El sonido de los llantos atravesó las paredes de la mansión como cuchillos. Diego Herrera dejó caer las llaves en el mármol del recibidor y corrió hacia las escaleras, subiendo los peldaños de dos en dos. Su corazón latía descompasado. No eran llantos normales de niños, era algo más profundo, más desesperado.

“¡Mateo, Sebastián!” gritó mientras corría por el pasillo. Al abrir la puerta del cuarto de los gemelos, la escena lo paralizó. Soledad estaba sentada en el suelo abrazando a sus dos hijos de 6 años. Los tres lloraban con una intensidad que le heló la sangre. Mateo tenía el rostro enterrado en el hombro de la mujer mientras Sebastián se aferraba a su brazo como si fuera su única salvación. ¿Qué pasó aquí?, preguntó Diego, arrodillándose junto a ellos. Soledad levantó la vista.

Sus ojos estaban rojos e hinchados. Durante tres años había trabajado en esa casa y Diego nunca la había visto así. Señor Diego, yo Soledad tragó saliva limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Los niños estaban muy asustados cuando llegué esta mañana. Asustados de qué, Diego tomó el rostro de Mateo entre sus manos. Su hijo no dejaba de sollyosar.

¿Qué les pasó a mis hijos? Soledad miró hacia la puerta como si temiera que alguien más pudiera escuchar. Luego habló en voz baja, casi susurrando, “La señora Valeria tuvo una discusión con ellos ayer en la noche después de que usted se fue al aeropuerto. Una discusión.” Diego frunció el seño. Son niños de 6 años, soledad.

¿Qué tipo de discusión? Ella les gritó cosas, cosas muy feas sobre su mamá Elena. El mundo de Diego se tambaleó. Elena, su primera esposa, la madre de los gemelos, que había muerto de cáncer dos años atrás. ¿Por qué Valeria hablaría de Elena con los niños? ¿Qué tipo de cosas?, preguntó, aunque no estaba seguro de querer escuchar la respuesta. Soledad abrazó más fuerte a los niños. Señor, no sé si debo, dímelo.

Ahora les dijo que su mamá Elena los abandonó porque no los amaba lo suficiente, que por eso se enfermó y se murió, y que ahora están atrapados con una madrastra que no los quiere. Diego sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Valeria había dicho eso. Su Valeria, que siempre era tan dulce con los niños cuando él estaba presente, la mujer que había conocido en el hospital durante los últimos días de Elena. que había sido tan comprensiva, tan paciente durante su duelo.

¿Estás segura de lo que me dices? Soledad asintió. Los niños no han parado de llorar desde entonces. No quisieron desayunar, no quisieron salir a jugar. Solo lloran y preguntan si usted también se va a ir como su mamá. Diego miró a sus hijos. Mateo finalmente levantó la cabeza con los ojos hinchados y la cara manchada de lágrimas.

Papá”, susurró con voz ronca. “Tú también te vas a morir.” El corazón de Diego se partió en mil pedazos. Se acercó y abrazó a ambos niños con fuerza. “No, mis amores, papá no se va a ir a ningún lado nunca. ¿Es verdad que mamá Elena no nos quería?”, preguntó Sebastián con la voz quebrada. “Por supuesto que no.” Diego sintió la rabia creciendo en su pecho.

Su mamá los amaba más que a nada en el mundo. Se enfermó. Pero eso no fue culpa de ustedes, ni porque no los quisiera. Los niños se calmaron un poco, pero seguían temblando. Diego los miró fijamente. Realmente Valeria les dijo esas cosas. Los gemelos se miraron entre ellos, luego asintieron lentamente. Mateo señaló hacia la puerta. Estaba muy enojada. Gritaba mucho.

Diego se puso de pie. Su mente era un torbellino de confusión e ira. Valeria nunca había mostrado ese lado con él. Siempre era cariñosa, paciente. Durante los últimos dos años de matrimonio. Había sido el apoyo que él necesitaba después de perder a Elena. Soledad, ¿puedes quedarte con ellos un momento? Necesito hacer una llamada. Salió al pasillo y marcó el número de Valeria.

Ella había viajado a visitar a su hermana en Guadalajara esa misma mañana. El teléfono sonó varias veces antes de que contestara. Mi amor, ¿cómo te fue en el viaje? Ya llegaste. La voz de Valeria sonaba alegre, despreocupada. Nada que ver con la imagen que Soledad acababa de pintarle. Valeria, necesito preguntarte algo importante. Claro. Dime, ¿tuviste algún problema con los niños anoche? Hubo una pausa breve.

Problema. No, para nada. ¿Por qué preguntas? Porque los encontré llorando desconsoladamente. Soledad me dijo que les gritaste cosas horribles sobre Elena. ¿Qué? La voz de Valeria cambió de tono. Sonaba ofendida. Diego, eso es ridículo. Yo jamás haría algo así. Los niños estaban bien cuando me fui esta mañana.

Entonces, Soledad está mintiendo. No sé qué decirte, amor. Tal vez malinterpretó algo. O tal vez Valeria suspiró. Mira, no quiero hablar mal de nadie, pero he notado que soledad a veces actúa extraño cuando no estás. Como si estuviera celosa de mí. Diego frunció el ceño. Celosa.

Sí, creo que le molesta que ahora yo sea la señora de la casa. Tal vez está inventando cosas para crear problemas entre nosotros. Valeria, mis hijos estaban destrozados. No puede ser solo una malinterpretación. Diego, mi amor, tú sabes cómo soy con Mateo y Sebastián. Los adoro. Jamás les haría daño.

Si realmente hubiera pasado algo grave, ¿no crees que me habrían llamado inmediatamente? Diego se quedó en silencio. Valeria tenía razón en algo. Siempre había sido cariñosa con los niños en su presencia. Les compraba regalos, los llevaba al parque, les leía cuentos y soledad. Bueno, era cierto que a veces parecía incómoda cuando Valeria estaba cerca.

“Amor, estoy muy preocupada”, continuó Valeria. “Si Soledad está diciendo esas cosas, tal vez deberíamos reconsiderar si es la persona adecuada para cuidar a nuestros hijos. Déjame, déjame hablar más con los niños. Te llamo después. Está bien. Te amo, Diego, y amo a esos niños como si fueran míos. Diego colgó y regresó al cuarto. Los gemelos seguían acurrucados con soledad, pero ya no lloraban tan intensamente.

Niños, ¿pueden contarme exactamente qué pasó anoche? Los dos se encogieron. Mateo negó con la cabeza. No queremos hablar de eso, papá. Es importante que me digan la verdad. Sebastián miró a Soledad, luego de vuelta a su padre. Va a regresar la tía mala. La tía mala. Diego sintió un escalofrío. Así le dicen a Valeria.

Los niños se miraron asustados, como si hubieran dicho algo prohibido. Solo cuando no está usted, murmuró Mateo. Diego miró a Soledad. Ella bajó la vista nerviosa. Señor Diego, ¿yo sabías que le decían así? Sí, pero no quise meterme. No es mi lugar corregir a los niños sobre sobre la señora. ¿Desde cuándo le dicen así? Desde hace algunos meses.

Diego sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies. Soledad, necesito que me digas la verdad. Ha pasado algo más. Otras veces cuando yo no estoy. Soledad abrazó más fuerte a los niños. Se veía angustiada, dividida. Señor, yo necesito este trabajo. ¿Qué quieres decir con eso? Mi hija Lucía está en la preparatoria. Es muy inteligente. Quiere ir a la universidad.

Con mi salario puedo pagar sus estudios, sus libros. Si pierdo este trabajo, no vas a perder tu trabajo, Soledad. Pero necesito saber qué está pasando en mi casa. Soledad respiró profundo. Ha habido incidentes pequeños. Cuando usted viaja, la señora Valeria a veces se molesta con los niños por cosas menores, les grita, les dice cosas que los lastiman.

¿Como qué les dice que son malcriados? ¿Que su mamá Elena se avergonzaría de ellos? Una vez le dijo a Sebastián que era tonto como su padre. Diego sintió la rabia subiendo por su pecho. Y nunca me dijiste nada. Intenté hablar con ella, pedirle que fuera más paciente, pero me dijo que si yo me metía en la educación de sus hijos me iba a despedir. Y yo yo no puedo perder este trabajo, señor.

Lucía depende de mí. Los ojos de soledad se llenaron de lágrimas otra vez. Perdóneme, debía haberle dicho antes. Pero pensé que tal vez que tal vez podía proteger a los niños sin causarle problemas a usted. Diego se sentó en la cama de los gemelos, sintiendo el peso de la situación.

Por un lado estaba Valeria, su esposa, quien negaba todo y sugería que Soledad estaba mintiendo. Por el otro estaba la mujer que había cuidado a sus hijos con amor durante 3 años y que claramente estaba aterrada de perder su sustento. Los niños te han contado estas cosas directamente, “Sí, señor, pero les da mucho miedo.

” La señora Valeria les dijo que si le cuentan algo a usted, usted se va a enojar con ellos y los va a mandar lejos. Diego miró a sus hijos. ¿Es eso verdad? Valeria les dijo eso? Los niños asintieron silenciosamente con lágrimas frescas corriendo por sus mejillas. “Papá”, susurró Mateo. “No queremos que te vayas como mamá Elena”. Diego abrazó a sus hijos, sintiendo como si su mundo se estuviera desmoronando.

Todo lo que creía saber sobre su nueva familia era una mentira. Escúchenme bien”, les dijo con voz firme, pero amorosa, “yo nunca jamás los voy a abandonar. Sin importar lo que pase, sin importar lo que alguien les diga, ustedes son lo más importante en mi vida.

” Los niños se calmaron un poco, pero Diego podía ver el miedo todavía en sus ojos. Tr años, tres años. Había estado ciego a lo que pasaba en su propia casa. se puso de pie y caminó hacia la ventana tratando de procesar todo. Su teléfono vibró. Un mensaje de su asistente recordándole sobre el viaje de negocios a Monterrey programado para el lunes siguiente.

Un contrato millonario que había estado negociando durante meses. Soledad, dijo sin voltear. Necesito pedirte algo. Lo que sea, señor. Tengo un viaje importante la próxima semana. No puedo cancelarlo, pero después de lo que me has dicho, estaré aquí. Cuidaré a los niños. ¿Puedes puedes no decirle a Valeria que tuvimos esta conversación? Al menos hasta que yo regrese y pueda investigar más. Soledad se veía incómoda. Señor, no sé si eso sea buena idea.

Si ella se da cuenta de que los niños le contaron algo. Solo una semana. Te prometo que cuando regrese vamos a resolver esto. Soledad miró a los gemelos que se habían quedado dormidos abrazados el uno al otro, agotados de tanto llorar. Está bien, señor, pero si algo pasa, si algo pasa, me llamas inmediatamente. No importa la hora.

Diego se acercó a la cama y besó las frentes de sus hijos dormidos. Se veían tan pequeños, tan vulnerables. ¿Cómo había sido tan ciego? Como no se había dado cuenta de que estaban sufriendo. Soledad, una cosa más. Dígame. Gracias por cuidarlos, por protegerlos cuando yo no estuve. Soledad asintió con lágrimas en los ojos.

Son buenos niños, señor, no merecen pasar por esto. Diego salió del cuarto con el corazón pesado. En el pasillo sacó su teléfono y miró la foto de pantalla. Él, Valeria y los gemelos en la playa el verano pasado, todos sonriendo. Una familia perfecta. Cuánto de esa felicidad había sido real. El lunes llegó demasiado rápido. Diego había pasado el fin de semana observando cada interacción entre Valeria y los niños.

