Capítulo 1: El vaso de jugo
Acababa de llegar del trabajo. El tráfico había sido un infierno y mis pies, comprimidos en esos tacones que prometí no volver a usar, dolían como si me hubieran pasado por encima con un camión. Dejé el bolso sobre la mesa del recibidor, me quité los zapatos y sentí el frío del suelo en las plantas de los pies. Respiré hondo, agradeciendo el silencio de la casa.
Me dirigí a la cocina, abrí la nevera y me serví un vaso de jugo de naranja. El primer sorbo fue un alivio líquido. Entonces, sentí unos deditos tirando de la manga de mi blusa.
—Mami, ¿quieres conocer a tu clon?
Me giré, divertida. Lily, mi hija de cinco años, me miraba con esos ojos enormes y serios que a veces me asustan por lo mucho que parecen entender.
—¿Mi qué? —pregunté, sonriendo.
—Tu clon. Viene a casa cuando estás en el trabajo. Papá dice que está aquí para que no te extrañe mucho.
Al principio, me reí. Los niños inventan cosas todo el tiempo. Pero algo en su tono, en la forma en que lo dijo, me puso los pelos de punta. No era solo una ocurrencia infantil. Era… una certeza.

Capítulo 2: Dudas
Jason, mi esposo, llevaba seis meses de baja por paternidad. Habíamos acordado que, tras mi ascenso, yo trabajaría a tiempo completo y él se quedaría en casa con Lily. Al principio, todo parecía perfecto. Jason era un padre dedicado, paciente, siempre dispuesto a jugar, cocinar, inventar historias.
Pero últimamente… algo no encajaba. Lily había empezado a decir cosas raras. A veces, al llegar, me miraba como si no estuviera segura de quién era yo. O me preguntaba si “hoy iba a quedarme toda la noche”.
Una noche, mientras cenábamos, le pregunté a Jason sobre el “clon”.
—¿Qué es eso de que hay un clon mío en casa? —le pregunté, intentando sonar casual.
Jason se encogió de hombros, sonriendo.
—Lily tiene una imaginación desbordante. Hoy me dijo que vio un dragón en el baño.
Pero yo no podía quitarme esa sensación. No era solo imaginación. Lily era creativa, sí, pero también observadora. No inventaba cosas así porque sí.

Capítulo 3: La conversación con Lily
Un sábado por la mañana, mientras Jason dormía, me senté con Lily en el suelo del salón. Ella estaba dibujando, la lengua asomando entre los labios, concentrada.
—Cariño, ¿puedes contarme más sobre mi clon?
Lily dejó el crayón y me miró.
—Viene justo antes de mi siesta —me dijo—. Papá siempre dice que va a leerme un cuento, pero entonces tú entras. Bueno, no eres tú, pero te ves igual. Papá se pone triste y entran en la habitación. Cierran la puerta.
Sentí un escalofrío.
—¿Y qué hacen en la habitación?
Lily bajó la voz, como si temiera que alguien la oyera.
—Una vez miré por la rendija. Papá estaba sentado llorando. Ella lo abrazó. Luego dijo algo en otro idioma.
No dormí esa noche. Daba vueltas en la cama, mirando el techo. Jason dormía a mi lado, respirando tranquilo, ajeno a mi insomnio.

Capítulo 4: La cámara
El lunes siguiente, mientras Jason y Lily estaban en el parque, busqué la vieja cámara de Lily. Era una cámara de juguete, pero podía grabar video. La instalé discretamente en nuestra habitación, apuntando hacia la puerta.
Al día siguiente, fingí que tenía una reunión fuera de la oficina y trabajé desde una cafetería cercana. A la hora de la siesta, encendí la transmisión desde mi portátil.
Vi a Jason entrar en la habitación. Se sentó en la cama, la cabeza entre las manos. Entonces, la puerta se abrió y entró una mujer.
Me quedé sin aliento.
Era yo. No “alguien parecida a mí”. Era mi rostro, mi cuerpo, mi forma de caminar. Incluso llevaba uno de mis vestidos favoritos, ese azul con flores blancas.
La mujer se acercó a Jason, lo abrazó. Jason lloraba. Ella le susurró algo al oído, en un idioma que no reconocí.
Sentí que el corazón se me helaba.
Apagué el portátil, lo metí en el bolso y salí corriendo. Tenía que saber la verdad.

