
Las puertas dobles del tribunal se abrieron de golpe con un estruendo que hizo eco por toda la sala. Una niña de 4 años con un vestido rosa manchado de lodo y los zapatos perdidos en algún lugar del camino, entró corriendo por el pasillo central. Carmen no hizo nada.
Carmen no hizo nada, gritaba con toda la fuerza que sus pequeños pulmones le permitían. El juez levantó el martillo, pero se quedó paralizado. Los murmullos cesaron de inmediato. Todos los ojos se dirigieron hacia la pequeña figura que temblaba en el centro de la sala con el cabello revuelto y las mejillas rojas de tanto correr.
Carmen, sentada en el banco de los acusados sintió que el corazón se le detenía. Las lágrimas que había estado conteniendo durante semanas comenzaron a brotar. No podía creer lo que veía. Sofía susurró. La niña se giró hacia ella y por un momento sus ojos se encontraron. Luego, con una determinación que no debería existir en alguien tan pequeña, Sofía levantó su dedo tembloroso y apuntó hacia la primera fila.
Fue ella dijo con voz quebrada pero clara. Fue mi madrastra. Valeria Morales permanecía inmóvil en su asiento, vestida de negro, con las manos perfectamente colocadas sobre su regazo. Su rostro mantenía la expresión de dolor contenido que había mostrado durante todo el proceso, pero algo había cambiado en sus ojos. El pánico se filtraba como agua a través de una grieta.
El juez golpeó el martillo tres veces. Orden. Orden en la sala. Su voz resonó por encima del caos que había estallado. Declaró un receso de 30 minutos. Pero antes de que alguien pudiera reaccionar, Sofía corrió hacia Carmen. Los guardias de seguridad se movieron para detenerla, pero el abogado defensor levantó la mano. Es la hija de la víctima, murmuró al juez.
Carmen se inclinó tanto como las esposas se lo permitían. Sofía se aferró a sus manos encadenadas y susurró algo que solo ella pudo escuchar. Vi todo, Carmen. Vi lo que hizo. Seis meses antes, la casa de los Mendoza había sido muy diferente. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del salón principal, iluminando los muebles de caoba y las alfombras persas que Roberto había comprado en uno de sus viajes de negocios. Sofía estaba sentada en el suelo rodeada de sus muñecas, pero no jugaba.
Observaba a los adultos que conversaban en el sofá como si fueran actores en una obra de teatro que no entendía. Sofía, mi amor, ven acá, dijo Roberto con esa voz especial que usaba cuando quería que ella prestara atención. Quiero que conozcas a alguien muy especial.
La mujer que estaba sentada junto a su papá era bonita. Tenía el cabello castaño y brillante como el de las princesas de los cuentos, y usaba un vestido azul que parecía caro. Cuando sonreía, sus dientes eran muy blancos. “Hola, pequeña”, le dijo la mujer inclinándose hacia ella. “Yo soy Valeria. Tu papá y yo nos vamos a casar muy pronto.” Sofía miró a su padre confundida.
“¿Eso significa que ya no vas a viajar tanto?”, preguntó. Roberto se rió y la tomó en brazos. Significa que Valeria va a ser tu nueva mamá. ¿No es maravilloso? Sofía no estaba segura de qué debía sentir. Recordaba vagamente a su mamá verdadera, que había muerto cuando ella tenía 2 años.
Pero Carmen siempre había estado ahí, cuidándola, leyéndole cuentos antes de dormir, consolándola cuando tenía pesadillas. Valeria extendió los brazos hacia ella. Ven conmigo, hijita. Vamos a ser muy felices juntas. Cuando Sofía se acercó, Valeria la abrazó, pero algo en ese abrazo se sentía raro. Era como abrazar a una muñeca muy grande y fría. Valeria olía a perfume caro, pero debajo de ese olor había algo más, algo que Sofía no podía identificar, pero que la hacía querer alejarse. Desde la puerta de la cocina, Carmen observaba la escena.
Llevaba 3 años trabajando en esa casa desde que la señora Elena había muerto. Había visto a Sofía dar sus primeros pasos. Había estado ahí para sus primeras palabras después del accidente. Esa niña era más que su trabajo. Era como la hija que nunca había tenido. Algo en la forma en que Valeria miraba a Sofía la inquietaba.
Cuando Roberto volteaba a buscar sus documentos o contestar una llamada, la sonrisa de Valeria se desvanecía por completo. Sus ojos estudiaban a la niña como si fuera un problema que necesitaba resolver. “Carmen, la llamó Roberto. ¿Podrías traernos café? Valeria y yo tenemos muchas cosas que planear. Por supuesto, señor Roberto. Mientras Carmen preparaba el café, escuchaba las voces desde el salón.
Roberto hablaba de la boda, de los cambios que vendrían, de lo feliz que se sentía de volver a formar una familia completa. Valeria respondía con palabras perfectas, pero su voz sonaba ensayada. Ay, qué linda, mi jijita. Escuchó que decía Valeria cuando Roberto mencionaba algo sobrefía. Vamos a ser las mejores amigas.
Pero cuando Carmen regresó con la bandeja, vio que Valeria tenía la mano sobre el hombro de Sofía con demasiada fuerza. La niña se había puesto rígida y miraba hacia la ventana como si quisiera escapar. El café, anunció Carmen colocando la bandeja en la mesa. Gracias, Carmen, dijo Roberto sin levantar la vista de sus papeles.
Por cierto, tengo que viajar a Monterrey la próxima semana. Estaré fuera 10 días. Carmen vio como los ojos de Valeria brillaron con algo que no parecía tristeza. Tan pronto, dijo Valeria. Apenas nos estamos conociendo, Sofía y yo. Es inevitable, mi amor, pero así tendrán tiempo de adaptarse. Carmen las ayudará con todo.
Por supuesto, murmuró Valeria, pero su mirada hacia Carmen no era amistosa. Esa noche, después de que Valeria se había ido y Roberto estaba en su estudio revisando contratos, Carmen ayudó a Sofía a bañarse y a ponerse la pijama. Era su rutina favorita del día. ¿Te gusta Valeria? Le preguntó Carmen mientras le cepillaba el cabello.
Sofía se encogió de hombros. No sé. Huele raro. Raro. ¿Cómo? Como como cuando papá olvida las flores en el florero mucho tiempo. Carmen frunció el ceño. Era una descripción extraña, pero los niños a veces percibían cosas que los adultos no notaban. “¿Y cómo te sientes con que vaya a vivir aquí? ¿Tú te vas a ir?”, preguntó Sofía girándose rápidamente con los ojos muy abiertos.
No, mi niña, yo no me voy a ningún lado. Sofía la abrazó con fuerza. Prométemelo. Te lo prometo. Pero mientras arropaba a Sofía esa noche, Carmen no podía quitarse de encima la sensación de que algo estaba a punto de cambiar para siempre. Los siguientes días confirmaron sus temores. Valeria comenzó a pasar más tiempo en la casa.
familiarizándose con las rutinas, decía. Pero Carmen notaba cómo estudiaba todo, los horarios de las empleadas, dónde guardaban las llaves, qué medicamentos tomaba Roberto. ¿Para qué es esto?, preguntó Valeria una tarde señalando un frasco en el botiquín de Roberto. Para su corazón, respondió Carmen. El doctor dice que tiene que tomarlas cada noche.
Y si se olvida, yo se las recuerdo. Llevo un registro. Valeria asintió pensativa, como si estuviera memorizando información importante. Una semana después, Roberto partió a su viaje de negocios. Valeria llegó temprano esa mañana con dos maletas. Pensé que sería bueno que Sofía y yo pasáramos tiempo juntas”, le explicó a Roberto como una especie de luna de miel madre e hija.
Roberto se veía encantado con la idea. “Carmen estará aquí para ayudarte con cualquier cosa”, le dijo a Valeria antes de irse. Y Esperanza también, por supuesto. Esperanza era la mujer que se encargaba de la limpieza y había trabajado en la casa incluso antes que Carmen.
era una mujer mayor, callada, que había aprendido a mantenerse invisible durante sus años de servicio. En cuanto Roberto se fue, algo cambió en el ambiente de la casa. Valeria se movía por los espacios como si ya fueran suyos, revisando cajones, estudiando documentos, haciendo preguntas sobre rutinas que ya había preguntado antes.
Carmen le dijo el segundo día, creo que deberíamos hacer algunos cambios. Estaban en la cocina preparando el almuerzo. Sofía jugaba en el jardín visible a través de la ventana. ¿Qué tipo de cambios, señora Valeria? Bueno, Sofía está muy apegada a ti. Demasiado, diría yo. Carmen dejó de cortar verduras. Es natural, señora. He estado con ella desde que tenía un año. Exactamente. Y eso no es sano para una niña de su edad.
Está creando una dependencia emocional que va a ser muy difícil de romper, pero ella necesita estabilidad. Lo que necesita es aprender a relacionarse con su nueva familia. Conmigo. Valeria se acercó un paso. No me malentiendas, Carmen. Creo que has hecho un trabajo maravilloso, pero ahora las cosas van a ser diferentes.
Esa tarde, cuando Roberto llamó para saber cómo estaban, Valeria se aseguró de que Sofía respondiera el teléfono primero. “Papá, ¿cuándo regresas?”, preguntó la niña. Carmen pudo escuchar la risa de Roberto desde donde estaba. Pronto, mi amor. ¿Te estás portando bien con Valeria? Sofía miró hacia donde Valeria estaba, sonriéndole con esa sonrisa demasiado perfecta. Sí, papá, están haciendo cosas divertidas.
Sí, respondió Sofía, pero su voz sonaba pequeña. Cuando Valeria tomó el teléfono, su voz se llenó de calidez artificial. Roberto, mi amor, todo está perfecto aquí. Sofía y yo estamos conociéndonos muy bien, aunque hizo una pausa dramática. He notado que Carmen la tiene muy consentida. Tal vez deberíamos hablar de establecer límites más claros cuando regreses. Carmen sintió un nudo en el estómago.
Esa noche, mientras ayudaba a Sofía a cepillarse los dientes, la niña le susurró, “Carmen, ¿por qué Valeria me aprieta tan fuerte cuando me abraza? ¿Te aprieta fuerte?” “Sí.” Y cuando papá no está viendo, no sonríe. Carmen se arrodilló para quedar a la altura de Sofía. ¿Te ha lastimado? Sofía negó con la cabeza, pero algo en sus ojos decía que no estaba diciendo toda la verdad.
Si algo te molesta, me lo tienes que decir. Está bien. Pero tú no te vas a ir. No me voy a ir. Pero mientras Sofía dormía esa noche, Carmen se quedó despierta preguntándose si esa promesa estaba en sus manos cumplir. Los días siguientes, pequeñas cosas comenzaron a desaparecer.
Primero fue el osito de peluche favorito de Sofía, el que había pertenecido a su madre verdadera. Luego algunos de sus libros de cuentos. “¿Has visto a Pepito?”, Le preguntó Sofía a Carmen una mañana, refiriéndose a su osito. Lo vimos ayer en tu cuarto, ¿no? Buscaron por toda la casa. Valeria se unió a la búsqueda con expresión preocupada. Ay, qué raro.
¿No será que Carmen lo puso en algún lugar y se olvidó? Sugirió. Yo no he movido nada del cuarto de Sofía, respondió Carmen. Bueno, estas cosas pasan a veces cuando uno tiene tantas responsabilidades. Valeria dejó la frase en el aire. Esa tarde Carmen encontró a Pepito en el bote de basura del jardín.
