
El sol quemaba como hierro al rojo sobre el polvo de San un pueblo perdido entre cerros que olían a sangre seca y mezcal rancio. La calle principal era un río de botas, espuelas y miradas que se clavaban como cuchillos. En el centro, sobre un cajón de madera que antes había cargado whisky, estaba ella, Kau, hija de los jackis que aún corrían libres por la sierra, tenía las muñecas atadas con cáñamo que le cortaba la piel.
Su vestido de gamuza, hecho girones por los golpes, apenas cubría lo que el viento y los ojos ajenos querían arrancar. La sangre le corría por el brazo izquierdo, un hilo rojo que goteaba sobre la madera. No lloraba. Sus ojos negros eran dos carbones encendidos. El subastador, un mestizo con bigote de rata y aliento a tabaco podrido, alzaba la voz.
por esta fiera. Mírenla, señores. Piel de cobre, huesos de águila. La última de su sangre que no se arrodilla. Un silencio denso cayó. Los hombres se miraban entre sí. Nadie quería ser el primero. En San comprar a una Yacki era como comprar una bala con tu nombre grabado. Entonces se oyó el tintineo de monedas.
Un vaquero alto de sombrero negro y chaleco de cuero curtido por 100 soles dio un paso. Sus botas crujieron. Sacó de plata del bolsillo y los dejó caer en la mano del subastador. El metal sonó como una sentencia. Se la lleva Jackel Cuervo Malone, anunció el hombre escupiendo al suelo. Cau alzó la cabeza.
Su voz salió ronca, pero clara como un filo. Me arrepentirás. Gabacho, no obedeceré. Jack no sonrió, solo la miró. En sus ojos había algo que no era deseo ni lástima. Era cálculo. El viejo que la tenía sujeta por la cuerda soltó una risita. Llévatela antes de que te arranque la lengua, cuervo. Jack tomó la soga, no tiró, solo la enrolló en su mano. Despacio. Kau se puso de pie.
Sus rodillas temblaron un segundo, pero se enderezó. El vestido roto se le pegaba al cuerpo por el sudor y la sangre. Caminó delante de él descalza, sin mirar atrás. La multitud se abrió como un mar de serpientes. En la esquina, bajo el letrero del trader, un niño Apache observaba todo con ojos demasiado viejos para su cara.
Nadie lo vio deslizarse entre las sombras. Jack llevó a Kau hasta el corral detrás del celú. Allí estaba su caballo, un Mustango negro con una cicatriz en el cuello. La ató al poste con la misma cuerda, pero floja. Ella no forcejeó. ¿Qué vas a hacer conmigo?, preguntó Kau en español duro con acento de la sierra.
Primero curarte eso dijo Jack señalando el brazo sangrante. Sacó un pañuelo y una botella de whisky. Ella lo miró fijo. No necesito tu agua de fuego. No es para beber. Vertió el licor sobre la herida. Kau apretó los dientes, pero no gritó. Jack limpió la sangre con el pañuelo. Luego sacó una navaja y cortó la cuerda de sus muñecas.
Ella se quedó quieta. No huyó. ¿Por qué? Preguntó. Porque no compro esclavos. Compro tiempo. Kau lo miró. Por primera vez vio la cicatriz que le cruzaba el cuello al vaquero. Era una marca de soga. Alguien había intentado colgarlo y falló. En ese momento, un disparo retumbó en la calle. Jack se giró. Tres hombres venían caminando.
El del centro era alto, con sombrero blanco y una estrella de lata en el pecho. El sery fruis. Detrás dos de sus ayudantes. Uno cargaba un rifle Winchester. Malone, gritó Ruiz. Suelta a la India. Es propiedad del gobierno ahora. Jack no se movió. La compré legal. Pregúntale al subastador. Ruiz sonrió sin ganas.
