¿Te has preguntado alguna vez hasta dónde serías capaz de llegar por salvar a alguien? ¿Qué haría si tuvieras que elegir entre tu propia vida y la de otra persona? Esta es la historia de Elena, una mujer que en los momentos más desesperantes demostró que el amor verdadero no conoce barreras, que la valentía no tiene precio y que a veces los héroes más grandes vienen envueltos en la humildad más sincera.
Una historia que te llegará alma y te hará reflexionar sobre el poder del sacrificio desinteresado. Si te gustan las historias que tocan el corazón, suscríbete a nuestro canal Pétalos y Promesas, deja tu me gusta y comenta de qué país o ciudad nos estás viendo. Queremos conocerte y que formes parte de nuestra gran familia.
Ahora vamos a la historia. El Mediterráneo lucía esa mañana como un espejo cristalino bajo el sol de agosto. El yate esperanza dorada se deslizaba suavemente por las aguas azuladas, llevando a bordo a la familia Herrera para lo que prometía ser un día perfecto en el mar. Don Esteban Herrera, un exitoso empresario madrileño, había planeado esta escapada familiar como una oportunidad para desconectar de los negocios y pasar tiempo de calidad con su esposa Esperanza y su hijo Fernando, un niño de 11 años lleno de curiosidad y energía. Junto a ellos viajaban también
Miguel, el capitán experimentado que conocía estas aguas como la palma de su mano, y Elena, la empleada doméstica que llevaba 5 años cuidando de Fernando con la dedicación de una segunda madre. Elena era una mujer de 26 años, natural de un pequeño pueblo de Andalucía que había llegado a Madrid buscando una oportunidad mejor para ayudar a su familia.
Su carácter dulce y su amor genuino por el pequeño Fernando la habían convertido en una pieza fundamental de la familia Herrera. Fernando corría de un lado a otro del yate, fascinado por todo lo que veía. Elena lo seguía pacientemente, asegurándose de que no se acercara demasiado a la varandilla, mientras le explicaba sobre las gaviotas que los acompañaban o las formas caprichosas de las nubes en el horizonte.
Era un día perfecto, uno de esos días que quedan grabados en la memoria como pequeños tesoros de felicidad. “Elena, mira, he visto un delfín”, gritaba Fernando emocionado, corriendo hacia ella con los ojos brillantes de alegría. De verdad, pequeño, cuéntame cómo era,”, respondía Elena con esa sonrisa cálida que siempre reservaba para él, mientras le acomodaba el chaleco salvavidas que el niño insistía en quitarse porque le resultaba incómodo.
Don Esteban y Esperanza se habían instalado en la cubierta superior, disfrutando de la brisa marina y de la sensación de libertad que solo el mar puede ofrecer. Miguel piloteaba con la tranquilidad de quién ha navegado estas aguas durante más de 20 años. silvando una vieja canción marinera mientras ajustaba el rumbo hacia una pequeña cala que conocía, perfecta para el almuerzo.
Pero el mar, ese gigante caprichoso, tenía otros planes para ellos. Hacia el mediodía, el capitán Miguel notó algo inquietante en el horizonte. Una línea oscura se dibujaba amenazante en la distancia, acercándose con una velocidad que no le gustó nada. Su experiencia le decía que se avecinaba tormenta, una de esas tempestades mediterráneas que pueden aparecer sin previo aviso y transformar el paraíso en pesadilla.
“Don Esteban”, llamó Miguel con voz firme pero controlada. Creo que deberíamos regresar al puerto. Se acerca mal tiempo, pero el destino tenía otros planes. Antes de que pudieran cambiar el rumbo, el cielo se oscureció como si alguien hubiera apagado las luces del mundo. Los primeros vientos llegaron con una fuerza desmesurada, sacudiendo el yate como si fuera una simple cáscara de nuez.
Las olas, que minutos antes eran suaves ondulaciones, se convirtieron en montañas de agua furiosa que se alzaban amenazantes alrededor de la embarcación. “Todos a la cabina principal!”, gritó Miguel, luchando contra el viento para hacerse oír. “¡Y agarraos fuerte!” Elena tomó a Fernando de la mano y corrieron hacia el interior del yate, mientras don Esteban ayudaba a Esperanza a bajar las escaleras resbaladizas.
