
Forzado a casarse. Él la ignoraba hasta que oyó la notificación en el móvil de ella y explotó de celos. Cuéntame aquí en los comentarios desde dónde estás viendo este vídeo y si quieres saber cómo termina esta historia, suscríbete al canal y deja ese like porque no vas a querer perderte ningún detalle de este emocionante viaje.
La brisa cálida de Julio entraba por los ventanales del piso 45 de Silva Corporaciones, trayendo consigo el bullicio del paseo de la Castellana. Elena Costa observaba la vista panorámica de Madrid, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre la mesa de Caoba mientras esperaba. El vestido azul marino que llevaba parecía sofocar cada una de sus respiraciones.
“Estás preciosa querida”, murmuró la abuela María, apretando su mano con dedos delicados cubiertos de joyas antiguas. “Alejandro es un hombre con suerte.” Elena forzó una sonrisa. “Suerte.” La palabra resonaba en su mente como una broma cruel. Nada de aquello tenía que ver con la suerte. Tenía que ver con deudas astronómicas, empresas al borde de la quiebra y abuelos octogenarios decididos a unir dos familias antes de dejar este mundo.
La puerta doble se abrió con un sonido seco. Alejandro Silva entró en la sala de juntas como quien entra en un campo de batalla. Pasos firmes, hombros rectos, mirada calculadora barriendo el ambiente. A sus 35 años era la personificación del éxito corporativo español.
Traje de Armani impecable, cabello oscuro perfectamente peinado, mandíbula cuadrada que parecía esculpida en granito. Sus ojos oscuros se posaron brevemente en Elena antes de deslizarse hacia los abuelos con una frialdad que ella conocía bien de las tres reuniones anteriores. Abuelo Antonio, abuelo Roberto, saludó con un gesto de cabeza, ignorando completamente a las esposas de los patriarcas.
Elena sintió que se le revolvía el estómago. Así sería una vida entera siendo invisible para aquel hombre. Nieto mío. El abuelo Antonio se levantó con dificultad, apoyándose en su bastón. Hoy es un día histórico. Las familias Silva y Costa finalmente unidas como siempre soñamos.
Roberto Costa, sentado junto a su viejo amigo, asintió con entusiasmo. Los dos habían crecido juntos en el barrio de Salamanca, construido imperios lado a lado y ahora, pasados los 80, estaban decididos a ver cumplido su último deseo. “Vayamos al grano”, dijo Alejandro acercando una silla y sentándose sin contemplaciones. Abrió una carpeta de cuero y comenzó a ojear documentos. Los abogados han finalizado el contrato.
Construcciones Costa será absorbida por Silva Corporaciones. Las deudas serán liquidadas. A cambio levantó la vista y por primera vez desde que había entrado en la sala miró directamente a Elena. A cambio, nos casamos. No era una pregunta. Era una declaración fría, calculada, desprovista de cualquier emoción.
Elena sintió la sangre hervir en sus venas. ¿Quién se creía que era ese hombre? abrió la boca para protestar, pero el abuelo Roberto le sujetó la muñeca. Elena querida, su voz estaba cargada de súplica. Esto salvará todo lo que tu padre construyó, todo lo que nuestra familia representa. Las palabras murieron en su garganta. Pensó en su padre fallecido hacía 2 años que había dedicado su vida entera a aquella empresa. Pensó en los empleados que serían despedidos si construcciones costa quebraba.
pensó en su madre, fragilizada por la viudez que perdería incluso la casa donde vivía. Alejandro continuó, indiferente al torbellino de emociones que veía en los ojos verdes de Elena. La boda será en tres semanas. Ceremonia en los jardines de mi propiedad en la Moraleja. Mi equipo se encargará de todos los detalles.
Deslizó un papel por la mesa en dirección a ella. Firma aquí. Elena miró el documento. Su nombre ya estaba escrito en letras elegantes. Elena Costa de Silva. Y si me niego su voz salió más débil de lo que pretendía. Alejandro inclinó la cabeza, estudiándola como si fuera una pieza defectuosa en una línea de producción. Entonces construcciones Costa entrará en concurso de acreedores el próximo lunes.
200 empleados se quedarán sin trabajo. Tu madre perderá la casa y todo lo que tu padre construyó en 30 años desaparecerá. Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran. Pero es tu elección, Elena. No era una elección. Era un chantaje emocional disfrazado de propuesta de negocios. Las lágrimas ardían tras sus ojos, pero se negó a dejarlas caer, no delante de él.
Cogió el bolígrafo con dedos temblorosos y firmó sintiendo como si estuviera firmando su propia sentencia de prisión. “Excelente”, dijo Alejandro guardando el documento. “Mi secretaria contactará contigo mañana para discutir los detalles.” Se levantó ajustándose los puños de la camisa.
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