Ella había regresado de Guadalajara el domingo por la noche, dulce y cariñosa como siempre. Los gemelos se mantenían callados en su presencia, pero no había señales obvias de conflicto. Tal vez Soledad había exagerado, tal vez realmente había sido un malentendido. Pero entonces recordaba los ojos aterrorizados de sus hijos, la forma en que se aferraban a Soledad como si fuera sus salvavidas.

¿Seguro que no puedes quedarte un día más? Preguntó Valeria mientras él empacaba. Los niños te van a extrañar. Es solo una semana, amor. Regreso el viernes. Bueno, al menos sé que están en buenas manos con soledad, dijo Valeria, pero había algo en su tono que Diego no pudo identificar. En el aeropuerto, Diego llamó a Soledad. Todo bien. Sí, señor.

Los niños están desayunando. Y Valeria está normal, amable. Recuerda lo que hablamos. Cualquier cosa me llamas. Sí, señor. Tenga buen viaje. Mientras el avión despegaba, Diego no podía quitarse la sensación de que estaba cometiendo un error terrible. Estaba dejando a sus hijos en una situación que no entendía completamente, con una mujer en quien ya no sabía si podía confiar. Pero el contrato de Monterrey era demasiado importante. Su empresa dependía de él.

Lo que Diego no sabía era que en su casa, Valeria estaba parada en la ventana de la sala, viendo desaparecer las luces del taxi que lo había llevado al aeropuerto. Una sonrisa fría cruzó su rostro. La primera luz del amanecer apenas se filtraba por las cortinas cuando Soledad escuchó los pasos de Valeria bajando las escaleras. Era martes por la mañana, apenas 12 horas después de que Diego hubiera partido hacia Monterrey.

Y algo en el ambiente de la casa ya se sentía diferente. Soledad estaba en la cocina preparando el desayuno de los gemelos cuando Valeria entró. No llevaba su bata de seda usual, ni tenía esa sonrisa dulce que siempre mostraba cuando Diego estaba presente. Su rostro lucía frío, calculador.

“Buenos días, Soledad”, dijo con una voz que sonaba educada, pero tenía un filo cortante. “Buenos días, señora Valeria. ¿Quiere que le prepare café?” Claro. Valeria se sentó en el desayunador, observando cada movimiento de soledad con una intensidad incómoda. Dime, ¿tuviste una conversación muy larga con mi esposo el domingo? Soledad sintió un nudo en el estómago. Conversación, señora. Sí. Los vi hablar en el pasillo. Parecía muy íntimo.

Valeria tomó un sorbo de café, manteniendo los ojos fijos en soledad. Espero que no estés confundiendo tu papel en esta casa. No entiendo qué quiere decir. Mi esposo es un hombre muy gentil, muy comprensivo. A veces las empleadas malinterpretan su amabilidad. Valeria sonrió, pero no había calidez en esa sonrisa.

Solo quiero asegurarme de que mantengas las distancias apropiadas. Soledad sintió sus mejillas arder. Señora, yo jamás. Por supuesto que no. Solo es una pequeña aclaración entre nosotras. Valeria se puso de pie. Ahora, ¿dónde está el desayuno de los niños? Ya deberían estar comiendo. En ese momento, Mateo y Sebastián bajaron las escaleras.

Se veían cansados, con ojeras bajo sus pequeños ojos. Habían pasado una noche inquieta, despertándose varias veces por pesadillas. Buenos días, mis amores. Valeria cambió completamente su tono, volviéndose dulce y maternal. ¿Cómo durmieron los niños? se acercaron cautelosamente y se sentaron en su silla sin responder. Soledad le sirvió avena con fresas, su desayuno favorito.

“¡Ay, Soledad!”, suspiró Valeria inspeccionando los platos. “Esta vajilla no está bien lavada.” “Mira, tiene manchas.” Señaló algunas marcas de agua apenas visibles. “Así es como cuidas las cosas de nuestra casa.” Soledad se acercó a revisar. Los platos estaban perfectamente limpios. Señora, yo los lavé anoche y no me discutas, por favor.

Si te digo que están sucios, están sucios. Valeria tomó los platos y los llevó al fregadero. Lávalos otra vez. Los niños pueden esperar unos minutos más. Mateo y Sebastián observaban la escena en silencio con sus pequeñas manos entrelazadas sobre la mesa. Soledad sintió la humillación quemándole las mejillas, pero no podía protestar.

No frente a los niños. Discúlpenme, niños, murmuró mientras volvía a lavar los platos que ya estaban limpios. Valeria se sentó junto a los gemelos, acariciando el cabello de Sebastián. Su papá me pidió que me asegurara de que todo funcione perfectamente mientras él no está.

A veces los adultos necesitamos hacer correcciones, ¿verdad? Los niños asintieron automáticamente, pero Soledad pudo ver el miedo en sus ojos. Cuando finalmente sirvió el desayuno nuevamente, Valeria encontró otra cosa que criticar. “¿No crees que la avena está demasiado espesa? A los niños no les gusta así.” Se dirigió a Mateo, “¿Verdad, mi amor? ¿No prefieres que Soledad la haga más líquida? Mateo miró nerviosamente entre su madrastra y Soledad. Está está bien así, pero seguramente estaría mejor de otra forma.

Soledad, agrégale más leche. Esta vez Soledad no protestó. Tomó el tazón y agregó más leche. Aunque sabía perfectamente que a los niños les gustaba la avena espesa. Los había alimentado durante 3 años. El teléfono de la casa sonó mientras los niños terminaban de desayunar. Valeria contestó con voz alegre. Diego, mi amor, qué bueno que llamas.

Soledad sintió un alivio inmediato al escuchar que era él. Al menos podría saber que había llegado bien a Monterrey. Sí, todo perfecto aquí, continuó Valeria, caminando hasta donde Soledad estaba lavando los trastes, asegurándose de que pudiera escuchar cada palabra. Los niños desayunaron muy bien. Soledad está siendo muy cooperativa.

Hubo una pausa mientras Diego hablaba. No, no, ningún problema. Todo está bajo control. Los niños están contentos y tranquilos. Valeria sonrió mientras mentía, ¿verdad, niños? ¿Quieren saludar a papá? Mateo y Sebastián corrieron hacia el teléfono. Valeria puso el altavoz.

Hola, papá”, dijeron al unísono, pero sus voces sonaban forzadas. “Hola, mis amores. ¿Se están portando bien?” Los niños se miraron entre ellos. Sebastián abrió la boca como si fuera a decir algo, pero Valeria le puso una mano en el hombro, apretando ligeramente. “Sí, papá”, respondió Mateo finalmente. “Perfecto, los amo mucho. Me da mucha tranquilidad saber que están en buenas manos.

Nosotros también te amamos”, susurró Sebastián. Cuando colgaron, Valeria se agachó hasta quedar a la altura de los niños. ¿Ven qué fácil es? Cuando papá pregunta si todo está bien, ustedes dicen que sí. Así él puede concentrarse en su trabajo importante y no preocuparse por cosas tontas de la casa. Los niños asintieron, pero Soledad pudo ver como sus pequeños hombros se tensaron. Ahora vayan a jugar un rato.

Soledad y yo tenemos que hablar de cosas de adultos. Cuando los gemelos se fueron al jardín, Valeria se acercó a Soledad con esa sonrisa fría. Como puedes ver, Diego confía completamente en mí. Él sabe que yo mantengo esta casa funcionando perfectamente. Se recargó en la barra de la cocina. Espero que entiendas que cualquier dramita innecesario solo causaría problemas para todos.

Señora, yo solo quiero que los niños estén bien. Por supuesto, y lo están. O me vas a decir que no parecían contentos hablando con su papá. Soledad no respondió. Sabía que cualquier cosa que dijera sería usada en su contra. Ahora continuó Valeria, quiero que limpies toda la casa de arriba a abajo. Hoy Diego regresa el viernes y quiero que todo esté perfecto.

Sí, señora. y Soledad. Recuerda mantener las conversaciones privadas con mi esposo al mínimo. Es inapropiado que una empleada tome demasiada confianza. Mientras Valeria subía las escaleras, Soledad se quedó en la cocina sintiendo como si las paredes se cerraran a su alrededor.

La mujer que había visto esa mañana era completamente diferente a la Valeria que conocía. Era como si hubiera estado usando una máscara durante dos años y ahora que Diego no estaba, finalmente se la había quitado. Más tarde, mientras limpiaba la sala, Soledad pudo escuchar a Valeria hablar por teléfono en la planta alta. Hablaba lo suficientemente fuerte como para que se escuchara desde abajo.

Sí, estoy buscando una nueva empleada doméstica. No, no hay prisa, pero me gusta tener opciones. Alguien joven, confiable, que sepa su lugar. Soledad sintió un escalofrío. Valeria estaba hablando en serio o solo era otra forma de intimidarla. En la tarde, mientras los niños tomaban su siesta, Soledad aprovechó para estar a solas con ellos. Se sentó en el borde de la cama de Mateo.

¿Cómo se sienten, niños?, preguntó en voz baja. Asustados, admitió Sebastián. La tía mala va a estar aquí toda la semana. ¿Qué les dijo ayer cuando su papá se fue? Los gemelos se miraron. Mateo habló primero. Nos dijo que si le contábamos cualquier cosa fea a papá, él se iba a enojar mucho con nosotros y que nos iba a mandar lejos, como pasó con mamá Elena”, agregó Sebastián con voz temblorosa. Soledad sintió como si le clavaran un puñal en el pecho.

¿Les dijo eso? Sí. Dijo que papá ya está cansado de cuidarnos y que si le damos problemas va a buscar otra familia para nosotros. Niños, eso no es verdad. Su papá los ama más que a nada en el mundo. Entonces, ¿por qué mamá Elena se fue?, preguntó Mateo con lágrimas en los ojos. Soledad los abrazó, recordando esos últimos meses cuando Elena estaba enferma.

Había trabajado en la casa entonces también y había visto el amor infinito que esa mujer tenía por sus hijos. Recordó las noches cuando Elena, ya muy débil por la quimioterapia, se las arreglaba para levantarse y leerles cuentos. Las veces que Diego se quedaba dormido en la silla del hospital y Elena le decía a Soledad que su único miedo era dejar a los niños solos. Fue en el hospital donde Diego conoció a Valeria.

Elena llevaba dos años luchando contra el cáncer y Valeria trabajaba como enfermera en el pabellón de oncología. Al principio parecía genuinamente preocupada por la familia. Ayudaba a Diego con trámites, le explicaba los procedimientos médicos, se quedaba un rato extra para que él pudiera descansar. Soledad recordó el día que Elena murió.

Diego estaba destrozado y Valeria fue quien se encargó de muchos de los arreglos del funeral. Fue muy conveniente tenerla cerca durante esos meses terribles. Los niños de apenas 4 años entonces estaban confundidos y tristes. Valeria sabía exactamente qué decir, cómo consolarlos. Diego se casó con ella solo se meses después de la muerte de Elena.

Soledad había pensado que era muy pronto, pero Diego parecía necesitar desesperadamente estabilidad para él y para los niños. Valeria conocía la rutina médica, sabía cómo manejar el dolor, cómo reconstruir una familia rota, pero había sido todo calculado desde el principio. Tía Sol, susurró Sebastián sacándola de sus recuerdos.

¿Tú también te vas a ir? No, mi amor, yo no me voy a ir. ¿Lo prometes? Soledad vaciló. No podía prometerles algo que tal vez no podría cumplir. Si Valeria realmente quería deshacerse de ella, tenía el poder para hacerlo. “Voy a hacer todo lo posible por quedarme con ustedes”, dijo finalmente esa tarde, mientras Valeria salía a una cita con el dentista, Soledad aprovechó para llamar a su hija Lucía.