Capítulo 5: El regreso
La carretera parecía interminable. Mi mente iba a mil por hora. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era esa mujer? ¿Cómo podía tener mi cara, mi ropa, mi voz?
Aparqué el coche de cualquier manera y subí las escaleras de dos en dos. Abrí la puerta con manos temblorosas.
La casa estaba en silencio. Oí la voz de Jason en la habitación. Me acerqué despacio, el corazón golpeando en mi pecho.
Abrí la puerta.
Jason estaba solo, de pie junto a la ventana. Se giró, sorprendido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, la voz tensa.
—Vi a alguien… —mi voz temblaba—. Vi a una mujer aquí. Con mi cara.
Jason palideció. Por un instante, vi miedo en sus ojos. Luego, bajó la mirada.
—No puedo explicarlo —susurró—. No sé cómo empezó.
Me senté en la cama, derrotada.
—¿Quién es? —pregunté.
Jason se pasó una mano por el pelo, nervioso.
—No lo sé. Al principio pensé que era una alucinación. Pero ella… ella sabe cosas que solo tú sabrías. Se mueve como tú. Habla como tú. Pero no eres tú.

Capítulo 6: El miedo
Esa noche, no pude dormir. Jason y yo apenas hablamos. Lily, ajena a todo, durmió tranquila en su habitación.
Al día siguiente, llamé al trabajo y pedí unos días libres. Tenía que entender qué estaba pasando en mi casa.
Pasé la mañana observando a Jason y a Lily. Todo parecía normal. Jason preparó el desayuno, ayudó a Lily a vestirse, le leyó un cuento.
Pero a la hora de la siesta, Jason se puso nervioso.
—Voy a acostar a Lily —dijo, evitando mi mirada.
—Yo lo hago —me ofrecí.
Lily me miró, confusa.
—¿Hoy no viene tu clon, mami?
Sentí un nudo en el estómago.
—No, cariño. Hoy estoy aquí de verdad.

Capítulo 7: La aparición
Esa tarde, me quedé en el salón, fingiendo leer. Oí pasos en el pasillo. Me levanté sigilosamente y me acerqué a la habitación.
La puerta estaba entreabierta. Vi a Jason sentado en la cama, la cabeza baja. Entonces, la vi.
Entró en la habitación con mi vestido azul. Me quedé paralizada. Era como mirarme en un espejo, pero el reflejo tenía vida propia.
La mujer se sentó junto a Jason, le acarició el cabello. Jason sollozaba, se aferraba a ella como a un salvavidas.
—¿Quién eres? —pregunté, entrando en la habitación.
La mujer levantó la vista. Sus ojos eran los míos, pero había algo extraño en su mirada. Una tristeza infinita, como si llevara siglos esperando este momento.
—Soy tú —dijo, en voz baja.
—No puedes ser yo. Yo estoy aquí.
La mujer sonrió, una sonrisa triste.
—No exactamente.

Capítulo 8: La conversación imposible
Jason me miró, suplicante.
—Por favor, no le hagas daño —me pidió.
Sentí rabia, miedo, confusión.
—¿Qué eres? —le pregunté a la mujer.
Ella me miró fijamente.
—Soy lo que dejaste atrás. La parte de ti que Jason extraña. La que Lily necesita cuando no estás.
Me quedé sin palabras.
—Eso no es posible. No puedes existir.
La mujer se encogió de hombros.
—Pero existo. Cada vez que te vas, yo vengo. Porque ellos me llaman.
Me temblaban las manos.
—¿Y qué quieres?
—Nada. Solo estar aquí. Solo amar.