El mar se había transformado en una bestia salvaje que rugía y golpeaba el casco con una violencia escalofriante. Dentro de la cabina, el yate se mecía violentamente de un lado a otro. Los objetos que no estaban asegurados volaban por el aire, estrellándose contra las paredes con estruendos que se mezclaban con el rugido de la tormenta.
Fernando, que al principio había sentido cierta emoción por la aventura, comenzó a asustarse al ver la preocupación en los rostros de los adultos. “Elena, tengo miedo”, susurró, aferrándose a ella con fuerza. Tranquilo, mi niño”, le respondió Elena, abrazándolo contra su pecho mientras trataba de ocultar su propia angustia.
El capitán Miguel sabe lo que hace. Pronto pasará todo. Pero la tormenta no tenía intención de ceder, al contrario, parecía crecer en intensidad con cada minuto que pasaba. Las olas golpeaban el yate con tal fuerza que llegaron a levantarlo completamente del agua antes de estrellarlo de nuevo contra la superficie marina. Miguel luchaba desesperadamente con los controles tratando de mantener la embarcación a flote mientras lanzaba llamadas de socorro por la radio.
My die. My. Aquíate esperanza dorada. Nos encontramos en grave peligro a causa de una tormenta. Necesitamos asistencia inmediata, gritaba una y otra vez, esperando que alguien en algún lugar pudiera escuchar su desesperada petición de ayuda. Fue entonces cuando una ola particularmente monstruosa se alzó como una pared verde ante ellos.
Miguel gritó una advertencia, pero ya era demasiado tarde. La ola se estrelló contra el yate con la fuerza de un tren descarrilado, enviando una cascada de agua salada a través de toda la embarcación. El impacto fue devastador. El agua inundó parcialmente la cabina principal y el yate se inclinó peligrosamente hacia un lado.
En medio del caos y la confusión, Fernando perdió el equilibrio. El golpe del agua lo lanzó contra la puerta de la cabina del capitán, que se abrió de par en par por el impacto. Fernando gritó esperanza horrorizada al ver como su hijo era arrastrado hacia el exterior. El niño salió disparado hacia la cubierta exterior, resbalando sobre las maderas empapadas y traicioneras.
El yate se balanceaba de manera tan violenta que era imposible mantener el equilibrio. Fernando se deslizó hasta quedar agarrado desesperadamente a la barandilla con las piernas colgando por encima del agua embravecida. El viento rugía con tal fuerza que sus gritos de ayuda se perdían en la tormenta. Sus pequeños dedos, entumecidos por el frío y resbaladizos por el agua salada, comenzaron a fallarle.
Cada ola que golpeaba el yate amenazaba con arrancarlo de su precario agarre y lanzarlo al mar furioso. Dentro de la cabina, el pánico se había apoderado de todos. Esperanza lloraba desconsoladamente mientras don Esteban trataba desesperadamente de llegar hasta la puerta, pero las inclinaciones del yate lo lanzaban de un lado a otro impidiéndole avanzar.
“No puedo llegar hasta él”, gritaba don Esteban con desesperación, luchando contra la fuerza de la tormenta que lo empujaba lejos de la salida. Miguel abandonó momentáneamente los controles para intentar ayudar, pero en ese preciso instante otra ola gigantesca golpeó la embarcación. lanzándolo contra la pared de la cabina.
El golpe lo dejó aturdido y con una herida sangrante en la frente. Fue entonces cuando Elena, viendo que nadie más podía actuar, tomó la decisión más valiente de su vida. Sin decir una palabra, se dirigió hacia la puerta que daba al exterior. El miedo la paralizaba, pero el amor que sentía por Fernando era más fuerte que cualquier terror.
Ese niño al que había visto crecer, al que había consolado en sus pesadillas, al que había enseñado a leer y con quien había compartido miles de pequeños momentos de alegría, estaba en peligro mortal. “Elena, no salgas”, le gritó don Esteban. Es demasiado peligroso. Pero Elena ya había tomado su decisión. Con el corazón latiendo desbocadamente y las manos temblorosas, abrió la puerta y salió al infierno desatado de la cubierta exterior.