Necesitaba escuchar su voz, recordarse porque este trabajo era tan importante. “Mamá, qué bueno que llamas”, dijo Lucía. “Necesito hablar contigo. ¿Qué pasa, mija hija?” La escuela organizó un viaje de estudios a la Ciudad de México para ver los museos. Es parte de la clase de historia del arte.

Lucía sonaba emocionada, “Pero cuesta 3000 pesos y necesito entregar el dinero antes del viernes.” El corazón de Soledad se hundió. 3000 pesos era casi la mitad de su salario mensual y con los gastos de la escuela, los libros, la renta del pequeño departamento donde vivía Lucía. Es muy importante, mija. Sí, mamá.

La maestra dijo que los estudiantes que no vayan van a tener que hacer un proyecto extra muy difícil y esto cuenta para la calificación final. Lucía bajó la voz. Mamá, todos mis compañeros van a ir. No quiero ser la única que se quede. Soledad cerró los ojos. Conocía esa sensación. Lucía era una excelente estudiante. Siempre había sido la primera de su clase, pero también sabía lo que era sentirse diferente, excluida por no tener dinero.

Déjame ver qué puedo hacer, mi amor. ¿De verdad crees que se pueda? Voy a intentarlo. Cuando colgó, Soledad se quedó sentada en la cocina sintiendo el peso de la responsabilidad. Lucía merecía todas las oportunidades del mundo. Era inteligente, trabajadora, soñaba con estudiar medicina. Todo dependía de que Soledad mantuviera este trabajo.

No podía arriesgarse a perderlo. No. Ahora, desde la ventana de la sala, donde había estado fingiendo leer una revista, Valeria había escuchado toda la conversación telefónica. Esa información era oro puro. Cuando regresó del dentista una hora después encontró a Soledad limpiando la sala con más intensidad de la usual. Todo bien, Soledad. Te ves preocupada. Todo bien, señora. Segura.

Si tienes algún problema personal, tal vez deberías tomarte unos días libres sin goce de sueldo, por supuesto. Soledad la miró alarmada. No, señora, no necesito días libres. Bueno, pero si cambias de opinión. Valeria sonrió con esa sonrisa que no llegaba a sus ojos. Siempre hay otras opciones.

Esa noche, después de acostar a los niños, Soledad se quedó despierta en su pequeño cuarto en la planta baja de la mansión. Por la ventana podía ver las luces de la ciudad, millones de personas viviendo sus propias vidas, enfrentando sus propios problemas. pensó en Lucía, estudiando en su pequeño departamento, soñando con un futuro mejor. Pensó en Mateo y Sebastián, dos niños inocentes que ya habían perdido demasiado y que ahora estaban siendo torturados psicológicamente por la única figura materna que tenían.

¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía proteger a todos al mismo tiempo? En el piso de arriba, Valeria se estaba preparando para dormir, pero no podía quitarse la sonrisa del rostro. Todo estaba saliendo exactamente como había planeado. Diego estaba a kilómetros de distancia, confiando completamente en ella. Los niños estaban aterrorizados y bajo control. Y Soledad.

Soledad estaba exactamente donde ella la quería, desesperada, vulnerable y sin más opción que obedecer. El teléfono de Valeria vibró. Un mensaje de la Agencia de Empleos Domésticos. Tenemos varias candidatas disponibles para entrevista. ¿Cuándo le conviene? Valeria respondió rápidamente. Aún no, pero manténganlas disponibles. Podría necesitarlas pronto.

Guardó el teléfono en la mesa de noche y apagó la luz. Mañana sería otro día para seguir estableciendo las reglas del juego. Y ella tenía la intención de ganar. En su cuarto, Soledad también estaba despierta mirando al techo. No sabía cómo, pero tenía que encontrar una forma de sobrevivir a esa semana sin Diego. Los niños dependían de ella. Lucía dependía de ella y algo le decía que esto apenas estaba comenzando.

El miércoles amaneció gris y lluvioso. Soledad llevaba tres días sintiendo como si caminara sobre vidrios rotos, midiendo cada palabra, cada gesto, tratando de proteger a los niños sin provocar más ira en Valeria. Pero esa mañana, cuando bajó a preparar el desayuno, supo inmediatamente que algo había cambiado.

Valeria ya estaba en la cocina, vestida impecablemente a pesar de la hora temprana, con una sonrisa que prometía problemas. Buenos días, Soledad. Espero que hayas dormido bien porque tenemos que hablar de algo muy serio. El estómago de soledad se contrajo. ¿Qué pasó, señora? Subí a revisar el cuarto de los niños antes de que despertaran.

Ya sabes, para asegurarme de que todo estuviera en orden, Valeria caminó hacia ella con pasos deliberados y encontré esto. En su mano tenía los restos de un pequeño avión de juguete. El avión azul que Sebastián había estado volando el día anterior en el jardín. No entiendo, murmuró Soledad. El avión está roto, Soledad, completamente destruido.

¿No te parece extraño que un juguete que ayer estaba perfectamente bien hoy aparezca así? Soledad examinó los pedazos. El avión no solo estaba roto, parecía haber sido aplastado deliberadamente. Señora, ayer cuando recogí los juguetes estaba bien. Los niños lo dejaron en su lugar habitual.

¿Estás sugiriendo que yo rompía el juguete? No, por supuesto que no. Solo digo que no sé cómo pudo haberse roto. Valeria suspiró teatralmente. Soledad, tu trabajo es supervisar a los niños y cuidar sus pertenencias. Si los juguetes están rompiendo bajo tu vigilancia, obviamente hay un problema de supervisión. En ese momento, Mateo y Sebastián bajaron las escaleras arrastrando los pies.

Sebastián llevaba su osito de peluche apretado contra el pecho. Buenos días, mis amores. Valeria cambió inmediatamente su tono. Vengan acá. Necesito preguntarles algo. Los niños se acercaron cautelosamente. Valeria les mostró los restos del avión. ¿Saben qué le pasó al avión de Sebastián? Sebastián miró los pedazos con los ojos muy abiertos.

Mi avión, ¿qué le pasó? Eso es exactamente lo que quiero saber, dijo Valeria, dirigiendo una mirada acusadora hacia Soledad. Soledad estaba cuidándolos bien ayer cuando jugaban. Los gemelos se miraron confundidos. Mateo frunció el ceño. Sí, tía Sol siempre nos cuida bien. ¿Estás seguro? Porque miren su juguete. Completamente destruido.

Valeria se agachó hasta quedar a la altura de los niños. ¿Creen que alguien que realmente se preocupa por ustedes dejaría que sus cosas se rompieran así? Soledad sintió como si le hubieran dado una bofetada. Señora Valeria, yo no, Soledad, deja que los niños hablen. Valeria mantuvo su atención en los gemelos. ¿Qué piensan, niños? Soledad está haciendo un buen trabajo cuidándolos.

Sebastián comenzó a llorar silenciosamente, abrazando más fuerte su osito. Mateo puso un brazo protector alrededor de su hermano. “No sabemos qué pasó con el avión”, murmuró Mateo. “Bueno, algo muy claro es que se rompió mientras estaba bajo el cuidado de Soledad.” Valeria se puso de pie y esto no es la primera cosa que pasa.

También he notado que sus cuartos no están tan ordenados como deberían. “Sus cuartos están perfectos.” protestó Soledad sin poder contenerse. Me estás contradiciendo delante de los niños. La voz de Valeria se volvió peligrosamente baja. ¿Realmente crees que esa es una actitud apropiada? Soledad bajó la mirada.

Los gemelos observaban todo con ojos asustados, sin entender por qué los adultos estaban discutiendo. “Por supuesto que tendré que reportar esto a Diego, continuó Valeria. Él tiene derecho a saber cuando hay problemas con el cuidado de sus hijos. Por favor, señora. Comenzó Soledad. No, Soledad. Esto es muy serio.

Los niños son la prioridad número uno en esta casa. Valeria tomó su teléfono. De hecho, voy a llamarlo ahora mismo. Marcó el número de Diego mientras los niños y Soledad observaban en silencio. El teléfono sonó varias veces antes de que contestara. Mi amor, sí, ya sé que es temprano, pero tengo que contarte algo. Valeria caminó hasta la ventana, hablando lo suficientemente alto para que todos escucharan.

Encontré el avión favorito de Sebastián completamente destruido esta mañana. No, no fue un accidente. Parece que no estaba siendo supervisado apropiadamente. Sí, yo también estoy preocupada. Soledad vio como los ojos de Sebastián se llenaban de lágrimas frescas. El niño no entendía por qué su juguete roto se había convertido en una acusación contra la persona que más lo protegía en esa casa.

Por supuesto, mi amor. Hablaremos más tarde. Te amo. Valeria colgó y se dirigió a Soledad con expresión seria. Diego quiere hablar contigo esta noche por videollamada. Espera una explicación completa. El resto del día, Soledad sintió como si estuviera caminando hacia su propia ejecución.

Cada hora que pasaba, Valeria encontraba nuevas formas de socavar su autoridad y crear dudas sobre su competencia. Durante el almuerzo, descubrió que Soledad había servido la sopa demasiado caliente para los niños. En la tarde se quejó de que no había doblado las toallas correctamente.

Cada crítica era hecha deliberadamente frente a Mateo y Sebastián, creando una imagen constante de incompetencia. Los niños comían en silencio, confundidos por la tensión que llenaba la casa. Sabían que algo estaba mal, pero no entendían qué. A las 8 de la noche, el teléfono sonó. Era Diego pidiendo la videollamada que Valeria había prometido.

“Hola, papá”, dijeron los gemelos cuando aparecieron en la pantalla, pero sus voces sonaban apagadas. “Hola, mis amores. ¿Cómo están?” Bien”, respondieron automáticamente. “Diego, mi amor”, interrumpió Valeria sentándose junto a los niños con una sonrisa perfecta. “Los niños han estado un poco tristes por lo del avión roto.” Diego frunció el ceño. “Soledad, ¿puede explicarme qué pasó exactamente?” Soledad se acercó nerviosamente a la pantalla.

Podía ver a Diego en lo que parecía ser una habitación de hotel con papeles de trabajo esparcidos en el escritorio detrás de él. Señor Diego, yo no sé cómo se rompió el juguete. Ayer cuando los niños terminaron de jugar, yo recogí todo y estaba en perfecto estado. ¿Estás segura? Porque Valeria me dijo que parecía haber sido aplastado. Sí, señor.

Estoy segura de que en ese momento Valeria se acercó por detrás, poniéndose visible en la cámara. Le dio un beso en la mejilla a Sebastián y acarició el cabello de Mateo, creando una imagen perfecta de armonía familiar. “Mi amor, no quiero hacer un drama de esto”, dijo Valeria con voz suave. “Todos cometemos errores.” “Tal vez Soledad estaba distraída.

” “No estaba distraída,”, insistió Soledad, pero su voz sonaba defensiva incluso para ella misma. Diego parecía cansado. Mira, Soledad, solo necesito saber que mis hijos están siendo cuidados apropiadamente. Por supuesto que sí, señor. Bueno, solo por favor ten más cuidado. Sí. Después de colgar, Soledad se sintió como si hubiera perdido una batalla importante.

Valeria había logrado crear la imagen de una familia unida donde ella era la intrusa problemática. “¿Ves qué fácil es?”, le dijo Valeria una vez que los niños subieron a sus cuartos. Diego confía en mí. Él sabe que yo tengo los mejores intereses de esta familia en el corazón. Soledad subió a acostar a los niños, pero cuando llegó al pasillo, escuchó soyosos viniendo del cuarto de Mateo.

Entró silenciosamente y encontró al niño sentado en su cama llorando. “¿Qué pasa, mi amor?” “Tuve otro sueño con mamá Elena”, susurró. Estaba triste porque no la pudimos salvar. Soledad se sentó en la cama y lo abrazó. Los sueños a veces nos asustan, pero tu mamá no está triste contigo. Ella los ama muchísimo.