Estaba sucio y húmedo, pero no dañado. Lo limpió antes de devolvérselo a Sofía, pero no le dijo dónde lo había encontrado. Pepito gritó Sofía. abrazando al osito. ¿Dónde estabas? Carmen miró hacia la ventana de la cocina, donde Valeria observaba la escena con una expresión que no pudo descifrar.
Cuando Roberto regresó de su viaje, Valeria había preparado una cena especial. La mesa estaba puesta con la vajilla buena y había velas encendidas. ¿Cómo les fue?, preguntó Roberto cargando a Sofía. Maravillosamente, respondió Valeria. Aunque hubo un par de pequeños incidentes, Carmen sintió un escalofrío.
¿Qué tipo de incidentes? Nada grave, solo Bueno, algunas cosas de Sofía desaparecieron y después aparecieron. Creo que tal vez necesitamos ser más organizados con sus cosas. Roberto miró a Carmen. ¿Es cierto eso? Hubo una confusión con su osito, pero ya se resolvió. Respondió Carmen cuidadosamente. Mmm. Roberto parecía cansado. Bueno, mientras no vuelva a pasar. Esa noche después de la cena, Valeria ayudó a acostar a Sofía por primera vez.
Carmen se quedó en el pasillo escuchando. ¿Sabes qué, hijita? Escuchó que decía Valeria. Creo que tú y yo vamos a ser muy buenas amigas, pero las amigas se guardan secretos, ¿verdad? ¿Qué tipo de secretos? Secretos especiales, como si a veces Carmen se olvida de dónde pone tus cosas o si hace algo que no debería hacer.
Tú me lo puedes contar a mí y yo me aseguro de que todo esté bien. Carmen se alejó del pasillo con el corazón latiendo fuerte. Más tarde, cuando la casa estaba en silencio, Carmen escuchó pasos en el pasillo. Se asomó por la rendija de su puerta y vio a Valeria caminando hacia el estudio de Roberto. Llevaba una linterna pequeña.
Carmen esperó unos minutos y después se acercó. La puerta del estudio estaba entreabierta y pudo ver a Valeria revisando los cajones del escritorio de Roberto. Tenía varios documentos en las manos y los leía con atención. Cuando Valeria cerró el último cajón, Carmen se apresuró a regresar a su cuarto.
Al día siguiente, Valeria anunció que se quedaría a dormir todas las noches hasta la boda para que Sofía se acostumbre, le explicó a Roberto. Pero Carmen había comenzado a notar otras cosas. Valeria sabía exactamente dónde estaban todos los medicamentos de Roberto. Sabía sus horarios, sus rutinas, incluso detalles que Roberto nunca había mencionado delante de ella. Una noche, Carmen se despertó porque escuchó ruidos en el piso de abajo. Miró el reloj.
Las 2 de la madrugada, se levantó silenciosamente y bajó las escaleras. La luz del estudio estaba encendida y escuchaba la voz de Valeria hablando por teléfono en voz muy baja. Todo va según el plan. La escuchó decir, “Solo necesito más tiempo.” Carmen se quedó paralizada en las escaleras. No, todavía no.
Pero pronto, sí, la niña va a ser un problema, pero ya me encargo de eso. Carmen comenzó a subir las escaleras lentamente tratando de no hacer ruido, pero el séptimo escalón crujió. La voz de Valeria se detuvo de inmediato. Carmen se quedó inmóvil con el corazón latiendo tan fuerte que estaba segura de que se podía escuchar por toda la casa. Después de lo que parecieron horas, escuchó que Valeria colgaba el teléfono. Los pasos se acercaron hacia las escaleras.
Carmen subió corriendo lo más silenciosamente que pudo y se metió en su cuarto cerrando la puerta con cuidado. Escuchó los pasos de Valeria en el pasillo, deteniéndose frente a cada puerta. Cuando llegó a la de Carmen, se quedó ahí por un momento que se sintió eterno. Carmen contuvo la respiración, fingiendo estar dormida.
Finalmente los pasos se alejaron, pero Carmen sabía que Valeria sabía que alguien había estado escuchando. En el cuarto de al lado, Sofía también había despertado con los ruidos. Había escuchado la voz de Valeria, aunque no entendía las palabras, pero el tono de esa voz la había asustado. Era frío como hielo. Cuando escuchó los pasos en el pasillo, Sofía cerró los ojos fuertemente y se abrazó a Pepito.
Los pasos se detuvieron frente a su puerta también. La manija se movió lentamente y la puerta se abrió apenas una rendija. Sofía siguió fingiendo dormir, pero podía sentir los ojos de Valeria observándola en la oscuridad. Después de un momento que pareció eterno, la puerta se cerró otra vez. Sofía se quedó despierta el resto de la noche, abrazando a Pepito y deseando que Carmen estuviera ahí para protegerla.
La mañana siguiente llegó con una tensión que parecía flotar en el aire como humo invisible. Carmen bajó temprano a preparar el desayuno, pero encontró a Valeria ya en la cocina sirviendo café en las tazas buenas de porcelana que solo se usaban cuando había visitas importantes. “Buenos días, Carmen”, dijo Valeria sin voltear a verla. “Pensé que sería lindo que desayunáramos todos juntos en familia.
” Carmen notó el énfasis en la palabra familia y sintió un escalofrío. Valeria había puesto la mesa del comedor con manteles de lino y había cortado flores del jardín para el centro. Todo se veía perfecto, demasiado perfecto para un día ordinario. Roberto bajó las escaleras cargando a Sofía, que todavía tenía los ojos hinchados de sueño.
La niña se había aferrado a él desde el momento en que despertó, como si presintiera que algo estaba a punto de cambiar. Qué sorpresa tan linda, exclamó Roberto al ver la mesa. ¿A qué se debe tanta elegancia? Valeria se acercó y le dio un beso en la mejilla. Quería que este desayuno fuera especial, murmuró pasando la mano por el cabello de Sofía. Carmen vio como la niña se tensó bajo el toque de Valeria, pero Roberto no lo notó.
Se sentaron a desayunar y por unos minutos solo se escuchó el tintineo de las cucharas contra la porcelana. Roberto revisaba su teléfono entrebocados y Valeria cortaba la fruta de Sofía en pedazos perfectamente iguales. “Tengo noticias”, dijo Roberto finalmente dejando el teléfono sobre la mesa. “Me acaban de confirmar el viaje a Estados Unidos.
Es la oportunidad que estábamos esperando para cerrar el contrato con los americanos.” Carmen vio como los ojos de Valeria se iluminaron, aunque su expresión se mantuvo neutra. “¿Cuándo?”, preguntó Valeria. “Salgo mañana. Van a ser 15 días intensos, pero si todo sale bien, este contrato nos va a cambiar la vida. 15 días.
Valeria puso la mano sobre su corazón en un gesto que parecía ensayado. Ay, Roberto, tanto tiempo lejos de nosotras. Lo sé, mi amor, pero es inevitable. Además, Roberto sonrió y acarició la mejilla de Sofía. Así tú y Sofía van a tener más tiempo para conocerse antes de la boda. Sofía dejó de masticar y miró a Carmen con ojos preocupados.
Carmen se va a quedar, preguntó con voz pequeña. Por supuesto que sí, respondió Roberto. Carmen va a cuidar de ti como siempre. Pero cuando Roberto dijo esto, Carmen notó algo en la expresión de Valeria. Una sombra cruzó por su rostro, tan rápida que casi se pudo haber imaginado. “Claro,”, murmuró Valeria. “Carmen va a estar aquí para ayudar.
” El resto del desayuno transcurrió en un silencio extraño. Roberto siguió hablando de su viaje, de las reuniones importantes, de los planes futuros. Valeria asentía y hacía las preguntas correctas, pero Carmen podía sentir que su atención estaba en otra parte. Después del desayuno, Roberto se encerró en su estudio para preparar documentos para el viaje.
Valeria se ofreció a ayudar a Carmen con los platos, algo que nunca había hecho antes. Carmen dijo Valeria mientras secaba una taza. Creo que este tiempo que voy a pasar sola con Sofía va a ser muy revelador. ¿En qué sentido, señora Valeria? Bueno, voy a poder observar realmente cómo es la dinámica entre ustedes dos.
Roberto me ha contado que Sofía a veces se porta mal, que es muy demandante. Supongo que ahora voy a poder verlo por mí misma. Carmen frunció el seño. Sofía es una niña muy buena, señora. Nunca ha dado problemas serios. Mm. Valeria sonrió, pero era una sonrisa fría. Ya veremos. Esa tarde, Roberto se fue al aeropuerto.
Besó a Sofía tantas veces que la niña se rió y le prometió que le traería muchos regalos de Estados Unidos. Abrazó a Valeria con cariño y le murmuró algo al oído que la hizo sonreír. Antes de irse, se acercó a Carmen. “Cuida mucho a mis dos mujeres”, le dijo. Y por favor, ten paciencia con Valeria. Sé que a veces puede ser exigente, pero es porque quiere que todo sea perfecto para nuestra nueva familia.
Carmen asintió, aunque algo en las palabras de Roberto la inquietó. En cuanto el auto de Roberto desapareció por la calle, Valeria cerró la puerta principal y se quedó parada en el vestíbulo por un momento, como si estuviera saboreando la soledad. “Bueno”, dijo finalmente girándose hacia Carmen y Sofía.
Ahora somos solo nosotras tres. Los primeros dos días después de la partida de Roberto transcurrieron con relativa normalidad, pero Carmen podía sentir que algo estaba cambiando. Valeria se movía por la casa como si ya fuera completamente suya, reorganizando cosas, moviendo muebles, haciendo cambios pequeños pero constantes.
El tercer día, Carmen estaba en el jardín colgando ropa cuando escuchó a Sofía gritar desde adentro. corrió hacia la casa y encontró a la niña llorando en la sala, frotándose el brazo. “¿Qué pasó, mi niña?”, preguntó Carmen, arrodillándose junto a ella. “Me me lastimé. Soyoso Sofía.” Carmen le revisó el brazo y encontró una marca roja en la piel, como si alguien la hubiera pellizcado muy fuerte.
“¿Cómo te lastimaste?” Antes de que Sofía pudiera responder, Valeria apareció en la entrada de la sala. “¿Qué pasa aquí?”, preguntó con voz preocupada. Sofía dice que se lastimó el brazo, respondió Carmen. Valeria se acercó y examinó la marca. Ay, pobrecita. Seguramente se golpeó con algo. Los niños son tan torpes a veces.
Pero cuando Carmen levantó la vista hacia Valeria, algo en sus ojos la hizo dudar. Había una frialdad ahí, una satisfacción apenas visible. Sofía dijo Carmen suavemente. ¿Cómo te lastimaste? La niña miró hacia Valeria y Carmen vio como sus ojitos se llenaron de miedo. Me me caí, murmuró Sofía. Pero Carmen sabía que eso no era cierto. La marca en el brazo de Sofía era demasiado específica, demasiado precisa para ser de una caída.
Esa noche, después de acostar a Sofía, Carmen encontró a Valeria en la cocina hablando por teléfono en voz baja. Sí, todo va bien, la escuchó decir. La niña está aprendiendo. Y Carmen, bueno, Carmen va a dejar de ser un problema muy pronto. Carmen se alejó rápidamente con el corazón latiendo fuerte.