El viento la golpeó como un puño invisible, tratando de arrancarla del yate. La lluvia caía con tal fuerza que era como ser atacada por miles de alfileres. Cada paso era una lucha épica contra las fuerzas de la naturaleza. La cubierta estaba resbaladiza y traicionera, y el yate se balanceaba de manera tan violenta que era casi imposible mantenerse en pie.
Pero Elena siguió adelante, arrastrándose cuando no podía caminar, aferrándose a todo lo que encontraba en su camino. Sus rodillas se rasparon contra la madera rugosa, sus manos se cortaron con los elementos metálicos del yate, pero nada de eso importaba. Solo importaba llegar hasta Fernando. “Aguanta, pequeño, ya voy!”, le gritó, aunque dudaba de que pudiera escucharla por encima del rugido de la tormenta.
Fernando, aún aferrado desesperadamente a la barandilla, sintió que sus fuerzas se desvanecían. Sus brazos le dolían terriblemente y el frío había entumecido sus manos hasta el punto de que apenas podía sentir los dedos. Cada ola que pasaba por debajo del yate lo empapaba completamente, llenando su boca de agua salada y dificultando su respiración.
“Mamá”, susurró con la voz quebrada, aunque sabía que nadie podía escucharlo. “Papá, Elena”, fue en ese momento desesperante cuando vio una figura familiar luchando por llegar hasta él. Elena se arrastraba por la cubierta, luchando contra viento y marea, con el rostro surcado por las lágrimas que se mezclaban con la lluvia.
“Fernando, resiste”, le gritó. No te sueltes. Pero justo cuando Elena estaba a punto de alcanzarlo, una ola monstruosa, más grande que todas las anteriores, se alzó como una montaña líquida junto al yate. La embarcación se elevó hacia un lado de manera tan dramática que Fernando sintió como sus manos resbalaban definitivamente de la varandilla.
No fue el grito desgarrador que salió de los labios de Elena. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia delante con todas sus fuerzas. Su cuerpo se deslizó por la cubierta inclinada y en el último momento posible su mano se cerró con fuerza alrededor de la muñeca de Fernando. El peso del niño la arrastró parcialmente por encima de la varandilla.
Ahora los dos colgaban sobre el Mar Furioso con Elena sujetándose con una mano a un cable de seguridad mientras con la otra sostenía a Fernando. El dolor en su brazo era insoportable, como si fuera a desgarrarse en cualquier momento, pero no lo soltó. Te tengo, Fernando, te tengo, le gritó, aunque ella misma dudaba de cuánto tiempo podría mantener esa posición.
El niño la miraba con los ojos llenos de lágrimas de gratitud y terror. Elena, no me sueltes, por favor, no me sueltes. Jamás te voy a soltar, pequeño. Jamás, respondió ella con una determinación que venía del fondo de su alma. Durante lo que parecieron horas, pero que en realidad fueron apenas unos minutos eternos, Elena mantuvo esa posición imposible.
Su cuerpo entero protestaba por el esfuerzo sobrehumano que estaba realizando. Los músculos de su brazo se desgarraban bajo el peso. Sus articulaciones crujían como si fueran a quebrarse, pero su voluntad era inquebrantable. Fernando, por su parte, había dejado de luchar. Se había entregado completamente a la confianza que tenía en Elena.
sabía, con esa certeza que solo tienen los niños, que ella no lo abandonaría, que preferiría morir antes que soltarlo. Dentro de la cabina, don Esteban y Esperanza vivían momentos de angustia indescriptible. Miguel, a pesar de su herida, había logrado recibir respuesta a sus llamadas de socorro. Un yate de rescate había escuchado su llamada y se dirigía hacia ellos, pero aún tardaría varios minutos en llegar.
Minutos que podrían ser eternos en esas circunstancias. Dios mío, que aguanten murmuraba Esperanza entre soyozos. Por favor, que aguanten un poco más. Don Esteban, desesperado por su impotencia, trataba una y otra vez de salir al exterior para ayudar a Elena, pero la violencia de la tormenta lo rechazaba cada vez. Se sentía como el hombre más inútil del mundo, viendo como una mujer valiente arriesgaba su vida por su hijo mientras él no podía hacer nada.