Capítulo 9: La verdad de Jason
Esa noche, Jason y yo hablamos durante horas. Me confesó que, al principio, pensó que se estaba volviendo loco. Que la primera vez que vio a mi “clon”, creyó que era un sueño. Pero la mujer era real. Podía tocarla, oler su perfume, sentir su calor.
—No sé qué hacer —me dijo, desesperado—. Te amo a ti. Pero a veces… siento que necesito a esa otra tú. La que no está cansada, la que siempre sonríe, la que no tiene miedo.
Lloré. Lloré por mí, por Jason, por Lily. Lloré por todas las partes de mí que había dejado atrás para poder ser madre, esposa, profesional. Lloré por la culpa, por la rabia, por el miedo.

Capítulo 10: La decisión
Durante días, la casa estuvo cargada de tensión. Lily parecía inquieta. Jason evitaba mirarme a los ojos. Yo me sentía extranjera en mi propia vida.
Una tarde, mientras Lily dormía, me senté frente a la mujer.
—No puedo seguir así —le dije—. No puedo compartir mi vida con un fantasma.
Ella me miró con compasión.
—No soy un fantasma. Soy una parte de ti. La parte que olvidaste.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué apareces ahora?
—Porque Jason me necesita. Porque Lily me extraña. Porque tú te has olvidado de ti misma.
Sentí un nudo en la garganta.
—¿Qué quieres que haga?
—Recuerda quién eres. No solo la madre, no solo la esposa, no solo la profesional. Recuerda a la niña que soñaba, a la joven que reía sin miedo, a la mujer que amaba sin reservas.

Capítulo 11: El reencuentro conmigo misma
Esa noche, me miré en el espejo durante mucho tiempo. Vi las ojeras, las arrugas incipientes, el cansancio. Pero también vi algo más. Una chispa, una fuerza que había olvidado.
Al día siguiente, llevé a Lily al parque. Jugamos, reímos, corrimos. Cuando Jason me miró, vi asombro en sus ojos.
Esa noche, cociné su plato favorito. Pusimos música, bailamos en el salón. Por primera vez en meses, sentí que la casa estaba llena de vida.
La mujer no apareció esa noche. Ni la siguiente.

Capítulo 12: La despedida
Un día, mientras doblaba la ropa en nuestra habitación, sentí una presencia detrás de mí. Me giré. Allí estaba ella.
—¿Te vas? —pregunté.
Ella asintió.
—Ya no me necesitan. Has recordado quién eres.
Me acerqué y la abracé. Sentí que abrazaba una parte de mí que había estado perdida mucho tiempo.
—Gracias —susurré.
Ella sonrió y, poco a poco, se desvaneció.

Capítulo 13: Epílogo
Han pasado meses desde entonces. La vida sigue, con sus altibajos. Pero algo ha cambiado. Ya no me siento dividida. He aprendido a cuidar de mí, a pedir ayuda, a recordar que no tengo que ser perfecta.
A veces, Lily me pregunta si mi clon volverá.
—No lo sé, cariño —le digo—. Pero mientras estemos juntas, no la necesitamos.
Jason y yo seguimos trabajando en nuestro matrimonio. No es fácil, pero ahora hablamos más, nos escuchamos más.
Y yo… yo he vuelto a ser yo. Completa, imperfecta, real.

Capítulo 14: El eco de la otra
Después de aquella despedida, la vida pareció retomar su curso. Pero el eco de la otra yo, la que habitó nuestra casa, seguía resonando en los rincones más silenciosos de mi mente.
No era fácil. A veces, en la penumbra del dormitorio, sentía que una sombra se movía detrás de mí, como si aún estuviera allí, esperando. Otras veces, al mirar a Lily jugar sola, me preguntaba si de verdad había logrado llenar ese vacío, o si mi hija seguía añorando a esa madre perfecta que nunca se cansaba, que siempre tenía una sonrisa, que jamás perdía la paciencia.
Jason, por su parte, parecía aliviado, pero también distante. Había algo en su mirada, una mezcla de culpa y nostalgia, que me inquietaba. Una noche, mientras cenábamos, le pregunté:
—¿La extrañas?
Jason dejó el tenedor sobre el plato. Tardó un rato en responder.
—No lo sé —admitió, sin mirarme—. Era fácil estar con ella. No discutía, no se cansaba, no tenía miedo. Pero no era real. No eras tú.
Sentí un alivio amargo. Yo tampoco era fácil. Yo discutía, me cansaba, tenía miedo. Pero era real.