¿Por qué se tuvo que ir? A veces las personas se enferman y no pueden quedarse, pero eso no significa que no nos amen. En ese momento, Valeria apareció en la puerta. Su expresión era de furia apenas contenida. ¿Qué haces aquí, Soledad? Mateo tuvo una pesadilla, solo lo estaba consolando. Consolando. Valeria entró al cuarto o llenándole la cabeza con ideas sobre su madre muerta.

No, yo jamás, Mateo dijo Valeria firmemente. ¿Qué te estaba diciendo Soledad sobre tu mamá Elena? El niño miró entre las dos mujeres claramente asustado. Solo solo que me amaba. ¿Y qué más? Nada más. Valeria se dirigió a Soledad con ojos fríos. Desde ahora no entras a los cuartos de los niños sin mi supervisión. Está claro que no puedes manejar situaciones emocionales apropiadamente. Señora, yo solo quería ayudar.

Tu ayuda está causando más problemas de los que resuelve. Los niños necesitan estabilidad, no que los llenen de confusión sobre el pasado. Soledad sintió la injusticia quemándole el pecho, pero no podía protestar. No sin arriesgar su trabajo. Entendiste, insistió Valeria. Sí, señora. Bueno, ahora déjos. Yo me encargo de consolar a Mateo.

Mientras Soledad salía del cuarto, escuchó a Valeria hablándole a Mateo con voz dulce, pero sus palabras le helaron la sangre. Los sueños tristes vienen cuando pensamos demasiado en cosas que ya no podemos cambiar. Es mejor pensar en el presente, en la familia que tienes ahora. Al día siguiente, Valeria implementó su nueva regla con rigidez militar.

Cada vez que Soledad necesitaba algo de los cuartos de los niños, tenía que pedir permiso. Cada interacción con los gemelos era monitoreada y criticada. Los niños comenzaron a alejarse de soledad, no porque quisieran, sino porque cada vez que se acercaban a ella, Valeria encontraba algo malo en ello. Durante la cena del jueves, la tensión en la casa había alcanzado un punto crítico. Los gemelos comían en silencio.

Soledad servía la comida sin hacer contacto visual con nadie y Valeria presidía la mesa como una reina satisfecha con su reino. ¿Les gustó la pasta?, preguntó Valeria a los niños. Sí. respondió Mateo automáticamente. Sebastián, ¿a ti también te gustó? Sebastián, cansado y estresado después de 4 días de tensión constante, no estaba prestando atención completa. Sí, tía mala.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Valeria dejó su tenedor muy lentamente. ¿Qué dijiste? Sebastián se dio cuenta inmediatamente de su error. Sus ojos se llenaron de terror. Yo yo dijiste, tía mala, ¿es así como me llamas? El niño comenzó a temblar. Mateo lo miró con pánico, sabiendo que su hermano acababa de revelar su secreto más peligroso.

Yo no quise, Sebastián. La voz de Valeria era peligrosamente calmada. ¿Es así como me llamas cuando no estoy presente? Sebastián rompió en llanto. Lo siento, no quise decirlo. Pero lo dijiste y eso significa que es lo que realmente piensas. Valeria se levantó de su silla. ¿Dónde aprendiste a llamarme así? Soledad sintió el impulso de intervenir, de proteger al niño, pero la mirada de advertencia de Valeria la clavó en su lugar. No sé, soyó Sebastián.

Por supuesto que sabes, los niños no inventan apodos a sí solos. Valeria caminó alrededor de la mesa hasta quedar frente a él. ¿Alguien te enseñó a llamarme así? No, Sebastián, voy a preguntarte una vez más. ¿Quién te enseñó a llamarme tía mala? El niño lloraba tan fuerte que apenas podía respirar. Nadie lo inventamos nosotros. Nosotros, tú y Mateo.

Mateo trató de proteger a su hermano. Fue mi culpa. Yo le dije que silencio gritó Valeria haciendo que ambos niños se encogieran. No he terminado con Sebastián se agachó hasta quedar a la altura del niño aterrorizado. Sebastián, quiero que me pidas disculpas ahora. Lo siento gritó entre soyosos. No es suficiente.

Quiero que digas perdón, Valeria por llamarte tía mala. Eres buena conmigo y no merezco tus cuidados. Perdón. Perdón, Valeria. Sebastián apenas podía hablar entre el llanto. Más fuerte y di todo. Perdón, Valeria por llamarte tía mala. Continúa. Eres eres buena conmigo y y no no merezco tus cuidados. Otra vez quiero escucharlo sin llorar.

Soledad no pudo más. Señora, por favor, ya es suficiente. Es solo un niño. Valeria se volvió hacia ella con furia. Te dije que podías hablar. Siéntate y cállate. Sebastián siguió disculpándose una y otra vez, cada repetición más quebrada que la anterior, hasta que finalmente Valeria decidió que había sido suficiente castigo.

Ahora vayan a sus cuartos y la próxima vez que tengan pensamientos feos sobre alguien que los cuida, recuerden este momento. Los niños salieron corriendo hacia las escaleras, todavía llorando. Soledad se quedó en su silla, sintiendo como si acabara de presenciar algo monstruoso. ¿Algún comentario? Preguntó Valeria. No, señora. Perfecto.

Porque mañana Diego regresa y quiero que esta casa esté en perfecta armonía. Esa noche, mientras Soledad se preparaba para dormir, supo que había llegado a un punto de no retorno. No podía seguir siendo testigo silencioso del abuso de esos niños. No importaba lo que le costara. Mañana cuando Diego regresara, tendría que encontrar una forma de hacerle ver la verdad, porque si no actuaba pronto, esos niños quedarían completamente destrozados y ella no podría vivir consigo misma si permitía que eso pasara. El jueves amaneció con una sensación de urgencia que Soledad no podía quitarse de encima. Diego

regresaría al día siguiente y ella sabía que necesitaba pruebas de lo que estaba pasando. No podía seguir dependiendo solo de su palabra contra la de Valeria. Mientras preparaba el desayuno, Soledad tomó una decisión. Documentaría todo discretamente. Cada abuso, cada mentira, cada momento de crueldad.

Tenía un teléfono viejo en su cuarto que podría usar para grabar conversaciones o tomar fotos de evidencia. Pero cuando subió a buscar el dispositivo durante un momento en que pensaba que Valeria estaba ocupada, encontró su cuarto completamente revuelto. Sus cajones estaban abiertos, su ropa desacomodada y todos sus documentos personales esparcidos sobre la cama.

En el centro de todo el desorden, Valeria estaba sentada calmadamente ojeando el pasaporte de Soledad. ¿Qué hace en mi cuarto?, preguntó Soledad, sintiendo como la sangre se le helaba. Mi cuarto, corrigió Valeria sin levantar la vista. Esta es mi casa, Soledad. Técnicamente no tienes derecho a privacidad aquí. Usted no tiene derecho a revisar mis cosas personales. Ah, no.

Valeria finalmente la miró con esa sonrisa fría que Soledad había aprendido a temer. Resulta que tengo muchos derechos, especialmente cuando descubro que mi empleada doméstica me ha estado mintiendo. Soledad sintió un nudo en el estómago. Mintiendo sobre qué? Sobre tu situación legal en este país. Valeria agitó algunos papeles. Tu visa de trabajo expiró hace 8 meses, soledad.

meses en los que has estado trabajando ilegalmente en mi casa, señora. Yo, y lo que es más interesante, continuó Valeria, poniéndose de pie lentamente. Es que según estos documentos solicitaste una extensión que fue negada. ¿Sabes qué significa eso? Soledad no respondió, pero su silencio fue respuesta suficiente.

Significa que técnicamente eres una indocumentada que puede ser deportada en cualquier momento. Valeria caminó hacia ella con pasos deliberados. Una sola llamada mía a inmigración y en menos de 24 horas estarías en un avión de regreso a tu país. Por favor. Oh, pero eso no es todo lo que encontré. Valeria tomó otro documento.

Este certificado médico falso para conseguir tu primer trabajo aquí. Muy creativo, aunque también muy ilegal. Soledad sintió como si el suelo se desplomara bajo sus pies. Esos documentos estaban guardados en una caja cerrada en el fondo de su armario. Valeria había buscado meticulosamente hasta encontrar cada secreto, cada vulnerabilidad, como sabía dónde buscar. Mi querido esposo es muy confiado.

Durante estos dos años me ha contado muchas cosas sobre ti, incluyendo tus irregularidades legales. Valeria sonrió con satisfacción. Diego pensó que me estaba pidiendo que fuera comprensiva con tu situación. No sabía que me estaba dando munición. Soledad se dejó caer en la silla de su escritorio. ¿Qué quiere de mí? Quiero que seas una empleada modelo.

Nada de dramitas, nada de cuentos a mi esposo, nada de interferir con la forma en que educo a mis hijastros. Valeria se acercó y puso una mano en su hombro con falsa gentileza. A cambio, tus secretos se quedan entre nosotras. Los niños no merecen ser tratados así.

Los niños necesitan disciplina, algo que claramente no entienden por han estado siendo malcriados. Valeria apretó su hombro. Pero esa es mi decisión, no tuya. Y si me niego, entonces mañana cuando Diego regrese va a encontrar una carta anónima en su oficina detallando todos tus problemas legales. También va a recibir copias de tus documentos falsos. Valeria se inclinó hasta que su rostro quedó a centímetros del de Soledad.

¿Sabes lo que le pasa a alguien que usa documentos falsos para conseguir empleo? No solo deportación, prisión, soledad. Cerró los ojos. Valeria había encontrado la manera perfecta de silenciarla. No solo perdería su trabajo, podría perder todo. Ahora dijo Valeria enderezándose, ordena este desorden y baja a preparar el almuerzo. Los niños deben estar preguntándose dónde están los adultos responsables.

Durante el almuerzo, Valeria implementó una nueva forma de tortura psicológica. comenzó a hacer preguntas capciosas a los gemelos, creando situaciones donde tenían que elegir entre versiones contradictorias de eventos menores. Mateo dijo mientras cortaba su sándwich, ¿recuerdas quién te ayudó a encontrar tu libro de matemáticas ayer? ¿Fue soledad o fui yo? Mateo miró confundido entre las dos mujeres.

Yo creo que fue, piénsalo bien, porque Soledad dice que fue ella, pero yo recuerdo claramente haberlo encontrado en el sofá y dártelo. El niño se veía angustiado. No me acuerdo bien, Sebastián. ¿Tú viste quién encontró el libro? Sebastián negó con la cabeza, con lágrimas empezando a formarse en sus ojos. No sé.

Es importante recordar las cosas correctamente”, continuó Valeria. “A veces las personas mienten sobre cosas pequeñas y si mienten sobre cosas pequeñas también pueden mentir sobre cosas grandes.” Soledad observaba horrorizada como Valeria sistemáticamente confundía a los niños, haciéndolos dudar de su propia memoria y percepción.

Era una forma sutil, pero devastadora de abuso psicológico. De hecho, añadió Valeria, he notado que a veces ustedes recuerdan las cosas de manera diferente a como realmente pasaron. ¿Creen que eso es porque alguien los está confundiendo? Los gemelos se miraron entre ellos, perdidos. Ya no sabían que era real y que no. Después del almuerzo, mientras Valeria salía supuestamente a hacer mandados, el teléfono de soledad sonó.

Era Lucía y estaba llorando. Mamá, pasó algo terrible en la escuela. ¿Qué pasó, mija? Todos entregaron el dinero para el viaje, menos yo. La maestra preguntó delante de toda la clase por qué no había pagado. La voz de Lucía se quebró. Cuando le dije que estaba esperando el dinero, una de mis compañeras se rió y dijo que seguramente mi mamá no tenía dinero porque es solo una sirvienta. Soledad sintió como si le clavaran un puñal en el corazón.