Afuera, Elena comenzaba a sentir que sus fuerzas se desvanecían peligrosamente. Su mano, aferrada al cable de seguridad estaba perdiendo sensibilidad. El frío, el dolor y el esfuerzo extremo estaban cobrando su precio. Por un momento, la terrible idea de que no lo lograría cruzó por su mente, pero entonces miró hacia abajo, hacia los ojos confiados de Fernando, y encontró una fuerza que no sabía que tenía, una fuerza que venía del amor más puro, del instinto protector más poderoso que puede existir en el corazón humano. Un poco más.
Fernando le susurró, aunque su voz se quebró por el esfuerzo. Solo un poco más. Y entonces, como una bendición llegada del cielo, escucharon el rugido de motores potentes acercándose. A través de la cortina de lluvia y las montañas de agua apareció la silueta de un yate de rescate luchando contra las olas para llegar hasta ellos.
“Ahí están!”, gritó uno de los rescatistas señalando hacia Elena y Fernando, colgando desesperadamente del lateral del yate. Lo que siguió fue una operación de rescate digna de los mejores especialistas. Los rescatistas, arriesgando sus propias vidas, lograron maniobrar su embarcación lo suficientemente cerca como para lanzar una red de seguridad y cuerdas de rescate.
Pero incluso en ese momento crítico, Elena demostró una vez más su amor desinteresado. Cuando los rescatistas le gritaron que soltara a Fernando para que pudieran subirlo primero a la red, ella se negó categóricamente. “No lo voy a soltar”, gritó por encima del rugido de la tormenta. No lo voy a soltar hasta que esté completamente seguro.
Los rescatistas, conmovidos por esa demostración de amor y coraje, trabajaron con una precisión quirúrgica. Utilizando poleas y sistemas de seguridad, lograron crear una plataforma estable desde la cual pudieron rescatar a ambos al mismo tiempo. Cuando finalmente Fernando pisó la cubierta del yate de rescate, sano y salvo, Elena se desplomó por completo.
Su cuerpo había dado todo lo que tenía que dar. y más. Sus manos estaban desgarradas, sus brazos completamente entumecidos y tenía heridas por todo el cuerpo, pero en su rostro brillaba la sonrisa más hermosa del mundo. “Está bien”, susurró antes de perder el conocimiento por el agotamiento. “Mi niño está bien.” El rescate del resto de la familia fue menos dramático, pero igualmente emocionante.
Esperanza abrazó a Fernando con una fuerza que parecía querer fundirlo con su corazón. Mientras don Esteban, con lágrimas corriendo por sus mejillas, se arrodillaba junto a Elena inconsciente. “Esta mujer,” dijo con voz quebrada los rescatistas, “esta mujer extraordinaria ha salvado lo más preciado que tengo en la vida”. El viaje de regreso al puerto fue un torbellino de emociones encontradas.
Elena recuperó la consciencia a mitad de camino y lo primero que hizo fue buscar con la mirada a Fernando. Cuando lo vio acurrucado entre los brazos de sus padres, sano y salvo, volvió a sonreír con esa serenidad que la caracterizaba. ¿Estás bien, pequeño? Fue lo primero que preguntó con voz ronca, pero llena de ternura.
Fernando se soltó de los brazos de sus padres y corrió hacia ella. se acurrucó junto a Elena con cuidado de no lastimarla más y con lágrimas en los ojos le susurró al oído, “Gracias, Elena. Sabía que no me ibas a dejar caer. Siempre los supe. Esas palabras fueron el mejor bálsamo para todas las heridas físicas y emocionales que Elena había sufrido.
En ese momento comprendió que todo había valido la pena, que no hay riqueza en el mundo que se compare con la gratitud sincera de un niño al que amas. Don Esteban y Esperanza se acercaron entonces y por primera vez en los 5 años que Elena llevaba trabajando para ellos, no había distinción de clases sociales entre ellos. Eran simplemente seres humanos unidos por el amor hacia un niño y la gratitud hacia quien había arriesgado todo por salvarlo.
Elena dijo don Esteban con la voz cargada de emoción, no tengo palabras para agradecerte lo que has hecho. No solo has salvado a mi hijo, ha salvado a toda nuestra familia. Esperanza. Por su parte, tomó las manos heridas de Elena entre las suyas y las besó con reverencia. Eres un ángel”, susurró, “Un verdadero ángel que Dios puso en nuestro camino.