Capítulo 15: La memoria compartida
Comencé a escribir un diario. Al principio, solo anotaba pensamientos sueltos, frases que me venían a la mente cuando el insomnio me asaltaba. Pero poco a poco, fui llenando páginas con recuerdos: mi infancia, las tardes en casa de mi abuela, los veranos en la playa, las primeras veces que sentí miedo, o rabia, o una felicidad tan intensa que dolía.
Me di cuenta de que había dejado de contarme mi propia historia. Había dejado de ser protagonista para convertirme en espectadora de mi vida.
Un día, mientras escribía, Lily se sentó a mi lado.
—¿Qué haces, mami?
—Escribo sobre mí, cariño. Sobre cuando era pequeña.
—¿Puedo escuchar?
Le leí un fragmento. Lily escuchaba, fascinada, como si le estuviera contando un cuento. Cuando terminé, me abrazó.
—Me gusta tu historia, mami.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba haciendo lo correcto.

Capítulo 16: La terapia
Decidí buscar ayuda profesional. Al principio, sentí vergüenza. ¿Cómo iba a explicar que había visto a mi propio clon en casa? ¿Cómo decir que mi hija y mi esposo habían convivido con una mujer idéntica a mí, pero que no era yo?
Pero la terapeuta me escuchó sin juzgar. Me animó a hablar, a explorar lo que sentía, a aceptar que la maternidad, el trabajo, el matrimonio, todo me había sobrepasado. Que la presión por ser perfecta había creado una grieta en la que, de algún modo, nació esa “otra yo”.
—No estás loca —me dijo—. Has creado un mecanismo de defensa. Una fantasía que tu familia compartió porque también necesitaban sostenerse en algo.
Lloré. Me sentí aliviada. Por fin, alguien ponía palabras a mi caos.

Capítulo 17: El reencuentro con Jason
Las sesiones de terapia me ayudaron a hablar con Jason de una forma nueva. Empezamos a salir juntos, como al principio, aunque fuera solo a caminar por el parque. Hablábamos de nosotros, de nuestras frustraciones, de lo que nos había dolido todo este tiempo.
Una noche, después de dejar a Lily dormida, Jason me abrazó.
—Siento haberte exigido tanto —me dijo—. Siento haber necesitado a esa otra tú.
—Yo también la necesité —admití—. Era más fácil ser ella. Pero no era real.
Nos quedamos abrazados mucho rato, en silencio. Sentí que, poco a poco, empezábamos a reconstruirnos.

Capítulo 18: Recuerdos de la otra
A veces, aún soñaba con ella. En mis sueños, la veía sentada junto a la ventana, mirando la lluvia. O jugando con Lily en el suelo del salón. A veces, me sonreía y me invitaba a sentarme a su lado. Otras, simplemente desaparecía entre las sombras.
En uno de esos sueños, me habló:
—No tienes que ser perfecta. Solo tienes que estar.
Me desperté llorando, pero también aliviada. Por fin entendía el mensaje.

Capítulo 19: La carta
Un día, mientras limpiaba la habitación, encontré una hoja de papel doblada debajo de la almohada. Era la letra de Jason.
“Querida mía:
No sé si alguna vez podré explicarte lo que sentí esos meses. La soledad, el miedo, la culpa. Ver a Lily buscarte en cada rincón. Desear que estuvieras aquí, pero no querer cargarte con más peso. Cuando apareció ‘ella’, pensé que era un milagro, pero pronto entendí que era una señal de que algo no estaba bien entre nosotros.
Te amo. Amo todo de ti, incluso lo que no entiendo o lo que me cuesta aceptar. Gracias por volver. Gracias por quedarte.
Jason.”
Leí la carta varias veces. Lloré. Y luego, sentí que una herida antigua comenzaba a sanar.

Capítulo 20: La reconstrucción
Con el tiempo, las cosas mejoraron. Aprendí a pedir ayuda, a delegar en el trabajo, a aceptar mis límites. Jason volvió a trabajar, y compartimos las tareas de la casa y el cuidado de Lily de una forma más equilibrada.
Lily creció, y aunque a veces preguntaba por mi “clon”, cada vez lo hacía menos. Un día, le pregunté:
—¿La extrañas?
Lily pensó un momento y luego negó con la cabeza.
—No. Me gusta más cuando estás tú.
Le sonreí y la abracé.

