Catalina, Esperanza de Montemayor y Villareal, marquesa de Querétaro, envenenó a su padre don Aurelio en la hacienda San Sebastián durante la madrugada del 15 de marzo de 1905. Escríbenos en los comentarios tu ciudad y qué hora marca tu relogio en este momento. ¿Cuántos nombres del libro parroquial jamás debieron borrarse.
La hacienda tenía 17 escalones de cantera rosa que subían al dormitorio principal. Don Aurelio había mandado tallar tres centales en cada escalón, una cruz, una espiga de trigo y las iniciales AM. La marquesa conocía cada marca desde niña. Catalina había regresado de Europa después de 7 años de exilio voluntario.
Su padre la había desterrado por casarse con un comerciante francés sin su bendición. El matrimonio duró 18 meses. Regresó viuda con cuatro baúles de ropa parina y una sonrisa que no llegaba a los ojos. La reconciliación comenzó en febrero. Catalina llegó a la hacienda con un ramo de azucenas blancas y una carta sellada con la dorado.
Don Aurelio leyó la carta tres veces antes de abrir la puerta del salón principal. Mi querido papá”, decía la primera línea, “El corazón de una hija siempre regresa a casa. Los capataces notaron el cambio inmediato. Don Aurelio, que llevaba 23 años sin dirigirle la palabra a Catalina, empezó a cenar con ella cada noche.
Despidió a cinco trabajadores de confianza en las primeras dos semanas de marzo. La cocina preparaba platillos franceses que nadie más probaba. Remedios Castañeda, la cocinera principal, guardó todas las recetas en un cuaderno con tapa de piel negra. Anotaba cada ingrediente que Catalina pedía. Miel de abeja virgen, vino tinto de burdeos, laudano medicinal del doctor Hidalgo.
Las cantidades exactas escritas con tinta violeta. El doctor Evaristo Hidalgo había llegado a Querétaro 6 meses antes con credenciales de la Universidad de París y un maletín de medicinas europeas. Catalina lo conocía desde su estancia en Francia. El láano que vendía tenía una concentración cuatro veces superior al que usaban los médicos locales.
Don Aurelio firmó el Nuevo Testamento el 12 de marzo después de la cena. Catalina había servido personalmente el vino en copas de cristal que habían pertenecido a su madre. El documento cambió el destino de 8000 hectáreas de tierra y una fortuna equivalente a 60,000 pesos de la época. El notario Bernardo Aguirre llegó a la hacienda esa noche con dos testigos, el comerciante Patricio Hernández y el arquitecto Octavio Sánchez.
Los tres hombres declararon después que don Aurelio parecía en pleno uso de sus facultades mentales cuando estampó su firma. Pero Esperanza Morales, la mucama que cuidaba el segundo piso, escuchó algo diferente. Subía las escaleras con ropa limpia cuando oyó la voz quebrada de don Aurelio. Hija, no.
Después el sonido de una copa que se estrellaba contra el piso de mármolle. La marquesa mandó limpiar el dormitorio esa misma madrugada. Esperanza encontró fragmentos de cristal debajo de la cama y una mancha oscura en las sábanas bordadas. El olor a almendas amargas impregnaba el aire. Don Aurelio amaneció muerto el 13 de marzo. El doctor Hidalgo certificó falla cardíaca por exceso de trabajo y tensión nerviosa. No hubo autopsia.
El cuerpo fue sepultado 24 horas después en el panteón familiar. con una misa privada oficiada por el padre Nicolás Venegas. Catalina quemó toda la correspondencia de su padre esa misma semana. remedios. Vio las llamas desde la cocina, centenares de cartas, contratos y documentos oficiales convertidos en cenizas en el patio trasero.
El fuego duró 3 horas completas, pero Esperanza había escondido algo antes de la quema, un diario personal de don Aurelio encuadernado en cuero café con una llave pequeña envuelta en cinta negra. Lo encontró dentro de un baúl detrás de los trajes de domingo que ya nadie usaría. El diario contenía anotaciones de los últimos seis meses de vida de don Aurelio. Escritas con letra temblorosa.