Mi hija, ¿no es cierto, verdad, mamá? Tú no eres solo una sirvienta, eres importante. Cuidas de esos niños, los proteges. Lucía Soyosaba, ¿por qué no pudimos pagar el viaje? Estamos tan mal económicamente. No, mi amor. Mamá va a conseguir el dinero. Te lo prometo, de verdad, porque no quiero ser la única que no vaya.

Ya todos me ven raro porque vivo sola, porque no tengo papá. Porque Lucía, escúchame. Tú vales más que cualquiera de esos niños. Eres inteligente, trabajadora, bondadosa. No dejes que nadie te haga sentir menos. Pero necesito el dinero para mañana, mamá. Si no, ya no puedo ir. Soledad cerró los ojos.

3,000 pesos equivalían a medio mes de su salario, pero su hija los necesitaba desesperadamente. Lo vas a tener, mija. Mamá se encarga. Cuando colgó, se quedó sentada en la cocina, sintiéndose completamente derrotada. ¿Cómo iba a conseguir ese dinero? Su único ingreso era este trabajo y ahora Valeria tenía poder total sobre ella. Problemas familiares.

Soledad se sobresaltó. Valeria había regresado sin que la escuchara entrar. Mi hija necesita dinero para una excursión escolar. ¿Cuánto? 3000 pesos. Valeria silvó suavemente. Eso es mucho dinero para alguien en tu posición. Se sentó frente a Soledad con expresión pensativa. ¿Sabes qué? Creo que puedo ayudarte. Soledad la miró con desconfianza.

¿Cómo? Te adelanto el dinero. Puedes pagármelo poco a poco descontándolo de tu salario mensual. ¿De verdad haría eso? Por supuesto. Somos como familia, ¿no? Valeria sonrió, pero sus ojos permanecían fríos. Aunque claro, esto sería un favor personal y los favores personales requieren gratitud. ¿Qué tipo de gratitud? Nada complicado.

Solo que seas más cooperativa, menos dramática, que entiendas tu lugar en esta casa y no trates de causar problemas innecesarios. Soledad entendió perfectamente lo que Valeria estaba haciendo. Era chantaje puro. Le estaba ofreciendo el dinero que desesperadamente necesitaba a cambio de su silencio total. Y si no acepto, entonces tu hija no va al viaje y mañana cuando Diego regrese, Valeria se encogió de hombros. Bueno, ya sabes lo que puede pasar.

Soledad sintió como si estuviera siendo estrangulada lentamente. Acepto. Perfecto. Valeria sacó su billetera y contó 3000 pesos. Aquí tienes. Llama a tu hija y dile que puede ir a su viaje. Mientras Soledad tomaba el dinero, Valeria añadió casualmente, “Ah, y Soledad, ahora que somos socias en esto, espero que nuestra relación de trabajo mejore significativamente.

” Esa tarde, Valeria orquestó su obra maestra de manipulación. Mientras organizaba algunas flores en la sala, llamó a los gemelos para que la ayudaran. ¿Pueden traerme ese jarrón azul del estante?”, les pidió, señalando un jarrón de cerámica, obviamente demasiado pesado y frágil, para que dos niños de 6 años lo cargaran solos.

Mateo y Sebastián trabajaron juntos para bajarlo, pero tal como Valeria había calculado, se les resbaló de las manos. El jarrón se estrelló contra el suelo marmolado, haciéndose pedazos. “¡Oh no!”, gritó Valeria teatralmente. Mi jarrón favorito. Los niños se quedaron paralizados mirando los fragmentos esparcidos por el suelo.

¿Qué pasó aquí? Valeria se agachó como si examinara los daños. Este jarrón era una antigüedad. Valía miles de pesos. Fue un accidente, susurró Mateo. Por supuesto que fue un accidente, pero la pregunta es, ¿dónde estaba Soledad cuando esto pasó? Se supone que ella lo supervisa. Soledad apareció corriendo desde la cocina al escuchar el ruido. ¿Qué pasó? Los niños rompieron mi jarrón antiguo dijo Valeria con voz dolida. ¿Dónde estabas? Estaba limpiando la cocina.

Usted les pidió que yo les pedí que me ayudaran con las flores, no que cargaran cosas pesadas solos. Valeria se dirigió a los niños. Yo les dije que tomaran el jarrón. Los gemelos se miraron confundidos. Sebastián comenzó a llorar. silenciosamente. Yo usted nos pidió, comenzó Mateo, que les pedí exactamente que trajéramos el jarrón azul.

¿Estás seguro? Porque yo recuerdo haber dicho que me señalaran cuál les gustaba más, no que lo cargaran. Valeria negó con la cabeza tristemente. Soledad, esto no habría pasado si hubieras estado aquí supervisando apropiadamente. Señora, ellos no son lo suficientemente grandes para cargar algo tan pesado. Exactamente mi punto.

Por eso necesitan supervisión constante. Valeria inmediatamente llamó a Diego. Su actuación fue perfecta. La esposa dolida por la pérdida de una posesión querida, preocupada por la seguridad de los niños. Mi amor, necesito contarte algo que pasó. Los niños rompieron el jarrón azul que me regaló tu mamá. No, no fue culpa de ellos, pobrecitos. Pero Soledad no estaba supervisándolos.

Sí, ya sé que son accidentes, pero últimamente ha habido muchos pequeños incidentes. Soledad escuchaba con el corazón hundiéndose. Cada palabra que Valeria decía era técnicamente verdad, pero presentada de una manera que la hacía ver negligente e incompetente. “Diego quiere hablar contigo”, dijo Valeria extendiendo el teléfono. “Soledad.” La voz de Diego sonaba cansada e irritada.

¿Puedes explicarme cómo mi esposa está manejando más responsabilidades de la casa que la persona que contrato específicamente para eso? Señor Diego, ¿fue un accident? Sé que fue un accidente, pero ese es exactamente el tipo de accidentes que se supone que tú previenes. Diego suspiró audiblemente.

Mira, tal vez cuando regrese necesitemos tener una conversación seria sobre expectativas. Sí, señor. Y soledad. Necesito que mientras yo no esté, dejes que Valeria tome las decisiones sobre la casa. Ella conoce nuestras rutinas, nuestras reglas. Síguele la corriente. Sí. Cuando colgó, Soledad supo que había perdido completamente la confianza de Diego. Valeria había logrado posicionarse como la administradora competente mientras pintaba a soledad como una empleada problemática que necesitaba supervisión. Esa noche, mientras ayudaba a los niños a prepararse para dormir, Mateo se acercó

a ella mientras se cepillaba los dientes. “Tía Sol”, susurró mirando hacia la puerta para asegurarse de que Valeria no estuviera cerca. “¿Es verdad que te vas a ir? ¿Quién te dijo eso?” La tía Mala dijo que si le contamos cualquier cosa a papá sobre las cosas feas que nos dice, tú te vas a ir para siempre y nunca vas a regresar como mamá Elena.

Soledad sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Valeria no solo estaba abusando de los niños, estaba usando el trauma más profundo que tenían, la pérdida de su madre para silenciarlos. ¿Qué más les dijo? Que mamá Elena se fue porque no la quisimos lo suficiente y que si nosotros no nos portamos bien contigo, tú también te vas a ir. Mateo comenzó a llorar silenciosamente.

No queremos que te vayas, tía Sol. Ya perdimos a mamá Elena. No queremos perderte a ti también. Sebastián apareció en la puerta del baño, también llorando. Es verdad. ¿Te vas a ir si nos portamos mal? Soledad los abrazó a ambos sintiendo una furia que nunca había experimentado antes.

Valeria no solo estaba siendo cruel, estaba siendo monstruosa. Estaba traumatizando psicológicamente a dos niños que ya habían sufrido la pérdida más devastadora que un niño puede experimentar. Escúchenme bien”, les dijo con voz firme, pero amorosa. Su mamá Elena no se fue porque no la quisieran lo suficiente. Ella se enfermó y a veces cuando las personas se enferman mucho sus cuerpos no pueden seguir funcionando.

Pero eso no tiene nada que ver con cuánto los amaba. “¿Y tú?”, preguntó Sebastián. “¿Tú también te vas a ir?” Soledad vaciló. No podía prometerles algo que podría no ser capaz de cumplir, pero mirando sus pequeños rostros llenos de miedo, supo que tenía que luchar por ellos. “Voy a hacer todo lo que esté en mi poder para quedarme con ustedes”, dijo finalmente. “Pero necesito que me prometan algo.

” ¿Qué? Si algo malo pasa, si alguien los lastima o los asusta, me lo van a decir, sin importar lo que esa persona les haya dicho que va a pasar. Los niños asintieron solemnemente. Lo prometen. Lo prometemos. Después de acostar a los niños, Soledad se quedó despierta en su cuarto, tomando la decisión más difícil de su vida.

No podía seguir permitiendo que Valeria destruyera a esos niños. No importaba lo que le costara. Cuando el reloj marcó las 11 de la noche y estaba segura de que los gemelos estaban dormidos, Soledad salió de su cuarto y subió las escaleras hacia la habitación principal.

Era hora de tener una conversación real con Valeria. Era hora de pelear por esos niños, incluso si eso significaba perderlo todo. Tocó suavemente la puerta del dormitorio principal. La voz de Valeria respondió desde adentro. Adelante. Soledad respiró profundo y abrió la puerta. Valeria estaba sentada en la cama aplicándose crema en las manos, como si hubiera estado esperando esta confrontación. Sí, Soledad, ¿algún problema? Necesitamos hablar.

Por supuesto. Valeria sonrió. Cierra la puerta. No queremos despertar a los niños. Mientras Soledad cerraba la puerta, se dio cuenta de que estaba a punto de enfrentarse al demonio que había estado torturando a la familia que había llegado a amar como propia. y por primera vez en días no le importaban las consecuencias.

Soledad cerró la puerta del dormitorio principal y se dirigió hacia Valeria, quien seguía sentada en la cama con esa sonrisa fría que ya conocía también. El cuarto estaba débilmente iluminado por una lámpara de noche, creando sombras que hacían que el ambiente se sintiera aún más ominoso. ¿De qué quieres hablar, Soledad? Preguntó Valeria, dejando el frasco de crema en la mesa de noche sin prisa alguna. Quiero que dejes de lastimar a esos niños. Lastimar.

Valeria arqueó una ceja con expresión de sorpresa fingida. No sé de qué hablas. Sabes exactamente de qué hablo. Soledad se acercó más, sintiendo como la adrenalina corría por sus venas. Los gritos, las humillaciones, las amenazas, todo lo que has estado haciéndoles mientras Diego no está. Esas son acusaciones muy serias, Soledad.

Espero que tengas pruebas para respaldar lo que dices. Los niños son mi prueba. Ellos pueden contar. Los niños. Valeria se rió suavemente. Dos niños traumatizados que todavía lloran por su mamá muerta. ¿Crees que alguien va a tomar en serio las fantasías de dos criaturas que claramente están confundidas sobre la realidad? Soledad sintió un escalofrío, pero continuó. Diego va a saber la verdad.

Se la voy a contar todo. Ah, sí. Valeria se puso de pie lentamente y por primera vez desde que Soledad la conocía, dejó caer completamente la máscara. Su rostro se transformó en algo frío y cruel, sin rastro de la dulzura fingida que siempre mostraba. ¿Y qué exactamente le vas a contar? Que has estado abusando psicológicamente de sus hijos, que los amenazas, que los humillas, que les dices cosas horribles sobre su madre muerta.