Capítulo 21: La celebración
En el aniversario de mi regreso (así lo llamé en mi diario), organicé una pequeña fiesta en casa. Invitamos a algunos amigos, a los abuelos de Lily, a la terapeuta que tanto me había ayudado.
Jason hizo un brindis.
—Por las segundas oportunidades, y por aprender a amarnos tal como somos.
Todos aplaudieron. Sentí un calor en el pecho, una gratitud inmensa por haber encontrado el camino de vuelta a mí misma, a mi familia.

Capítulo 22: Reflexión
Ahora, cuando pienso en todo lo que pasó, no siento miedo ni vergüenza. Siento orgullo. Sobreviví a mi propia sombra, a las expectativas imposibles, a la soledad y la culpa.
He aprendido que no hay clones posibles. Que nadie puede sustituirnos, ni siquiera una versión idealizada de nosotros mismos. Que lo único que necesita mi familia es mi presencia, con mis luces y mis sombras.
Sigo escribiendo mi diario, y a veces, cuando releo las primeras páginas, me doy cuenta de cuánto he cambiado. De cuánto hemos cambiado todos.

Capítulo 23: Un nuevo comienzo
Hoy, mientras escribo estas líneas, Lily juega en el jardín y Jason prepara la cena. El sol entra por la ventana y la casa huele a pan recién horneado.
Ya no busco a la otra en los espejos ni en las esquinas. Ya no temo desaparecer.
He vuelto a ser yo. Y eso, ahora lo sé, es suficiente.

Capítulo 24: El álbum de fotos
Un domingo por la tarde, mientras la lluvia golpeaba suavemente los cristales, Lily y yo sacamos una vieja caja de cartón del armario. Dentro, había un álbum de fotos que no abría desde hacía años.
Nos sentamos en la alfombra, con Jason cerca, y comenzamos a pasar las páginas. Allí estaban mis padres, mis abuelos, mis cumpleaños de niña, mis primeras vacaciones en la playa, mi graduación, la boda, el embarazo, las primeras fotos de Lily.
—¿Quién es esa, mami? —preguntó Lily, señalando a una niña con trenzas y sonrisa tímida.
—Esa soy yo, cuando tenía tu edad.
Lily me miró sorprendida, como si no pudiera concebir que yo alguna vez hubiera sido tan pequeña, tan vulnerable.
—¿Y eras feliz?
Pensé en la pregunta. Recordé la sensación de las piernas colgando del columpio, el olor a tierra mojada, la voz de mi madre llamándome a cenar.
—Sí, cariño. A veces sí, y a veces no. Como todos.
Jason me miró y sonrió. Era una respuesta honesta, y sentí que una pequeña piedra se desprendía de la montaña que aún pesaba sobre mi pecho.

Capítulo 25: El sueño recurrente
Esa noche, volví a soñar con la otra yo. Pero esta vez, el sueño era diferente. Estábamos sentadas frente a frente, en una habitación blanca, sin ventanas ni puertas. Ella me miraba con ternura.
—¿Por qué sigues viniendo? —le pregunté.
—Porque aún tienes miedo de desaparecer —me respondió—. Porque crees que si no eres perfecta, dejarán de quererte.
—¿Y si me equivoco? ¿Y si un día fallo?
Ella sonrió, y en su sonrisa había una comprensión infinita.
—Entonces te levantarás, pedirás ayuda, y seguirás adelante. Nadie espera que seas perfecta, solo que seas real.
Me desperté con lágrimas en los ojos, pero también con una sensación de paz que hacía mucho no sentía.