Las entradas hablaban de sueños perturbadores y una presencia que no debería estar aquí. La última anotación fechada el 11 de marzo decía, “Catalina sabe algo que yo no sé. Sus ojos tienen la misma dureza que los de su madre al final. La madre de Catalina había muerto en circunstancias similares 10 años antes, también en el dormitorio principal, también después de una cena íntima con vino francés.
El doctor que la atendió se había mudado a Ciudad de México una semana después del funeral. Esperanza llevó el diario al Juzgado de Querétaro el 20 de marzo. El secretario judicial, Ramón Bustamante, tomó declaración completa y ordenó abrir investigación formal, pero el expediente desapareció del archivo tres días después.
El padre Venegas recibió instrucciones directas del obispado de marcar el caso como asunto reservado. La diócesis había recibido una donación de 5,000 pesos para la construcción de un nuevo hospital. La marquesa firmó el cheque el mismo día que desapareció la declaración de esperanza. El libro parroquial de San Sebastián fue alterado durante la primera semana de abril.
Alguien arrancó tres páginas completas donde aparecía el apellido Monte Mayor, los registros de nacimiento, matrimonio y de función de cuatro generaciones simplemente se esfumaron. Esperanza Morales fue encontrada muerta en su cuarto de servicio el 28 de abril. Según el Dr. Hidalgo, había sufrido una congestión súbita durante el sueño.
No hubo velorio. La enterraron en el cementerio municipal sin lápida ni ceremonia. La marquesa vendió la hacienda 6 meses después a un consorcio de invasionistas de la capital. Se mudó a Guadalajara con una fortuna que incluía propiedades, ganado y invasiones en el ferrocarril. Nunca regresó a Querétaro.
Los nuevos dueños de San Sebastián encontraron el dormitorio principal sellado con tablas de madera y tres candados diferentes. Cuando finalmente lo abrieron, el aire seguía impregnado del mismo olor a almendras amargas. Las copas de cristal estaban alineadas sobre la cómoda, intactas, excepto por una que tenía una grieta perfecta en forma de media luna.
El cuaderno de recetas de remedios Castañeda apareció abandonado en la cocina. Alguien había arrancado las páginas correspondientes al mes de marzo. Solo quedaban las recetas de febrero y abril con anotaciones en tinta violeta sobre ingredientes especiales para la señora marquesa. La llave envuelta en cinta negra nunca se encontró.
Esperanza la había escondido antes de morir, pero se llevó el secreto de su ubicación. Los 17 escalones de cantera rosa fueron reemplazados por una escalera de hierro forjado. Los nuevos dueños mandaron lijar las iniciales AAM hasta hacerlas desaparecer. El Dr. Hidalgo abandonó Querétaro en septiembre de 1905. dejó su consultorio sin avisar y sin liquidar las cuentas pendientes.
Su último paciente había sido una mujer joven que se quejaba de pesadillas recurrentes con el sabor de almendras amargas en la boca. El expediente judicial nunca reapareció. Ramón Bustamante fue trasladado a un puesto administrativo en Toluca. El padre Venegas recibió una promoción al seminario de México.
La donación para el hospital se perdió en irregularidades contables que nunca se investigaron. Catalina, Esperanza de Montemayor y Villareal murió en Guadalajara en 1929. Su obituario en el periódico local la describía como una dama de sociedad dedicada a obras de caridad. No mencionaba a Querétaro ni a la hacienda San Sebastián.
Durante sus últimos años en Guadalajara, Catalina había financiado la construcción de un orfanatorio para niñas. Las religiosas que administraban la institución recordaban sus visitas frecuentes, siempre cargada de dulces y regalos costosos. Pero varias niñas enfermaron misteriosamente después de estas visitas, siempre con los mismos síntomas, vómitos.
fiebre y un sabor metálico persistente en la boca. La madre superiora del orfanatorio, Sor Matilde Vázquez, llevó un registro secreto de estos incidentes. Anotó fechas, nombres de las niñas afectadas y los patrones que había observado. Catalina mostraba especial interés por las huérfanas que tenían conflictos con la autoridad o que cuestionaban las reglas del convento.
