Capítulo 1: El silencio de la casa
Hoy la casa está más vacía que nunca.
El sol entra por la ventana, pero no calienta.
Las cortinas ondean suavemente, pero nadie se asoma a mirar.
El reloj marca las horas, pero cada minuto pesa como una piedra.
Abro la puerta, esperando escuchar el sonido de tus patitas corriendo sobre el suelo.
Espero ver tu hocico curioso asomándose entre las piernas, esa mirada tuya que decía más que mil palabras.
Pero no estás.
Y el vacío que dejas… no se llena con nada.
Me siento en el sofá, y sin querer, busco tu silueta entre los cojines.
Todavía espero escuchar tu suspiro junto a la cama antes de dormir.
A veces creo oírte, y me giro rápido, solo para enfrentarme otra vez al silencio.
La casa sin ti es solo una casa.
Contigo era hogar.

Capítulo 2: No fuiste solo “un perro”
Recuerdo cuando llegaste a nuestra vida.
Eras apenas una bolita de pelo, temblorosa y tímida.
Los niños corrían a tu alrededor, gritando de alegría.
Mamá te preparó una cama con mantas suaves, y tú, después de olfatear cada rincón, te acurrucaste a mi lado.
Desde ese día, nunca más estuve solo.
Fuiste consuelo en los días grises, alegría en los días felices.
Fuiste abrazo, ternura, lealtad.
Me cuidaste sin pedir nada. Me esperaste siempre.
Me amaste más allá de lo humano.
No solo a mí: también a los niños, que ahora preguntan por ti con lágrimas en los ojos.
También a mamá, que todavía dobla el mantel con cuidado por si pasas por la mesa.
Todos te buscamos, te recordamos, te extrañamos.

Capítulo 3: Los paseos y las carreras
¿Recuerdas los paseos por el parque?
Te gustaba correr libre, como si el mundo te perteneciera.
Perseguías hojas, saludabas a otros perros, te lanzabas a la hierba con una felicidad que contagiaba.
A veces, los niños te lanzaban la pelota, y tú la traías de vuelta, orgulloso, como si hubieras descubierto un tesoro.
En casa, corrías por los pasillos, saltando entre los muebles, esquivando obstáculos invisibles.
Tu energía era infinita, tu alegría, contagiosa.
Los días de lluvia, te asomabas a la ventana y observabas las gotas caer.
Parecía que entendías que afuera la vida también lloraba.
Tus ojitos hablaban.
Siempre me miraban como si supieras todo lo que no decía.

Capítulo 4: El lenguaje de los silencios
No hay palabras para describir lo que eras.
Eras amor en su forma más pura.
A veces, en los días difíciles, te sentabas a mi lado sin hacer ruido.
Tu presencia era suficiente.
Cuando la tristeza me vencía, tú la lamías con ternura.
Cuando la alegría llegaba, tú la celebrabas con saltos y ladridos.
Perdóname si alguna vez no entendí tus silencios.
Si un día llegué tarde a una caricia.
Si alguna vez me faltó paciencia.
Pero créeme: cada momento contigo fue un regalo que ahora llevo en el alma.

Capítulo 5: Enseñanzas de amor
Nos enseñaste lo que es el amor sin condiciones.
Nunca te importó si traía problemas del trabajo, si estaba cansado o triste.
Tú siempre estabas ahí, esperando, amando.
Nos enseñaste la importancia de celebrar lo simple:
Un paseo al atardecer, una siesta juntos, una caricia en el sofá.
Tu lealtad fue ejemplo para todos.
Tu ternura, un refugio.
Ahora que no estás, los niños preguntan por ti cada noche.
Mamá deja el mantel doblado, esperando que pases por la mesa.
Tu ausencia es lección de vida… y de muerte también.

Capítulo 6: El duelo
El dolor es profundo.
A veces creo verte en el jardín, persiguiendo mariposas.
A veces escucho tus pasos en la madrugada.
La casa está llena de recuerdos:
El collar sobre la repisa, la manta junto a la cama, los juguetes en el rincón.
Cada objeto es un pedazo de ti, una historia compartida.
No sé cuándo dejará de doler.
A veces, el llanto llega sin avisar.
Otras veces, sonrío al recordar tus travesuras.
El duelo es un proceso lento, pero prometo que tu nombre siempre vivirá en esta casa.

Capítulo 7: La familia y el amor
No solo yo te extraño.
Toda la familia siente tu ausencia.
Los niños dibujan tu imagen en hojas de papel, te pintan corriendo bajo el sol.
Mamá habla de ti como si aún estuvieras aquí, esperando tu puesto en la mesa.
A veces, nos sentamos juntos y compartimos historias sobre ti.
Reímos, lloramos, agradecemos.
Tu historia será contada.
Tu ausencia, honrada.

Capítulo 8: Recuerdos imborrables
Recuerdo la primera vez que te vi enfermo.
La preocupación llenó la casa.
Pasé noches en vela, acariciando tu cabeza, susurrando palabras de ánimo.
Fuiste fuerte, luchaste como un guerrero.
Cuando finalmente te fuiste, lo hiciste en paz, rodeado de amor.
Sé que ya no sufres, pero yo sí lo hago.
Sufro como un padre que pierde a su hijo.
Porque eso eras tú para mí: mi familia. Mi todo.

Capítulo 9: Lecciones para siempre
Nos dejaste una lección de amor sin condiciones.
Nos enseñaste a vivir el presente, a valorar lo sencillo, a amar sin miedo.
Ahora, cada vez que abro una bolsa, espero que vengas corriendo.
Cada vez que alguien llega, busco tu hocico en la puerta.
Tu ausencia es presencia.
Tu amor, eterno.

Capítulo 10: El futuro con tu memoria
No sé cuándo dejará de doler.
Quizá nunca.
Pero prometo que tu nombre siempre vivirá en esta casa.
Tu historia será contada a cada niño, a cada visitante, a cada corazón que quiera escuchar.
Te amo, mi pequeño.
Gracias por elegirme.
Gracias por enseñarnos a amar.
Hasta que volvamos a encontrarnos,
Tu humano.

Epílogo: Una carta al cielo
Querido amigo,
Hoy el cielo tiene una estrella más.
Sé que corres libre, sin dolor, sin miedo.
Nos miras desde algún lugar, cuidándonos como siempre lo hiciste.
Aquí, tu familia sigue adelante, llevando tu amor en el corazón.
Gracias por cada día, cada lamido, cada siesta juntos, cada mirada de amor.
Te honramos con cada recuerdo, con cada sonrisa, con cada lágrima.
Hasta siempre, mi pequeño amor.

FIN