Capítulo I: El Inicio de Todo
La lluvia caía con fuerza aquella tarde en el pequeño pueblo de San Ricardo. Las gotas repiqueteaban sobre los techos de teja y las calles de piedra mojada. En medio del bullicio del mercado que comenzaba a cerrar, un grito resonó entre los puestos vacíos y los pocos peatones que apresuraban el paso:
—¡Nada quiero de ti! ¡No quiero verte nunca más! ¡Sal de mi vida, ya no más hipocresía! —gritó Ernesto, con la voz temblorosa, no de miedo, sino de rabia contenida.
Lorena, frente a él, no supo qué decir. Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante, pero no dijo una sola palabra. Su vestido blanco, ya empapado, pegado a su cuerpo como la culpa a su alma, parecía más una declaración de duelo que una prenda de verano.
Ernesto y Lorena se conocieron seis años antes, en una fiesta patronal. Él, maestro de primaria; ella, recién llegada al pueblo, enfermera del nuevo centro de salud. Ella había quedado huérfana desde joven y vivía sola con su hermana menor, Paula. Ernesto vivía con su madre, doña Marta, mujer estricta y de principios duros.
Desde la primera vez que la vio bailar al ritmo del conjunto norteño, Ernesto supo que Lorena no era como las demás. Era libre, sonriente, con una mirada profunda y dulce. Ella también notó algo en él: esa mezcla de timidez y honestidad que ya no se veía en los hombres de la ciudad.
Comenzaron a salir. Cartas, paseos al río, visitas furtivas los domingos. El pueblo murmuraba, pero ellos seguían. Se amaban de verdad, o eso creían.
Capítulo II: Las Sombras de la Duda
Pasaron los años. Vivían juntos, aunque nunca se casaron por la oposición de doña Marta, que no confiaba en Lorena. Pero Ernesto, decidido, le construyó una casa pequeña en la parcela que había heredado de su padre. Allí vivieron en una especie de paz rota por discusiones cada vez más frecuentes.
Lorena empezó a llegar tarde. Decía que era por turnos extendidos en el hospital. Ernesto se lo creyó al principio. Pero los rumores comenzaron a crecer. Que si la habían visto con Julián, el nuevo doctor; que si se escribía con un ex de la ciudad.
Paula, la hermana de Lorena, le advirtió una noche: —Hermana, ten cuidado. El pueblo no perdona, y menos mamá Marta.
Pero Lorena, cansada del control, de las sospechas, de las carencias, respondió con un suspiro: —Yo solo quiero sentirme viva otra vez.
Capítulo III: La Caída
Un día, Ernesto encontró un celular escondido en una bolsa del armario. No era de Lorena ni de Paula. Lo abrió. Ahí estaban los mensajes: audios, fotos, palabras dulces que no eran para él.
“Te extraño, Julián.”
“Hoy duermo con él, pero pienso en ti.”
Las manos le temblaban. La sangre se le fue a los pies. El mundo giró. No dijo nada en ese momento. Solo colocó el teléfono donde estaba y esperó.
Esa noche la miró con una frialdad desconocida. Lorena lo notó, pero pensó que era otra discusión más. No sabía que ese sería el principio del final.
Capítulo IV: El Estallido
Pasaron dos días en silencio, hasta que llegó la tarde de la lluvia. Ernesto la siguió hasta la plaza, donde ella se encontró con Julián. Se abrazaron rápido, como temiendo ser vistos. Pero ya era tarde. Ernesto los miró desde la otra acera.
Cruzó la calle empapado, sin importar el tráfico ni la lluvia. Los enfrentó ahí mismo.
—Así que era verdad —dijo con voz rota.
Lorena intentó explicarse, pero Ernesto no la dejó hablar.
—Nada quiero de ti. No quiero verte nunca más. Sal de mi vida. Ya no más hipocresía.
El pueblo se detuvo. Todos lo vieron marcharse bajo la lluvia, como un fantasma que se despide del amor y la dignidad al mismo tiempo.