” Pero Elena, con esa humildad que la caracterizaba, simplemente sonrió y dijo, “Solo hice lo que cualquier persona que ama a Fernando habría hecho. Él no es solo el niño de quien cuido, es como mi propio hijo.” Cuando llegaron al puerto, ya había una multitud esperándolos. La noticia del rescate se había extendido rápidamente y los medios de comunicación querían conocer la historia de la empleada doméstica que había arriesgado su vida para salvar a un niño.
Pero Elena rehuyó toda la atención mediática. No quería ser llamada heroína, no quería reconocimientos ni premios. Solo quería que Fernando estuviera bien y que la vida volviera a la normalidad lo más pronto posible. Sin embargo, la vida de la familia Herrera nunca volvió a ser la misma. La experiencia había cambiado profundamente a todos sus miembros.
Don Esteban, que antes pasaba la mayor parte de su tiempo absorto en sus negocios, comenzó a valorar cada momento con su familia. Esperanza desarrolló una relación más cercana y genuina con Elena, reconociendo en ella no solo a una empleada excepcional, sino a una hermana de corazón. Pero quizás quien más cambió fue Fernando.
El niño desarrolló una madurez y una sensibilidad que sorprendía a todos. Comprendía con esa sabiduría intuitiva que a veces tienen los niños que había sido testigo de algo extraordinario. Había visto el amor en su forma más pura, el sacrificio desinteresado en su máxima expresión. Semanas después del incidente, cuando Elena ya se había recuperado completamente de sus heridas, Fernando le pidió a su padre que organizara una pequeña ceremonia familiar.
No quería que el acto heroico de Elena pasara desapercibido dentro de su propia familia. Papá”, le dijo con esa seriedad que había adquirido después del incidente. Elena me salvó la vida, pero también os enseñó a todos lo que significa el amor verdadero. Creo que deberíamos hacer algo especial para agradecérselo. Don Esteban, conmovido por la madurez de su hijo, organizó una cena íntima en su casa.
No había periodistas, ni cámaras, ni discursos grandilocuentes. Solo una familia reunida alrededor de una mesa compartiendo los alimentos que Elena había preparado con el mismo amor de siempre. Fue durante esa cena cuando don Esteban hizo un anuncio que cambiaría la vida de Elena para siempre. Elena comenzó con voz emocionada.
Durante todos estos años ha sido mucho más que una empleada para nuestra familia. Ha sido una segunda madre para Fernando, un pilar de apoyo para Esperanza y para mí. Pero después de lo que pasó en el yate, hemos comprendido que eres mucho más que eso. Elena lo escuchaba con atención, sin imaginar lo que estaba a punto de escuchar.
Queremos que sepas, continuó don Esteban, que a partir de hoy ya no trabajas para la familia Herrera. A partir de hoy formas parte de la familia Herrera. Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Elena, que no podía creer lo que estaba escuchando. Hemos decidido, añadió Esperanza, adoptarte legalmente como nuestra hermana.
Queremos que tengas los mismos derechos y las mismas oportunidades que cualquier miembro de nuestra familia. Queremos que Fernando crezca sabiendo que su hermana mayor, porque eso es lo que eres para él, siempre estará a su lado. Fernando, que había estado conteniendo las lágrimas, se levantó de su silla y corrió hacia Elena.
La abrazó con toda la fuerza de su pequeño cuerpo y le susurró, “Ahora serás mi hermana para siempre, ¿verdad, Elena? Para siempre y para siempre.” Elena, completamente abrumada por la emoción, los abrazó a todos con el corazón desbordante de gratitud. Nunca había imaginado que su acto de amor tendría consecuencias tan hermosas. Había arriesgado su vida por salvar a Fernando sin esperar nada a cambio, movida únicamente por el amor puro que sentía por él.
Y ahora se encontraba con que había ganado una familia completa. Gracias, logró susurrar entre lágrimas. Gracias por permitirme ser parte de algo tan hermoso. Los meses siguientes fueron de adaptación y felicidad para todos. Elena continuó viviendo en la casa familiar, pero ahora como hermana, no como empleada.