El subastador está muerto. Le volaron la cabeza hace 5 minutos. Alguien no quería que se vendiera a los Jackis. Kau dio un paso adelante. Fue mi hermano dijo. Y viene por mí. Jack la miró luego al Sherif. Entonces tenemos un problema. Ruiz alzó la mano. Sus hombres apuntaron. Última advertencia, cuervo. Jack suspiró. Sacó su revólver con una lentitud que parecía burla, pero no apuntó a nadie.
Lo giró y se lo tendió a Cau empuñadura primero. Toma. Ella lo tomó. Sus dedos rozaron los de él. Fríos, firmes. ¿Confías en mí? No, pero confío en que odias más a Ruis que a mí. Ruis rió. ¿Vas a dejar que unasqua te defienda? Kau levantó el arma, apuntó al serif. Su mano no tembló. Dispara, dijo Jack en voz baja.
Pero no a él, al de la izquierda, el del rifle. Ella giró el cañón un grado, disparó. El hombre del Winchester cayó con un agujero en la frente. Antes de que los otros reaccionaran, Jack ya había sacado un segundo revólver de la bota. Dos disparos. El otro ayudante se dobló agarrándose el estómago. Ruish retrocedió pálido.
Esto es guerra, Malone. Siempre lo fue, respondió Jack. Kau corrió hacia el callejón. Jack la siguió. Detrás se oyeron gritos, botas, el sonido de rifles siendo cargados. Corrieron por entre casas de adobe, saltando cercas, esquivando perros que ladraban. Kau iba adelante, descalza, pero ligera como un venado.
Jack la seguía cojeando un poco, una vieja herida en la pierna. Llegaron al borde del pueblo. Allí, atado a un mesquite estaba el caballo de Jack y otro, un pinto con marcas. Mi hermano dijo Cau. Un silvido agudo cortó el aire. Del otro lado del arroyo, una figura salió de entre los nopales. Era el niño apache del trader, pero ya no era niño.
Llevaba un rifle y una cinta roja en la frente. Kau dijo Enaki. Sube. Ella montó el pinto. Jack montó el Mustango. ¿A dónde?, preguntó Jack. A la sierra, donde los blancos no entran. Jack miró hacia atrás. El polvo subía, eran al menos 20 jinetes. Ruis venía con refuerzos. Nos alcanzarán antes del cañón. No, dijo Cau.
Hay un camino, pero tienes que confiar en mí. Jack la miró, luego asintió. Cabalgaron. El sol caía como plomo derretido. Los caballos resoplaban. Espuma en la boca. El terreno se volvió pedregoso, lleno de espinas y huesos blanqueados. Kau guiaba sin mirar atrás. Jack la seguía con el revólver en la mano. De pronto, ella frenó. Delante un barranco.
Abajo un río seco. Al otro lado una pared de roca. No hay paso dijo Jack. Kau desmontó. Tocó la pared. Sus dedos encontraron una grieta. Empujó. Una sección de roca se movió. Era una puerta camuflada. Los antiguos la hicieron dijo, para esconderse de los españoles y ahora de los gringos. Entraron.
Los caballos apenas cabían dentro. Un túnel oscuro, húmedo. Olía a tierra y a miedo viejo. Jack que encendió un fósforo. Las paredes estaban pintadas con figuras, guerreros, jaguares, soles negros. ¿Cuánto falta?, preguntó. No mucho. Pero hay guardianes. Guardianes. Taun no respondió. siguió caminando. El túnel se abrió a una cueva grande.
En el centro un fuego pequeño. Alrededor siete figuras. Hombres y mujeresis armados, silenciosos. El hermano de Cau, el que parecía niño, dio un paso. Trajiste al gabacho. Él me liberó, dijo Cu. No te liberó. Te compró. Jack habló por primera vez en Jackie con acento torpe pero claro. Compré su vida, no su alma. El hermano lo miró.
