Prólogo
Pune, India. El aire de la tarde se llena de polvo y promesas incumplidas. Las calles vibran con el bullicio de la vida cotidiana, pero en el pequeño apartamento del tercer piso de un edificio sin ascensor, el silencio es casi sagrado. Allí, entre paredes que aún guardan el eco de risas pasadas, un padre y su hijo intentan reconstruir lo que la tragedia les arrebató.
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Capítulo 1: La herida abierta
La fotografía de Anjali colgaba en la sala, justo encima del pequeño altar familiar. Era la primera imagen que Aarav veía cada mañana y la última antes de dormir. Su madre, con su sari azul y su sonrisa serena, parecía observarlo todo desde el más allá, como si aún cuidara de ellos.
Yo, Rajesh, había aprendido a vivir con la ausencia. O al menos, eso me repetía cada día. El dolor nunca desaparece, solo se transforma en una sombra que te acompaña, silenciosa y persistente.
Desde el accidente, mi vida giraba en torno a Aarav. Lo llevaba a la escuela, le preparaba el desayuno, intentaba peinarle el cabello como solía hacerlo Anjali (sin mucho éxito). Por las noches, le contaba historias, algunas inventadas, otras heredadas de mi propia infancia.
Aarav era un niño tranquilo, sensible, con una imaginación desbordante. A veces lo sorprendía hablando solo en su habitación, o murmurando palabras al retrato de su madre. Yo lo observaba en silencio, temiendo que el dolor lo estuviera marcando más de lo que podía ver.
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Capítulo 2: El mensaje
Aquel martes parecía un día cualquiera. El sol caía a plomo sobre Pune, y el tráfico era, como siempre, un caos. Llegué al jardín de infancia justo antes de que sonara la campana. Aarav salió corriendo, su mochila rebotando en la espalda, y se subió a la parte trasera de la scooter.
—¿Cómo estuvo el día, campeón? —le pregunté, mientras lo ayudaba a ponerse el casco.
—Bien, papá —respondió, con esa voz suave que parecía arrastrar la nostalgia.
El trayecto a casa fue silencioso. Al llegar, Aarav se detuvo frente a la foto de Anjali. Sus ojos, grandes y oscuros, se llenaron de una seriedad inusual.
—Papá… —dijo, señalando el retrato—. Hoy vi a mamá en la puerta de la escuela. Me dijo que no debía volver contigo a casa.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Un nudo se formó en mi garganta. Quise reírme, restarle importancia, pero la forma en que Aarav me miraba me dejó sin palabras. No era el típico juego de un niño. Había algo en su tono, en su mirada, que me inquietó profundamente.
—¿Estás seguro, hijo? —pregunté, intentando sonar calmado.
Él asintió, sin apartar la vista de la fotografía.
Esa noche, el sueño me eludió. Daba vueltas en la cama, repasando mentalmente cada detalle, cada palabra. ¿Era solo la imaginación de Aarav, o había algo más? ¿Podía el dolor de la pérdida manifestarse de formas tan extrañas?
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Capítulo 3: La espera
Al día siguiente, la inquietud pudo más que la rutina. Pedí permiso en el trabajo y salí antes del mediodía. Quería estar en la escuela antes de que Aarav saliera, observar por mí mismo lo que ocurría en la puerta.
Llegué temprano, me mezclé entre los padres y madres que esperaban a sus hijos. El sol golpeaba fuerte, y el murmullo de las conversaciones llenaba el aire.
Mi mirada recorría el entorno una y otra vez. Buscaba a alguien, algo, cualquier indicio que pudiera explicar las palabras de Aarav. Pasaron los minutos. El portón se abrió, y los niños comenzaron a salir, uno tras otro, corriendo hacia los brazos de sus padres.
Y entonces la vi.
Al otro lado de la calle, entre la multitud, una figura femenina, vestida con un sari azul, idéntico al que llevaba Anjali en la fotografía. Su postura, su manera de mirar, me resultaron dolorosamente familiares. Sentí que el corazón se me detenía.