Al día siguiente, Valeria anunció cambios. He estado pensando, dijo durante el desayuno, que esta casa tiene demasiados empleados para una familia tan pequeña. Carmen la miró con confusión. ¿A qué se refiere, señora Valeria? Bueno, por ejemplo, realmente necesitamos a don Miguel. El jardín no es tan grande.
Don Miguel era el jardinero, un hombre mayor que había trabajado para la familia desde antes de que naciera Sofía. Era especialmente cariñoso con la niña, la dejaba ayudarle a regar las plantas y le enseñaba los nombres de las flores. “Pero don Miguel lleva años aquí”, protestó Carmen.
“Y a Sofía le encanta ayudarle en el jardín.” “Exactamente ese es el problema”, replicó Valeria. “Sofía está demasiado apegada a todos ustedes. Necesita aprender a relacionarse con personas apropiadas para su posición social.” Esa tarde, Valeria despidió a don Miguel. Carmen vio desde la ventana como el hombre mayor caminaba hacia la puerta con sus pocas pertenencias. La cabeza gacha.
Sofía estaba en su cuarto llorando porque ya no podría cuidar las flores con él. Dos días después fue el turno de la cocinera. Es un gasto innecesario, explicó Valeria. Carmen puede hacerse cargo de la cocina también, ¿no es cierto, Carmen? Carmen sabía que no podía protestar sin arriesgarse a perder su trabajo, así que asintió en silencio.
Pero, señora Valeria, intervino Esperanza, la mujer de la limpieza. Carmen ya tiene mucho trabajo cuidando a la niña. Valeria se volvió hacia Esperanza con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Esperanza, tú tienes familia que mantener, ¿verdad? una hija estudiando en la universidad.
Si no me equivoco, Esperanza asintió nerviosamente. Sería una pena que tuvieras que buscar otro trabajo a tu edad. El trabajo doméstico es cada vez más difícil de conseguir. El mensaje era claro. Esperanza bajó la cabeza y no volvió a cuestionar las decisiones de Valeria. Con cada empleado que se iba, la casa se sentía más vacía y más opresiva.
Carmen se daba cuenta de que Valeria la estaba aislando, eliminando a todos los testigos potenciales de lo que fuera que estuviera planeando. Una noche, Carmen no pudo dormir y decidió bajar a la cocina por un vaso de agua. Al pasar por el estudio de Roberto, vio luz filtrando por debajo de la puerta. Se acercó silenciosamente y escuchó la voz de Valeria. ¿Cómo se puede cambiar la custodia legal? La escuchó preguntar.
Sí, del padre biológico a la madrastra. ¿Qué documentos se necesitan? Carmen sintió que se le helaba la sangre. Entiendo, continuó Valeria. Y si hubiera evidencia de negligencia del padre o de la niñera. Excelente. Sí, te voy a mandar los documentos mañana. Carmen se alejó del estudio sintiendo náuseas.
Ahora entendía por qué Valeria estaba documentando todo, por qué hacía preguntas sobre las rutinas, por qué había despedido a los otros empleados. Los días siguientes fueron una pesadilla lenta. Valeria comenzó a acusar a Carmen de pequeñas cosas.
Comida que faltaba del refrigerador, objetos que aparecían fuera de lugar, dinero que supuestamente había desaparecido del monedero de Valeria. Carmen”, le dijo una mañana, “¿Has visto mi pulsera de oro?” “La dejé en mi mesa de noche a noche.” “No, señora Valeria, yo no he estado en su cuarto. Qué extraño. Estoy segura de que la dejé ahí.” Valeria hizo una pausa dramática. “Bueno, supongo que aparecerá.
” Pero Carmen sabía que la pulsera no iba a aparecer y tenía razón. Al día siguiente, Valeria la encontró en la canasta de ropa sucia de Carmen. “No entiendo cómo llegó ahí”, murmuró Valeria, sosteniendo la pulsera como si fuera evidencia en un juicio.
“Tal vez se cayó cuando estabas limpiando mi cuarto, pero Carmen sabía que eso era mentira. Ella nunca había visto esa pulsera antes. Mientras tanto, Sofía se deterioraba visiblemente. La niña había dejado de jugar apenas comía y tenía pesadillas casi todas las noches. Carmen trataba de hablar con ella, pero cada vez que se acercaban al tema de lo que estaba pasando, Valeria aparecía como surgida de la nada.
¿De qué hablan mis niñas? preguntaba Valeria con esa sonrisa dulce que Carmen había aprendido a temer. Una tarde, Carmen encontró a Sofía llorando en su cuarto. “¿Qué pasa, mi amor?”, le preguntó sentándose en la cama junto a ella. “Me duele el brazo otra vez”, soyó Sofía. Carmen le revisó el brazo y encontró otra marca roja, esta vez en el otro brazo.
“Sofía, mi niña, ¿quién te está lastimando?” La niña la miró con ojos enormes y llenos de miedo. Si le digo a alguien, susurró, ella dice que tú te vas a ir para siempre. Carmen sintió que se le partía el corazón. ¿Quién te dijo eso? Sofía estaba a punto de responder cuando la puerta del cuarto se abrió.
Valeria entró con una bandeja de leche y galletas. ¿De qué hablan mis niñas?, preguntó con esa voz melosa que Carmen había comenzado a odiar. Sofía se lastimó el brazo otra vez, respondió Carmen tratando de mantener la voz neutral. Ay, pobrecita, es que está muy inquieta últimamente.
El doctor dice que es normal cuando los niños están pasando por cambios importantes. Om Valeria se acercó y puso la mano en el hombro de Sofía, apretando ligeramente. ¿Verdad, hijita? Sofía asintió rápidamente, pero Carmen pudo ver el miedo en sus ojos. Esa noche Carmen decidió que tenía que hacer algo.
No podía quedarse de brazos cruzados mientras Valeria lastimaba a Sofía y construía evidencias falsas en su contra. decidió buscar pruebas de lo que Valeria estaba haciendo. Esperó hasta muy tarde, cuando estaba segura de que Valeria dormía, y bajó silenciosamente al estudio de Roberto. La puerta estaba cerrada con llave, pero Carmen sabía donde Roberto guardaba la llave de repuesto.
Entró al estudio y encendió la lámpara del escritorio. Comenzó a revisar los cajones, buscando cualquier cosa que pudiera explicar el comportamiento de Valeria. En el cajón inferior encontró una carpeta con documentos legales. Los leyó rápidamente y sintió que se le caía el alma a los pies.
Eran documentos sobre custodia legal, sobre herencias, sobre seguros de vida. Valeria había estado investigando cómo obtener control legal completo sobre Sofía y sobre todos los bienes de Roberto. También encontró un folder con fotografías. Eran fotos de la casa tomadas desde diferentes ángulos, como si alguien estuviera estudiando las entradas y salidas, la ubicación de las cámaras de seguridad.
Carmen fotografió los documentos con su teléfono tratando de trabajar rápidamente en la penumbra. De repente escuchó pasos en el pasillo, se apresurando a guardar todo en su lugar y apagó la lámpara. Los pasos se acercaron a la puerta del estudio. Carmen se escondió detrás del escritorio con el corazón latiendo tan fuerte que estaba segura de que se podía escuchar por toda la casa. La manija de la puerta se movió lentamente.
Carmen murmuró la voz de Valeria desde el otro lado de la puerta. ¿Estás ahí? Carmen contuvo la respiración. Después de lo que pareció una eternidad, los pasos se alejaron. Carmen esperó otros 10 minutos antes de salir del estudio. Subió a su cuarto con cuidado, pero sabía que Valeria sospechaba algo.
Al día siguiente, las cosas empeoraron. Valeria comenzó a seguir a Carmen por toda la casa, apareciendo en lugares inesperados, haciendo preguntas sobre cosas que Carmen estaba haciendo. ¿Qué buscabas en la despensa?, le preguntó cuando Carmen estaba preparando el almuerzo. Ingredientes para la comida, respondió Carmen. Ah.
Es que creía haber escuchado ruidos anoche, como si alguien estuviera moviendo cosas. Carmen fingió confusión. No escuché nada, señora Valeria, pero sabía que Valeria sabía. Esa tarde Carmen encontró a Valeria en el botiquín del baño de Roberto, contando sus medicamentos. ¿Qué está haciendo?, preguntó Carmen.
Valeria se sobresaltó ligeramente, pero se recuperó rápidamente. Organizando los medicamentos de Roberto, con tantos frascos es fácil que se pierdan. Sonríó. ¿No te parece? Carmen sabía que Roberto tenía una rutina muy específica con sus medicamentos. los contaba cada noche y llevaba un registro estricto porque el doctor se lo había recomendado.
“Roberto siempre ha sido muy cuidadoso con eso”, murmuró Carmen. “Sí, pero últimamente he notado que faltan algunas pastillas. ¿No has visto si alguien más ha estado aquí?” Carmen sintió un escalofrío. Sabía exactamente hacia dónde se dirigía esta conversación. “Nadie más viene a este baño”, respondió. “M.” Valeria cerró el botiquín. Qué extraño.
Entonces, esa noche Carmen no pudo dormir. Sabía que Valeria estaba preparando algo, pero no sabía exactamente qué. Lo único que sabía era que tenía que proteger a Sofía. Cerca de las 3 de la madrugada, escuchó ruidos en el pasillo. Se asomó por la rendija de su puerta y vio a Valeria caminando hacia el cuarto de Sofía con algo en la mano.
Carmen esperó unos minutos y después salió silenciosamente de su cuarto. Se acercó a la puerta de Sofía y la encontró entreabierta. Valería estaba parada junto a la cama de la niña, observándola a dormir. En su mano tenía un frasco pequeño. Carmen se quedó paralizada, no sabiendo qué hacer. Después de unos minutos que parecieron eternos, Valeria se alejó de la cama y salió del cuarto.
Carmen esperó hasta estar segura de que Valeria había regresado a su cuarto y después entró silenciosamente al cuarto de Sofía. La niña estaba dormida, pero su respiración parecía extraña, más profunda de lo normal. Carmen se acercó a la mesa de noche y vio un vaso de leche a medias. Olió el vaso y detectó un aroma extraño, algo que no debería estar ahí.
Con cuidado llevó el vaso a la cocina y lo guardó en el refrigerador. Si Valeria le estaba dando algo a Sofía para hacerla dormir, iba a necesitar evidencia. A la mañana siguiente, Sofía despertó más tarde de lo normal y parecía confundida y somnolienta. “¿Cómo dormiste, mi niña?”, le preguntó Carmen. “¡Raro”, murmuró Sofía. “Soñé cosas feas.” Carmen le preparó el desayuno, pero Sofía apenas comió.
Parecía ausente, como si estuviera en una nube. Valeria bajó más tarde con una sonrisa satisfecha. “¿Cómo durmió mi hijita?”, preguntó acariciando el cabello de Sofía. “Muy bien”, respondió, aunque Carmen notó como Sofía se tensó bajo su toque. “Ese día, Roberto llamó desde Estados Unidos. ¿Cómo están mis mujeres?”, preguntó con voz alegre.
Valeria tomó el teléfono primero. Todo perfecto, mi amor. Aunque hizo una pausa dramática. He tenido algunos problemitas menores. Carmen sintió que se le encogía el estómago. ¿Qué tipo de problemas?, preguntó Roberto. Bueno, no quería preocuparte, pero han estado desapareciendo algunas cosas.