Interesante. Valeria caminó hacia el espejo de su tocador y comenzó a cepillarse el cabello con movimientos lentos y calculados. ¿Y crees que te va a creer? Por supuesto que me va a creer. Incluso cuando le cuente sobre tu situación ilegal en el país, incluso cuando le muestre los documentos falsos que usaste para conseguir este trabajo. Valeria se volteó hacia ella.

Incluso cuando descubra que la persona en quien confió para cuidar a sus hijos le ha estado mintiendo durante 3 años, Soledad sintió como si el aire se volviera más espeso. Eso no cambia lo que les estás haciendo. Lo que les estoy haciendo. Valeria se rió, pero era una risa sin humor, completamente vacía.

Lo que les estoy haciendo es un favor. Esos niños son unos malcriados mimados que necesitan aprender sobre la realidad de la vida. Son niños pequeños que perdieron a su madre. Sí, y esa es exactamente la razón por la que los odio. Las palabras salieron de la boca de Valeria con una frialdad que hizo que Soledad retrocediera un paso.

¿Sabes lo que es estar casada con un hombre que está enamorado de un fantasma? ¿Sabes lo que es vivir en una casa llena de fotos de otra mujer? Escuchar constantemente lo perfecta que era Elena, lo buena madre que fue. Valeria, no! gritó Valeria, perdiendo por primera vez su compostura calculada. Tú no entiendes nada. Esos niños son recordatorios vivientes de que nunca voy a ser suficiente para Diego.

Cada vez que los mira, ve a ella. Cada vez que lo llaman papá, él piensa en la familia perfecta que tenía antes. Soledad se quedó muda por la intensidad del odio en la voz de Valeria. Así que sí, continuó Valeria recuperando su frialdad. Los estoy torturando lenta y sistemáticamente hasta que Diego se dé cuenta de que sería mejor para todos si esos niños vivieran con otros parientes.

Lejos de nosotros, lejos de mí. Estás enferma. Estoy siendo práctica. Valeria se sentó en el borde de la cama. ¿Crees que me casé con Diego por amor? Me casé con él porque es rico, porque me puede dar la vida que quiero, pero esa vida no incluye criar a los hijos de otra mujer.

¿Y qué hay de Diego? Él sabe qué tipo de persona eres realmente. Diego ve lo que yo quiero que vea. Un hombre que perdió a su esposa no busca complicaciones en una nueva relación. Busca estabilidad, consuelo, alguien que le haga sentir que puede tener una familia otra vez. Valeria sonrió con satisfacción. Y yo he sido exactamente eso para él. Soledad se acercó más.

Pero ahora yo sé la verdad y se la voy a contar. No, no lo vas a hacer. Valeria se puso de pie y caminó hacia su closet. De una caja, en el estante superior sacó un pequeño frasco de pastillas. ¿Reconoces esto? Soledad frunció el ceño. Era un frasco de antidepresivos con su nombre en la etiqueta. ¿De dónde sacaste eso? Lo compré hace dos semanas.

Es muy fácil conseguir recetas médicas falsas cuando sabes dónde buscar. Valeria agitó el frasco. Resulta que mi empleada doméstica ha estado lidiando con serios problemas de salud mental, depresión severa, pensamientos irracionales, posible tendencia a la violencia. Eso es mentira. Por supuesto que es mentira, pero Diego no lo sabe. Valeria guardó el frasco en el bolsillo de su bata.

De hecho, estoy muy preocupada por el comportamiento errático que has estado mostrando. Tal vez necesites ayuda profesional. Soledad sintió pánico creciendo en su pecho. Nadie va a creer eso. No, incluso cuando les cuente que has estado inventando historias sobre abuso infantil, incluso cuando explique que claramente estás teniendo un episodio psicótico donde confundes la disciplina normal con maltrato, los niños pueden confirmar. Los niños están traumatizados y confundidos. Cualquier cosa que digan

será vista como el resultado de haber sido manipulados por una mujer inestable. Valeria se acercó hasta quedar frente a frente con Soledad. Face it, Soledad, no tienes ninguna carta que jugar. Te estás olvidando de algo. Dijo Soledad tratando de mantener la voz firme. Diego me conoce desde hace 3 años.

Sabe que no soy el tipo de persona que inventaría algo así. Ah, sí. El mismo Diego que no se dio cuenta de que su empleada de confianza ha estado trabajando ilegalmente durante 8 meses, el mismo Diego que no notó que sus hijos estaban siendo abusados bajo su propio techo. Valeria sonrió cruelmente.

Diego ve lo que quiere ver y lo que va a ver es que cometió un error al confiar en ti. Soledad sintió como si estuviera ahogándose. ¿Por qué me estás contando todo esto? Si tienes tanto control, ¿por qué revelar tus planes? Porque quiero que entiendas que no hay escape. Quiero que sepas exactamente contra qué te estás enfrentando. Valeria se dirigió hacia la ventana, pero también porque hay una manera fácil de resolver esto.

¿Cuál? Te vas esta noche, empacas tus cosas y desapareces. Le dejo una nota a Diego diciendo que tuviste una emergencia familiar y que no vas a regresar. Y los niños, los niños se van a acostumbrar. Son pequeños. En unos meses apenas se van a acordar de ti. Valeria se volteó hacia ella.

Y tú puedes regresar a tu país con tu hija antes de que yo haga esas llamadas a inmigración. Soledad negó con la cabeza, no voy a abandonar a esos niños. Entonces vas a perder todo, tu trabajo, tu libertad, tu futuro y los niños van a seguir conmigo de todas formas. ¿Cómo puede ser tan cruel? Cruel. Valeria se rió otra vez. ¿Quieres saber sobre crueldad? ¿Quieres saber realmente quién soy? Soledad no respondió, pero Valeria continuó de todas formas.

Conocí a Diego en el hospital, eso es verdad, pero no era enfermera de Elena, era paciente psiquiátrica. Valeria habló con una frialdad que hizo que Soledad sintiera escalofríos. Había estado en terapia durante meses después de, digamos, algunos problemas con empleadores anteriores. ¿Qué tipo de problemas? Oh, pequeñas cosas. Una familia me acusó de maltratar a su hijo discapacitado. Otra me despidió por robar joyas.

Nada que se pudiera probar legalmente, por supuesto. Valeria sonrió. Aprendí a ser más cuidadosa después de eso. Soledad sintió náuseas. ¿Cuántas familias has destruido? Diego es mi tercera oportunidad de obtener una vida estable y no voy a dejar que unos niños llorones y una empleada entrometida la arruinen.

¿Cómo conseguiste engañar a Diego sobre tu trabajo? Fue fácil, un uniforme de enfermera, algunas mentiras bien elaboradas y un hombre desesperado que necesitaba creer que alguien bueno había entrado en su vida. Valeria se acercó al tocador y comenzó a quitarse los aretes. Lo seduje cuando estaba más vulnerable, cuando Elena acababa de morir y él no sabía cómo cuidar a dos niños pequeños.

Solo eres un monstruo. Soy una superviviente. ¿Y tú? Valeria la señaló con un dedo. Eres un obstáculo que estoy a punto de remover. En ese momento se escuchó el sonido de una puerta cerrándose en la planta baja. Ambas mujeres se quedaron inmóviles. Valeria, ¿estás despierta? La voz de Diego resonó desde el recibidor.

Valeria miró a Soledad con pánico momentáneo, pero se recuperó rápidamente. En cuestión de segundos, su expresión cambió completamente. La crueldad desapareció, reemplazada por la dulzura fingida que Soledad conocía también. Mi amor”, gritó Valeria corriendo hacia la puerta. No esperaba que regresaras hasta mañana.

Soledad la siguió viendo con horror como Valeria se transformaba instantáneamente en la esposa amorosa y preocupada. Diego estaba en el pie de las escaleras, viéndose cansado y estresado. El contrato se canceló. El cliente decidió posponer la negociación hasta el próximo mes. Ah, qué terrible. Valeria corrió hacia él y lo abrazó dramáticamente. Pero qué alivio tenerte en casa. Te extrañé tanto.

Y estaba tan preocupada por los niños. Diego la abrazó, pero por encima del hombro de su esposa notó a Soledad parada en lo alto de las escaleras. Soledad, ¿qué haces despierta tan tarde? Valeria se separó de Diego y miró hacia arriba con expresión de preocupación fingida. Oh, mi amor, justamente estábamos hablando. Soledad vino a mi cuarto porque estaba bueno.

Tal vez ella debería explicarte. Soledad bajó las escaleras lentamente, sintiendo como si caminara hacia su propia ejecución. Señor Diego, necesito hablar con usted. Es sobre los niños. Los niños, ¿está todo bien? Bueno, Valeria puso una mano en el brazo de Diego. Esa es exactamente la preocupación que tengo.

Soledad ha estado diciendo algunas cosas muy extrañas esta semana. ¿Qué tipo de cosas? Acusaciones sobre cómo trato a Mateo y Sebastián. Historias muy elaboradas sobre supuesto maltrato. Valeria bajó la voz como si estuviera compartiendo algo confidencial. Estoy preocupada por su estado mental, mi amor. Diego frunció el seño. Soledad, ¿de qué está hablando, señor Diego? Durante esta semana, Valeria ha estado.

Soledad comenzó, pero Valeria la interrumpió rápidamente. De hecho, mi amor, hay algo que necesitas ver. Encontré algunas cosas preocupantes en su cuarto esta mañana. ¿Qué tipo de cosas? Es mejor que te lo muestre. Valeria tomó la mano de Diego. Ven conmigo. Valeria llevó a Diego hacia el cuarto de Soledad con ella siguiéndolos en un estado de pánico creciente.

Sabía exactamente lo que Valeria iba a encontrar. “Aquí”, dijo Valeria, dirigiéndose directamente al escritorio de Soledad. Abrió el cajón superior y sacó el frasco de antidepresivos. Encontré esto escondido entre sus cosas. Diego tomó el frasco y leyó la etiqueta. Antidepresivos, Soledad, ¿estás tomando medicación psiquiátrica? No, protestó Soledad.

Ese no es mío. Ella lo puso ahí. Soledad. Diego la miró con preocupación creciente. ¿Por qué Valeria pondría medicamentos en tu cuarto? Porque está tratando de hacerme ver como si estuviera loca. Todo esto es parte de su plan para mi amor. Valeria interrumpió suavemente. Esto es exactamente el tipo de comportamiento paranoico que me ha estado preocupando. Acusaciones irracionales. Teorías de conspiración.

Diego miró entre las dos mujeres, claramente confundido y estresado. No entiendo qué está pasando aquí. Lo que está pasando”, dijo Soledad desesperadamente. Es que su esposa ha estado abusando psicológicamente de sus hijos durante toda la semana.

Los amenaza, los humilla, les dice cosas horribles sobre su madre muerta. “Eso es suficiente”, gritó Diego perdiendo la paciencia. “Soledad, estas son acusaciones muy serias que estás haciendo sin ninguna prueba. Los niños son mi prueba. Pregúnteles.” “¿Preguntarles qué?” Si su madrastra, que los ha cuidado durante dos años, de repente se convirtió en un monstruo, Diego se pasó una mano por el cabello.

Soledad, esto no tiene sentido, Diego, mi amor, dijo Valeria con voz gentil. Creo que Soledad necesita ayuda profesional. Estos medicamentos sugieren que ha estado lidiando con problemas serios que tal vez no nos confió. Esos medicamentos no son míos! Gritó Soledad. Entonces, ¿cómo llegaron a tu cuarto?”, preguntó Diego. Ella los puso ahí. Todo esto es parte de su plan.

Diego miró a Soledad como si fuera una extraña. Soledad. Esto suena esto suena como paranoia. ¿Estás sugiriendo que mi esposa está orquestando algún tipo de conspiración elaborada contra ti? Exactamente eso es lo que estoy diciendo. ¿Por qué? ¿Qué motivo tendría? Soledad se dio cuenta de que estaba perdida.

