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—Hey gorda¿Otra vez hiciste fideos? ¿No te das cuenta que estás más gorda cada día? Me da asco llegar y ver esto

—escupió Darío apenas entró a la casa, tirando la mochila sobre el sillón. Sofía se quedó quieta, cuchara en mano.

—Pensé que te gustaban con tuco…

—Pensaste mal. Como siempre. No te da la cabeza, ¿no? Encima vestida con ese pijama… Qué suerte tengo, che. Me saqué la lotería. Ella sonrió con tristeza.

—Tuviste un mal día, mi amor.

—No, el mal día empieza cuando te veo la cara. Sofía bajó la mirada. Tenía las manos frías. Había hecho todo lo posible para que él llegara a casa y se sintiera bien. Limpiar, cocinar, maquillarse un poco… aunque él nunca lo notara.

—Darío… ¿me querés? Él la miró, con la cara torcida de fastidio.

—Mirá, no tengo tiempo para cursilerías. ¿Por qué no hacés algo útil y me dejás de romper? Ella asintió. Como siempre. Como cada día. Y aunque por dentro algo se le rompía, seguía creyendo que era amor. Que él estaba cansado. Que algún día volvería a ser el que la abrazaba en los colectivos, el que le pedía perdón por todo, el que la llamaba “mi sol”. Pero no. Ese hombre ya no existía.

Unas semanas después, Sofía encontró en la camisa de Darío un recibo de hotel. Dos personas. Una habitación doble. Día martes. A la misma hora que él decía estar en “reunión”. Se quedó mirándolo. Como si no pudiera procesarlo.

—No es lo que pensás

—dijo él, al descubrirla

—. ¿Otra vez actuando como una psicótica? Seguro te inventás cosas porque estás insegura. ¿Quién te va a querer a vos así?

—¿Así cómo?

—Gorda, tonta, dependiente. ¿Querés que siga? Sofía tragó saliva. Por primera vez, no lloró. No gritó. No se justificó. Solo se fue al cuarto, agarró una valija y empezó a guardar ropa.

—¿Qué hacés? ¿Ahora vas a hacer teatro?

—No. Me cansé de aplaudir tu obra.

—¡No vas a encontrar a nadie como yo!

—Dios quiera que no. Y se fue.

Un mes después, Darío le escribió. “Perdón. Te extraño. Nadie me quiso como vos.” Ella lo miró desde la pantalla, sentada en su nueva cama, en su nuevo departamento, sin ojeras ni miedo. Y le contestó: “Esta bien yo también te extraño .”

——–

—¿Vas a llorar otra vez?

—dijo Darío, entrando a la cocina mientras se sacaba los zapatos con desprecio

—. Dios, qué insoportable que sos. Llorás por todo. ¿No te das cuenta que no servís ni para estar bien? Sofía se quedó quieta, sentada frente al plato frío.

—Solo te pregunté si venías a cenar… nada más.

—¿Y vos qué creés? Que voy a llegar a casa y encontrar a Sofía la chef esperándome con un banquete, ¿no? Mirate, estás cada vez más gorda. Me das lástima. Ella parpadeó, dolida, pero lo amaba. Lo amaba desde siempre, desde que él la miró por primera vez en la secundaria y le dijo que tenía ojos de cielo.

—Darío… yo te amo.

—Sí, sí. Amame menos y hacé silencio. Quiero dormir.

Al día siguiente, su amiga Noe fue a verla.

—Sofi, necesito hablar con vos.

—Si es para criticar a Darío, no me digas nada. Lo conozco. Está cansado, nada más. Yo también tengo mis errores… —¿Errores? ¿Desde cuándo amar es un error?

—dijo Noe, con los ojos llenos de furia contenida. Sofía se cruzó de brazos.

—No quiero pelear.

—No vine a pelear. Vine a mostrarte la verdad, aunque te duela. Sacó el celular del bolso y le puso una carpeta de fotos frente a los ojos. Una tras otra: Darío en un bar, abrazando a una rubia. Darío entrando a un hotel. Darío besando a otra.

—Esto… esto puede ser viejo

—balbuceó Sofía, sintiendo cómo se le secaba la garganta.

—La foto es de ayer. La subió ella. Le comenté preguntando si sabía que tenía esposa. Me bloqueó. Sofía se quedó en silencio. Quiso negar, quiso justificar. Pero esta vez, no pudo.

—Me dijo que me amaba…

—También le dijo lo mismo a ella, Sofi. ¿Cuánto más vas a aguantar?

—Lo perdoné tantas veces…

—No fue perdón. Fue miedo a estar sola. Vos merecés algo mejor. Pero tenés que abrir los ojos. Sofía bajó la cabeza. Las lágrimas caían sin permiso.

—Fui una ciega… una ciega por amor.

Esa noche, Darío volvió como si nada.

—¿Qué hay de cenar?

—Tu maldita conciencia

—dijo ella, firme

—. Ya vi todo, Darío. Ya sé todo. Y esta vez… esta vez no te voy a perdonar.

