Necesito una esposa falsa por 30 días”, le dijo a la empleada. Pero lo que pasó después, Diego Santa María Vega cerró los números del cuarto trimestre cuando su teléfono vibró sobre el escritorio de cristal. El nombre del licenciado Morales apareció en la pantalla. El mismo abogado que había

manejado los asuntos de su abuela durante décadas. Buenas tardes, Diego.
Necesito verte urgentemente. Se trata del testamento de tu abuela. La reunión fue breve y demoledora. La cláusula 7B del testamento de doña Elena Santa María establecía con meridiana claridad que si Diego no contraía matrimonio en los próximos 28 días, perdería la hacienda a los agaves.

La propiedad pasaría automáticamente a su prima Carmen Morales Herrera. Licenciado, esto tiene que ser una broma. Tu abuela fue muy específica. Decía que un hombre de 34 años sin familia no podía valorar el verdadero significado de un patrimonio centenario. Diego salió del despacho con una copia

del testamento entre las manos.
26 días en la autopista hacia Jalisco, los recuerdos se agolparon como fantasmas. Los veranos de su infancia corriendo entre las plantas de age. El aroma del coamil recién cortado, las manos arrugadas de la abuela, enseñándole a distinguir el aguro del tierno. Todo eso había quedado atrás cuando se

mudó a la capital para estudiar finanzas. La hacienda los agabes se extendía por 300 haáreas en las tierras altas de Tequila.
Al cruzar el portón principal, Diego notó que varias estructuras necesitaban reparaciones. El techo de la destilería mostraba tejas sueltas y la cerca del corral tenía postes torcidos. Sin embargo, los campos de agucían impecables, ordenados en hileras perfectas que se perdían en el horizonte.

Estacionó la camioneta junto a la casa grande y caminó hacia la entrada principal.
Voces llegaban desde la cocina mezclándose con el sonido de ollas y sartenes. Una mujer dirigía las tareas con voz firme pero cálida. Señora Marta, el pozole necesita más orégano y recuerde que don Ramiro no puede comer chile. Prepárele su porción aparte. Diego se asomó discretamente. Una joven de

27 años organizaba la preparación de la comida para los trabajadores.
Llevaba una blusa beige atada al frente y jeans que se ajustaban a su figura. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una coleta práctica con algunos mechones sueltos enmarcando su rostro. La mujer se dirigió hacia el fregadero, donde esperaba una montaña de platos y ollas. Al inclinar sobre

el lavabo, su blusa se humedeció ligeramente en el vientre.
Tomó cada utensilio con cuidado, frotándolo hasta dejarlo impecable. “Buenos días, usted debe ser Diego.” Él se sobresaltó. La mujer se había volteado sin hacer ruido, secándose las manos con un trapo de cocina. “Esperanza Flores para servirle. Administró la casa desde hace 5 años.” Diego, mucho

gusto.
Su abuela hablaba mucho de usted. Decía que algún día regresaría para quedarse. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Esperanza regresó al fregadero mientras Diego observaba cómo manejaba cada detalle de la cocina con precisión matemática. Conocía exactamente dónde estaba cada ingrediente,

cuánto tiempo necesitaba cada platillo y qué preferencias tenía cada trabajador.
Los destiladores reportaron que la partida 347 ya está lista para el segundo reposo. Continuó Esperanza sin dejar de lavar. Don Aurelio dice que el sabor está perfecto, pero sugiere aumentar el tiempo de fermentación en dos días para la próxima producción. Usted entiende de tequila. Mi papá trabajó

aquí 30 años antes de que yo naciera.
Crecí entre estos ages. Diego había olvidado la complejidad del proceso de producción. En la ciudad, el tequila era simplemente una bebida más en los bares de moda. Aquí representaba tradición, conocimiento generacional y sustento para decenas de familias. ¿Cuántos trabajadores tenemos actualmente?

43 en temporada alta, 31 el resto del año, todos con seguro médico y aguinaldo completo, como estableció su abuela.
El sonido de llantas sobre Grava interrumpió la conversación. Diego miró por la ventana y vio una camioneta BMW blanca estacionándose junto a la suya. Carmen Morales Herrera bajó del vehículo luciendo un traje sastre color beige y tacones completamente inadecuados para el terreno rural. Buenos

días, primo querido.
Carmen entró a la cocina sin esperar invitación, examinando el espacio con mirada calculadora. Esperanza, prepara café para tres. Ordenó sin mirar a la mujer. En realidad vine solo por unas horas, respondió Diego. Perfecto, entonces tenemos tiempo para hablar de negocios. Ya contacté a los

desarrolladores de Guadalajara. Están dispuestos a pagar 50 millones de pesos por toda la propiedad.
Carmen sacó unos planos de su bolsa y los extendió sobre la mesa de madera. Mira esto, Diego. Un complejo hotelero de lujo con 200 habitaciones, tres restaurantes, spa, campo de golf y centro de convenciones. Los turistas extranjeros pagan fortunas por la experiencia auténtica mexicana. ¿Y qué pasa

con los trabajadores? Encontrarán otros empleos. El progreso requiere sacrificios.
Esperanza había dejado de lavar los platos. Sus manos permanecían inmóviles dentro del agua jabonosa, pero Diego notó la tensión en sus hombros. Los agabes tardan 8 años en madurar, Carmen. Esto no se puede reconstruir en otro lugar. Primo, seamos realistas. Tú vives en la capital, tienes tu empresa

de consultoría financiera.
¿De verdad planeas mudarte aquí para jugar al ranchero? La pregunta golpeó a Diego como un puñetazo. Carmen tenía razón en una cosa. Él había construido su vida lejos de la hacienda, pero verla reducida a números en una hoja de cálculo le revolvía el estómago. Los desarrolladores necesitan una