La mujer no se acercó, ni llamó a ningún niño. Simplemente observaba, inmóvil, como si buscara a alguien. Por un instante, nuestras miradas se cruzaron. Sentí un vértigo inexplicable, una mezcla de miedo y esperanza.
¿Era posible? ¿Podía ser…?
Parpadeé, y la figura desapareció entre la multitud. Corrí tras ella, empujando a los padres, ignorando las miradas extrañadas. Pero cuando llegué al lugar donde la había visto, no quedaba ni rastro. Solo el rumor del tráfico y el polvo en el aire.
Aarav salió poco después. Me miró con una mezcla de alivio y tristeza.
—¿Viste a mamá? —preguntó en voz baja.
No supe qué responder.
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Capítulo 4: Ecos del pasado
Los días siguientes se convirtieron en una obsesión. Cada tarde, me presentaba temprano en la escuela, esperando ver de nuevo a la misteriosa mujer. Pregunté a los profesores, a los guardias, a otros padres, pero nadie parecía haber notado nada extraño.
Aarav, por su parte, se volvió más callado. Pasaba horas mirando por la ventana, dibujando figuras femeninas en sus cuadernos. A veces lo oía llorar en silencio por las noches.
La soledad se hizo más pesada. Empecé a cuestionar mi propia cordura. ¿Había visto realmente a alguien, o mi mente jugaba conmigo? ¿Era mi propio dolor el que me hacía buscar a Anjali en rostros ajenos?
Una tarde, mientras revisaba viejas cartas de Anjali, encontré una que nunca había leído. Estaba fechada dos semanas antes del accidente. La abrí con manos temblorosas.
*”Querido Rajesh,
Si alguna vez me pasa algo, quiero que sepas que siempre estaré cerca de ti y de Aarav. No temas a las sombras, porque a veces traen mensajes de amor. Cuida de nuestro hijo, y no olvides que el amor trasciende la muerte.
Con todo mi corazón,
Anjali”*
Las lágrimas me nublaron la vista. ¿Era posible que…? No, debía haber una explicación lógica.
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Capítulo 5: La sombra azul
Una semana después, ocurrió algo aún más extraño.
Al llegar a la escuela, noté que Aarav no estaba entre los niños que salían al patio. Pregunté a su maestra, la señora Deshmukh, y ella me aseguró que Aarav había salido con una mujer que dijo ser su tía.
Sentí un frío helado recorrerme el cuerpo.
—¿Cómo era esa mujer? —pregunté, intentando controlar el pánico.
—Delgada, con un sari azul. Muy amable —respondió la maestra, sin notar mi creciente desesperación.
Salí corriendo, buscando a Aarav por todas partes. Grité su nombre, pregunté a los guardias, a los vendedores ambulantes. Nadie sabía nada.
En medio de la confusión, una niña pequeña se me acercó y tiró de mi camisa.
—Señor, vi a Aarav irse con una señora bonita. Ella le sonreía y le decía que lo llevaría a ver a su mamá.
El mundo se me vino abajo.
Corrí por las calles aledañas, revisé cada esquina, cada parque cercano. El miedo me ahogaba. ¿Y si alguien se había llevado a Aarav? ¿Y si…?
De repente, escuché una voz conocida. Era Aarav, llorando, llamándome.
Lo encontré sentado en la acera, solo, abrazando su mochila. Me lancé sobre él, lo abracé con fuerza.
—Papá… —sollozó—. Mamá no me dejó ir con ella. Dijo que aún no era el momento.
Mis piernas temblaban. No entendía nada, pero el alivio de tener a Aarav en mis brazos era lo único que importaba.
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Capítulo 6: La búsqueda de respuestas
Esa noche, después de acostar a Aarav, me senté frente al altar familiar. Encendí una vela y, con voz temblorosa, hablé con Anjali, como solía hacerlo en los primeros meses tras su muerte.
—¿Eres tú, Anjali? ¿Estás intentando decirnos algo? ¿Por qué Aarav te ve? ¿Por qué yo…?
El silencio fue mi única respuesta. Pero en el fondo, sentí una paz extraña, como si una presencia invisible me rodeara.