Luego acáú. ¿Qué quieres, hermana? Venganza, dijo ella, por nuestra madre, por nuestro padre, por los niños que quemaron en la iglesia. El hermano asintió. Señaló a Jack. Él mató a tres de los hombres de Ruiz. Maté a dos, corrigió Jack. Ella mató al tercero. Silencio. Entonces una anciana se acercó. Su cara era un mapa de arrugas.
Tocó la cicatriz del cuello de Jack. Te colgaron dijo. Y viviste. Viví. La soga no te quiso. No. La anciana miró a Cau. Él lleva la marca de los que no mueren fácil. Déjalo venir. El hermano dudó, luego asintió. Esa noche en la cueva planearon. Ruis vendría al amanecer. Traería dinamita. Querría volar la entrada. Pero los jackis conocían otro camino, un paso secreto por la cima.
Desde allí con rifles y flechas podían hacer llover muerte. Jack limpió su revólver. Kau afiló una lanza. ¿Por qué lo haces? Preguntó ella en la oscuridad. No lo sé, dijo él. Tal vez porque alguien me compró una vez por un dó y no quiero que nadie más pase por eso. Kau lo miró por primera vez sonrió. Una sonrisa pequeña pero real.
Al amanecer el ataque comenzó. Ruiz llegó con 30 hombres. Traían antorchas, rifles, dinamita. Empezaron a colocar los explosivos en la entrada falsa. Desde arriba los Jackis dispararon. El primer hombre cayó con una flecha en el ojo, el segundo con un balazo en la nuca. Jack disparaba metódico como quien cosecha muerte.
Kau lanzaba flechas con veneno de víbora. Ruiz gritó órdenes. Sus hombres avanzaban, pero el terreno era traicionero. Uno tropezó y rodó barranco abajo, gritando. Entonces Ruiz vio a Cau. Ahí está la perra. Gritó. Al que la traiga viva. Tres hombres corrieron hacia la cima. Jack los vio. Corrió a interceptarlos. El primero lo enfrentó con un cuchillo.
Jack disparó. El segundo le disparó a él. La bala rozó su hombro. Jack cayó, pero rodó y disparó desde el suelo. El tercero llegó hasta Kaú. Ella lo esperaba con la lanza. El hombre rió. Ven, endia. Te voy. Ya. No terminó. La lanza le atravesó la garganta. Abajo. Ruiz encendió la mecha. Todos atrás, gritó. La explosión fue terrible.
Rocas volaron, polvo, gritos, pero la cueva no cayó, solo la entrada falsa. Los jackis bajaron por cuerdas, silenciosos, mortales. Jack, sangrando, se puso de pie. Kau lo sostuvo. Vamos, dijo ella. Bajaron. El combate fue corto y brutal. Cuchillos, balas, gritos. Al final solo quedaba Ruiz acorralado contra un carro volcado.
Su sombrero blanco estaba rojo de sangre. Kau se acercó. Llevaba el revólver de Jack. Ruis la miró. No, no. Te doy oro. Te doy. Ella disparó una vez en la frente. Silencio. El viento sopló. El polvo se asentó. Jack se acercó cojeando. Terminó. No, dijo Cau. Nunca termina. Pero hoy sí. Miró a su hermano. Él asintió.
Losis se llevaron los caballos de los muertos, quemaron los cuerpos, borraron las huellas. Jack y Kau se quedaron un momento solos. ¿Qué harás ahora? Preguntó él. Volver a la sierra con mi gente y yo. Ella lo miró, tocó la cicatriz de su cuello. Tú ya no eres gabacho, eres algo más. Le dio el revólver. Guárdalo por si vuelves. Jack lo tomó.
Volveré. No lo sé, pero si lo haces, no pagues. Solo ven. Ella montó su pinto. Su hermano silvó. Los Jackis se fueron como sombras. Jack se quedó solo entre los muertos. El sol subía, el viento olía a pólvora y a libertad. montó su Mustango, miró hacia la sierra y cabalgó, no hacia el pueblo, hacia las montañas, donde los hombres no compran mujeres, donde las mujeres deciden quién vive y quién no.
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