respuesta antes del viernes continuó Carmen.
Si esperamos más tiempo, la oferta podría reducirse. No voy a vender, Carmen. Entonces será mejor que encuentres esposa muy pronto, primo, porque en 25 días la decisión ya no será tuya. Carmen recogió los planos y se dirigió hacia la salida. Se detuvo junto a Esperanza y bajó la voz. Espero que

entiendas que los nuevos dueños van a necesitar personal más calificado.
Salió de la cocina dejando el aroma de su perfume francés, mezclándose con el olor a masa de tortillas. El motor de la BMW se alejó por el camino de Grava mientras Diego permanecía inmóvil junto a la mesa. Esperanza había regresado al fregadero. Sus movimientos eran más bruscos ahora, restregando

una olla de barro con más fuerza de la necesaria.
Realmente no piensa vender, preguntó sin voltear. No lo sé, respondió Diego, pero no a esos buitres. En el silencio que siguió, solo se escuchaba el agua corriendo y el sonido distante de los trabajadores preparando el almuerzo. Diego observó las manos de esperanza, enrojecidas por el agua caliente,

pero firmes y decididas.
En esos dedos residían 5 años de cuidar la casa de su abuela, de preservar tradiciones que él había abandonado por las comodidades de la ciudad, 25 días para encontrar esposa o perder todo. La ironía no se le escapaba. El hombre que había convertido los números en su religión ahora dependía del

capricho romántico de una abuela muerta.
Tres días después, Diego regresó a la hacienda con una idea que lo había mantenido despierto toda la noche. Encontró a Esperanza en la cocina como si el destino hubiera conspirado para crear la escena perfecta. Ella estaba frente al fregadero lavando los platos del desayuno de los trabajadores.

Su blusa beige se había humedecido nuevamente en la parte del vientre y algunos mechones de cabello se habían escapado de su coleta. Esperanza, necesito hablar contigo. Ella no levantó la vista de los platos. Si viene a despedirme antes de que llegue su prima, ahórrese las palabras bonitas. Ya sé

que los de la ciudad prefieren empleados que no hagan preguntas.
No vengo a despedirte, vengo a proponerte algo. Esperanza detuvo sus manos dentro del agua jabonosa y se volteó. Sus ojos oscuros lo estudiaron con la misma desconfianza que reservaba para los compradores de agaban ofreciendo precios ridículos. ¿Qué tipo de propuesta? Diego respiró profundo.

Las palabras que había ensayado durante el viaje se desvanecieron como el rocío matutino. Necesito una esposa falsa por 30 días. El silencio llenó la cocina como humo espeso. Esperanza parpadeo varias veces como si hubiera escuchado mal. Perdón. El testamento de mi abuela dice que tengo que estar

casado para heredar la hacienda. Es la única manera de mantener a Carmen alejada.
Esperanza regresó al fregadero y tomó un plato con más fuerza de la necesaria. Así que el señor ejecutivo de la capital necesita comprar una esposa como quien compra ganado. No es así, Esperanza. Entonces, ¿cómo es? Voy a ser su empleada de día y su esposa de mentira de noche? La amargura en su voz

cortó más profundo que cualquier navaja. Diego se acercó al fregadero, manteniéndose a una distancia prudente.
Escúchame. Si me caso contigo, salvo la hacienda. Si salvo la hacienda, salvo los empleos de 43 personas, incluyendo el tuyo. ¿Y qué gano yo, además de ser la comidilla del pueblo? Una casa propia en Guadalajara, Tequila o donde quieras, completamente pagada. Esperanza dejó caer el plato dentro del

agua, salpicando jabón sobre el delantal.
Los hombres como usted siempre creen que el dinero arregla todo. No todos somos iguales. Mi padre trabajó 30 años para el suyo. Nunca le dieron ni las gracias cuando se lastimó la espalda cargando costales de age. Murió sin poder pagar sus medicinas. Diego sintió el peso de los errores familiares

que no eran suyos, pero que llevaba como herencia.
Mi abuela siempre habló de tu padre con respeto. Su abuela era diferente. Pero usted creció en la ciudad con escuelas privadas y universidades caras. Para usted somos peones intercambiables. Esperanza se quitó el delantal y lo colgó en un gancho junto a la ventana. Caminó hacia la mesa donde habían

quedado algunas tortillas de la mañana.
¿Sabe cuánto tiempo llevo soñando con tener mi propia tierra? Desde que tengo uso de razón, cada peso que he ahorrado en estos 5 años era para comprar aunque fuera media hectárea. ¿Cuánto has ahorrado? 120,000 pesos. ¿Sabe cuánto cuesta una hectárea en esta región? 800,000.

A este paso voy a tener 60 años cuando pueda comprar mi primer pedacito de Jalisco. La frustración en su voz era tan real como el aroma amasa que flotaba en el aire. Diego comprendió que no estaba hablando con una empleada buscando oportunidades, sino con una mujer que había convertido la tierra en

su religión. Te ofrezco 200,000 pesos además de la casa.
Esperanza masticó lentamente un pedazo de tortilla, como si el tiempo fuera su aliado más valioso. Y después de los 30 días nos divorciamos. Yo me quedo con la hacienda. Tú te quedas con tu casa y tu dinero. Cada quien por su lado. Tan fácil como comprar y vender maíz. Esperanza. No tengo otras

opciones. En 22 días, Carmen va a convertir este lugar en un hotel de lujo. Van a arrancar cada agabe.
Van a despedir a todos los trabajadores y van a enterrar 150 años de tradición bajo cemento y mármol. Ella caminó hacia la ventana que daba a los campos. Las plantas de agendían como soldados verdes hasta perderse en el horizonte. Si acepto, tengo condiciones. Diego sintió un rayo de esperanza