Capítulo V: Después del Trueno
Lorena regresó sola a la casa esa noche. Empacó sus cosas y se fue. Ernesto, días después, vendió la parcela. Se fue a vivir a otro pueblo, donde reanudó su trabajo como maestro. No volvió a hablar del tema. Nunca volvió a confiar.
Lorena, dicen, se fue a vivir con Julián a la ciudad, pero no duraron. Ella volvió a San Ricardo dos años después, sola, cabizbaja, cuidando a su hermana enferma. Pasaba frente a la vieja casa, ahora abandonada, y bajaba la mirada cada vez.
Capítulo VI: Recuerdos y Reflexiones
Los días pasaron, y el eco de aquel grito seguía resonando en la mente de Ernesto. La lluvia había cesado, pero el dolor persistía en su corazón. Se sentaba en la pequeña casa que ahora habitaba, mirando por la ventana y recordando los momentos felices que había compartido con Lorena.
Las risas en el río, las cartas llenas de promesas, los sueños de un futuro juntos. Pero todo eso se había desvanecido como el humo. La soledad se convirtió en su única compañera.
A veces, se encontraba en el mercado, comprando frutas o verduras, y veía a Lorena de lejos, con su hermana. Su corazón se aceleraba, pero nunca se atrevería a acercarse. ¿Qué podría decirle?
—Hola, ¿cómo has estado? —No, eso no funcionaría.
—¿Te perdono? —Tampoco.
Así que optaba por dar la vuelta y evitarla, como si su presencia pudiera quemarle la piel.
Capítulo VII: La Vida Continúa
Lorena, por su parte, intentaba reconstruir su vida en San Ricardo. Había regresado para cuidar de Paula, quien había caído enferma. La vida no le había sido fácil, y cada día era una lucha. La culpa la perseguía como una sombra, recordándole lo que había perdido.
A pesar de sus esfuerzos, las miradas de la gente la seguían. Algunos la miraban con compasión, otros con juicio. El pueblo no olvidaba fácilmente.
Una tarde, mientras paseaba con Paula por el parque, se encontró con una antigua amiga de la escuela.
—Lorena, ¡cuánto tiempo sin verte! —dijo la mujer, con una sonrisa forzada.
—Sí, he estado ocupada. —Lorena intentó devolver la sonrisa, pero le costó.
—He oído que volviste con Julián. ¿Es cierto?
Lorena sintió que el estómago se le revolvía.
—No, ya no estamos juntos.
La mujer la miró con sorpresa, pero no dijo nada más. Lorena sabía que el pueblo ya había hablado, que las habladurías volaban más rápido que la verdad.
Capítulo VIII: El Encuentro Inesperado
Un día, mientras Lorena estaba en el mercado, sintió una mirada familiar. Al girar, se encontró con Ernesto, que estaba comprando verduras. El tiempo pareció detenerse.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido.
—Hola —dijo Ernesto, finalmente, con voz grave.
—Hola —respondió Lorena, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
No había rencor en su mirada, pero tampoco había amor. Solo un vacío que una vez fue lleno de pasión y esperanza.
—¿Cómo estás? —preguntó él, aunque sabía que la respuesta no sería fácil.
—Luchando. Cuidando a Paula. —Su voz sonó más fuerte de lo que esperaba.
Ernesto asintió, sintiendo un nudo en la garganta.
—Me alegra saber que estás bien.
Ambos sabían que no podían seguir hablando de esa manera. Había demasiadas heridas abiertas, demasiados recuerdos dolorosos. Así que, tras unos segundos de silencio incómodo, se despidieron con un gesto y se alejaron.
Capítulo IX: La Búsqueda de la Paz
Pasaron los meses y la vida continuó en San Ricardo. Lorena dedicó su tiempo a cuidar de Paula y a trabajar en el hospital. Aprendió a vivir con el dolor de su pasado, pero siempre había una parte de ella que anhelaba la paz.
Ernesto, por su lado, trataba de encontrar un nuevo propósito en su vida. Comenzó a involucrarse en actividades comunitarias, enseñando a los niños del pueblo y ayudando en la organización de eventos. Pero, a pesar de sus esfuerzos, había un vacío que no podía llenar.