Sin importar lo que dijera, Diego ya había decidido que ella era el problema. “Mi amor”, dijo Valeria acercándose a Diego y tomando su mano. “Tal vez Soledad debería tomarse unos días libres para descansar, tal vez buscar ayuda profesional.” Diego asintió lentamente. “Creo que es una buena idea.” Se dirigió a Soledad con expresión triste. “Soledad, obviamente estás pasando por algo difícil. Tómate unos días para aclarar tu mente.

Cuando regreses, podemos hablar sobre cómo seguir adelante. ¿Me está despidiendo? No te estoy despidiendo. Te estoy dando tiempo para que te ocupes de tus problemas personales. Soledad se dio cuenta de que no había nada más que pudiera hacer. Valeria había ganado completamente. Había construido una narrativa tan convincente que Diego no podía ver la verdad aunque estuviera frente a él.

¿Cuánto tiempo? una semana, tal vez dos. Y los niños, los niños van a estar perfectamente bien con Valeria y conmigo, dijo Diego firmemente. Soledad subió a su cuarto y comenzó a empacar sus pocas pertenencias, sintiendo como si su mundo se estuviera desmoronando. Había fallado. Había fallado completamente en proteger a Mateo y Sebastián.

Cuando bajó con su maleta, Diego y Valeria estaban esperándola en la sala. Soledad”, dijo Diego. “Quiero que sepas que esto no es permanente. Cuando te sientas mejor, cuando hayamos resuelto estos problemas, podrás regresar.” Soledad asintió sin poder hablar. Sabía que nunca iba a regresar. Valeria se había asegurado de eso.

“¿Necesitas dinero para un taxi?”, preguntó Diego. “No puedo caminar hasta la parada de autobús.” “Ten cuidado”, dijo Valeria con falsa preocupación. Y por favor busca ayuda. Los niños te van a extrañar, pero queremos que te pongas bien. Mientras Soledad salía de la casa, escuchó pequeños pasos corriendo por las escaleras. Tía Sol. La voz de Sebastián sonaba adormilada y confundida.

¿Por qué tienes tu maleta? Soledad se volteó y vio a los dos gemelos parados en lo alto de las escaleras con sus pijamas y el cabello despeinado. ¿Te vas?, preguntó Mateo con voz pequeña. Soledad sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. Solo por unos días, mis amores. ¿Pero vas a regresar? Preguntó Sebastián comenzando a llorar.

Por supuesto que va a regresar, dijo Valeria antes de que Soledad pudiera responder. Tía Sol necesita descansar un poco. Ustedes van a estar muy bien conmigo y con papá. Los niños la miraron con ojos llenos de terror y abandono. Era la misma mirada que tenían cuando su madre había muerto.

“Los amo”, murmuró Soledad y salió de la casa antes de que empezara a llorar. Mientras caminaba por la calle oscura con su maleta, pudo escuchar a los niños llorando desde la casa. Y detrás de esa ventana iluminada sabía que Valeria estaba sonriendo con satisfacción. Diego despertó el sábado por la mañana con una sensación extraña en el estómago. La casa estaba demasiado silenciosa.

Durante tres años se había acostumbrado a despertar con los sonidos de Mateo y Sebastián jugando en sus cuartos, pero esa mañana no se escuchaba nada. Se levantó y caminó hacia el cuarto de los gemelos. Los encontró acurrucados juntos en la cama de Mateo, todavía dormidos, pero con rastros de lágrimas secas en sus mejillas. Las sábanas de Sebastián estaban mojadas. Niños”, susurró suavemente.

Sebastián abrió los ojos inmediatamente, como si hubiera estado esperando algo malo. “Papá, ¿cómo durmieron?” Los gemelos se miraron entre ellos antes de que Mateo respondiera. “Tuvimos pesadillas otra vez.” “¡Otra vez?” Diego frunció el ceño. “¿Han estado teniendo pesadilla seguido, Sebastián asintió! Desde que tía Sol se fue, Diego sintió una punzada en el pecho.

¿Qué tipo de pesadillas? Que tú también te vas como mamá Elena y como tía Sol, murmuró Mateo. Y nos quedamos solos con con quién. Los niños no terminaron la frase, pero Diego vio el miedo en sus ojos. Vamos a desayunar”, dijo tratando de sonar animado. “Tal vez Valeria ya preparó algo rico.” Bajaron a la cocina donde Valeria estaba sentada bebiendo café y leyendo una revista.

No había señales de desayuno preparado. “Buenos días, mi amor”, dijo sin levantar la vista. “Los niños pueden servirse cereal. Yo no soy la empleada de la casa.” Diego notó como los gemelos se encogieron ante el tono frío de Valeria. Durante los últimos dos días había estado demasiado distraído procesando la situación con soledad para prestar atención completa a los detalles, pero ahora que se fijaba, había algo diferente en el ambiente de la casa.

¿Por qué no desayunamos todos juntos? Sugirió. ¿Puedo hacer huevos revueltos? Como quieras, respondió Valeria sin interés. Mientras Diego cocinaba, observó a sus hijos. Estaban inusualmente callados, comían lentamente y parecían estar constantemente alerta. como si esperaran que algo malo fuera a pasar en cualquier momento. “Todo bien, niños.

” “Sí, papá”, respondieron automáticamente, pero sin convicción. Después del desayuno, Diego se fue a su oficina en casa para ponerse al día con algunos pendientes del trabajo. Una hora después, escuchó gritos viniendo de la cocina. “Te dije que tuvieras cuidado.” La voz de Valeria sonaba furiosa. Diego se levantó inmediatamente y corrió hacia la cocina.

Encontró a Sebastián parado junto a la barra con jugo de naranja derramado en el suelo llorando silenciosamente. Valeria estaba frente a él con los puños cerrados. “Eres igual de problemático que tu madre muerta”, gritaba Valeria. Elena también era una inútil que no podía hacer nada bien. Por eso se murió y los dejó solos. “Valeria!”, gritó Diego corriendo hacia ellos. Valeria se volteó sorprendida.

Por un momento, Diego vio su verdadero rostro cruel, lleno de odio, completamente diferente a la mujer que pensaba conocer. Diego, yo. Valeria inmediatamente cambió su expresión. Sebastián derramó jugo por toda la cocina y le dijiste que era problemático como su madre muerta. No, por supuesto que no.

Solo estaba Valeria miró a Sebastián, quien seguía llorando. Él malentendió lo que dije. Diego se agachó junto a su hijo. ¿Qué pasó, Sebastián? El niño miró entre su padre y Valeria claramente aterrorizado. Yo, se me cayó el vaso. No fue a propósito. Por supuesto que no fue a propósito, mi amor.

Diego abrazó a su hijo sintiendo como su pequeño cuerpo temblaba. ¿Qué más te dijo Valeria? Sebastián no respondió, pero enterró su rostro en el hombro de su padre. Diego miró a Valeria, quien se veía incómoda por primera vez desde que la conocía. Creo que necesitamos hablar. Por supuesto, mi amor, pero tal vez después de que los niños se calmen, no ahora.

Esa tarde, mientras Valeria salía supuestamente a hacer mandados, Diego llamó a una compañía de seguridad. Cuando ella regresó, él le explicó casualmente que había decidido instalar cámaras de seguridad en las áreas comunes de la casa. Cámaras de seguridad, preguntó Valeria con nerviosismo mal disimulado. ¿Por qué de repente, después de los problemas con soledad, creo que es importante tener más control sobre lo que pasa en nuestra casa, explicó Diego, especialmente cuando no estoy presente.

No confías en mí para cuidar a los niños. Por supuesto que confío en ti, pero también quiero protegerte. Si Soledad regresa y hace más acusaciones, las cámaras van a probar que estaba inventando todo. Valeria no pudo argumentar contra esa lógica sin sonar sospechosa. Las cámaras fueron instaladas el domingo por la noche.

Diego le dijo a Valeria que estarían activas a partir del lunes, pero en realidad ya estaban grabando. El lunes por la mañana, Diego se fue temprano a la oficina, pero no antes de asegurarse de que las cámaras estuvieran funcionando correctamente desde su teléfono. Podía ver la sala, la cocina y el comedor en tiempo real.

A las 10 de la mañana, mientras estaba en una reunión, su teléfono vibró con una notificación de movimiento en las cámaras. Cuando pudo revisar la grabación una hora después, lo que vio lo dejó helado. Valeria tenía a Mateo parado en el centro de la sala llorando. Activó el audio y escuchó su voz clara y cruel. Repite después de mí. Mi mamá Elena no me amaba. No es cierto, soyaba Mateo. Repítelo. Mi mamá Elena.

Mateo apenas podía hablar entre el llanto. Más fuerte. Mi mamá Elena no me amaba. Mi mamá Elena no me amaba. ¿Y por qué no te amaba? No sé. Porque eras un niño malo y problemático. Repítelo. ¿Por qué? Porque era un niño malo. Y por eso se fue. Por eso se murió y te dejó. Repítelo. Diego no pudo seguir viendo.

Salió corriendo de su oficina, le dijo a su asistente que cancelara todas sus citas y manejó a casa a toda velocidad. Cuando llegó, encontró a los niños en el jardín. Jugando silenciosamente. Valeria estaba en la sala leyendo una revista como si nada hubiera pasado. Valeria, necesito hablar contigo ahora. ¿Qué pasa, mi amor? Te ves muy alterado.

Diego cerró la puerta de la sala y se plantó frente a ella. Acabo de ver la grabación de las cámaras de seguridad. El color desapareció del rostro de Valeria. ¿Qué grabación? La grabación donde obligas a mi hijo de 6 años a decir que su madre muerta no lo amaba. Diego, yo, ¿cómo pudiste hacerle eso a un niño? Estás mal interpretando lo que viste.

Mateo estaba haciendo una rabieta y yo solo. No me mientas, gritó Diego. Lo vi todo, lo escuché todo. Vi cómo torturaste psicológicamente a mi hijo. Valeria se puso de pie tratando de recuperar su compostura. Diego, cálmate. Los niños necesitan disciplina. Y disciplina. Le dices disciplina a obligar a un niño a negar el amor de su madre muerta.

Esos niños están obsesionados con una mujer que ya no existe. Explotó Valeria finalmente perdiendo la máscara. Necesitan aceptar la realidad. La realidad es que Elena era su madre y la amaba. Esa es la única realidad que importa. ¿Y qué hay de mí? Gritó Valeria. ¿Qué hay de lo que yo quiero? ¿Qué hay de mi derecho a tener una familia que no esté obsesionada con un fantasma? Diego la miró como si fuera una extraña. Tu derecho, Valeria.

Esos son niños pequeños que perdieron a su madre. Tu papel es ayudarlos a sanar, no torturarlos. No es mi trabajo sanar a los hijos de otra mujer. Valeria estaba completamente descontrolada. Ahora me casé contigo, no con el legado de Elena. Te casaste con nosotros, con mis hijos y conmigo. Si no podías aceptar eso, ¿aceptar qué? Aceptar vivir en una casa llena de fotos de otra mujer.

Aceptar que cada vez que me miras deseas que fuera ella. Valeria se acercó a él con furia. Soledad tenía razón. Si los odio. Odio todo lo que representan. Diego sintió como si le hubieran dado una bofetada. Soledad. Soledad. Estaba diciendo la verdad. Por supuesto que estaba diciendo la verdad y fue muy fácil hacerte dudar de ella.

Valeria se rió amargamente. Un par de pastillas plantadas, algunas lágrimas fingidas y inmediatamente asumiste que ella estaba loca. Plantaste esas pastillas. Era la única manera de librarme de ella. Esa mujer estaba protegiéndolos demasiado. No podía seguir con mis planes mientras ella estuviera aquí. Diego sintió náuseas.