Comida del refrigerador, algunos objetos pequeños y he notado que Sofía está muy extraña últimamente. No quiere jugar, llora mucho. Carmen está cuidándola bien. Valeria miró directamente a Carmen mientras respondía. Carmen hace lo que puede, pero creo que está un poco abrumada. Tal vez necesitemos hablar cuando regreses. Cuando le pasó el teléfono a Carmen,
Roberto sonaba preocupado. ¿Cómo está realmente Sofía? Le preguntó. Carmen. Quería gritarle la verdad, contarle todo lo que estaba pasando, pero sabía que Valeria estaba escuchando cada palabra. está adaptándose”, respondió cuidadosamente. “¿Y tú, Valeria? Dice que pareces estresada.” “Estoy bien, señor Roberto.” Pero Carmen sabía que Roberto no estaba completamente convencido. Los días siguientes fueron un infierno.
Valeria intensificó sus acusaciones, siempre con testigos. Esperanza presenció varias de estas escenas, pero permanecía en silencio, claramente aterrorizada de perder su trabajo. “Carmen,”, dijo Valeria una mañana. “¿Has visto mis aretes de diamantes? Los dejé en la mesa de la sala anoche.” “No, señora Valeria.
Qué extraño. Esperanza, ¿tú los viste?” Esperanza negó con la cabeza, sin levantar la vista del suelo. Una hora después, Valeria encontró los aretes en la bolsa de mandado de Carmen. “No entiendo cómo llegaron ahí”, murmuró Valeria mientras Esperanza observaba toda la escena. “Carmen, ¿estás segura de que no los tomaste sin darse cuenta?” Carmen sabía que era inútil protestar.
Valeria estaba construyendo un caso en su contra, pieza por pieza, con testigos que tenían demasiado miedo para contradecirla. La noche antes del regreso de Roberto, Carmen encontró a Sofía escondida en el closet de su cuarto llorando. ¿Qué pasa, mi amor? Valeria dice que cuando papá regrese tú te vas a ir. Soy yo sola niña.
Dice que has estado robando cosas y que papá se va a enojar mucho contigo. Carmen abrazó a Sofía con fuerza. No importa lo que pase, yo nunca te voy a abandonar, le susurró. ¿Me entiendes? Pase lo que pase. Pero mientras consolaba a la niña, Carmen sabía que sus opciones se estaban agotando. Al día siguiente, Roberto regresó de su viaje cargado de regalos y con una sonrisa enorme, pero su sonrisa se desvaneció cuando vio el ambiente tenso en la casa.
“¿Qué pasa aquí?”, preguntó notando como Sofía se escondía detrás de Carmen y como Carmen parecía nerviosa. Valeria suspiró dramáticamente. Roberto, mi amor, necesitamos hablar. Esa noche, después de cenar, Roberto llamó a Carmen a su estudio. “Cierra la puerta”, le dijo. Y su voz sonaba más seria de lo que Carmen había escuchado jamás.
Carmen cerró la puerta y se volteó para enfrentar a Roberto, sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Roberto cerró la puerta del estudio con un sonido que resonó por toda la habitación como un martillo. Carmen se quedó parada frente al escritorio de madera oscura, con las manos entrelazadas para evitar que temblaran.
La lámpara del escritorio creaba un círculo de luz dorada que parecía un reflector de interrogatorio. “Siéntate”, dijo Roberto señalando la silla frente a su escritorio. Carmen se sentó despacio, sintiendo como el cuero frío de la silla se pegaba a sus piernas a través de la falda del uniforme. Roberto se quedó de pie detrás del escritorio con los brazos cruzados.
En la penumbra más allá del círculo de luz, Carmen pudo distinguir la silueta de Valeria, que había entrado silenciosamente y se había recostado contra la pared. “Carmen,” comenzó Roberto y su voz sonaba cansada. “Valeria me ha contado algunas cosas muy preocupantes.” Carmen sintió que se le secaba la boca.
“¿Qué tipo de cosas, señor Roberto?” Roberto abrió el cajón superior de su escritorio y sacó un frasco de pastillas. lo colocó sobre la superficie de madera con un golpe seco. Mis medicamentos han estado desapareciendo. Este frasco tenía 30 pastillas cuando me fui. Ahora tiene 18. Carmen miró el frasco sintiendo como el estómago se le revolvía. Señor Roberto, yo llevo un registro muy cuidadoso de mis medicamentos, Carmen.
Mi doctor me lo pidió después del último problema cardíaco. Cada pastilla está contada. Desde la penumbra. Valeria habló con voz suave y triste. Roberto, tal vez Carmen tiene una explicación. Pero cuando Carmen miró hacia ella, pudo ver la satisfacción apenas disimulada en sus ojos. “¿Sabes algo sobre esto?”, preguntó Roberto. Carmen bajó la cabeza.
Sabía que había llegado el momento de la verdad, aunque esa verdad fuera solo parcial. “Sí”, murmuró. “Tomé algunas pastillas.” Roberto se dejó caer en su silla como si hubiera recibido un golpe. ¿Por qué, Carmen? ¿Por qué harías algo así? Carmen levantó la vista y Roberto pudo ver las lágrimas en sus ojos. Mi mamá está enferma, señor Roberto.
Tiene diabetes y no tenemos dinero para comprar todas sus medicinas. Cuando vi que usted tenía tantas pastillas para el corazón, pensé que pensaste qué. La interrumpió Roberto. Pensé que tal vez podría vender algunas para comprar la insulina de mi mamá. Carmen se secó los ojos con el dorso de la mano. Sé que estuvo mal.
Sé que no tenía derecho, pero mi mamá se estaba poniendo muy mal y yo no sabía qué hacer. Roberto se quedó en silencio por un momento largo. Carmen pudo escuchar el tic tac del reloj de pared y el sonido distante de la lluvia que había comenzado a caer afuera.
Carmen”, dijo finalmente, “Entiendo que hayas estado desesperada. Entiendo que quieras ayudar a tu mamá, pero esto,” levantó el frasco. “Esto es muy serio. Estos medicamentos son específicos para mi condición cardíaca. No se pueden vender así como así.” “Lo sé, señor Roberto. Lo siento mucho.” Roberto suspiró profundamente. “¿Cuántas pastillas tomaste?” Solo cinco.
Se las di a mi mamá porque pensé que tal vez le ayudarían con la circulación. Desde la penumbra, Valeria tosió suavemente. Roberto, cariño, no creo que el problema sea solo las pastillas. Roberto la miró. ¿A qué te refieres? Valeria se acercó al escritorio moviéndose como un gato en la oscuridad. He notado otras cosas.
Comida que desaparece, objetos pequeños que se mueven de lugar. Y Sofía hizo una pausa dramática. Sofía ha estado muy extraña desde que regresaste. Carmen sintió una ola de pánico. ¿Qué tiene que ver Sofía con esto? Bueno, continuó Valeria. Creo que todo está relacionado. El estrés de esta situación está afectando a toda la familia. Roberto se frotó las cienes. Carmen, voy a ser honesto contigo.
Estoy muy decepcionado, pero también entiendo tu situación. Vamos a hacer esto. Te voy a descontar el valor de las pastillas de tu sueldo y le voy a pagar directamente el tratamiento a tu mamá. Pero algo así no puede volver a pasar. Carmen sintió un alivio enorme. Gracias, señor Roberto. Gracias. No volverá a pasar, se lo prometo. Pero cuando miró hacia Valeria, vio que su rostro se había endurecido.
Era claro que había esperado una reacción más severa de Roberto. ¿Estás seguro de que esa es la mejor decisión? preguntó Valeria. “Sí”, respondió Roberto firmemente. Carmen ha sido parte de esta familia durante años. Un error no borra todo lo bueno que ha hecho. Valeria sonrió, pero Carmen pudo ver que era una sonrisa forzada. “Por supuesto, mi amor, tú sabes lo que es mejor.
” Carmen salió del estudio sintiéndose aliviada, pero inquieta. Había confesado sobre las pastillas, pero sabía que esa no era la verdadera razón por la que estaban desapareciendo. Y por la expresión de Valeria, sabía que esto estaba lejos de terminar. Los siguientes días confirmaron sus temores.
Valeria cambió completamente de estrategia. Si no podía deshacerse de Carmen acusándola de robo, encontraría otra manera. Carmen comenzó a notar que Valeria la seguía constantemente, siempre con su teléfono en la mano. Al principio pensó que era paranoia, pero pronto se dio cuenta de que Valeria estaba tomando fotos.
Un día, Carmen estaba jugando con Sofía en el jardín después de la lluvia. La niña había insistido en hacer pasteles de lodo y ambas estaban sucias y riéndose cuando Valeria apareció. ¿Qué están haciendo?, preguntó Valeria con el teléfono ya en posición. jugando”, respondió Carmen notando el flash de la cámara. “Sofía está empapada”, murmuró Valeria tomando más fotos.
“¿No crees que debería estar adentro con este clima?” “Está bien, el sol ya salió”, respondió Carmen. Pero esa noche Carmen escuchó a Valeria hablando por teléfono. “Sí, tengo fotos de la negligencia. La niña estaba jugando en el lodo completamente sucia y Carmen no hizo nada para evitarlo. Carmen comenzó a entender el nuevo plan de Valeria. Dos días después, Carmen encontró a Sofía llorando en su cuarto después de la siesta.
¿Qué pasa, mi niña?, preguntó Carmen sentándose en la cama. Me duele, soyó Sofía tocándose el cuero cabelludo. Carmen le revisó el cabello y encontró un área enrojecida, como si alguien le hubiera jalado muy fuerte. ¿Quién te jaló el pelo? Sofía miró hacia la puerta con miedo antes de responder. Ella dice que si le digo a alguien, tú te vas a ir para siempre.
En ese momento, Valeria entró al cuarto con una expresión de preocupación perfectamente actuada. ¿Qué pasa? ¿Por qué llora mi hijita? Carmen vio como Valeria sacaba discretamente su teléfono. “Dice que le duele la cabeza”, respondió Carmen. Valeria se acercó y tomó fotos de Sofía llorando. Pobrecita, ha estado muy sensible últimamente, ¿verdad, Carmen? llora por todo.
Carmen sabía exactamente lo que estaba pasando, pero no podía probarlo. Mientras tanto, Roberto estaba cada vez más estresado. Su empresa estaba atravesando dificultades financieras y los problemas en casa no ayudaban.
Carmen notaba cómo se llevaba la mano al pecho con más frecuencia, como su respiración a veces se volvía laboriosa. Valeria, por supuesto, había notado esto también. Mi amor”, le decía a Roberto durante las cenas. “Estás muy pálido. ¿Te sientes bien?” “Es solo estrés”, respondía Roberto. Una vez que se resuelvan los problemas del trabajo, todo va a estar mejor. “¿Pero también tienes estrés aquí en casa?”, insistía Valeria.
Toda esta situación con Carmen y Sofía que está tan difícil últimamente. Roberto se frotaba las cienes. Solo necesito que haya paz en esta casa. Es lo único que pido. Carmen veía como Valeria sonreía cada vez que Roberto mencionaba el estrés doméstico. Una tarde, Valeria anunció nuevas reglas para Sofía. He estado pensando, dijo durante el almuerzo, que Sofía necesita pasar menos tiempo con personas ajenas a la familia nuclear. ¿A qué te refieres?, preguntó Roberto.
Bueno, por ejemplo, las visitas de sus primos y las amigas de la escuela que vienen a jugar. Creo que necesita concentrarse en desarrollar una relación sólida conmigo antes de tener tantas distracciones externas. Carmen intervino. Pero, señora Valeria, Sofía necesita socializar con otros niños de su edad. Valeria la miró con frialdad.