atravesándole el pecho. Te escucho. Primera.
Durante los tres meses siguientes, todas las decisiones sobre la hacienda se toman juntos. Nada de imposiciones desde la ciudad. 3 meses. Yo pensaba que después del matrimonio, segunda condición, todo se maneja según el ritmo de la tierra, no según sus prisas de ejecutivo. Los agabes no entienden

de juntas corporativas. De acuerdo. Tercera, quiero que me enseñe todo sobre el negocio.
Los contratos de exportación, los acuerdos con distribuidores, las cuentas bancarias, todo. Diego frunció el seño. ¿Para qué necesitas saber eso? Si voy a arriesgar mi reputación en este teatro, necesito entender exactamente en qué me estoy metiendo. Tenía lógica. Esperanza no era una mujer que

tomara decisiones a ciegas. Está bien, pero también tengo mis condiciones.
Esperanza se volteó desde la ventana. Durante esos tres meses mantenemos las apariencias completamente. Si alguien pregunta, somos una pareja que se enamoró y decidió casarse rápido. Y si nos descubren, por eso necesito que actúes de manera convincente, nada de miradas frías o respuestas cortantes

cuando haya gente cerca. ¿Quiere que finja estar enamorada de usted? Quiero que finjamos estar enamorados el uno del otro.
Esperanza regresó a la mesa y se sentó frente a él. Sus ojos lo estudiaron como si fuera un caballo que estaba considerando comprar. ¿Algo más? Sí, esto es estrictamente un acuerdo comercial, nada de complicaciones románticas o emocionales. Por supuesto, yo no me enamoro de patrones.

La forma en que pronunció la palabra patrón sonó como un insulto elegante. Diego extendió su mano sobre la mesa. “Entonces tenemos un trato.” Esperanza miró la mano extendida durante varios segundos. Diego notó que sus dedos aún estaban ligeramente húmedos del fregadero y que llevaba un anillo

sencillo de plata en el dedo medio. 300,000 pesos, no 200.
Está bien. Y quiero la escritura de la casa a mi nombre desde el primer día, no después del divorcio. De acuerdo. Esperanza tomó su mano. Su piel era más suave de lo que Diego había imaginado, pero su apretón tenía la firmeza de alguien acostumbrado al trabajo duro. Trato hecho, señor Santa María.

Diego, por favor, si vamos a estar casados, usa mi nombre. Está bien, Diego, pero cuando estemos solos, las cosas regresan a ser como siempre. Por supuesto, soltaron las manos al mismo tiempo, pero Diego notó que sus dedos habían permanecido entrelazados un segundo más de lo necesario. ¿Cuándo

quiere que sea la boda? Entre más pronto, mejor. Mañana.
Esperanza rió por primera vez desde que se conocieron. El sonido era como agua fresca después de un día de trabajo bajo el sol. Los matrimonios no se organizan como las juntas de negocios, Diego. Necesitamos documentos, testigos, cita en el Registro Civil. ¿Cuánto tiempo necesitas? Una semana si

nos apuramos. Perfecto.
Al día siguiente, Diego se presentó en el registro civil de Tequila acompañado de esperanza. Ella había elegido un vestido sencillo color azul marino y zapatos bajos apropiados para caminar sobre las calles empedradas del pueblo. Mientras hacían fila para solicitar la fecha, una mujer de mediana

edad se acercó. Esperanza, hija, ¿no me vas a presentar a tu novio? Señora García.
Él es Diego Santa María, el nieto de doña Elena. La mujer examinó a Diego con curiosidad mal disimulada. ¿Y cuándo fue que se conocieron? Porque a Esperanza no le habíamos conocido ningún pretendiente. Nos conocimos hace varios meses respondió Diego antes de que Esperanza pudiera hablar.

Pero queríamos mantenerlo en privado hasta estar seguros. Qué romántico. ¿Y dónde se van a vivir después de casados? En la hacienda, por supuesto, respondió Esperanza tomando el brazo de Diego. Vamos a trabajar juntos en el negocio familiar. Cuando la mujer se alejó, Diego sintió que el brazo de

esperanza permanecía entrelazado con el suyo.
Era parte de la actuación, pero la calidez de su piel a través de la manga de la camisa le resultó sorprendentemente agradable. Esa tarde, mientras regresaban a la hacienda, Esperanza rompió el silencio. Carmen va a sospechar. ¿Por qué? Porque usted no parece un hombre enamorado.

¿Cómo se supone que parece un hombre enamorado? Para empezar, un hombre enamorado no maneja con las dos manos perfectamente alineadas en el volante como si fuera un examen de manejo. Diego relajó ligeramente su postura. Mejor así es un comienzo. El matrimonio civil se celebró un martes por la

mañana en el registro de Tequila.
Esperanza llevaba el mismo vestido azul marino y Diego un traje gris que había comprado el día anterior en Guadalajara. Los testigos fueron don Aurelio, el maestro destilador, y la señora Marta, la cocinera principal. La ceremonia duró 15 minutos. Cuando regresaron a la hacienda como marido y

mujer, encontraron a Carmen esperándolos en la sala principal junto a un hombre delgado vestido de traje negro. Felicidades, primitos.
Qué romántico fue todo, tan íntimo y privado. El hombre del traje se adelantó mostrando una identificación oficial, licenciado Vázquez, del Tribunal Superior de Jalisco. Traigo una orden judicial para realizar inspecciones periódicas que verifiquen la legitimidad de este matrimonio. Inspecciones de

