Mi nuera y mi hijo dijeron que no querían nada de mí, así que vendí el departamento que les había comprado. Antes de comenzar, recuerda escribir en los comentarios desde qué parte del mundo nos ves. Estábamos en la cocina de mi casa, como todos los domingos. Daniel, mi nieto de 8 años, había tirado jugo en su camisa y yo le estaba poniendo una limpia que siempre tengo guardada para cuando vienen.
Sofía, mi nietecita de 5 años, estaba en mis piernas viendo caricaturas en mi teléfono. Karina, mi nuera, llegó de la sala con esa cara que ya yo conocía. Esa cara de vamos a pelear. Elva, necesitamos hablar, me dijo. Y yo pensé que era sobre los gastos de la escuela de Daniel otra vez. Desde que Mauricio anda sin tanto trabajo, yo les ayudo con lo que puedo.
Es mi nieto, ¿no? ¿Qué pasó, mi hija? Le dije quitándole el teléfono a Sofía con cuidado. Estamos hartos. Me soltó de una vez. Hartos de que nos controles con tu dinero. Ya no somos niños. Ya no necesitamos que estés encima de nosotros todo el tiempo. Me quedé helada. Controlarlos. Yo solo, yo solo trato de ayudar. No te entiendo, Karina. Le dije.
¿De qué hablas? Hablo de que cada vez que necesitamos algo tienes que opinar. Que si la escuela de Daniel, que si el carro necesita arreglo, que si Sofía necesita zapatos, siempre tienes que meter tu cuchara. Mi hijo Mauricio estaba parado en la entrada de la cocina. Lo vi de reojo, esperando que dijera algo, que me defendiera, que le dijera que no era cierto, pero ahí estaba callado viendo el piso.
Mira, Karina, traté de hablar despacio. Yo solo quiero ayudar. Son mis nietos. Es mi hijo. Pues ya no queremos nada de ti. Me cortó. ¿Entiendes? Nada. ni tu dinero, ni tus opiniones, ni que estés preguntando cada rato que necesitamos. Las palabras me cayeron como balde de agua fría. Miré a Mauricio esperando, no sé qué esperando.
Que dijera que ella estaba exagerada, que no era para tanto. Pero Mauricio siguió callado. Mauricio, le dije, “tú piensas igual.” Se tardó tanto en contestar que ya sabía la respuesta. Es que mamá, a veces sí eres muy muy insistente”, me dijo sin verme a los ojos. “Y Karina tiene un punto. Ya somos grandes.” Sentí como si me hubieran dado una cachetada.
Daniel me estaba viendo con esos ojos grandes que tiene, sin entender por qué los adultos estábamos hablando así. Sofía se había puesto a llorar porque le quité el teléfono muy rápido. Me levanté de la silla y agarré mi bolsa. Bueno, les dije, si no quieren nada de mí, perfecto. Karina se veía satisfecha, como si hubiera ganado algo.
Mauricio se veía incómodo, pero no dijo nada más. “Voy a salir un rato, les dije. Cuiden a los niños. Manejé hasta la casa de mi hermana Patricia, sin saber muy bien por qué. Necesitaba contarle a alguien lo que acababa de pasar. ¿Te dijeron qué?”, me gritó Patricia cuando le conté. después de todo lo que has hecho por ellos.
Y era cierto, después de todo lo que había hecho, cuando Roberto, mi esposo, murió hace 4 años, me dejó unos ahorros y el dinero del seguro. No era millonaria, pero era suficiente para vivir tranquila el resto de mis días. Pero cuando vi que Mauricio y Karina estaban pagando una renta carísima en un departamento pequeño y feo, decidí ayudarlos.
Les compré un departamento, un departamento bonito en una zona donde los carros en el estacionamiento cuestan más que lo que Mauricio gana en dos años, donde las señoras van al súper en camionetas que yo ni sabía que existían, donde hay portero las 24 horas y los niños pueden jugar en el área común sin que me preocupe por su seguridad.
Me gasté todo lo que Roberto me había dejado. Todo lo puse a nombre de Mauricio porque quería que él tuviera patrimonio propio, que se sintiera como el hombre de la casa. Nunca se los eché en cara. Nunca les dije, “Este departamento me costó todos mis ahorros. Solo quería que vivieran bien, que mis nietos crecieran en un lugar bonito y ahí estaban diciéndome que no querían nada de mí.
¿Sabes qué, Patricia?”, le dije a mi hermana. Tienen razón, ya no quieren nada de mí. El lunes temprano fui con el licenciado Torres, el mismo que me ayudó con los papeles cuando compré el departamento. Quiero venderlo, le dije. El departamento de Mauricio. ¿Pero por qué, Elva? Porque ya no es el departamento de Mauricio, es mi departamento.
Está su nombre, pero es mío y lo quiero vender. El licenciado me explicó que legalmente era más complicado porque estaba a nombre de Mauricio, pero que se podía hacer. Mauricio tendría que firmar la venta. Y si no quiere firmar, le pregunté. Pues entonces tendríamos que buscar otra manera, pero lo más fácil es que él coopere. Esa tarde le marqué a Mauricio.
