Capítulo 1: El portón y la mujer
Cada viernes por la tarde, sin falta, ocurría lo mismo. El sonido de los golpes en mi portón —tres, secos, insistentes— me llegaba a veces incluso desde la oficina, como un eco en mi mente. Sabía que, mientras yo trabajaba, mi vigilante, el señor Tomás, tendría que lidiar con la misma visitante de siempre: la mujer loca.
Así la llamábamos todos en el barrio. Nadie sabía de dónde venía ni adónde iba, pero todos sabían que cada viernes, cuando el sol comenzaba a caer, ella aparecía en la calle, arrastrando los pies, con su vestido descolorido, su cabello enmarañado y una bolsa de tela colgando del hombro. Y siempre decía lo mismo:
—Tengo los siete misterios que tu jefe necesita saber.
Tomás la echaba, claro. Yo le había dado instrucciones estrictas: ningún desconocido debía cruzar el portón bajo ninguna circunstancia. No me importaba si era un vendedor, un predicador o una anciana perdida. En el mundo de hoy, la precaución es ley.
Pero cada viernes, cuando regresaba a casa, Tomás me contaba la misma historia con la misma expresión de fastidio:
—Señor, la mujer esa volvió. Dijo que tiene los siete misterios que usted necesita saber. Yo la eché, como siempre.
Al principio, me molestaba. Luego, me empezó a intrigar. ¿Por qué insistía tanto esa mujer? ¿Qué quería de mí? ¿Por qué los “siete misterios”? ¿Era una estafadora, una loca, o algo más?
Pasaron las semanas. El ritual se repetía. El viernes se convirtió en un día inquietante. Empecé a preguntarme si debía, por una vez, escucharla.

Capítulo 2: El viernes de la decisión
Ese viernes, el cielo estaba encapotado y el aire olía a lluvia. Llegué a casa más tarde de lo habitual, cansado, con la cabeza llena de problemas del trabajo y un deseo urgente de silencio. Pero al acercarme al portón, vi a Tomás discutiendo con alguien. La reconocí al instante.
La mujer estaba allí, igual de andrajosa, con los pies descalzos y la mirada fija en el portón. Cuando me vio, dejó de hablarle a Tomás y se me quedó mirando, como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida.
—¿Quiere que la eche, jefe? —me preguntó Tomás, incómodo.
Miré a la mujer. Había algo en su mirada que no era locura, sino determinación.
—Déjala entrar —dije, para sorpresa de ambos.
Tomás titubeó, pero obedeció. La mujer cruzó el portón y se detuvo frente a mí. Olía a tierra y a noches sin techo, pero sus ojos estaban limpios, intensos.
—¿Qué quieres? —le pregunté.
—No aquí —dijo ella—. Dentro. Esta noche, debes escuchar los siete misterios.
Algo en su voz me hizo temblar. Sin decir nada más, la invité a pasar. Tomás miraba desde lejos, persignándose.