qué, preguntó Diego.
Carmen sonrió como gato que había encontrado un ratón herido. Verán, algunos familiares han expresado dudas. sobre la autenticidad de esta unión. El tribunal determinó que durante los próximos 90 días se realizarán visitas sorpresa para confirmar que ustedes viven como esposos verdaderos. Esperanza

apretó la mano de Diego con fuerza suficiente para cortarle la circulación.
¿Qué significa exactamente vivir como esposos verdaderos?, preguntó ella. Compartir habitación, rutinas domésticas, demostrar conocimiento íntimo de los hábitos del cónyuge. Las inspecciones pueden ocurrir en cualquier momento del día o la noche. El licenciado entregó los documentos a Diego y se

marchó junto con Carmen, quien no pudo ocultar su satisfacción al ver las caras de pánico de los recién casados.
Esa noche, Diego subió a la recámara principal cargando una almohada y una manta. Voy a dormir en el sillón. No seas tonto. La cama es lo suficientemente grande para dos personas civilizadas. Esperanza ya se había puesto un camisón de algodón blanco que le llegaba hasta las rodillas. Sus piernas

desnudas se veían más largas de lo que Diego había imaginado.
¿Estás segura? Somos adultos, no 15añeros. Además, si llegan de madrugada y te encuentran en el sillón, nos descubren inmediatamente. Diego se cambió en el baño y regresó usando una camiseta y pantalones de pijama. Esperanza ya estaba acostada del lado derecho de la cama, de espaldas a él. Se metió

bajo las sábanas, manteniendo la mayor distancia posible. “Hay reglas”, dijo Esperanza sin voltear.
Nada de ronquidos, nada de patadas mientras duermes y nada de levantarte 15 veces al baño. Yo no ronco. Eso dicen todos los hombres que roncan. Diego despertó antes del amanecer con el sonido del gallo de la hacienda. Esperanza ya no estaba en la cama. La encontró en la cocina preparando café y

tortillas para el desayuno de los trabajadores. ¿A qué hora te levantaste? Las 5.
Los trabajadores desayunan a las 6 antes de salir a los campos. Siempre te levantas tan temprano todos los días desde que tengo 14 años. Diego se sirvió una taza de café y se sentó a observarla. Sus movimientos en la cocina tenían la precisión de una danza ensayada durante años. Sabía exactamente

dónde estaba cada ingrediente, cuánto tiempo necesitaba cada tortilla en el comal y cómo calcular las porciones para 40 personas. Ven conmigo”, dijo Esperanza después del desayuno.
“Si vamos a vivir juntos, necesitas entender cómo funciona realmente esta hacienda.” La primera parada fue la destilería, donde don Aurelio explicó el proceso completo de producción. Los agaves se cosechaban después de 8 años de crecimiento. Se cocían en hornos de mampostería durante 3 días, se

fermentaban en tinas de madera durante una semana y se destilaban dos veces en alambiques de cobre. El secreto está en la levadura, explicó el maestro destilador.
Tu abuela desarrolló una cepa única que lleva 30 años cultivándose aquí. Le da al tequila un sabor que no se puede imitar en ningún otro lugar. Diego probó el tequila directamente del alambique. El líquido transparente quemó su garganta, pero dejó un sabor complejo que evolucionaba en su boca

durante varios segundos.
¿Cuántas botellas producimos al año? 50,000 en buenas temporadas. respondió Esperanza. Pero podríamos llegar a 80,000 si modernizáramos algunos equipos. ¿Qué tipo de equipos? Una nueva desmenuzadora, tres tinas de fermentación adicionales y un sistema de filtrado más eficiente. Don Aurelio lo ha

estado pidiendo durante 2 años. ¿Cuánto costaría eso? 2 millones de pesos aproximadamente.
Diego había manejado presupuestos mucho más grandes en su empresa de consultoría, pero nunca para comprar maquinaria que olía a agado y funcionaba con las manos callosas de hombres que habían heredado el conocimiento de sus padres. Los días siguientes establecieron una rutina extraña, pero

funcional.
Diego despertaba a las 5 de la mañana, desayunaba con los trabajadores y pasaba las mañanas aprendiendo sobre cada aspecto de la producción. Las tardes las dedicaba a revisar contratos de exportación, cuentas por pagar y proyecciones de ventas junto con Esperanza. Ella le enseñó tradiciones

familiares que él había olvidado, cómo su bisabuelo había plantado los primeros agabes siguiendo las fases de la luna.
Como su abuelo había sobrevivido a la revolución escondiendo barricas de tequila en cuevas naturales, como su abuela había sido la primera mujer en obtener una denominación de origen para tequila premium. Una noche, mientras cenaban solos en la cocina, Esperanza le preguntó por qué había abandonado

la hacienda.
Mi padre quería que fuera contador o abogado, algo respetable en la ciudad. Decía que el campo era para gente sin educación. ¿Y qué piensas ahora? Que mi padre estaba equivocado. Esto requiere más conocimiento que cualquier oficina en la capital. Esperanza sonrió mientras servía más frijoles en el

plato de Diego.
Su abuela siempre decía que usted regresaría cuando entendiera que el dinero no se come. ¿Te habló mucho de mí? Cada semana preguntaba si usted había llamado. Cada Navidad ponía un lugar extra en la mesa por si aparecía de sorpresa. Diego sintió una punzada de culpa que le revolvió el estómago más

que el tequila sin reposar. Era una mujer muy sabia. Continuó Esperanza. Decía que los hombres necesitan perderse para encontrar su camino de regreso a casa.
Y las mujeres las mujeres nunca nos perdemos. Simplemente esperamos a que los hombres maduren lo suficiente para pedir direcciones. Diego rió a pesar de sí mismo. Esperanza tenía una manera de decir verdades incómodas que sonaban como bromas cariñosas. El viernes por la tarde llegó un inspector del