Al día siguiente, decidí buscar ayuda. Fui a ver al padre Thomas, un sacerdote conocido por su compasión y mente abierta. Le conté todo, desde la visión de Aarav hasta mis propias experiencias.
El padre me escuchó en silencio, luego tomó mi mano.
—El dolor de la pérdida puede abrir puertas que normalmente permanecen cerradas, Rajesh —dijo con suavidad—. A veces, los niños son más sensibles a lo que no podemos ver. Pero recuerda: el amor verdadero nunca busca hacer daño. Si Aarav ve a su madre, quizás es porque necesita sentir que ella sigue cerca. No temas, pero mantente atento.
Sus palabras me reconfortaron, pero no resolvieron el misterio.
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Capítulo 7: El diario de Anjali
Días después, mientras limpiaba la habitación de Aarav, encontré un cuaderno escondido bajo la almohada. Era el diario de Anjali, que yo creía perdido desde el accidente.
Sus páginas estaban llenas de anotaciones, dibujos, recetas, sueños. Pero lo que más me impactó fue una entrada fechada unos días antes de su muerte:
*”A veces siento que mi tiempo aquí se acorta. No sé por qué, pero tengo la certeza de que debo preparar a Aarav para vivir sin mí. Quiero que sepa que siempre estaré a su lado, aunque no pueda verme. El amor de una madre no termina con la muerte. Si alguna vez me busca, quiero que sepa que puede encontrarme en los recuerdos, en los sueños, en el viento que entra por la ventana.”*
Cerré el diario con manos temblorosas. ¿Era posible que el amor de Anjali fuera tan fuerte que trascendiera la muerte? ¿O era solo mi mente, buscando consuelo en palabras pasadas?
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Capítulo 8: La revelación
La vida continuó, aunque la inquietud nunca me abandonó del todo. Aarav parecía más tranquilo, aunque a veces, en las noches, hablaba con su madre en sueños.
Un día, mientras caminábamos por el parque, Aarav se detuvo y me miró con seriedad.
—Papá, mamá dice que tienes que dejarla ir. Que solo así podremos ser felices.
Me quedé sin palabras. Sentí que algo en mi interior se rompía y, al mismo tiempo, se liberaba.
Esa noche, me senté frente al retrato de Anjali y lloré como no lo había hecho en años. Le hablé, le pedí perdón por no haber sido capaz de dejarla ir, por aferrarme a su recuerdo con tanto dolor.
—Te amo, Anjali. Siempre te amaré. Pero prometo cuidar de Aarav y seguir adelante.
Apagué la vela, y por primera vez en mucho tiempo, sentí una paz profunda.
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Capítulo 9: El último adiós
A partir de ese día, las cosas comenzaron a cambiar. Aarav dejó de ver a su madre en la escuela. Sus dibujos se llenaron de colores, de paisajes alegres y juegos. Yo, por mi parte, aprendí a recordar a Anjali sin dolor, a hablar de ella con alegría en lugar de tristeza.
Un año después, en el aniversario de su muerte, Aarav y yo fuimos al templo. Llevamos flores y encendimos una lámpara de aceite. Miré a mi hijo, que sonreía mientras recitaba una oración por su madre.
Sentí que Anjali estaba allí, no como una sombra, sino como una presencia amorosa, parte de nosotros, siempre.
Al salir del templo, Aarav me tomó de la mano.
—Papá, mamá está feliz. Dice que ahora podemos ir a casa juntos.
Le sonreí, con el corazón ligero.
—Vamos, hijo. Mamá siempre estará con nosotros, en cada paso que demos.
Y así, bajo el cielo estrellado de Pune, supe que, aunque la muerte separa los cuerpos, el amor verdadero nunca muere.
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Epílogo
A veces, cuando el viento sopla fuerte por la ventana, Aarav y yo creemos escuchar la risa de Anjali entre las cortinas. Ya no nos asusta. Sabemos que es su manera de decirnos que todo está bien.
La vida sigue, con sus pérdidas y sus regalos. Y aunque la ausencia duele, el amor es la luz que nos guía, siempre, incluso en la más profunda oscuridad.
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FIN
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