Carmen, creo que esas decisiones le corresponden a la familia, no al personal doméstico. Roberto suspiró. Valeria tiene razón. Tal vez sí sería bueno que Sofía pasara más tiempo en casa por un tiempo. Carmen vio como Sofía se encogía en su silla, pero no pudo protestar más sin arriesgarse a otra confrontación.
Los siguientes días fueron terribles para Sofía. Sin las visitas de sus primos o amigas, la casa se sentía como una prisión. Carmen trataba de mantenerla ocupada, pero podía ver como la niña se iba apagando poco a poco y Valeria se volvía más cruel cada día.
Una mañana, Carmen estaba colgando ropa en el patio cuando escuchó a Sofía gritar desde adentro. Corrió hacia la casa y encontró a la niña en la cocina llorando y tocándose el brazo. ¿Qué pasó?, preguntó Carmen. Antes de que Sofía pudiera responder, Valeria apareció. Se lastimó jugando, dijo rápidamente, “Ya sabes cómo son los niños.
” Pero Carmen vio la marca roja en el brazo de Sofía, claramente un pellizco muy fuerte. Esa noche, cuando Carmen fue a arropar a Sofía, la niña la agarró de la mano. Carmen susurró, tengo miedo. ¿Miedo de qué, mi amor? Valeria dice cosas feas cuando tú no estás. ¿Qué tipo de cosas? Sofía miró hacia la puerta antes de responder. Dice que si papá se enferma, yo me voy a quedar sola con ella para siempre.
y que si tú te vas, nadie me va a cuidar. Carmen sintió que se le helaba la sangre. Sofía, mi niña, yo nunca te voy a dejar y tu papá está bien. Pero mientras consolaba a la niña, Carmen no podía quitarse de encima la sensación de que algo terrible se estaba acercando. Esperanza. La mujer de la limpieza también había comenzado a notar cambios en la casa.
Una tarde, mientras limpiaba el pasillo del segundo piso, escuchó voces desde el cuarto de Sofía. Se acercó silenciosamente y vio por la puerta entreabierta como Valeria tenía agarrada a Sofía del brazo, apretándola con fuerza. Si le dices algo a Carmen o a tu papá. Escuchó que Valeria le decía a la niña, me voy a asegurar de que Carmen se vaya para siempre y entonces vas a estar sola conmigo, ¿entiendes? Sofía lloraba silenciosamente asintiendo con la cabeza.
Esperanza dio un paso hacia la puerta lista para intervenir cuando Valeria levantó la vista y la vio. Por un momento, las dos mujeres se miraron a los ojos. Luego, Valeria soltó a Sofía y caminó hacia la puerta. Esperanza dijo con voz suave pero amenazante. ¿Necesitas algo? Yo estaba limpiando, murmuró Esperanza. Valeria se acercó más.
Esperanza, tú tienes una hija en la universidad, ¿verdad? Y un nieto pequeño que vive contigo. Esperanza asintió nerviosamente. Sería una pena que tuvieras que buscar otro trabajo a tu edad, especialmente con tantas responsabilidades familiares. Esperanza entendió el mensaje perfectamente. Sí, señora Valeria.
Me alegra que nos entendamos. Esperanza se alejó del cuarto con las piernas temblorosas. Pero la imagen de Sofía llorando se quedó grabada en su mente. Los problemas de salud de Roberto empeoraron gradualmente. Una noche, durante una discusión particularmente tensa sobre los gastos de la casa, Roberto sintió una punzada fuerte en el pecho.
“Roberto, ¿qué pasa?”, preguntó Carmen notando cómo se había puesto pálido. Nada, solo necesito sentarme un momento. Roberto se dejó caer en el sofá llevándose la mano al pecho. Valeria se acercó rápidamente. ¿Es el corazón? Preguntó con voz preocupada. Roberto asintió respirando con dificultad.
Carmen corrió a buscar sus pastillas de emergencia, pero cuando regresó notó algo extraño. Valeria estaba arrodillada junto a Roberto, pero no parecía estar haciendo nada para ayudarlo. Solo lo observaba. ¿No deberíamos llamar al doctor?, preguntó Carmen. Valeria pareció sobresaltarse. “Sí, por supuesto”, dijo. Pero Carmen notó que había tardado varios segundos en responder.
El doctor llegó una hora después y examinó a Roberto. “Ha sido un episodio menor”, explicó. “Pero necesita reducir el estrés.” Su corazón está bajo mucha presión. Esa noche, después de que el doctor se fue, Carmen no pudo dormir. Seguía pensando en cómo Valeria había reaccionado durante el episodio de Roberto. Había algo en su comportamiento que no encajaba.
comenzó a observar a Valeria más cuidadosamente. Notó que hacía llamadas telefónicas extrañas a horas raras, siempre en voz baja y en habitaciones donde creía que nadie la podía escuchar. Una noche, Carmen la escuchó en el estudio de Roberto. Sí, todo va según el plan. La oyó decir. ¿Cuánto tiempo toma normalmente? entiendo. Y después, perfecto.
Carmen también notó que Valeria había comenzado a usar la computadora de Roberto cuando él no estaba. Una tarde, mientras Valeria estaba en el jardín hablando por teléfono, Carmen se acercó a la computadora y vio que tenía abierta una página web sobre herencias y seguros de vida.
Carmen intentó hablar con Roberto sobre sus sospechas, pero él estaba tan preocupado por su salud y el trabajo que apenas la escuchaba. Roberto, le dijo una mañana, creo que deberías tener cuidado con Carmen, por favor. La interrumpió Roberto. No tengo energía para más problemas domésticos. Solo necesito paz. Carmen vio como Valeria sonreía desde la puerta de la cocina. Las cosas llegaron a un punto crítico.
Una noche de tormenta en noviembre. Los vientos azotaban las ventanas de la casa y la lluvia caía con tal fuerza que sonaba como tambores sobre el techo. Roberto había tenido un día particularmente difícil en el trabajo. Había llegado a casa pálido y exhausto y apenas había tocado la cena. “Voy a acostarme temprano,” anunció después de cenar.
¿Quieres que te prepare un té?”, preguntó Valeria con voz solícita. “No, solo necesito descansar.” Roberto subió las escaleras despacio llevándose la mano al pecho. Carmen ayudó a Sofía con su tarea y después la acostó. La niña estaba más callada de lo normal y Carmen notó que tenía una nueva marca en el cuello, casi imperceptible, pero ahí.
¿Te lastimaste?, le preguntó Carmen. Sofía negó con la cabeza rápidamente, pero Carmen vio el miedo en sus ojos. Mi amor, si alguien te está lastimando, no interrumpió Sofía. No me pasa nada. Pero sus ojos decían lo contrario. Carmen se quedó con Sofía hasta que se durmió y después bajó a la cocina para lavar los platos de la cena.
Valeria estaba en la sala viendo televisión, pero Carmen notaba que su atención estaba en otra parte. Cerca de las 11 de la noche, Carmen escuchó ruidos desde el cuarto de Roberto, pasos, voces ahogadas, sonidos que no podía identificar. Después, todo quedó en silencio. Carmen terminó de limpiar la cocina y subió las escaleras.
Al pasar por el cuarto de Roberto, notó que había luz debajo de la puerta, pero no se escuchaba ningún sonido. Se fue a su cuarto, pero algo la mantenía despierta. Había una sensación en el aire, una tensión que no podía explicar. Cerca de la 1 de la madrugada, Carmen escuchó pasos en el pasillo. Se asomó por la rendija de su puerta y vio a Valeria caminando hacia las escaleras, llevando algo en las manos.
Carmen esperó unos minutos y después salió silenciosamente de su cuarto. Bajó las escaleras con cuidado y vio luz en la sala. Se acercó silenciosamente y vio a Valeria sentada en el sofá. con varios frascos de medicamentos en la mesa frente a ella. Los estaba contando cuidadosamente, separando pastillas en pequeños montones.
Carmen se quedó paralizada, observando desde la entrada de la sala. Valeria tomó uno de los frascos y lo guardó en su bata. Los otros los dejó en la mesa. Después se levantó y caminó hacia las escaleras. Carmen se escondió detrás de la puerta de la cocina mientras Valeria pasaba. escuchó sus pasos subiendo las escaleras dirigiéndose hacia el cuarto de Roberto.
Carmen esperó otros 10 minutos antes de regresar a su cuarto, pero sabía que había visto algo importante, aunque no sabía exactamente qué. La tormenta siguió rugiendo afuera y Carmen se quedó despierta escuchando los sonidos de la casa, el viento, la lluvia y ocasionalmente pasos en el pasillo. Cerca de las 3 de la madrugada, todo se volvió silencioso, demasiado silencioso.
Carmen se levantó de la cama y se acercó a la ventana. La tormenta había amainado un poco, pero todavía llovía fuertemente. De repente escuchó un grito desde abajo. “Valeria, Valeria, ayúdame.” Era la voz de Roberto y sonaba desesperada. Carmen corrió hacia la puerta de su cuarto, pero antes de abrirla escuchó pasos en el pasillo. Se quedó inmóvil escuchando.
“Valeria”, gritó Roberto otra vez y su voz sonaba más débil. Carmen esperó, pero no escuchó que Valeria respondiera. Los gritos de Roberto continuaron por varios minutos más, cada vez más débiles, cada vez más desesperados. Por favor, alguien ayúdenme. Carmen sintió que se le partía el corazón. Quería correr a ayudarlo, pero algo la detenía. Había algo terriblemente malo en toda esta situación.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, pero probablemente fueron solo minutos, los gritos cesaron. La casa quedó sumida en un silencio aterrador, interrumpido solo por el sonido de la lluvia que seguía cayendo implacablemente sobre el techo. Los gritos de Roberto cortaron el silencio de la madrugada como cuchillos. Carmen se despertó de golpe con el corazón latiendo tan fuerte que pensó que se iba a salir del pecho.
Por un momento no supo si había sido un sueño, pero entonces lo escuchó otra vez. Valeria, por favor, ayúdame. La voz de Roberto sonaba desesperada, llena de dolor y miedo. Carmen saltó de la cama y corrió hacia la puerta. En el pasillo pudo ver que la puerta del cuarto de Sofía también se había abierto. “Carmen”, murmuró la niña asomando la cabecita con los ojos enormes de susto.
“Quédate en tu cuarto, mi amor”, le dijo Carmen rápidamente. “Tu papá necesita ayuda.” Pero cuando Carmen llegó a las escaleras, Sofía la siguió. La niña se sentó en el escalón superior, abrazando a su osito Pepito, observando todo lo que pasaba abajo. Carmen bajó las escaleras corriendo, tropezando en su prisa. Los gritos de Roberto venían de la sala principal.
Cuando llegó, lo encontró tirado en el suelo junto al sofá, con la cara pálida como papel y llevándose las manos al pecho. “Señor Roberto!”, gritó Carmen arrodillándose junto a él. “¿Qué le pasa? ¿Qué siente? Roberto trataba de hablar, pero solo salían sonidos ahogados. Sus ojos estaban muy abiertos, llenos de terror, y su respiración era laboriosa y entrecortada. “Valeria”, gritó Carmen hacia las escaleras. “Valeria, venga rápido.
” Desde donde estaba sentada en la escalera, Sofía podía ver toda la escena. Vio a su papá en el suelo, vio a Carmen tratando de ayudarlo y entonces vio algo más. Valeria salió de la sala contigua como si hubiera estado durmiendo en el sofá. Pero Sofía había visto algo antes de que Carmen llegara. Había visto a Valeria parada junto a su papá, observándolo en el suelo. No había estado durmiendo.