tribunal acompañado de un hombre que se presentó como detective privado.
Revisaron la recámara principal, examinaron el closet donde ahora colgaba la ropa de Diego junto a la de esperanza y preguntaron detalles sobre las rutinas domésticas de la pareja. ¿Qué desayuna su esposa los domingos?, preguntó el detective a Diego. Huevos rancheros con frijoles refritos y

tortillas de maíz. Café negro sin azúcar.
¿Cuál es el programa de televisión favorito de su marido?, le preguntaron a Esperanza. No ve televisión. Prefiere leer reportes financieros en la tablet antes de dormir. Las respuestas satisfieron a los inspectores, pero Diego notó que el detective tomaba fotografías discretas con una cámara

pequeña. Esa noche, mientras se preparaban para acostarse, Esperanza cerró las cortinas con más cuidado del habitual.
Ese detective me pone nerviosa. A mí también. Carmen no va a rendirse fácilmente. ¿Crees que sospechan algo? No lo sé, pero tenemos que ser más convincentes. ¿Qué quieres decir? Diego se había sentado en el borde de la cama para quitarse los zapatos. Esperanza se acercó y le puso una mano en el

hombro.
Los matrimonios reales tienen intimidad física, abrazos, besos, caricias casuales. Sus dedos acariciaron ligeramente su cuello. Diego sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire nocturno de Jalisco. Estás sugiriendo que solo cuando haya gente cerca para mantener las apariencias. Por

supuesto, solo por las apariencias.
Esperanza retiró la mano y se dirigió al baño. Diego permaneció sentado en la cama, sintiendo todavía el fantasma de sus dedos en la piel. Al día siguiente, mientras revisaban facturas de proveedores en la oficina de la hacienda, Carmen llegó sin avisar, acompañada del mismo detective. Buenos días,

tortolitos.
Solo vine a ver cómo va la vida matrimonial. se sentó sin esperar invitación y observó los documentos esparcidos sobre el escritorio. Qué romántico. Trabajando juntos en los negocios. Esperanza está aprendiendo sobre la administración, explicó Diego. ¿Para qué? ¿Acaso planea quedarse a cargo cuando

tú regreses a la capital? No voy a regresar a la capital.
Carmen intercambió una mirada significativa con el detective. En serio, ¿vas a abandonar tu empresa de consultoría para jugar al ranchero? Esta hacienda es mi prioridad ahora. Qué cambio tan drástico y tan conveniente. Después de que Carmen se marchó, Diego cerró la puerta de la oficina con seguro.

Esto es ridículo, Esperanza.
Estamos actuando como criminales en mi propia casa. Es su propia casa, pero también es nuestro matrimonio falso. Y Carmen huele la mentira como perro de casa. Tienes razón. Pero detesto tener que fingir cada segundo del día. ¿Tanto le molesta fingir estar casado conmigo? No es eso.

Es que este acuerdo comercial está volviendo más complicado de lo que pensé. Diego no notó el pequeño dispositivo de grabación que el detective había colocado bajo el escritorio durante la visita de Carmen. Las nubes comenzaron a acumularse sobre las montañas de Jalisco un miércoles por la tarde.

Don Aurelio observó el cielo desde la destilería y negó con la cabeza. Viene tormenta fuerte.
El río Santiago va a crecer como bestia hambrienta. Diego había aprendido a confiar en la sabiduría meteorológica del maestro destilador. Los hombres que habían vivido toda su vida en estas tierras leían el cielo como otros leían periódicos. ¿Qué tan grave puede ser? Esperanza apareció en la puerta

de la destilería con un radio de baterías en la mano.
El servicio meteorológico emitió alerta roja para toda la región. recomiendan evacuar las zonas cercanas al río. La primera gota cayó a las 6 de la tarde. Para las 8, la lluvia golpeaba el techo de la casa grande como tambores de guerra. Diego y Esperanza cenaron con el sonido constante del agua

corriendo por las canaletas y goteando en los recipientes que habían colocado bajo las goteras. “Nunca había visto llover así”, gritó Diego por encima del ruido.
“Esto no es nada”, respondió Esperanza. En el 85 llovió durante 4 días seguidos. El pueblo quedó incomunicado una semana. A las 10 de la noche, don Aurelio llegó corriendo a la casa empapado hasta los huesos. Patrón, tres muchachos se quedaron atrapados en el puente de piedra. El río ya subió 2 met

y sigue creciendo.
¿Quiénes son? Javier, Tomás y el hijo de Ramiro fueron a revisar el ganado de don Esteban y ya no pudieron regresar. Diego se puso las botas de ule y tomó una linterna de la cocina. ¿Dónde está ese puente? A 2 km río arriba. Pero, patrón, es muy peligroso. Las piedras están resbalosas y la

corriente arrastra troncos como proyectiles.
Esperanza apareció usando un impermeable amarillo y botas hasta las rodillas. Voy contigo. No, quédate aquí. Si algo me pasa, si algo te pasa, necesitas a alguien que conozca el río mejor que tú. Diego iba a protestar, pero la expresión en los ojos de esperanza no admitía discusión.