Capítulo 3: La casa y la propuesta
Dentro de la casa, la mujer observó todo con curiosidad. Caminó despacio, como si midiera cada paso. Se detuvo al pie de la escalera.
—Arriba —dijo—. Los misterios no se revelan en la planta baja.
Asentí, más intrigado que asustado. Subimos juntos. El silencio era tan denso que podía oír mi propio corazón. Al llegar al pasillo de las habitaciones, me miró con gravedad.
—¿Tienes al menos siete habitaciones?
—Sí, tengo —respondí.
Entonces abrió su bolsa y sacó una manta blanca, muy fina, casi transparente. Me cubrió los ojos con cuidado. El contacto de la tela era frío y húmedo.
—No tengas miedo —susurró—. Lo que vas a ver es solo el principio.
Apenas me cubrió los ojos, sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. Un sudor frío me empapó la frente. Quise hablar, pero no pude. De pronto, una imagen se formó en mi mente: una mujer gorda, vestida de rojo y blanco, con tres ojos, dientes marrones y sin sandalias. Me miraba fijamente.
Grité con fuerza.
La mujer se rió, levantó la manta y me miró a los ojos.
—Describe lo que viste —ordenó.
—Yo… yo vi a una mujer gorda, vestida de rojo y blanco, con tres ojos, dientes marrones… no llevaba sandalias… ¿quién es ella?
La mujer se volvió a reír, pero enseguida se puso seria y dijo:
—Estás casado con el mundo espiritual. Ella es tu esposa espiritual.
Ella es la razón por la que no estás casado.
Es la razón por la cual ninguna mujer quiere acercarse a ti.
Es una esposa espiritual muy celosa; cualquier chica con la que planeas casarte… ella destruye esos planes de inmediato.
Me quedé congelado, con lágrimas en los ojos.
—¿Entonces… cuál es la solución? ¡Por favor, ayúdame!
—Te daré la solución después de mostrarte los siete misterios que afectan tu vida. Será una batalla muy seria.
Pero por ahora, sígueme a la segunda habitación, para que te muestre el segundo misterio.

Capítulo 4: El segundo misterio
Entramos en la segunda habitación, la que solía usar como despacho. La mujer cerró la puerta, me pidió que me sentara y volvió a cubrirme los ojos con la manta.
Esta vez, la oscuridad fue más profunda. Sentí que caía en un pozo sin fondo. De repente, sonidos: risas burlonas, voces susurrando mi nombre, sombras moviéndose en los rincones.
Vi una escena: yo, niño, sentado en la escuela. Mis compañeros se reían de mí, señalando mi ropa, mis zapatos gastados. Sentí la vergüenza y el dolor como si fuera real.
La mujer quitó la manta.
—Describe lo que viste.
—Vi… mi infancia. El rechazo, la soledad. Mis compañeros se burlaban de mí.
Ella asintió.
—Ese es el segundo misterio: la raíz de tu inseguridad.
El espíritu de la humillación te sigue desde la infancia. Cada vez que intentas avanzar, esa sombra te recuerda tus fracasos y te hace dudar de ti mismo.
Sentí un nudo en la garganta. Era cierto. Siempre había sentido esa inseguridad, ese miedo al ridículo.
—¿Cómo puedo vencerlo? —pregunté.
—Tienes que enfrentarlo y perdonar. Pero primero, el tercer misterio.

Capítulo 5: El tercer misterio
La mujer me condujo a la tercera habitación: la de invitados, donde nadie dormía nunca. Cerró la puerta y repitió el ritual de la manta.
Esta vez, el aire se volvió denso, difícil de respirar. Aparecieron imágenes de dinero: billetes volando, cuentas impagadas, negocios que fracasaban antes de empezar.
—Describe lo que viste —dijo la mujer.
—Dinero… perdiéndose, negocios que no funcionan…
—El tercer misterio es la maldición de la escasez. Hay una deuda ancestral en tu familia, un pacto no resuelto. Hasta que no lo enfrentes, todo lo que ganes se irá como agua entre los dedos.
Me llevé las manos a la cabeza. Era verdad. Siempre había trabajado duro, pero el dinero nunca duraba.
—¿Qué pacto? —pregunté.
—Eso lo verás en el cuarto misterio.

Capítulo 6: El cuarto misterio
La cuarta habitación era la más pequeña, apenas un trastero. Allí, la mujer me cubrió los ojos y sentí un frío intenso.
Vi una figura oscura, encapuchada, firmando un libro antiguo. Vi a mi bisabuelo, temblando, entregando una moneda de oro.
—Describe lo que viste.
—Un hombre… mi bisabuelo, creo. Firmaba algo, le daba una moneda a una sombra oscura.
—Tu familia hizo un pacto hace generaciones para sobrevivir a una hambruna. El precio fue la felicidad de sus descendientes. Hasta que no rompas ese pacto, la sombra seguirá visitando a cada generación.
Me sentí abrumado. Todo comenzaba a tener sentido.