Había estado despierta mirando. ¿Qué pasa?, preguntó Valeria frotándose los ojos como si acabara de despertar. Carmen la miró rápidamente y notó algo extraño. Valeria llevaba puesto un camisón de seda blanco, pero no tenía ni una arruga. Su maquillaje estaba perfecto, como si se hubiera maquillado hace poco, no como alguien que había estado durmiendo toda la noche. Roberto se está muriendo gritó Carmen. Llame a una ambulancia.
Valeria se acercó despacio. Demasiado despacio para alguien cuyo esposo se estaba muriendo. Ay, Dios mío murmuró. Pero su voz sonaba extrañamente calmada. “¿Qué le habrá pasado?” “No importa qué le pasó”, gritó Carmen. “Llame la ambulancia ahora.” Valeria caminó hacia el teléfono, pero sus movimientos eran lentos, como si no hubiera prisa.
Carmen observó horrorizada como Valeria marcaba el número de emergencias, pero antes de que terminara de marcar colgó. “Se me olvidó el número”, dijo Valeria. Es 911″, gritó Carmen sin poder creer lo que estaba escuchando. Mientras Valeria marcaba otra vez, Carmen vio algo que la heló por completo.
Valeria estaba mirando a Roberto con una expresión fría, calculadora. No había dolor en sus ojos, no había desesperación, había satisfacción. Carmen le quitó el teléfono de las manos. “Emergencias”, gritó cuando contestaron. Mi patrón se está muriendo. Necesitamos una ambulancia ahora. Dio la dirección y toda la información que le pidieron, mientras Valeria se quedaba parada a un lado observando.
Roberto había dejado de moverse. Su respiración era cada vez más débil. “Roberto”, gritó Carmen tomándole la cara. No se muera. Quédese conmigo. Valeria se arrodilló del otro lado de Roberto, pero Carmen notó que no lo tocaba. No trataba de ayudarlo de ninguna manera, solo lo observaba. Desde la escalera, Sofía vio todo.
Vio como su papá se ponía cada vez más quieto. Vio como Carmen lloraba y trataba de ayudarlo. Y vio como Valeria solo miraba. La niña no entendía exactamente lo que estaba pasando, pero sabía que algo estaba muy mal. Los paramédicos llegaron 8 minutos después, pero se sintieron como 8 horas. Entraron corriendo con sus equipos y se hicieron cargo de la situación.
¿Cuándo empezó?, preguntó uno de ellos mientras revisaba a Roberto. Hace unos 10 minutos respondió Carmen. Alguien vio qué pasó. Carmen miró a Valeria. Yo estaba durmiendo dijo Valeria rápidamente. Carmen me despertó con sus gritos. Los paramédicos trabajaron en Roberto durante 20 minutos.
Lo conectaron a máquinas, le inyectaron medicamentos, trataron de hacer que su corazón volviera a latir, pero Carmen podía ver en sus caras que era demasiado tarde. “Lo siento”, dijo finalmente el paramédico principal. “No pudimos hacer nada. Murió de un paro cardíaco masivo.” Valeria se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar.
Pero Carmen, que había visto llorar de verdad a muchas personas, notó que algo estaba mal. Los soyosos de Valeria sonaban perfectos, demasiado perfectos. Y cuando se quitó las manos de la cara, Carmen vio que sus ojos estaban secos. Sofía bajó corriendo las escaleras y se aferró a Carmen. “Papá está dormido”, preguntó con voz pequeña. Carmen la abrazó fuerte, sin saber qué decir.
Valeria se acercó y trató de tomar a Sofía, pero la niña se escondió detrás de Carmen. “Ven conmigo, hijita”, dijo Valeria con voz melosa. “Ahora solo nos tenemos la una a la otra”. Pero Sofía se aferró más fuerte a Carmen. La policía llegó media hora después. Era protocolo en cualquier muerte súbita. Un detective de mediana edad, llamado Inspector Morales, comenzó a hacer preguntas.
¿El señor Mendoza tenía problemas de salud?, preguntó. Valeria se secó los ojos con un pañuelo que había aparecido mágicamente en su mano. Sí, problemas del corazón. Tomaba medicamentos, pero últimamente había estado muy estresado. ¿Qué tipo de estrés? Valeria miró hacia Carmen antes de responder.
Problemas en el trabajo y también algunos problemas domésticos. El detective siguió su mirada. ¿Qué tipo de problemas domésticos? Bueno, Valeria suspiró dramáticamente. Hemos tenido algunos incidentes con el personal. Cosas que desaparecían, comportamientos extraños. Roberto estaba muy preocupado por la seguridad de Sofía.
Carmen sintió que se le caía el estómago. Eso no es cierto, murmuró el detective. La miró. ¿Usted es Carmen Ruiz? Soy era la niñera de Sofía. ¿Y qué opina usted de estos problemas domésticos? Carmen miró a Valeria, que la observaba con ojos de hielo. No había problemas, dijo Carmen. Bueno, algunos malentendidos, pero nada serio.
El detective tomó notas. ¿Dónde estaba usted cuando el señor Mendoza tuvo el ataque? En mi cuarto durmiendo. Me desperté cuando lo escuché gritar. Y usted, señora Mendoza, también dormía en el sofá de la sala de al lado. A veces duermo ahí cuando Roberto ronca mucho. El detective frunció el ceño, pero no escuchó los gritos de su esposo. Valeria se llevó la mano al corazón.
Soy una persona de sueño muy pesado. Carmen me despertó. Carmen quería gritar que eso era mentira, que había visto a Valeria despierta observando a Roberto. Pero, ¿quién le iba a creer? ¿Dónde guardaba el señor Mendoza sus medicamentos de emergencia?, preguntó el detective. En el botiquín del baño principal”, respondió Valeria inmediatamente.
También tenía algunas pastillas en su mesa de noche y otras en el cajón de su escritorio. El detective la miró con sorpresa. “Usted conoce muy bien la ubicación de todos sus medicamentos. Por supuesto, soy su esposa. Es mi responsabilidad cuidarlo. Pero si estaba durmiendo en otra habitación, inspector, interrumpió Valeria.
¿Está insinuando algo? No, señora, solo trato de entender la secuencia de eventos. Mientras el detective seguía haciendo preguntas, Valeria se las arregló para alejarse discretamente. Carmen la vio subir las escaleras, pero estaba demasiado ocupada respondiendo preguntas para seguirla. Arriba, Valeria entró silenciosamente al cuarto de Carmen.
Sacó de su bolsillo un frasco vacío de medicamentos para el corazón y lo escondió debajo del colchón de Carmen. Esperanza, que estaba limpiando el pasillo en estado de shock, vio a Valeria salir del cuarto de Carmen. Sus ojos se encontraron por un momento y Esperanza entendió lo que había pasado, pero estaba demasiado asustada para decir algo.
Cuando Valeria bajó, el detective estaba preguntándole a Carmen sobre los medicamentos faltantes. Es cierto que tomé algunas pastillas, admitió Carmen. Pero ya le expliqué al señor Roberto. Era para mi mamá. ¿Qué tipo de pastillas para la circulación? Pensé que le iban a ayudar con su diabetes. El detective escribió todo en su libreta.
El señor Mendoza sabía de esto. Sí, ya había hablado con él. íbamos a resolver el problema. Valeria tosió suavemente. Inspector, ¿podríamos revisar el cuarto de Carmen? Creo que podría encontrar algo relevante. Carmen sintió que se le helaba la sangre. ¿Por qué quiere revisar mi cuarto? Es solo una precaución, murmuró Valeria. Para descartar cualquier malentendido.
El detective accedió. Subieron al segundo piso con Carmen siguiéndolos con una sensación de terror creciente. En el cuarto de Carmen, el detective comenzó a revisar cajones y armarios. No encontró nada inusual hasta que miró debajo del colchón. ¿Qué es esto?, preguntó sacando el frasco vacío. Carmen lo miró sin entender. No sé, nunca lo había visto.
Valeria se acercó a ver. Es uno de los frascos de Roberto”, murmuró con voz temblorosa. Estaba lleno ayer. Carmen, preguntó el detective. Yo no puse eso ahí, gritó Carmen. Alguien lo puso. Yo no, Carmen. La interrumpió Valeria suavemente. Entiendo que estés asustada, pero mentir no va a ayudar.
El detective miró a Carmen con suspicacia creciente. Señora Ruiz, voy a tener que pedirle que me acompañe para hacer algunas preguntas más. No! Gritó Sofía desde la puerta. Carmen no hizo nada malo. La niña corrió hacia Carmen y se aferró a sus piernas. Carmen no lastimó a papá. Lloró.
¿Fue? ¿Fue quién, niña?, preguntó el detective arrodillándose a su altura. Sofía miró hacia Valeria, que la observaba con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Fue, fue. Sofía comenzó a temblar. Valeria estaba ahí. Ella vio a papá en el suelo. Ella no lo ayudó. Los adultos se miraron entre sí. “Hijita,” dijo Valeria con voz suave. “¿Estás confundida? ¿Estabas asustada y no viste bien?” “Sí vi”, gritó Sofía.
“Tú estabas parada ahí. No ayudaste a papá. El detective se volvió hacia Valeria. Es posible que la niña haya visto algo Valeria se arrodilló junto a Sofía. Mi amor, sé que estás muy triste y confundida. A veces cuando estamos muy asustados, creemos ver cosas que no pasaron realmente.
Sí pasó, insistió Sofía, pero su voz sonaba menos segura. Inspector, continuó Valeria. Sofía ha estado muy alterada últimamente. Ha habido muchos cambios en la casa y creo que todo esto la tiene muy confundida. El detective miró a la niña con compasión. Es normal que los niños se confundan en situaciones traumáticas, le dijo a Carmen.
Su testimonio no puede considerarse confiable. Carmen sintió que el mundo se le venía encima. Pero, señor inspector, si la niña dice que señora Ruiz, la interrumpió el detective. Tenemos evidencia física de que usted tuvo acceso a los medicamentos del señor Mendoza. Tenemos el historial de medicamentos faltantes y ahora encontramos un frasco vacío en su cuarto. Carmen abrió la boca para protestar, pero el detective continuó.
Voy a tener que arrestarla por sospecha de homicidio. No! Gritó Sofía. Carmen no mató a papá. Pero ya era demasiado tarde. El detective sacó las esposas. Carmen se arrodilló junto a Sofía. Mi amor, escúchame bien. Yo no lastimé a tu papá. Yo te amo mucho y voy a volver, ¿me entiendes? Voy a volver. Sofía se aferró a Carmen con todas sus fuerzas.
No te vayas. No me dejes con ella. Valeria se acercó y tomó a Sofía de los hombros, separándola de Carmen. Su agarre se veía tierno desde lejos, pero Carmen pudo ver como sus dedos se clavaban en la piel de la niña. “Ven conmigo, hijita”, murmuró Valeria. Ahora solo nos tenemos la una a la otra. Carmen fue llevada hacia la puerta, pero se volteó una vez más hacia Sofía.
Voy a volver, le gritó. Te prometo que voy a volver. La puerta se cerró detrás de ella. En la casa quedaron solo Valeria, Sofía y Esperanza. El silencio era aterrador. Valeria soltó los hombros de Sofía y se irguió. La expresión de dolor y desesperación desapareció de su rostro como si fuera una máscara que se hubiera quitado. Bueno, dijo con voz fría.