Salieron hacia la tormenta, seguidos por don Aurelio y otros dos trabajadores que habían llegado con cuerdas y linternas. El viento les golpeaba la cara como puñetazos helados. La lluvia caía con tal intensidad que apenas podían mantener los ojos abiertos. El camino hacia el río se había convertido

en un lodasal que amenazaba con tragarles las botas a cada paso. Cuando llegaron al puente, Diego comprendió la gravedad de la situación.
El río Santiago había crecido hasta convertirse en una bestia furiosa de agua marrón que arrastraba ramas, piedras y todo lo que encontraba a su paso. El puente de piedra, normalmente 3 m por encima del agua, ahora tenía las olas lamiendo sus bordes. En el centro del puente, tres figuras se

aferraban a las barandillas de hierro.
Las voces de los hombres se perdían entre el rugido del agua y el viento. “No van a aguantar mucho tiempo”, gritó don Aurelio. “Las piedras del puente ya se están aflojando.” Diego evaluó la situación como había aprendido a evaluar riesgos financieros, pero aquí no se trataba de números en una hoja

de cálculo, se trataba de vidas humanas. Necesitamos una cuerda desde este lado hasta el puente.
“¿Cómo vamos a cruzar esa corriente?”, preguntó uno de los trabajadores. Yo voy dijo Diego quitándose el impermeable. ¿Estás loco? El agua está helada y la corriente te va a arrastrar como rama seca. Esperanza le tomó del brazo. Soy buen nador. En la universidad formé parte del equipo. Eso era en

una alberca, no en un río enfurecido.
Diego se ató la cuerda alrededor de la cintura y probó el nudo tres veces. Si me pasa algo, no dejes que Esperanza haga ninguna tontería. Espera. Esperanza se acercó y le puso ambas manos en las mejillas. Sus ojos brillaban con una intensidad que Diego nunca había visto. Ten mucho cuidado. Antes de

que pudiera responder, ella lo besó. No fue un beso de actuación para convencer inspectores o detectives.
Fue un beso desesperado, lleno de miedo y algo más profundo que ninguno de los dos había querido reconocer. Diego se lanzó al agua helada. La corriente lo golpeó como un martillo, arrastrándolo río abajo hasta que la cuerda se tensó y lo jaló de vuelta. El frío le cortó la respiración y la fuerza

del agua amenazó con arrancarle los músculos de los huesos. Nadó contra la corriente usando toda su fuerza, luchando por cada metro.
Las piedras del fondo le raspaban las rodillas y un tronco pasó tan cerca de su cabeza que sintió la corteza rozarle el pelo. Cuando finalmente logró aferrarse al puente, los tres hombres atrapados lo miraron como si hubiera resucitado. Patrón, no debió arriesgarse por nosotros. Javier, el mayor de

los tres, tenía los labios morados del frío. Amárrate esta cuerda y salta.
Esperanza los va a jalar desde la orilla. Uno por uno, los hombres se lanzaron al agua furiosa. Diego los ayudó a amarrarse la cuerda y después nadó junto a ellos, guiándolos hacia la orilla, donde Esperanza y los demás trabajadores jalaban con todas sus fuerzas. El último en salir fue Diego.

Cuando finalmente tocó tierra firme, no tenía fuerzas ni para ponerse en pie.
Esperanza lo ayudó a caminar hasta la camioneta, temblando tanto que sus dientes sonaban como castañuelas. En la casa grande, Esperanza le preparó un baño caliente y le sirvió tequila añejo para entrar en calor. Diego se quedó en la tina durante 20 minutos, sintiendo como la vida regresaba

lentamente a sus músculos entumecidos. Cuando salió del baño envuelto en una toalla, encontró a Esperanza esperándolo en la recámara.
Había cambiado su ropa empapada por un camisón seco, pero su cabello aún goteaba agua sobre sus hombros. “Pensé que te iba a perder”, susurró Diego se acercó y le apartó un mechón húmedo de la cara. “No soy tan fácil de perder. Esta vez fue él quien la besó.” Sus labios habían a lluvia y a miedo

superado.
Esperanza respondió con una pasión que sorprendió a ambos, como si la tormenta hubiera lavado todas las mentiras que se habían dicho sobre la naturaleza de su matrimonio. Se besaron hasta que el frío desapareció de los huesos de Diego y hasta que Esperanza dejó de temblar. Cuando finalmente se

separaron, ambos sabían que algo había cambiado para siempre.
Diego, esto ya no es solo actuación. Lo sé. ¿Qué vamos a hacer? No lo sé, pero ya no podemos fingir que esto es solo un acuerdo comercial. Se quedaron dormidos, abrazados por primera vez desde que se casaron. Diego despertó con el cabello de esperanza, haciéndole cosquillas en el cuello y su brazo

rodeándole la cintura.
La tormenta había pasado, dejando el aroma a tierra mojada flotando por toda la casa. El desayuno transcurrió en un silencio cómodo. Se miraban con una complicidad nueva, como si compartieran un secreto que los demás no podían entender. Diego ayudó a Esperanza a servir las tortillas y ella le puso

miel de agirlo. A las 10 de la mañana, Carmen llegó acompañada del detective y un notario público.
Traía una carpeta de documentos bajo el brazo y una sonrisa que prometía problemas. Buenos días, primitos. Espero que hayan dormido bien después de tanta heroicidad nocturna. Se sentó en la sala principal y extendió varios papeles sobre la mesa de centro. Tengo información muy interesante sobre tu

esposa, Diego. Diego sintió que el estómago se le contraía.
¿De qué hablas? Tu querida esperanza ha estado muy ocupada estos últimos meses comprando terrenos. Los documentos mostraban escrituras de cinco terrenos colindantes con la hacienda. Todos a nombre de empleados de la propiedad. Ramiro Sánchez compró 2 hectáreas en marzo. Marta Estrada adquirió

hectárea y media en abril. Aurelio Morales se hizo de 3 haáreas en mayo. ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? Preguntó Esperanza, pero su voz sonaba tensa.
Tiene que ver con que todos estos terrenos fueron financiados por transferencias bancarias que salen de tu cuenta personal, querida cuñada. Diego miró a Esperanza con incredulidad. ¿Es cierto eso? Esperanza apretó los labios, pero no negó la acusación. “Muy inteligente, debo admitirlo,”, continuó