¿Qué planes? hacer que la vida de esos niños fuera tan miserable que tú decidieras que estarían mejor viviendo con otros parientes. Lejos de nosotros, lejos de mí. ¿Estás enferma? Estoy siendo práctica. Valeria se dirigió hacia la ventana. ¿Crees que quiero pasar el resto de mi vida criando a los hijos de otra mujer? Entonces, vete.

¿Qué? Vete de mi casa ahora. Valeria se volteó hacia él con una sonrisa cruel. Okay. Me vas a divorciar porque tengo noticias para ti, Diego. Estoy casada contigo bajo régimen de sociedad conyugal. Tengo derecho a la mitad de todo lo que posees. Tenemos un acuerdo prenupsial que puede ser impugnado en los tribunales, especialmente cuando le cuente al juez cómo me estás abandonando sin justificación. Sin justificación. Diego sacó su teléfono.

Tengo horas de grabaciones de ti abusando de mis hijos. Eso es más que justificación suficiente. La sonrisa de Valeria se desvaneció. Esas grabaciones no son completamente legales. Esta es mi casa y tengo derecho a grabar lo que pasa en ella. Diego marcó el número de su abogado. Mientras esperaba que contestara, le dijo a Valeria, “Tienes una hora para empacar lo esencial.

El resto de tus cosas te las enviaré después. No puedes hacer esto. Puedo y lo voy a hacer.” La llamada se conectó. Roberto, soy Diego Herrera. Necesito que vengas a mi casa inmediatamente. Tengo evidencia de abuso infantil y necesito iniciar procedimientos de divorcio. Mientras Diego hablaba con su abogado, marcó otro número, el de soledad.

El teléfono sonó varias veces antes de que contestara. Su voz sonaba cansada y derrotada. Señor Diego Soledad, necesito que regreses a casa inmediatamente. Señor, yo tenías razón, sobre todo, Valeria. Valeria ha estado abusando de los niños exactamente como dijiste. Hubo silencio del otro lado de la línea. Soledad, ¿sigues ahí? Sí, señor. Tengo pruebas, grabaciones.

Lo siento mucho por no haberte creído. Los niños te necesitan. Yo yo también te necesito. Los niños están bien. No, no están bien, pero van a estar mejor cuando regreses. Diego miró hacia el jardín donde Mateo y Sebastián seguían jugando en silencio. ¿Puedes venir hoy? Sí, señor. Voy para allá. Dos horas después, Soledad estaba parada en la puerta de la casa.

Diego corrió a recibirla, seguido por los gemelos que habían escuchado su voz. “Tía Sol!” Gritaron los niños corriendo hacia ella. Soledad se arrodilló y los abrazó fuertemente, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Mis niños hermosos, los extrañé tanto. ¿Ya no te vas a ir?, preguntó Sebastián. No, mi amor, nunca más me voy a ir. Diego se acercó a ellos.

Soledad, quiero pedirte perdón formalmente. No solo por no haberte creído, sino por haber puesto en peligro a mis hijos por mi ceguera. Señor Diego, no, déjame terminar. Diego se agachó junto a ellos. Tú salvaste a mis hijos. Cuando yo fallé en protegerlos, tú estuviste ahí. Cuando no pude ver lo que estaba pasando en mi propia casa, tú luchaste por ellos.

Soledad, no sabía qué decir. También quiero ofrecerte algo, continuó Diego. Voy a arreglar tu situación legal permanentemente y quiero duplicar tu salario. Pero más importante que eso, quiero que sepas que eres parte de esta familia. No eres solo una empleada. Eres la persona que mantuvo a mis hijos seguros cuando yo no pude hacerlo. De verdad, de verdad.

Diego miró hacia los niños. ¿Quieren contarle a Soledad lo que realmente pasó esta semana? Mateo miró hacia la casa, asegurándose de que Valeria no estuviera cerca. La tía Mala dijo cosas feas sobre mamá Elena. ¿Qué tipo de cosas? Que no nos amaba. Que por eso se murió. Sebastián comenzó a llorar.

Pero no es cierto, ¿verdad, tía Sol? Por supuesto que no es cierto, mi amor. Su mamá Elena los amaba más que a nada en el mundo y nos obligó a decir que éramos niños malos”, añadió Mateo. “Y que si le contábamos a papá, tú te ibas a ir para siempre como mamá Elena”. Diego cerró los ojos, sintiendo el peso total de su fracaso como padre. “Lo siento mucho, niños.

” Papá cometió un error muy grande, “pero ya se fue la tía mala.” dijo Sebastián, “¿Verdad?” Sí, mi amor, ya se fue y nunca va a regresar. En ese momento, Valeria apareció en la entrada con dos maletas, seguida por el abogado de Diego. Su rostro era una máscara de furia y humillación. Esto no se va a quedar así, le dijo a Diego mientras pasaba. Vas a lamentarte de esto.

La única cosa de la que me lamento, respondió Diego, es no haber visto tu verdadera naturaleza antes. Valeria se detuvo frente a Soledad. Disfrutaste tu pequeña victoria, ¿verdad? No fue una victoria”, respondió Soledad calmadamente. “Fue proteger a unos niños inocentes. Estos niños van a arruinar tu vida también”, Siseo Valeria. “Van a consumir todo tu tiempo, toda tu energía y nunca vas a recibir nada a cambio.

Eso es donde te equivocas”, dijo Soledad abrazando más fuerte a los gemelos. Ya he recibido todo lo que necesito. Después de que Valeria se fue, Diego Soledad y los niños se sentaron en la sala para hablar sobre lo que había pasado. Niños, dijo Diego, quiero que sepan que nada de lo que pasó esta semana fue culpa de ustedes.

Los adultos a veces cometen errores muy grandes y yo cometí el más grande de todos al no protegerlos. ¿La tía mala va a regresar?, preguntó Mateo. No, mi amor, nunca va a regresar. Y tía Sol se va a quedar. Tía Sol se va a quedar todo el tiempo que ella quiera quedarse. Para siempre, dijo Soledad firmemente. Me voy a quedar para siempre. Tres meses después, la casa había encontrado una nueva normalidad.

Valeria había firmado los papeles de divorcio después de que su abogado le explicó que las grabaciones hacían imposible impugnar el acuerdo prenupsial. se fue con una compensación mínima y una orden de restricción que le prohibía acercarse a la familia.

Soledad no solo tenía su estatus legal regularizado, sino que Diego había traído a Lucía a vivir con ellos. La adolescente estaba inscrita en una de las mejores escuelas privadas de la ciudad y había florecido en su nuevo ambiente. Los gemelos habían comenzado terapia con una psicóloga especializada en trauma infantil. Lentamente estaban recuperando su alegría natural. Ya no tenían pesadillas constantes.

Habían dejado de hacer pipi en la cama y habían comenzado a llamar a Soledad cariñosamente tía Sol, incluso delante de extraños. Diego había hecho cambios drásticos en su vida laboral. Rechazó todos los viajes que requerían más de una noche fuera de casa, delegó más responsabilidades a su equipo y se aseguró de estar presente para las cenas familiares y las actividades de los niños.

Una tarde de domingo, Diego estaba en su oficina en casa cuando escuchó risas viniendo del jardín. Se asomó por la ventana y vio a Soledad jugando fútbol con los tres niños, Mateo, Sebastián y Lucía. Los gemelos se veían genuinamente felices por primera vez desde la muerte de Elena. Lucía, quien inicialmente había estado nerviosa por mudarse a una casa tan grande con una familia que no conocía, había encontrado en los gemelos a los hermanos menores que nunca había tenido.

Y en Diego había encontrado una figura paterna que respetaba su inteligencia y apoyaba sus sueños académicos. Pero era Soledad quien había sido la verdadera arquitecta de esta nueva familia. Había tomado cuatro personas heridas por diferentes traumas y las había tejido juntas con paciencia, amor y una determinación inquebrantable de proteger a los más vulnerables.

Diego observó como Sebastián corrió hacia Soledad después de anotar un gol, como ella lo levantó y lo hizo girar en el aire mientras él se reía con pura alegría. Era la misma risa que había tenido antes de que Elena muriera, antes de que Valeria llegara a sus vidas. pensó en todo lo que había estado a punto de perder. Si Soledad no hubiera tenido el valor de enfrentarse a él esa noche.

Si no hubiera estado dispuesta a arriesgar todo por el bienestar de sus hijos, ¿dónde estarían ahora? Mateo y Sebastián podrían haber quedado permanentemente dañados por el abuso psicológico de Valeria. Él podría haber seguido ciego a la verdad hasta que fuera demasiado tarde. Papá. Mateo había entrado a la oficina sin que Diego lo notara. ¿Vienes a jugar con nosotros? Por supuesto, mi amor. Mientras caminaban hacia el jardín, Mateo tomó su mano.

Papá, tía Sol se va a casar algún día y se va a ir a vivir a otra casa. Diego miró hacia Soledad, quien estaba enseñándole a Lucía cómo patear la pelota con más fuerza. No lo sé, Mateo. ¿Por qué preguntas? Porque no quiero que se vaya. Ella nos cuida como mamá Elena nos cuidaba. Diego se agachó junto a su hijo. ¿Sabes qué? A mí tampoco me gustaría que se fuera.

¿Crees que si le preguntamos muy bonito se quede para siempre? Diego sonró. Creo que Soledad ya decidió quedarse para siempre, pero podemos preguntarle para estar seguros. Se unieron al juego en el jardín. Lucía estaba explicándole estrategias de fútbol a Sebastián con la seriedad de una entrenadora profesional.

Soledad arbitraba el partido con imparcialidad fingida, favoreciendo secretamente al equipo que más necesitaba ayuda en cada momento. Cuando el sol comenzó a ponerse y entraron a la casa para la cena, Diego se quedó un momento en el jardín con soledad. “Gracias”, le dijo simplemente. “¿Por qué, señor Diego?” “Por no darte por vencida con mis hijos. por no darte por vencida conmigo.

Diego miró hacia la casa donde podía ver a los tres niños a través de la ventana de la cocina riendo mientras preparaban la mesa para cenar por salvar a nuestra familia. Soledad sonríó. No la salvé yo, señor, la salvamos todos juntos. ¿Sabes qué? ¿Qué? Creo que ya es hora de que me llames Diego. Somos familia después de todo.

Soledad asintió con lágrimas de felicidad en los ojos. Está bien, Diego. Mientras entraban a la casa juntos, Diego se dio cuenta de que había encontrado algo que no sabía que estaba buscando. No solo una empleada doméstica, no solo una niñera, sino una verdadera compañera en la crianza de sus hijos.

Alguien que los amaba tanto como él, alguien que estaba dispuesta a luchar por ellos sin importar las consecuencias. La casa se llenó de nuevo con sonidos de una familia feliz. Conversaciones durante la cena, risas mientras lavaban los platos, el murmullo suave de historias siendo leídas antes de dormir. Y esa noche, cuando Diego tacta los gemelos en sus camas, Sebastián le hizo una pregunta que le llenó el corazón de paz.

Papá, ¿mañana tía Sol va a seguir aquí cuando despertemos? Sí, mi amor, mañana y todos los días después de eso. ¿Lo prometes? Lo prometo. Y mientras apagaba las luces del cuarto de los niños, Diego supo que era una promesa que podría cumplir, porque había aprendido que las familias no siempre se forman por sangre o matrimonio.

A veces se forman por amor, protección y la decisión consciente de personas buenas de cuidarse unas a otras. En el cuarto de al lado podía escuchar a Soledad ayudando a Lucía con su tarea de matemáticas. Era el sonido de una familia que había encontrado su camino de vuelta a la felicidad.

Y por primera vez en años, Diego se durmió esa noche, sabiendo que sus hijos estaban verdaderamente seguros. tentar nuevamente.