Don Esteban le pagó los estudios universitarios que siempre había soñado cursar y Esperanza se convirtió en su confidente más cercana. Fernando floreció de manera extraordinaria. Tener a Elena como hermana oficial le dio una seguridad y una alegría que se reflejaba en todo lo que hacía. Sus notas mejoraron, su carácter se volvió más extrovertido y desarrolló una sensibilidad especial hacia los demás que lo convertía en un niño excepcional.
Pero quizás el cambio más hermoso se vio en la relación entre Elena y sus propios padres en Andalucía. Don Esteban y Esperanza insistieron en conocer a la familia que había criado a una mujer tan extraordinaria. Y pronto los padres de Elena también fueron incluidos en el círculo familiar extendido. Un año después del incidente en el yate, la familia decidió volver al mar, pero esta vez no fue en un yate privado, sino en un crucero grande y seguro, con todas las medidas de seguridad posibles.
Fernando, que al principio mostró cierto temor comprensible, encontró en Elena la fortaleza para superar sus miedos. ¿Sabes qué, Elena? le dijo mientras contemplaban el océano desde la cubierta del crucero. Ya no le tengo miedo al mar, porque sé que siempre estarás ahí para cuidarme. Elena sonrió acariciando el cabello de Fernando mientras el viento marino jugaba con sus cabellos.
Siempre, pequeño, siempre estaré aquí para ti. Y así una historia que comenzó con una tormenta devastadora terminó convirtiéndose en el fundamento de una familia más fuerte y unida que nunca. Elena había demostrado que el amor verdadero no conoce barreras sociales, que el heroísmo no necesita reconocimientos públicos y que a veces los actos más pequeños pueden tener las consecuencias más grandes.
Años después, cuando Fernando ya era un joven universitario, solía contar la historia de Elena a sus amigos, no como una anécdota dramática, sino como el ejemplo más puro de amor desinteresado que había conocido en su vida. Mi hermana Elena decía siempre con orgullo, me enseñó que el amor no se mide por las palabras que decimos, sino por los riesgos que estamos dispuestos a correr por las personas que amamos.
Y Elena, que ahora trabajaba como psicóloga infantil después de haberse graduado con honores, llevaba siempre en su corazón la satisfacción de saber que había vivido un momento de amor perfecto, un momento en el que había puesto la vida de otro por encima de la suya, sin dudarlo ni por un segundo. La historia de Elena y Fernando se convirtió en una leyenda familiar que se transmitió de generación en generación, no como una historia de heroísmo extraordinario, sino como un recordatorio de que todos tenemos dentro de nosotros la capacidad de amar sin
límites, de sacrificarnos por otros, de ser mejores de lo que creemos posible. Y cada vez que hay una tormenta en el Mediterráneo, cada vez que las olas se alzan amenazantes y el viento ruge con furia, algunos marineros veteranos cuentan la historia de una mujer que desafió a la muerte por amor. La historia de Elena, la empleada doméstica que se convirtió en hermana, la mujer humilde que demostró que los verdaderos héroes no necesitan capas ni superpoderes, solo necesitan un corazón grande y la voluntad de ponerlo al
servicio de los demás. Porque al final del día, esa es la lección más hermosa de esta historia, que el amor verdadero transforma todo lo que toca, que el sacrificio desinteresado nunca pasa desapercibido y que a veces las tormentas más terribles no vienen a destruir, sino revelarnos la grandeza que llevamos dentro.
Elena había salvado a Fernando de caer al mar, pero en el proceso había elevado a toda una familia hacia una comprensión más profunda del amor, la gratitud y la unión inquebrantable que puede existir entre los seres humanos cuando se reconocen como hermanos del alma, más allá de cualquier diferencia social o económica. Y colorín colorado, esta historia de amor, valor y familia se ha terminado, pero su mensaje perdurará para siempre en los corazones de quienes la escuchen.
Que no hay fuerza más poderosa en el mundo que la de una persona dispuesta a dar todo por amor. Gracias por acompañarnos en esta hermosa historia que nos recuerda el poder transformador del amor desinteresado. Si esta historia tocó tu corazón, no olvides suscribirte a nuestro canal Pétalos y Promesas, dale me gusta a este vídeo y compártenos en los comentarios de qué país o ciudad nos estás viendo.
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Querida familia de pétalos y promesas,