Capítulo 26: La conversación pendiente
Había algo que aún no había hecho: hablar con mi madre. Durante meses, había evitado llamarla, temiendo que sus palabras —siempre tan exigentes, tan críticas— volvieran a abrir heridas.
Pero una tarde, tomé el teléfono y marqué su número.
—Hola, mamá.
—¡Hija! Qué sorpresa. ¿Todo bien?
Sentí un nudo en la garganta, pero decidí ser honesta.
—No, mamá. No todo está bien. He pasado por cosas difíciles. Me he sentido perdida, cansada, a veces incluso invisible.
Hubo un silencio al otro lado. Luego, la voz de mi madre sonó más suave de lo que recordaba.
—Yo también me sentí así muchas veces. Pero no sabía cómo decirlo. Siento si alguna vez te hice sentir que no eras suficiente.
Lloré en silencio, y sentí que algo se reparaba, aunque fuera un poco, entre nosotras.

Capítulo 27: La carta a mí misma
La terapeuta me sugirió un ejercicio: escribir una carta a mi yo de cinco años.
Esa noche, me senté en la mesa de la cocina, con una hoja en blanco delante.
“Querida yo:
No tengas miedo de ser tú misma. No tienes que ser perfecta para que te quieran. Está bien tener miedo, está bien cansarse, está bien pedir ayuda. Eres suficiente, tal como eres.
Cuida de ti. No te olvides de soñar, ni de reír, ni de jugar. No dejes que nadie apague tu luz.
Te quiero,
Yo.”
Doblé la carta y la guardé en el diario. Sentí que, de algún modo, la niña que fui y la mujer que soy se daban la mano por primera vez.

Capítulo 28: Una tarde en el parque
Con el paso de las semanas, empecé a disfrutar de los pequeños momentos. Una tarde llevé a Lily al parque. Nos tumbamos en la hierba, mirando el cielo.
—¿Qué ves en las nubes? —le pregunté.
—Un dragón. ¿Y tú?
—Veo un barco. Y una casa. Y una niña que vuela.
Lily se rió y me abrazó.
—Me gusta cuando juegas conmigo, mami.
—A mí también, princesa.
Por un momento, el mundo se detuvo. No existían relojes, ni listas de tareas, ni exigencias. Solo estábamos ella y yo, bajo el cielo infinito.

Capítulo 29: Jason y yo
Una noche, después de acostar a Lily, Jason y yo nos sentamos en el balcón, con dos copas de vino.
—¿Te imaginas cómo habría sido nuestra vida si nunca hubieras vuelto? —me preguntó, en voz baja.
—No quiero imaginarlo —respondí—. Pero a veces me pregunto si habría encontrado el camino de regreso.
Jason me tomó la mano.
—Siempre lo encuentras. Aunque tardes, aunque te pierdas. Siempre vuelves.
Nos besamos, y sentí que, por primera vez en mucho tiempo, el amor entre nosotros era tan real y tan frágil como la vida misma.

Capítulo 30: El miedo no desaparece
Aprendí que el miedo nunca desaparece del todo. Hay días en que me siento fuerte, capaz de todo. Y hay días en que la sombra de la otra yo parece alargarse de nuevo, susurrándome que no soy suficiente.
Pero ahora sé que no estoy sola. Que puedo hablar, pedir ayuda, abrazar mis imperfecciones.
Lily sigue creciendo. Jason y yo seguimos aprendiendo a ser pareja, padres, amigos.
Y yo sigo aprendiendo a ser yo.

Capítulo 31: El regreso a la infancia
Un fin de semana, llevamos a Lily a mi pueblo natal. Hacía años que no regresaba. El aire olía distinto, más limpio, más fresco. Los árboles parecían más altos, las calles más estrechas, pero todo tenía ese brillo dorado de los recuerdos.
Caminamos hasta la vieja casa de mis abuelos. La fachada estaba algo descuidada, pero la hiedra seguía trepando por las paredes como en mis recuerdos de infancia. Jason sacó fotos, Lily corría por el jardín, recogiendo flores silvestres y piedras brillantes.
Me acerqué a la verja y, al tocarla, sentí una punzada de nostalgia. Recordé las tardes de verano, los juegos con mis primos, las meriendas de pan con chocolate. Recordé también las noches de tormenta, cuando me escondía bajo las mantas y mi abuela venía a calmarme, contándome historias sobre mujeres valientes y niñas que nunca se rendían.
Entramos en la casa. El olor a madera y polvo me envolvió como un abrazo. En el salón, aún estaba el viejo sillón donde mi abuelo leía el periódico. Me senté allí, y por un instante, cerré los ojos y volví a tener cinco años. Escuché la voz de mi abuela, sentí sus manos cálidas en mi frente.
—¿Estás bien, mami? —preguntó Lily, tocándome el brazo.
Abrí los ojos y la vi, tan pequeña, tan llena de vida y de preguntas. Sonreí.
—Sí, cariño. Solo estaba recordando.
Lily se subió a mi regazo y me abrazó. Jason nos miraba desde la puerta, con esa ternura silenciosa que tanto me enamora.
—¿Te gustaría vivir aquí, mami? —preguntó Lily, mirando a su alrededor.
—De pequeña, soñaba con quedarme aquí para siempre —le respondí—. Pero luego crecí, y entendí que uno puede llevar su hogar dentro, aunque esté lejos.
Lily asintió, como si entendiera algo que yo misma apenas podía explicar.