Capítulo 7: El quinto misterio
La quinta habitación era la mía. Al entrar, sentí un peso en el pecho. La mujer cubrió mis ojos y vi escenas de relaciones rotas, amistades traicionadas, familiares alejándose.
—Describe lo que viste.
—Personas alejándose de mí… traiciones, rupturas…
—El quinto misterio es el espíritu de la soledad. No es solo la esposa espiritual; hay una energía que repele a quienes te quieren. Es el eco de la traición original del pacto.
Me sentí solo, más que nunca.

Capítulo 8: El sexto misterio
La sexta habitación era la de mi madre, ahora vacía desde que ella murió. Allí, la mujer me cubrió los ojos y vi a mi madre llorando, rezando, pidiendo perdón por algo que no entendía.
—Describe lo que viste.
—Mi madre… llorando, rezando…
—El sexto misterio es la culpa heredada. Las madres de tu familia han cargado con la culpa del pacto, aunque no supieran su origen. Por eso, el dolor se repite en cada generación.
Me estremecí. Siempre había sentido que mi madre guardaba un secreto.

Capítulo 9: El séptimo misterio
Finalmente, llegamos a la séptima habitación: el ático. Allí, la mujer me cubrió los ojos por última vez.
Vi un círculo de fuego, voces cantando en un idioma antiguo, y a mí mismo en el centro, atado por hilos invisibles.
—¿Qué viste?
—Un círculo de fuego… voces extrañas… yo, atado…
—El séptimo misterio es el lazo final: tu destino está atado a los errores del pasado. Si no luchas, repetirás la historia de tu familia.
Me quité la manta, empapado en sudor.
—¿Cuál es la solución? —suplicé.
La mujer me miró con compasión.
—Debes romper el pacto. Debes enfrentar a la esposa espiritual. Debes perdonarte y perdonar a tus antepasados.
Esta noche, harás la batalla más importante de tu vida. ¿Estás listo?

Capítulo 10: Preparativos para la batalla
La mujer me miró con seriedad.
—Ahora, escucha bien. Esta noche, cuando el reloj marque la medianoche, la esposa espiritual vendrá a reclamarte. Si no luchas, quedarás atado a ella para siempre.
—¿Cómo puedo luchar contra algo que no veo? —pregunté, temblando.
—Debes verla con los ojos del espíritu, no con los de la carne. Por eso te mostré los siete misterios. Cada uno es una cadena que te ata. Esta noche, debes romperlas una a una.
Me entregó una vela negra, una cuerda roja y un pequeño espejo.
—Cuando llegue la hora, enciende la vela, átate la cuerda a la muñeca izquierda y mírate en el espejo. Pase lo que pase, no apartes la mirada. Si lo haces, la perderás para siempre.
Sentí el peso de la responsabilidad aplastándome. No era solo mi vida la que estaba en juego, sino la de generaciones futuras.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿Estarás conmigo?
La mujer asintió.
—Estaré cerca, pero esta batalla es tuya. Nadie más puede pelearla por ti.