Carmen. “Crear un cinturón de protección alrededor de la hacienda, usando a los empleados como testaferros.
Así, aunque yo heredara la propiedad, no podría venderla a los desarrolladores porque el acceso estaría bloqueado.” “¿Desde cuándo lo planeabas?”, preguntó Diego a esperanza. Desde que Carmen empezó a traer compradores el año pasado. ¿Y no pensaste en decírmelo, era mi dinero y mi decisión? Tu

decisión. Conspiraste a mis espaldas con mis empleados y era tu decisión.
El tono de Diego se había vuelto frío como el agua del río la noche anterior. No fue una conspiración, fue proteger lo que amas o asegurarte de que yo no pudiera tomar decisiones sobre mi propia herencia. Carmen observaba el intercambio con satisfacción evidente. Hay más, primo. El detective

encontró esto en la oficina. El detective reprodujo una grabación en su teléfono.
Las voces de Diego y Esperanza se escucharon con claridad cristalina. Este acuerdo comercial está volviendo más complicado de lo que pensé. Este matrimonio falso. Acuerdo comercial. Diego sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Carmen, ¿qué quieres cambio de tu silencio? Muy fácil.

Firmas aquí renunciando a la herencia y yo me olvido de que alguna vez existió esta grabación. Carmen puso un documento de renuncia sobre la mesa junto a una pluma dorada. Tienes hasta mañana para decidir, primo. Después de eso, esta grabación llega al tribunal y ustedes dos van a explicar su

matrimonio fraudulento frente a un juez.
Después de que Carmen se marchó, Diego permaneció sentado en la sala mirando el documento de renuncia. Sus manos temblaban ligeramente, no por el frío de la tormenta de la noche anterior, sino por la furia que le hervía en las venas. Esperanza se había quedado de pie junto a la ventana, observando

los campos de agaban bajo el sol matutino. Su postura rígida revelaba que esperaba el estallido que inevitablemente vendría.
¿Desde cuándo planeabas esto?”, preguntó Diego sin levantar la vista del documento. “Desde el día que Carmen trajo al primer comprador hace 8 meses. ¿Y no se te ocurrió consultarme?” Consultarte que usted vivía en la capital jugando con números en una computadora. Yo vivía aquí viendo como los

buitres rondaban la carroña. No era carroña, era mi herencia.
Era la tumba de su abuela, esperando a que usted se dignara a visitarla. Diego se levantó del sillón como resorte. El documento de renuncia cayó al suelo. ¿Sabes qué es lo que más me molesta? No es que hayas comprado los terrenos, es que me hayas mentido durante todo este tiempo. No

le mentí. No. ¿Y cómo le llamas a ocultarme información tan importante? Le llamo proteger lo que usted no valoraba. Y el matrimonio también era parte de tu plan maestro para proteger la hacienda. Esperanza se volteó desde la ventana. Sus ojos brillaban con lágrimas que se negaba a derramar. El

matrimonio fue su idea, no mía.
Yo solo acepté porque necesitaba el dinero para terminar de comprar las tierras. Cada palabra golpeó a Diego como piedras arrojadas con precisión. Se había enamorado de una mujer que lo había estado usando desde el primer día. Perfecto. Entonces, todo fue una actuación muy convincente. No todo

parte fue real esperanza. ¿El beso en la tormenta? ¿Los abrazos en la cama? ¿O solo fingías muy bien? Esperanza caminó hacia la puerta de la sala. Si tiene que preguntarlo, entonces no conoce la respuesta.
Salió de la casa grande, dejando a Diego solo con su furia y el documento de renuncia. Desde la ventana lo vio caminar hacia los establos. donde guardaban sus pocas pertenencias. Esa noche, Diego se emborrachó con el tequila añejo de su abuela. Bebió hasta que los números del documento de renuncia

se volvieron borrosos y hasta que el dolor en el pecho se transformó en una molestia sorda que podía ignorar.
A las 2 de la madrugada, don Aurelio lo encontró dormido sobre el escritorio de la oficina. Patrón, no debería beber solo. ¿Por qué no? Mañana ya no voy a ser patrón de nada. Va a firmar ese papel. Diego levantó la cabeza del escritorio. El sabor en su boca era una mezcla de tequila y

arrepentimiento. ¿Tú sabías lo de los terrenos? Por supuesto.
¿Y no pensaste en decírmelo? Don Aurelio se sentó en la silla frente al escritorio. Esperanza nos pidió que no dijéramos nada. Decía que usted tenía suficientes preocupaciones con el testamento. Era mi dinero el que ella estaba gastando. No, patrón, era el dinero de ella. Los ahorros de 5 años

trabajando aquí.
Diego se restregó los ojos. 120,000 pesos alcanzaron para comprar cinco terrenos. Esperanza vendió todo lo que tenía, sus aretes de oro, la pulsera de su madre, hasta el anillo de plata que siempre usa. Y convenció al banco de darle un préstamo usando los terrenos como garantía.