Capítulo 32: El reencuentro con mi niña interior
Esa noche, dormimos en la antigua habitación que fue mía. El colchón crujía, las cortinas olían a sol y a tiempo. Me tumbé junto a Lily, que se durmió enseguida, y miré el techo, donde aún se adivinaban las estrellas fosforescentes que pegué cuando era niña.
Pensé en la carta que escribí a mi yo de cinco años. Pensé en todas las veces que me sentí sola, asustada, insuficiente. Y sentí, de pronto, una ternura inmensa por esa niña. Quise abrazarla, decirle que todo saldría bien, que no tenía que ser perfecta, que estaba bien equivocarse.
Me prometí cuidar de esa niña interior, no olvidarla nunca más. Prometí escucharla cuando gritara, abrazarla cuando llorara, dejarla jugar y soñar.
Esa noche, soñé que bailábamos juntas, la niña que fui y la mujer que soy, en el jardín de la casa de mis abuelos, bajo un cielo lleno de estrellas.

Capítulo 33: Un nuevo ciclo
Al regresar a casa, sentí que algo había cambiado en mí. No era solo el cansancio del viaje o la nostalgia de los recuerdos. Era una calma nueva, una aceptación profunda de todas mis partes: la madre, la hija, la esposa, la profesional, la niña y la mujer.
Empecé a buscar pequeños rituales para no perderme de nuevo. A veces, al despertar, me regalaba cinco minutos de silencio. Otras, escribía una frase en mi diario. A veces, simplemente me miraba al espejo y sonreía, aunque fuera con ojeras y el pelo revuelto.
Jason notó el cambio. Una noche me abrazó y susurró:
—Te ves más feliz.
—Me siento más completa —le respondí.
Lily, por su parte, parecía más tranquila, más segura. Ya no hablaba de mi clon. Ahora, cuando tenía miedo o se sentía sola, venía a buscarme y me pedía un abrazo. Aprendí a dejar todo lo demás y a abrazarla, sin prisa, sin culpa.

Capítulo 34: La sombra y la luz
Aprendí que la sombra de la otra yo sigue ahí, en algún rincón de mi mente. Pero ya no me asusta. Ahora sé que es solo una parte de mí, una señal de que debo cuidarme, de que no puedo darlo todo sin reservar algo para mí misma.
Cuando siento que la exigencia me ahoga, cierro los ojos y recuerdo a la niña que fui, a la mujer que soñé ser, a la madre imperfecta pero real que soy ahora.
Y entonces respiro, y sigo adelante.

Capítulo 35: Epílogo
Han pasado varios años desde aquella época extraña. Lily ya no es una niña pequeña. Jason y yo seguimos juntos, aprendiendo cada día a amarnos con menos miedo y más verdad.
A veces, cuando la casa está en silencio y el sol entra por la ventana, pienso en la mujer que un día apareció en mi hogar. Ya no la veo como una amenaza, sino como una maestra. Me enseñó a mirarme de frente, a aceptar mis sombras, a abrazar mi humanidad.
Ahora sé que no hay clones posibles. Solo hay una vida, y es la mía. Y he aprendido a vivirla, con todas mis luces y todas mis sombras.