—¡Vos sin mí no sos nada!

—Y vos sin mí sos lo que siempre fuiste: un cobarde. Le tiró el anillo a la mesa. Caminó hasta la puerta. Y sin temblar, la cerró detrás de ella.

En un rincón de la ciudad, Sofía se encontraba en su nuevo departamento, un espacio que había elegido cuidadosamente para comenzar de nuevo. Las paredes aún olían a pintura fresca y el sol entraba a raudales por la ventana, iluminando cada rincón. Había dejado atrás a Darío, un hombre que había sido su amor y su tormento, y aunque el camino hacia la independencia no era fácil, sentía que finalmente podía respirar. Cada mañana se despertaba con la sensación de que el mundo le pertenecía y que tenía la oportunidad de reescribir su historia. Sin embargo, las memorias de su relación con Darío a veces se colaban en su mente, y con ellas, las dudas y los miedos.
Mientras acomodaba sus cosas, Sofía se encontró con una caja llena de recuerdos: fotos de su adolescencia, cartas de amor que había guardado con cariño y, por supuesto, las fotos de Darío. En cada imagen, él sonreía, y su mirada la llenaba de alegría. Pero ahora, esas sonrisas parecían vacías. Con un suspiro, decidió guardar todo en un rincón oscuro del armario, como si al hacerlo pudiera enterrar también el dolor que había sentido.
Cada día, Sofía se dedicaba a explorar su nueva vida. Se inscribió en clases de cocina, algo que siempre había querido hacer pero que había dejado de lado por complacer a Darío. En la cocina, descubrió su pasión por los sabores y las texturas, y poco a poco, comenzó a experimentar con recetas que nunca se había atrevido a probar. Cocinar se convirtió en un ritual de autoconocimiento y empoderamiento. Cada plato que preparaba era un pequeño triunfo, una forma de reafirmar su independencia.
Un día, mientras estaba en clase, conoció a Lucas, un chico encantador que compartía su amor por la cocina. Lucas era diferente a Darío: era amable, atento y siempre tenía una sonrisa en el rostro. Al principio, Sofía se mostró cautelosa, temerosa de abrir su corazón nuevamente. Pero Lucas no se rindió. Con cada clase, se acercaba un poco más, compartiendo historias y risas, y poco a poco, Sofía comenzó a sentirse cómoda a su lado.
Una tarde, mientras cocinaban juntos, Lucas le preguntó sobre su vida anterior. Sofía dudó, pero al final decidió abrirse. Le habló de Darío, de las promesas rotas y de cómo había luchado por mantener su amor a flote. Lucas la escuchó con atención, sus ojos reflejaban empatía y comprensión. “Sofía, mereces ser feliz”, le dijo con sinceridad. “No dejes que alguien te haga sentir menos de lo que eres”.
Esas palabras resonaron en el corazón de Sofía. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien la veía realmente. A medida que pasaban las semanas, su relación con Lucas floreció. Comenzaron a salir, a explorar la ciudad juntos, a compartir risas y sueños. Lucas la animaba a ser la mejor versión de sí misma, a dejar atrás el pasado y abrazar el futuro. Sofía se dio cuenta de que había comenzado a reír de nuevo, a disfrutar de la vida sin el peso de la culpa y el miedo.
Sin embargo, el camino hacia la sanación no fue lineal. A veces, las sombras del pasado regresaban, y Sofía se encontraba atrapada en recuerdos dolorosos. Una noche, mientras cenaban en un restaurante, vio a lo lejos a Darío con otra mujer. Su corazón se detuvo por un momento. La imagen de él riendo y disfrutando con alguien más la golpeó como un puñetazo en el estómago. Lucas notó su cambio de expresión y le preguntó qué pasaba. Sofía, con la voz entrecortada, le explicó lo que había visto. Lucas la miró con ternura y le tomó la mano. “No dejes que eso te afecte. Ya no es parte de tu vida. Eres libre ahora”.
Esa noche, mientras regresaban a casa, Sofía reflexionó sobre lo que había significado su relación con Darío. Se dio cuenta de que había estado atrapada en un ciclo de dependencia y miedo. Había permitido que su amor se convirtiera en una prisión, y al mirar hacia atrás, entendió que merecía algo mucho mejor. A partir de ese momento, decidió que no volvería a permitir que nadie la hiciera sentir menos.
Con el tiempo, su relación con Lucas se hizo más profunda. Compartían no solo momentos alegres, sino también sus miedos y anhelos. Sofía se dio cuenta de que había encontrado en él a alguien que la apoyaba incondicionalmente. Un día, mientras paseaban por el parque, Lucas la tomó de la mano y le dijo: “Sofía, quiero que sepas que me encanta estar contigo. Eres una persona increíble y me gustaría construir algo juntos”.
Sofía sintió que su corazón se llenaba de esperanza. “Yo también quiero eso”, respondió, sonriendo. Era la primera vez que se sentía realmente feliz desde que había dejado a Darío.