¿Por qué haría eso? Porque ama esta tierra más que a su propia vida. y porque sabía que si Carmen heredaba, todos íbamos a perder nuestros empleos. A las 8 de la mañana llegó el licenciado Morales, el mismo abogado que había leído el testamento original. Venía acompañado de un joven que se presentó

como su asistente. Diego, necesito hablar contigo urgentemente.
Se trata de una adenda del testamento de tu abuela que no pude localizar hasta ayer. ¿Qué adenda? Tu abuela dejó instrucciones muy específicas. sobre qué hacer si surgían dudas sobre la legitimidad de tu matrimonio. El licenciado Morales abrió una carpeta y extrajo varios documentos sellados. Según

la cláusula 12C, si cualquier familiar cuestiona la autenticidad del matrimonio del heredero, el criterio para determinar la validez no será el origen de la unión, sino el compromiso genuino de la pareja con la preservación de la hacienda los agabes y el bienestar de sus trabajadores. ¿Qué significa

eso
exactamente? Significa que aunque tu matrimonio haya comenzado por conveniencia, si demuestran amor verdadero por esta tierra y por la gente que trabaja en ella, el testamento considera la unión como legítima. Diego sintió que el mundo se acomodaba nuevamente bajo sus pies.

¿Y cómo se demuestra ese compromiso? El licenciado sonrió por primera vez en años. Tu abuela era muy lista. dejó evidencia específica de lo que consideraría prueba suficiente. Primero, que el heredero arriesgara su propia seguridad para proteger a los trabajadores, como cuando nadaste en el río

para rescatar a los muchachos.
Segundo, que tanto el heredero como su esposa invirtieran recursos personales en proteger la hacienda de la especulación inmobiliaria, como los terrenos que compró Esperanza. El asistente del licenciado habló por primera vez. Hay más. La cláusula especifica que cualquier pariente que trate de

sabotear el matrimonio del heredero mediante chantajes, amenazas o espionaje, perderá automáticamente todos sus derechos sucesorios, incluyendo grabaciones secretas, preguntó Diego.
Especialmente grabaciones secretas. En ese momento llegó Carmen acompañada del detective y el notario. Traía la sonrisa confiada de quien tiene la sartén por el mango. Buenos días, primo. Ya firmaste la renuncia. El licenciado Morales se puso de pie. Carmen Morales Herrera.

Según la cláusula 12D del testamento de doña Elena Santa María, usted ha perdido todos los derechos sobre la herencia familiar por interferir maliciosamente en el matrimonio del heredero legítimo. ¿De qué está hablando? Su grabación ilegal y su chantaje constituyen sabotaje directo. Según los

términos establecidos por la testadora. Carmen palideció como si le hubieran vaciado toda la sangre. Eso es imposible.
Yo revisé cada línea del testamento. Revisó el testamento principal. No tuvo acceso a las adendas secretas que su tía dejó en custodia de diferentes notarios. El detective comenzó a guardar su equipo discretamente como rata que huye del barco que se hunde. Además, continuó el licenciado, la señora

Elena dejó instrucciones específicas de que si Diego y su esposa demostraban verdadero compromiso con la hacienda, recibirían acceso a un fondo especial de 20 millones de pesos destinado a modernizar la producción y establecer programas educativos para la comunidad. Diego

salió corriendo de la casa grande. Encontró a Esperanza en los establos, terminando de empacar sus pertenencias en una maleta de cuero gastado. No te vayas. Ella no levantó la vista de la maleta. Ya hice suficiente daño. Carmen tenía razón. Soy una conspiradora que mintió desde el primer día. No

mentiste. Protegiste lo que amabas.
Y eso justifica haberte ocultado información tan importante. Diego se arrodilló junto a la maleta. y tomó las manos de esperanza entre las suyas. Esperanza, perdóname. Estaba tan furioso que no pude ver la verdad. Tú arriesgaste todo lo que tenías para salvar esta hacienda cuando yo ni siquiera

estaba aquí. No quería que se sintiera traicionado. Me sentí traicionado porque tenía miedo.
¿Miedo de qué? De enamorarme de ti y descubrir que todo era una mentira. Esperanza lo miró por primera vez desde que había empezado a empacar. No todo fue mentira, Diego. ¿Qué parte fue real? La parte donde me enamoré del hombre que saltó a un río helado para salvar a sus trabajadores.

La parte donde me enamoré del hombre que aprendió a hacer tortillas y se despertaba a las 5 de la mañana para conocer su propia tierra. Diego le apartó las lágrimas de las mejillas con los pulgares. ¿Te casarías conmigo otra vez? Esta vez por amor, no por conveniencia. Es una propuesta en serio.

Es la propuesta más en serio que he hecho en mi vida. 5 años después, Diego y Esperanza estaban en la misma cocina donde había comenzado todo. Pero ahora la cocina había sido renovada con equipos modernos sin perder su carácter rústico tradicional. Las paredes mostraban fotografías de la hacienda a

través de los años y certificados internacionales de calidad del tequila.
Esperanza servía café en tazas de barro mientras Diego revisaba los pedidos de exportación del mes. La hacienda los Agaves había triplicado su producción y sus tequilas se vendían en Estados Unidos, Europa y Japón. ¿Recuerdas cuando me dijiste que necesitabas una esposa falsa por 30 días?, preguntó

Esperanza, acariciándose el vientre que comenzaba a redondearse con su tercer mes de embarazo. Solo 30 días.
Qué poco ambicioso era yo. Ahora me tienes de esposa verdadera para toda la vida y ni siquiera tuve que chantajearte. Esperanza rió y se sentó en las piernas de Diego. ¿Crees que tu abuela sabía que esto iba a pasar? Estoy seguro. Era más astuta que Carmen y que nosotros juntos. En los campos de

agabe azul, los trabajadores comenzaban la jornada matutina.
Sus voces se mezclaban con el canto de los pájaros y el aroma a tierra húmeda que seguía llegando a la cocina después de cada lluvia. La abuela había conseguido su último deseo. En pocos meses iba a escuchar risas de bisnietos corriendo entre los surcos, donde crecían los ages más dulces de todo

Jalisco.