmar confidencialidades que en dar explicaciones.
Lucí evitaba la mirada de Mariana como si supiera algo que no podía decir. Y en las noches, cuando Mariana se sentaba junto a la cama de su esposo, percibía pequeños cambios, un dedo que se movía, un suspiro más profundo, un temblor en los labios, señales que los doctores negaban una y otra vez. Es imposible.
Señora, decían con voz fría. No hay actividad consciente. Pero Mariana no era tonta. Empezó a investigar por su cuenta, hurgando en los archivos de la empresa de Alejandro, en sus correos, en los contratos que misteriosamente su madre quería que firmara en su nombre como esposa legal. Y lo que descubrió la ELO, el coma de Alejandro no había sido un accidente.
Fue provocado. La noche del compromiso con Lucía, alguien había alterado la bebida del millonario. Una droga rara, difícil de rastrear, lo llevó a esa condición. Y la familia de Mariana, lejos de buscar justicia, estaba aprovechando el silencio de su cuerpo para apropiarse de las empresas, de los bienes, de todo.
“Él es más valioso dormido que despierto”, escuchó decir a su madre en un susurro que no estaba destinado a sus oídos. El mundo de Mariana se derrumbaba. Había sido forzada a casarse para legitimar los negocios turbios de su propia familia, pero ahora estaba atrapada en una red de poder y mentiras que podía costarle la vida.
Porque si Alejandro despertaba, si recordaba algo, los secretos saldrían a la luz. Y lo peor era que en el fondo, Mariana empezaba a sentir algo extraño cada vez que lo veía. No lo amaba. No todavía, pero había una conexión inexplicable entre los dos. La tensión alcanzó su punto máximo una madrugada de tormenta.
Los truenos retumbaban sobre la mansión y Mariana, cansada de las manipulaciones, se inclinó sobre el cuerpo de Alejandro y le susurró con rabia, “Si puedes escucharme, despierta. Despierta antes de que sea demasiado tarde. De pronto, un parpadeo lento, doloroso, pero real. Los ojos del millonario se abrieron apenas, lo suficiente para dejar escapar un destello de conciencia.
Mariana contuvo el grito y se llevó una mano a la boca. Él estaba peleando intentando regresar. Los siguientes días se convirtieron en una carrera contra el tiempo. Mariana fingía obedecer a su familia, firmaba papeles, sonreía en las reuniones, pero en secreto cuidaba y alentaba a Alejandro, escondiendo cualquier señal de recuperación.
Si alguien se enteraba, lo terminarían antes de que pudiera hablar. Y entonces lo increíble sucedió. Una mañana, mientras el sol se filtraba tímido por las cortinas, Alejandro apretó su mano con fuerza. Sus labios secos murmuraron algo que apenas pudo entender. “No confíes.” El mensaje quedó incompleto, pero suficiente para confirmar lo que ella ya temía. Había traidores cerca, muy cerca.
Mariana empezó a sentir que cada sombra en la mansión la vigilaba, que cada palabra podía ser escuchada. Descubrió que incluso Lucía, su hermana, había participado en el plan. Había aceptado envenenar la bebida de Alejandro la noche del compromiso, aunque después se acobardó y dejó que otros siguieran con el plan.
Ahora vivía aterrada, prisionera del mismo monstruo que habían liberado sus padres, la codicia. Pero lo que nadie esperaba era que el millonario poco a poco iba despertando del coma. Su mente estaba más lúcida, sus ojos abiertos por más tiempo, su voz cada vez más clara y con cada palabra revelaba más verdades que podían hundir a todos.
La historia se volvió un espiral de tensión insoportable, amenazas veladas, sirvientes misteriosamente desaparecidos, documentos falsificados y el constante riesgo de que alguien descubriera que Alejandro estaba regresando. Mariana sabía que debía tomar una decisión o se convertía en cómplice del silencio o arriesgaba todo para salvarlo. Y lo arriesgó.
Una noche lo ayudó a escapar de la mansión, disfrazándolo como un enfermo cualquiera, llevándolo a un lugar donde nadie pudiera encontrarlo. Lo que siguió fue una persecución brutal con su propia familia, buscándolos como si fueran criminales. Alejandro, aún débil, confiaba en ella más que en nadie.
Y en medio de ese caos, lo inevitable ocurrió. Se enamoraron, no como víctima y carcelera, sino como dos almas que se encontraron en la oscuridad. Pero la batalla no había terminado. Regresaron, enfrentaron a los culpables, destaparon los negocios sucios y con pruebas en mano derrumbaron el imperio de mentiras que su familia había construido.
Lo que nadie creía posible sucedió. El hombre que todos daban por perdido volvió y no solo recuperó su vida, también eligió a Mariana como la única mujer digna de estar a su lado. Y así, de un matrimonio forzado, nació una historia imposible. Un amor que brotó en la línea delgada entre la muerte y la traición, entre la ambición y la redención.
Porque lo que Mariana nunca imaginó aquella primera noche frente a un hombre inmóvil en una cama era que terminaría siendo la única capaz de devolverle no solo la conciencia, sino el corazón.
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