Capítulo 11: Medianoche
El reloj marcó las doce. El silencio era absoluto. Encendí la vela negra con manos temblorosas, me até la cuerda roja a la muñeca y me senté en el centro del ático, mirando fijamente el espejo.
Por un momento, no pasó nada. Luego, el aire se volvió frío, la llama de la vela titiló y una sombra apareció en el reflejo.
Era ella. La mujer gorda, vestida de rojo y blanco, sus tres ojos brillando con furia, sus dientes marrones mostrando una sonrisa cruel.
—¡Eres mío! —rugió su voz, retumbando en las paredes del ático.
Sentí que algo invisible intentaba arrancarme el espejo de las manos. Luché por mantenerlo firme, recordando las palabras de la mujer.
—No te tengo miedo —dije, aunque mi voz temblaba—. No te pertenezco.
La sombra se agitó, creciendo, llenando la habitación. De pronto, vi las cadenas de los siete misterios envolviéndome: la humillación, la escasez, la soledad, la culpa, el pacto ancestral… Todas brillaban con un resplandor rojizo, atándome al suelo.
—¡Nunca serás libre! —chilló la esposa espiritual—. ¡Eres mi esposo desde antes de nacer!
Las lágrimas rodaron por mi rostro, pero no aparté la mirada del espejo.
—No —dije—. Yo elijo mi destino. Perdono a mis antepasados. Rompo el pacto, aquí y ahora.
La sombra gritó de rabia. Las cadenas comenzaron a aflojarse, una a una. La cuerda roja en mi muñeca ardía, quemando mi piel, pero no la solté.
—¡Renuncio a ti! —grité—. ¡Renuncio a tu poder sobre mi vida!
La esposa espiritual chilló, su forma distorsionándose, encogiéndose, hasta que no fue más que una sombra temblorosa en el espejo.
Entonces, la mujer loca apareció a mi lado y puso su mano sobre mi hombro.
—Ahora, di su nombre y ordénale irse.
—¡Vete, Adama! —dije, con toda la fuerza de mi alma—. ¡No tienes más poder sobre mí!
El espejo se cubrió de una niebla blanca. Sentí un estallido en mi pecho, como si una carga inmensa se rompiera. La sombra desapareció.

Capítulo 12: Liberación
Caí de rodillas, exhausto. El aire del ático se volvió tibio, la vela se apagó. La mujer me ayudó a levantarme.
—Lo lograste —dijo suavemente—. Has roto el pacto. Has liberado a tu linaje.
Me eché a llorar, un llanto profundo, antiguo, como si saliera de generaciones enteras.
—¿Y ahora? —pregunté, cuando pude hablar.
—Ahora empieza tu vida de verdad. Pero debes recordar: los pactos rotos dejan cicatrices. Debes cuidar tu espíritu, no volver a abrir puertas al pasado.
Asentí, sintiendo una paz que no recordaba haber sentido nunca.

Capítulo 13: El amanecer
Bajamos juntos al salón. Tomás, mi vigilante, dormía en su silla, ajeno a todo lo que había sucedido. La mujer me sonrió.
—Ya no volveré a tu portón. Mi tarea aquí ha terminado.
—¿Quién eres en realidad? —pregunté.
Ella me miró con ternura.
—Solo soy un instrumento. Alguien que también fue liberada, hace mucho tiempo, por alguien como tú. Ahora, ve y vive. Ama. Cásate. Sé feliz.
Salió al jardín, y cuando la luz del amanecer tocó su figura, desapareció como la niebla.

Capítulo 14: Un nuevo viernes
El siguiente viernes por la tarde, el portón estuvo en silencio. Nadie vino a tocar. Tomás me miró extrañado.
—¿Cree que la mujer esa volverá, jefe?
Sonreí.
—No, Tomás. Ya no volverá.
Sentí una ligereza nueva en el corazón. Esa noche, llamé a una antigua amiga con la que había perdido contacto. Hablamos durante horas, riendo, recordando viejos tiempos. Por primera vez, sentí que el futuro era posible.

Capítulo 15: Epílogo
Pasaron los meses. Mi vida cambió de maneras que nunca imaginé. Nuevas amistades, oportunidades, incluso el amor. La soledad y el miedo se disolvieron poco a poco, como la niebla al sol.
A veces, en sueños, veía a la mujer loca sonriendo en la distancia, asintiendo con satisfacción. Sabía que, de alguna manera, seguía velando por mí.
Nunca olvidaré la noche de los siete misterios. Aprendí que el pasado puede atarnos, pero también puede ser sanado. Y que, a veces, la ayuda llega en la forma más inesperada.

FIN