Tres niñas murieron entre 1925 y 1928. Los certificados médicos hablaban de fiebres tifoideas y complicaciones digestivas, pero Sor Matilde notó que todas habían recibido tratamientos especiales que Catalina proporcionaba personalmente, tónicos vitaminados que preparaba en su casa y traía en frascos de cristal azul.
La fortuna de Catalina había crecido considerablemente durante su estancia en Guadalajara. Además de la herencia paterna, había invertido en bienes raíces y préstamos privados con intereses extraordinariamente altos. Sus clientes eran principalmente viudas adineradas que necesitaban liquidez urgente para gastos médicos o funerarios.
Al menos siete de estas viudas murieron poco después de firmar contratos con Catalina. Sus herederos intentaron impugnar los préstamos alegando que las tasas de interés eran usurera y que las garantías hipotecarias habían sido obtenidas fraudulentamente, pero Catalina tenía documentos perfectamente legales y testigos respetables que avalaban cada transacción.
El notario que redactaba estos contratos era Evaristo Hidalgo, quien había abandonado la medicina para ejercer como fedatario público en Guadalajara. Había cambiado su nombre por Eduardo Herrera y había falsificado credenciales de la universidad local. Su despacho estaba ubicado en la misma calle donde vivía Catalina, tres casas de distancia.
Herrera mantenía archivos detallados de todas sus clientas, registraba datos personales, condiciones de salud, situación familiar y, sobre todo, el valor estimado de sus patrimonios. Esta información llegaba a Catalina antes de cada encuentro casual en misas dominicales o eventos sociales. El cementerio de Guadalajara tiene un registro incompleto de su sepultura.
La lápida existe, pero los datos grabados en el mármol no coinciden con los documentos oficiales. La fecha de nacimiento tiene una diferencia de 3 años. El apellido paterno está mal escrito, como si alguien hubiera querido borrar hasta el último rastro de su verdadera identidad. La tumba de Catalina fue violada en 1932.
Cuando el sepulturero descubrió el saqueo, encontró el ataúd abierto, pero el cuerpo intacto. Habían robado las joyas que llevaba puestas y algunos objetos personales, pero dejaron algo inquietante. Un frasco pequeño de cristal azul vacío colocado deliberadamente sobre su pecho. El frasco tenía grabadas las iniciales CM y una fecha, marzo de 1905.
El sepulturero lo entregó a las autoridades, pero el objeto desapareció del depósito policial tres días después. El expediente del robo fue archivado como caso sin resolver y nunca se investigó más. Eduardo Herrera Hidalgo siguió ejerciendo como notario hasta 1940. Sus archivos personales fueron subastados después de su muerte y comprados por un coleccionista privado que nunca fue identificado.
Los documentos incluían correspondencia con al menos 15 mujeres de diferentes ciudades mexicanas, todas viudas, adineradas, todas muertas en circunstancias similares. En 1950 un historiador local intentó reconstruir la genealogía de las familias prominentes de Querétaro. Cuando llegó a los Montemayor encontró lagunas inexplicables en todos los archivos.
Documentos que deberían existir simplemente no estaban. Testimonios que aparecían mencionados en índices, pero cuyas páginas habían sido arrancadas. El historiador, profesor Ignacio Ruiz Cortínez, había recibido una beca del gobierno federal para documenta la historia de las haciendas coloniales. Su investigación sobre San Sebastián lo llevó a descubrir un patrón perturbador.
Otras fincas en Guanajuato, Michoacán y Jalisco habían experimentado muertes similares de propietarios entre 1890 y 1930. Ruiz Cortínez encontró referencias cruzadas en archivos notariales que sugerían la existencia de una red organizada. Los mismos nombres aparecían como testigos, médicos, certificantes o albaceas en diferentes estados.
Las fechas coincidían con los viajes que Catalina había hecho durante sus años en Guadalajara. Pero cuando el historiador intentó publicar sus hallazgos, la editorial canceló el contrato súbitamente. Su manuscrito desapareció del despacho del editor junto con todas las notas de investigación y las copias fotográficas de documentos originales.
Luis Cortínez murió en un accidente automovilístico 6 meses después. La Hacienda San Sebastián cambió de dueños seis veces en los siguientes 40 años. Ninguna familia permaneció más de 5 años. Los habitantes locales hablaban de ruidos extraños y un olor dulce que aparecía sin explicación. Tres de los propietarios murieron en el dormitorio principal, siempre después de cenas íntimas con invitados que nunca fueron identificados.