“Necesito que vengas a mi casa”, le dije. Tenemos que hablar, “Mamá, si es por lo de ayer.” Ven. Le corté. Es importante. Llegó como a las 6 con esa cara de niño regañado que pone cuando sabe que hizo algo mal. Se sentó en el sillón donde siempre se sentaba su papá. Mauricio, le dije, necesito que firmes unos papeles para vender el departamento.
Se quedó callado un momento largo. Vender nuestro departamento. No es nuestro departamento, Mauricio. Es mi departamento. Lo compré yo con el dinero que me dejó tu papá. está a tu nombre porque quise dártelo, pero ustedes ya no quieren nada de mí, así que lo voy a vender. Mamá, pero pero nosotros vivimos ahí.
Los niños van a la escuela cerca. Karina ya conoce a las vecinas. Debieron pensar en eso ayer. Le dije. Karina fue muy clara. No quieren nada de mí. Es que ella, ella estaba molesta. Había tenido un día difícil con los niños. Y tú, tú también tenías un día difícil cuando me dijiste que soy muy insistente. Se puso colorado.
Mauricio siempre se pone colorado cuando lo acorralas. Mamá, no es para tanto. No es para tanto. Me paré del sillón. Mauricio, yo me gasté todos mis ahorros en ese departamento, todo lo que tu papá me dejó, todo para que tú y tus hijos vivieran bien. Y me sales con que no es para tanto. No sabía que te habías gastado todo.
¿Y qué pensabas? ¿Que los departamentos se regalan? ¿Que yo tengo un árbol de dinero en el pati? Se quedó callado otra vez. El punto es, le dije, que ustedes ya decidieron, no quieren nada de mí. Perfecto. Yo respeto su decisión, pero entonces no pueden vivir en algo que es mío. Mamá, por favor, dame unos días para hablar con Karina para explicarle.
No le dije. Ya hablé con el licenciado. Si firmas, podemos vender rápido y sin problemas. Si no firmas va a ser más complicado, pero también se puede hacer. Me estás corriendo de mi casa. Estoy respetando tu decisión, Mauricio. Tú dijiste que ya no necesitas nada de mí. Pues adelante, vive tu vida sin nada mío.
Se fue esa noche sin firmar, pero yo sabía que iba a volver porque la verdad es la verdad y la verdad era que sin mi ayuda ellos no iban a poder ni pagar la renta de un lugar parecido. Tres días después me habló llorando. Mamá, Karina está desesperada. Ya vimos varios departamentos para rentar y están carísimos.
Con lo que gano ahora no nos alcanza para nada decente. ¿Y qué quieres que haga, Mauricio? ¿Qué? ¿Que no vendas el departamento, por favor? Ah, sí. Y ahora sí quieren algo de mí. Mamá, ¿sabes que me dolió más, Mauricio? No, que Karina me dijera esas cosas. Karina nunca me ha querido mucho, eso ya lo sabía.
Lo que me dolió fue que tú te quedaras callado, que no me defendieras, que me dejaras ahí humillada en mi propia casa. Es que no quería pelear con Karina, pero sí querías pelear conmigo. No era pelear contigo, mamá. era que a veces si te metes mucho en nuestras decisiones, meterme, pagar la escuela de Daniel es meterme, comprarle zapatos a Sofía es meterme, comprarles un departamento para que no paguen renta es meterme.
No, pero no hay peros, Mauricio. Ustedes fueron muy claros. No quieren nada de mí. Pues ya está, no van a tener nada de mí. Colgué el teléfono y me puse a llorar. Lloré por Roberto, que no estaba ahí para decirle a su hijo que se portara como hombre. Lloré por Mauricio, que había dejado que su esposa me faltara al respeto, y lloré por mí, porque a los 68 años tenía que estar enseñándole a mi hijo a valorar lo que se le da.
Patricia me decía que mejor me fuera a vivir con ella una temporada, pero yo no. Yo me iba a quedar en mi casa con mi cabeza en alto esperando, porque yo sabía que iban a volver, no porque me necesitaran, sino porque se iban a dar cuenta de lo que habían perdido. Y tenía razón. Al mes, Mauricio llegó a mi casa un sábado en la mañana.
Traía a Daniel y a Sofía, pero sin Karina. Mamá, me dijo, necesitamos hablar. Los niños corrieron a abrazarme. Los había extrañado horrores. Daniel me dijo que ya sabía leer mejor y Sofía me enseñó un diente que se le había caído. ¿Dónde está su mamá?, les pregunté. Se fue con mi tía, me dijo Daniel. Dice que va a volver, pero ya tiene muchos días fuera. Miré a Mauricio.