Ahora somos solo nosotras. Sofía la miró con ojos enormes, finalmente entendiendo completamente que estaba sola con alguien muy malo. Esperanza continuó Valeria sin quitar los ojos de Sofía. Puedes irte a casa. Ya no te necesito. Esperanza miró a Sofía con lágrimas en los ojos. Pero, señora, la niña, la niña es mi responsabilidad ahora. La interrumpió Valeria. Y creo que necesita aprender algunas reglas nuevas.
Esperanza quería protestar. Quería llevarse a Sofía con ella, pero sabía que no podía hacer nada. Vete”, repitió Valeria y su voz sonaba peligrosa. Esperanza tomó sus cosas y se fue, dejando a Sofía sola con Valeria. En cuanto se cerró la puerta, Valeria agarró a Sofía del brazo. “Tú y yo vamos a tener una conversación muy seria”, le dijo. Arrastró a Sofía hasta su cuarto y la empujó adentro.
“Desde ahora”, dijo Valeria parada en la puerta. “Vas a vivir según mis reglas. No vas a salir de este cuarto sin mi permiso. No vas a hablar con nadie sin mi permiso. Y definitivamente no vas a contar mentiras sobre mí. No son mentiras, gritó Sofía. Tú mataste a mi papá. Valeria se acercó a la cama donde estaba Sofía. Escúchame bien, niña estúpida.
Tu papá está muerto. Carmen está en la cárcel. No tienes a nadie más que a mí. Y si no te portas bien, me voy a asegurar de que Carmen nunca salga de esa cárcel. Sofía comenzó a llorar. Quiero a Carmen. Soyoso. Carmen no va a volver, dijo Valeria con crueldad. Y mientras más rápido lo entiendas, mejor va a ser para ti. Valeria salió del cuarto y cerró la puerta.
Sofía escuchó el sonido de una llave girando en la cerradura. Estaba encerrada. se acurrucó en su cama abrazando a Pepito y lloró hasta que se quedó dormida. Afuera de la puerta, Valeria sonreía con satisfacción. Todo había salido mejor de lo que había planeado. Roberto estaba muerto, Carmen estaba en la cárcel y ahora tenía control total sobrefía y sobre toda la herencia.
Solo era cuestión de tiempo antes de que pudiera deshacerse de la niña también, pero eso podía esperar un poco. Primero tenía que asegurarse de que Carmen fuera condenada. Valeria bajó las escaleras hacia el estudio de Roberto, donde comenzaría a planear la siguiente fase de su plan. En el cuarto de arriba, Sofía lloraba en silencio, preguntándose si Carmen cumpliría su promesa de volver.
No sabía que tendría que esperar meses para averiguarlo. Tres meses después de la muerte de Roberto, la casa de los Mendoza se había convertido en una prisión silenciosa. Las cortinas permanecían cerradas la mayor parte del día y los únicos sonidos que se escuchaban eran los pasos de Valeria por los pasillos y el ocasional sollozo que venía del cuarto de Sofía.
La niña pasaba casi todo el tiempo encerrada en su habitación. Valeria había instalado un cerrojo por fuera y solo la dejaba salir para ir al baño y para las comidas, que cada vez eran más escasas y más irregulares. “Buenos días, hijita”, decía Valeria cada mañana al abrir la puerta con esa voz melosa que había perfeccionado.
“¿Dormiste bien en tu cuarto?” Sofía ya no respondía. se había vuelto casi muda, hablando solo cuando Valeria la obligaba a hacerlo. La primera semana después del arresto de Carmen, Valeria había despedido a Esperanza. “Ya no podemos permitirnos tanto personal”, le había dicho. Con la muerte de Roberto y todos estos gastos legales, Esperanza había suplicado quedarse, ofreciéndose a trabajar por menos dinero, pero Valeria había sido firme. “Entiendo que necesitas el trabajo, pero simplemente no es posible.
Esperanza se había ido llorando, sabiendo que estaba abandonando a Sofía a su suerte. Con esperanza fuera de la casa, Valeria tenía libertad total para hacer lo que quisiera y lo que quería era borrar cualquier rastro de la vida anterior de Sofía.
Comenzó vendiendo las joyas de Roberto, luego algunos muebles antiguos, después obras de arte, todo con la excusa de dificultades económicas tras la tragedia. Pobre Valeria”, comentaban las vecinas, “tener que vender las cosas de Roberto para sobrevivir.” Pero la verdad era que Valeria estaba moviendo sistemáticamente todo el dinero a cuentas bancarias a su nombre. También había consultado con varios abogados sobre el proceso de adopción formal de Sofía.
“¿Cuánto tiempo toma normalmente?”, había preguntado, “Bueno, señora Mendoza, considerando que usted no es la madre biológica y que hay una investigación criminal en curso, podría tomar entre 6 meses y un año y después tendré custodia legal completa.
” Sí, una vez completado el proceso, usted sería legalmente la madre de la niña. Valeria sonríó. Un año no era mucho tiempo para esperar. Mientras tanto, sometía a Sofía a una tortura psicológica constante. Algunos días no le daba desayuno. Se me olvidó, decía cuando Sofía preguntaba por comida. Los niños malcriados no merecen desayuno.
Otros días la castigaba por cosas absurdas, por llorar, por no llorar, por hacer ruido, por estar demasiado callada. Carmen te abandonó, le repetía una y otra vez. Te prometió que iba a volver, pero ¿dónde está? Lleva tres meses presa y ni siquiera ha preguntado por ti. Eso no es cierto, susurraba Sofía. Ah, no.
Entonces, ¿por qué no ha venido? Si realmente te amara, habría encontrado la manera de verte. Sofía no sabía que Carmen había intentado desesperadamente obtener permiso para visitarla, pero que Valeria había bloqueado todos los intentos, alegando que sería traumático para la niña ver a la persona que mató a su padre. Yo soy todo lo que tienes ahora”, le decía Valeria, “y más te vale que aprendas a apreciarlo.
” En la prisión, Carmen luchaba con un sistema legal que parecía decidido a condenarla. Su abogado de oficio, el licenciado Moreno, era un hombre mayor sobrecargado de casos. Las evidencias son circunstanciales, le había explicado, pero son consistentes. El frasco en tu cuarto, el historial de medicamentos faltantes, tu admisión de haber tomado pastillas.
Pero yo no maté al señor Roberto, insistía Carmen. Y el frasco alguien lo puso ahí. ¿Quién? Valeria. ¿Por qué haría eso? Carmen había tratado de explicar sus sospechas, pero sonaban como las desesperadas teorías de una mujer tratando de evitar la cárcel. “Necesitamos testigos”, había dicho el abogado.
“Alguien que pueda corroborar tu versión.” Carmen pensaba en Esperanza, pero no sabía cómo contactarla. Esperanza, mientras tanto, vivía en un infierno de culpa. se había mudado a casa de su hija después de perder el trabajo y pasaba las noches sin dormir, pensando en Sofía sola con Valeria. “Mamá, ¿qué te pasa?”, le preguntaba su hija.
“Estás muy rara desde que perdiste el trabajo.” Esperanza quería contar la verdad, pero ¿quién le iba a creer? Y, además, ¿qué pruebas tenía realment? había comenzado a hacer llamadas discretas tratando de averiguar cómo podía ayudar a Carmen sin exponerse a la venganza de Valeria. De vuelta en la casa, Sofía se aferraba a sus recuerdos como a una cuerda de salvamento.
Todas las noches, cuando estaba segura de que Valeria no la podía escuchar, susurraba para sí misma lo que había visto aquella noche terrible. Valeria estaba parada junto a papá. Se decía. Ella lo vio en el suelo. Ella no lo ayudó. Carmen llegó después. Repetía esto una y otra vez como una oración con miedo de que si no lo hacía se le iba a olvidar. También hablaba con Pepito, su osito de peluche.
Carmen va a volver, le susurraba al osito. Ella me lo prometió. Carmen nunca miente. Pero cada día que pasaba sin noticias de Carmen, Sofía se sentía más perdida. Valeria, confiada en que todo iba según sus planes, había comenzado a investigar la siguiente fase.
Por las noches, cuando Sofía estaba encerrada, se sentaba en la computadora de Roberto a buscar información. “Accidentes domésticos en niños”, escribía en el buscador. Caídas fatales en escaleras, ahogamiento en bañeras. Leía artículos sobre madrastras que habían matado a los hijos de sus esposos y cómo habían logrado que parecieran accidentes. Estudiaba casos legales, métodos, tiempos.
Después del juicio, se decía a sí misma, primero me aseguro de que Carmen sea condenada, luego me deshago de la niña. Los vecinos del barrio sentían lástima por Valeria. ¿Cómo está la pequeña Sofía?, le preguntaba la señora García de la casa de al lado. Muy mal, respondía Valeria con lágrimas falsas en los ojos. Está traumatizada por la pérdida de su papá y por la traición de Carmen. Apenas habla, apenas come.
El doctor dice que necesita tiempo para procesar todo. Pobrecita. Y pobrecita usted también criando sola a una niña que ni siquiera es suya. Es lo que habría querido Roberto, susurraba Valeria. Esa niña es todo lo que me queda de él. La verdad era que Sofía estaba empeorando cada día. Había perdido tanto peso que su ropa le quedaba grande.
Había dejado de peinarse, de jugar, de hacer cualquier cosa que no fuera sentarse en su cama abrazando a Pepito. Valeria había considerado llevarla al médico, pero un doctor haría preguntas. ¿Podría notar las marcas en los brazos de Sofía? ¿Podría darse cuenta de que algo estaba mal? Solo está triste, decidió Valeria.
Es normal cuando los niños pierden a sus padres. La fecha del juicio se acercaba. Carmen sería juzgada el viernes por la mañana. Esperanza sabía que era su última oportunidad para hacer algo. El jueves por la noche, después de que su familia se durmiera, tomó el teléfono y buscó el número del abogado de Carmen. “Licenciado Moreno”, dijo cuando contestó, “Habla Esperanza Vázquez.
Yo trabajaba en la casa de los Mendoza. Señora Vázquez, ¿tiene información sobre el caso? Esperanza respiró profundo. Sí, tengo muchas cosas que contar. Hablaron durante una hora. Esperanza le contó todo. Cómo había visto a Valeria plantar evidencias, cómo había presenciado el maltrato a Sofía. Cómo había escuchado conversaciones sospechosas.
¿Estará dispuesta a testificar mañana?, le preguntó el abogado. Esperanza pensó en su familia, en las amenazas de Valeria, en las posibles consecuencias. Luego pensó en Sofía, sola y asustada en esa casa. Sí, dijo, voy a testificar. Esa misma noche, Valeria estaba de excelente humor.
Se había puesto su mejor vestido negro y había practicado su discurso frente al espejo. Subió al cuarto de Sofía después de cenar. Mañana es un día muy importante”, le dijo a la niña que estaba acostada dándole la espalda. “¿Por qué?”, murmuró Sofía. “Porque mañana van a juzgar a Carmen y cuando terminen ella va a ir a la cárcel para siempre.” Sofía se volteó rápidamente.
“¡Para siempre! Para siempre, confirmó Valeria con satisfacción. Y después de eso, oficialmente seré tu nueva mamá. Y nunca más vas a ver a Carmen o a Esperanza o a nadie que conocías antes. Sofía sintió que algo se rompía dentro de su pecho. Pero Carmen no hizo nada malo.