Una de estas muertes fue particularmente extraña. En 1962, el ingeniero Rodolfo Santa María compró la propiedad para convertirla en hotel de lujo. Durante las obras de remodelación, los trabajadores encontraron una cámara secreta detrás del dormitorio principal. Contenía archivos completos de la época de Catalina, cartas, fotografías, frascos de medicamentos y un diario personal.
Escrito en francés. Santa María contrató a un traductor de la universidad para descifrar el diario. Las primeras páginas describían técnicas de envenenamiento que Catalina había perfeccionado durante años de práctica. Mencionaba experimentos con animales, dosis calculadas según el peso corporal y métodos para ocultar los síntomas hasta que fuera demasiado tarde para salvar a las víctimas.
El traductor, profesor Marcel Duran, era francés de nacimiento y reconoció inmediatamente el estilo de escritura. Había visto documentos similares en archivos criminales de París relacionados con una serie de envenenamientos ocurridos en la década de 1880. Los métodos descritos en el diario de Catalina eran idénticos a los utilizados por una organización criminal que operaba en Europa.
Durant descubrió que Catalina había sido miembro de esta red durante su estancia en Francia. Su matrimonio con el comerciante francés había sido una fachada para establecer contactos con proveedores de venenos y para aprender técnicas de manipulación psicológica. El comerciante había sido su primera víctima europea asesinado después de transferirle toda su fortuna.
El diario revelaba algo más perturbador. Catalina había experimentado con combinaciones de venenos durante años. No se conformaba con matar rápidamente. Quería prolongar el sufrimiento para estudiar los efectos en sus víctimas. Registraba cada síntoma, cada queja, cada momento de agonía con la precisión de un científico.
Sus experimentos comenzaron con animales domésticos en la hacienda San Sebastián. Gatos callejeros que desaparecían misteriosamente, perros de los trabajadores que enfermaban sin explicación. Catalina anotaba las reacciones de cada especie a diferentes sustancias: arsénico, láudano, extracto de risino, polvo de vidrio molido, pero eso ni fue la peor parte.
Durante su matrimonio en Francia, Catalina había asesinado a cuatro personas más además de su esposo. Dos eran competidores comerciales del negocio familiar. Una era la hermana menor del comerciante que sospechaba de las intenciones de Catalina. La cuarta víctima era un médico que había comenzado a investigar la muerte súbita del comerciante.
Cada asesinato seguía el mismo patrón. Catalina se acercaba a las víctimas como benefactora o amiga. Les ofrecía ayuda financiera, consejos médicos o simplemente compañía en momentos difíciles. Ganaba su confianza completamente antes de atacar. El proceso duraba meses de preparación meticulosa. El diario incluía mapas de París con ubicaciones marcadas, casas donde había vivido cada víctima, rutas que seguían diariamente, lugares donde compraban comida, medicinas o bebidas.
Catalina estudiaba los hábitos de sus objetivos. Como un cazador estudia a su presa. También contenía listas de contactos en diferentes ciudades europeas, nombres de farmacéuticos corruptos que vendían sustancias prohibidas, direcciones de laboratorios clandestinos donde se fabricaban venenos experimentales, códigos secretos para comunicarse con otros miembros de la red criminal.
Pero tres días después de entregar la traducción completa, el profesor Durán sufrió un colapso repentino en su oficina de la universidad. Los médicos diagnosticaron intoxicación alimentaria aguda, pero los síntomas no correspondían con ninguna bacteria conocida. Murió en el hospital después de 12 horas de agonía con el mismo olor a almendras amargas emanando de su piel.
La muerte de Durhando no fue casualidad. Alguien había estado vigilando la traducción del diario. Alguien que conocía perfectamente las técnicas descritas en esas páginas. alguien que tenía acceso a los mismos venenos que Catalina había usado décadas antes. Santa María canceló inmediatamente el proyecto del hotel, selló la cámara secreta con cemento y vendió la propiedad a precio de remate.