Tenía cara de no haber dormido en semanas. Se fue. Nos peleamos muy feo, mamá. muy feo. Me dijo que yo era un mantenido, que no servía para nada, que ella se podía conseguir algo mejor. Y me di cuenta de que tenía razón en algo. Si soy un mantenido, pero no suyo. Tuyo, Mauricio. No, mamá, déjame hablar. Me di cuenta de que toda mi vida has estado ahí.
cuando necesitaba ayuda con la tarea, cuando no tenía para los libros de la universidad, cuando se me descompuso el carro, cuando nacieron los niños, siempre has estado ahí. Y yo yo dejé que Karina te hablara así. Se sentó en el sillón y se puso a llorar como cuando era niño y se caía de la bicicleta. Perdóname, mamá.
Perdóname por no defenderte. Perdóname por dejarte sola cuando más me necesitabas. Los niños se me acercaron. Daniel me abrazó de la cintura. Abuela, me dijo, “mi papá ya no va a estar triste.” Y ahí fue cuando yo también me puse a llorar. Pero no era llanto de alegría todavía, era llanto de dolor.
Porque las heridas no se curan con una disculpa, por más sincera que sea. Mauricio, le dije, “Necesito tiempo.” Tiempo para qué? para procesar esto, para ver si realmente entiendes lo que pasó o solo estás arrepentido porque Karina se fue. No, mamá, no es por eso. Claro que sí es por eso. Si Karina siguiera aquí contenta con ustedes viviendo en mi departamento, ¿estarías aquí pidiendo perdón? No me contestó porque sabía que tenía razón.
Los niños se pueden quedar conmigo hoy, le dije. Pero tú necesitas pensar bien las cosas. Necesitas decidir qué clase de hombre quiere ser. Si el que deja que humillen a su madre por no pelear con su esposa o el que defiende a su familia. Ya decidí. Mamá, no has decidido nada. Solo estás asustado porque tu esposa se fue.
Pero el respeto no se da porque alguien tenga miedo, se da porque se entiende que se merece. Mauricio se fue ese día con la cola entre las patas y yo me quedé con mis nietos. Los bañé, les hice de comer, les leí cuentos antes de dormir y por primera vez en meses me sentí en paz porque había puesto mis límites, había dicho basta y aunque dolía, sabía que era lo correcto.
Las siguientes semanas fueron difíciles. Mauricio venía seguido, a veces con los niños, a veces solo. Me traía flores, me ayudaba con las cosas de la casa, me preguntaba cómo había estado mi día. cosas que no hacía desde que se casó con Karina. Un día me dijo, “Mamá, ¿qué tengo que hacer para que me perdones?” “No es lo que tienes que hacer”, le dije. Es lo que tienes que entender.
Ya entendí que me porté mal. No, Mauricio, tienes que entender por qué me porté así yo. Tienes que entender que una madre que da todo por sus hijos merece respeto. Que el amor no significa que te puedes limpiar los pies en mí cuando tu esposa te presiona. Ya lo entiendo. De verdad, porque cuando Karina regrese y va a regresar, porque siempre regresan cuando se les acaba el dinero, ¿qué vas a hacer? se quedó pensando, “Le voy a decir que tiene que respetarte y si no quiere, entonces tendrá que irse. ¿Estás seguro? ¿Estás
dispuesto a quedarte solo con tus hijos por defenderme?” Sí, mamá, estoy seguro. Y lo decía de verdad, lo veía en sus ojos, pero yo seguía dolida porque una cosa es entender con la cabeza y otra es sanar el corazón. Necesito más tiempo, Mauricio le dije. ¿Cuánto tiempo? El que sea necesario.
No puedes lastimar a alguien así y esperar que todo vuelva a ser igual en un mes. Pero me vas a perdonar. Ya te perdoné”, le dije. “Pero perdonar no significa olvidar y no significa que las cosas van a ser como antes. Entonces, entonces vamos a construir algo nuevo, algo donde yo sea respetada, donde mi opinión valga, donde no tenga que andar pidiendo permiso para querer a mis nietos.” Sí, mamá, como tú quieras.
No es como yo quiera, Mauricio, es como debe ser. Karina regresó al mes y medio, como yo sabía que iba a pasar. Llegó con regalos para los niños y disculpas para Mauricio, pero las cosas ya habían cambiado. Mauricio me contó después que cuando ella le preguntó sobre mí, él le dijo, “Mi mamá es parte de esta familia.
Si no puedes respetarla, entonces no puedes estar aquí.” Karina trató de poner sus condiciones, de negociar, de hacer como que todo podía volver a ser igual, pero Mauricio se mantuvo firme y cuando ella vio que en serio estaba dispuesto a quedarse solo con los niños antes que faltarme el respeto, se fue definitivamente.
Ahora Mauricio vive en un departamento más pequeño que si puede pagar con su sueldo. Los niños están con él entre semana y conmigo los fines de semana. Ha conseguido mejor trabajo porque ya no tiene a Karina diciéndole que no sirve para nada. Y yo, yo me siento respetada otra vez, valorada, querida por lo que soy, no por lo que puedo dar.
¿Fue fácil? ¿No valió la pena? Absolutamente. Porque a veces, para que te amen como mereces, primero tienes que enseñar cómo quieres que te traten. Y yo ya no estoy dispuesta a aceptar menos de lo que merezco, nunca más. M.