Una noche, mientras se sentaba en su salón, miró por la ventana hacia la lluvia que caía. Recordó el grito que había lanzado aquella tarde y cómo había cerrado la puerta a su corazón.
—Quizás debería intentar hablar con ella de nuevo —pensó, pero la idea le daba miedo. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo podría enfrentar el dolor que ambos habían causado?
Capítulo X: La Decisión
Finalmente, un día decidió que debía intentarlo. No podía seguir viviendo en el pasado, y quizás, solo quizás, podría encontrar una forma de sanar. Así que se armó de valor y fue a buscar a Lorena.
La encontró en el hospital, atendiendo a un paciente. La vio concentrada, con la misma dedicación que siempre había tenido. Cuando ella lo vio, su expresión cambió.
—Ernesto, ¿qué haces aquí? —preguntó, sorprendida.
—Quería hablar contigo. —Él sintió que el corazón le latía con fuerza.
—No creo que sea una buena idea. —Lorena intentó evitarlo, pero él la detuvo.
—Por favor, solo un momento.
Ella lo miró a los ojos y, en ese instante, supo que no podía rechazarlo.
Capítulo XI: La Conversación
Se sentaron en un banco del parque cercano. La lluvia había cesado, y el aire fresco hacía que todo pareciera más claro.
—Lo siento, Lorena. —Ernesto comenzó, con la voz temblorosa—. Lo siento por lo que pasó.
—Yo también lo siento. —Lorena se sintió aliviada al escuchar esas palabras.
—No sé si alguna vez podré perdonarte, pero estoy dispuesto a intentarlo.
—No espero que lo hagas. Solo quiero que sepas que nunca quise herirte.
Ambos se miraron en silencio, sintiendo el peso del pasado, pero también una ligera esperanza.
—¿Y ahora qué? —preguntó Lorena, con tristeza en la voz.
—No lo sé. Pero creo que debemos aprender a vivir con esto.
Capítulo XII: La Sanación
Con el tiempo, la relación entre Ernesto y Lorena comenzó a cambiar. No era un regreso a lo que habían sido, pero sí un intento de construir una nueva conexión. Se encontraron en el parque varias veces, hablando de sus vidas, de sus sueños y de sus miedos.
Ambos se dieron cuenta de que el amor que una vez compartieron había cambiado, pero no había desaparecido por completo. Era una chispa tenue, pero aún estaba allí.
Lorena, al ver a Ernesto tan dedicado a sus alumnos, comenzó a admirarlo nuevamente. Y Ernesto, al escuchar las historias de Lorena y su dedicación a su hermana, sintió que su corazón se abría poco a poco.
Capítulo XIII: El Nuevo Comienzo
Un día, mientras caminaban juntos, Lorena le dijo:
—Ernesto, creo que hemos pasado por mucho. Pero me gustaría que intentáramos ser amigos.
Él sonrió, sintiendo que era un paso importante.
—Me encantaría.
Así, comenzaron a verse con más frecuencia, compartiendo risas y recuerdos. La lluvia ya no era un símbolo de dolor, sino de renovación.
Capítulo XIV: Reflexiones de una Nueva Vida
Con el tiempo, Lorena logró cuidar de Paula y, con el apoyo de Ernesto, se sintió más fuerte. Ambos aprendieron a dejar el pasado atrás y a construir un futuro más brillante.
Ernesto, por su parte, se dio cuenta de que la vida era demasiado corta para guardar rencores. Aprendió a perdonar, no solo a Lorena, sino también a sí mismo.
Capítulo XV: El Cierre de un Ciclo
La vida en San Ricardo continuó, y aunque las cicatrices del pasado siempre estarían presentes, también lo estaba la esperanza. Ernesto y Lorena encontraron una nueva forma de relacionarse, basada en el respeto y la amistad.
Ambos se dieron cuenta de que, aunque el amor romántico había cambiado, la conexión que habían compartido nunca se rompería del todo.
Y así, bajo la lluvia o el sol, aprendieron a vivir con sus recuerdos, a abrazar su historia y a seguir adelante, cada uno en su camino, pero con el corazón un poco más ligero.
Fin.
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