Se mudó a Estados Unidos una semana después de la muerte del profesor francés. Nunca explicó públicamente los motivos de su huida precipitada. Los nuevos compradores de la hacienda eran una empresa constructora de Ciudad de México. Llegaron con maquinaria pesada para demoler completamente la estructura original.
Pero durante los trabajos de demolición encontraron algo que los obligó a detener las obras, un túnel subterráneo que conectaba el dormitorio principal con la capilla familiar. El túnel tenía paredes de piedra labrada y piso de ladrillo rojo. Medía exactamente 120 m de longitud y 2 m de altura. A mitad del recorrido había una cámara circular con nichos tallados en las paredes.
Cada nicho contenía frascos de cristal con sustancias cristalizadas. Los análisis químicos revelaron que eran residuos de venenos concentrados, arsénico, mercurio, extractos vegetales tóxicos y compuestos orgánicos que los laboratorios modernos no lograron identificar completamente. Algunos frascos tenían etiquetas escritas a mano en francés con fechas que abacaban desde 1890 hasta 1928.
Eso significaba que Catalina había seguido fabricando venenos durante toda su estancia en Guadalajara. No se había retirado después de heredar la fortuna paterna. Había continuado perfeccionando sus técnicas y eliminando víctimas sistemáticamente durante casi tres décadas. Pero eso tampoco fue la peor parte.
En el fondo del túnel, los trabajadores encontraron una puerta de hierro forjado que daba acceso a una cámara más amplia. Dentro había mesas de trabajo, estantes con instrumentos quirúrgicos y un archivo metálico con gavetas numeradas. Cada gaveta contenía documentos organizados por año y por víctima. Los expedientes incluían fotografías, recortes de periódicos sobre las muertes, muestras de cabello y fragmentos de ropa de cada persona asesinada.
Catalina había conservado trofeos de todos sus crímenes como recuerdos de sus logros. El archivo contenía evidencia de al menos 43 asesinatos cometidos entre 1885 y 1928. La gaveta más grande estaba dedicada exclusivamente a su padre, don Aurelio. Contenía el testamento original que él había redactado en 1903, donde dejaba toda su herencia a instituciones de caridad.
También guardaba copias de las cartas que la madre superiora le había enviado, junto con las respuestas que don Aurelio nunca llegó a leer. Había algo más en esa gaveta, una confesión manuscrita. por el propio don Aurelio. Fechada el 11 de marzo de 1905. En ella admitía haber descubierto la verdad sobre la muerte de su primera esposa y sobre los planes de Catalina.
había decidido cambiar el testamento para proteger a futuros herederos, pero ya era demasiado tarde. La última línea de la confesión decía, “Mi hija ha envenenado mi alma mucho antes de envenenar mi cuerpo. Que Dios perdone lo que yo no supe detener.” Los constructores sellaron inmediatamente el túnel y la cámara secreta.
reportaron el hallazgo a las autoridades, pero el expediente fue clasificado como material sensible y transferido a archivos federales. Ningún funcionario local tuvo acceso a la documentación completa. La empresa constructora recibió instrucciones de continuar la demolición sin hacer más excavaciones. cubrieron toda el área con concreto reforzado y construyeron encima un centro comercial moderno.
Los planos arquitectónicos no mencionan la existencia de estructuras subterráneas anteriores. Hoy el lugar donde estaba la hacienda es un fraccionamiento residencial. Las casas nuevas ocupan exactamente el terreno donde se alzaba la construcción original. Pero los planos arquitectónicos del desarrollo muestran una anomalía, un espacio vacío de forma rectangular donde debería estar el dormitorio principal.
Los constructores dijeron que el suelo ahí era inestable para cimentación. Los archivos municipales de Querétaro conservan una copia del testamento que firmó don Aurelio, pero la tinta violeta de algunas cláusulas ha cambiado de color con el tiempo. Las letras que antes se leían claramente ahora son manchas y legibles, como si el documento mismo tratara de ocultar la verdad que contiene.
Y todos sabían que Esperanza Morales había hablado con la justicia. ¿Por qué nadie protegió a la única testigo? ¿Por qué una marquesa necesitaba borrar su propio apellido de los registros parroquiales? El olor a almendras amargas nunca desapareció completamente de los escalones de cantera rosa. Ça.