Susurró, “Carmen, mató a tu papá”, dijo Valeria. “Y mañana todo el mundo lo va a saber.” Valeria salió del cuarto y cerró la puerta con llave. Sofía se quedó despierta toda la noche pensando. Sabía que tenía que hacer algo. Si no actuaba ahora, Carmen se iría para siempre y ella se quedaría sola con Valeria para el resto de su vida.
A la mañana siguiente, Valeria se despertó temprano y se vistió cuidadosamente. Quería verse perfecta para el juicio, como la viuda dolida que buscaba justicia. Subió al cuarto de Sofía. “Me voy al tribunal”, le anunció. Volveré cuando todo haya terminado y entonces vamos a empezar nuestra nueva vida juntas. Cerró la puerta con doble llave y se fue.
Sofía esperó hasta escuchar el carro de Valeria alejándose. Luego se levantó de la cama y se acercó a la ventana de su cuarto. La ventana daba al jardín trasero y estaba en el primer piso. Si se las arreglaba para abrirla, Sofía había crecido mucho desde que Valeria había comenzado a encerrarla. ya podía alcanzar el seguro de la ventana.
Lo giró con cuidado tratando de no hacer ruido. La ventana se abrió. Sofía miró hacia abajo. No era muy alto, pero tampoco era bajo para una niña de 4 años. Recordó la silla pequeña que tenía en su cuarto para alcanzar los estantes altos. La arrastró hasta la ventana y se subió. Desde ahí podía llegar al suelo sin lastimarse. Se sentó en el marco de la ventana con las piernas colgando hacia afuera.
tenía mucho miedo, pero pensó en Carmen. Carmen me prometió que iba a volver, se dijo, pero ella no puede volver si está en la cárcel. Sofía saltó, aterrizó en el césped del jardín, lastimándose un poco las rodillas, pero sin heridas serias.
Se levantó, se sacudió la tierra del vestido y corrió hacia la puerta del jardín. La puerta tenía un cerrojo alto, pero había cajas apiladas cerca que Sofía podía usar para trepar. se subió a las cajas, abrió el cerrojo y salió a la calle. Nunca había estado sola en la calle. Siempre había salido con Carmen o con su papá, pero recordaba vagamente haber escuchado a Valeria mencionar el nombre del lugar donde iban a juzgar a Carmen. “El tribunal”, murmuró. “Tengo que llegar al tribunal.
” Comenzó a caminar por la calle, descalza y con su vestido sucio de tierra. Las personas la miraban extrañadas, pero nadie se detuvo al principio. Después de caminar varias cuadras, se acercó a una señora que esperaba el autobús. Disculpe, le dijo Sofía con su vocecita. ¿Sabe dónde está el tribunal? La señora la miró con sorpresa. El tribunal.
¿Qué hace una niña tan pequeña preguntando por el tribunal? Tengo que encontrar a Carmen, explicó Sofía. Ella está ahí. La señora frunció el ceño. Había algo en esa niña que le resultaba familiar. ¿Cómo te llamas, pequeña? Sofía Mendoza. Los ojos de la señora se abrieron enormemente. Había seguido el caso en las noticias.
Todo el mundo en la ciudad conocía la historia de la niñera que había matado a su patrón. “Tú eres la hija de Roberto Mendoza.” Sofía asintió. “¿Dónde está tu madrastra?” “En el tribunal.” “Pero yo tengo que llegar ahí también. Tengo que decirles la verdad sobre Carmen. La señora miró a la niña con compasión. Era claro que había algo muy mal en esta situación. Ven conmigo le dijo.
Te voy a llevar al tribunal. Tomó la mano de Sofía y la llevó hacia su carro. Carmen realmente no hizo nada malo, le preguntó mientras manejaba. Carmen no mató a papá, dijo Sofía con voz firme. Fue Valeria. Yo la vi. La señora aceleró. Si esta niña estaba diciendo la verdad, entonces una mujer inocente estaba a punto de ser condenada.
Sofía miraba por la ventana del carro con Pepito apretado contra su pecho. Después de meses de silencio y miedo, finalmente iba a poder decir la verdad. “Ya vamos a llegar”, le dijo la señora. “¿Estás segura de lo que viste?” “Sí”, respondió Sofía. Carmen me prometió que iba a volver. Pero ella no puede volver si está en la cárcel por algo que no hizo.
El tribunal apareció a la distancia. Sofía respiró profundo. Era hora de salvar a Carmen. El tribunal estaba lleno cuando comenzó el juicio. Carmen se sentaba en el banco de los acusados con las manos esposadas y el corazón destrozado. Llevaba tres meses sin ver a Sofía, sin saber si la niña estaba bien, sin poder hacer nada para protegerla.
Valeria ocupaba la primera fila, vestida de negro riguroso, con un pañuelo en la mano y una expresión de dolor perfectamente ensayada. Representaba a la familia de la víctima, la viuda que buscaba justicia. El fiscal presentó su caso con confianza. Las evidencias parecían sólidas.
El frasco de medicamentos encontrado en el cuarto de Carmen, el historial de pastillas desaparecidas, la confesión de Carmen sobre haber tomado medicamentos. Señores del jurado, dijo el fiscal, los hechos son claros. La acusada tenía acceso a los medicamentos de la víctima. Había estado robándolos y la noche de la muerte usó ese conocimiento para cometer asesinato.
El abogado de Carmen, el licenciado Moreno, sabía que tenía pocas opciones. Las evidencias circunstanciales eran convincentes y su cliente había admitido haber tomado medicamentos. Valeria fue llamada a testificar. Se acercó al estrado con pasos lentos. como si el dolor la abrumara.
“Señora Mendoza, comenzó el fiscal, cuéntenos sobre el comportamiento de la acusada en los meses anteriores a la muerte de su esposo.” Valeria se secó los ojos antes de responder. Carmen había comenzado a actuar muy extraña. Cosas desaparecían de la casa. Ella parecía nerviosa todo el tiempo y mi hijita Sofía estaba muy alterada por su comportamiento. Su hijita notó algo específico.
Sofía me decía que Carmen la asustaba, que había cambiado. Una niña tan pequeña no miente sobre esas cosas. Carmen observaba horrorizada como Valeria construía mentira tras mentira. El jurado parecía creerle completamente. Cuando terminó el testimonio de Valeria, el licenciado Moreno se preparó para su defensa.
Tenía pocas cartas que jugar, pero entonces vio algo que le dio esperanza. Esperanza Vázquez había entrado al tribunal nerviosa pero decidida. Su señoría, dijo el abogado. Tengo un testigo de último momento. Esperanza se acercó al estrado con las manos temblando. Señora Vázquez, comenzó el licenciado Moreno. ¿Usted trabajó en la casa de los Mendoza? Sí, durante 5 años.
¿Presenció algo inusual la noche de la muerte del señor Mendoza? Esperanza respiró profundo. Vi a la señora Valeria salir del cuarto de Carmen después de que llegara la policía. Llevaba algo en la mano. ¿Por qué no hablo antes? Tenía miedo. Ella me amenazó. Dijo que mi familia perdería el trabajo si yo hablaba.
El fiscal se levantó para objetar, pero en ese momento se escuchó un tumulto en la entrada del tribunal. Las puertas se abrieron de golpe y una niña pequeña entró corriendo. “Carmen, no hizo nada”, gritó Sofía con toda la fuerza de sus pulmones. “Carmen, no hizo nada.” El tribunal quedó en silencio total. Todos los ojos se dirigieron hacia la pequeña figura que temblaba en el centro del pasillo.
“Orden!”, gritó el juez golpeando el martillo. Sofía corrió hacia Carmen, pero los guardias la detuvieron. “Déjenme hablar”, gritó la niña. “Yo vi lo que pasó.” Carmen comenzó a llorar al ver a Sofía. La niña estaba muy delgada, pálida, claramente maltratada. Su señoría, dijo el licenciado Moreno. Esta es Sofía Mendoza, la hija de la víctima.
Si ella tiene información relevante. El juez dudó. El testimonio de una niña de 4 años era problemático, pero las circunstancias eran extraordinarias. Muy bien, pero con las precauciones apropiadas. Sofía se acercó al estrado. Valeria la observaba con una sonrisa forzada, pero Carmen pudo ver el pánico en sus ojos.
Sofía, dijo el juez suavemente. ¿Sabes la diferencia entre la verdad y la mentira? Sí, respondió Sofía con voz clara. La verdad es lo que realmente pasó. La mentira es lo que dice Valeria. Un murmullo recorrió el tribunal. ¿Qué viste la noche que murió tu papá? Sofía miró hacia Valeria, luego hacia Carmen y finalmente habló.
Valeria estaba parada junto a papá cuando él estaba en el suelo. Ella lo vio ahí, pero no lo ayudó. Se quedó mirándolo hasta que Carmen llegó. ¿Estás segura de eso? Sí. Valeria no estaba durmiendo. Ella estaba despierta viendo a papá en el suelo. El fiscal trató de intervenir. Su señoría, una niña tan pequeña, puede estar confundida, traumatizada.
Pero Esperanza se levantó. Yo también vi cosas, gritó. Vi a Valeria plantar evidencias. Vi cómo maltrataba a la niña. Todo lo que dice Sofía es verdad. Valeria se levantó de su asiento. Esto es ridículo, exclamó, pero su voz sonaba desesperada. Son mentiras de una niña traumatizada y una empleada despechada, pero el licenciado Moreno tenía más información.
Su señoría, mis investigaciones han revelado que la señora Valeria Morales estuvo casada anteriormente en Colombia. Su primer esposo también murió de un ataque cardíaco en circunstancias sospechosas. Valeria se puso pálida. Eso no tiene nada que ver. Es cierto que heredó una suma considerable después de esa muerte. Valeria comenzó a temblar. Ustedes no entienden gritó finalmente.
Roberto era un hombre débil. Esa niña estúpida no comprende lo que vio. El tribunal quedó en silencio. Valeria se había revelado completamente. Él merecía morir. Continuó gritando. Todos esos problemas que me causaba. Esperé a que muriera porque se lo merecía. Sus propias palabras la condenaron. Los guardias se acercaron inmediatamente. Carmen! Gritó Sofía corriendo hacia ella.
Esta vez nadie la detuvo. Carmen la tomó en brazos llorando. Mi niña, mi amor. Pensé que nunca te iba a volver a ver. Te dije que iba a volver, susurró Sofía. Te lo prometí. Valeria fue arrestada inmediatamente. Carmen fue liberada de sus esposas. Los meses siguientes trajeron justicia y sanación. La familia paterna de Roberto, que Valeria había mantenido alejada, reclamó la custodia de Sofía.
Pero insistieron en que Carmen continuara como su niñera. “Usted es la única madre que esta niña ha conocido realmente”, le dijo el tío de Roberto a Carmen. Sofía la necesita. Un año después, Sofía jugaba en el jardín de la nueva casa, riendo mientras Carmen la observaba desde la ventana. La niña había recuperado el peso perdido. Había vuelto a hablar y reír.
Valeria cumplía una sentencia de 25 años por homicidio. Por omisión. Carmen”, dijo Sofía esa tarde sentándose junto a ella. “Cuando sea grande quiero ser abogada.” ¿Por qué, mi amor? Para ayudar a personas como tú. Para que la verdad siempre gane. Carmen la abrazó orgullosa de la valentía de la niña que había salvado a ambas.
La verdad había triunfado y Sofía había aprendido que incluso siendo pequeña su voz podía cambiar el mundo.
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