Sin embargo, el pasado no se desvanecía tan fácilmente. Una tarde, mientras estaba en casa, recibió un mensaje de texto de Darío. “Necesitamos hablar. Te extraño. Me doy cuenta de lo que perdí”. Sofía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Las palabras de Darío la hicieron dudar, pero recordó cómo se había sentido en su relación. Sabía que no podía permitir que él entrara de nuevo en su vida. Con determinación, decidió no responder.
Los días pasaron y cada vez que veía su teléfono, el corazón le latía con fuerza. Pero se mantuvo firme. Lucas la apoyó, recordándole que había tomado la decisión correcta. “No dejes que el pasado te controle”, le decía. “Eres más fuerte de lo que piensas”.
Finalmente, decidió que era hora de cerrar ese capítulo de su vida. Un día, mientras estaba en la cocina preparando la cena, se sentó a escribir una carta a Darío. En ella, expresó todo lo que había sentido, todas las heridas que había cargado y cómo había encontrado la fuerza para seguir adelante. Al terminar, sintió una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que era el cierre que necesitaba.
Esa noche, mientras cenaban, decidió compartir la carta con Lucas. “Quiero que sepas lo que he estado sintiendo”, le dijo, y comenzó a leerla en voz alta. Lucas la escuchó atentamente, con una expresión de apoyo en su rostro. Cuando terminó, sintió que una carga pesada se había levantado de sus hombros. “Gracias por estar aquí”, le dijo a Lucas, sintiendo una profunda conexión con él.
Con el tiempo, Sofía se dio cuenta de que había comenzado a construir una nueva vida, una vida llena de amor propio y respeto. Lucas no solo había sido una luz en su camino, sino que también le había enseñado a valorarse a sí misma. Juntos, comenzaron a planear un futuro, soñando con viajes, aventuras y una vida plena.
Un día, mientras estaban en la playa, Lucas le tomó la mano y le dijo: “Sofía, quiero hacer algo especial”. La llevó a un rincón tranquilo, donde el sonido de las olas era suave y relajante. Con una sonrisa nerviosa, se arrodilló y sacó una pequeña caja. “Sofía, desde que te conocí, supe que había encontrado a alguien especial. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. ¿Te casarías conmigo?”.
Sofía se quedó sin palabras, el corazón latiéndole con fuerza. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras asentía. “Sí, sí quiero”. En ese momento, supo que había encontrado el amor verdadero, uno que no la hacía sentir menos, sino que la elevaba.
A medida que pasaban los meses, Sofía y Lucas comenzaron a planear su boda. Cada detalle era un reflejo de su amor y de la nueva vida que habían construido juntos. Sofía se sentía más fuerte y segura que nunca, y cada día agradecía haber tomado la decisión de dejar atrás el pasado.
Finalmente, el día de la boda llegó. Sofía estaba radiante, vestida con un hermoso vestido blanco que resaltaba su belleza y confianza. Cuando Lucas la vio entrar, sus ojos se iluminaron de amor. En ese momento, Sofía supo que había tomado la decisión correcta al seguir su corazón.
La ceremonia fue íntima y llena de amor. Amigos y familiares los rodeaban, celebrando su unión. Sofía se sintió rodeada de apoyo y felicidad, y mientras intercambiaban votos, supo que había encontrado su lugar en el mundo.
Después de la boda, se embarcaron en una luna de miel que los llevó a lugares que siempre habían soñado visitar juntos. Cada aventura era una celebración de su amor y de la vida que habían construido. Sofía se dio cuenta de que había dejado atrás el dolor y la inseguridad, y que ahora estaba lista para enfrentar cualquier desafío que la vida le presentara.
Con el tiempo, Sofía y Lucas formaron una familia. Tuvieron hijos que llenaron su hogar de risas y alegría. Sofía se convirtió en una madre amorosa y dedicada, y cada día se esforzaba por enseñarles a sus hijos la importancia del amor propio y del respeto.
A medida que pasaban los años, Sofía miraba hacia atrás y reflexionaba sobre su viaje. Había aprendido que el amor verdadero no se trata de sacrificios ni de depender de alguien más; se trata de ser la mejor versión de uno mismo y de encontrar a alguien que valore eso.
Un día, mientras estaba en la cocina preparando la cena, recordó aquellos días oscuros con Darío. Se dio cuenta de cuán lejos había llegado y de lo feliz que era ahora. Con una sonrisa en el rostro, se sintió agradecida por cada experiencia que la había llevado a donde estaba.
Sofía sabía que el amor verdadero era un viaje, no un destino. Y mientras miraba a su familia reunida, sintió que había encontrado su hogar, un lugar lleno de amor, respeto y felicidad. Había aprendido a amarse a sí misma y a valorar lo que realmente importaba en la vida. Y así, con el corazón lleno de gratitud, Sofía abrazó el futuro con esperanza, lista para seguir escribiendo su historia, una historia de amor, valentía y redención.